Carolina Coronado Novelas Jarilla Madrid Imprenta y fundición de M . Tello Isabel la Católica , 23 1873 Mi intento al escribir esta novela ha sido el describir vuestros cotos . He personificado los montes de la Jarilla y del Regío , y sus cerros Barbellido y el Morro , y he conservado los nombres de sus arroyos y de sus fuentes . En los hechos históricos con que he enlazado la fábula , no he guardado una rigurosa exactitud , porque no me he propuesto escribir una novela histórica . Deseo que la lectura de este libro os parezca tan ligera como a mí me lo ha parecido la tarea de escribirlo ; y os ruego que si lo imprimís dejeis al frente vuestros nombres , que tanto derecho tienen a la gratitud de vuestra sobrina . Carolina Coronado ¿ Quién no ha visto algun castillo feudal ? Y ¿ quién al ver uno tan magnífico como aquel de que dio posesión D . Juan II al señor de Villena , no hace en su mente un paralelo entre las torres que habitaban los hidalgos de entonces y los palacios que habitan los grandes de ahora ? Labrados artesones ciertamente y mármoles pulidos ostentan la cultura de los modernos duques , en tanto que las moradas de los castellanos antiguos se fundaban sobre la roca , y mostraban por techumbre pedazos informes de piedras descarnadas ; pero comparadlos . Allá , en una sierra sobre un pueblo [ 1 ] donde se fabrican búcaros de rojo barro , se alza todavía el castillo que prestaron los godos a los árabes para hospedaje de siete siglos , y que después volvieron a habitar los mismos godos , sin que una sola piedra hubiese dado indicio de la flaqueza que con el tiempo revela toda fábrica de mortales . Todavía desde su plataforma , desde sus torres , desde sus almenas , desde sus murallas , he podido tender mi vista por el océano de apiñados montes que domina hasta las mismas tierras del portugués , y espaciar mi pensamiento en la contemplación de los deliciosos paisages que ofrecen los arroyos , las alamedas , los viñedos , las huertas y los pueblos que pululan a su planta . ¿ Cuál es el noble que prestára hoy su palacio por siete siglos ; y qué hallaría , contando desde la nuestra , la octava generación de los palacios de los modernos señoríos ? Pero entonces los señores feudales pudieron hospedar a los de Oriente con la orgullosa seguridad de que el imperio de la media luna se destruiria en España antes que las torres de sus macizas fortalezas . Allí están todavía , negras , severas , terribles , descollando por cima de los pueblos , y viendo a las generaciones batallar girando en torno de sus pies , como las nubes en los dias de tormenta . ¡ Oh ! fuera peregrino que en el eterno círculo de la esclavitud y la libertad , de la ilustración y la barbarie , otra vez la sociedad disuelta , y entregados los hombres a la ley de la fuerza , viniesen los más poderosos a ampararse de las alturas , y hallasen aun las torres de la primitiva edad … Pero yo no quiero imaginar lo porvenir , ni meditar en lo presente , sino recordar lo pasado . Solo me he detenido un instante á contemplar el presente del castillo de Salvatierra [ 2 ] para lanzar un anatema sobre los que a duro pico socaban los cimientos de sus hermosas torres para construir en el pueblo sus pequeñas casas . Cuando hallé a aquellos hombres despedazando las piedras que no pueden arrancar , parecíame ver por aquel campo una turba de hambrientos perros , desgarrando las presas de un viejo caballo que no ha espirado todavía . ¡ Qué las moradas del hombre fabricadas con las piedras del vigoroso castillo sean desapacibles a sus impíos dueños ; para que oigan por las noches en los aires del triste invierno la voz de los quince siglos que han venido a profanar ! Sería por el mes de abril , cuando Don Juan II de Castilla pasó desde Córdoba a Extremadura a combatir al maestre de Santiago y a su hermano el infante D . Pedro , que continuaban defendiéndose dentro de los muros de Alburquerque . Temible era la actitud de Don Juan en aquellos días , en que su favorito Don Álvaro de Luna , punzado por sus ódios hacía los infantes y deseoso de vengar los agravios recibidos , trataba de dar el postrer golpe a una guerra que se habia sostenido tantos años . Nunca D . Álvaro habia tenido tantas razones para estar soberbio Acababa de ganar a los moros aquella famosa jornada que hizo perder a Mohamed 30,000 combatientes ; [ 3 ] aquella famosa jornada que Juan de Mena supo cantar así : Había combatido D . Álvaro con 80,000 hombres y 10,000 caballos , y seguido de la flor de los caballeros andaluces y de toda la nobleza castellana . Allí , entre muchos nombres distinguidos , lucieron sus pendones los nobles condes de Haro , de Ledesma , de Castañeda , de Medellín , de Plasencia , de Niebla y de Benavente . Allí León , Saldaña , Toledo , Stúñiga y Albornoz mostraron su heroico esfuerzo , llevando aquellos sus pendones y este último el de su ilustre tío el señor de Hita , luego marqués de Santillana , que por hallarse enfermo no pudo marchar a donde le llamaba su valor , no menos grande que su talento de poeta . Hechos memorables que alzaron a las nubes el renombre cristiano se vieron en estos y otros guerreros que ha coronado la historia ; pero quien más se había señalado por su abnegación en el combate , así como por su inteligencia y discreción , era un doncel del Rey llamado Román , que se decía hijo del marqués de Villena , si bien la dureza y el despego con que siempre éste le había tratado no justificasen aquel título de la naturaleza . El Rey le profesaba en cambio de esto un tierno cariño , que se había aumentado en estos últimos años con las hazañas del caballero . No faltaban envidiosos que motejasen a Román de haber en la batalla dado sobradas muestras de piedad socorriendo a un moro que cayó herido en una zanja , después de haber peleado con él , y librándole de la furia de los cristianos que intentaban rematarle . Pero el denuedo con que el joven había caído sobre la vega , arrollando con sus gentes los tercios enemigos , no daba lugar a que la calumnia se cebase en su nombre . Tan ajeno estaba el Rey de admitir como fundados estos rumores , que había prometido al marqués de Villena dar a su heredero el castillo de Salvatierra en premio de sus gloriosas acciones . Mejor hubiera querido el egoista Villena obtener para sí la recompensa debida a su heredero ; pero era demasiado cortesano para mostrar delante de Su Alteza la mala voluntad que tenía a su hijo . Contentóse con alcanzar que el Rey añadiese a la donación la cláusula de que , si el heredero muriese o se hiciera indigno de la merced del Rey , quedaría el castillo agregado al señorío de Villena . Antes de pasar a Alburquerque tenía dispuesto el Rey dar a Román la posesión del castillo , entonces deshabitado , y para ello pensaba detenerse un día en el de Nogales , que pertenecía a su hijo el príncipe heredero Don Enrique . Digo que sería por el mes de abril cuando la comitiva del Rey atravesaba una cordillera de cerrados montes , en cuyas entrañas solo las fieras se atrevían entonces a penetrar . Su Alteza iba , como siempre , distraído en no pensar nada . El condestable D . Álvaro de Luna iba pensando que si hubiera nacido rey no tendría que intrigar para ser favorito ; el príncipe , en lo poco que le aprovechaba ser de la sangre Real , estando como estaba sometido a la tiranía de D . Álvaro ; Pacheco su ayo , en lo mal premiados que habían sido sus servicios ; y cada cual en sus ambiciones o en sus resentimientos , cuando un paje de lanza de la casa de Villena exclamó santiguándose uno de los rostros más feos que había producido Extremadura , de donde era nacido ; — La gracia del Señor nos acompañe : María Santísima nos proteja , que vamos a pasar por los castillos del Moro Regío . — ¿ Qué castillos son esos ? preguntó Román , hundiendo a su corcel el acicate y acercándose al paje . — Esos castillos , respondió este , eran de un rey tan alto como aquel cerro , y de una fuerza tan atroz , que derribaba a un cristiano solo con poner en su frente la punta del dedo índice . — Y ¿ qué fué de ese moro ? — Esos tres castillos que vé su señoría , y toda la tierra basta llegar a la cima de aquella sierra , eran suyos , y tenía además el moro grandes tesoros encerrados en ellos , y una cristiana de tan peregrina hermosura , que daba pasmo a cuantos alguna vez acertaban a verla asomada a las torres . — Pero ¿ qué fué del moro ? repitió impaciente el heredero de Villena . — El Sr . D . Enrique III ( Q . E . P . D . ) , contestó el paje descubriéndose ( como todos los que alcanzaron sus palabras ) , lo echó de los castillos ; pero ha sido sin fruto , porque cuantos hidalgos han venido a habitarlos han sido muertos por la sombra del moro , que se quedó pegada a las paredes . Habíanse agrupado en torno del paje muchos hidalgos de la comitiva , y todos dieron muestras de asombro a la extraña relación de que fuesen muertos los habitantes de los castillos por la sombra del moro pegada a sus paredes . Solo Román se sonrió desdeñosamente , y se apartó del grupo , volviendo a incorporarse a la guardia del Rey . Habian llegado al primer castillo , que descollaba airosamente entre los otros dos , separados a derecha y a izquierda por el rádio de dos leguas , y Román , alzando los ojos hacía su inmensa mole , detuvo su corcel con respetuosa admiración . — Doncel , gritó D . Juan II ; arriba , y veamos cuántos valientes se pueden colocar tras las almenas de tu castillo . Escapó hacía el alto el caballo del Rey , y tras él los principales señores de la comitiva excepto D . Álvaro , que creyó inútil subir cuando tenia noticia de aquel y de todos los castillos que se hallasen en los dominios de su soberano . Pero S . A . , por lo mismo que de nada entendia ni de nada se hacia cargo , desplegaba en presencia de su corte una superabundancia de actividad que hacia sonreír a D . Álvaro . El Rey queria dar a entender que su celo traspasaba las cosas más pequeñas , cuando el condestable sabía que no llegaba a las más importantes . Preparábase en esto una gran tormenta , que yo no había anunciado porque es impertinente hablar del tiempo , y porque no habiendo dejado los poetas nada que decir de nuevo en sus descripciones , me proponía omitir todas las circunstancias inútiles en mi narrativa . Pero esta tormenta es causa de otros sucesos que han de sobrevenir , y es preciso que incurramos en la temeridad de subir al castillo con la comitiva régia , cuando las primeras redondas gotas de pesada lluvia empiezan a manchar las negras pizarras del camino . — A buen tiempo , dijo el Rey alegremente reparando en la lluvia , y oyendo un profundo trueno que hizo temblar los cimientos de las sierras . — Señor , exclamó con voz temblorosa el viejo Pacheco , ayo del príncipe D . Enrique : paréceme que la ocasión de subir a las alturas no es cuando el rayo las amenaza . Mas prudente hubiera sido aguardar en el valle … .. — Doncel , interrumpió el Rey , dirigiéndose a Román : conducid al valle al buen Pacheco , y venid luego a recibir conmigo los rayos que caigan en las alturas , para dar temple a las espadas que han de vencer al de Santiago . Mordióse los labios Pacheco y bajó los ojos Román .. — Al valle , repitió S . A . con acento firme ; Al valle , hidalgos ; no quiero en las alturas hombres que teman las tempestades . — Señor , dijo con voz suplicante el príncipe D . Enrique , Pacheco es un buen servidor . — Suba en paz , contestó el Rey serenándose y recobrando en su mirada la expresión benigna que hacia sus ojos tan suaves . Cuando llegaron a las murallas del castillo , ya unos a otros no se distinguían . Las nubes habían bajado a la loma de la sierra , y envolvían a los nobles caballeros , haciendo brillar con sus relámpagos sus cascos , sus escudos , sus acicates y sus espadas como millares de centellas . Las torres del castillo , oscuras y formidables , más crecidas al parecer con la espesa niebla , semejaban los poderosos agentes de las tempestades que bajaban del cielo a arrebatar los hombres . Hubiérase dicho que el vapor elevaba a aquellas gentes atrevidas para hundirles en las nubes y deshacerlas entre los rayos . Román , saliendo de entre una nube , era el más adelantado , cuando un redoblado trueno , que estalló a sus pies , espantó a su alazán y le obligó a retroceder sobre un precipicio que tenía la sierra hacia la parte de Oriente . Luchaba el bruto entre las piedras , haciendo saltar con sus cascos encendidas chispas , y a cada trueno que retumbaba en aquella noche repentina , se volvía desatentado y ciego , unas veces avanzando hacia la sierra , y otras queriendo precipitarse de lo alto de ella . El Rey entraba ya por la puerta del castillo , y Pacheco santiguándose le alcanzaba a toda prisa , en tanto que los otros en confuso torbellino rompían por la oscuridad , derribándose mutuamente , perdiendo los cascos , y dejando los caballos , que espantados se arrojaban a las pendientes . Entró el Rey por fin en los salones del castillo ; fueron luego arribando sus vasallos , y se vieron entonces , incluso el de S . A . , muchos rostros descoloridos . No era maravilla que esto aconteciera . El viejo Pacheco no había conocido una tormenta semejante . Pero al mirarse unos a otros exclamaron todos : ¡ Y Román ! Abalanzóse el Rey a una ventana del salón principal , y tendió la vista sobre los campos . Nada se veia sino las nubes girando en torno , como bandada de negras y blancas cigüeñas . — El más bravo de mis guerreros , dijo Su Alteza , volviéndose tristemente a los señores , el más sábio no solo de los jóvenes , sino de los viejos , se ha despeñado tal vez por esa altura , y tengo que señalar esta hora entre las más desgraciadas de mi vida . Que salgan cuatro arqueros y que le busquen . Pero en aquel instante , una luz vivísima deslumbró al Rey ; una culebra de fuego cayó rozando la torre , y llevándose con espantoso ruido las piedras que hoy se ven arrancadas en la parte exterior ; una bocanada de azufre entró por la ventana , y los que estaban más lejos vieron caer a S . A . medio abogado . El terror se apoderó de todos , y solo Pacheco se acercó al Rey , le tomó en sus brazos a pesar de sus quebrantadas fuerzas , y le sacó al aire libre . En tanto decía el paje de lanza a los demás mostrándoles una fuente que en un salón del castillo se conserva todavía : — Esta es la fuente donde bebia el moro . ¿ Por dónde viene el agua ? Veis que aquí no puede subir sino por arte de encantamiento . En efecto , el agua de esta fuente no sube , sino que baja desde la plataforma por medio de acueductos perfectamente dispuestos . [ 4 ] ] El Rey se recobró ; cesaron los truenos , huyeron las nubes , despejóse el cielo , y se pudieron ver desde las torres los campos cubiertos de árboles , todavía inclinados al peso de la lluvia , los abismos cegados por el agua , los arroyos recien nacidos que hacían su primer entrada en los valles , las praderas radiantes de frescura , y en torno del castillo hasta las hermosas y dobles peonías que abrían al primer rayo del sol , mostrando su cáliz amarillo entre las encendidas y desmayadas hojas . — Mirad a nuestra izquierda , dijo Pérez , aquel monstruo negro que se levanta desde aquella hondonada . Allí era donde más tiempo habitaba el moro . Mirad a la derecha aquel fantasma blanco , donde se vé ondeando el pabellón real . Allí vamos a dormir esta noche . ¡ Loado sea Dios si no nos suceden más desgracias ! ¡ Ya veis que solo por haber entrado en este castillo han sucedido dos ! La sombra del moro está pegada a las paredes de sus tres castillos , y esa es la que ha traído la tormenta sobre nosotros , y la que se ha llevado por los aires al doncel ! En lo más recio de la tormenta dejamos a Román luchando con el espantado bruto , y no era en verdad probable que lograra refrenarle , cuando las nubes estallando a sus pies y sobre su cabeza formaban la vista y el ruido más temerosos de cuantas vistas y ruidos contemplaron y oyeron hombres y caballos . Rendido al fin , dejó al corcel que se entregase a su propio instinto , y entonces empezó una carrera no interrumpida sino por nuevos espantos que le producian las rocas , hacia las cuales se precipitaba , y que hicieron creer de todo punto al nieto del nigromántico que iba a caer en uno de los abismos , sin que le quedase la esperanza de resucitar algun día como su abuelo en una redoma . Era tan fantástico el giro de aquel hombre , cuando el corcel levantándose de manos y haciendo remolinos lo suspendía en las nubes y lo mecía en el aire , que aun en estos tiempos hubiera maravillado a los campesinos , haciéndoles creer en los espíritus de las tormentas que cabalgan sobre las nubes . El escudo relucia como columna de fuego , y parecían los acicates dos errantes luceros . Pero el desbocado alazán , en una de sus revueltas torció la dirección de la carrera , y tomando la pendiente suave de Salvatierra , lo condujo a una hondonada de montes que se internaba más de una legua del castillo . Vióse Román encerrado en una cuenca rodeada de sierras por todas partes , y cubierta por el cielo , como por una tapa de pizarra , con las aplomadas nubes que en aquella hora cubrían todo el horizonte . El fragor del viento y de la lluvia hacia silbar y temblarías encinas , de entre cuyas ramas lanzaban los capechos prolongados gemidos . Algun jabalí salía de entre las malezas rozando con el caballo de Román , y cada vez el monte más cerrado y el valle más profundo , amenazaban hundirle en algun precipicio oculto . Decidióse a esperar bajo un grupo de encinas a que pasara la tormenta , y deteniendo su alazán , se desnudó el casco para respirar el aire fresco que despejara su ardiente y aturdida cabeza . Lástima que Doña Leonor , viuda del generoso D . Fernando de Antequera , no pudiese en aquel instante admirar el rostro del agitado doncel con aquel embeleso que hacia murmurar a las damas de Toledo , no menos prendadas que Doña Leonor del heredero de Villena . Ella mejor que ninguna pudiera dibujaros el noble contorno de aquel semblante inteligente y altivo , marcado por dos negras y casi unidas cejas , que daban a sus ojos una fuerza poderosa . Ella os diría lo que hay de dominante en la prontitud y fijeza con que os mira , y en la melancolía y gracia con que sonríe . Pero Doña Leonor está lejos del doncel , cuando este solo y entregado a sus altas reflexiones , tiende sus oscuros y brillantes ojos por las elevadas sierras , o los fija en las nubes , sacudiendo la desgreñada melena que le fatiga la frente . El sol abrasador de abril salió hiriendo con fuerza entre los vapores ; y los cuadrúpedos , las aves , los réptiles y los insectos empezaron a bullir como un pueblo que se despierta al placer y al trabajo . Las lobas asomaban la cabeza por los huecos de las rocas donde tenían sus crias . Los encerrados conejos rompían la tapia de sus madrigueras para sacar al sol la tierra húmeda donde gruñían sus hijos , y los cabrillos monteses corrían a encaramarse en lo alto de los riscos a comer la blanca flor de la jara . Las tórtolas madres , sacudiendo las alas que habían tenido tendidas sobre sus poyuelos , salían de entre las encinas , al pie de cuyos troncos se veian también las cabezas de algunas que habían sido devoradas por los milanos durante la tempestad ; porque en los campos sucede lo que en las villas , los más inocentes son los que pagan en las revueltas . Por otro lado , gruesos y bocones lagartos salían por las grietas de los carcomidos troncos , semejantes a los brotes del mismo árbol , y las mariposas de anchas y amarillas alas , y los pardos moscardones en tropa numerosa giraban en torno de las plantas como una vaporosa nube que se levantara de la tierra . Aquel calor repentino después de la humedad , la falta del viento en lo hondo del valle , trastornaron la cabeza del joven , y le obligaron a subir a una colina , desde donde distinguió otro valle de verde más risueño y anchas praderas despejadas de monte . Dirigióse a él Román , rompiendo por los jarales que le precisaban a marchar a pio y que desgarraban sus vestidos , haciendo saltar la sangre de sus blancas piernas . Luego oyó ruido de agua , y siguiendo su dirección , penetró en una ribera guarnecida por ambos lados de rosales silvestres y de floridas acacias que esparcían un suavísimo olor . El agua rodaba desde lo alto de la sierra de S . E . , y bajaba al O . , formando tortuosos giros y derramando la frescura por aquel sitio agreste , donde no se oia más voz que la del agua y la de aves escondidas en sus enramadas y en sus peñascos . Algunas rocas nacidas en los bordes de la ribera se habían unido a grande altura por cima de los fresnos , y formaban aquí y allí sombrías grutas que entoldaban la yerba salvaje , la madre-selva , la zarza-rosa , y las parras bravías , dejando apenas hueco para que el ciervo descansase . Román estaba maravillado , pero todavía , siguiendo la corriente bailó sitios más bellos , por las peregrinas flores que nacían a su orilla conforme se apartaba de las agrias sierras , y por fín vio una esplanada donde el arroyo se tendía como fatigado del penoso viaje que habia hecho por las quebradas pendientes . Detúvose Román también fatigado , y ató su caballo a un tronco mientras bebia . Cuando levantó la cabeza , vio cerca de sí una mujer que le miraba con una expresión de gozo y asombro . Román esperó a que hablara , pero ella con la boca entre abierta y los ojos fijos como en la enajenación mental , permaneció muchos instantes muda . Era muy joven . Carecía sí de la blancura mate que hacia parecer tan bellas a las encerradas damas de Toledo ; pero sus ojos , de una magnitud graciosa , eran tan negros y brillantes como los de Román ; blanqueaban sus dientes en su fresca boca como las limpias chinas del arroyo , y parecían sus cabellos tan suaves como las ondulaciones del agua . Vestía un trage en cuyo corte se traslucía la intención moruna del que lo trazó ; pero que no era sino un vestido de andaluza extremadamente corto , y por bajo del cual asomaba un pantalonero ancho , plegado sobre unos borceguíes de cuero fino . El jubón del vestido estaba abierto por delante hasta la cintura , sin que el seno de la mujer aquella tuviese otro resguardo que una delgada camisa doblada en unos pliegues , y sin sujeción alguna en la parte de los hombros . Así que al menor movimiento se veia el contraste que formaba su rostro y su cuello tostados por el sol , con los hombros y el seno que estaban cubiertos . Era gracioso aquel contraste . Parecía un pájaro de estos cuya blancura empieza en la pechuga . — ¿ Quién sois ? preguntó Román . — ¿ Quién eres tú ? preguntó a su vez ella : no eres ni mi padre , ni Barbellido , ni el Morro . — ¿ Vives por aquí ? siguió Román . — Además , continuó ella , nunca vienen por ese lado . No te he visto venir desde lo alto de aquella peña , y has bajado de la Madre del sol . Es verdad que a lo lejos he visto pasar a otros que también vienen de la Madre del sol . Pero tan hermoso como tú no vi a lo lejos ninguno . — ¿ Quién es la Madre del sol , y de quién sois hija ? volvió a preguntar Román , maravillado de aquel lenguaje . — ¡ Cómo ! ¡ no conoces a la Madre del sol ! Exclamó la joven estupefacta . — No , respondió Román . — Entonces eres violeta que tiene la cabeza escondida a la luz , o cárabo que no sale sino por la noche . Porque la Madre del sol es aquella , dijo señalando a la sierra de Oriente . Lo saben la zarza-rosa y la campanita blanca , que abren cuando nace el sol de la Madre , y lo saben la golondrina y la perdiz , que cantan su nacimiento . Esa es la Madre del sol ; el nombre de mi padre no puedo decirlo ; pero es alto como aquella encina , y puede más que todos los de este mundo . Y ha venido de allí de la Madre del sol , porque él me lo ha dicho . — ¿ Tiene muchos vasallos ? — ¿ Qué son vasallos ? — ¿ Tiene castillo ? — ¿ Qué es castillo ? — ¿ No habréis salido nunca de este bosque ? — Nunca ; pero desde lo alto de las peñas he visto todo el mundo . — ¿ Todo el mundo ? — Sí , ven y tú también lo verás . Y tomando por la mano al doncel , lo condujo con una ligereza atropellada por unos matorrales , haciéndole subir en un montón de gigantescas rocas , osamento de otra sierra , que con el trascurso de los siglos se había descarnado , y que blanqueaba como los humanos esqueletos . — Mira , le dijo subiendo en la última roca , y girando sobre sus pies : mira el mundo ; mira la tierra ; todo lo demás es cielo . En efecto , los límites del mundo de que ella hablaba , estaban marcados en el azul del cielo , por la cadena circular de sierras que rodeaba aquella hondonada de montes . — ¡ Qué hermoso es el mundo ! Exclamó la joven con ardiente entusiasmo . Mira allí más verde , allí más agua , allí más flores , allí más pájaros . Mira los espinos blancos . Mira qué hermosos . Tú viniste con la zarza-rosa , y con las tórtolas ... Y se quedaba suspensa , como si por vez primera contemplase el reducido horizonte a que llamaba mundo . Román la miraba absorto . El distinguido cortesano de Juan II , ídolo de las damas de Toledo , orgullo de las castellanas cuando conseguían atraerlo a sus castillos so pretesto de danzas y banquetes , no había sentido en medio de sus ruidosas conquistas , una sola de las emociones que le hacia sentir la vecina del bosque salvaje . Y todavía se sintió más conmovido cuando después de haber mirado el cielo y la tierra con una ansia de placer indefinible , le dijo Jarilla con la vista fija en su cabeza : — Y más airoso que todas las ciervas , y más hermoso que todos los pájaros eres tú ; te mueves como garza y suenas como ruiseñor . Después examinó sus piés con infantil curiosidad , y se inclinó hasta el suelo para ver de cerca sus acicates de oro , que brillaban al sol reflejando sus rayos . — Esto es lo que yo vi de léjos , continuó , y me parecia que te traían dos estrellas . Puede ser que te hayan traído dos estrellas . Puede ser que hayas venido de las estrellas … … ¿ Cómo te llamas ? — Román . — ¡ Román ! ... — ¿ Te gusta mi nombre ? — Sí . — ¿ Y el tuyo cuál es ? — Jarilla . — ¡ Jarilla ! — ¿ Te gusta el mío ? — Sí . — ¡ Oh qué alegría , ven . Iremos a buscar otro sitio donde no te incomode el sol . Román , yo tengo muchos sitios donde voy por las siestas sola . Hoy vienes tú conmigo , Román ! Y la joven volvió a conducirle de peña en peña hasta el fondo del valle , donde encontró una gruta formada de plantas acuáticas que se enredaban en los troncos de los fresnos , mitad naturalmente , mitad conducidas por la mano de Jarilla , que había apartado de aquel sitio las malezas . Parecia aquella gruta en la cuenca de las sierras , un nido de tórtolas . Jarilla hizo entrar al opulento heredero en su recinto inocente , no hollado todavía por la planta de un hombre , y le hizo sentar en el lecho de flores que todos los días preparaba con las más perfumadas y bellas que podía arrancar del valle . Sentóse luego a su lado , y empezó a contemplarle con la misma tenacidad . Pero cuando estaban más embebecidos en contemplarse los dos jóvenes , oyeron entre las zarzas un ligero ruido y Jarilla se levantó temblando . Luego una cabeza negra , adornada de dos airosas astas se asomó a la boca de la gruta Jarilla empezó a reir como una loca , y arrojándose al cuello de la huéspeda le dió un beso en la frente , diciendo a Román : — No tengas miedo , es mi vaquita . Y volvió a sentarse . — Román , continuó , a tí te había yo visto antes de ahora , dormida me parece ; soñando … una tarde que dormí aquí . La única tarde que he despertado llorando . Sabes que había tormenta … Y cuando hay tormenta tengo un afán de ver uno para que esté conmigo viendo todo lo que pasa y si truena que me defienda ... En fin , no sé , mi padre sabe esto , y me da una bebida , porque si no me iría por el bosque a buscar a aquel que espera mi corazón que esperaba , porque ya no lo espero . Ya has venido ; pero hoy me escapé cuando hubo tormenta … … ¡ Ya te encontré ! Eras tú ... Y la joven encendida , confusa , palpitante , trastornada , se pasaba las manos por la frente , queriendo coordinar sus pensamientos . — Doncella , exclamó Román , sueño y esperanza de mi corazón también solitario entre las gentes , como el tuyo entre las aves , no , tú no te pareces a mujer alguna de las de esta liviana raza … .. Yo volveré a verte ; pero no puedo detenerme un instante más . — ¡ Cómo ! ¿ quieres dejarme ? Exclamó la jóven asiendo su mano . — Sí , pero volveré . — ¡ No ! — ¿ Cuándo quieres tú que vuelva ? ¿ En qué sitio he de encontrarte ? Te digo que volveré . — Pues bien , dame las estrellas que llevas en los pies para que no te lleven lejos , y ven a buscarme mañana a la fuente de las Adelfas , que está allí . ¿ Ves aquellas tres encinas altas ? Allí hay un nicho donde te puedes esconder para que no te vean , ni mi padre , ni Barbellido , ni el Morro , y allí me esperarás por la siesta ; Zama no viene nunca . Está muy vieja , y no sale de la casa . — Bien , allí estaré , contestó Román , sin pensar en lo que prometia . Toma las estrellas . La joven besó los acicates con respeto , y los colgó de su cintura , mirando al través cómo relucían sobre su traje oscuro . — ¡ Adiós ! dijo Román subiendo sobre su corcel . — ¡ Adiós ! contestó Jarilla corriendo a subirse sobre una peña para verlo marchar . — ¡ Adiós ! — Señor Pérez , dijo un escudero al paje de lanza conforme bajaba la cuesta del castillo siguiendo a S . A . Contadnos algo más de ese moro que Dios maldiga , porque voy creyendo que es verdad lo que dijistéis ayer de la sombra pegada a las paredes , que mata a los que seles arriman ; puesto que no hace sino una hora que entramos en el castillo , y siento unos dolores en los huesos como si me hubiesen acoceado . — Mucho hay que relatar , contestó Pérez tomando un aire grave de historiador , si fuéramos a recordar todas las proezas del señor Moro , rey el más grande de cuantos han venido a España ; pero no es cosa , señor Yañez , para decirlas todas al aire descubierto . — ¿ Digamos que el moro anda todavía por aquí ? preguntó el escudero mirando recelosamente a un lado y otro . — No es menester que esté , replicó el paje , a tiro de ballesta para que pueda oír lo que contamos , porque tiene las orejas largas a proporción de las manos , y si con un dedo derriba aun hombre , con la cuarta parte de un oido oye lo que se habla a medía legua . Miráronse atónitos los que se habían vuelto a juntar en torno del paje , y bajando la voz dijo el escudero : — Podéis callar , Sr . Pérez , hasta que bajemos de lo alto , porque siempre el aire es más fácil que lleve la voz , y más tarde nos contaréis alguna cosa . Aprobaron todos esta prudente reserva , y cuando hubieron bajado al valle , se agruparon en tomo del paje , que continuó : — Después que el Sr . D . Enrique III ( que en paz descanse ) — y volvió a descubrirse — echó como dije al moro de los tres castillos : creyó todo el mundo que se había ido a la Morería , y vinieron algunos señores a habitar los castillos ; cuando he aquí que una tarde sale uno de los señores a cazar , y se encuentra con dos hombres muy negros , casi tan altos como el moro , que le dicen : « si no dejas al instante el castillo del Rey , acuérdate de Barbellido y del Morro ; » y dándole este último con la cabeza una arremetida en el pecho , lo mató . — ¿ Pero eran moros ? preguntó un paje . — No sé si eran moros , pero luego vino el moro y les dijo a los otros : « ¿ Para qué habéis muerto a ese hombre ? » « Para que deje el castillo , respondieron los otros . » « Eso me toca a mí — respondió el moro rey , — idos vosotros a las montañas por otras presas , y dejad por mi cuenta a los hidalgos del castillo . » Y al acabar de decir estas palabras , extendió los diez dedos de sus manos , e hizo caer a los diez hidalgos que iban con el señor del castillo . — Bajad un poco más la voz , dijo el escudero al paje . — Entonces , dijo uno , no era la sombra la que se halda quedado pegada a las paredes . — Allá voy ; replicó el paje : después de aquel caso , ningún señor quiso volver a cazar , y el hijo que vino al castillo se estaba siempre metido en las torres , con el escarmiento de lo que había , sucedido al padre . Cuando una noche , estando dormido , e aquí que las paredes del castillo empiezan a moverse , y luego salo de ellas la sombra del moro y lo dejó muerto . Miráronse otra vez pajes y escuderos dando muestras de terror , y volvió a decir uno : — Me parece , Sr . Pérez , que podíais bajar más la voz , porque oimos perfectamente . — Desde entonces , prosiguió el paje , nadie habita en el castillo que está al Poniente . En cuanto a los otros dos , uno es el que hemos visto , y no se cuenta que suban a él por el mismo temor . Ese que se divisa a nuestra derecha es el tercer castillo , donde quiere S . A . ( Q . D . G . ) — y se descubrieron — hacernos dormir esta noche . Yo por mi parte he tomado ya mi partido , y el que quiera escapar con pellejo debe quedarse conmigo fuera de las murallas . — Eso , Sr . Pérez , dijo Yañez , tanto tiene de bueno como de malo , porque aunque es verdad que nos libramos de la sombra del moro , no estamos libres del moro mismo , que , como decís , salió por estas tierras con ese Bar bellido y el otro . — Convengo , respondió Pérez que es también peligroso ; pero por mi ánimo temo más la sombra del moro que su cuerpo , y en cuanto al Barbellido y al Morro no se sabe que tengan sombra . — Como quiera que sea , dijo otro , me parece , como al Sr . Pérez , que es mejor habérselas con el moro que con su sombra pegada a las paredes , y yo soy de los que se quedan de la parte de afuera , si es que nos lo permiten . En tanto que este diálogo pasaba entre pajes y escuderos , se unió el Rey al condestable , y le refirió con una aflicción profunda la desgracia de Román . Oyóla D . Álvaro con la impasibilidad propia del diplomático , para quien la vida de los hombres no vale sino por los planes que con su muerte puedan desconcertar , y respondió que sentía llevar contra el maestre una espada ménos . — ¡ Oh ¡ , exclamó el Rey . No solo he perdido una espada , sino una cabeza y un corazón llenos de talento y bondad . Hizo el condestable una ligera mueca , como quien no reconocía tan grande mérito , y el Rey siguió más acalorado . — Que vayan cuatro arqueras a buscar al doncel , porque todo el gusto que traia se me ha agriado con semejante contratiempo . Pero no por eso he de olvidar al buen Pacheco , que hoy me salvó la vida cuando cayó el rayo en el castillo — No se olvidará al buen Pacheco , dijo el condestable interrumpiendo a S . A . con aquel tono firme que dominaba al Rey . — Está bien , repuso este . A tu cuidado fio el premio de su acción . — Señor , dijo el príncipe acercando su caballo por delante del do D . Álvaro : para premiar las buenas acciones no debiera haber demora , y el condestable tiene hartos cuidados ... Eludió el Rey la contestación separando su caballo del de su hijo , y este se puso rojo de cólera al ver la mirada de desden que le lanzó D . Álvaro , colocándose más cerca del Rey , como si nadie hubiese hablado de su persona ; pero al pasar junto a una encina rozó su casco tan fuertemente en una rama , que casi se lo derribó . — Cuidado con la cabeza , dijo el príncipe . — Descuide V . A . , replicó el cortesano , que para mi vuelta haré cortar todos los árboles que me estorben al paso . — Muchos hay que cortar , repuso el niño obstinadamente , si han de cortarse todos los que te hagan sombra . — Con los que no pueda el hacha , volvió a replicar D . Álvaro fieramente , podrá el fuego . — No dudo , insistió el príncipe , de la eficacia del fuego , pero tal podría ser el incendio que te abrasase a tí . Calló el condestable como si nada hubiese que replicar a la amenaza del príncipe , y aun bajó los ojos ante este con cierta humildad ; pero un observador inteligente hubiera podido ver la expresión de burla que al mismo tiempo se pintaba en su semblante . El príncipe se apartó de él con un brusco movimiento , y reuniéndose a su ayo , le dijo en voz baja algunas palabras , en que se traslucía una cólera reprimida , y un deseo de venganza que en vano procuraba refrenar . — Paciencia , le contestó Pacheco también en voz baja . Con paciencia logrará V . A . más que con el arrebato . Estas cosas se han de llevar muy suavemente . — Al trasponer el sol , llegó la comitiva al castillo , donde tremolaba la bandera real . Hallábase este situado en una alta colina , cerrado al mediodía por una gran sierra , y con vista despejada al norte , por cuyo punto se alcanzaba a ver una inmensa explanada . Componíase de tres cuerpos uniformes , y reinaba en él toda la primitiva construcción que le dieron los árabes sus fundadores . El castillo no era de modo alguno digno de que lo habitase el castellano Rey ; pero se había preferido a los otros dos por hallarse en mejor estado . Apenas en los reducidos salones del castillo hubo espacio para la servidumbre de D . Álvaro de Luna , y corrió peligro el Rey de quedar solo en una pequeña sala , cuya ventana , en forma de rendija , miraba al Norte , y hacia , por lo tanto , oscura y desapacible aquella vivienda . Pero luego pudo agregársele a su departamento otro cuarto contiguo , extrecho y sin ventana , donde se colocaron algunos pajes deservicio . En cuanto al príncipe y su ayo Pacheco , declararon que nunca subirían al tercer cuerpo , tal vez porque conociesen la insolencia con que el condestable se proponía separarlos del Rey . — Ha llegado el momento , dijo Pacheco al príncipe , de tomar una resolución . Sacad del castillo las gentes de armas que gustéis , y marchemos esta misma noche a Toledo , donde S . A . se pondrá al frente de los descontentos , declarándose protector de las víctimas del soberbio condestable . Acogió el príncipe este consejo con la precipitación de sus pocos años , y aquella misma noche salieron del castillo . Poco despues entró en él uno de los arqueros que habían ido a buscar al heredero de Villena , y pálido , desencajado , refirió al Rey el hecho siguiente : Observando las órdenes de S . A . se habían internado en la selva para buscar en la falda de la sierra al infortunado doncel , cuando dos hombres , altos como rocas , se habían arrojado sobre dos de sus compañeros , haciéndoles caer de los caballos con terribles hachas . Que el tercero , al escapar , cayó en un precipicio , y que el paje que refería este caso había debido su vida a la presencia de otro hombre más alto aún que los dos primeros , y el cual parecía moro . Y que éste le había dicho : « Vete en paz , y guárdate tú y tus compañeros de volver a penetrar en la selva . » Y añadió el arquero estremeciéndose de horror , que los dos primeros hombres habían cortado la cabeza a sus compañeros , y clavándolas en dos picas , les habían gritado : « Di también a tus compañeros , que el Barbellido y el Morro llevan cabezas de hombres por escudos » . Dolido el Rey de aquel suceso , mandó que se dijese por los arqueros una misa en la parroquia del castillo , y en el altar de nuestro patrón Santiago , que aun ahora ocupa la capilla de la derecha , y que era en aquellos tiempos , como en estos , muy tenido en veneración . Ya el sol iba cayendo tras de la sierra de Monsalud , cuando Román divisó desde la colina el castillo que creyó ser el destinado para morada de S . A . , si bien no veia en sus torres tremolando el pabellón real . Seguía Román su dirección , y ya estaria como a media legua del castillo , cuando el silbido de un dardo pasó cerca de sus oidos , y dos hombres altos aparecieron junto a una roca . Quiso Román avivar a su corcel , pero bailábase sin acicates , por habérselos dejado a la poética Jarilla , y no pudo evitar que los dos hombres , atravesándose a su paso , detuvieran su corcel , obligándole a echar pie a tierra . Desnudó Román su espada , y colocándose tras de una roca , esperó serenamente a uno de los dos hombres , que preparaba la ballesta mientras el otro huia con el caballo . Mas cuando el hombre de la ballesta se disponía a herirle , oyó tras sí una voz fuerte que decía al de la ballesta : « Déjalo » . Y entonces se marchó el hombre de la ballesta y ninguna otra voz volvió a sonar , como no fuese la de los cárabos de monte que empezaban con las sombras a repetir entre las jaras el ¡ au ! ¡ au ! no interrumpido . Marchó Román echando una mirada de dolor hacia el sitio por donde había desaparecido su corcel , y siguiendo la misma dirección hacia el castillo . Más que por la penalidad que iba a sufrir atravesando a pie las malezas , lo sentía por el cariño que profesaba a su joven caballo . Habíale montado el primero , y había compartido sus triunfos en sus gloriosas campañas , y era , por otra parte , el más hermoso de cuantos en la vega de Granada habían paseado los árabes . Entretanto , la luna asomaba ya tan redonda y bella como Dios la hizo , y rodeada esta noche de un cerco rojo que aumentaba su belleza . El concierto que dan para festejar a la luna los vecinos campestres , se compone de extraños ecos que nuestros compositores de música no han imitado con ninguna clase de notas . ¡ Pobre luna ! Los buhos y las culebras son los que cantan a su luz , y para colmo de tristeza , los negros perros salen de las chozas a ladrar a su rostro ; pero esta noche tiene un gentil admirador . Cuando la luna sale , está Doman dominando la fecunda vega , en cuya inmediata colina se eleva el sombrío y extenso castillo que desde lejos había visto . Parecía que un hombre amante de la frescura había buscado el sitio más hondo para asentar su torre entre frondosos huertos , inagotables fuentes , y alamedas interminables . Para que el castillo se viese entre la cadena de sierras , era preciso que fuese muy alto , y en efecto lo era . Hoy que sin cabeza , negro y descarnado se apoya en sus dos torres como en dos muletas , sostenido por un resto de pundonor para no caer ante el pueblo que le mira , hoy es todavía un respetable inválido . Las ruinas han cegado la entrada de su único aposento , y yo he tenido que descender por su horadada bóveda , como se desciende a un sepulcro , para examinar los huesos de un cadáver que han roido ya los gusanos . Pero cuando Román penetró en él , todavía los años no hablan empezado a roer su cuerpo . [ 5 ] Este que hoy en nuestra geografía se llama Salvaleon , era entonces un pueblo que se componia de seis o siete casas morunas , dependientes del castillo , y donde vivían pacíficamente algunos moradores antes de que Enrique III arrojase de la fortaleza al señor de ellos . Habitaron luego por algun espacio , de tiempo estas casas los servidores de los hidalgos dueños del castillo ; pero según las noticias del paje de lanza , la sombra del moro ahuyentó a las gentes , y nadie se acercaba ya a aquel sitio escondido y medroso , cuya ribera hacia entre las peñas un ruido semejante al habla del moro , y en donde los altos álamos que crecían a su orilla tenían semejanza con su sombra . Ahora parecía aquel valle desierto . Solo el hombre de las pobladas cejas , el valeroso , el atrevido , el imperturbable descendiente de D . Enrique de Villena , hubiera tenido aliento para acercarse a las murallas del castillo , que sombreaba la mitad del valle cortado por la luz de la luna . Y no solo se acercó , sino que buscó la entrada , que halló franca como por encanto ; y penetrando en la primera sala , se desnudó el casco , puso cerca de sí su escudo y su espada , y se tendió a dormir en el pavimento . La respiración del joven era fatigosa : un médico la hubiera declarado síntoma de la fiebre . En el consuelo que sentía al tocar con sus mejillas el frío y húmedo pavimento , hubiera hallado otro síntoma ; y si por fin se decidiera a pulsarle , hallaría el más torpe la evidencia de una repentina enfermedad . Y sería como la media noche , cuando alguno que salía de lo interior del castillo , tropezó en el cuerpo de Román y pronunció en arábigo un terrible juramento . El enfermo se llevó las manos a la cabeza dando un gemido , tendió convulsivamente el brazo hácia la espada , y quedó inmóvil , mientras una sombra hacia saltar en un rincón luminosas chispas . Hubo un momento de silencio en que no se oia más que la respiración agitada del doncel y el golpe de un eslabón contra el pedernal . De repente se iluminó la estancia , y la figura de un moro de colosal estatura apareció con la luz en una mano y con un brillante puñal en otra . El doncel abrió los ojos , y no pudiendo resistir la claridad , volvió a cerrarlos ; pero sus dedos se crisparon sobre el puño de la espada , y quiso levantar la cabeza , dejándola otra vez caer de un golpe que resonó en las bóvedas . El moro se acercó a él y le examinó un instante ; después le puso el pié en la frente , y se inclinó acercando el puñal a su corazón . — « Perro hidalgo , murmuró en arábigo cuando iba a hundir el acero . » — Pero de repente arrojó el puñal , alzó el pié que tenia sobre la frente del enfermo , la tocó con su mano , levantó los párpados suavemente , aplicó en su pulso las yemas de los dedos , y salió precipitadamente del castillo . La primera luz del crepúsculo empezaba a entrar por las altas y estrechas ventanas de la estancia donde yacía Román , cuando el moro volvió trayendo sobre sus hombros un jergoncillo lleno de paja , un jarro que debía contener alguna bebida , y un lio de trapos blancos . Puso el jarro en el suelo , tendió el jergoncillo en un rincón , sentóse luego cruzando las piernas , cerca de Román , sacó una lanceta , tomó la mano del joven , rompió la vena , examinó con profunda atención la sangre , y vendó la herida . Tomó en sus brazos al joven , le colocó sobre el lecho , y cuando volvió en sí le hizo beber del jarro . Después salió , cerrando la puerta del castillo , y se perdió entre los árboles de la alameda . Después de Doña María , princesa de Portugal , la más hermosa dama de aquel reino era sin disputa su antigua dama de honor la duquesa heredera de Silves . D . Álvaro de Luna , que así disponía unas nupcias como facilitaba un divorcio , cuando se acomodaba a sus planes políticos unir o divorciar a las gentes , había llevado a cabo la empresa de interesar al portugués en la guerra contra los infantes , por medio de un enlace entre dos familias poderosas . Ganóse la voluntad del duque de Silves , que era entonces el jefe de los hidalgos , y consiguió del duque que aceptase la alianza del señor de Villena , casando a los herederos de ambos títulos . Antes de pasar D . Juan de Toledo a las Andalucías , se verificaron por poder los esponsales , habiendo costado a Doña Leonor , viuda de D . Fernando de Antequera , muchas y amargas lágrimas el casamiento de Román ; pero el joven se había prestado al deseo de su padre con la indiferencia del que no se ha enamorado todavía . Creyó que obedeciendo a su padre no se imponía más yugo que el de hacer feliz a una mujer ; y su ánimo generoso se resolvía a verificarlo por medio de atenciones delicadas que valiesen tanto como la pasión . Román había sentido en su niñez ese vértigo de prematuros deseos que exalta la imaginación cuando se avanza a la pubertad ; pero dotado de un maravilloso talento , había conocido hasta el fondo el corazón de las mujeres , y había quedado en esa insensibilidad que entre los modernos llaman los poetas desencanto , y los pedantes escepticismo . Primero las cortesanas de Toledo fijaron su atención ; más tarde las moras granadinas despertaron su curiosidad ; pero unas y otras representaban la degeneración de dos buenas razas , la goda y la árabe . Ciertamente que Doña Leonor , viuda de Don Fernando de Antequera , podía considerarse como una mujer muy diferente de todas las de su tiempo . A su bella presencia reunia la majestad de princesa real , que daba a su actitud y a sus palabras la gracia de reina , cuando por otra parte su modestia y dulzura embelesában los corazones . Harto ingenua para disfrazar sus sentimientos apasionados , habia distinguido al doncel con favores que no podían dejar a éste dudoso acerca del afecto que inspiraba ; pero Doman , para no amarla tenia una razón sola , poderosa , incontrastable : Doña Leonor era viuda . El poético ideal de aquel joven , que se adelantaba a las ideas de su siglo , era la hermosa doncella inteligente y espiritual , y no le permitia distinguir perfección alguna en las demás mujeres a quienes faltase alguna de estas cualidades . Muchas veces pensó en la redoma de su abuelo , que tal vez hubiera podido darle el espíritu precioso que había de regenerar la especie , preparándole una digna compañera ; pero jamás soñó con la esperanza halagüeña de encontrarla . La duquesa de Silves había ido a Medina del Campo a unirse con la Reina , y ahora en el castillo se dispone el recibimiento para la ilustre princesa y su noble dama , y se esfuerza D . Juan II por parecer contento , cuando su corazón está despedazado por la huida del príncipe D . Enrique con el desleal Pacheco . Hácese a sí propio terribles cargos por no haber contenido la autoridad de D . Álvaro , dejando que se nutriese el ódio de su hijo contra el audaz privado ; y en su debilidad e impotencia se queja a este del triste conflicto en que le ha puesto su afectuosa condescendencia . Pero el condestable no presta oido a sus cargos , y le anuncia la llegada de su esposa como una orden , para que revista su semblante de alegría . Una mujer puede aliviar los pesares de un hombre , si esta mujer es hermosa , y esto le sucedió a D . Juan . Amaba a Doña María tanto como aborreció después a Doña Isabel . La pesadumbre del señor de Villena , que casi asomaba a su rostro desde que tuvo por muerto a Román , se hubiera calmado del mismo modo si viniese para su regalo la duquesa heredera de Silves ; pero no siendo así , lanzó un suspiro al contemplarla tan joven y bella . Doña Ana por su parte , o sea la mujer de Román , sintió no menos hallarse viuda sin haber visto a su desposado , y suspiró también a vista del padre por encontrarle tan viejo y feo . Entre tanto acaeció un espantoso suceso que consternó a todas las gentes del castillo . La noche tercera de habitar en él , o explicándonos de otro modo , dos días después de haber dicho en la parroquia una misa por el alma de los arqueros difuntos , amaneció el altar de nuestro patrón Santiago con las dos cabezas de los arqueros , puestas a un lado y otro del altar . El paje de lanza lo comentaba así entre los más aterrados de la servidumbre . — Yo he sido de los primeros que he visto las cabezas , y estaban con los ojos vivos como los nuestros , las narices muy largas , las bocas abiertas , las orejas de a palmo , los pelos como lanzas , y el color do azufre . ¿ Quién ha podido meter esas cabezas , si no fuera por arte del moro ? ... todos lo conocen . Ahora se verá como yo tenia razón cuando dije que la sombra está tan pegada a sus paredes que el mismo Señor Santiago no nos puede librar de ella . — Tanto lo creo , Sr . Pérez , dijo uno , que no se me arrima la camisa al cuerpo desde que llegamos aquí . Ya llevo tres noches de vela , temiendo a cada instante que me lleven los demonios , y estoy para mí que fuera más prudente marcharse con el príncipe , como hicieron otros , y dejar a D . Álvaro de Luna que baje solo a los infiernos . — De acuerdo estamos , repuso otro : y si hay muchos que nos sigan , porque solos no es cosa de atravesar el monte , a la buena de Dios ; y vamos a Toledo que es tierra conocida , y no hay sombras . El miedo es contagioso como la valentía , y pronto hubo ochenta arqueros y treinta pajes , que con sus correspondientes servidores se hallaron dispuestos a abandonar el castillo . Guando lo supo el condestable , hizo que a son de trompeta publicasen los heraldos : « En nombre de S . A . , el muy sábio , magnánimo y poderoso Rey D . Juan II ( Q . D . Gr . ) , son declarados traidores los que bajo cualquier pretexto salgan sin su orden del castillo , y para escarmiento a los que desobedezcan sus mandatos , serán descuartizados vivos los que en el término de tres días no vuelvan a prestar juramento de sumisión » . Pero no solo en los vasallos de D . Juan había causado tan funesto efecto la aparición de las cabezas . También la real cámara se bailaba en grande alboroto . La duquesa heredera de Silves había querido visitar la capilla del Señor Santiago para ver las dos cabezas de los arqueros difuntos , y se bailaba sobrecogida de un súbito delirio que hacía temer por su razón . La portuguesa juraba haber oido de las entreabiertas bocas un terrible acento que le anunciaba la muerte de su marido ; y la Reina ( como portuguesa también ) aseguraba que su dama de honor era muy devota del santo enemigo de los moros , y que la voz que había oido , debía ser la del mismo bendito patrón . El Rey , ni creia ni dudaba , porque el discípulo de D . Álvaro no había aprendido , ni a dudar ni a creer ; mas confortaba a la Reina con paternal solicitud para que desechase el miedo que a todos infundía la pavorosa duquesa . Menos animoso en estos casos el temible dominador de las voluntades , D . Álvaro de Luna , sentía el terror del fanatismo que reina siempre en una desordenada conciencia , y aunque se mostro severo con los que daban fé al inaudito caso , hizo llamar secretamente a un sabio Rabí que acompañaba al Rey , y le ordenó que examinase las cabezas . Por la noche admitid al sabio en su aposento , y le preguntó : — ¿ Habéis visto eso ? — Sí . — ¿ Y qué os parece ? — Que son dos cabezas . — Ya lo sabía . — De dos arqueros . — ¿ Y no sabéis más ? — ¿ Qué queréis que os diga ? — ¿ No habéis adivinado nada ? — Que han sido cortadas con hachas . — ¡ Vive Dios ! Exclamó impetuosamente el condestable , ¡ que eso también yo lo adivinaba , salid ! Iba a obedecerle el Rabí , inclinando profundamente la cabeza , pero D . Álvaro le detuvo diciéndole : — No me habéis comprendido . — Explicaos . — Quiero saber algo más . — ¿ De las dos cabezas ? — De las dos cabezas . — Preguntadme ... D . Álvaro estaba perplejo , y el astuto Rabí , con los ojos bajos , parecía gozar en su mortificación . D . Álvaro tiró violentamente de la argolla de una gabeta , y sacó un puñado , de oro que presentó al adivino . Pero éste lo rehusó sin interrumpir su silencio . — ¿ Qué presagian esas dos cabezas ? Dijo por fin D . Álvaro haciendo un esfuerzo . — ¡ Vos creéis en presagios ! Contestó el hebreo afectando la mayor sorpresa y reprimiendo una ligera sonrisa . — ¿ Qué presagian ? Repitió el supersticioso favorito con altivo ademán . El Rabí tomó una expresión grave , apoyó su cabeza en las palmas , y meditó . El orgulloso condestable , cuyo poder hacia temblar a Castilla ; el valiente guerrero , espanto de los moros , el opresor de los reyes , ante cuya mirada inclinaba su frente Don Juan II ; el gran político , cuyas combinaciones tenían suspensos a los pueblos , era en este instante el más miserable de los hombres . Con las alas de su espíritu plegadas como las del ave en la noche de tormenta , estaba delante del adivino aguardando sus palabras como una sentencia del cielo . Un negro moscardón de los que pululan en los montes , y que habia estado girando en torno de la lámpara , oscureció en aquel instante la luz , y D . Álvaro se extremeció , y estrechó contra su pecho un escapulario que llevaba siempre . — ¿ Os empeñáis en saber , dijo por fin el hebreo , lo que presagian esas dos cabezas ? — Sí ... — Mirad que son presagios muy tristes . — Hablad . — Esas cabezas presagian la caida ... — ¿ De quién ? — De otras dos cabezas ... Una poderosa ... — Bien , por lo que hace a una , interrumpió D . Álvaro levantándose fieramente , habéis acertado ; pero no es poderosa , porque es la vuestra . — He dicho que son dos , prosiguió el Rabí sin inmutarse ; una será la mía … … — ¿ Y la otra ? preguntó con ansiedad Don Álvaro . — ¡ La vuestra ! A estas palabras , que resonaron por la bóveda con un eco fatídico , se dejó caer el condestable pálido y aterrado . Miró en derredor como si temiese que alguno hubiese oido el fatal augurio , y acercándose luego al Rabí , le dijo con voz ahogada : — ¡ Silencio ! El Rabí sacó unos papeles donde se pedía la libertad de seis judíos presos.en la sinagoga de Toledo , por haber querido llamar a un cristiano a la ley de Moisés , y se los entregó al condestable . Ojeólos este rápidamente , y se los devolvió después de haberlos firmado . — ¿ Estáis satisfecho ? dijo con una indolencia en que se traslucía su abatimiento . — Sí . — ¿ Creeis firmemente que se pueden conjurar los astros para que el vaticinio deje de cumplirse ? — Creo firmemente que se pueden conjurar los astros para que no se cumpla sino la mitad del vaticinio . — ¿ Cómo ? — No caerá sino una cabeza . La luz de la lámpara volvió a oscilar agitada por el moscardón , y D . Álvaro gritó espantado : — ¡ Luces ! ... ¡ Una cabeza ! siguió en voz baja . Está bien … … ¿ Habéis dicho que una cabeza ? — Una cabeza . El condestable comprendió que se.salvaba la suya , y quedó satisfecho , pensando cumplir la profecía en la del Rabí ; pero aquella misma noche la puso este a buen recaudo marchando a Toledo , desde donde partió más tarde para su tierra , con los judíos que por la firma del condestable habían alcanzado la libertad . Si nos tomásemos el permiso para dudar de la virtud de alguna dama noble , permiso que los nobles no nos podemos tomar , porque esta duda destruiría nuestra pretendida pureza de sangre , haríamos una observación . Y es ¡ vive Dios ! que Román es el fiel trasunto del moro que está a su lado . Tiene el moro como Román las cejas casi unidas , los ojos de igual magnitud , brillo y expresión ; los labios con el mismo relieve , la barba y la frente del mismo dibujo ; pero esta observación es inútil , cuando sabemos que la sangre corre sin alteración por las venas de las familias ilustres , desde el noble Wamba hasta D . Juan II . Es un rio limpio e imperturbable que no tuerce su curso en la carrera de los tiempos , que no halla a su paso una sola peña ni una sola maleza , y que por consiguiente conserva la misma serenidad y brillantez desde que nace en la tierra hasta que muere en el mar … .. Las damas nobles son todas virtuosas … … En los hidalgos no puede haber bastardía … … El descendiente de un duque lleva siempre en sus venas sangre del fundador de su escudo . Las damas nobles son mujeres perfectas , cuya fidelidad conserva la pureza de las castas primitivas Por eso hay sangre azul en tiempo de D . Juan II . Por eso el nieto de D . Enrique no puede tener en sus venas sangre moruna ; por eso la semejanza de Román con el moro es efecto de la casualidad . ¡ Pero es tan parecido ! Nada perdió con los años la gallardía del moro … … Es el mismo que en las vegas de Toledo acompañaba a una noble dama sobre un poderoso alazán . ¡ Ah , si esa dama no fuese la marquesa de Villena , ya hubiese yo dicho que Román es hijo del moro ! El doncel se ha restablecido en los días que trascurrieron desde que lo dejamos presa de una fiebre maligna , Está descolorido y lánguido , pero ya ha podido sentarse sobre el lecho , y escuchar a su doctor , que con las piernas cruzadas le habla sentado en el suelo . — Pensé matarte , decía ; pero al acercar a tu pecho el puñal , conocí por tu respiración , por tu encendimiento , y por el ardor de tu frente que penetraba en la planta de mi pié , que estabas enfermo , y me dio asco de matar a un hombre enfermo . Después te conocí tú me salvaste cuando ... — ¿ Conque os debo la vida ? interrumpió Román . — No quiero tu agradecimiento , hidalgo , contestó el moro pronunciando esta última frase con despecho y cólera . — ¿ No queréis bien a los hidalgos ? — ¡ Perros ! gritó el moro levantándose y mirando con ardientes ojos a Romaán . — Venid , dijo éste con dulzura , tendiéndole la mano ; acaso haya alguno bueno . — Tú , respondió el moro con ternura y despecho al propio tiempo , y volvió a sentarse . ¿ No te acuerdas de mí ? Yo te debo la vida , bien lo sabes . En la zanja ... — Contadme vuestras penas . — Son muy largas . — No me cansará su relación . — A mí sí . — Desahogad vuestro corazón , amigo mio . El moro guardó silencio unos instantes , como abismado en dolorosos recuerdos , y luego habló . — Yo era Rey . — ¿ Vos ? ... — Era dueño de tres castillos . — ¡ Regío ! exclamó Román . — ¡ Cómo lo sabes ! ¿ Quién me vende ? ... Desgraciado de tí ... Habla , ¿ has venido a sorprenderme ? ¿ Quieren perseguirme los cristianos ? — Tranquilizaos . Nadie os molestará . — ¿ Por qué sabes que fui Rey ? — Es voz de la comarca ... — Yo era Rey . La mujer cristiana más hermosa del mundo era mía . Juan Sago , por mandato de Enrique III , sitió mis castillos cuando yo estaba en Granada . Un perro hidalgo afrentó a mi mujer . Para mi vuelta ha han los cristianos preparado una emboscada , y me llevaron a Toledo cautivo . La mujer del hidalgo se enamoró de mí y la seduje como el hidalgo a la mia . Tuve un hijo . Allá quedó en Toledo por hijo del hidalgo . Diéronme libertad y huí a estos montes . Mi mujer había dado a luz una niña ... La perdoné la vida , e hice mas ... La protegí cuando murió su madre ... ¡ pobre huérfana ! Basta ... estoy fatigado ... ¡ Ah , qué tormento ! ¡ Cuánto sufro ! Todo hidalgo que habitó los castillos , ha perecido bajo mi puñal . ¡ Huye ! Si te detuvieras , tal vez te mataria . La relación de mis desgracias ha encendido mi cólera . ¡ Huye , repito ! El moro retrocedió algunos pasos para dar espacio a que Román saliera ; pero éste le miró con bondad , haciendo con la cabeza un movimiento negativo . La luz que entraba por la ventana , bañaba de espalda al moro , que con su heroica estatura oscurecía la figura de Román , haciéndole parecer su pálida sombra . Nunca se habían visto dos hombres tan semejantes . — ¿ Qué quieres hacer aquí ? dijo por fin el moro con voz sombría . — Consolaros . — ¡ Ah ! exclamó Regío dolorosamente ; el consuelo no le hallaré sino bajo la tierra . — ¿ Cómo podré aliviar vuestra suerte ? — Eres bueno , contestó volviendo a sentarse . Te han enternecido mis dolores . — Decidme qué puedo hacer . — ¡ Ay cristiano , por mí nada ! Yo siento que me detendré poco en estos lugares , porque mi alma está ya muerta , y lo que sobrevive en mí son los miembros , que como los de algunos reptiles conservan movimiento unos instantes después de acabada la vida . Anoche al pasar por la tumba de mi amada , vi alzarse tres luces , y es porque no estaré aquí sino tres lunas . La cuarta me hallará descansando debajo del ciprés que has visto junto al castillo . Mis últimas esperanzas las perdí en esa batalla que ganásteis . Llamaron ; acudí . Fuimos vencidos ... ¿ Por qué no me dejaste morir cuando caí en la zanja ? ... ¿ Por qué no dejaste que me acabaran los tuyos ? ... — Alejad esos tristes pensamientos . — Inocente , son mis únicas alegrías . El que ha perdido su amada y sus castillos , debe huir como yo de las gentes , y aguardar con ansia la voz del profeta que le llame a descansar . — ¿ Qué puedo hacer por vos , repitió el doncel asiendo su mano . — La hija de mi mujer … … contestó Regío haciendo un gesto desgarrador , la hija del hidalgo , quedará sola . — ¡ Jarilla ! — ¿ La conoces ? ¡ Ahí prorumpió el moro levantándose otra vez y mirando a Román con aire irritado , tú has descubierto su retiro , y este atrevimiento te cuesta la vida . — Sosegaos : yo os lo contare todo . Refirióle Román su encuentro en la selva , y Regío se serenó por fin . — Te ama , dijo luego ; ¿ la amas tú ? — La amo . — Házla tu mujer . — Estoy casado , respondió desesperadamente el esposo de Doña Inés , llevando su mano a la frente , como si este recuerdo le hiriera por primera vez . — Entonces la mataré , dijo el moro con sangre fría . — ¡ Ah , no ! Regío , nada temais . Soy caballero . La amo , pero la respetaré . — ¿ Por quién lo juras ? — Por mi Dios . — Yo no creo en tu Dios . — Por mi honor . — ¡ Eres hidalgo ! — ¿ Por quién quereis que lo jure ? — Por el amor de Jarilla . — Lo juro . — Toma mi mano . Y el doncel , estrechando su mano , cayó desvanecido por el esfuerzo que habia hecho su corazón . — Esta noche , dijo con voz apagada , me enseñareis la ruta del castillo que mira al oriente . — Esta noche vendré . Descansa ahora , buen joven . El moro salió del castillo y se dirigió a una mezquita medio arruinada , donde dos moros viejos estaban en un rincón orando . Aquellos dos sectarios de Mahoma eran dos antiguos dependientes del castillo que habian vuelto a habitar las casillas abandonadas , y cuyo armazón de descarnados huesos , tenia mucha semejanza con las desmoronadas piedras dé la mezquita . ¡ Todos caeremos a un tiempo ! murmuró Regío . Aquella noche volvió y condujo al doncel por una ruta ignorada , hasta el castillo de Nogales que habitaba D . Juan II ; pero la debilidad del joven era tanta , que cerca ya de los muros sintió que le faltaban las fuerzas , y tuvo que apoyarse contra un árbol . — Mejor será , dijo el moro , que te lleve en mis brazos por el subterráneo que comunica con el primer piso , y del cual yo solo conozco el misterio , porque yo le hice construir . Y tomando al doncel en sus brazos , lo llevó hasta unas rocas , y se hundió con él en las entrañas de la tierra ... Dos días hacia que la pobre Jarilla esperaba a Román en la fuente de las Adelfas . ¡ Mujer enamorada que en la soledad has aguardado en vano al amado de tu corazón , tú sola puedes comprender lo que sufrió Jarilla al ver desvanecidas sus esperanzas ! Aún alumbraba la luna en el cielo en el día prometido por Román para venir a la fuente de las Adelfas , cuando Jarilla se levantó pensando adelantar las horas . El campo estaba cubierto de agua , y tuvo que subirse en unas piedras temblando de frío . Cruzó sus piés mojados , envolviéndolos en la falda de su vestido , y se puso a mirar a la Madre del sol , que es como llamaba a la Sierra de Oriente . Estuvo recordando todo cuanto le había pasado el día antes ; y por término de sus largas meditaciones besaba la estrella de oro , que es también el nombre que hemos dejado al acicate de Román . Dio de comer a su vaca un puñado de heno ; llevó semillas al pie de dos o tres alcornoques , en cuyas cortezas había puesto una señal , y después se volvió a la morada cuya descripción no queremos omitir . Por un resto de majestuoso orgullo , había , querido Regío dar a su vivienda la apariencia , de un castillo , levantando dos torres con troncos de encina que sostenían la entrada del edificio . Entrábase por él a un ancho patio sembrado de granados y almendros , y alrededor del cual habia seis ú ocho columnas de barro que dividían otros tantos aposentos reducidos y oscuros . Al frente se veia un cuarto más largo , al que Regío llamaba Mexnar , y en cuyas paredes estaban colgados varios trofeos de una de las batallas que los moros ganaron a los cristianos en los memorables campos de Jerez . A un extremo del Mexnar habia un arca de hierro , y al otro una mesa con multitud de manuscritos , y colgado de un clavo , a la altura del techo , un rico , pero deslucido turbante , y una banda de seda . La servidumbre de Regío se componía únicamente de Barbellido y del Morro , que estaban como guardas de la selva , y de una mora vieja que servia a Jarilla . Jarilla entró a tomar su frugal desayuno , pero de repente se acordó de alguna cosa que Rabia dejado olvidada en la ribera , y volvió a ella con pasos precipitados . Llegó a una encina muy vieja y carcomida que estaba oculta entre un grupo de otras , y se arrodilló después de haber mirado a uno y otro lado recelosamente . Era aquella la primera mañana que embebecida en sus amores , había dilatado el cumplimiento de una práctica que la enseñó su madre . En el hueco de aquella encina debía de haber , sin duda , alguna reliquia santa . Al medio día volvió a la gruta con la esperanza pintada en el rostro , y acomodó sur asiento de yerbas detrás de la madre-selva , por cuyo verde enrejado se veia gran parte del valle . Un fresno , nacido en medio de la fuente , había crecido y ensanchádose con tanta profusión y lozanía de hojas que abarcaba con sus ramas colgantes todo el círculo de la fuente , y las zarzas floridas entrelazadas a ellas , subiendo a la corona del árbol y desmayándose hasta hundirse en la superficie cristalina perfeccionaban la obra de una gruta sombría , húmeda y deliciosa que resonaba con el canto de las tórtolas anidadas en ella . Jarilla se sentó allí , miró el agua , miró la verde bóveda , y tendió los brazos hacia las ramas de donde salían los arrullos . Agitó varias veces con su preciosa mano el cristal de la fuente , y después de una dulce contemplación , exclamó con balbucientes palabras : ¡ Román ! ¡ Román ! ¡ Ven ! ¡ Ven ! El sol empezaba a penetrar en la gruta con . vivísimo ardor , y las flores que caían sobre la cabeza de Jarilla , exhalaban un perfume que embriagaba a la doncella . Corto Jarilla un ramo , lo colocó en su pecho , y volvió a repetir : ¡ Román ! ¡ ven ! ¡ ven ! ... y nadie respondía . ¡ Mujer enamorada que en la soledad hayas aguardado en vano al amado de tu corazón , tú sola puedes comprender la ansiedad de Jarilla ! Pero Jarilla no dudaba . Las almas en quienes la pasión domina , no dudan jamás . En medio del abandono y del infortunio creen en la felicidad , y cuando la esperanza ha muerto , la llaman todavía . ¿ Cómo en aquella gruta deliciosa no había Jarilla de ver a su amante , cuando Dios la había dotado de tanta gracia y de tanto amor para hacer venturoso a su compañero ? Esta es la engañosa lógica de los corazones ignorantes , que juzgan las cosas como debieron ser en su estado primitivo , y no como son después que han degenerado , Jarilla oia las tórtolas enamoradas y contentas en la copa del árbol , o imaginaba , por un instinto de justicia , que Dios no podía negarle la dicha que concedía a los pájaros . Jarilla no sabia que más allá de los montes había hombres que encadenan a los otros hombres ; políticos que disponen de las ajenas voluntades , un hidalgo que abusa de la docilidad de su hijo , un escribano que da fé , una portuguesa que reclama sus derechos … Jarilla creía que todos los corazones eran libres como su corazón ; por eso esperaba a su amante . Pero ya el sol había traspuesto el monte y nadie parecia . Jarilla empezó a llorar . De repente oye unos pasos lentos . Él es , gritó lanzándose fuera de la gruta … era una cierva que bajaba al arroyo . Al día siguiente sucedió lo mismo , y ya Jarilla se entregaba a la desesperación , cuando vió a Barbedillo y al Morro que atravesaban el monte , cabalgando ambos sobre un caballo que reconoció al instante . — ¿ Qué babeis hecho del que iba sobre ese caballo ? gritó furiosa la hija del rey moro . — Se fué en paz , contestó Barbellido . — ¡ Ay de vosotros , si le hubiéseis muerto ! Os haria quemar como a la jara ... Dejad ese caballo y marchaos . Obedecieron , y Jarilla ató el acicate al pescuezo del caballo , persuadida de que aquella estrella le guiarla para buscar a su señor . — Vé le dijo , abrazándolo y besándolo en la frente , busca a tu dueño y vuelve con él antes que se vayan las golondrinas , y antes que se sequen las rosas blancas . Yo le amo más que a la vaca negra y más que al nido de garzas que tengo cu la ribera , y más que a la enredadera de campanitas azules que me nació en la fuente de las Adelfas . Díle que yo sin él no quiero ni la gruta , ni los pájaros , ni las flores . Díle que no puedo dormir junto al arroyo , porque estoy sobresaltada esperándolo . Díle , en fin , que venga pronto , porque quiero que viva conmigo siempre . Dicho esto , dio una palmada en el lomo del caballo , y se subió sobre una roca a ver relucir la estrella . Mucho tiempo estuvo la estrella errante por los verdes prados , y dejó de brillar cuando vino la noche . Al día siguiente la vio Jarilla sobre una colina , y tendió los brazos llorando , y repitiendo el nombre de Román . Pero el caballo se espantó al pasar junto a un ato de pastores , y emprendió tan larga carrera , que la estrella desapareció de aquellos sitios . ¡ Pobres mujeres , las que amais con la sencilla fé del corazón ! La estrella de Jarilla era un acicate , y de esta estrella aguardaba su felicidad ! ... Se había cumplido una semana desde que la duquesa heredera de Silves temia haber perdido a su marido , y que el señor de Villena esperaba haber perdido a su hijo , cuando ambos determinaron consolarse . No podía quedar duda alguna de que Román era muerto , puesto que su caballo acababa de ser encontrado cerca del castillo con un acicate atado al pescuezo , prueba inequívoca de que los asesinos de la selva habían concluido con el doncel . El encuentro del caballo fue muy curioso . Pérez , el paje de lanza , vio desde lo alto de la torre una estrella que giraba sobre una colina , y dio cuenta a sus compañeros de este maravilloso suceso . Los más osados determinaron salir a descubrirla , y hallaron al caballo de Román con el acicate , que brillaba al sol como una estrella . — ¡ Nequacuan ! dijo Pérez , cuando trajeron el caballo al castillo ; ese acicate no es lo que yo vi relumbrar desde las torres , Lo que vi yo clara y positivamente , era una estrella tan grande como la luna , y de color azufrado … … Dios nos saque pronto de estas tierras , donde hay luces y sombras de encantamiento . Pero sea como quiera , estrella de primera o de segunda magnitud , el señor de Villena la miró como mensajera de la muerte de su hijo , y la de Silves como cumplimiento del vaticinio que creyó oir por boca de las dos cabezas . Hicieron se las exequias del heredero , se dijeron algunas misas , rezaron por su eterno descanso el padre y la viuda , y prévio el consentimiento de D . Álvaro y de S . A . el Rey Don Juan , se casaron ambos dolientes . Habia prometido el Rey dar a Román el castillo de Salvatierra , cuando se casara con la duquesa ; pero no pudiendo ya cumplirse esta oferta en el hijo , hizo presente al condestable el señor de Villena que podía cumplirla en el padre . La alianza del portugués era en estos momentos tan importante , que D . Álvaro se prestó a satisfacer los deseos del de Villena . Pero antes que se pusiese el castillo de Salvatierra en disposición de recibir a los ilustres novios , se les señaló a estos un departamento en el que habitaba el Rey , eligiendo tres habitaciones del primer piso , donde se recogieron sus señorías a las once de la noche . Pérez habia sido elevado a la categoría de primer paje del marqués de Villena , y velaba aquella noche cerca de la desposada . Todo estaba en silencio . Una lámpara de bronce arrojaba su débil claridad en el primer aposento , cuya humedad atraia a las arañas que se dibujaban en la pared , reproduciendo centenares de patas con un acrecentamiento de sombra , capaz de intimidar a la que escribe estas líneas , tanto como pudiera intimidar a Pérez la sombra del moro . Columpiábanse las arañas , y ya el paje empezaba a sentir la necesidad del sueño , cuando se oyó un ruido subterráneo ... las paredes crugieron ... el paje se levantó despavorido , y todo volvió a quedar en silencio . — Este es el moro , dijo para sí el paje , que suena dentro de las paredes , como la carcoma en las puertas . Seria bueno que oyendo las piedras , se nos encajase encima la maldita sombra . Algunos instantes después se sintió temblar el pavimento , se oyó un golpe en un rincón de la estancia ; una columna de aire que no supo Pérez de donde vino , lamió la llama de la lámpara , y un terrible moro apareció como brotado del suelo . — ¡ Socorro ! gritó el paje , y dio luego tan grandes alaridos , que hizo salir de su estancia al señor de Villena , a quien seguía , por miedo de quedarse sola , la hermosa desposada . Los pajes acudieron al mismo tiempo con hachas encendidas , y todos vieron claramente al heredero de Villena pálido , pero tranquilo , con los brazos cruzados en medio de la estancia . — ¡ Mi hijo ! exclamó aterrado el viejo novio . — ¡ Mi marido ! exclamó Doña Inés , mirando con alegría el novio joven . — Huid ; gritaba Pérez ; ese no es el que pensais , es la sombra del moro . Casos peregrinos habrán acontecido en la historia de los amores , que habrán puesta grande espanto en las regiones de la conciencia ; pero ninguno tan peregrino como el de hallarse casado el noble señor de Villena con la mujer de su hijo . Preciso es confesar que nunca la impaciencia de las viudas y la precipitación de los viejos para contraer esponsales , trajo consecuencias más lastimosas ; y yo quisiera que esto que refiero , sirviese.de provechosa lección , para que las viudas prolongasen sus duelos algunos días más , y para que moderasen los viejos sus amorosos arrebatos . Pronto los gritos de Pérez difundieron la alarma por todo el castillo , y supo S . A . la aparición de Román . Aunque Juan II era Rey , no carecia de inteligencia , y en vez de ordenar que se tapiase , como hubiera querido el marqués de Villena , la sala donde se hallaba el aparecido , lo hizo venir a su presencia . — ¿ Es verdad que estás aquí por arte del diablo ? preguntó S . A . sonriendo , y alargando la mano al doncel . — Estoy por gracia de Dios , contestó este besándola . Refirióle brevemente cuanto le había acaecido , reservando su entrevista con Jarilla y su encuentro con el moro ; y concluyó diciendo que había entrado en el castillo por el subterráneo que le enseñó un pastor . — No veo tan claro eso del subterráneo , dijo Villena . — Lo que ves algo turbio , repuso de muy buen humor el Rey , son tus bodas deshechas « con la venida de tu hijo » . — Señor , contestó sagazmente el cortesano , la Iglesia entenderá en este asunto . — Pero en tanto que consultamos al arzobispo de Toledo , dijo el Rey con firmeza y resolución , Román vivirá con su mujer legítima en el castillo que le liemos regalado , y del cual iremos a darle posesión mañana mismo . A no ser que la hermosa Doña Inés , añadió maliciosamente advirtiendo el interés con que la portuguesa miraba a su primer novio , prefiera retirarse a un convento basta que el arzobispo decida . — Señor , contestó Doña Inés , V . A . ha dicho antes lo que ha de ser , y yo no tengo más voluntad que la de V . A . No bien se habían separado del Rey , cuando Villena condujo a Román a la sala de armas del castillo , y le dijo con un furor que la ironía de Don Juan había exasperado : — Tenemos que batirnos . — ¡ Con mi padre ! exclamó Román . — ¡ Con mi hijo ! respondió el marqués , tomando dos espadas , y empujando al doncel para que le siguiera . — ¡ Jamás ! — Cobarde , ¿ temes a un viejo ? — Temo matar a mi padre , contestó Román conteniendo su primer movimiento de ira . Villena condujo a Román a una estancia apartada , y le arrojó el arma repitiendo : — ¡ Defiéndete ! ¡ defiéndete ! — Nunca , tornó a contestar el hijo , sin tomar la espada . — ¡ Román , gritó el marqués , defiéndete ! Y viendo la impasibilidad con que cruzó los brazos , se acercó ciego de cólera , y le abofeteé el rostro . Román lanzó un gemido , y tomando furiosamente la espada , se dirigió a su contrario ; pero de repente se detuvo , y la clavó con ímpetu en el suelo , haciéndola saltar en dos pedazos . — Matadme , dijo con abatimiento , pero no me batiré con vos . — Miserable , ¡ tú me robas mi felicidad ! — ¡ Desgraciado de mí ! ¡ esa felicidad va a hacer mi desgracia ! ¡ Padre , yo no amo a esa mujer , yo amo a otra ! Villena soltó la espada , y dijo con más templanza : — ¿ Luego te alegrarías de que el arzobispo decidiese en mi favor ? — Sería mi mayor dicha . — ¿ Respetarás a tu mujer , hasta que el arzobispo responda ? — Lo prometo por vuestro honor . — Por el mío no , por el tuyo , repuso el marqués , como persona que no queria dejar palabras en falso . — ¡ Por el mío ! — Bien , siendo así , marchemos mañana a Salvatierra , y cúmplase la voluntad del Rey . — Señor Pérez , decia uno de los muchos que rodeaban al paje en el patio del castillo , contadnos cómo ha sucedido eso , y si es verdad lo que se cuenta , tómese una resolución , porque me voy quedando seco , y por nuestra patrón Santiago , que no es sino la sombra del moro que me va chupando la sangre . — Esta noche , contestó Pérez con aire severo y profundo , creo que no habrá en el corra uno que me acuse de visionario . — ¿ Es por mí por quien lo decís ? preguntó un paje . — Ciertamente , Sr . Marinilla ; y lo digo con razón . Pues hace pocas noches que se ponía en duda lo que yo contaba acerca de la sombra , fundándose ( miren qué fundamento ) en que yo no la había visto cara a cara . — Decía , Sr . Pérez , que podían ser cuentos , puesto que nadie dijo , por estos ojos lo vi , sino lo vieron otros . — Pues ya llegó lo de verlo uno por estos ojos … … ( y señaló con los dedos ) esa sombra que se tenia por cuento . — Y bien , Sr . Pérez , ya nadie lo duda . — Creí , prosiguió Pérez , mirando en torno por ver si sorprendía alguna sonrisa de incredulidad , que todavía era caso de duda ) porque entonces ... — Lo que queremos , Sr . Pérez , es saber cómo se apareció la sombra . Tosió y escupió el Sr . Pérez , y colocando su mano izquierda en el seno , y poniendo la derecha en acción , se expresó en estos términos : ... — Serían como las doce de la noche cuando el señor marqués y la señora se recogieron a su aposento . Yo me quedé velando , y decidido a rechazar la sombra si se presentaba a turbar la paz de los señores . Pero miren lo que es la astucia de los moros . Habia en las paredes como unas tres mil arañas ( salvo error ) y daban cierta sombra que no me pareció sospechosa por el pronto . ¡ Tanta era mi buena fé ! Pero poco a poco aquellas sombras fueron creciendo … oyóse dentro de las paredes un ruido como de condenados que jugasen a la pelota ... Tembló la tierra … … un terrible huracán de viento se metió en la sala , y la sombra del moro se me desplomó encima como una torre . Aquí llegaba Pérez , cuando un centinela de la muralla , gritó : — ¡ La sombra del moro ! Cayeron los pajes espantados unos sobre otros , y solamente Marinilla tuvo ánimo para hacer la señal de la cruz , bien que con mano trémula . — Ya pasó , dijeron luego . Serenados un tanto los pajes , y habiendo acudido allí algunas otras gentes del castillo , empezó a tratarse de tomar una determinación . — Señores , dijo Pérez , que vaya uno a informarse de la dirección que lleva la sombra , para ver si está de acuerdo con ciertas cosas que yo me sé , y no he revelado todavía . Fué Marinilla a preguntar , y supo por el centinela que la sombra había pasado a un tiro de venablo de la muralla , hacia la parte de Occidente . — ¡ Táte ! dijo Pérez , ya le cogí las vueltas .. Señores , voy a decir lo que no he dicho basta ahora . Estiráronse todas las orejas , entreabriéronse todas las bocas , y Pérez continuó : — El día en que el Sr . D . Enrique III ( que en paz descanse ) echó al moro de los castillos , se vio en la sierra de Occidente una luminaria , luminaria como nunca la vieron los cristianos , porque era entre azul y colorada , mezcla de azufre y sangre , que quitaba la luz de los ojos . Desde aquella noche observaron los del castillo que todas , sin faltar una , aparecia , la misma luminaria , aunque no tan fuerte , pero por la misma obra del encantamiento . ¿ Que no es esa luz del moro ? ... para el necio que lo dude . El moro sube todas las noches , y no sé si es la luminaria , el relumbrio de sus ojos , o si es candela que enciende para calentarse , porque arroja de sí un viento frio que me heló los huesos esta noche , y que me hace creer que tiene la carne de carámbano o cosa que se le parezca . De todos modos , esa luz , repito , que es del moro . — Entonces , dijo Marinilla , ¿ subirá a estas horas por la sierra ? — En eso estoy , contestó Pérez . — ¿ Y bajará con el alba ? — Es muy posible . — ¿ Hay más que darle caza ? — ¡ Caza al moro ! Exclamaron aterrados más de veinte hombres . — Caza al moro . — Señor Marinilla , repuso Pérez , se conoce bien que no habéis visto su sombra . — Y la manera de que no se vuelva a aparecer , replicó Marinilla , es matar al moro . — Señor Marinilla , cosas hay muy fáciles de proponer ; pero imposibles de ejecutar , como es esta de dar caza al moro . — ¿ Sabéis , Sr . Pérez , que para paje de lanza no sois de los más animosos ? — Señor Marinilla , gritó Pérez alborotado y descubriendo su frente señalada de cicatrices ; cuando hayáis recibido tantas lanzadas como yo , podeis hablar de valentía . Pero una cosa son los cristianos y otra cosa los moros ; una cósalos cuerpos y otra las sombras . ¿ Quién ha de pelear con un Rey , que está encantada en los castillos , y que pone luminarias en las sierras ? Y ya que es preciso decirlo todo , sabed Sr . Marinilla , que esa luz ... esa luz no se enciende sin motivo . — ¿ Pues qué más hay , Sr . Pérez ? repitieron muchos . — Hay , contestó el historiador , bajando la voz y abriendo los ojos , hay que el moro se ha comido asados a los hidalgos que habitaban los castillos . — ¡ Qué horror ! — ¡ Asados ! ... ¡ asados ! ... en esa lumbre que hay en la sierra . Ahora , que suba el señor Marinilla a calentarse los huesos . — Bien , dijo este un poco desconcertado , yo no digo que subamos a la sierra ; pero que se le espere al pié de ella . — Yo estoy de guardia mañana , dijo uno . — Yo no tengo caballo , dijo otro . — De mí desconfía el condestable , añadió un tercero , y no me atrevo a salir fuera del castillo . Otros no dijeron nada ; pero se fueron retirando poco a poco , y Marinilla quedó solo con dos ballesteros , que tenían fama de temerarios . — Si como estamos tres estuviéramos doce , dijo Marininilla con petulancia , yo le diria al Sr . Pérez cómo se matan las sombras y cómo se apagan las luces . — ¿ Y creéis , contestó un ballestero , que no podremos juntarnos doce ? — ¿ Pues no veis cómo han huido ? — ¡ Vá ! gentes hay en el castillo que no huirán delante de cien sombras y uno de ellos es mi primo , y otro es el marido de mi hermana , que esté en gloria . — Yo también , dijo el segundo ballestero , puedo contar con mi hermano , y con dos amigos ... — Marinilla contó por los dedos los ocho que resultaban , y añadió : Con otros seis o siete , sobraba gente para darle caza . — Se buscan . — Ahora me acuerdo , exclamó golpeándose la frente , de los seis arqueros que han venido ayer de Sevilla y que no saben nada del asunto . — Bien , todavía hemos de ir más de doce . — Señores , si es que podemos ir hasta veinte mejor . — Juntaremos los que podamos . — Convenido . — ¡ Veremos a ver si con veinte hombres se atreve a pelear el moro ! — ¡ Pues a la caza ! — ¡ A la caza ! Hay en la cima de la sierra de Monsalud , una habitación subterránea , a la que se desciende por la bóveda . Muchas personas han tenido por maravilla semejante vivienda , dudando qué persona humana gustase de habitar aquel sepulcro , que apenas baña un rayo de sol , y en donde el aire nunca se renueva . Pero una cisterna construida cerca de la misma morada , dá a conocer claramente la existencia de un ser que la habitó por largo tiempo [ 6 ] . Existió este en el de D . Juan II , y era uno de los moros tenidos por poeta . Perseguido por el fanatismo del maestre de Alcántara Don Martin Yañez de la Barbuda , que seducido por el ermitaño Juan Sago había jurado el exterminio de los moros escritores , tuvo que huir de Córdoba y refugiarse en el castillo de Regío , de donde fue lanzado más tarde , viéndose al fin precisado a esconderse en la sierra . Allí construyó la bóveda y el algibe , y plantó una huerta , con cuyo fruto se sustentaba , y con algunos regalos que le llevaban los moros esparcidos por las cercanías ; y aunque tan retirado , se sostenia tanto la fama de su saber , que hasta los reyes moros le enviaban cartas para consultarle siempre los puntos más importantes y difíciles . La noche en que se apareció en el castillo de Nogales la sombra del terrible mahometano , una semejante se deslizó a través de los muros , y se dirigió hácia la sierra . Aunque una luna muy clara alumbraba el suelo , no podían atravesarse sin peligro los matorrales que estorbaban los piés , si ya no fuese por el conocimiento que alguno tenia de aquellos malos pasos , y por la increíble agilidad con que saltaba las peñas . Llegado que hubo el que caminaba a la mitad de la sierra , se sentó , y se limpió el rostro con la punta del turbante . Contempló algunos momentos las luces que iluminaban el castillo , y se sonrió con esa amarga y desesperada sonrisa que en los caracteres enérgicos hace las Teces de llanto para expresar el dolor . Luego volvió a subir más lentamente , y seria como la media noche , cuando llegó a la cima . Una luz muy débil se percibia a lo lejos en un extremo de la sierra , y a ella se dirigió el moro . — Abac ... Abac ; repitió el moro al pié de la bóveda . — Entra , contestaron desde abajo . Descolgóse y se halló frente a frente con Abac . Abac tenía envuelto el cuerpo en un capote moruno , y el rostro en la barba blanca . Estaba con las piernas cruzadas , leyendo a la claridad de una lámpara en un libro muy viejo . — ¿ Qué traes ? dijo Abac . — La desgracia , como siempre . — Habla . — Jarilla ama a un cristiano . — ¿ No hay más ? — Es hidalgo . — Continúa . — Y ... está casado . — Calló Regío , y Abac meditó . — La semilla vuelve a la tierra de donde ha brotado , dijo Abac gravemente ; hija de cristiano es , busca marido cristiano . Deja marchar al destino . Doncella será hasta que el cristiano sea libre . No te inquietes por su honra . La doncella honrada es más fuerte que los hombres . Si el cristiano no es nunca libre , morirá doncella . — ¡ Hija de cristiano ! murmuró Regío . — ¡ Pobre huérfana ! añadió Abac . Guardaron silencio , y luego el viejo sacó un tintero y unos pergaminos ; los colocó sobre una tabla y dijo a Regío : — Escribe . Regío tomó la pluma y escribió en arábigo lo que Abac le dictaba , y que traducido decía así : « ¡ Grande es el poder de Dios ! inclínense ante su ley todos los seres de la tierra . Cinco años que en la soledad le canto , y en mis lábios no se agotan las alabanzas . Yo te alabo cuando la nieve cubre la sierra , y el frió entumece mis piés . Yo te alabo cuando me falta el sustento y mi cuerpo desfallece ; la hora de mi tormento es la de mi mayor alabanza . Yo estoy lejos de la tierra donde nací ; yo no veo el árbol a cuya sombra se sentaba mi padre . Los hombres mataron mis hijos . Yo voy a morir entre estas rocas sin que un brazo me sostenga , ¡ y yo te alabo ! » . La voz del viejo , llena y sonora , retumbaba por la bóveda como la voz de nuestros sacerdotes en los templos . Detúvose un poco , y luego siguió : « Nuestras mezquitas han sido destruidas por los cristianos . » Ya no tenemos un rincón donde poder orar . » Habitamos las cuevas . Todas las desgracias y todas las miserias , han venido sobre nosotros . » Nuestros hermanos colgados por los caminos , hansido pasto de los cuervos . ¡ Y yo te alabo ! » Cesó Abac , y todavía repetia el eco : « ¡ Y yo te alabo ! » Aquel canto tan vehemente , exhalado de los labios de un anciano casi moribundo , hizo derramar lágrimas a Regío . — Dejemos esto , dijo Abac ; escribe al Rey de Granada . Regío tomó otro pergamino , y escribió en arábigo : « Satisfacer el tributo estipulado con el Rey de Castilla por la restauración del trono . » Nuevas guerras sobrevendrán , si el Rey de Granada se niega a ello . » Alá favorece a los justos . » — Este pliego a Granada . He sabido por aviso de Mahomed que ha solicitado auxilio del de Túnez . Mabomed será destronado , si no aprovecha mi consejo . Vete ya , hijo mío ; necesito dormir algunas horas para poder trabajar en la huerta . La tormenta última ha destruido los frutos , y tengo que cuidar más de las legumbres . — Duerme , contestó Regío , y yo cavaré la huerta . — No , respondió Abac ; no esperes al sol , porque pudieran verte los cristianos , que están en la falda de la sierra . — Descansa , replicó Regío . Y salió de la morada . Ya habia desaparecido la luna , y las luces del castillo brillaban con más viveza en la oscuridad de los montes . Regío se sentó en el borde dé la cisterna , y volvió a entregarse a sus amargas reflexiones . ¡ Ay ! en aquella ventana que dá al Occidente , se habia sentado con su hermosa a contemplar la luna . En aquella del Mediodía había admirado sus dorados cabellos , que brillaban esparcidos al sol . En la torre más alta besó sus negros ojos y su rosada boca una tarde en que le aguardaba impaciente porque retardó su paseo . ¡ Cuánto poder , cuánta riqueza , cuánta felicidad había tenido en aquel castillo ! Así pensaba cuando vino a exclarecer la sierra el primer albor del día . Regío se dirigió a la huerta , tomó el azada , y cavó alrededor de los árboles . Ya alumbraba el sol , y el beneficio de las plantas estaba hecho por la mano de Regío cuando dejó la azada , se limpió el rostro , descansó un instante , y emprendió su camino hacia el castillo de Salvaleon . Cuando llegó a la mitad de la sierra , le pareció oir ruido de caballos ; detúvose , miró , no vio nada , y siguió tranquilamente su camino . Pero al llegar a la falda de la sierra se oyó el grito de — ¡ Muera la sombra del moro ! Una flecha silbando con fuerza , vino a cía varee en su frente , y Regío cayó brotando de ella un manantial de sangre . Caballero en un famoso potro granadino bajaba el Rey D . Juan II con toda su corte por la pendiente de la sierra donde se eleva el castillo de Nogales , para ir a dar posesión del de Salvatierra a su protegido el célebre Román . Iba la Reina en un vistoso palafrén enjaezado de terciopelo verde con flecos de oro , y a su lado la duquesa heredera de Silves , radiantes ambas de hermosura , de riqueza y de alegría . Seguíalas el viejo marqués de Villena , sin apartar los ojos de su fugitiva novia , y procurando llamar su atención con palabras y con suspiros . Pero la duquesa , para librarse de él , acercó cuanto pudo su palafrén al de la Reina , entablando con esta una conversación en portugués , que , aun a ser ménos cerrado , no pudiera comprenderlo el de Villena . Don Álvaro de Luna , absorto en sus meditaciones , iba un trecho apartado de la corte , y dejaba a Román el honor de conversar con S . A . que se sentia dichoso con esta ausencia del consejero , y con la libertad de poder comunicar libremente sus impresiones . Siempre que estaba lejos del condestable era D . Juan amable , jovial y decidor , y su frente levantada y la movilidad de su cuello , daban a entender que llevaba ligeramente la corona . Parecia que la mano de D . Álvaro pesaba sobre ella como una maza de hierro , cuando su proximidad ponia al Rey tan cabizbajo . La belleza de aquella corte de oro , de seda , de plumas y de rostros delicados , formaba un filosófico contraste con la grave perspectiva de los incultos montes ; y el ruido de las palabras que espantaba a las aves , y el son del atambor que hacia huir a los ciervos , hubiera indignado al poeta que prefiriese la soledad de las tierras vírgenes al bullicio de las vanidades sociales . Cuando se ven en las peñas , en los árboles , en los arroyos y en las flores , las moradas , los doseles , los espejos y los lechos que tuvieron los primeros hombres , un sentimiento inexplicable nos revela contra la civilización . En tanto que habitamos los palacios , y nos dormimos entre sedas embriagados de perfumes , no sentimos más que la languidez de la pereza y el enervamiento de la esclavitud ; poro cuando una vez salimos al aire libre de los bosques y sentimos , si somos guerreros , el peso del casco que nos abruma la cabeza , y si somos damas , la estrechez de la cotilla que nos prensa el corazón ; y comparamos la existencia sencilla y feliz de los primitivos seres con la nuestra complicada y tormentosa , hay un momento de ira en que quisiéramos destruir nuestras casas y huirnos a las soledades . Es decir , los seres amantes y los poetas , que son los únicos a quienes no logra dominar la civilización ; que por lo que hace a los otros , se pueden muy bien resignar a vivir en los pueblos con un Rey que les mande , un esclavo que los obedezca , y un coche que los arrastre . Román era poeta y enamorado ; así , al aproximarse a la selva , sintió que el peso de la armadura le era insoportable . Para vivir con Jarilla en la gruta de las madre-selvas y de las zarza-rosas no le eran menester ni la armadura dorada , ni la herencia del marquesado , ni el favor de D . Juan . Un suspiro se escapó de los labios del doncel , y con gran sentimiento del Rey , se obstinó en guardar un absoluto silencio . Pero en aquel momento se espantaron algunos caballos , las dos ilustres portuguesas empezaron a hacer exclamaciones en su idioma , y D . Álvaro acudió sobresaltado . Cuatro hombres arrastraban penosamente con el auxilio de unos palos a un moro cubierto de sangre , que en abundancia iba regando las yerbas . Seguíanle basta quince ballesteros con aire triunfante , como se vé a una turba de muchachos traviesos volver del campo con la caza de un gran lagarto que arrastran medio vivo entre disputas y algazara . De trecho en trecho descansaban los que arrastraban al moro , y uno de los cuatro se entretenia en levantar al desgraciado los párpados con un palo para que abriese los ojos , y en separarle los labios para descubrirle los dientes . Román saltó del caballo con la furia de un tigre , y desnudando la espada empezó a descargar golpes sobre aquel hombre cruel . Después se arrodilló junto al moro , le limpió el rostro con su pañuelo , y desgarrando a pedazos su vestido , restañó la herida de su frente , pidiendo a voces que lo auxiliasen los médicos del Rey , con gran sorpresa de toda la corte , que no podía comprender semejante arrebato . — Doncel , dijo el condestable acercándosele con semblante ceñudo : ved que S . A . no viene a veros desempeñar el oficio de cirujano , sino a daros posesión de un castillo . — Condestable , respondió Román con solemne tono : la Humanidad es antes que el Rey . Y sin atender a más razones , dio orden para que trajesen del castillo una camilla : quitóse el casco , tomó agua de un próximo arroyo , que el Arroyo del moro se llama desde entonces , lavó el rostro del herido , y no se apartó de él hasta que le vió volver en sí . Tornóse después al Rey , que esperaba una señal del condestable para saber si debía enojarse por aquel hecho ; y antes de que tuviese tiempo de reflexionar , le refirió la escena del castillo de Salvaléon , sus defieres para con el moro , y su deseo de llevarlo consigo para satisfacerle la deuda de gratitud . El gesto indeciso del rostro de S . A . tomó con semejantes razones una expresión benigna , y no solo dio a Román su beneplácito para que acompañase al moro , sino que encargó a su medico el cuidado de asistirlo eficazmente . Es verdad que esto dio mucho que murmurar a los pagos , y sobre todo a Pérez , que decía : — Llevemos a este endiablado al castillo , que como él abra los ojos , no han de faltarle desgracias . Miren como D . Román se ladea a esa gente bien decían , que allá en la guerra protegia a un … — Silencio , Sr . Pérez , contestaba uno , la mejor palabra es la que se queda por decir . — De todos modos , Sr . Pérez , añadía Marinilla , ya os habréis convencido de que no es tan difícil matar a un moro , puesto que veinte hombres hemos sido sobrados para darle caza . — Señor Marinilla , ¿ paréceos que soy tan inocente que crea que el moro está herido de , muerte ? Tan vivo quisiera ver a mi padre . — ¿ Conque no está herido de muerte ? — Por nuestro patrón Santiago , que el moro está más vivo que nosotros ; y que esa sangre que ha vertido no fué sino para envenenarlas yerbas , que mañana estarán secas , o no entiendo yo las marañas de la morería . ¡ Matar al moro ! miren que gesto lleva . ¿ No creeís que se va a morir ? Pues esta es otra gatada … — La cúlpa la tengo yo , Sr . Pérez , que le quise traer vivo al castillo ; que si le hubiera , como pensé primeramente , aplastado la cabeza con una piedra , no tendría , que temer nadie por su mágica . — ¡ Ea ! Sr . Marinilla , eso sí que es no entender la mágica moruna . Aunque le echárais encima aquella sierra ( y señaló la más alta ) no le aplastaríais la cabeza al moro . ¡ Maldita sea su crisma ! ese demonio tiene los sesos de hierro . ¡ Desdichados de los cuatro que van a cargar con él ! — ¿ Queréis callar , Sr . Pérez ? — Pues y el que beba el agua del arroyo donde han lavado el casco después de haber servido de cazuela para enjuagar la herida , ¿ paréceos que no reventará ? — Y ¿ quién ha de beber ya esa agua ? — El pobre pastor que no lo sepa , los animales , los pájaros , ¿ que si habrá morriña ? lo habéis de saber pronto … .. Pero mirad ¡ ah zorro ! ya hace otro pucherito . ¡ Habráse visto demonio más mojigato ! ... Se pone como que tiene ansias de muerte … ... Mal rayo que te parta el hocico … … . Los moros sois muy ladinos , pero acá se entiende ya algo de vuestras tretas . ¡ Miau ! añadió remedando una boqueada . Habíanse ido separando de Pérez los otros compañeros , y este apostrofe lo dijo solo el paje sin advertir que nadie le escuchaba . — ¿ Qué es eso , gritó , por qué me dejais ? — Porque sois un imprudente , contestaron , y nos vais a comprometer con habladurías . — Ya callo , repuso el buen Pérez uniéndose a ellos . Colocado Regío en el lecho que llevaban en hombros los servidores de Román , serenadas las ilustres damas , y recobrando D . Álvaro de Luna el aire indiferente que una falta de la etiqueta habia turbado en su rostro , se puso de nuevo en movimiento la régia comitiva al son de las cajas y éntrelos sordos gemidos que alguna vez exhalaba el moro . Aquella marcha triunfal conduciendo a un moribundo , la alegría retratada en el semblante de los cristianos , la agonía de la muerte en el pálido del moro , un rey de Castilla dominado por el favorito , a quien habia de hacer decapitar , un marqués casado con la mujer de su hijo , Román unido a la mujer que no ama , y a poca distancia Jarilla llorando por el amante que no puede pertenecerla ; he aquí reunidas en una selva todas las miserias de la vida . — Pero , exclamó impaciente la heredera de . Silves dirigiéndose a la Reina , haga V . A . que mi marido nos explique la causa de su cariño por ese moro que nos ha dado tan gran susto . Oyó el marqués de Villena la palabra marido , y aprovechó la ocasión de acercarse a doña Inés . — ¡ No eres tú , dijo zumbonamente la Reina , es el marido joven . Bajó el viejo la cabeza confuso y mortificado , y la Reina hizo venir a Román . — Tu mujer , dijo apoyando con intención el título , quiere hacerte una pregunta . — La duquesa , contestó Román inclinándose , puede empezar cuando guste . — Queria saber , balbuceó doña Inés desconcertada , desde cuándo sois amigo de los moros . — Desde que soy cristiano , señora , me intereso por las desgracias de todos los hombres . — ¡ Ah ! exclamó la duquesa deteniendo su caballo para quedarse detrás con el doncel ; ¡ si fuérais tan piadoso con las mujeres ! — ¿ Qué quereis decir ? . — Que aún no os habéis dignado dirigirme una mirada . — Perdonad , señora , si no me es dado satisfacer vuestra legítima reconvención . — No es una reconvención ; es una queja . — Perdonad , repitió queriendo alejarse de doña Inés . — ¡ Román ! siguió la portuguesa obstinadamente , una palabra sola . — Que sea breve . — Soy vuestra mujer . — Ya lo sé . — Y bien ... — ¡ Ay ! — ¿ Suspiráis , Román ? — Ya lo sé ... ¡ ay ! ya lo sé que no puedo pertenecer a otra . — ¿ Y lo decís con amargura ? — Lo digo con desesperación . — ¡ Román ! — ¿ Qué quereis ? — ¿ Luego amáis a otra ? — Sí . — Pues olvidadla , porque jamás sereis libre … ¡ Lo juro ! Sea cualquiera la decisión de la Iglesia , yo os amo , y no renunciaré a mis derechos . — Llevareis mi nombre , pero nunca será vuestro mi corazón . — ¿ Por qué os enlazásteis conmigo ? — Porque entonces no amaba a nadie . — ¡ Ah ! — Duquesa , cumplamos resignadamente con el deber que nos impone el mundo , viviendo fraternalmente ; pero sabed que la palabra amor no saldrá de mis labios . — ¿ Y quién , es la mujer venturosa , a quien amáis ? — Su nombre debe importaros poco . — ¿ Es también mora ? ¿ Guardáis silencio ? ... ¿ Temeis que descubra su retiro ? ¡ Román , qué desgraciada soy ! exclamó la portuguesa limpiando en seco sus hermosos ojos . — ¡ Sí , señora , los dos somos muy desgraciados ! ... Que Dios os guarde . Y Romau se colocó otra vez al lado del moro . Ya habían atravesado gran parte de la selva , y se distinguían a corta distancia las torres del castillo . Regío cada vez más pálido entreabrió los ojos , y lanzó un gemido al reconocer el camino que atravesaba . — Amigo mio , dijo Román , estoy aquí a vuestro lado . — ¡ Román , pocas horas me restan de vida ! — Desechad esa idea . — Quiero hablarte de mi último deseo . — Bien , amigo mio . — Quiero que tú con tus más fieles servidores me lleves a enterrar al bosque donde está Jarilla , y que protejas a esta . Es hija de un hidalgo , pero estaba bajo mi amparo ... — Pensemos en salvaros ... — No , Román . — Y si por desgracia sucumbís , cumpliré vuestra voluntad . El moro había ido reanimándose poco a poco , y continuó . — Román , no te separes de mí hasta que muera . — Os lo prometo ; pero ¿ tendréis fuerzas para presenciar la ceremonia a que tengo que asistir ? — ¿ Qué ceremonia ? — Voy a tomar posesión del castillo . — ¿ Mi castillo va a ser tuyo ? exclamó el moro iluminado con un rayo de alegría ; sí , yo puedo yo quiero asistir a la ceremoniaallí a tu lado , Román . Media hora después llegaron al castillo . La ceremonia de la entrega era una de las más solemnes de aquellos tiempos , mucho más si se considera hoy el aparato real con que iba a verificarse , y las numerosas tropas que acompañaban a SS . AA . La sierra parecia un jigante cubierto en su cima con un solo casco , que formaban centenares de cascos reunidos , y con un solo penacho que tremolaba cerca de las nubes . El son de las cajas parecia su voz que retumbaba por los valles . Habíanse elevado asientos para los reyes y las damas ; los nobles ocupaban gravemente sus puestos . El moro detrás de Román se sostenia sobre sus piernas cruzadas , agotando el último resto de vida en este esfuerzo . El heraldo repetia el formulario que declaraba al heredero de Villena dueño del castillo de Salvatierra , por la gracia del muy poderoso y magnánimo Rey D . Juan II , cuando Regío , que había estado mirando con espantados ojos al marqués de Villena , se levantó repentinamente y gritó : — ¡ Villena ! ... ¡ Villena ! ... ¡ Dame a mi hijo ! ... ¡ El hijo de tu cristiana , que es mi hijo ! ... Yo le vi nacer ¡ Perro , ese hijo no es tuyo ; te lo juro por el Korán ! ¡ Es mi hijo ! El moro cayó en tierra desplomado , y un profundo silencio siguió a sus palabras . El Rey quedó mohino ; el condestable suspenso ; Doña Inés perdió el color ; alborotóse el marqués ; los nobles se miraron confundidos ; los pecheros sonrieron gozosamente , y Román acudió a levantar al moro , que exhaló en sus brazos el último suspiro , al mismo tiempo que las gentes gritaban bajo las almenas : — ¡ Viva el Rey ! ¡ Viva el nuevo señor del castillo ! La noche que siguió a este día , fue muy triste en el castillo de Salvatierra . Un viento desapacible se estrellaba en las torres , y se oían gemir las ramas de los espinosos arbustos nacidos en las grietas de sus paredes , como tristes encarcelados que se duelen de sus cuitas en el silencio .