El señor de Bembibre , Novela original por D . Enrique Gil y Carrasco Madrid ; 1844 . Establecimiento tipográfico , de D . Francisco de P . Mellado Nota preliminar : Edición digital a partir de la de Madrid , Establecimiento tipográfico de Francisco de Paula y Mellado , 1844 y cotejada con la edición crítica de Enrique Rubio Cremades , Madrid , Cátedra , 1986 . En una tarde de mayo de uno de los primeros años del siglo XIV , volvían de la feria de San Marcos de Cacabelos tres , al parecer , criados de alguno de los grandes señores que entonces se repartían el dominio del Bierzo . El uno de ellos , como de cincuenta y seis años de edad , montaba una jaca gallega de estampa poco aventajada , pero que a tiro de ballesta descubría la robustez resistencia propias para los ejercicios venatorios , y en el puño izquierdo cubierto con su guante llevaba un neblí encaperuzado . Registrando ambas orillas del camino , pero atento a su voz y señales , iba un sabueso de hermosa raza . Este hombre tenía un cuerpo enjuto y flexible , una fisonomía viva y atezada , y en todo su porte y movimientos revelaba su ocupación y oficio de montero . Frisaba el segundo en los treinta y seis años , y era el reverso de la medalla , pues a una fisonomía abultada y de poquísima expresión , reunía un cuerpo macizo y pesado , cuyos contornos de suyo poco airosos , comenzaba a borrar la obesidad . El aire de presunción con que manejaba un soberbio potro andaluz en que iba caballero , y la precisión con que le obligaba a todo género de movimientos , le daban a conocer como picador o palafrenero , y el tercero , por último , que montaba un buen caballo de guerra e iba un poco más lujosamente ataviado , era un mozo de presencia muy agradable , de gran soltura y despejo , de fisonomía un tanto maliciosa y en la flor de sus años . Cualquiera le hubiera señalado sin dudar porque era el escudero o paje de lanza de algún señor principal . Llevaban los tres conversación muy tirada , y como era natural , hablaban de las cosas de sus respectivos amos , elogiándolos a menudo y entreverando las alabanzas con su capa correspondiente de murmuración . - Dígote Nuño - decía el palafrenero - , que nuestro amo obra como un hombre , porque eso de dar la hija única y heredera de la casa de Arganza a un hidalguillo de tres al cuarto , pudiendo casarla con un señor tan poderoso , como el conde de Lemus , sería peor que asar la manteca . ¡ Miren que era acomodo un señor de Bembibre ! - Pero hombre - replicó el escudero con sorna , aunque no fuesen encaminadas a él las palabras del palafrenero - , ¿ qué culpa tiene mi dueño de que la doncella de tu joven señora me ponga mejor cara que a ti para que le trates como a real de enemigo ? Hubiérasle pedido a Dios que te diese algo más de entendimiento y te dejase un poco menos de carne , que entonces Martina te miraría con otros ojos , y no vendría a pagar el amo los pecados del mozo . Encendióse en ira la espaciosa cara del buen palafrenero que , revolviendo el potro , se puso a mirar de hito en hito al escudero . Éste por su parte le pagaba en la misma moneda , y además se le reía en las barbas , de manera que , sin la mediación del montero Nuño , no sabemos en qué hubiera venido a parar aquel coloquio en mal hora comenzado . - Mendo - le dijo al picador - , has andado poco comedido al hablar del señor de Bembibre , que es un caballero principal a quien todo el mundo quiere y estima en el país por su nobleza y valor , y te has expuesto a las burlas algo demasiadamente pesadas de Millán , que , sin duda , cuida más de la honra de su señor que de la caridad a que estamos obligados los cristianos . - Lo que yo digo es que nuestro amo hace muy bien en no dar su hija a don Álvaro Yáñez , y en que velis nolis venga a ser condesa de Lemus y señora de media Galicia . - No hace bien tal - repuso el juicioso montero - , porque , sobre no tener doña Beatriz en más estima al tal conde que yo a un halcón viejo y ciego , si algo le lleva de ventaja al señor de Bembibre en lo tocante a bienes , también se le queda muy atrás en virtudes y buenas prendas , y sobre todo en la voluntad de nuestra joven señora que , por cierto , ha mostrado en la elección algo más discernimiento que tú . - El señor de Arganza , nuestro dueño , a nada se ha obligado - replicó Mendo - , y así que don Álvaro se vuelva por donde ha venido y toque soleta en busca de su madre gallega . - Cierto es que nuestro amo no ha empeñado palabra ni soltado prenda , a lo que tengo , entendido ; pero en ese caso , mal ha hecho en recibir a don Álvaro del mismo modo que si hubiese de ser su yerno , y en permitir que su hija tratase a una persona que a todo el mundo cautiva con su trato y gallardía , y de quien por fuerza se había de enamorar una doncella de tanta discreción y hermosura , como doña Beatriz . - Pues si se enamoró , que se desenamore - contestó el terco palafrenero - ; además , que no dejará de hacerlo en cuanto su padre levante la voz , porque ella es humilde como la tierra , y cariñosa como un ángel , la cuitada . - Muy descaminado vas en tus juicios - respondió el montero - , yo la conozco mejor que tú porque la he visto nacer ; y aunque por bien dará la vida , si la violentan y tratan mal , sólo Dios puede con ella . - Pero hablando ahora sin pasión y sin enojo - dijo Millán metiendo baza - , ¿ qué te ha hecho mi amo , Mendo , que tan enemigo suyo te muestras ? Nadie , que yo sepa , habla así de él en esta tierra , sino tú . - Yo no le tengo tan mala voluntad - contestó Mendo - , y si no hubiera parecido por acá el de Lemus , lo hubiera visto con gusto hacerse dueño del cotarro en nuestra casa , pero ¿ qué quieres , amigo ? Cada uno arrima el ascua a su sardina , y conde por señor nadie lo trueca . - Pero mi amo , aunque no sea conde , es noble y rico , y lo que es más , sobrino del maestre de los templarios y aliado de la orden . - Valientes herejes y hechiceros exclamó entre dientes Mendo . - ¿ Quieres callar , desventurado ? - le dijo Nuño en voz baja , tirándole del brazo con ira - . Si te lo llegasen a oír , serían capaces de asparte como a San Andrés . - No hay cuidado - replicó Millán , a cuyo listo oído no se había escapado una sola palabra , aunque dichas en voz baja - . Los criados de don Álvaro nunca fueron espías , ni mal intencionados , a Dios gracias ; que , al cabo , los que andan alrededor de los caballeros siempre procuran parecérseles . - Caballero es también el de Lemus , y más de una buena acción ha hecho . - Sí - respondió Millán - , con tal que haya ido delante de gente para que la pregonen enseguida . ¿ Pero sería capaz tu ponderado conde , de hacer por su mismo padre lo que don Álvaro hizo por mí ? - ¿ Qué fue ello ? - preguntaron a la vez los dos compañeros . - Una cosa que no se me caerá a dos tirones de la memoria . Pasábamos el puente viejo de Ponferrada , que como sabéis , no tiene barandillas , con una tempestad deshecha , y el río iba de monte a monte bramando como el mar ; de repente revienta una nube , pasa una centella por delante de mi palafrén ; encabrítase éste , ciego con el resplandor , y sin saber cómo , ni cómo no , ¡ paf ! , ambos vamos al río de cabeza . ¿ Qué os figuráis que hizo don Álvaro ? Pues señor , sin encomendarse a Dios ni al diablo , metió las espuelas a su caballo y se tiró al río tras de mí . En poco estuvo que los dos no nos ahogamos . Por fin mi jaco se fue por el río abajo , y yo , medio atolondrado , salí a la orilla , porque él tuvo buen cuidado de llevarme agarrado de los pelos . Cuando me recobré , a la verdad no sabía cómo darle las gracias , porque se me puso un nudo en la garganta y no podía hablar ; pero él que lo conoció se sonrió y me dijo : vamos hombre , bien está ; todo ello no vale nada ; sosiégate , y calla lo que ha pasado , porque si no , puede que te tengan por mal jinete . - Gallardo lance , por vida mía - exclamó Mendo con un entusiasmo que apenas podía esperarse de sus anteriores prevenciones , y de su linfático temperamento - , ¡ y sin perder los estribos ! , ¡ ah buen caballero ! ¡ Lléveme el diablo , si una acción como ésta no vale casi tanto como el mejor condado de España ! Pero a bien - continuó como reportándose , que si no hubiera sido por su soberbio Almanzor , Dios sabe lo que le hubiera sucedido ... ¡ Son muchos animales ! - continuó , acariciando el cuello de su potro con una satisfacción casi paternal - : y di , Millán , ¿ qué fue del tuyo , por último ? ¿ Se ahogó el pobrecillo ? - No - respondió Millán - , fue a salir un buen trecho más abajo , y allí le cogió un esclavo moro del Temple que había ido a Pajariel por leña , pero el pobre animal había dado tantos golpes y , encontrones que en más de tres meses no fue bueno . Con éstas y otras llegaron al pueblo de Arganza , y se apearon en la casa solariega de su señor , el ilustre don Alonso Ossorio . Algo habrán columbrado ya nuestros lectores de la situación en que a la sazón se encontraba la familia de Arganza y el señor de Bembibre , merced a la locuacidad de sus respectivos criados . Sin embargo , por más que las noticias que les deben no se aparten en el fondo de la verdad , son tan incompletas , que nos obligan a entrar en nuevos pormenores esenciales , en nuestro entender , para explicar los sucesos de esta lamentable historia . Don Alonso Ossorio , señor de Arganza , había tenido dos hijos y una hija ; pero de los primeros murió uno antes de salir de la infancia , y el otro murió peleando como bueno en su primer campaña contra los moros de Andalucía . Así , pues , todas sus esperanzas habían venido a cifrarse en su hija doña Beatriz , que entonces tenía pocos años , pero que ya prometía tanta belleza como talento y generosa índole . Había en su carácter una mezcla de la energía que distinguía a su padre y de la dulzura y melancolía de doña Blanca de Balboa , su madre , santa señora cuya vida había sido un vivo y constante ejemplo de bondad , de resignación y de piedad cristiana . Aunque con la pérdida temprana de sus dos hijos su complexión , harto delicada por desgracia , se había arruinado enteramente , no fue esto obstáculo para que en la crianza esmerada de su hija emplease su instrucción poco común en aquella época , y fecundase las felices disposiciones de que la había dotado pródigamente la naturaleza . Sin más esperanza que aquella criatura tan querida y hermosa , sobre ella amontonaba su ternura , todas las ilusiones del deseo y los sueños del porvenir . Así crecía doña Beatriz como una azucena gentil y fragante al calor del cariño maternal , defendida por el nombre y poder de su padre y cercada por todas partes del respeto y amor de sus vasallos , que contemplaban en ella una medianera segura para aliviar sus males y una constante dispensadora de beneficios . Los años en tanto pasaban rápidos como suelen , y con ellos voló la infancia de aquella joven tan noble , agraciada y rica , a quien por lo mismo pensó buscar su padre un esposo digno de su clase y elevadas prendas . En el Bierzo entonces no había más que dos casas cuyos estados y vasallos estuviesen al nivel : una la de Arganza , otra la de la antigua familia de los Yáñez , cuyos dominios comprendían la fértil ribera de Bembibre y la mayor parte de las montañas comarcanas . Este linaje había dado dos maestres al orden del Temple y era muy honrado y acatado en el país . Por una rara coincidencia a la manera que el apellido Ossorio pendía de la frágil existencia de una mujer , el de Yáñez estaba vinculado en la de un solo hombre no menos frágil y deleznable en aquellos tiempos de desdicha y turbulencias . Don Álvaro Yáñez y su tío don Rodrigo , maestre del Temple en Castilla , eran los dos únicos miembros que quedaban de aquella raza ilustre y numerosa ; rama seca y estéril el uno , por su edad y sus votos , y vástago el otro , lleno de savia y lozanía , que prometía larga vida y sazonados frutos . Don Álvaro había perdido de niño a sus padres , y su tío , a la sazón comendador de la orden , le había criado como cumplía a un caballero tan principal , teniendo la satisfacción de ver coronados sus trabajos y solicitud con el éxito más brillante . Había hecho su primer campaña en Andalucía , bajo las órdenes de don Alonso Pérez de Guzmán , y a su vuelta trajo una reputación distinguida , principalmente a causa de los esfuerzos que hizo para salvar al infante don Enrique de manos de la morisma . Por lo demás , la opinión en que , según nuestros conocidos del capítulo anterior , le tenía el país , el rasgo contado por su escudero , darán a conocer mejor que nuestras palabras su carácter caballeresco y generoso . El influjo superior de los astros parecía por todas estas razones confundir el destino de estos dos jóvenes , y , sin embargo , debemos confesar que don Alonso tuvo que vencer una poderosa repugnancia para entrar en semejante plan . La estrecha alianza que los Yáñez tuvieron siempre asentada con la orden del Temple estuvo mil veces para desbaratar este proyecto de que iba a resultar el engrandecimiento de dos casas esclarecidas y la felicidad de dos personas universalmente estimadas . Los templarios habían llegado a su periodo de riqueza y decadencia , y su orgullo era verdaderamente insoportable a la mayor parte de los señores independientes . De Arganza lo había experimentado más de una vez y devorado su cólera en silencio , porque la orden dueña de los castillos del país podía burlarse de todos , pero su despecho se había convertido en odio hacia aquella milicia tan valerosa como sin ventura . Afortunadamente , ascendió a maestre provincial de Castilla don Rodrigo Yáñez , y su carácter templado y prudente enfrenó las demasías de varios caballeros y logró conciliarse la amistad de muchos señores vecinos descontentos . De este número fue el primero don Alonso , que no pudo resistirse a la cortés y delicada conducta del maestre , y sin reconciliarse por entero con la orden , acabó por trabar con él sincera amistad . En ella se cimentó el proyecto de entronque de ambas casas , si bien el señor de Arganza no pudo acallar el desasosiego que le causaba la idea de que algún día sus deberes de vasallo podrían obligarle a pelear contra una orden , objeto ya de celos y de envidia , pero de cuya alianza no permitía apartarse el honor a su futuro yerno . Comoquiera , el poder de los templarios y la poca fortaleza de la corona , parecían alejar indefinidamente semejante contingencia , y no parecía cordura sacrificar a estos temores la honra de su casa y la ventura de su hija . Bien hubiera deseado don Alonso , y , aun el maestre , que semejante enlace se hubiese llevado a cabo prontamente , pero doña Blanca , cuyo corazón era todo ternura y bondad , no quería abandonar a su hija única en brazos de un hombre desconocido , hasta cierto punto , para ella ; porque creía , y con harta razón , que el conocimiento recíproco de los caracteres y la consonancia de los sentimientos son fiadores más seguros de la paz y dicha doméstica que la razón de estado y los cálculos de la conveniencia . Doña Blanca había penado mucho con el carácter duro y violento de su esposo , y deseaba ardientemente excusar a su hija los pesares que habían acibarado su vida . Así pues , tanto importunó y rogó , que al fin hubo de recabar de su noble esposo que ambos jóvenes se tratasen y conociesen sin saber el destino que les guardaban . ¡ Solicitud funesta , que tan amargas horas preparaba para todos ! Este fue el principio de aquellos amores cuya espléndida aurora debía muy en breve convertirse en un día de duelo y de tinieblas . Al poco tiempo comenzó a formarse en Francia aquella tempestad , en medio de la cual desapareció , por último , la famosa caballería del Temple . Iguales nubarrones asomaron en el horizonte de España , y entonces los temores del señor de Arganza se despertaron con increíble ansiedad , pues harto conocía que don Álvaro era incapaz de abandonar en la desgracia a los que habían sido sus amigos en la fortuna , y según el giro que parecía tomar aquel ruidoso proceso , no era imposible que su familia llegase a presentar el doloroso espectáculo que siempre afea las luchas civiles . A este motivo , que en el fondo no estaba desnudo de razón ni de cordura , se había agregado otro , por desgracia más poderoso , pero de todo punto contrario a la nobleza que hasta allí no había dejado de resplandecer en las menores acciones de don Alonso . El conde de Lemus había solicitado la mano de doña Beatriz , por medio del infante don Juan , tío del rey don Fernando el IV , con quien unían a don Alonso relaciones de obligación y amistad desde su efímero reinado en León ; y atento sólo a la ambición de entroncar su linaje con uno tan rico y poderoso , olvidó sus pactos con el maestre del Temple , y , no vaciló en el propósito de violentar a su hija , si necesario fuese , para el logro de sus deseos . Tal era el estado de las cosas en la tarde que los criados de don Alonso y el escudero de don Álvaro volvían de la feria de Cacabelos . El señor de Bembibre y doña Beatriz , en tanto , estaban sentados en el hueco de una ventana de forma apuntada , abierta por lo delicioso del tiempo , que alumbraba a un aposento espléndidamente amueblado y alhajado . Era ella de estatura aventajada , de proporciones esbeltas y regulares , blanca de color , con ojos y cabello negros y un perfil griego de extraordinaria pureza . La expresión habitual de su fisonomía manifestaba una dulzura angelical , pero en su boca y en su frente cualquier observador mediano hubiera podido descubrir indicios de un carácter apasionado y enérgico . Aunque sentada , se conocía que en su andar y movimientos debían reinar a la vez el garbo , la majestad y el decoro , y el rico vestido , bordado de flores con colores muy vivos , que la cubría realzaba su presencia llena de naturales atractivos . Don Álvaro era alto , gallardo y vigoroso , de un moreno claro , ojos y cabello castaños , de fisonomía abierta y noble , y sus facciones de una regularidad admirable . Tenía la mirada penetrante , y en sus modales se notaba gran despejo y dignidad al mismo tiempo . Traía calzadas unas grandes espuelas de oro , espada de rica empuñadura y pendiente del cuello un cuerno de caza primorosamente embutido de plata , que resaltaba sobre su exquisita ropilla oscura , guarnecida de finas pieles . En una palabra , era uno de aquellos hombres que en todo descubren las altas prendas que los adornan , y que involuntariamente cautivan la atención y simpatía de quien los mira . Estaba poniéndose el sol detrás de las montañas que parten términos entre el Bierzo y Galicia , y las revestía de una especie de aureola luminosa que contrastaba peregrinamente con sus puntos oscuros . Algunas nubes de formas caprichosas y mudables sembradas acá y acullá por un cielo hermoso y purísimo , se teñían de diversos colores según las herían los rayos del sol . En los sotos y huertas de la casa estaban floridos todos los rosales y la mayor parte de los frutales , y el viento que los movía mansamente venía como embriagado de perfumes . Una porción de ruiseñores y jilguerillos cantaban melodiosamente , y era difícil imaginar una tarde más deliciosa . Nadie pudiera creer , en verdad , que en semejante teatro iba a representarse una escena tan dolorosa . Doña Beatriz clavaba sus ojos errantes y empañados de lágrimas ora en los celajes del ocaso , ora en los árboles del soto , ora en el suelo ; y , don Álvaro , fijos los suyos en ella de hito en hito , seguía con ansia todos sus movimientos . Ambos jóvenes estaban en un embarazo doloroso sin atreverse a romper el silencio . Se amaban con toda la profundidad de un sentimiento nuevo , generoso y delicado , pero nunca se lo habían confesado . Los afectos verdaderos tienen un pudor y reserva característicos , como si el lenguaje hubiera de quitarles su brillo y limpieza . Esto , cabalmente , es lo que había sucedido con don Álvaro y doña Beatriz , que , embebecidos en su dicha , jamás habían pensado en darle nombre , ni habían pronunciado la palabra amor . Y sin embargo , esta dicha parecía irse con el sol que se ocultaba detrás del horizonte , y era preciso apartar de delante de los ojos aquel prisma falaz que hasta entonces les había presentado la vida como un delicioso jardín . Don Álvaro , como era natural , fue el primero que habló . - ¿ No me diréis , señora - preguntó con voz grave y melancólica - , qué da a entender el retraimiento de vuestro padre y mi señor para conmigo ? ¿ Será verdad lo que mi corazón me está presagiando desde que han empezado a correr ciertos ponzoñosos rumores sobre el conde de Lemus ? ¿ De cierto , de cierto pensarían en apartarme de vos ? - continuó , poniéndose en pie con un movimiento muy rápido . Doña Beatriz bajó los ojos y no respondió . - ¡ Ah ! , ¿ conque es verdad ? - continuó el apesarado caballero - ; ¿ y lo será también - añadió con voz trémula - que han elegido vuestra mano para descargarme el golpe ? Hubo entonces otro momento de silencio , al cabo del cual doña Beatriz levantó sus hermosos ojos bañados en lágrimas , y dijo con una voz tan dulce como dolorida : - También es cierto . - Escuchadme , doña Beatriz - repuso él , procurando serenarse . Vos no sabéis todavía cómo os amo , ni hasta qué punto sojuzgáis y avasalláis mi alma . Nunca hasta ahora os lo había dicho ... ¿ para qué había de hacer una declaración que el tono de mi voz , mis ojos y el menor de mis ademanes estaban revelando sin cesar ? Yo he vivido en el mundo solo y sin familia , y este corazón impetuoso no ha conocido las caricias de una madre ni las dulzuras del hogar doméstico . Como un peregrino he cruzado hasta aquí el desierto de mi vida ; pero cuando he visto que vos erais el santuario adonde se dirigían mis pasos inciertos , hubiera deseado que mis penalidades fuesen mil veces mayores para llegar a vos purificado y lleno de merecimientos . Era en mí demasiada soberbia querer subir hasta vos , que sois un ángel de luz , ahora lo veo ; ¿ pero quién , quién , Beatriz , os amará en el mundo más que yo ? - ¡ Ah ! , ninguno , ninguno - exclamó doña Beatriz , retorciéndose las manos y con un acento que partía las entrañas . - ¡ Y sin embargo , me apartan de vos ! - continuó don Álvaro - . Yo respetaré siempre a quien es vuestro padre ; nadie daría más honra a su casa que yo , porque desde que os amo se han desenvuelto nuevas fuerzas en mi alma , y toda la gloria , todo el poder de la tierra me parece poco para ponerlo a vuestros pies . ¡ Oh Beatriz , Beatriz ! , ¡ cuando volvía de Andalucía , honrado y alabado de los más nobles caballeros , yo amaba la gloria porque una voz secreta parecía decirme que algún día os adornaríais con sus rayos , pero sin vos , que sois la luz de mi camino , me despeñaré en el abismo de la desesperación y me volveré contra el mismo cielo ! - ¡ Oh , Dios mío ! - murmuró doña Beatriz - , ¿ en esto habían de venir a parar tantos sueños de ventura y tan dulces alegrías ? - Beatriz exclamó don Álvaro - , si me amáis , si por vuestro reposo mismo miráis , es imposible que os conforméis en llevar una cadena que sería mi perdición y acaso la vuestra . - Tenéis razón - contestó ella haciendo esfuerzos para serenarse . No seré yo quien arrastre esa cadena , pero ahora que por vuestra ventura os hablo por la última vez y que Dios lee en mi corazón , yo os revelaré su secreto . Si no os doy el nombre de esposo al pie de los altares y delante de mi padre , moriré con el velo de las vírgenes ; pero nunca se dirá que la única hija de la casa de Arganza mancha con una desobediencia el nombre que ha heredado . - ¿ Y si vuestro padre os obligase a darle la mano ? - Mal le conocéis ; mi padre nunca ha usado conmigo de violencia . - ¡ Alma pura y candorosa , que no conocéis hasta dónde lleva a los hombres la ambición ! ¿ Y si vuestro padre os hiciese violencia , qué resistencia le opondríais ? - Delante del mundo entero diría : ¡ no ! - ¿ Y tendríais valor para resistir la idea del escándalo y el bochorno de vuestra familia ? Doña Beatriz rodeó la cámara con unos ojos vagarosos y terribles , como si padeciese una violenta convulsión , pero luego se recobró casi repentinamente , y respondió : - Entonces pediría auxilio al Todopoderoso , y él me daría fuerzas ; pero , lo repito , o vuestra o suya . El acento con que fueron pronunciadas aquellas cortas palabras descubría una resolución que no había fuerzas humanas para torcer . Quedóse don Álvaro contemplándola como arrobado algunos instantes , al cabo de los cuales le dijo con profunda emoción : - Siempre os he reverenciado y adorado , señora , como a una criatura sobrehumana , pero hasta hoy no había conocido el tesoro celestial que en vos se encierra . Perderos ahora sería como caer del cielo para arrastrarse entre las miserias de los hombres . La fe y la confianza que en vos pongo es ciega y sin límites , como la que ponemos en Dios en la hora de la desdicha . - Mirad - respondió ella señalando el ocaso - , el sol se ha puesto , y es hora ya de que nos despidamos . Id en paz y seguro , noble don Álvaro , que si pueden alejaros de mi vista , no les será tan llano avasallar mi albedrío . Con esto el caballero se inclinó , le besó la mano con mudo ademán , y salió de la cámara a paso lento . Al llegar a la puerta volvió la cabeza y sus ojos se encontraron con los de doña Beatriz , para trocar una larga y dolorosa mirada , que no parecía sino que había de ser la última . Enseguida se encaminó aceleradamente al patio donde su fiel Millán tenía del diestro al famoso Almanzor , y subiendo sobre él salió como un rayo de aquella casa , donde ya solo pensaba en él una desdichada doncella , que en aquel momento , a pesar de su esfuerzo , se deshacía en lágrimas amargas . Cuando don Álvaro dejó el palacio de Arganza , entre el tumulto de sentimientos que se disputaban su alma , había uno que cuadraba muy bien con su despecho y amargura y que , de consiguiente , a todos se sobreponía . Era éste retar a combate mortal al conde Lemus , y apartar de este modo el obstáculo más poderoso de cuantos mediaban entre él y doña Beatriz a la sazón . Aquel mismo día le había dejado en Cacabelos , con ánimo al parecer de pasar allí la noche , y , de consiguiente , este fue el camino que tomó ; pero su escudero que , en lo inflamado de sus ojos , en sus ademanes prontos y violentos y en su habla dura y precipitada , conocía cuál podía ser su determinación después de la anterior entrevista , cuyo sentido no se ocultaba a su penetración , le dijo en voz bastante alta : - Señor , el conde no está ya en Cacabelos , porque esta tarde , antes de salir yo , llegó un correo del rey y le entregó un pliego que le determinó a emprender con la mayor diligencia la vuelta de Lemus . Don Álvaro , en medio de la agitación en que se encontraba , no pudo ver sin enojo que el buen Millán se entrometiese de aquella suerte en sus secretos pensamientos ; así es que le dijo con rostro torcido : - ¿ Quién le mete al señor villano en el ánimo de su señor ? Millán aguantó la descarga , y don Álvaro , como hablando consigo propio , continuó : - Sí , sí , un correo de la corte ... y salir después con tanta priesa para Galicia ... Sin duda , camina adelante la trama infernal ... Millán - dijo enseguida , con un tono de voz enteramente distinto del primero - , acércate y camina a mi lado . Ya nada tengo que hacer en Cacabelos , y esta noche la pasaremos en el castillo de Ponferrada - dijo torciendo el caballo y mudando de camino - , pero mientras que allí llegamos quiero que me digas qué rumores han corrido por la feria acerca de los caballeros templarios . - ¡ Extraños , por vida mía , señor ! - le replicó el escudero - , dicen que hacen cosas terribles y ceremonias de gentiles , y que el Papa los ha descomulgado allá en Francia , y que los tienen presos y piensan castigarles - , y en verdad que , si es cierto lo que cuentan , sería muy bien hecho , porque más son proezas de judíos y gentiles que de caballeros cristianos . - ¿ Pero qué cosas y qué proezas son esas ? - Dicen que adoran un gato y le rinden culto como a Dios , que reniegan de Cristo , que cometen mil torpezas , y que por pacto que tienen con el diablo hacen oro , con lo cual están muy ricos ; pero todo esto lo dicen mirando a los lados y muy callandito , porque todos tienen más miedo al Temple que al enemigo malo . Tras de esto , el buen escudero comenzó a ensartar todas las groseras calumnias que en aquella época de credulidad y de ignorancia se inventaban para minar el poder del Temple , y que ya habían comenzado a producir en Francia tan tremendos y atroces resultados . Don Álvaro que pensando descubrir algo de nuevo en tan espinoso asunto había escuchado al principio con viva atención , cayó al cabo de poco tiempo en las cavilaciones propias de su situación y dejó charlar a Millán , que no por su agudeza y rico ingenio estaba exento de la común ignorancia y superstición . Sólo si al llegar al puente sobre el Sil , que por las muchas barras de hierro que tenía dio a la villa el nombre de Ponsferrata con que en las antiguas escrituras se la distingue , le advirtió severamente que en adelante no sólo hablase con más comedimiento , sino que pensase mejor de una orden con quien tenía asentadas alianza y amistad y no acogiese las hablillas de un vulgo necio y malicioso . El escudero se apresuró a decir que él contaba lo que había oído , pero que nada de ello creía , en lo cual no daba por cierto un testimonio muy relevante de veracidad ; y en esto llegaron a la barbacana del castillo . Tocó allí don Álvaro su cuerno , y después de las formalidades de costumbre , porque en la milicia del Temple se hacía el servicio con la más rigorosa disciplina , se abrió la puerta , cayó enseguida el puente levadizo , y amo y , escudero entraron en la plaza de armas . Todavía se conserva esta hermosa fortaleza , aunque en el día sólo sea ya el cadáver de su grandeza antigua . Su estructura tiene poco de regular porque a un fuerte antiguo de formas macizas y pesadas se añadió por los templarios un cuerpo de fortificaciones más moderno , en que la solidez y la gallardía corrían parejas , con lo cual quedó privada de armonía , pero su conjunto todavía ofrece una masa atrevida y pintoresca . Está situado sobre un hermoso altozano desde el cual se registra todo el Bierzo bajo , con la infinita variedad de sus accidentes , y , el Sil que corre a sus pies para juntarse con el Boeza un poco más abajo , parece rendirle homenaje . Ahora ya no queda más del poderío de los templarios , que algunos versículos sagrados inscritos en lápidas , tal cual símbolo de sus ritos y ceremonias y la cruz famosa , terror de los infieles ; sembrado todo aquí y acullá en aquellas fortísimas murallas ; pero en la época de que hablamos era este castillo una buena muestra del poder de sus poseedores . Don Álvaro dejó su caballo en manos de unos esclavos africanos y , acompañado de dos aspirantes , subió a la sala maestral , habitación magnífica con el techo y paredes escaqueados de encarnado y oro , con ventanas arabescas , entapizada de alfombras orientales y toda ella como pieza de aparato , adornada con todo el esplendor correspondiente al jefe temporal y espiritual de una orden tan famosa y opulenta . Los aspirantes dejaron al caballero a la puerta , después del acostumbrado benedicite , y uno que hacía la guardia en la antecámara le introdujo al aposento de su tío . Era este un anciano venerable , alto y flaco de cuerpo , con barba y cabellos blancos , y una expresión ascética y recogida , si bien templada por una benignidad grandísima . Comenzaba a encorvarse bajo el peso de los años , pero bien se echaba de ver que el vigor no había abandonado aún aquellos miembros acostumbrados a las fatigas de la guerra y endurecidos en los ayunos y vigilias . Vestía el hábito blanco de la orden y exteriormente apenas se distinguía de un simple caballero . El golpe que parecía amagar al Temple , y por otra parte los disgustos que , según de algún tiempo atrás iba viendo claramente , debían abrumar a aquel sobrino querido , último retoño de su linaje , esparcían en su frente una nube de tristeza y daban a su fisonomía un aspecto todavía más grave . El maestre que había salido al encuentro de don Álvaro , después de haberle abrazado con un poco más de emoción de la acostumbrada , le llevó a una especie de celda en que de ordinario estaba y cuyos muebles y atavíos revelaban aquella primitiva severidad y pobreza en cuyos brazos habían dejado a la orden Hugo de Paganis y sus compañeros y de que eran elocuente emblema los dos caballeros montados en un mismo caballo . Don Rodrigo , así por el puesto que ocupaba como por la austeridad peculiar a un carácter , quería dar este ejemplo de humildad y modestia . Sentáronse entrambos , en taburetes de madera , a una tosca mesa de nogal , sobre la cual ardía una lámpara enorme de cobre , y don Álvaro hizo al anciano una prolija relación de todo lo acaecido , que éste escuchó con la mayor atención . - En todo eso - respondió por último - estoy viendo la mano del que degolló al niño Guzmán delante de los adarves de Tarifa , y , a la vista de su padre . El conde de Lemus está ligado con él y , otros señores que sueñan con la ruina del Temple para adornarse con sus despojos , y temiendo que tu enlace con una señora tan poderosa en tierras y vasallos aumentaría nuestras fuerzas harto temibles ya para ellos en este país , han adulado la ambición de don Alonso , y puesto en ejecución todas sus malas artes para separarnos . ¡ Pobre doña Beatriz ! - añadió con melancolía - , ¿ quién le dijera a su piadosa madre cuando con tanto afán y , solicitud la criaba , que su hija había de ser el premio de una cábala tan ruin ? - Pero señor - repuso don Álvaro - , ¿ creéis que el señor de Arganza se hará sordo a la voz del honor y de la naturaleza ? - A todo , hijo mío - contestó el templario - . La vanidad y la ambición secan las fuentes del alma , y con ellas se aparta el hombre de Dios , de quien viene la virtud y la verdadera nobleza . - ¿ Pero no hay entre vos y él algún pacto formal ? - Ninguno . Menguado fue tu sino desde la cuna , don Álvaro , pues de otra suerte no sucedería que doña Blanca , que en tan alta estima te tiene , fuese causa ahora de tu pesar . Ella se opuso al principio a vuestra unión porque quiso que su hija te conociese antes de darte su mano , y don Alonso , doblegando por la primera vez su carácter altanero , cedió a las solicitudes de su esposa . Así pues , aunque su conciencia le condene , a nada podemos obligarle por nuestra parte . - Conque , es decir - exclamó don Álvaro - , que no me queda más camino que el que la desesperación me señale . - Te queda la confianza en Dios y en tu propio honor , de que a nadie le es dado despojarte - respondió el maestre con voz grave entre severa y cariñosa - . Además - continuó con más sosiego - , todavía hay medios humanos que tal vez sean poderosos a desviar a don Alonso de la senda de perdición por donde quiere llevar a su hija . Yo no le hablaré sino como postrer recurso , porque , a pesar de mi prudencia , tal vez se enconaría el odio de que nuestra noble orden va siendo objeto , pero mañana irás a Carracedo , y entregarás una carta al abad de mi parte . Su carácter espiritual podrá darle alguna influencia sobre el orgulloso señor de Arganza , y espero que , si se lo pido , no se lo negará a un hermano suyo . Su orden y la mía nacieron en el seno de San Bernardo , y de la santidad de su corazón recibieron sus primeros preceptos . Dichosos tiempos en que seguíamos la bandera del capitán invisible en demanda de un reino que no era de este mundo . Don Álvaro , al oírle , se abochornó un poco , viendo que en el egoísmo de su dolor se había olvidado de los pesares y zozobras que como una corona de espinas rodeaban aquella cana y respetable cabeza . Comenzó entonces a hablarle de los rumores que circulaban , y , el anciano , apoyándose en su hombro , bajó la escalera y le llevó al extremo de la gran plaza de armas cuyos muros dan al río . La noche estaba sosegada y la luna brillaba en mitad de los cielos azules y transparentes . Las armas de los centinelas vislumbraban a sus rayos despidiendo vivos reflejos al moverse , y el río , semejante a una franja de plata , corría al pie de la colina con un rumor apagado y sordo . Los bosques y montañas estaban revestidos de aquellas formas vagas y suaves con que suele envolver la luna semejantes objetos , y todo concurría a desenvolver aquel germen de melancolía que las almas generosas encuentran siempre en el fondo de sus sentimientos . El maestre se sentó en un asiento de piedra que había a cada lado de las almenas y su sobrino ocupó el de enfrente . - Tú creerás tal vez , hijo mío - le dijo - , que el poder de los templarios , que en Castilla poseen más de veinticuatro encomiendas , sin contar otros muchos fuertes de menos importancia ; en Aragón ciudades enteras , y en toda la Europa más de nueve mil casas y castillos , es incontrastable , y que harto tiene la orden en que fundar el orgullo y altanería con que generalmente se le da en rostro . - Así lo creo - respondió su sobrino . - Así lo creen los más de los nuestros - contestó el maestre , y por eso el orgullo se ha apoderado de nosotros , el orgullo que perdió al primer hombre y perderá a tantos de sus hijos . En Palestina hemos respondido con el desdén y la soberbia a las quejas y envidia de los demás , y el resultado ha sido perder la Palestina , nuestra patria , nuestra única y verdadera patria . ¡ Oh Jerusalén , Jerusalén ! , ciudad de perfecto decoro , ¡ alegría de toda la tierra ! - exclamó con voz solemne , ¡ en ti se quedó la fuerza de nuestros brazos , y al dejar a San Juan de Acre , exhalamos el último suspiro ! Desde entonces , peregrinos en Europa , rodeados de rivales poderosos que codician nuestros bienes , corrompidas nuestras humildes y modestas costumbres primitivas , el mundo todo se va concitando en daño nuestro , y hasta la tiara que siempre nos ha servido de escudo parece inclinarse del lado de nuestros enemigos . Nuestros hermanos gimen ya en Francia en los calabozos de Felipe , y Dios sabe el fin que les espera , pero ¡ que se guarden ! - exclamó con voz de trueno - , allí nos han sorprendido , pero aquí y en otras partes aprestados nos encontrarán a la pelea . El Papa podrá disolver nuestra hermandad y esparcirnos por la haz de la tierra , como el pueblo de Israel ; pero para condenarnos nos tendrá que oír , y el Temple no irá al suplicio bajo la vara de ninguna potestad temporal como un rebaño de carneros . Los ojos del maestre parecían lanzar relámpagos , y su fisonomía estaba animada de un fuego y , energía que nadie hubiera creído compatible con sus cansados años . El Temple tenía un imán irresistible para todas las imaginaciones ardientes por su misteriosa organización , y por el espíritu vigoroso y compacto que vigorizaba a un tiempo el cuerpo y los miembros de por sí . Tras de aquella hermandad , tan poderosa y unida , difícil era , y sobre todo a la inexperiencia de la juventud , divisar más que robustez y fortaleza indestructible , porque en semejante edad nada se cree negado al valor y a la energía de la voluntad ; así es que don Álvaro no pudo menos de replicar . - Tío y señor , ¿ ese creéis que sea el premio reservado por el Altísimo a la batalla de dos siglos que habéis sostenido por el honor de su nombre ? ¿ Tan apartado le imagináis de vuestra casa ? - Nosotros somos - contestó el anciano - los que nos hemos desviado de él , y por eso nos vamos convirtiendo en la piedra de escándalo y de reprobación . ¡ Y yo - continuó con la mayor amargura - moriré lejos de los míos , sin ampararlos con el escudo de mi autoridad , y la corona de mis cansados días será la soledad y el destierro ! Hágase la voluntad de Dios , pero cualquiera que sea el destino reservado a los templarios , morirán como han vivido , fieles al valor y ajenos a toda indigna flaqueza . A esta sazón la campana del castillo anunció la hora del recogimiento , con lúgubres y melancólicos tañidos que , derramándose por aquellas soledades y quebrándose entre los peñascos del río , morían a lo lejos mezclados a su murmullo con un rumor prolongado y extraño . - La hora de la última oración y del silencio - dijo el maestre , vete a recoger , hijo mío , y prepárate para el viaje de mañana . Acaso te he dejado ver demasiado las flaquezas que abriga este anciano corazón , pero el Señor también estuvo triste hasta la muerte y dijo : « Padre , si puede ser , pase de mí este cáliz . » Por lo demás , no en vano soy el maestre y padre del Temple en Castilla , y en la hora de la prueba , nada en el mundo debilitará mi ánimo . Don Álvaro acompañó a su tío hasta su aposento , y después de haberle besado la mano se encaminó al suyo , donde al cabo de mucho desasosiego se rindió al sueño postrado con las extrañas escenas y sensaciones de aquel día . La caballería del templo de Salomón había nacido en el mayor fervor de las cruzadas , y los sacrificios y austeridades que les imponía su regla , dictada por el entusiasmo y celo ardiente de San Bernardo , les habían granjeado el respeto y aplauso universal . Los templarios , en efecto , eran el símbolo vivo y eterno de aquella generosa idea que convertía hacia el sepulcro de Cristo los ojos y el corazón de toda la cristiandad . En su guerra con los infieles nunca daban ni admitían tregua , ni les era lícito volver las espaldas aun delante de un número de enemigos conocidamente superiores ; así es que eran infinitos los caballeros que morían en los campos de batalla . Al desembarcar en el Asia , los peregrinos y guerreros bisoños encontraban la bandera del Temple , a cuya sombra llegaban a Jerusalén sin experimentar ninguna de las zozobras de aquel peligroso viaje . El descanso del monje y la gloria y pompa mundana del soldado les estaban igualmente vedados , y su vida entera era un tejido de fatigas y abnegación . La Europa se había apresurado , como era natural , a galardonar una orden que contaba en su principio tantos héroes como soldados , y las honras , privilegios y riquezas que sobre ella comenzaron a llover la hicieron en poco tiempo temible y poderosa , en términos de poseer , como decía don Rodrigo , nueve mil casas y los correspondientes soldados y hombres de armas . Como quiera , el tiempo que todo lo mina , la riqueza que ensoberbece aun a los humildes , la fragilidad de la naturaleza humana que al cabo se cansa de los esfuerzos sobrenaturales y sobre todo la exasperación causada en los templarios por los desastres de la Tierra Santa , y las rencillas y desavenencias con los hospitalarios de San Juan , llegaron a manchar las páginas de la historia del Temple , limpias y resplandecientes al principio . Desde la altura a que los habían encumbrado sus hazañas y virtudes , su caída fue grande y lastimosa . Por fin , perdieron a San Juan de Acre , y apagado ya el fuego de las cruzadas a cuyo calor habían crecido y prosperado , su estrella comenzó a amortiguarse , y la memoria de sus faltas , la envidia que ocasionaban sus riquezas , y los recelos que inspiraba su poder , fue lo único que trajeron de Palestina , su patria de adopción y de gloria , a la antigua Europa , verdadero campo de soledad y destierro para unos espíritus acostumbrados al estruendo de la guerra y a la incesante actividad de los campamentos . A decir verdad , los temores de los monarcas no dejaban de tener su fundamento , porque los caballeros teutónicos acababan de arrojarse sobre la Prusia con fuerzas menores y más escaso poder que los templarios , fundando un estado cuyo esplendor y fuerza han ido aumentándose hasta nuestros días . Su número era indudablemente reducido , pero su espíritu altivo y resuelto , su organización fuerte y compacta , su experiencia en las armas y su temible caballería , contrabalanceaban ventajosamente las fuerzas inertes y pesadas que podía oponerles en aquella época la Europa feudal . Para conjurar todos estos riesgos , imaginó Felipe el Hermoso , rey de Francia , la medida política , sin duda , de aspirar al maestrazgo general de la orden que todavía llevaba el nombre de ultramarino ; pero el desaire que recibió , junto con la codicia que le inspiró la vista del tesoro del Temple en los días que le dieron amparo contra una conmoción popular , acabó de determinar su alma vengativa a aquella atroz persecución que tiznará eternamente su memoria . El Papa , que como único juez de una corporación eclesiástica debía oponerse a las ilegales invasiones de un poder temporal , no se atrevía a contrariar al rey de Francia , temeroso de ver sujeta a la residencia de un concilio general la vida y memoria de su antecesor Bonifacio , como Felipe con toda vehemencia pretendía . De aquí resultaba que muchas gentes , y en especial los eclesiásticos , que veían la tibieza con que defendía la cabeza de la Iglesia la causa de los templarios , se inclinaban a lo peor ; como generalmente sucede , y , de este modo las viles y monstruosas calumnias de Felipe , cada día adquirían más popularidad y consistencia entre una plebe supersticiosa y feroz . Aunque entre los templarios españoles la continua guerra con los sarracenos conservaba costumbres más puras y , acendradas y daba a su existencia un noble y glorioso objeto de que estaban privados en Francia , también es cierto que los vicios consiguientes a la constitución de la orden no dejaban de notarse en nuestra patria . Por otra parte , el Temple , en último resultado , era una orden extranjera cuya cabeza residía en lejanos climas , al paso que a su lado crecían en nombre y reputación las de Calatrava , Alcántara y Santiago , plantas indígenas y espontáneas en el suelo de la caballería española y capaces de llenar el vacío que dejaran sus hermanos en los escuadrones cristianos . Toda comparación , pues , entre unas órdenes y la otra debía perjudicar a la larga a los caballeros del Temple , y por otra parte , conociendo los estrechos vínculos de su hermandad , difícil era separarlos de la responsabilidad de las acusaciones de la corte de Francia . De manera que los templarios españoles , algo más respetados y un poco menos aborrecidos que los de otros países , no por eso dejaban de ser objeto de la envidia y codicia para los grandes y de aversión para los pequeños , perdiendo sus fuerzas y prestigio en medio de la especie de pestilencia moral que consumía sus entrañas . Estas reflexiones que , a riesgo de cansar a nuestros lectores , hemos querido hacer para explicar la rápida grandeza y súbita ruina de la orden del Temple , se habían presentado muchas veces al carácter meditabundo y grave del maestre de Castilla , y sido causa de la melancolía y abstraimiento que en él se notaba de mucho tiempo atrás ; pero la mayor parte de sus súbditos lo achacaban a la piedad , un poco austera , que había distinguido siempre su vida . Don Álvaro , como ya hemos indicado , más ardiente y , menos reflexivo , no acertaba a explicarse el desaliento de una persona tan valerosa y cuerda como su tío , y así es que al día siguiente caminaba la vuelta de Carracedo , algo más divertido en sus propias tristezas y zozobras que no preocupado de los riesgos que amenazaban a sus nobles aliados . De la plática que iba a tener con el abad de Carracedo pendían tal vez las más dulces esperanzas de su vida , porque aquel prelado , como confesor de la familia de Arganza , ejercía grande influjo en el ánimo de su jefe . Por otra parte , su poder temporal le daba no poca consideración y preponderancia , porque después de la bailía de Ponferrada , nadie gozaba de más riquezas ni regía mayor número de vasallos que aquel famoso monasterio . Don Rodrigo caminaba , pues , combatido de mil opuestos sentimientos , silencioso y recogido ; sin hacer caso , ora por esto , ora por la poca novedad que a sus ojos tenía , del risueño paisaje que se desplegaba alrededor a los primeros rayos del sol de mayo . A su espalda quedaba la fortaleza de Ponferrada ; por la derecha se extendía la dehesa de Fuentes Nuevas con sus hermosos collados plantados de viñas que se empinaban por detrás de sus robles ; por la izquierda corría el río entre los sotos , pueblos y praderas que esmaltan su bendecida orilla y adornan la falda de las sierras de la Aguiana , y al frente descollaba por entre castaños y , nogales casi cubierta con sus copas y en vergel perpetuo de verdura , la majestuosa mole del monasterio fundado , a la margen del Cúa , por don Bernardo el Gotoso y reedificado y ensanchado por la piedad de don Alonso el emperador , y de su hermana doña Sancha . Cantaban los pájaros alegremente , y el aire fresco de la mañana venía cargado de aromas con las muchas flores silvestres que se abrían para recibir las primeras miradas del padre del día . ¡ Delicioso espectáculo , en que un alma descargada de pesares no hubiese dejado de hallar goces secretos y vivos ! Gracias a la velocidad de Almanzor , que don Álvaro había ganado en la campaña de Andalucía de un moro principal a quien venció , pronto se halló a la puerta del convento . Guardábanla dos como maceros , más por decoro de la casa que no por custodia o defensa , que hicieron al señor de Bembibre el homenaje correspondiente a su alcurnia , y tirando uno de ellos del cordel de una campana avisó la llegada de tan ilustre huésped . Don Álvaro se apeó en el patio , y acompañado de dos monjes que bajaron a su encuentro y de los cuales el más entrado en años le dio el ósculo de paz , pronunciando un versículo de la Sagrada Escritura , se encaminó a la cámara de respeto en que solía recibir el abad a los forasteros de distinción . Era ésta la misma donde la infanta doña Sancha , hermana del emperador don Alonso , había administrado justicia a los pueblos del Bierzo , derramando sobre sus infortunios los tesoros de su corazón misericordioso , gracioso aposento con ligeras columnas y arcos arabescos con un techo de primorosos embutidos al cual se subía por una escalera de piedra adornada de un frágil pasamano . Una reducida , pero elegante galería , le daba entrada y recibía luz de una cúpula bastante elevada y de algunos calados rosetones , todo lo cual , junto con los muebles ricos , pero severos , que la decoraban le daban aspecto majestuoso y grave . Los religiosos dejaron en esta sala a don Álvaro por espacio de algunos minutos , al cabo de los cuales entró el abad . Era este un monje como de cincuenta años , calvo , de facciones muy marcadas , pero en que se descubría más austeridad y rigor que no mansedumbre evangélica ; enflaquecido por los ayunos y penitencias , pero vigoroso aun en sus movimientos . Se conocía a primera vista que su condición austera y sombría , aunque recta y sana , le inclinaba más bien a empuñar los rayos de la religión que no a cubrir con las alas de la clemencia las miserias humanas . A pesar de todo , recibió a don Álvaro con bondad , y , aun pudiéramos decir con efusión , atendido su carácter , porque le tenía en gran estima ; y después de los indispensables comedimientos , se puso a leer la carta del maestre . A medida que la recorría iban amontonándose nubarrones en su frente dura y arrugada ; tristes presagios para don Álvaro ; hasta que , concluida por último , le dijo con su voz enérgica y sonora : - Siempre he estimado a vuestra casa ; vuestro padre fue uno de los pocos amigos que Dios me concedió en mi juventud , y vuestro tío es un justo , a pesar del hábito que le cubre ; pero ¿ cómo queréis que yo me mezcle ahora en negocios mundanos , ajenos a mis años y carácter , ni que vaya a desconcertar un proyecto en que el señor de Arganza piensa cobrar tanta honra para su linaje ? - Pero , padre mío - contestó don Álvaro - , la paz de vuestra hija de penitencia , el amor que la tenéis , la delicadeza de mi proceder y tal vez el sosiego de esta comarca , son asuntos dignos de vuestro augusto ministerio y , del sello de santidad que ponéis en cuanto tocáis . ¿ Imagináis que doña Beatriz encuentra gran ventura en brazos del conde ? - Pobre paloma sin mancilla - repuso el abad con una voz casi enternecida - ; su alma es pura como el cristal del lago de Carucedo , cuando en la noche se pintan en su fondo todas las estrellas del cielo , y ese reguero de maldición acabará por enturbiar y . amargar esta agua limpia y serena . Quedáronse entrambos callados por un buen rato , hasta que el abad , como hombre que adopta una resolución inmutable , le elijo : - ¿ Seríais capaz de cualquier empresa por lograr a doña Beatriz ? - ¿ Eso dudáis , padre ? - contestó el caballero - ; sería capaz de todo lo que no me envileciese a sus ojos . - Pues entonces - añadió el abad - , yo haré desistir a don Alonso de sus ambiciosos planes , con una condición , y es que os habéis de apartar de la alianza de los templarios . El rostro de don Álvaro se encendió en ira , y enseguida perdió el color hasta quedarse como un difunto , en cuanto oyó semejante proposición . Pudo , sin embargo , contenerse , y se contentó con responder , aunque en voz algo trémula y cortada . - Vuestro corazón está ciego , pues no ve que doña Beatriz sería la primera en despreciar a quien tan mala cuenta daba de su honra ; la dicha siempre es menos que el honor . ¿ Cómo queríais que faltase en la hora del riesgo a mi buen tío y a sus hermanos ? ¡ Otra opinión creí mereceros ! - Nunca estuvo la honra - respondió el abad con vehemencia - en contribuir a la obra de tinieblas , ni en hacer causa común con los inicuos . - ¿ Y sois vos - le preguntó el caballero con sentido acento - , un hijo de San Bernardo , el que habla en esos términos de sus hermanos ? ¿ Vos oscurecéis de esta manera la cruz que resplandeció en la Palestina con tan gloriosos rayos , y que ha menguado en España las lunas sarracenas ? ¿ Vos humilláis vuestra sabiduría hasta recoger las hablillas de un vulgo fiero y maldiciente ? - ¡ Ah ! - repuso el monje con el mismo calor , aunque con un acento doloroso - ; ¡ pluguiera al cielo que sólo en boca de la plebe anduviese el nombre del Temple ! , pero el Papa ve los desmanes del rey de Francia sin fulminar sobre él los rayos de su poder , y ¿ pensáis que así abandonaría sus hijos , no ha mucho tiempo de bendición , si la inocencia no los hubiera abandonado antes ? El jefe de la Iglesia , hijo mío , no puede errar , y si hasta ahora no ha recaído ya el castigo sobre los delincuentes , culpa es de su corazón benigno y paternal . ¡ Oh dolor ! - añadió levantando las manos y , los ojos al cielo - . ¡ Oh vanidad de las grandezas humanas ! ¿ Por qué han seguido los caminos de la perdición y , de la soberbia desviándose de la senda humilde y segura que les señaló nuestro padre común ? Por su desenfreno , acabamos de perder la Tierra Santa , y ya será preciso pasar el arado sobre aquel alcázar a cuyo abrigo descansaba alegre la cristiandad entera , pero se ha convertido ya en templo de abominación . Don Álvaro no pudo menos de sonreírse con algo de desdén , y , dijo : - Mucho será que a tanto alcancen vuestras máquinas de guerra . El abad le miró severamente , y sin hablar palabra le asió del brazo y le llevó a una ventana . Desde ella se divisaba una colina muy hermosa , sombreadas sus faldas de viñedo al pie de la cual corría el Cúa , y , cuya cumbre remataba , no en punta , sino en una hermosa explanada con el azul del cielo por fondo . Un montón confuso de ruinas la adornaba ; algunas columnas estaban en pie , aunque las más sin capiteles ; en otras partes se alcanzaba a descubrir algún lienzo grande de edificio cubierto de yedra , y todo el recinto estaba rodeado aún de una muralla por donde trepaban las vides y zarzas . Aquel « campo de soledad mustio collado » había sido el Berdigum romano . Bien lo sabía don Álvaro , pero el ademán del abad y la ocasión en que le ponía delante aquel ejemplo de las humanas vanidades y soberbias le dejó confuso y silencioso . - Miradlo bien - le dijo el monje - , mirad bien uno de los grandes y muchos sepulcros que encierran los esqueletos de aquel pueblo de gigantes . También ellos en su orgullo e injusticia se volvieron contra Dios como vuestros templarios . Id pues , id como yo he ido en medio del silencio de la noche , y preguntad a aquellas ruinas por la grandeza de sus señores ; id , que no dejarán de daros respuesta los silbidos del viento y el aullido del lobo . El señor de Bembibre , antes confuso , quedó ahora como anonadado y sin contestar palabra . - Hijo mío - añadió el monje , pensadlo bien y apartaos , que aún es tiempo , apartaos de esos desventurados sin volver la vista atrás , como el profeta que salía huyendo de Gomorra . - Cuando vea lo que me decís - respondió don Álvaro con reposada firmeza - , entonces tomaré vuestros consejos . Los templarios serán tal vez altaneros y destemplados , pero es porque la injusticia ha agriado su noble carácter . Ellos responderán ante el soberano pontífice y su inocencia quedará limpia como el sol . Pero , en suma , padre mío , vos , que veis la hidalguía de mis intenciones , ¿ no haréis algo por el bien de mi alma y , por doña Beatriz a quien tanto amáis ? - Nada - contestó el monje - , yo no contribuiré a consolidar el alcázar de la maldad y del orgullo . El caballero se levantó entonces y le dijo : - Vos sois testigo de que me cerráis todos los caminos de paz . ¡ Quiera Dios que no os lo echéis en cara alguna vez ! - El cielo os guarde , buen caballero - contestó el abad - , y os abra los ojos del alma . Enseguida le fue acompañando hasta el patio del monasterio , y después de despedirlo se volvió a su celda donde se entregó a tristes reflexiones . Aunque don Álvaro no fundase grandes esperanzas en su entrevista con el abad , todavía le causó sorpresa el resultado ; flaqueza irremediable del pobre corazón humano que sólo a vista de la realidad inexorable y fría acierta a separarse del talismán que hermosea y dulcifica la vida : la esperanza . El maestre , por su parte , conocía harto bien el fondo de fanatismo que en el alma del abad de Carracedo sofocaba un sinfín de nobles cualidades para no prever el éxito ; pero , así para consuelo de su sobrino como por obedecer a aquel generoso impulso que en las almas elevadas inclina siempre a la conciliación y a la dulzura , había dado aquel paso . Iguales motivos le determinaron a visitar al señor de Arganza , aunque la crítica situación en que se encontraba la orden por una parte , y por otra la conocida ambición de don Alonso parecían deber retraerle de este nuevo esfuerzo ; pero la ternura de aquel buen anciano por el único pariente que le quedaba rayaba en debilidad , aunque exteriormente la dejaba asomar rara vez . Así pues , un día de los inmediatos al suceso que acabamos de contar , salió de la encomienda de Ponferrada con el séquito acostumbrado y se encaminó a Arganza . La visita tuvo mucho de embarazosa y violenta , porque don Alonso , deseoso de ahorrarse una explicación cordial y sincera sobre un asunto que su conciencia era la primera a condenarle , se encerró en el coto de una cortesía fría y estudiada , y el maestre por su parte , convencido de que su resolución era irrevocable , y harto celoso del honor de su orden y de la dignidad de su persona para abatirse a súplicas inútiles , se despidió para siempre de aquellos umbrales que tantas veces había atravesado con el ánimo ocupado en dulces proyectos . Comoquiera , el señor de Arganza , un tanto alarmado con la intención que parecía descubrir el afecto de don Álvaro hacia su hija , resolvió acelerar lo posible su ajustado enlace a fin de cortar de raíz todo género de zozobras . Poco temía de la resistencia de su esposa , acostumbrado como estaba a verla ceder de continuo a su voluntad ; pero el carácter de la joven , que había heredado no poco de su propia firmeza , le causaba alguna inquietud . Sin embargo , como hombre de discreción , a par que de energía , contaba a un tiempo con el prestigio filial y con la fuerza de su autoridad para el logro de su propósito . Así pues , una tarde que doña Beatriz , sentada cerca de su madre , trabajaba en bordar un paño de iglesia que pensaba regalar al monasterio de Villabuena , donde tenía una tía abadesa a la sazón , entró su padre en el aposento , y diciéndola que tenía que hablarle de un asunto de suma importancia , soltó la labor y se puso a escucharle con la mayor modestia y compostura . Caíanla por ambos lados numerosos rizos negros como el ébano , la zozobra que apenas podía reprimir la hacía más interesante . Don Alonso no pudo abstenerse de un cierto movimiento de orgullo al verla tan hermosa , en tanto que a doña Blanca , por lo contrario , se le arrasaron los ojos de lágrimas pensando que tanta hermosura y riqueza serían tal vez la causa de su desventura eterna . - Hija mía - la dijo don Alonso - , ya sabes que Dios nos privó de tus hermanos y que tú eres la esperanza única y postrera de nuestra casa . - Sí , señor - respondió ella con su voz dulce y melodiosa . - Tu posición , por consiguiente - continuó su padre - , te obliga a mirar por la honra de tu linaje . - Sí , padre mío , y bien sabe Dios que ni por un instante he abrigado un pensamiento que no se aviniese con el honor de vuestras canas y con el sosiego de mi madre . - No esperaba yo menos de la sangre que corre por tus venas . Quería decirte , pues , que ha llegado el caso de que vea logrado el fruto de mis afanes y coronados mis más ardientes deseos . El conde de Lemus , señor el más noble y poderoso de Galicia , favorecido del rey y muy especialmente del infante don Juan , ha solicitado tu mano y yo se la he concedido . - ¿ No es ese conde el mismo - repuso doña Beatriz - que , después de lograr de la noble reina doña María el lugar de Monforte en Galicia , abandonó sus banderas para unirse a las del infante don Juan ? - El mismo - contestó don Alonso , poco satisfecho de la pregunta de su hija - , ¿ y qué tenéis que decir dél ? - Que es imposible que mi padre me dé por esposo un hombre a quien no podría amar , ni respetar tan siquiera . - Hija mía - contestó don Alonso con moderación , porque conocía el enemigo con quien se las iba a haber y no quería usar de violencia sino en el último extremo - , en tiempo de discordias civiles no es fácil caminar sin caer alguna vez , porque el camino está lleno de escollos y barrancos . - Sí - replicó ella - , el camino de la ambición está sembrado de dificultades y tropiezos , pero la senda del honor y la caballería es lisa y apacible como una pradera . El conde de Lemus sin duda es poderoso , pero aunque sé de muchos que le temen y odian , no he oído hablar de uno que le venere y estime . Aquel tiro , dirigido a la desalmada ambición del de Lemus , que sin saberlo su hija venía a herir a su padre de rechazo , excitó su cólera en tales términos que se olvidó de su anterior propósito y contestó con la mayor dureza : - Vuestro deber es obedecer y callar , y recibir el esposo que vuestro padre os destine . - Vuestra es mi vida - dijo doña Beatriz - , y si me lo mandáis , mañana mismo tomaré el velo en un convento ; pero no puedo ser esposa del conde de Lemus . - Alguna pasión tenéis en el pecho , doña Beatriz - contestó su padre dirigiéndola escrutadoras miradas - . ¿ Amáis al señor de Bembibre ? - le preguntó de repente . - Si , padre mío - respondió ella con el mayor candor . - ¿ Y no os dije que le despidierais ? - Y ya le despedí . - ¿ Y cómo no despedisteis también de vuestro corazón esa pasión insensata ? Preciso será que la ahoguéis entonces . - Si tal es vuestra voluntad , yo la ahogaré al pie de los altares ; yo trocaré por el amor del esposo celeste el amor de don Álvaro , que por su fe y su pureza era más digno de Dios , que no de mí , desdichada mujer . Yo renunciaré a todos mis sueños de ventura , pero no lo olvidaré en brazos de ningún hombre . - Al claustro iréis - respondió don Alonso , fuera de sí de despecho - , no a cumplir vuestros locos antojos , no a tomar el velo de que os hace indigna vuestro carácter rebelde , sino a aprender en la soledad , lejos de mi vista y de la de vuestra madre , la obediencia y el respeto que me debéis . Diciendo esto salió del aposento airado , y cerrando tras sí la puerta con enojo dejó solas a madre y a hija que , por un impulso natural y espontáneo , se precipitaron una en brazos de la otra ; doña Blanca deshecha en lágrimas , y doña Beatriz comprimiendo las suyas con trabajo , pero llena interiormente de valor . En las almas generosas despierta la injusticia fuerzas cuya existencia se ignoraba , y la doncella lo sentía entonces . Había tenido bastante desprendimiento y respeto para no representar a su padre que si amaba a don Álvaro era porque todo en un principio parecía indicarle que era el esposo escogido por su familia ; pero este silencio mismo contribuía a hacerle sentir más vivamente su agravio . Lo que quebrantaba su valor era el desconsuelo de su madre , que no cesaba un punto en sus sollozos teniéndola estrechamente abrazada . - Hija mía , hija mía - dijo , por fin , en cuanto su congoja le dejó hablar - , ¿ cómo te has atrevido a irritarle de esa manera , cuando nadie tiene valor para resistir sus miradas ? - En eso verá que soy su hija y que heredo el esfuerzo de su ánimo . - ¡ Y yo , miserable mujer - exclamó doña Blanca haciendo los mayores extremos de dolor - , que con mi necia prudencia te he alejado del puerto de la dicha pudiendo ahora gozarte segura en la ribera ! - Madre mía - dijo la joven enjugando los ojos de su madre - , vos habéis sido toda bondad y carino para mí , y el día de mañana sólo está en la mano de Dios , sosegaos , pues , y mirad por vuestra salud . El Señor nos dará fuerzas para sobrellevar una separación , a mí sobre todo que soy joven y robusta . La idea de la falta de su hija , que ni un solo día se había apartado de su lado y , que había desaparecido por un momento , hizo volver a la triste madre a todos sus extremos de amargura , en términos que doña Beatriz hubo de emplear todos los recursos de su corazón y de su ingenio en apaciguarla . La anciana , que por su carácter suave y bondadoso estaba acostumbrada a ceder en todas ocasiones y cuyo matrimonio había comenzado por un sacrificio algo semejante , aunque infinitamente menor que el que exigían de su hija , bien quisiera indicarla algo , pero no se atrevía . Por último , al despedirse le dijo . - Pero , hija de mi vida , ¿ no sería mejor ceder ? Doña Beatriz hizo un gesto muy expresivo , pero no respondió a su madre sino abrazándola y deseándole buen sueño . La escena que acabamos de describir causó mucho desasosiego en el ánimo del señor de Arganza , porque harto claro veía ahora cuán hondas raíces había echado en el ánimo de su hija aquella malhadada pasión que así trastornaba todos sus planes de engrandecimiento . Poco acostumbrado a la contradicción , y mucho menos de parte de aquella hija , dechado hasta entonces de sumisión y , respeto , su orgullo se irritó sobremanera , si bien en el fondo , y como a despecho suyo , parecía a veces alegrarse de encontrar en una persona que tan de cerca le tocaba aquel valor noble y sereno y aquella elevación de sentimientos . Sin embargo , atento antes que todo a conservar ilesa su autoridad paternal , resolvió al cabo de dos días llevar a doña Beatriz al convento de Villabuena , donde esperaba que el recogimiento del lugar , el ejemplo vivo de obediencia que a cada paso presenciaría , y sobre todo el ejemplo de su piadosa tía , contribuirían a mudar las disposiciones de su ánimo . Por secreto que procuró tener don Alonso el motivo de su determinación , se traslució sobradamente en su familia y aún en el lugar , y como todos adoraban a aquella criatura tan llena de gracias y de bondad , el día de su partida fue uno de llanto y de consternación generales . El mismo Mendo , el palafrenero que tan inclinado se mostraba a favorecer los proyectos de su amo y a llevar las armas de un conde , apenas podía contener las lágrimas . Don Alonso daba a entender con la mayor serenidad posible , en medio del pesar que experimentaba , que era ausencia de pocos días y . no llevaba más objeto que satisfacer el deseo que siempre había manifestado la abadesa de Villabuena de tener unos días en su compañía a su sobrina . A todo el mundo decía lo contrario su corazón , y era trabajo en balde el que el anciano señor se tomaba . Doña Beatriz se despidió de su madre a solas y , en los aposentos más escondidos de la casa , y por esta vez ya no pudo sostenerla su aliento ; así fue que rompió en ayes y en gemidos tanto más violentos cuanto más comprimidos habían estado hasta entonces . El corazón de una madre suele tener en las ocasiones fuerzas sobrehumanas , y bien lo mostró doña Blanca , que entonces fue la consoladora de su hija y la que supo prestarle ánimo . Por fin , doña Beatriz se desprendió de sus brazos , y enjugándose las lágrimas bajó al patio donde casi todos los vasallos de su padre la aguardaban ; sus hermosos ojos humedecidos todavía despedían unos rayos semejantes a los del sol cuando después de una tormenta atraviesan las mojadas ramas de los árboles , y su talla majestuosa y elevada , realzada por un vestido oscuro , la presentaba en todo el esplendor de su belleza . La mayor parte de aquellas pobres gentes a quienes doña Beatriz había asistido en sus enfermedades y socorrido en sus miserias , que siempre la habían visto aparecer en sus hogares como un ángel de consuelo y de paz , se precipitaron a su encuentro con voces y alaridos lamentables besándole unos las manos y otros la falda de su vestido . La doncella como pudo se desasió suavemente de ellos y subiendo en su hacanea blanca con ayuda del enternecido Mendo , salió del palacio extendiendo las manos hacia sus vasallos y sin hablar palabra , porque desde el principio se le había puesto un nudo en la garganta . El aire del campo y su natural valor le restituyeron , por fin , un poco de serenidad . Componían la comitiva su padre , que caminaba un poco delante como en muestra de su enojo , aunque realmente por ocultar su emoción , el viejo Nuño , caballero en su haca de caza , pero sin halcón ni perro , el rollizo Mendo que aquel día andaba desalentado , y su criada Martina , joven aldeana , rubia , viva y linda , de ojos azules y , de semblante risueño y lleno de agudeza . Como , con gran placer suyo , iba destinada a servir y acompañar a su señora durante su reclusión , no sabemos decir a punto fijo si era esto lo que más influía en el mal humor del caballerizo , que a pesar de los celos y disgustos que le daba con Millán , el paje de don Álvaro , tenía la debilidad de quererla . Viendo , pues , doña Beatriz , que habían entrado en conversación , dijo al montero , que por respeto caminaba un poco detrás . - Acércate , buen Nuño , porque tengo que hablarte . Tú eres el criado más antiguo de nuestra casa , y como a tal sabes cuanto te he apreciado siempre . - Sí , señora - contestó él con voz no muy segura - ; ¿ quién me dijera a mí cuando os llevaba a jugar con mis halcones y perros que habían de venir días como estos ? - Otros peores vendrán , pobre Nuño , si los que me quieren bien no me ayudan . Ya sabes de lo que se trata , y mucho me temo que la indiscreta ternura de mi padre no me fuerce a tomar por esposo un hombre de todos detestado . Si yo tuviera parientes a quienes dirigirme , sólo de ellos solicitaría amparo ; pero , por desgracia , soy la última de mi linaje . Preciso será , pues , que él me proteja , me entiendes . ¿ Te atreverías a llevarle una carta mía ? Nuño calló . - Piensa - añadió doña Beatriz - que se trata de mi felicidad en esta vida y quizá en la otra . ¿ También tú serías capaz de abandonarme ? - No , señora - respondió el criado con resolución - , venga la carta , que yo se la llevaré , aunque hubiera que atravesar por medio toda la morería . Si el amo lo llega a saber me mandará azotar y poner en la picota y me echará de casa que es lo peor ; pero don Álvaro , que es el mismo pundonor y la misma bondad , no me negará un nicho en su castillo para cuidar de sus halcones y gerifaltes . Y sobre todo , sea lo que Dios quiera , que yo a buen hacer lo hago y él bien lo ve . Doña Beatriz , enternecida , le entregó la carta , y casi no tuvo tiempo para darle las gracias , porque Mendo y Martina se le incorporaron en aquel punto . Así , pues , continuaron en silencio su camino por las orillas del Cúa , en las cuales estaba situado el convento de monjas de San Bernardo , hermano en su fundación del de Carracedo y en el cual habían sido religiosas dos princesas de sangre real . El convento ha desaparecido , pero el pueblo de Villabuena , junto al cual estaba , todavía subsiste y ocupa una alegre y risueña situación al pie de unas colinas plantadas de viñedo . Rodéanlo praderas y huertas llenas las más de higueras y toda clase de frutales y las otras cercadas de frescos chopos y álamos blancos . El río le proporciona riego abundante y fertiliza aquella tierra en que la naturaleza parece haber derramado una de sus más dulces sonrisas . Al cabo de un viaje de hora y media , se apeó la cabalgata delante del monasterio , a cuya portería salió la abadesa , acompañada de la mayor parte de la comunidad , a recibir a su sobrina . Las religiosas todas la acogieron con gran amor , prendadas de su modestia y hermosura , y don Alonso , después de una larga conversación con su cuñada , se partió a escondidas de su hija , desconfiando de su energía y resolución , harto quebrantada con las escenas de aquel día . Nuño y Mendo se despidieron de su joven ama con más enternecimiento del que pudiera esperarse de su sexo y educación . Aquellos fieles criados , acostumbrados a la presencia de doña Beatriz que como una luz de alegría y contento parecía iluminar todos los rincones más oscuros de la casa , conocían que , con su ausencia , la tristeza y el desabrimiento iban a asentar en ella sus reales . Conocían que don Alonso se entregaría más frecuentemente a los accesos de su mal humor sin el suave contrapeso y mediación de su hija ; y por otra parte , no se les ocultaba que los achaques , ya habituales de doña Blanca agravados con el nuevo golpe , acabarían de oscurecer el horizonte doméstico . Así pues , entrambos caminaron sin hablar palabra detrás de su amo no menos adusto y silencioso que ellos , y al llegar a Arganza , Mendo se fue a las caballerizas con el caballo de su señor y el suyo , y Nuño , después de piensar su jaca y cenar , salió cerca de media noche con pretexto de aguardar una liebre en un sitio algo lejano , y de amaestrar un galgo nuevo de excelente traza , pero en realidad para llegar a Bembibre a deshora y entregar con el mayor recato la carta de doña Beatriz que poco más o menos decía así : Mi padre me destierra de su presencia por vuestro amor , y yo sufro contenta este destierro ; pero ni vos ni yo debemos olvidar que es mi padre y , por lo tanto , si en algo tenéis mi cariño y alguna fe ponéis en mis promesas , espero que no adoptareis ninguna determinación violenta . El primer domingo después del inmediato procurad quedaros de noche en la iglesia del convento , y os diré lo que ahora no puedo deciros . Dios os guarde , y os dé fuerzas para sufrir . Nuño desempeñó con tanto tino como felicidad su delicado mensaje , y sólo pudo hacerle aceptar don Álvaro una cadena de plata de colgar el cuerno de caza en los días de lujo para memoria suya . Por lo demás , el buen montero todavía tuvo tiempo para volver a su aguardo y coger la liebre , que trajo triunfante a casa muy temprano deshaciéndose en elogios de su galgo . El medio de que el señor de Arganza se había valido para arrancar del corazón de su hija el amor que tan firmes raíces había echado no era , a la verdad , el más a propósito . Aquella alma pura y generosa , pero altiva , mal podía regirse con el freno del temor , ni del castigo . Tal vez la templanza y la dulzura hubieran recabado de ella cuanto la ambición de su padre podía apetecer , porque la idea del sacrificio suele ser instintiva en semejantes caracteres , y con más gusto la acogen a medida que se presenta con más atavíos de dolor y de grandeza , pero doña Beatriz , que según la exacta comparación del abad de Carracedo , se asemejaba a las aguas quietas y trasparentes del lago azul y sosegado de Carucedo , fácilmente se embravecía cuando la azotaba su superficie el viento de la injusticia y dureza . La idea sola de pertenecer a un tan mal caballero como el conde Lemus , y de ser el juguete de una villana intriga , la humillaba en términos de arrojarse a cualquier violento extremo por apartar de sí semejante mengua . Por otra parte , la soledad , la ausencia y la contrariedad , que bastan para apagar inclinaciones pasajeras , o culpables afectos , sólo sirven de alimento y vida a las pasiones profundas y verdaderas . Un amor inocente y puro acrisola el alma que le recibe , y por su abnegación insensiblemente llega a eslabonarse con aquellos sublimes sentimientos religiosos , que en su esencia no son sino amor limpio del polvo y fragilidades de la tierra . Si por casualidad viene la persecución a adornarle con la aureola del martirio , entonces el dolor mismo lo graba profundamente en el pecho , y aquella idea querida llega a ser inseparable de todos los pensamientos , a la manera que una madre suele mostrar predilección decidida al hijo doliente y enfermo que no la dejó ni un instante de reposo . Esto era cabalmente lo que sucedía con doña Beatriz . En el silencio que la rodeaba se alzaba más alta y sonora la voz de su corazón , y cuando su pensamiento volaba al que tiene en su mano la voluntad de todos y escudriña con su vista lo más oscuro de la conciencia , sus labios murmuraban sin saber aquel nombre querido . Tal vez pensaba que sus oraciones se encontraban con las suyas en el cielo , mientras sus corazones volaban uno en busca de otro en esta tierra de desventuras , y entonces su imaginación se exaltaba hasta mirar sus lágrimas y tribulaciones como otras tantas coronas que la adornarían a los ojos de su amado . Su tía , que también había amado y visto deshojarse en flor sus esperanzas bajo la mano de la muerte , respetaba los sentimientos de su sobrina y procuraba hacerle llevadero su cautiverio , dándole la posible libertad y tratándola con el más extremado cariño , porque su femenil agudeza le daba a entender claramente que sólo este proceder podía emplearse con aquella naturaleza , a un tiempo de león y , de paloma . La prudente señora quería dejar obrar la lenta medicina del tiempo antes de arriesgar ninguna otra tentativa . El día que doña Beatriz había señalado a don Álvaro en su carta estaba elegido con gran discreción , porque en él se celebraban después de las vísperas los funerales de los regios patrones de aquella santa casa , que comúnmente solían atraer numeroso concurso , a causa de la limosna que se repartía , y de ordinario duraban hasta de noche . Fácil le fue , por lo tanto , al caballero deslizarse a favor de un disfraz de aldeano por entre el gentío y meterse en un confesonario , donde se escondió como pudo , mientras los paisanos del pueblo oían el sermón con la mayor atención . En las iglesias de aquel país había , y hay aún en algunas , confesonarios cerrados por delante , con unas puertas de celosía , y más de una vez han sucedido ocultaciones semejantes a la de nuestro caballero . Por fin , después de acabados los oficios , la iglesia se fue desocupando , las monjas rezaron sus últimas oraciones , el sacristán apagó las luces y salió de la iglesia cerrando las puertas con sus enormes llaves . Quedóse el templo en un silencio sepulcral y alumbrado por una sola lámpara , cuya llama débil y oscilante más que aclaraba los objetos , los confundía . Algunas cabezas de animales y hombres que adornaban los capiteles de las columnas lombardas parecían hacer extraños gestos y visajes , y las figuras doradas de los santos de los altares , en cuyos ojos reflejaban los rayos vagos y trémulos de aquella luz mortuoria , parecían lanzar centelleantes miradas sobre el atrevido que traía a la mansión de la religión y de la paz otros cuidados que los del cielo . El coro estaba oscuro y tenebroso , y el ruido del viento entre los árboles , y el murmullo de los arroyos que venían de fuera , junto con algún chillido de las aves nocturnas , tenían un eco particular y temeroso debajo de aquellas bóvedas augustas . Don Álvaro no era superior a su siglo , y en cualquiera otra ocasión , semejantes circunstancias no hubiesen dejado de hacer impresión profunda en su ánimo ; pero los peligros reales que le cercaban si era descubierto , el riesgo que corría en igual caso doña Beatriz , el deseo de aclarar el enigma oscuro de su suerte , y sobre todo la esperanza de oír aquella voz tan dulce , se sobreponían a toda clase de temores imaginarios . Oyó por fin la campana interior del claustro , que tocaba a recogerse , luego voces lejanas como de gentes que se despedían , pasos por aquí y acullá , abrir y cerrar puertas , hasta que al último todo quedó en un silencio tan profundo como el que le envolvía . Salió entonces del confesonario y se acercó a la reja del coro bajo , aplicando el oído con indecible ansiedad y engañándose a cada instante creyendo percibir el leve sonido de los pasos y el crujido de los vestidos de doña Beatriz . Por fin , una forma blanca y ligera apareció en el fondo oscuro del coro , y adelantándose rápida y silenciosamente presentó a los ojos de don Álvaro , ya un poco habituados a las tinieblas , los contornos puros y airosos de la hija de Ossorio . Más fácil le fue a ella distinguirle , porque el bulto de su cuerpo se dibujaba claramente en medio de los rayos desmayados de la lámpara que por detrás le herían . Adelantóse , pues , hasta llegar a la verja , con el dedo en los labios como una estatua del silencio que hubiese cobrado vida de repente , y volviendo la cabeza , como para dirigir una postrera mirada al coro , preguntó con voz trémula : - ¿ Sois vos don Álvaro ? - ¿ Y quién sino yo - respondió él - vendría a buscar vuestra mirada en medio del silencio de los sepulcros ? Me han dicho que habéis sufrido mucho con la separación de vuestra madre , y aunque en esta oscuridad no distingo bien vuestro semblante , me parece ver en él la huella del insomnio y de las lágrimas . ¿ No se ha resentido vuestra salud ? - No , a Dios gracias - respondió ella casi con alegría - , porque como penaba por vos , el cielo me ha dado fuerzas . No sé si el llanto habrá enturbiado mis ojos , ni si el pesar habrá robado el color de mis mejillas , pero mi corazón siempre es el mismo . Pero somos unos locos - añadió como recobrándose - en gastar así estos pocos momentos que la suerte nos concede , y que sin gran peligro nuestro tal vez no volverán en mucho tiempo . ¿ Qué imagináis , don Álvaro , de haberos yo llamado de esta suerte ? - He imaginado - respondió él - que leíais en mi alma , que con vuestra piedad divina os compadezcíais de mí . - ¿ Y no habéis meditado algún proyecto temerario y violento ? ¿ No habéis pensado en romper mis cadenas con vuestras manos atropellando por todo ? Don Álvaro no respondió y doña Beatriz continuó con un tono que se parecía al de la reconvención : - Ya veis que vuestro corazón no os engañaba y que yo leía en él como en un libro abierto , pero sabed que no basta que me améis , sino que me creáis y aguardéis noblemente . No quiero que os volváis contra el cielo , cuya autoridad ejerce mi padre , porque ya os dije que yo jamás mancharía mi nombre con una desobediencia . - ¡ Oh , Beatriz ! - contestó don Álvaro con precipitación - , no me condenéis sin oírme . Vos no sabéis lo que es vivir desterrado de vuestra presencia ; vos no sabéis , sobre todo , cómo despedaza mis entrañas la idea de vuestros pesares , que yo , miserable de mí , he causado sin tener fuerzas para ponerles fin . Cuando os veía dichosa en vuestra casa , de todos acatada y querida , el mundo entero no me parecía sino una fiesta sin término , una alegre romería a donde todos iban a rendir gracias a Dios por el bien que su mano les vertía . Cuando los pájaros cantaban por la tarde , sólo de vos me hablaban con su música , la voz del torrente me deleitaba porque vuestra voz era la que escuchaba en ella ; y la soledad misma parecía recogerse en religioso silencio sólo para escuchar de mis labios vuestro nombre . Pero ahora la naturaleza entera se ha oscurecido , las gentes pasan junto a mí silenciosas y tristes , en mis ensueños os veo pasar por un claustro tenebroso con el semblante descompuesto y lleno de lágrimas , y el cabello tendido , y el eco de la soledad que antes me repetía vuestro nombre sólo me devuelve ahora mis gemidos . ¿ Qué queréis ? , La desesperación me ha hecho acordar entonces de que era noble , de que penabais por mí , de que tenía una espada y de que con ella cortaría vuestras ligaduras . - Gracias , don Álvaro - respondió ella enternecida - , veo que me amáis demasiado , pero es preciso que me juréis aquí delante de Dios , que a nada os arrojaréis sin consentimiento mío . Sois capaz de sacrificarme hasta vuestra fama , pero ya os lo he dicho , yo no desobedeceré a mi padre . - No puedo jurároslo , señora - respondió el caballero - , porque ya lo estáis viendo ; la persecución y la violencia han empezado por otra parte y tal vez sólo las armas podrán salvaros . Mirad que os pueden arrastrar al pie del altar y allí arrancaros vuestro consentimiento . - No creáis a mi padre capaz de tamaña villanía . - Vuestro padre - replicó don Álvaro con cólera - tiene empeñada su palabra , según dice , y además cree honraros a vos y a su casa . - Entonces yo solicitaré una entrevista con el conde y le descubriré mi pecho y cederá . - ¿ Quién , él ? , ¿ ceder él ? - contestó don Álvaro fuera de sí y con una voz que retumbó en la iglesia - , ¡ ceder cuando justamente en vos estriban todos sus planes ! ¡ Por vida de mi padre , señora , que sin duda estáis loca ! La doncella se sobrepuso al susto que aquella voz le había causado , y le dijo con dulzura , pero con resolución . - En ese caso yo os avisaré , pero hasta entonces juradme lo que os he pedido . Ya sabéis que nunca , nunca seré suya . - ¡ Doña Beatriz ! - exclamó de repente una voz detrás de ella . - Jesús mil veces - exclamó acercándose involuntariamente a la reja mientras don Álvaro maquinalmente echaba mano a su puñal - . Ah , ¿ eres tú , Martina ? - añadió reconociendo a su fiel criada que había quedado de acecho , pero de la cual se había olvidado por entero . - Sí , señora - respondió la muchacha - , y venía a deciros que las monjas comenzarán a levantarse muy , pronto , porque ya está amaneciendo . - Preciso será , pues , que nos separemos - dijo doña Beatriz con un suspiro - ; pero nos separaremos para siempre , si no me juráis por vuestro honor lo que os he pedido . - Por mi honor lo juro - respondió don Álvaro . - Id , pues , con Dios , noble caballero , yo recurriré a vos si fuere menester , y estad seguro de que nunca maldeciréis la hora en que os confiasteis a mí . Ama y criada se apartaron entonces con precipitación , y don Álvaro , después de haberlas seguido con los ojos , se escondió de nuevo . Al poco rato las campanas del monasterio tocaron a la oración matutina con regocijados sonidos , y el sacristán abrió las puertas de la iglesia dirigiéndose a la sacristía , de manera que don Álvaro pudo salir sin ser visto . Encaminóse luego precipitadamente al monte , donde Millán había pasado la noche con los caballos , y montando en ellos , por sendas y veredas excusadas llegaron prontamente a Bembibre . Los días que siguieron al encierro de doña Beatriz fueron , efectivamente , para el señor de Bembibre todo lo penosos y desabridos que le hemos oído decir , y aún algo más . Sin embargo , su natural violento e impetuoso mal podía avenirse con un pesar desmayado y apático , y día y noche había estado trazando proyectos a cual más desesperados . Unas veces pensaba en forzar a mano armada el asilo pacífico de Villabuena al frente de sus hombres de armas en mitad del día y con la enseña de su casa desplegada . Otras resolvía enviar un cartel al conde de Lemus . Ya imaginaba pedir auxilio a algunos caballeros templarios y sobre todo al comendador Saldaña , alcaide de Cornatel , que sin duda se hubieran prestado en odio del enemigo común , y ya , finalmente , aunque como relámpago fugaz , parto de la tempestad que estremecía su alma , llegó a aparecérsele la idea de una alianza con un jefe de bandidos y , proscritos llamado el Herrero , que de cuando en cuando se presentaba en aquellas montañas a la cabeza de una cuadrilla de gentes , restos de las disensiones domésticas que habían agitado hasta entonces la corona de Castilla . Comoquiera , a cada una de estas quimeras salía al paso prontamente ya la noble figura de doña Beatriz indignada de su audacia ; ya el venerable semblante de su tío el maestre que le daba en rostro con los peligros que acarreaba a la orden , ya , finalmente , la voz inexorable de su propio honor que le vedaba otros caminos ; y entonces el caballero volvía a su lucha y a sus angustias , temblando por su única esperanza y entregado a todos los vaivenes de la incertidumbre . En tal estado sucedió la escena de que hemos dado cuenta a nuestros lectores , y don Álvaro hubo de ceder en sus desmandados propósitos , por ventura avergonzado de que la elevación de ánimo de una sola y desamparada doncella así aleccionase su impaciencia . De todas maneras , aquella conversación , que había descorrido enteramente el velo y manifestado el corazón de su amante en el lleno de su virtud y belleza , contribuyó no poco a sosegar su espíritu rodeado hasta allí de sombras y espantos . Así se pasó algún tiempo sin que don Álvaro hostigase a su hija , siguiendo en esto los consejos de su mujer y de la piadosa abadesa , y doña Beatriz , por su parte , sin quejarse de su situación y convertida en un objeto de simpatía y de ternura para aquellas buenas religiosas , que se hacían lenguas de su hermosura y apacible condición . Gozaba , como hemos dicho , de bastante libertad y paseaba por las huertas y sotos que encerraba la cerca del monasterio , y su corazón llagado se entregaba con inefable placer a aquellos indefinibles goces del espíritu que ofrece el espectáculo de una naturaleza frondosa y apacible . Su alma se fortificaba en la soledad y aquella pasión pura en su esencia se purificaba y acendraba más y más en el crisol del sufrimiento ahondando sus raíces a manera de un árbol místico en el campo del destierro , y levantando sus ramas marchitas en busca del rocío bienhechor de los cielos . Esta calma , sin embargo , duró muy poco . El conde de Lemus volvió a presentarse reclamando sus derechos , y don Alonso entonces intimó a su hija su última e irrevocable resolución . Como este era un suceso que forzosamente había de llegar , la joven no manifestó sorpresa ni disgusto alguno y se contentó con rogar a su padre que le dejase hablar a solas con el conde , demanda a que no pudo menos de acceder . Como nuestros lectores habrán de tratar un poco más de cerca a este personaje en el curso de esta historia , no llevarán a mal que les demos una ligera idea de él . Don Pedro Fernández de Castro , conde de Lemus , y señor el más poderoso de toda Galicia , era un hombre a quien venía por juro de heredad la turbulencia , el desasosiego y la rebelión , pues sus antecesores , a trueque de engrandecer su casa , no habían desperdiciado ocasión , entre las muchas que se les presentaron , cuando el trono glorioso de San Fernando se deslustró en manos de su hijo y de su nieto con la sangre de las revueltas intestinas . Don Pedro , por su parte , como venido al mundo en época más acomodada a estos designios , pues alcanzó la minoría turbulenta de don Fernando , el Emplazado , aumentó copiosamente sus haciendas y vasallos , con la ayuda del infante don Juan , que entonces estaba apoderado del reino de León , sin escrupulizar en ninguna clase de medios . Por aquel tiempo fue cuando , con amenaza de pasarse al usurpador , arrancó a la reina doña María la dádiva del rico lugar de Monforte con todos sus términos , abandonándola enseguida y engrosando las filas de su enemigo . Esta ruindad que , por su carácter público y ruidoso , de todos era conocida , tal vez no equivalía a los desafueros de que eran teatro entonces sus extendidos dominios . Frío de corazón , como la mayor parte de los ambiciosos , sediento de poder y riquezas con que allanar el camino de sus deseos ; de muchos temido , de algunos solicitado y odiado del mayor número , su nombre había llegado a ser un objeto de repugnancia para todas las gentes dotadas de algún pundonor y bondad . A vueltas de tantos y tan capitales vicios no dejaba de poseer cualidades de brillo : su orgullo desmedido se convertía en valor siempre que la ocasión lo requería ; sus modales eran nobles y desembarazados , y no faltaba a los deberes de la liberalidad en muchas circunstancias , aunque la vanidad y el cálculo fuesen el móvil secreto de sus acciones . Este era el hombre con quien debía unir su suerte doña Beatriz . Cuando llegó el día de la entrevista , se adornó uno de los locutorios del convento con esmero para recibir a un señor tan poderoso , y presunto esposo de una parienta inmediata de la superiora . La comitiva del conde , con don Alonso y algún otro hidalguillo del país , ocupaban una pieza algo apartada , mientras él , sentado en un sillón a la orilla de la reja , aguardaba con cierta impaciencia y aun zozobra la aparición de doña Beatriz . Llegó , por fin , ésta acompañada de su tía y ataviada como aquel caso lo pedía , y haciendo una ligera reverencia al conde se sentó en otro sillón destinado para ella en la parte de adentro de la reja . La abadesa , después de corresponder al cortés saludo y cumplimientos del caballero , se retiró dejándolos solos . Doña Beatriz , entretanto , observó con cuidado el aire y facciones de aquel hombre que tantos disgustos le había acarreado y que tantos otros podía acarrearle todavía . Pasaba de treinta años y su estatura era mediana ; su semblante , de cierta regularidad , carecía , sin embargo , de atractivo o , por mejor decir , repulsaba , por la expresión de ironía que había en sus labios delgados revestidos de cierto gesto sardónico ; por el fuego incierto y vagaroso de sus miradas en que no asomaba ningún vislumbre de franqueza y lealtad , y finalmente por su frente altanera y ligeramente surcada de arrugas , rastro de pasiones interesadas y rencorosas , no de la meditación ni de los pesares . Venía cubierto de un rico vestido y traía al cuello , pendiente de una cadena de oro , la cruz de Santiago . Habíase quedado en pie y con los ojos fijos en aquella hermosa aparición , que sin duda encontraba superior a los encarecimientos que le habían hecho . Doña Beatriz le hizo un ademán lleno de nobleza para que se sentase . - No haré tal , hermosa señora - respondió él cortésmente , porque vuestro vasallo nunca querría igualarse con vos , que en todos los torneos del mundo seríais la reina de la hermosura . ¡ Ojalá fuerais igualmente la de los amores ! - Galán sois - respondió doña Beatriz - , y no esperaba yo menos de un caballero tal ; pero ya sabéis que las reinas gustamos de ser obedecidas , y así espero que os sentéis . Tengo además que deciros cosas en que a entrambos nos va mucho - añadió con la mayor seriedad . El conde se sentó no poco cuidadoso , viendo el rumbo que parecía tomar la conversación , y doña Beatriz continuó : - Excusado es que yo os hable de los deberes de la caballería y os diga que os abro mi pecho sin reserva . Cuando habéis solicitado mi mano sin haberme visto , y sin averiguar si mis sentimientos me hacían digna de semejante honor , me habéis mostrado una confianza que sólo con otra igual puedo pagaros . Vos no me conocéis , y por lo mismo no me amáis . - Por esta vez habéis de perdonar - repuso el conde - . Cierto es que no habían visto mis ojos el milagro de vuestra hermosura , pero todos se han conjurado a ponderarla , y vuestras prendas , de nadie ignoradas en Castilla , son el mayor fiador de la pasión que me inspiráis . Doña Beatriz disgustada de encontrar la galantería estudiada del mundo , donde quisiera que sólo apareciese la sinceridad más absoluta , respondió con firmeza y decoro : - Pero yo no os amo , señor conde , y creo bastante hidalga vuestra determinación para suponer que sin el alma no aceptaríais la dádiva de mi mano . - ¿ Y por qué no ? , doña Beatriz - repuso él con su fría y resuelta urbanidad - ; cuando os llaméis mi esposa comprenderéis el dominio que ejercéis en mi corazón , me perdonaréis esta solicitud tal vez harto viva con que pretendo ganar la dicha de nombraros mía , y acabaréis sin duda por amar a un hombre cuya vida se consagrará por entero a preveniros por todas partes deleites y regocijos y que encontrará sobradamente pagados sus afanes con una sola mirada de esos ojos . Doña Beatriz comparaba en su interior este lenguaje artificioso en que no vibraba ni un sólo acento del alma , con la apasionada sencillez y arrebato de las palabras de su don Álvaro . Conoció que su suerte estaba echada irrevocablemente , y entonces , con una resolución digna de su noble energía , respondió : - Yo nunca podré amaros , porque mi corazón ya no es mío . Tal era en aquel tiempo el rigor de la disciplina doméstica , y tal la sumisión de las hijas a la voluntad de los padres , que el conde se pasmó al ver lo profundo de aquel sentimiento , que así traspasaba los límites del uso en una doncella tan compuesta y recatada . Algo sabía de los desdichados amores que ahora empezaban a servir de estorbo en su ambiciosa carrera , pero acostumbrado a ver ceder todas las voluntades delante de la suya , se sorprendía de hallar un enemigo tan poderoso en una mujer tan suave y delicada en la apariencia . Con todo , su perseverancia nunca había retrocedido delante de ningún género de obstáculos ; así es que , recobrándose prontamente , respondió no sin un ligero acento sardónico que toda su disimulación no fue capaz de ocultar . - Algo había oído decir de esa extraña inclinación hacia un hidalgo de esta tierra ; pero nunca pude creer que no cediese a la voz de vuestro padre y a los deberes de vuestro nacimiento . - Ese a quien llamáis con tanto énfasis hidalgo - respondió doña Beatriz sin inmutarse es un señor no menos ilustre que vos . La nobleza de su estirpe sólo tiene por igual la de sus acciones , y si mi padre juzga que tan reprensible es mi comportamiento , no creo que os haya delegado a vos su autoridad que sólo en él acato . Quedóse pensativo el conde un rato como si en su alma luchasen encontrados afectos , hasta que , en fin , sobreponiéndose a todo , según suele suceder , la pasión dominante , respondió con templanza y con un acento de fingido pesar . - Mucho me pesa , señora , de no haber conocido más a fondo el estado de vuestro corazón , pero bien veis que , habiendo llevado tan adelante este empeño , no fuera honra de vuestro padre ni mía exponernos a las malicias del vulgo . - ¿ Quiere decir - replicó doña Beatriz con amargura - que yo habré de sacrificarme a vuestro orgullo ? ¿ De ese modo amparáis a una dama afligida y menesterosa ? ¿ Para eso traéis pendiente del cuello ese símbolo de la caballería española ? Pues sabed - añadió con una mirada propia de una reina ofendida - que no es así como se gana mi corazón . Id con Dios , y que el cielo os guarde , porque jamás nos volveremos a ver . El conde quiso replicar , pero le despidió con un ademán altivo que le cerró los labios , y levantándose se retiró paso a paso y como desconcertado , más que con el justo arranque de doña Beatriz con la voz de su propia conciencia . Sin embargo , la presencia de don Alonso y de los demás caballeros restituyó bien presto su espíritu a sus habituales disposiciones , y declaró que , por su parte , ningún género de obstáculo se oponía a la dicha que se imaginaba entre los brazos de una señora , dechado de discreción y de hermosura . El señor de Arganza al oírlo , y creyendo tal vez que las disposiciones de su hija hubiesen variado , entró en el locutorio apresuradamente . Estaba la joven todavía al lado de la reja con el semblante encendido y palpitante de cólera , pero al ver entrar a su padre , que a pesar de sus rigores era en todo extremo querido a su corazón , tan terribles disposiciones se trocaron en un enternecimiento increíble , y con toda la violencia de semejantes transiciones , se precipitó de rodillas delante de él , y extendiendo las manos por entre las barras de la reja , y vertiendo un diluvio de lágrimas , le dijo con la mayor angustia : - ¡ Padre mío , padre mío ! , ¡ no me entreguéis a ese hombre indigno ! , ¡ no me arrojéis en brazos de la desesperación y del infierno ! ¡ Mirad que seréis responsable delante de Dios de mi vida y de la salvación de mi alma ! Don Alonso , cuyo natural franco y sin doblez , no comprendía el disimulo del conde , llegó a pensar que su discreción y tino cortesano habían dado la última mano a la conversación de su hija , y aunque no se atrevía a creerlo , semejante idea se había apoderado de su espíritu mucho más de lo que podía esperarse de tan corto tiempo . Así , pues , fue muy desagradable su sorpresa viendo el llanto y desolación de doña Beatriz . Sin embargo , le dijo con dulzura : - Hija mía , ya es imposible volver atrás ; si este es un sacrificio para vos , coronadlo con el valor propio de vuestra sangre , y resignaos . Dentro de tres días os casaréis en la capilla de nuestra casa con toda la pompa necesaria . - ¡ Oh , señor ! , ¡ pensadlo bien ! , ¡ dadme más tiempo tan siquiera ! ... Pensado está - respondió don Alonso - , y el término es suficiente para que cumpláis las órdenes de vuestro padre . Doña Beatriz se levantó entonces , y apartándose los cabellos con ambas manos de aquel rostro divino , clavó en su padre una mirada de extraordinaria intención , le dijo con voz ronca : - Yo no puedo obedeceros en eso , y diré « no » al pie de los altares . - ¡ Atrévete , hija vil ! - respondió el señor de Arganza fuera de sí de cólera y de despecho - , y mi maldición caerá sobre tu rebelde cabeza y te consumirá como fuego del cielo . Tú saldrás del techo paterno bajo su peso , y andarás como Caín , errante por la tierra . Al acabar estas tremendas palabras se salió del locutorio , sin volver la vista atrás , y doña Beatriz después de dar dos o tres vueltas como una loca , vino al suelo con un profundo gemido . Su tía y las demás monjas acudieron muy azoradas al ruido , y ayudadas de su fiel criada la transportaron a su celda . El parasismo de la infeliz señora fue largo , y dio mucho cuidado a sus diligentes enfermeras , pero al cabo cedió a los remedios y sobre todo a su robusta naturaleza . Un rato estuvo mirando alrededor con ojos espantados , hasta que poco a poco , y a costa de un grande esfuerzo , manifestó la necesaria serenidad para rogar que la dejasen sola con su criada , por si algo se la ofrecía . La abadesa , que conocía muy bien la índole de su sobrina , enemiga de mostrar ninguna clase de flaqueza a los ojos de los demás , se apresuró a complacerla , diciéndole algunas palabras de consuelo y abrazándola con ternura . A poco de haber salido las monjas , doña Beatriz se levantó de la cama en que la habían reclinado , con la agilidad de un corzo y cerrando la puerta por dentro , se volvió a su asombrada doncella , y la dijo atropelladamente : - ¡ Quieren llevarme arrastrando al templo de Dios , a que mienta delante de él y de los hombres ! , ¿ no lo sabes , Martina ? ¡ Y mi padre me ha amenazado con su maldición si me resisto ! ... , ¡ todos , todos me abandonan ! ¡ Oyes ! , ¡ es menester salir ! , es menester que él lo sepa , y ojalá que él me abandone también , y así Dios sólo me amparará en su gloria . - Sosegaos , por Dios , señora - respondió la doncella consternada - , ¿ cómo queréis salir con tantas rejas y murallas ? - No , yo no - respondió doña Beatriz - , porque me buscarían y me cogerían , pero tú puedes salir y decirle a qué estado me reducen . Inventa un recurso cualquiera ... , aunque sea mentira , porque , ya lo estás viendo , los hombres se burlan de la justicia y de la verdad . ¿ Qué haces ? - añadió con la mayor impaciencia , viendo que Martina seguía callada - , ¿ dónde están tu viveza y tu ingenio ? Tú no tienes motivos para volverte loca como yo . En tanto que esto decía , medía la estancia con pasos desatentados y murmurando otras palabras que apenas se le entendían . Por fin , el semblante de la muchacha se animó como con alguna idea nueva , y le dijo alborazada : - ¡ Albricias , señora ! , que en esta misma noche estaré fuera del convento y todo se remediará ; pero , por Dios y la Virgen de la Encina - , que os soseguéis , porque si de ese modo os echáis a morir , a fe que vamos a hacer un pan como unas hostias . - Pero ¿ qué es lo que intentas ? - preguntó su ama , admirada no menos de aquella súbita mudanza que del aire de seguridad de la muchacha . - Ahora es - respondió ésta - cuando la madre tornera va a preparar la lámpara del claustro ; yo me quedaré un poco de tiempo en su lugar , y lo demás corre de mi cuenta ; pero contad con no asustaros , aunque me oigáis gritar y hacer locuras . Diciendo esto , salió de la celda brincando como un cabrito , no sin dar antes un buen apretón de manos a su señora . La prevención que le dejaba hecha no era ciertamente ociosa , porque al poco tiempo comenzaron a oírse por aquellos claustros tales y tan descompasados gritos y lamentos , que todas las monjas se alborotaron y salieron a ver quién fuese la causadora de tal ruido . Era , ni más ni menos , que nuestra Martina , que con gestos y ademanes , propios de una consumada actriz , iba gritando a voz en cuello : - ¡ Ay , padre de mi alma ! , ¡ pobrecita de mí que me voy a quedar sin padre ! ¿ Dónde está la madre abadesa que me dé licencia para ir a ver a mi padre antes de que se muera ? La pobre tornera seguía detrás como atortolada de ver la tormenta que se había formado no bien se había apartado del torno . - Pero , muchacha - le dijo , por fin - , ¿ quién ha sido el corredor de esa mala nueva ? , que cuando yo volví , ya no oí la voz de nadie detrás del torno , ni pude verle . - ¿ Quién había de ser - respondió ella con la mayor congoja - , sino Tirso , el pastor de mi cuñado ? , que iba el pobre sin aliento a Carracedo a ver si el padre boticario le daba algún remedio . ¡ Buen lugar tenía él de pararse ! ¿ Pero dónde está la madre abadesa ? - Aquí - respondió ésta , que había acudido al alboroto - , ¿ pero a estas horas te quieres ir , cuando se va a poner el sol ? - Sí , señora , a estas horas - replicó ella siempre con el mismo apuro - , porque mañana ya será tarde . - ¿ Y dejando a tu señora en este estado ? - repuso la abadesa . Doña Beatriz , que también estaba allí , contestó con los ojos bajos y con el rostro encendido por la primera mentira de toda su vida . - Dejadla ir , señora tía , porque amas puede Dios depararle muchas y padre no le ha dado sino uno . La abadesa accedió entonces , pero en vista de la hora insistió en que la acompañase el cobrador de las rentas del convento . Martina bien hubiera querido librarse de un testigo de vista importuno , pero conoció con su claro discernimiento que el empeñarse en ir sola sería dar que pensar , y exponerse a perder la última áncora de salvación que quedaba a su señora . Así , pues , dio las gracias a la prelada , y mientras avisaba al cobrador , se retiró con su señora a su celda como para prepararse a su impensada partida . Doña Beatriz trazó atropelladamente estos renglones . Don Álvaro : dentro de tres días me casan si vos o Dios no lo impedís . Ved lo que cumple a vuestra honra y a la mía , pues ese día será para mí el de la muerte . No bien acababa de cerrar aquella carta cuando vinieron a decir que el escudero de Martina estaba ya aguardando , porque como los criados del monasterio vivían en casas pegadas a la fábrica , siempre se les encontraba a mano y prontos . Doña Beatriz dio algunas monedas de oro y plata a su criada y sólo la encargó la pronta vuelta , porque si podía acomodarse al arbitrio inventado , su noble alma era incapaz de contribuir gustosa a ningún género de farsa ni engaño . La muchacha , que ciertamente tenía más de malicia y travesura que no de escrúpulo , salió del convento fingiendo la misma prisa y pesadumbre que antes , oyendo las buenas razones y consuelos del cobrador , como si realmente las hubiese menester . El lugar a donde se dirigían era Valtuille , muy poco distante del monasterio , porque de allí era Martina y allí tenía su familia ; pero , sin embargo , ya comenzaba a anochecer cuando llegaron a las eras . Allí se volvió Martina al cobrador y dándole una moneda de plata , le despidió socolor de no necesitarle ya , y de sacar de cuidado a las buenas madres . Dio él por muy valederas las razones en vista del agasajo y repitiéndole alguno de sus más sesudos consejos , dio la vuelta más que de paso a Villabuena . Ocurriósele por el camino que las monjas le preguntarían por el estado del supuesto enfermo , y aún estuvo por deshacer lo andado para informarse , en cuyo caso toda la maraña se desenredaba y el embuste venía al suelo con su propio peso ; pero , afortunadamente , se echó la cuenta de que con cuatro palabras , algún gesto significativo y , tal cual meneo de cabeza , salía del paso airosamente y se ahorraba además tiempo y trabajo , y de consiguiente se atuvo a tan cuerda determinación . Martina por su parte , queriendo recatarse de todo el mundo , fue rodeando las huertas del lugar , y saltando la cerca de la de su cuñado se entró en la casa cuando menos la esperaban . Tanto su hermana como su marido la acogieron con toda la cordialidad que nuestros lectores pueden suponer y que sin duda se merecía por su carácter alegre y bondadoso . Pasados los primeros agasajos y cariños , Martina preguntó a su cuñado si tenía en casa la yegua torda . - En casa está - respondió Bruno , así se llamaba el aldeano - ; por cierto , que como ha sido año de pastos , parece una panera de gorda . Capaz está de llevarse encima el mismo pilón de la fuente de Carracedo . - No está de sobra - replicó Martina - , porque esta noche tiene que llevarnos a los dos a Bembibre . - ¿ A Bembibre ? - repuso el aldeano - , ¡ tú estás loca , muchacha ! - No , sino en mi cabal juicio - contestó ella - ; y enseguida , como estaba segura de la discreción de sus hermanos , se puso a contarles los sucesos de aquel día . Marido y mujer escuchaban la relación con el mayor interés , porque siendo renteros hereditarios de la casa de Arganza , y teniendo además a su servicio una persona tan allegada , parecían en cierto modo de la familia . No faltó en medio del relato aquello de : ¡ pobre señora ! , ¡ maldita vanidad ! , ¡ despreciar a un hombre como don Álvaro ! , ¡ pícaro conde ! y otras por el estilo , con que aquellas gentes sencillas , y poco dueñas , por lo tanto , de los primeros movimientos , significaban su afición a doña Beatriz , y al señor de Bembibre , cosa en que tantos compañeros tenían . Por fin , concluido el relato , la hermana de Martina se quedó como pensativa , y dijo a su marido con aire muy desalentado : - ¿ Sabes que una hazaña como esa puede muy bien costarnos los prados y tierras que llevamos en renta , y a más de esto , a más la malquerencia de un gran señor ? - Mujer - respondió el intrépido Bruno - ; ¿ qué estás ahí diciendo de tierras , y de prados ? ¡ No parece sino que doña Beatriz es ahí una extraña , o una cualquiera ! Y sobre todo , más fincas hay que las del señor de Arganza , y no es cosa de tantas cavilaciones eso de hacer el bien . Conque así , muchacha - añadió dando un pellizco a Martina - , voy ahora mismo a aparejar la torda , y ya verás qué paso llevamos los dos por esos caminos . - Anda , que no te pesará - respondió la sutil doncella , moviendo el bolsillo que le había dado su ama - ; que doña Beatriz no tiene pizca de desagradecida . Hay aquí más maravedís de oro que los que ganas en todo el año con el arado . - Pues por ahora - respondió el labriego - tu ama habrá de perdonar , que alguna vez han de poder hacer los pobres el bien sin codicia , y sólo por el gusto de hacerlo . Con que sea madrina del primer hijo que nos dé Dios , me doy por pagado y contento . Dicho esto , se encaminó a la cuadra silbando una tonada del país , y se puso a enalbardar la yegua con toda diligencia , en tanto que la mujer , contagiada enteramente de la resolución de su marido , decía a su hermana con cierto aire de vanidad : - ¡ Es mucho hombre este Bruno ! Por hacer bien , se echaría a volar desde el pico de la Aguiana . En esto ya volvía él con la yegua aderezada y sacándola por la puerta trasera de la huerta para meter menos ruido , montó en ella poniendo a Martina delante , y después de decir a su mujer que antes de amanecer estarían va de vuelta , se alejaron a paso acelerado . Era la torda animal muy valiente ; y así es que , a pesar de la carga , tardaron poco en verse en la fértil ribera de Bembibre , bañada entonces por los rayos melancólicos de la luna que rielaba en las aguas del Boeza , y en los muchos arroyos que , como otras tantas venas suyas , derraman la fertilidad y alegría por el llano . Como la noche estaba ya adelantada , por no despertar a la ya recogida gente del pueblo , torcieron a la izquierda y por las afueras se encaminaron al castillo , sito en una pequeña eminencia y cuyos destruidos paredones y murallas tienen todavía una apariencia pintoresca en medio del fresco paisaje que enseñorean . A la sazón , todo parecía en él muerto y silencioso ; pero los pasos del centinela en la plataforma del puente levadizo , una luz que alumbraba un aposento de la torre de en medio y esmaltaba sus vidrieras de colores y una sombra que de cuando en cuando se pintaba en ellos , daban a entender que el sueño no había cerrado los ojos de todos . Aquella luz era la del aposento de don Álvaro , y su sombra la que aparecía de cuando en cuando en la vidriera . El pobre caballero hacía días que apenas podía conciliar el sueño a menos de haberse entregado a violentas fatigas en la caza . Llegaron nuestros aventureros al foso y llamando al centinela dijeron que tenían que dar a don Álvaro un mensaje importante . El comandante de la guardia , viendo que sólo era un hombre y una mujer , mandó bajar el puente y dar parte al señor de la visita . Millán , que como paje andaba más cerca de su amo , bajó al punto a recibir a los huéspedes a quienes no conoció hasta que Martina le dio un buen pellizco diciéndole : - ¡ Hola , señor bribón ! , ¡ cómo se conoce que piensa su merced poco en las pobres reclusas y que al que se muere le entierran ! - Enterrada tengo yo el alma en los ojuelos de esa cara , reina mía - contestó él , con un tono entre chancero y apasionado - , ¿ pero qué diablos te trae a estas horas por esta tierra ? - Vamos , señor burlón - respondió ella - , enséñenos el camino y no quiera dar a su amo las sobras de su curiosidad . No fue menor la sorpresa de don Álvaro que la de su escudero , aunque su corazón présago y leal le dio un vuelco terrible . Cabalmente , el día antes había recibido nuevas de la guerra civil que amagaba en Castilla y de la cual mal podía excusarse ; y la idea de una ausencia en aquella ocasión agravaba no poco sus angustias . Martina le entregó silenciosamente el papel de su señora que leyó con una palidez mortal . Sin embargo , como hemos dicho más de una vez , no era de los que en las ocasiones de obrar se dejan abrumar por el infortunio . Repúsose , pues , lo mejor que pudo y empezó por preguntar a Martina si creía que hubiese algún medio de penetrar en el convento . - Sí , señor - respondió ella - , porque como más de una vez me ha ocurrido que con un señor tan testarudo como mi amo algún día tendríamos que hacer nuestra voluntad y no la suya , me he puesto a mirar todos los agujeros y resquicios , y he encontrado que los barrotes de la reja por dónde sale el agua de la huerta están casi podridos , y que con un mediano esfuerzo podrían romperse . - Sí , pero si tu señora ha de estarse encerrada en el monasterio mientras tanto , nada adelantamos con eso . - ¡ Qué ! , no señor - repuso la astuta aldeana - , porque como mi ama gusta de pasearse por la huerta hasta después de anochecer , muchas veces cojo yo la llave y se la llevo a la hortelana , pero como siempre me manda colgarla de un clavo , cualquier día puedo dejar otra en su lugar y quedarme con ella para salir a la huerta a la hora que nos acomode . - En ese caso - repuso don Álvaro - , di a tu señora que mañana a media noche me aguarde junto a la reja del agua . Tiempo es ya de salir de este infierno en que vivimos . - Dios lo haga - respondió la muchacha con un acento tal de sinceridad , que se conocía la gran parte que le alcanzaba en las penas de su señora , y un poco además del tedio de la clausura . Despidióse enseguida , porque ningún tiempo le sobraba para estar al amanecer en Villabuena , según lo reclamaba así su plan , como la urgencia del recado que llevaba de don Álvaro . Así que volvió a subir en la torda con el honrado Bruno , pero en brazos de Millán , y volvieron a correr por aquellos desiertos campos hasta que , al rayar el alba , se encontraron en las frescas orillas del Cúa . Cabalmente , tocaban entonces a las primeras oraciones , de consiguiente no pudo llegar más a tiempo . Al punto la rodearon las monjas preguntándole con su natural curiosidad qué era lo que había ocurrido . - ¿ Qué había de ser , pecadora de mí - respondió ella con el mayor enojo - , sino una sandez de las muchas de Tirso ? Vio caer a mi padre con el accidente que le da de tarde en tarde , y sin más ni más vino a alborotarnos aquí y hasta a Carracedo fue sin que nadie se lo mandase . No , pues si otra vez no escogen mejor mensajero , a buen seguro que yo me mueva , aunque de cierto se muera todo el mundo . Diciendo esto se dirigió a la celda de su señora dejando a las buenas monjas entregadas a sus reflexiones sobre la torpeza del pastor y lo pesado del chasco . El remiendo de Martina , aunque del mismo paño , como suele decirse , no estaba tan curiosamente echado que al cabo de algún tiempo no pudiesen verse las puntadas ; pero contaba con que tanto ella como su señora estuviesen ya por entonces al abrigo de los resultados . Don Álvaro salió de su castillo muy poco después de Martina , y encaminándose a Ponferrada subió el monte de Arenas , torció a la izquierda , cruzó el Boeza y sin entrar en la bailía tomó la vuelta de Cornatel . Caminaba orillas del Sil , ya entonces junto con el Boeza , y con la pura luz del alba , e iba cruzando aquellos pueblos y valles que el viajero no se cansa de mirar , y que a semejante hora estaban poblados con los cantares de infinitas aves . Ora atravesaba un soto de castaños y nogales , ora un linar cuyas azuladas flores semejaban la superficie de una laguna , ora praderas fresquísimas y de un verde delicioso , y de cuando en cuando solía encontrar un trozo de camino cubierto a manera de dosel con un rústico emparrado . Por la izquierda subían , en un declive manso a veces y a veces rápido , las montañas que forman la cordillera de la Aquiana con sus faldas cubiertas de viñedo , y por la derecha se dilataban hasta el río huertas y alamedas de gran frondosidad . Cruzaban los aires bandadas de palomas torcaces con vuelo veloz y sereno al mismo tiempo ; las pomposas oropéndolas y los vistosos gayos revoloteaban entre los árboles , y pintados jilgueros y desvergonzados gorriones se columpiaban en las zarzas de los setos . Los ganados salían con sus cencerros , y un pastor jovencillo iba tocando en una flauta de corteza de castaño una tonada apacible y suave . Si don Álvaro llevase el ánimo desembarazado de las angustias y sinsabores que de algún tiempo atrás acibaraban sus horas , hubiera admirado sin duda aquel paisaje que tantas veces había cautivado dulcemente sus sentidos en días más alegres ; pero ahora su único deseo era llegar pronto al castillo de Cornatel y hablar con el comendador Saldaña , su alcaide . Por fin , torciendo a la izquierda y entrando en una encañada profunda y barrancosa por cuyo fondo corría un riachuelo , se le presentó en la cresta de la montaña la mole del castillo iluminada ya por los rayos del sol , mientras los precipicios de alrededor estaban todavía oscuros y cubiertos de vapores . Paseábase un centinela por entre las almenas , y sus armas despedían a cada paso vivos resplandores . Difícilmente se puede imaginar mudanza más repentina que la que experimenta el viajero entrando en esta profunda garganta : la naturaleza de este sitio es áspera y montaraz , y el castillo mismo cuyas murallas se recortan sobre el fondo del cielo parece una estrecha atalaya entre los enormes peñascos que le cercan y al lado de los cerros que le dominan . Aunque el foso se ha cegado y los aposentos interiores se han desplomado con el peso de los años , el esqueleto del castillo todavía se mantienen en pie y ofrece el mismo espectáculo que entonces ofrecía visto de lejos . Don Álvaro cruzó el arroyo y comenzó a trepar la empinada cuesta en que serpenteaba el camino , que después de numerosas curvas y prolongaciones acababa en las obras exteriores del castillo . Iba su ánimo combatido de deseos y esperanzas , a cual más inciertas , pero determinado a aceptar las numerosas ofertas del comendador Saldaña y ponerlas a prueba en aquella ocasión , en que se trataba de algo más que su propia vida . Resuelto a esconder su plan y los resultados de él a los ojos de todo el mundo , y seguro de que la templanza y austeridad de su tío no le permitirían prestarle su ayuda , sus imaginaciones y esperanzas sólo descansaban en el alcaide de Cornatel . Su castillo de Bembibre no le ofrecía el sigilo necesario para la empresa que meditaba , so pena de encender la guerra en aquella pacífica comarca y , por otra parte , ningún velo pudiera encontrar tan tupido y espeso como el misterio temeroso y profundo que cercaba todas las cosas de aquella orden . El comendador que , según su inveterada costumbre , estaba en pie al romper el día , viendo un caballero que subía la cuesta , y conociéndole cuando ya estuvo más cerca , salió a recibir con , un afecto casi paternal a tan ilustre huésped , mirado entre todos los templarios como el apoyo más fuerte de su orden en aquella tierra . Era don Gutierre de Saldaña hombre ya entrado en días ; de regular estatura , pelo y barba como de plata ; pero ágil y fuerte en sus movimientos como un mancebo . Su semblante hubiera infundido sólo veneración a no ser por la inquietud y desasosiego de alma que privaba a aquel noble busto romano del reposo y calma que tan naturales adornos son de la ancianidad . Eran sus ojos vivos y rasgados de increíble fuerza , y en su frente , elevada y espaciosa , se pintaban como en un fiel espejo pensamientos semejantes a las nubes tormentosas que coronan las montañas , que unas veces se disipan azotadas del viento y otras veces descargan sobre la atemorizada llanura . Cualquiera al verle hubiera dicho que las pasiones habían ejecutado su estrago en aquel natural poderoso y enérgico , pero de cuantas habían agitado su juventud , para todos desconocida y enigmática , sólo una había quedado por señora de aquel alma profunda e insondable como un abismo . Esta pasión era el amor a su orden y el deseo de acrecentar su honra y su opulencia , término cuyo logro no encontraba en él diferencia en los caminos . Su vida se había pasado en la Tierra Santa en continuas batallas con los infieles y en medio de los odios de los caballeros de San Juan y de los príncipes que tan fieros golpes dieron al poder de los cristianos en la Siria , y por último , había asistido a la ruina de San Juan de Acre o Tolemaida , postrer baluarte de la cruz en aquellas regiones apartadas . Entonces dio la vuelta a España , su patria , herida su alma altiva y rebelde en lo más vivo , pensando en la Tierra Santa que perdían para siempre sus hermanos , y cargado , en fin , con todos los vicios que legítimamente podían atribuirse a la milicia del Temple . Parecióle que , en vista de la tibieza con que la Europa comenzaba a mirar la conquista de ultramar , sólo para los templarios estaba guardada tamaña empresa , y en el desvarío de su despecho y de su orgullo llegó a imaginar la Europa entera convertida en una monarquía regida por el gran maestre , y que al son de las trompetas de la orden y alrededor del Balza se movía de nuevo y como animada de una sola voluntad en demanda del Santo Sepulcro . El ejemplo de los caballeros teutónicos en Alemania acabó de encender su fantasía volcánica , y vueltos sus ojos a Jerusalén , trabajando sin cesar por el engrandecimiento de su hermandad y codiciando para ella alianzas y apoyos en todas partes , sus amigos se habían convertido para él en hijos queridos y sus contrarios en criaturas odiosas , como si el mismo infierno las vomitara . Aquel alma sombría y tremenda , exacerbada con la desgracia y lejos de la abnegación y la humildad , fuentes puras de la institución , se había amargado con las aguas del orgullo y de la venganza , móvil entonces el más poderoso de sus acciones . Comoquiera , la fe iluminaba todavía aquel abismo , si bien su luz hacía resaltar más sus tinieblas . Este hombre extraordinario quería a don Álvaro con pasión , no sólo a causa de su confedración con la orden , sino por sus prendas hidalgas y elevado ingenio . No parecía sino que un reflejo de sus días juveniles se pintaba en aquella figura de tan noble y varonil belleza . Hasta le habían oído hablar con una mal disimulada emoción de la desdichada pasión del noble mancebo , cosa extraña en su austeridad y adusto carácter . Los recientes sucesos de Francia acababan de dar la última mano a sus extraños proyectos , porque una vez arrojado el guante por los príncipes , la poderosa orden del Temple tendría que presentar la gran batalla , de la cual , en su entender , debía resultar la total sumisión de la Europa y tras de ella la reconquista de Jerusalén . Sin embargo , por muchas que fueran las tinieblas con que el orgullo y el error cegaban su entendimiento , de cuando en cuando la verdad le mostraba algún vislumbre que si no bastaba para disiparlas , sobraba para introducir en su alma la inquietud y el recelo . Con esto se había llegado a hacer más ceñudo y menos tratable que de costumbre , y fuese por respeto a sus meditaciones o por motivo menos piadoso , los caballeros y aspirantes esquivaban su conversación . Paseábase , pues , solo en uno de los torreones que miran hacia poniente cuando divisó , con su vista de águila y acostumbrada a distinguir los objetos a largas distancias en los vastos desiertos de la Siria , a nuestro caballero que con su paje de lanza iban subiendo a buen paso el agrio repecho que conducía y conduce al castillo . Bajó , pues , a la puerta misma a recibirlo , no sólo con la cortesía propia de su clase , sino también con la sincera cordialidad que siempre le inspiraba aquel gallardo mancebo . - ¿ De dónde bueno tan temprano ? - le dijo abrazándole estrechamente . - De mi castillo de Bembibre - respondió el caballero . - ¡ De Bembibre ! - contestó el comendador como admirado - . Quiere decir que habéis andado de noche y que vuestra prisa debe ser muy grande y ejecutiva . Don Álvaro hizo una señal de afirmación con la cabeza , y el anciano , después de examinarle atentamente , le dijo : - ¡ Por el Santo Sepulcro , que tenéis el mismo semblante que teníamos los templarios el día que nos embarcamos para Europa ! ¿ Qué os ha pasado en este mes en que no hemos podido echaros la vista encima ? - Ni yo mismo sabría decíroslo - respondió don Álvaro - , y sobre todo aquí - añadió echando una mirada alrededor . - Sí , sí , tenéis razón - contestó Saldaña , y asiéndose de su brazo subió con él al mismo torreón en que antes estaba . - ¿ Qué es lo que pasa ? - preguntó de nuevo el comendador . El joven por única respuesta sacó del seno la carta de doña Beatriz y se la entregó . Como era tan breve , el comendador la recorrió de una sola ojeada , y dijo , frunciendo el entrecejo , de una manera casi feroz , aunque en voz baja : - ¡ Ira de Dios , señores villanos ! , ¿ conque queréis acorralarnos y destrozar además el pecho de gentes que valen algo más que vosotros ? ¿ Y qué habéis pensado ? - repuso volviéndose a don Álvaro . - He pensado arrancarla de su convento aunque hubiese de romper por medio de todas las lanzas de Castilla ; pero llevarla a mi castillo ofrece muchos riesgos para ella , y venía a pediros ayuda y consejo . - Ni uno ni otro os faltarán . Habéis obrado como discreto , porque si a vuestro castillo os la llevaseis o tendríais que abrir de grado sus puertas a quien fuese a buscarla , o se encendería al punto la guerra , cosa que daría gran pesar a vuestro tío y a nadie traería ventaja por ahora . - Si yo pudiera esconderla en las cercanías - repuso don Álvaro - hasta que pasase el primer alboroto , la pondría después en un convento de la Puebla de Sanabria , donde es abadesa una pariente mía . - Pues , en ese caso - replicó Saldaña - , traedla a Cornatel , porque si a buscarla vinieren , a fe que no la encontrarán . Junto al arroyo , y cubierta con malezas al lado de una cruz de piedra , está la mina del castillo , y por allí podéis introducirla . En mis aposentos no entra nadie , y nadie de consiguiente la verá . Pero a lo que dice la carta , mucha diligencia habéis menester para impedir un suceso que ha de quedar concluido pasado mañana . - Y tanta - respondió don Álvaro - , que esta misma noche pienso dar cima a la empresa - y enseguida le contó la visita de Martina y la traza concertada que al comendador le pareció muy bien . Quedáronse entonces entrambos en silencio como embebecidos en la contemplación del soberbio punto de vista que ofrecía aquel alcázar reducido y estrecho , pero que semejante al nido de las águilas , dominaba la llanura . Por la parte de oriente y norte le cercaban los precipicios y derrumbaderos horribles , por cuyo fondo corría el riachuelo que acababa de pasar don Álvaro , con un ruido sordo y lejano , que parecía un continuo gemido . Entre norte y ocaso se divisaba un trozo de la cercana ribera del Sil lleno de árboles y verdura , más allá del cual se extendía el gran llano del Bierzo poblado entonces de monte y dehesas , y terminado por las montañas que forman aquel hermoso y feraz anfiteatro . El Cúa , encubierto por las interminables arboledas y sotos de sus orillas , corría por la izquierda al pie de la cordillera , besando la falda del antiguo Berdigum , y bañando el monasterio de Carracedo . Y hacia el poniente , por fin , el lago azul y transparente de Carucedo , harto más extendido que en el día , parecía servir de espejo a los lugares que adornan sus orillas y a los montes de suavísimo declive que le encierran . Crecían al borde mismo del agua encinas corpulentas y de ramas pendientes parecidas a los sauces que aún hoy se conservan , chopos altos y doblegadizos como mimbres que se mecían al menor soplo del viento , y castaños robustos y de redonda copa . De cuando en cuando una bandada de lavancos y gallinetas de agua revolaba por encima describiendo espaciosos círculos , y luego se precipitaba en los espadañales de la orilla o levantando el vuelo desaparecía detrás de los encarnados picachos de las Médulas . Saldaña tenía clavados los ojos en el lago , mientras don Álvaro , siguiendo con la vista las orillas del Cúa , procuraba en vano descubrir el monasterio de Villabuena oculto por un recodo de los montes . - ¡ Dichosas orillas del mar Muerto ! - prorrumpió , por fin , con un suspiro el anciano comendador - . ¡ Cuánto más agradables y benditas eran para mí sus arenas que la frescura y lozanía que engalana aquellas orillas ! Aquella repentina exclamación que revelaba el sentido de sus largas meditaciones , arrancó de su distracción a don Álvaro . Acercóse entonces al templario , y le dijo : - ¿ No confiáis en que los caballos del Temple vuelvan a beber las aguas del Cedrón ? - ¡ Qué sino confío ! - exclamó el caballero con una voz semejante a la de una trompeta - . ¿ Y quién sino esta confianza mantiene la hoguera de mi juventud bajo la nieve de estas canas ? ¿ Por qué conservo a mi lado esta espada , sino es por la esperanza de lavarla en el Jordán del orín de la mengua y del vencimiento ? - Os confieso - contestó don Álvaro - que , al ver la tormenta que parece formarse contra vuestra orden , algunas veces he llegado a dudar de vuestras glorias futuras y hasta de vuestra existencia . - Sí - replicó el templario con amargura - , ese es el premio que da Felipe en Francia a los que le salvaron de las garras de un populacho amotinado . Ese sin duda el que nos prepara el rey don Jaime por haber criado en nuestro nido el águila que con un vuelo glorioso fue a posarse en las mezquitas de Valencia y las montañas de Mallorca . Ese tal vez el que don Fernando el IV guarda a los únicos caballeros que entre los lobos hambrientos de Castilla no han embestido su mal guardado rebaño . Pero nosotros saldremos de las sombras de la calumnia como el sol de las tinieblas de la noche ; nosotros abatiremos a los soberbios y levantaremos a los humildes ; nosotros reuniremos el mundo al pie del Calvario , y allí comenzará para él la era nueva . - ¿ Habéis oído alguna vez las reflexiones de mi tío ? - Vuestro tío es una estrella limpia y sin mancha en el cielo de nuestra orden - replicó el comendador - , y tal vez dice verdad ; pero vuestro tío se olvida - añadió con orgulloso entusiasmo - que el primer don del cielo es el valor que todavía habita en el corazón de los templarios como en su tabernáculo sagrado . Acaso es cierto que el orgullo nos ha corrompido ; ¿ pero quién ha vertido más sangre por la causa de Dios ? ¿ Dónde estaban para nosotros el cariñoso calor del hogar doméstico , el noble ardor de la ciencia y el reposo del claustro ? ¿ Qué nos quedaba sino el poder y la gloria ? Cualquiera que sea nuestra culpa , con nuestra sangre la volveremos a lavar , y con nuestras lágrimas en las ruinas del palacio de David . Pero ¿ quiénes son esos gusanos viles que han dejado el sepulcro de Cristo en poder de los perros de Mahoma para juzgarnos a nosotros , a quien todo el poder del cielo y del infierno apenas fue bastante a arrojar de aquellas riberas ? Calló entonces por un rato , y después , tomando la mano de su compañero , le dijo con un acento casi enternecido . - Don Álvaro , vuestra alma es noble y no hay cosa que no comprenda , pero vos no sabéis lo que es haber sido dueños de aquella tierra milagrosa y haberla perdido . Vos no podéis imaginaros a Jerusalén en medio de su gloria y majestad . Y ahora - continuó con los ojos casi bañados de lágrimas - , ahora está sentada en la soledad llorando , hilo a hilo en la noche , y sus lágrimas en sus mejillas . El laúd de los trovadores ha callado como las arpas de los profetas , y ambos gimen al son del viento colgados de los sauces de Babilonia . Pero nosotros volveremos del destierro - añadió con un tono casi triunfante y levantaremos otra vez sus murallas con la espada en una mano y la llana en la otra , y entonaremos en sus muros el cántico de Moisés al pie de la cruz en que murió el Hijo del Hombre . Aquel rostro surcado por los años se había encendido , y su noble figura , animada por el fuego que inspiran todas las pasiones verdaderas y vestida con aquel hermoso ropaje blanco que tan bien decía con su edad , asomada a los precipicios de Cornatel que por su hondura y oscuridad pudieran compararse al valle de la muerte , parecía el profeta Ezequiel evocando los muertos de sus sepulcros para el juicio final . Don Álvaro , que tan fácilmente se dejaba subyugar por todas las emociones generosas , apretó fuertemente la mano del anciano y le dijo conmovido : - Dichoso el que pudiera contribuir a la santa obra . No será mi brazo el que os falte . - Mucho podéis hacer - contestó Saldaña - . ¡ Quiera Dios coronar nuestros nobles intentos ! Bajaron entonces a los aposentos del comendador , que eran unas cuantas cámaras de tosca estructura , una de las cuales tenía una escalera que descendía a la mina . Saldaña entregó a don Álvaro la llave de la puerta o trampa exterior , y bajando con él le hizo notar todos los ánditos y pasadizos subterráneos . Volvieron otra vez a los aposentos donde hicieron una frugal comida , y al caer el sol salió de nuevo don Álvaro con su escudero . Habíale ofrecido Saldaña algunas buenas lanzas por si quería escolta con que mejor asegurar su intento , pero el joven la rehusó prudentemente , haciéndole ver que el golpe era de astucia y no de fuerza , y que cuanto pudiese llamar la atención perjudicaría su éxito . Encaminóse , pues , solo con su escudero a la orilla del Sil , que cruzó por la barca de Villadepalos . Después se internó en la dehesa que ocupaba entonces la mayor parte del fondo del Bierzo , y dando un gran rodeo para evitar el paso por Carracedo tomó , ya muy entrada la noche , la vuelta de Villabuena . Tiempo es ya de que volvamos a doña Beatriz , cuya situación era sin duda la más violenta y terrible de todas . La agitación nerviosa y calenturienta que le había causado la terrible escena con su padre , y la inminencia del riesgo , le habían dado fuerzas para arrojarse a cualquier extremo a trueque de huir de los peligros que la amagaban , pero cuando Martina desapareció para llevar su mensaje y aquella violenta agitación se fue calmando para venir a parar , por último , en una especie de postración , comenzó a ver su conducta bajo diverso aspecto , a temblar por lo que iba a suceder como había temblado por lo pasado , y a encontrar mil dudas y tropiezos , donde su pasión sólo había visto antes resolución y caminos llanos . Ningún empacho había tenido el día de su encierro en solicitar la entrevista de la iglesia , porque semejante paso sólo iba encaminado a contener a su amante en los límites del deber , e inclinarle al respeto en todo lo que emanase de su padre . La paz de aquella tierra y la propia opinión la habían determinado a semejante paso ; pero ahora , tal vez para encender esta guerra , para confiarse a la protección de su amante , para arrojarse a las playas de lo futuro sin el apoyo de su padre , sin las bendiciones de su madre , era para lo que llamaba a don Álvaro . Aquel era su primer acto de rebelión , aquel el primer paso fuera del sendero trillado y hasta allí fácil de sus deberes , y la propensión al sacrificio que descansa en el fondo de todas las almas generosas no dejó también de levantarse para echarle en cara que , atenta únicamente a su ventura , no pensaba en la soledad y aflicción que envenenarían los últimos días de sus ancianos padres . Su pobre madre en particular , tan enferma y lastimada , se le representaba , sucumbiendo bajo el peso de su falta y extendiendo sus brazos a su hija que no estaba allí para cerrarle los ojos y recoger su último suspiro . Si tales reflexiones se hubieran representado solas a su imaginación , claro es que hubiesen dado en el suelo con todos sus propósitos ; pero el vivo resentimiento que la violencia de su padre le causaba , y la frialdad de alma del conde , cuyos ruines propósitos ni aun bajo el velo de la cortesía habían llegado a encubrirse , le restituían toda la presencia de ánimo que era menester en tan apurado trance . Y como entonces no dejaba de aparecerse a su imaginación la noble y dolorida figura de don Álvaro , que venía a pedirle cuenta de sus juramentos y a preguntarle con risa sardónica qué había hecho de su pasión , de aquella adoración profunda , culto verdadero con que siempre la había acatado , sus anteriores sentimientos al punto cedían a los que más fácil y natural cabida habían hallado en su corazón . De esta manera , dudas , temores , resolución y arrepentimientos se disputaban aquel combatido y atribulado espíritu . La vuelta de Martina , que con tanta prontitud como ingenio había desempeñado su ardua comisión , la asustó más que la alegró , porque era señal de que aquella tremenda crisis tocaba a su término . Contóle con alegría y viveza la muchacha todas las menudencias de su correría , y concluyó con la noticia de que aquella misma noche , a las doce , don Álvaro entraría por la reja del agua en la huerta , y que entrambas se marcharían a donde Dios se la deparase con sus amantes , porque , como decía el señor de Bembibre , era aquel demasiado infierno para tres personas solas . Doña Beatriz , que había estado paseando a pasos desiguales por la habitación , cruzando las manos sobre el pecho de cuando en cuando , y levantando los ojos al cielo , se volvió entonces a Martina y le dijo con ceño : - ¿ Y cómo , loca , aturdida , le sugeriste semejante traza ? ¿ Te parece a ti que son estos juegos de niño ? - A mí no - contestó con despejo la aldeana - , a quien se lo parece es al testarudo de vuestro padre y al otro danzante de Galicia . Esos sí que miran como juego de niños echaros el lazo al pescuezo y llevaros arrastrando por ahí adelante . ¡ Miren que aliño de casa estaría , la mujer llorando por los rincones y el marido por ahí urdiéndolas y luego regañando si le salen mal ! Doña Beatriz , al oír esta pintura tan viva como exacta de la suerte que le destinaban , levantó los ojos al cielo retorciéndose las manos , y Martina entre enternecida y enojada le dijo : - ¡ Vamos , vamos , que ese caso no llegará Dios mediante ! ¡ Con tantos pesares ya habéis perdido el color , ni más ni menos que el otro , que parece que le han desenterrado ! Esta noche salimos de penas y veréis qué corrida damos por esos campos de Dios . Una libra de cera he ofrecido a la Virgen de la Encina si salimos con bien . Todas estas cosas , que a manera de torbellino salían de la rosada boca de aquella muchacha , no bastaron a sacar a doña Beatriz de su distracción inquieta y dolorida . Llegó , por fin , la tarde , y como no se dispusiese a salir de la celda , su criada le hizo advertir que mal podían ejecutar su intento si no iban a la huerta . Entonces , la señora se levantó como si un resorte la hubiera movido , y como para desechar toda reflexión inoportuna , se encaminó precipitadamente al sitio de sus acostumbrados paseos . Era la tarde purísima y templada , y la brisa que discurría perezosamente entre los árboles apenas arrancaba un leve susurro de sus hojas . El sol se acercaba al ocaso por entre nubes de variados matices , y bañaba las colinas cercanas , las copas de los árboles y la severa fábrica del monasterio de una luz cuyas tintas variaban , pero de un tono general siempre suave y apacible . Las tórtolas arrullaban entre los castaños , y el murmullo del Cúa tenía un no sé qué de vago y adormecido que inclinaba el alma a la meditación . Difícil era mirar sin enternecimiento aquella escena sosegada y melancólica , y el alma de doña Beatriz tan predispuesta de continuo a esta clase de emociones , se entregaba a ellas con toda el ansia que sienten los corazones llagados . Cierto era que con pocas alegrías podía señalar los días que había pasado en aquel asilo de paz , pero al cabo el cariño con que había sido acogida y el encanto que derramaba en su pecho la santa calma del claustro , tenían natural atractivo a sus ojos . ¿ Quién sabe lo que le aguardaba el porvenir en sus regiones apartadas ? ... Doña Beatriz se sentó al pie de un álamo , y desde allí , como por despedida , tendía dolorosas miradas a todos aquellos sitios , testigos y compañeros de sus pesares , a las flores que había cuidado con su mano , a los pájaros para quienes había traído cebo más de una vez , y a los arroyos , en fin , que tan dulce y sonoramente murmuraban . Embebecida en estos tristes pensamientos no echó de ver que el sol se había puesto y callado las tórtolas y pajarillos , hasta que la campana del convento tocó a las oraciones . Aquel son que se prolongaba por las soledades y se perdía entre las sombras del crepúsculo , asustó a doña Beatriz , que lo escuchó como si recibiera un aviso del cielo , y volviéndose a su criada le dijo : - ¿ Lo oyes , Martina ? Esa es la voz de Dios que me dice : « Obedece a tu padre . » ¿ Cómo he podido abrigar la loca idea de apelar a la ayuda de don Álvaro ? - ¿ Sabéis lo que yo oigo ? - replicó la muchacha con algo de enfado - ; pues es ni más ni menos que un aviso para que os recojáis a vuestra celda y tengáis más juicio y resolución , procurando dormir un poco . - Te digo - la interrumpió doña Beatriz - que no huiré con don Álvaro . - Bien está , bien está - repuso la doncella - , pero andad y decídselo vos , porque al que le vaya con la nueva , buenas albricias le mando . Lo que yo siento es haberme dado semejante prisa por esos caminos , que no hay hueso que bien me quiera , y a mí me parece que tengo calentura . ¡ Trabajo de provecho , así Dios me salve ! En esto entraron en el convento , y Martina se fue a la celda de la hortelana donde , contra las órdenes de su ama , hizo el trueque de llaves proyectado . Las noches postreras de mayo duran poco , y así no tardaron en oír las doce en el reloj del convento . Ya antes que dieran , había hecho su reconocimiento por los tenebrosos claustros la diligente Martina , y entonces , volviéndose a su ama , le dijo : - Vamos , señora , porque estoy segura de que ya ha limado o quebrado los barrotes , y nos aguarda como los padres del Limbo el santo advenimiento . - Yo no tengo fuerzas , Martina - replicó doña Beatriz acongojada - , mejor es que vayas tú sola y le digas mi determinación . - ¿ Yo , eh ? - respondió ella con malicia - . ¡ Pues no era mala embajada ! Mujer soy y él un caballero de los más cumplidos , pero mucho sería que no me arrancase la lengua . Vamos , señora - añadió con impaciencia - ; poco conocéis el león con quien jugáis . Si tardáis , es capaz de venir a vuestra misma celda y atropellarlo todo . ¡ Sin duda , queréis perdernos a los tres ! Doña Beatriz , no menos atemorizada que subyugada por su pasión , salió apoyada en su doncella y entrambas llegaron a tientas a la puerta del jardín . Abriéronla con mucho cuidado , y volviendo a cerrarla de nuevo se encaminaron apresuradamente hacia el sitio de la cerca por donde salía el agua del riego . Como la reja , contemporánea de don Bernardo el Gotoso , estaba toda carcomida de orín , no había sido difícil a un hombre vigoroso como don Álvaro arrancar las barras necesarias para facilitar el paso desahogado a una persona , de manera que cuando llegaron ya el caballero estaba de la parte de adentro . Tomó silenciosamente la mano de doña Beatriz , que parecía de hielo y la dijo : - Todo está dispuesto , señora ; no en vano habéis puesto en mí vuestra confianza . Doña Beatriz no contestó , y don Álvaro repuso con impaciencia : - ¿ Qué hacéis ? ¿ Tanto tiempo os parece que nos sobra ? - Pero , don Álvaro - preguntó ella - , con sólo la mira de ganar tiempo ¿ a dónde queréis llevarme ? El caballero le explicó entonces rápida , pero claramente , todo su plan , tan juicioso como bien concertado , y al acabar su relación doña Beatriz volvió a guardar silencio . Entonces la zozobra y la angustia comenzaron a apoderarse del corazón de don Álvaro que también se mantuvo un rato sin hablar palabra , fijos los ojos en os de doña Beatriz que no se alzaban del suelo . Por fin , acallando en lo posible sus recelos , le dijo con voz algo trémula : - Doña Beatriz , habladme con vuestra sinceridad acostumbrada . ¿ Habéis mudado por ventura de resolución ? - Sí , don Álvaro - contestó ella con acento apagado y sin atreverse a alzar la vista - , yo no puedo huir con vos sin deshonrar a mi padre . Soltó él entonces la mano , como si de repente se hubiera convertido entre las suyas en una víbora ponzoñosa y clavando en ella una mirada casi feroz , le dijo con tono duro y casi sardónico : - ¿ Y qué quiere decir entonces vuestro dolorido y extraño mensaje ? - ¡ Ah ! - contestó ella con voz dulce y sentida - , ¿ de ese modo me dais en el rostro con mi flaqueza ? - Perdonadme - respondió él - , porque cuando pienso que puedo perderos , mi razón se extravía y el dolor llega a hacerme olvidar hasta de la generosidad . Pero decidme , ¡ ah ! , decidme - continuó arrojándose a sus pies - que vuestros labios han mentido cuando así queríais apartarme de vos . ¿ No vais con vuestro esposo , con el esposo de vuestro corazón ? Esto no puede ser más que una fascinación pasajera . - No es sino verdadera resolución . - ¿ Pero lo habéis pensado bien ? - repuso don Álvaro - . ¿ No sabéis que mañana vendrán por vos para llevaros a la iglesia y arrancaros la palabra fatal ? Doña Beatriz se retorció las manos lanzando sordos gemidos , y dijo : - Yo no obedeceré a mi padre . - Y vuestro padre os maldecirá , ¿ no lo oísteis ayer de su misma boca ? - ¡ Es verdad , es verdad ! - exclamó ella espantada y revolviendo los ojos - , él mismo lo dijo . ¡ Ah ! - añadió enseguida con el mayor abatimiento - , hágase entonces la voluntad de Dios y la suya . Don Álvaro al oírla se levantó del suelo , donde todavía estaba arrodillado , como si se hubiese convertido en una barra de hierro ardiendo y se plantó en pie delante de ella con un ademán salvaje y sombrío , midiéndola de alto a bajo con sus fulminantes miradas . Ambas mujeres se sintieron sobrecogidas de terror , y Martina no pudo menos de decir a su ama casi al oído : - ¿ Qué habéis hecho , señora ? Por fin don Álvaro hizo uno de aquellos esfuerzos que sólo a las naturalezas extremadamente enérgicas y altivas son permitidos , y dijo con una frialdad irónica y desdeñosa que atravesaba como una espada el corazón de la infeliz : - En ese caso , sólo me resta pediros perdón de las muchas molestias que con mis importunidades os he causado , y rendir aquí un respetuoso y cortés homenaje a la ilustre condesa de Lemus , cuya vida colme el cielo de prosperidad . Y con una profunda reverencia se dispuso a volver las espaldas , pero doña Beatriz , asiéndole del brazo con desesperada violencia , le dijo con voz ronca : - ¡ Oh ! , ¡ no así , no así , don Álvaro ! ¡ Cosedme a puñaladas si queréis , que aquí estamos solos y nadie os imputará mi muerte , pero no me tratéis de esa manera , mil veces peor que todos los tormentos del infierno ! - ¿ Doña Beatriz , queréis confiaros a mí ? - Oídme don Álvaro , yo os amo , yo os amo más que a mi alma , jamás seré del conde ... pero , escuchadme no me lancéis esas miradas . - ¿ Queréis confiaros a mí y ser mi esposa , la esposa de un hombre que no encontrará en el mundo más mujer que vos ? - ¡ Ah ! - contestó ella congojosamente y como sin sentido - ; sí , con vos , con vos hasta la muerte entonces cayo desmayada entre los brazos de Martina y del caballero . - ¿ Y qué haremos ahora ? - preguntó éste . - ¿ Qué hemos de hacer ? - contestó la criada - sino acomodarla delante de vos en vuestro caballo y marcharnos lo más aprisa que podamos . Vamos , vamos , ¿ no habéis oído sus últimas palabras ? Algo más suelta tenéis la lengua que mañosas las manos . Don Álvaro juzgó lo más prudente seguir los consejos de Martina , y acomodándola en su caballo con ayuda de Martina y Millán salió a galope por aquellas solitarias campiñas , mientras escudero y criada hacían lo propio . El generoso Almanzor , como si conociese el valor de su carga , parece que había doblado sus fuerzas y corría orgulloso y engreído , dando de cuando en cuando gozosos relinchos . En minutos llegaron como un torbellino al puente del Cúa y , atravesándolo , comenzaron a correr por la opuesta orilla con la misma velocidad . El viento fresco de la noche y la impetuosidad de la carrera habían comenzado a desvanecer el desmayo de doña Beatriz , que asida por aquel brazo a un tiempo cariñoso y fuerte , parecía trasportada a otras regiones . Sus cabellos sueltos por la agitación y el movimiento ondeaban alrededor de la cabeza de don Álvaro como una nube perfumada , y de cuando en cuando rozaban su semblante . Como su vestido blanco y ligero resaltaba a la luz de la luna más que la oscura armadura de don Álvaro , y semejante a una exhalación celeste entre nubes , parecía y desaparecía instantáneamente entre los árboles , se asemejaba a una sílfide cabalgando en el hipógrifo de un encantador . Don Álvaro , embebido en su dicha , no reparaba que estaban cerca del monasterio de Carracedo , cuando de repente una sombra blanca y negra se atravesó rápidamente en medio del camino y con una voz imperiosa y terrible gritó : - ¿ A dónde vas , robador de doncellas ? El caballo , a pesar de su valentía , se paró , y doña Beatriz y su criada , por un común impulso , restituida la primera al uso de sus sentidos por aquel terrible grito , y la segunda casi perdido el de los suyos de puro miedo , se tiraron inmediatamente al suelo . Don Álvaro bramando de ira , metió mano a la espada , y picando con entrambas espuelas , se lanzó contra el fantasma en quien reconoció con gran sorpresa suya al abad de Carracedo . - ¡ Cómo así - le dijo en tono áspero - , un señor de Bembibre trocado en salteador nocturno ! - Padre - le interrumpió don Álvaro - , ya sabéis que os respeto a vos y a vuestro santo hábito , pero , por amor de Dios y de la paz , dejadnos ir nuestro camino . No queráis que manche mi alma con la sangre de un sacerdote del Altísimo . - Mozo atropellado - respondió el monje , que no respetas ni la santidad de la casa del Señor ; ¿ cómo pudiste creer que yo no temería tus desafueros y procuraría salirte al paso ? - Pues habéis hecho mal - replicó don Álvaro rechinando los dientes - . ¿ Qué derecho tenéis vos sobre esa dama ni sobre mí ? - Doña Beatriz - respondió el abad con reposo - estaba en una casa en que ejerzo autoridad legítima y de donde fraudulentamente la habéis arrancado . En cuanto a vos , esta cabeza calva os dirá más que mis palabras . Don Álvaro entonces se apeó y envainando su espada y procurando serenarse le dijo : - Ya veis , padre abad , que todos los caminos de conciliación y buena avenencia estaban cerrados . Nadie mejor que vos puede juzgar de mis intenciones , pues que no ha muchos días os descubrí mi alma como si os hablara en el tribunal de la penitencia , así pues , sed generoso , amparad al afligido y socorred al fugitivo y no apartéis del sendero de la virtud y la esperanza dos almas a quienes sin duda en la patria común unió un mismo sentimiento antes de llegar a la patria del destierro . - Vos habéis arrebatado con violencia a una principal doncella del asilo que la guardaba , y este es un feo borrón a los ojos de Dios y de los hombres . Doña Beatriz , entonces , se adelantó con su acostumbrada y hechicera modestia y le dijo con su dulce voz : - No , padre mío , yo he solicitado su ayuda , yo he acudido a su valor , yo me he arrojado en sus brazos y heme aquí . Entonces le contó rápidamente y en medio del arrebato de la pasión las escenas del locutorio , su desesperación , sus dudas y combates , y exaltándose con la narración , concluyó asiendo el escapulario del monje con el mayor extremo del desconsuelo y exclamando : - Oh , padre mío , libradme de mi padre , libradme de este desgraciado a quien he robado su sosiego , y sobre todo , libradme de mí misma porque mi razón está rodeada de tinieblas y mi alma se extravía en los despeñaderos de la angustia que hace tanto tiempo me cercan . Quedóse todo entonces en un profundo silencio que el abad interrumpió por fin con su voz bronca y desapacible , pero trémulo a causa del involuntario enternecimiento que sentía : - Don Álvaro - dijo - , doña Beatriz se quedará conmigo para volver a su convento y vos tornaréis a Bembibre . - Ya que tratáis de arrancarla de mis manos , debierais antes arrancarme la vida . Dejadnos ir nuestro camino , y ya que no queréis contribuir a la obra de amor , no provoquéis la cólera de quien os ha respetado aun en vuestras injusticias . Apartaos os digo ; o por quien soy , que todo lo atropello , aun la santidad misma de vuestra persona . - ¡ Infeliz ! - contestó el anciano - , los ojos de tu alma están ciegos con tu loca idolatría por esta criatura . Hiéreme y mi sangre irá en pos de ti gritando venganza como la de Abel . Don Álvaro , fuera de sí de enojo , se acercó para arrancar a doña Beatriz de manos del abad , usando si preciso fuese de la última violencia , cuando ésta se interpuso y le dijo con calma : - Deteneos , don Álvaro , todo esto no ha sido más que un sueño de que despierto ahora , y yo quiero volverme a Villabuena , de donde nunca debí salir . Quedóse don Álvaro yerto de espanto y como petrificado en medio de su colérico arranque y , sólo acertó a replicar con voz sorda : - ¿ A tanto os resolvéis ? - A tanto me resuelvo - contestó ella . - Doña Beatriz - exclamó don Álvaro con una voz que parecía querer significar a un tiempo las mil ideas que se cruzaban y chocaban en su espíritu , pero como si desconfiase de sus fuerzas se contentó con decir - : ¡ Doña Beatriz ... adiós ! Y se dirigió a donde estaba su caballo con precipitados pasos . La desdichada señora rompió en llanto y sollozos amarguísimos , como si el único eslabón que la unía a la dicha se acabase de romper en aquel instante . El abad , entonces , penetrado de misericordia , se acercó rápidamente a don Álvaro y , asiéndole del brazo , le trajo como a pesar suyo delante de doña Beatriz : - No os partiréis de ese modo - le dijo entonces - , no quiero que salgáis de aquí con el corazón lleno de odio . ¿ No tenéis confianza ni en mis canas ni en la fe de vuestra dama ? - Yo sólo tengo confianza en las lanzas moras y en que Dios me concederá una muerte de cristiano y de caballero . - Escuchadme , hijo mío - añadió el monje con más ternura de la que podía esperarse en su carácter adusto y desabrido - ; tú eres digno de suerte más dichosa y sólo Dios sabe cómo me atribulan tus penas . Gran cuenta darán a su justicia los que así destruyen su obra ; yo , que soy su delegado aquí y ejerzo jurisdicción espiritual , no consentiré en ese malhadado consorcio , manantial de vuestra desventura . He visto qué premio dan a tu hidalguía y en mí encontrarás siempre un amparo . Tú eres la oveja sola y extraviada , pero yo te pondré sobre mis hombros y te traeré al redil del consuelo . - Y yo - repuso doña Beatriz - renuevo aquí , delante de un ministro del altar , el juramento que tengo ya hecho y de que no me hará perjurar ni la maldición misma de mi padre . ¡ Oh , don Álvaro ! , ¿ por qué queréis separaros de mí en medio de vuestra cólera ? ¿ Nada os merecen las persecuciones que he sufrido y sufro por vuestro amor ? ¿ Es esa la confianza que ponéis en mi ternura ? ¿ Cómo no veis que si mi resolución parece vacilar es que mis fuerzas flaquean y mi cabeza se turba en medio de la agonía que sufro sin cesar , yo , desdichada mujer , abandonada de los míos , sin más amparo que el de Dios y el vuestro ? El despecho de don Álvaro se convirtió en enternecimiento , cuando vio que el descubrimiento del abad y el inesperado cambio de doña Beatriz se trocaban en bondad paternal y en tiernas protestas . Su índole natural era dulce y templada , y aquella propensión a la cólera y a la dureza que en él se notaba hacía algún tiempo provenía de las contrariedades y sinsabores que por todas partes le cercaban . - Bien veis , venerable señor - dijo al abad - , que mi corazón no se ha salido del sendero de la sumisión , sino cuando la iniquidad de los hombres me ha lanzado de él . Han querido arrebatármela y eso es imposible , pero si vos queréis mediar y me ofrecéis que no se llevará a cabo ese casamiento abominable , yo me apartaré de aquí como si hubiera oído la palabra del mismo Dios . - Toca esta mano a que todos los días baja la majestad del cielo - replicó el monje , y vete seguro de que mientras vivas y doña Beatriz abrigue los mismos sentimientos , no pasará a los brazos de nadie , ni aunque fueran los de un rey . - Doña Beatriz - dijo acercándose a ella y haciendo lo posible por dominar su emoción - ; yo he sido injusto con vos y os ruego que me perdonéis . No dudo de vos , ni he dudado jamás ; pero la desdicha amarga y trueca las índoles mejores . Nada tengo ya que deciros , porque ni las lágrimas , ni los lamentos , ni las palabras os revelarían lo que está pasando en mi pecho . Dentro de pocos días partiré a la guerra que vuelve a encenderse en Castilla . A Dios , pues , os quedad , y rogadle que nos conceda días más felices . Doña Beatriz reunió las pocas fuerzas que le quedaban para tan doloroso momento , y acercándose al caballero se quitó del dedo una sortija y la puso en el suyo diciéndole : - Tomad ese anillo , prenda y símbolo de mi fe pura y acendrada como el oro - y enseguida , cogiendo el puñal de don Álvaro , se cortó una trenza de sus negros y largos cabellos que todavía caían desechos por sus hombros y cuello y se la dio igualmente . Don Álvaro besó entrambas cosas y la dijo : - La trenza la pondré dentro de la coraza al lado del corazón , y el anillo no se apartará de mi dedo ; pero si mi escudero os devolviese algún día entrambas cosas , rogad por mi eterno descanso . - Aunque así fuera , os aguardaré un año , y pasado él me retiraré a un convento . - Acepto vuestra promesa , porque si vos murieseis igualmente , ninguna mujer se llamaría mi esposa . - El cielo os guarde , noble don Álvaro ; pero no os entreguéis a la amargura . Cuidad que la esperanza es una virtud divina . Estas parece que debían ser sus últimas palabras ; pero , lejos de moverse , parecían clavados en la tierra , y sujetos por su recíproca y dolorosa mirada , hasta que por fin , movidos de un irresistible impulso , se arrojaron uno en brazos de otro , diciendo doña Beatriz en medio de un torrente de lágrimas : - Sí , sí , en mis brazos , aquí , junto a mi corazón ... , qué importa que este santo hombre lo vea ... , antes ha visto Dios la pureza de nuestro amor . Así estuvieron algunos instantes , como dos puros y cristalinos ríos que mezclan sus aguas , al cabo de los cuales se separaron , y don Álvaro montando a caballo , después de recibir un abrazo del abad , se alejó lentamente volviendo la cabeza atrás hasta que los árboles lo ocultaron . Millán se quedó , por disposición de su amo , para acompañar a doña Beatriz y a su criada a Villabuena . El anciano entonces dio un corto silbido , y un monje lego , que estaba escondido tras de unas tapias , se presentó al momento . Díjole algunas palabras en voz baja , y al cabo de poco tiempo se volvió con la litera del convento , conducida por dos poderosas mulas . Entraron en ella ama y criada ; retiróse el lego ; asió Millán de la mula delantera , montó el abad en su caballo , y emprendieron de esta suerte el camino de Villabuena , a donde llegaron todavía de noche . Por la brecha de la reja volvieron a entrar las fugitivas , y Martina casi en brazos condujo a su señora a la habitación , en tanto que el abad daba la vuelta a Carracedo más satisfecho de su prudencia , con la cual todo se había remediado sin que nada se supiese , que su pedestre acompañante del término de su aventura nocturna . Al día siguiente , cuando los criados del conde y del señor de Arganza fueron al convento llevando los presentes de boda , encontraron a doña Beatriz atacada de una calentura abrasadora , perdido el conocimiento , en medio de un delirio espantoso . Extraño parecerá tal vez a nuestros lectores que tan a punto estuviese el abad de Carracedo para destruir los planes de felicidad de don Álvaro y doña Beatriz , por quien suponemos que no habrá dejado de interesarse un poco su buen corazón , y sin embargo es una cosa natural . Cuando el señor de Bembibre se despidió de él en su primera entrevista , su resolución y sus mismas palabras le dieron a entender que su energía natural estimulada por la violenta pasión que le dominaba , no retrocedería delante de ningún obstáculo , ni se cansaría de inventar planes y ardides . Era doña Beatriz su hija de confesión , y todas las cosas a ella pertenecientes excitaban su cuidado y solicitud ; pero desde su ida a Villabuena por honor de una casa de su orden y que estaba bajo su autoridad , su vigilancia se había redoblado y no sin fruto . Un criado de Carracedo había visto un aldeano montar en un soberbio caballo en uno de los montes cercanos a Villabuena y salir con uno al parecer escudero , por trochas y veredas , como apartándose de poblado . Lo extraño del caso le movió a contárselo al abad , y éste , por las señas y la dirección que llevaba , conoció que don Álvaro rondaba los alrededores , y que en vista de la insistencia del conde de Lemus , trataría tal vez de robar a su amante . Comunicó , pues , sus órdenes a todos los guardabosques del monasterio , y al barquero de Villadepalos ( pues la barca era del monasterio ) también para que acechasen todo con vigilancia , y le diesen parte inmediatamente de cuanto observasen . La escapatoria de la discreta y aguda Martina , sin embargo , no llegó a sus oídos ; pero la venida de don Álvaro de Cornatel , el estudiado rodeo que le vieron tomar los guardas para apartarse del convento , y sobre todo la idea de que al siguiente día expiraba el plazo señalado a doña Beatriz , fueron otros tantos rayos de luz que le indicaron aquella noche como la señalada para la ejecución del atrevido plan . Suponiendo con razón que Cornatel fuese el punto destinado para la fuga , hizo retirar la barca al otro lado y como el Sil iba crecido con las nieves de las montañas que se derretían , y no se podía vadear , desde luego se aseguró que su plan no saldría fallido . Cierto es que don Álvaro podía llevarse a doña Beatriz a Bembibre , o cruzar el río por el puente de Ponferrada , en cuyo caso burlaría sus afanes ; pero ambas cosas ofrecían tales inconvenientes que sin duda debían arredrar a don Álvaro . El puente estaba fortificado , y sin orden del maestre nadie hubiera pasado por él a hora tan desusada , cosa que nuestro caballero deseaba sobre todo evitar . Así pues , las redes del prelado estaban bien tendidas , y el resultado de la tentativa de don Álvaro fue el que , por su desdicha , debiera de ser necesariamente . Comoquiera no creía el buen religioso que la pasión de doña Beatriz hubiese echado en su alma tan hondas raíces , ni que a tales extremos la impeliese el deseo de huir un matrimonio aborrecido . Acostumbrado a ver doblegarse a todas las doncellas de alto y bajo nacimiento delante de la autoridad paterna , imaginaba que sólo una fascinación pasajera podía mover a doña Beatriz a semejante resolución , y cabalmente las consecuencias de esta falta fueron las que se propuso atajar . Pero cuando por sus ojos vio la violencia de aquel contrariado afecto y el manantial de desdichas que podía abrir la obstinación del señor de Arganza , determinó oponerse resueltamente a sus miras . Su corazón , aunque arrebatado de fanático celo , no había desechado , sin embargo , ninguno de aquellos generosos impulsos , propios de su clase y estado , y además quería a doña Beatriz con ternura casi paternal . En el secreto de la penitencia , aquella alma pura y sin mancha se le había presentado en su divina desnudez y cautivado su cariño , como era inevitable . Por otra parte , bien veía que don Álvaro , caballero y pundonoroso , si en aquella época los había , sólo acosado por la desesperación y la injusticia , se lanzaba a tan violentos partidos . Así pues , al día siguiente muy temprano salió a poner en ejecución su noble propósito , cosa de que con gran pesadumbre suya le excusó la enfermedad de doña Beatriz , que todo lo retardó por sí sola . No le pareció justo entonces amargar la zozobra del señor de Arganza , que ya empezaba a recoger el fruto de sus injusticias , pero no cejó ni un punto de lo que tenía determinado . Don Álvaro , por su parte , desde Carracedo se fue en derechura a Ponferrada , donde llegó antes de amanecer , pero no queriendo alborotar a nadie a hora tan intempestiva , y con el objeto de recobrarse antes de presentarse a su tío , estuvo vagando por las orillas del río hasta que los primeros albores del día trocaron en su natural color las pálidas tintas de que revestía la luna las almenas y torreones de aquella majestuosa fortaleza . Entró entonces en ella , y con la franqueza propia de su carácter , aunque exigiéndole antes su palabra de caballero de guardar su declaración en el secreto de su pecho y no tomar sobre lo que iba a saber providencia alguna , contó a su tío todos los sucesos del día anterior . Escuchóle el anciano con vivo interés , y al acabar le dijo : - Buen valedor has encontrado en el abad de Carracedo , y la desgracia te ha traído al mismo punto en que yo quise ponerte cuando aún no se había desencadenado esta tormenta . Yo conozco al abad , y por mucha que sea la enemiga y el rencor con que mira a nuestra caballería , su alma es recta y no se apartará de la senda de la verdad . Pero ¡ Saldaña ! ... - añadió con pesadumbre - , uno de los ancianos de nuestro pueblo , encanecido en los combates , prestar su ayuda , ¡ y lo que es más , el castillo que gobierna a semejantes propósitos ! ¡ Consentir que atravesase una mujer los umbrales del Temple , cuando hasta el beso de nuestras madres y hermanas nos está vedado ! Don Álvaro intentó disculparle . - No , hijo mío - contestó el maestre - , esto que contigo ha hecho por el cariño que te tiene , hubiera él hecho igualmente por un desconocido , con tal que de ello resultase crecimiento a nuestro poder y menoscabo al de nuestros enemigos . Harto conocido le tengo ; su alma iracunda y soberbia se ha exasperado con nuestras desdichas , y sólo sueña en propósitos de ambición y en medios puramente humanos para restaurar nuestro decoro .