A su respetable amigo el Sr . D . Juan Nicasio Gallego . Prólogo Si la benévola acogida con que el público de Madrid ha concedido a la novelita intitulada Sab , impusiese solamente a su autora la obligación de presentarle otra obra de más estudio y profundidad , acaso no se atrevería a dar a la prensa su ensayo en tal difícil género , desconfiando de llenar debidamente aquella obligación . Pero como quiera que no cree menos imperioso el deber de ofrecer a tan indulgente público un testimonio de su gratitud , y no alcanza otro que el de presentarle sus ligeros trabajos , se determina a publicar la presente novela , sin creerse en la precisión de hacer alarde de una falsa modestia , rebajando el mérito que pueda tener , ni menos atribuirle alguno de que acaso carezca . Dirá únicamente que la presente obrita no pertenece al género histórico descriptivo que inmortalizará el nombre de Valter Scott ; ni tampoco a la novela dramática , por decirlo así , de Víctor Hugo . No hay en ella creaciones , tales como el Han de Islandia y Claudio , ni ha intentado la autora desentrañar del secreto del corazón humano el instinto del crimen . Más humilde y menos profunda , se ha limitado a bosquejar caracteres verosímiles y pasiones naturales ; y los cuadros que ofrece su novela , si no son siempre lisonjeros , nunca son sangrientos . A los críticos abandona los defectos numerosos que deben contener estas páginas como obra literaria , y previene cualquiera interpretación ligera o rigurosa que pueda deducirse de su lectura , declarando que ningún objeto moral ni social se ha propuesto al describirlas . La autora no se cree en la precisión de profesar una doctrina , ni reconoce en sí la capacidad necesaria para encargarse de ninguna misión de cualquier género que sea . Escribe por mero pasatiempo , y sería dolorosamente afectada si algunas de sus opiniones , vertidas sin intención , fuesen juzgadas con la severidad que tal vez merece el que tiene la presunción de dictar máximas morales doctrinales . - Te repito por centésima vez , hermana , que es absolutamente preciso que mi hijo conozca un poco del mundo antes de contraer empeños tan solemnes como los del matrimonio . - Sí , porque arrojar a un pobre muchacho de veinte años , que sale de un colegio , en esa Babilonia de Madrid , para que le perviertan y corrompan , es el mejor medio de prepararle a ser un buen marido . ¡ A la verdad , hermano , que discurres con acierto ! - Leonor , tú interpretas mis palabras con una arbitrariedad que me pasma . ¿ Quién trata de arrojar a Carlos , como dices tú , para que le perviertan y le corrompan ? No pude mi hijo ir a la corte recomendando a sujetos apreciables y prudentes , que le sirvan de guía en ésa que tú llamas Babilonia ? Además , en Madrid como en Sevilla hay bueno y malo : no sé por qué se ha de suponer que todo el que vaya , habrá de pervertirse forzosamente . ¡ Tienes unas preocupaciones tan injustas y tan tenaces ! - ¡ Y tú unos caprichos tan inconcebibles ! ... Conque , en fin , Francisco , estás resuelto a pesar de las repetidas reflexiones que te hago , a enviar al chico a Madrid apenas llegue a Sevilla . - No digo yo que sea precisamente apenas llegue a Sevilla , no por cierto . Hace ocho años que no veo a Carlos y ... - Gracias a la loca manía que tuviste de querer hacer a tu hijo un revolucionario , un hereje , un francés . No fue ciertamente mi dictamen el que seguiste cuando enviaste a Carlos a tomar lo que tú llamas una brillante educación , a un colegio de Francia : de esa Nínive , de ese centro de corrupción , de herejías , de ... - Por el amor de Dios , hermana , suspende tus calificaciones y déjame concluir lo que iba diciendo . Repito que hace ocho años no veo a mi hijo , y que es natural desee tenerlo a mi lado algunos meses antes de volver a separarme de él . Pero después , es cosa decidida , después irá a Madrid , irá a tomar ese bañito de corte que sienta tan bien a un joven de su clase , y que en nada , así lo espero , podrá perjudicar a sus sentimientos y buenas costumbres . ¡ Hermana Leonor ! Ningún Silva ha sido pícaro ni libertino , y yo juro , vive Dios , que no será Carlos el primero . - Pero ¿ qué necesidad tiene Carlos de ese bañito de corte , como tú dices ? Porque se quede tranquilo en su patria al lado de su padre y de su esposa , cuidando sus intereses , que a Dios gracias son considerables , será menos caballero , menos estimado de sus compatriotas ? ¿ Pierde algo con no ir a Madrid ? - Sí , señora , porque este paseo , que por otra parte no será largo , le proporcionará revivir útiles relaciones , que yo tengo muy descuidadas : podrá , por medio de ellas , vestir el distinguido hábito de Carlos III que yo obtuve a su edad , pues mi hijo no ha de ser menos que yo ; se dará a conocer y cultivará la amistad su primo que es capellán de la Reina , anciano valetudinario y poderosos , que no tiene parientes más próximos ... en fin , suponte que ninguna ventaja resulte de este viaje , yo lo quiero y esto basta . - Ésa es la razón que tú acostumbras oponer a todas las que yo te presento para apartarte de alguno de los proyectos desatinados que formas cada día . A la verdad , hermano , que a los cincuenta y cuatro años eres más loco que fuiste a los veinte . - Y tú más tenaz y dominante a los cincuenta que a los diez y ocho , cuando te casate con aquel pobre hombre a quien echaste a la sepultura a fuerza de impertinencias . Estas beatas o devotas son más temibles que una legión de demonios . - ¡ Hermano Francisco ! - ¡ Hermana Leonor ! - Tú te excedes . - Tú me precipitas . En el momento en que el debate de los dos hermanos , llegaba a esta línea peligrosa que divide el terreno de la discusión y el agravio , abriose sin ruido una puerta vidriera cubierta de cortinas de tafetán verde , y asomó por ella una rubia angélica cabeza diga del pincel de Urbino o del Corregio . - ¿ Qué es esto , mi querida mamá ? , ¿ qué tiene Ud . , mi amado tío ? , ¿ están ustedes riendo ? ¡ Ah ! ¡ y yo me aflijo tanto siempre que tienen Vds . estas disputas que terminan por enfadarse ! Al oír estas palabras , pronunciadas con un ligero y gracioso acento andaluz por una voz musical , desarrúguese la frente de don Francisco de Silva , y una sonrisa de orgullo maternal asomó a los pálidos labios de doña Leonor que un momento antes temblaban de cólera . - Ven , Luisita - exclamó la buena señora , removiendo en un ancho sillón de damasco encarnado con galón de plata , su cuerpo enjuto y acartonado - . Ven y tráeme agua de colonia , éter , cualquier cosa , porque me siento muy mala . ¡ Ay , Dios mío , qué flato ! , estas cosas me asesinan . - Hermana - dijo don Francisco mirándola con inquietud - yo siento mucho ... , ¡ pero tú me insultas de un modo ... ! En fin , olvídese esto ; si te he ofendido perdóname . Ya sabes mi genio ... soy una pólvora ... pero repito que me perdones . Mientras el caballero tartamudeaba estas palabras , sintiendo sinceramente la indisposición de su hermana , aunque debía estar acostumbrado a tales escenas que eran demasiado frecuentes , Luisa salió del gabinete con un frasquito de éter , y poniéndose en una banquetita delante de su madre , acercó su linda cabeza para examinar con tierno sobresalto las facciones de la anciana , alteradas aún por la cólera , pero en las que se traslucía la satisfacción que le causaba la victoria que , merced a su flato , acababa de obtener sobre su antagonista . Luego la hermosa niña aplicó el frasquillo a la nariz de la enferma , y volviendo a su tío dos bellísimos ojos azules , llenos de ternura y mansedumbre , pareció decirle con ellos : « ¿ Por qué , por amor a mí , no es Ud . más dulce con mi madre ? » Don Francisco se levantó de su silla , no ya con las cejas fruncidas ni la frente arrugada , sino con aire contrito y avergonzado , y tomando una mano de su hermana . - Leonor - la dijo - , dime que me perdonas . De todos modos Carlos no irá ya a Madrid . Estas palabras fueron un himno de triunfo de triunfo para doña Leonor , que aparentó sin embargo no atender a ellas , y haciendo alarde de generosidad . - Yo te perdono , Francisco - exclamó - , y espero que tú también ... - No digas más , mi buena Leonor , olvídese de esto ; ¿ estás mejor ? - Quisiera irme a la cama , hermano mío , necesito reposo . ¡ Hace tres días que me siento tan mala ! - ¡ Y yo , bárbaro ! , que sin consideración al estado de tu salud , te doy a cada hora un nuevo disgusto ... - Vamos , tío , ya Ud . ha dicho que no se hable más de eso . Venga Ud . ; llevemos a mamá a su cama y luego ... luego le daré Ud . un abrazo en premio de lo bien que ha reparado su falta . - ¡ Hechicera ! Y el caballero miraba cayéndosele la baba , como suele decirse en su país , a la linda niña , hasta que dándole un golpecito en el hombro le recordó ésta que era preciso conducir al lecho a la anciana . Mientras que descansa en sus bien mullidos colchones la respetable y doliente señora ; que se marcha don Francisco después de recibir el prometido abrazo ; y que Luisa aprovecha el momento en que se ve sola para leer a hurtadillas detrás de las cortinas de la cama de su madre , el libro de Pablo y Virginia , que por pertenecer al anatematizado gremio de las novelas era en el concepto de ésta una obra perjudicial a la juventud , nos tomaremos sin disgusto el trabajo de dar al lector una breve noticia de las personas que le hemos presentado . Poco hay que decir de don Francisco de Silva : era ni más ni menos , lo que aparece en la escena anterior . Corazón bueno y generoso , alma cándida , carácter vivo , un poco caprichoso pero fácil de dominar pasado el primer impulso . No era la prudencia su cualidad más sobresaliente , y solía tomar las resoluciones más extravagantes y peligrosas con una ligereza que los años no habían podido destruir y hacían resaltar . Rara vez consultaba otra opinión que la suya propia ; irritable la contradicción manifiesta ; no cedía jamás a los argumentos ; pero nunca supo resistir a la súplica y un niño podía gobernarle a su antojo por medio de la dulzura . Vástago de una familia antigua y poderosa de Sevilla , casó con una mujer de igual clase , de la que no tuvo más hijos que Carlos . Su esposa había muerto poco después del nacimiento de éste , y doña Leonor , única hermana de don Francisco , se encargó entonces del niño que no conoció otra madre . Don Francisco , no obstante , sus eternas disputas con su hermana , creyó no poder confiar su hijo a mejores manos . Devota , rígida , severa , doña Leonor era una mujer de cuya virtud la misma envidia no se atrevió a dudar en ningún tiempo . Tenía toda la prudencia que faltaba a su hermano , era tan reflexiva como él precipitado y si tomaba sus resoluciones con menos energía sabía sostenerlas con más tesón . Don Francisco censurando sin cesar la inflexibilidad del carácter de su hermana , era , sin que él lo conociese , dominado por este mismo carácter . Leonor jamás retrocedía en camino tomado con madura deliberación ; y su posición grave , constante , inmutable a todo lo que contradecía sus principios o contrariaba sus proyectos , quedaba siempre vencedora , ganando a su contrario de cansado muchas veces . De seis hijos que tuvo doña Leonor , no le quedaba más que uno a la muerte de su esposo , y la pérdida de tantos queridos objetos había hecho más preciosa para ella aquella última prenda de su unión . Luisa , la linda Luisa era esta cara prenda , y su madre había tenido en su educación el más incansable desvelo . No entraba en sus ideas el adornarla de talentos distinguidos y la educación de Luisa fue más religiosa que brillante : a pesar de la oposición de don Francisco a un sistema tan rígido . No tuvo maestros de música , ni de baile , ni de ningún género de habilidad ; pero en compensación conocía todos los secretos de la economía doméstica , era sobresaliente en el bastidor y la almohadilla , sabía los primeros rudimentos de la aritmética y la geografía , podía recitar de memoria la historia sagrada y estaba medianamente instruida en la profana ; con lo cual nada le faltaba , según decía su madre , para poder llamarse una mujer instruida . Además , aunque doña Leonor hubiese anatematizado todos los libros de novelas y poesías amatorias , solía permitir a Luisa obras en su concepto tan amenas como instructivas y aprovechando la niña esta concesión leía y releía en sus horas de descanso las Tardes de la Granja , la Vida de las santas , el Almacén de niñas , Eufemia o la mujer verdaderamente instruida , y aun las composiciones de Fray Luis de León , con tal de que no fuesen de aquéllas en las que el poeta se dejaba inspirar algún tanto por la ternura de su corazón . Además su tío solía darla a hurtadillas algunas novelas como el Robinson , Pablo y Virginia , etc . Luisa no tuvo amigas de su edad , doña Leonor no le gustaba da dar por compañeras a su hija jóvenes del día , tal era su expresión , que se educaban en los teatros y en los bailes , y que a los trece años salían a la reja a pelar la pava con sus amantes . Escandalizábase de la libertad que las madres dejaban a sus hijas , sostenía que en su tiempo era muy diferente , y terminaba por mal decir muy devotamente a la Francia y a los franceses , pues creía y probaba que de ella y de ellos , había recibido España el contagio fatal de las malas costumbres . Doña Leonor era en alto grado española y realista . El culto que daba a Fernando VII estaba como enlazado al que tributaba a Dios , y la desafección al Rey legítimo y absoluto era para ella un pecado de herejía , de tal modo se confundía en su cabeza el altar y el trono . Durante el reinado de José Bonaparte en España habíase confinado en un pueblo pequeño de la sierra viviendo en el más absoluto retiro , para evitar de este modo el oír hablar de aquel usurpador hacia el cual conservó toda su vida un odio tan grande como el que profesaba a la Francia , siendo a sus ojos una de las mayores faltas de su hermano el que no participase de sus sentimientos en este punto . Don Francisco , aunque adicto sinceramente a la causa del Rey , no era en manera alguna un enemigo de los Bonapartes ; y aun no pocas veces había exaltado la bilis de su hermana , asegurando , a fuer de hombre previsor y político , que conforme o no a sus intenciones , ellos habían traído ventajas a la España que debían hacerse palpables más tarde . Nunca olvidaba el noble caballero contar entre estas ventajas la abolición del tribunal terrible de la Inquisición , y era entonces cuando doña Leonor ponía el grito en los cielos , pues la piadosa señora no dejó de rogar devotamente cada día ; después del rosario , por la restauración del Santo Oficio y exterminio de los herejes ; así como por la vuelta de Fernando y caída de Bonaparte , a quien nunca nombró de otro modo que Malaparte , bien que su hermano se burlase claramente de su una puerilidad tan ridícula . Doña Leonor volvió a Sevilla a mediados del año 1814 para solemnizar con fiestas religiosas , que hizo celebrar a su costa en varios conventos , la vuelta del Rey . Tres años habían transcurrido desde dicho día hasta aquel en que comienza nuestra relación , y aunque el entusiasmo popular por el restituido monarca se hubiese algún tanto entibiado durante ese tiempo , no sucedía lo mismo con el de doña Leonor , que por el contrario se exaltaba cada día más , como de su devoción religiosa , llegando ambos sentimientos al grado de fatalismo . Es de suponer que su casa y su familia hubieran podido transportarse al siglo XVII sin que se desdijesen en nada . El aire que allí se respiraba tenía un olor a antiguo y monacal , los muebles , el interior , todo en doña casa de Leonor era español puro , antiguo y acendrado . Comíase a la una del día , merendábase chocolate y dulces a las cinco de la tarde , cenábase a las nueve de la noche , y a las diez , en punto , en verano o en invierno , todo el mundo estaba en la cama . Doña Leonor trataba a pocas personas y no tenía intimidad con nadie . Su única diversión era jugar algunas tardes a la malilla con doña Beatriz y doña Serafina , señoras maduras y devotas como ella , y sus tertulias del otro sexo eran con su hermano , su venerable confesor el cura de las Capuchinas , y dos galanes que se acordaban del casamiento de arlos IV con María Luisa , a cuyas fiestas asistió Leonor al primero y único baile que había visto en su vida . Esta mundana diversión , así como la del teatro , estaban proscriptas de la casa de la austera dama y Luisa no sabía apenas qué significaban tales nombres . Bien es verdad que en compensación solía dejarla ir su madre algunas tardes a ver las corridas de toros , y todos los años la confiaba una noche a sus amigas doña Serafina y doña Beatriz para que la llevasen a la velada de San Juan en la alameda de los Hércules , a dar un paseo y a comer un par de buñuelos . A esto se reducían todos los placeres de Luisa , pero a falta de ellos llenaban su vida mil pequeños deberes que su madre la hacía cumplir escrupulosamente . Ningún sábado dejaba de confesar y comulgar en las Capuchinas , ningún domingo de oír dos misas en la catedral . Había ciertos días del año : destinados a visitar hospitales para consolar y socorrer a los enfermos , otros que madre e hija consagraban a trabajar con sus manos ropas para los niños de la cuna , de cuyo establecimiento era especial protectora doña Leonor : en fin la multitud de novenas , las varias fiestas que se ofrecían ya a un santo , ya a una santa , las visitas a los conventos de monjas , en cada uno de los cuales tenía doña Leonor una parienta o una amiga , todas estas cosas unidas a los cuidados domésticos , ocupaban la vida de Luisa lo bastante para preservarla tal vez de estos éxtasis ardientes , peligro de la juventud en inacción , de esas vagas cavilaciones de la vida contemplativa que suelen extraviar las imaginaciones más puras . Además , nada anunciaba en Luisa una de aquellas almas de fuego , una de aquellas imaginaciones poderosas y activas que s devoran a sí misma si carecen de otro alimento . Aunque nacida bajo el ardiente cielo de Andalucía no tenía ni física ni moralmente los rasgos que caracterizan a las mujeres meridionales . Cándida y pura como su tez era su alma , y su carácter dulce y humilde como su mirada . La inocencia brillaba en cada una de sus facciones , como en cada uno de sus pensamientos , y cuando sus ojos azules y serenos se levantaban en lo alto , y un rayo de luz argentaba su blanca frente , diríase que recordaba en la tierra la existencia del cielo . Parecía cercar a aquella figura pública e ideal una atmósfera de divina poesía , y que en torno suyo se respiraba un aroma de pureza . La imaginación menos casta concebía al verla , pensamientos vagos de amor tímido y religioso , el corazón más gastado se sentía reanimar al aspecto de aquella juventud tan bella y tan cándida . Parecía que las pasiones de los hombres , no podían tener influencia sobre una criatura toda celestial , y que la voz humana debía herir aquellos oídos acostumbrados a los cánticos de los ángeles . Todo en ella correspondía a su divina figura : tierna , suave , benigna , siempre con la sonrisa en los labios y la paz en el corazón , no había conocido ni los placeres ni los dolores de la vida , y llevaba en su frente el sello de un alma virgen . Sin embargo , si nadie contemplándola se atrevería a imaginar que pudiesen hallar entrada en aquella existencia apacible fogosas y terribles pasiones , cualquiera al observar la dulzura melancólica de su frente y la exquisita sensibilidad que se traslucía en su mirada , hubiera comprendido que aquella alma todavía serena , había sido formada para amar : para amar con toda la pureza del ángel , y toda la abnegación de la mujer . Ella empero lo ignoraba : ¡ pobre niña ! ¿ se había atrevido nunca a preguntar a su corazón por qué palpitaba algunas veces cuando las tortolillas arrullaban en torno de sus nidos , cuando escuchaba en el silencio de la noche los amorosos trinos del ruiseñor , o cuando vagando solitaria por el jardín a la luz de la luna , veía temblar las ramas halagadas por el viento , y producir un sonido vago y melancólico que semejaba un suspiro ? Tenía solamente siete años y diez Carlos su primo , cuando los dos hermanos concertaron unirlos . Aquel enlace era bajo todos los aspectos proporcionado : ambos ran hijos únicos , ambos ricos y análogos en edad : Luisa y Carlos se habían criado como dos hermanos , y como tales se amaban . Los padres no vieron en lo futuro nada que pudiera contrariar aquel proyecto , pero don Francisco quiso enviar a su hijo a educarse a un colegio de Francia , y desde que realizó este pensamiento doña Leonor pronosticaba sin cesar que aquel deseado enlace no se verificaría . Y la verdad , la buena señora hubiera sentido con extremo que se cumpliesen sus pronósticos , pues sea por apego a su familia , sea por el largo tiempo que alimentaba el proyecto de dicha unión , o porque viéndose anciana y enferma quisiese asegurar cuanto antes a su hija un protector , doña Leonor deseaba ardientemente no sólo realizar , sino también apresurar en lo posible el casamiento de Luisa con su primo . Con la considerable dote de ésta y su mérito es de suponer que no faltarían muchos interesados por su mano , pero el conocimiento que todos tenían de su proyectado enlace y el absoluto retiro en que vivía , no habían permitido hasta entonces que ninguno se presentase como aspirante , y doña Leonor temblaba al pensar que podía morir sin haber colocado a su hija . Sin duda estas consideraciones la hacían oponerse con tanto tesón al paseo que don Francisco quería hiciese su hijo a Madrid , y su corazón no descansó completamente ni aun después de haberle oído ofrecer que desistiría de tal pensamiento . Tendida en su cama daba vueltas a un lado y a otro sin poder sosegar , y entre los ayes que le arrancaban , de vez en cuando , sus dolores reumáticos y sus accesos de histérico , la oía Luisa exclamar con voz destemplada . - No , no estaré tranquila hasta verlos volver del altar . He aquí que en una hermosa mañana del mes de mayo del año 1817 , cuando los colorines saludan a la primavera en los ricos campos de la Andalucía , y Sevilla , recostada , como una reina oriental en el centro de su fértil llanura se perfuma de azahares y jazmines ; cuando empiezan a adornarse los moriscos patios con macetas de porcelana sembradas de geranios , heliotropos , clavellinas y rosas ; que las aguas de las fuentes saltan murmurando en giros caprichosos de sus surtidores de mármol ; que el Guadalquivir se cubre de ligeros botes y veleras lanchas , mientras envanecidos de mirarse en sus celebradas linfas los naranjos y granados levantan en la orilla sus cabezas floridas : cuando el sol parece sonreír con amor a la vegetación que reanima : cuando las hermosas salen con la aurora , tan risueñas como ella , a pasearse por las orillas del río : en fin , cuando todo en Sevilla es vida , placer y poesía , he aquí , repito , que en un buque fondea en la ribera y dos minutos después don Francisco de Silva abraza a su hijo . Carlos había hecho su viaje por mar de Francia a Cádiz , en donde apenas se había detenido algunas horas , anhelando el momento que entonces gozaba . No tarda doña Leonor en recibir oficialmente el aviso de la feliz llegada de su sobrino y futuro yerno , y de que aquel día vendrá con don Francisco a comer con ella . A pesar del histérico y el reumatismo se supone al instante en movimiento , y hace poner igualmente a toda su servidumbre , para obsequiar dignamente a tan queridos huéspedes . Es fama que los muebles antiguos y venerandos de aquella casa tan constantemente tranquila , se espantaron al ver el inusitado movimiento de aquel día , y la vieja ama de llaves que en treinta años que servía a doña Leonor no se acordaba de haber presenciado iguales gastos y profusiones , se santiguó devotamente y dijo en voz baja al mayordomo . - No hay remedio , nuestra ama va a morir pronto , Tadeo , pues cuando las personas hacen esas cosas extraordinarias nada bueno para ellas puede esperarse . Luisa no tenía ningún adorno que pareciese bueno a la mamá , y bien que hasta entonces hubiese sido acérrima enemiga de las modas , en obsequio de tan gran día permitió que su oficiosa amiga doña Serafina recorriese varias tiendas para comprar mil chucherías del ornato mujeril . La pobre Luisa que hasta aquel día había oído decir que era un grave pecado perder los momentos en el tocador , hubo de someterse en aquella memorable mañana a dos largas horas de toilette . No aseguraremos que su prendido pudiese aspirar a la calificación de elegante , pues nos consta que fue dirigido por la respetable señora Serafina , que aunque se hubiese acreditado hacía treinta años de manejar con mucho salero su mantilla de raso , no estaba muy al corriente de las alteraciones que tan a menudo experimenta el voluble ídolo de la moda . Lo que sí sabemos es que salieron aquel día de sus acerados cofres todos los diamantes de su bisabuela , y que Luisa cargada de todos ellos se quejaba por la noche de una horrible jaqueca . Pero , en fin , lo cierto es que concluido el tocador doña Serafina declaró que estaba tan hermosa y tan bien prendida , como lo estuvo la misma Leonor el día que dio su mano al difunto , y que la ama de llaves , el mayordomo , la doncella y hasta la cocinera , quedaron deslumbrados a la vista de tanta hermosura y de tantos diamantes . La hora de la visita se acercaba : doña Leonor habiendo ya concluido todos sus preparativos se había sentado majestuosamente en su enorme sillón de damasco encarnado con galón de plata , recogiendo cuidadosamente su vestido de raso de color de hoja seca , y acomodándose simétricamente en los hombros su pañuelo de crespón de la India . Doña Serafina y doña Beatriz , sus únicas amigas , llenaban un canapé o sofá que formaba juego con el sillón , adornadas también con lo más selecto de sus guardarropas ; y junto a su madre , en un taburete antiguo , Luisa estaba sentada con timidez y abrumada bajo el peso de sus joyas , oyendo las prudentes advertencias que la hacían alternativamente su madre y sus amigas . Mientras tanto la pobre niña allá en sus adentros se admiraba sin poder comprender a qué se dirigía tanta solemnidad . Se le había dicho mil veces que estaba destinada a casarse con su primo , pero la inocente no daba a esta palabra un significado tan terrible como debiera . Se acordaba de un muchacho muy bonito que le rompía sus muñecas , pero que , en cambio , la regalaba pajaritos y dulces , y nada veía que la espantase en la idea de vivir siempre junto con aquel compañerito de su infancia . ¿ Para qué tantos consejos , tantas prevenciones ? Nada comprendía Luisa y empezaba a sentir una vaga inquietud que procuró disipar repitiéndose a sí misma , que aquel novio tan esperado , aquel marido tan solemne anunciado no era otro que su amigo Carlos , su gracioso Carlos , el cual se presentaba todavía con su carita redonda y blanca , sus largos cabellos , sus grandes ojos negros llenos de candor y alegría , y su risa infantil y estrepitosa . Casi se le figuraba que al verle , a pesar de todas las advertencias del venerable triunvirato , no podría contenerse sin correr a abrazarle . Mientras ella pensaba esto la repetía a su madre , por centésima vez . - Niña , es preciso no estar ni tan seria que parezca que no tomes parte en el placer de la familia , ni tan risueña y contenta que pueda creerse que te hallas con el derecho de manifestar que recibes la mayor parte . Compostura , Luisita , moderación , y , sobre todo , silencio . Una doncella bien educada no habla sino lo indispensable , mayormente en la primera visita de su futuro esposo . En el momento en que se terminaba esta arenga , probablemente para volver a comenzarla , oyose el ruido de un coche que paraba a la puerta y las tres señoras exclamaron a la vez , arreglando sus toquillas con majestuosa y casi solemne compostura . - Ya están aquí . Los hermosos ojos de Luisa se dirigieron involuntariamente hacia la puerta , pero doña Leonor la dio un golpecito con el abanico en el hombro , diciéndola con severidad . - ¡ Niña , niña ! , esos ojos bajos . Obedeció Luisa , y quedose inmóvil hasta que oyó la voz de su tío gritar junto a ella . - Luisita , saluda a tu primo . Levantó entonces la cabeza y fijó su dulce y candorosa mirada en la persona que don Francisco le presentaba , pero en el mismo instante y sin necesidad de nueva orden maternal volvieron a inclinarse al suelo sus hermosos ojos , tiñéndose de púrpura su rostro . La causa de tan súbita turbación no es imposible de adivinar . Luisa no había hallado a su Carlos . El objeto que estaba delante de ella no era el mismo de quien se había separado ocho años antes . El alegre , el gracioso Carlos había desaparecido : la niña no había encontrado sus redondas y frescas mejillas , sus largos cabellos castaños , sus ojos vivaces , y su boca risueña y diminuta . Bucles de un negro perfecto sombreaban una frente morena y espaciosa , en medio de la cual se señalaba distintamente una azulada vena : facciones varoniles y bien pronunciadas formaban un rostro de fisionomía meridional , fogosa y altiva : en fin , Luisita al buscar la sonrisa del niño había hallado la mirada del hombre . Un sentimiento sin nombre , una mezcla confusa de sorpresa , placer , tristeza y temor , embargó en aquel momento su corazón . Los cumplimientos entre Carlos , don Francisco y las tres señoras , se habían empezado y concluido por tres veces ; los recién llegados se habían ya sentado y la conversación había agotado todos los lugares comunes , todas las vaciedades que se emplean en semejantes casos , antes de que la pobre Luisa se hubiese atrevido a volver a mirar a su primo . Por fin , aprovechando un momento en que Carlos contaba a las señoras los pormenores de su viaje , y en el que pensó Luisa que no repararía en ella , levantó lenta y tímidamente sus bellos ojos , dirigiéndolos como a hurtadillas haca él , pero ... ¡ terrible casualidad ! , apenas su mirada se había detenido un instante en el rostro del mancebo , cuando la de éste volviose a ella súbitamente , tan directa , tan brillante , tan ardiente , que Luisa pasó de la turbación al desconcierto . Inclinó sobre el pecho agitado su rostro encendido de rubor , y sin saber que hacerse comenzó a romper las varillas de nacer de su abanico . Parecíale que nunca hasta entonces había sido mirada , que nunca había visto ojos hasta entonces ... En fin , parecíale que aquella mirada pasaba sobre su corazón y que iba a ponerse mala . Doña Leonor que por muy ocupada que estuviese en cumplimentar a su sobrino , no dejaba de mirar disimuladamente a su hija , notó el poco divertimiento de la niña , que iba haciendo trizas el precioso abanico que doña Leonor conservaba hacía dieciocho años ( pues era ni más ni menos el mismo que había usado el día de su boda ) , y no pudo contener su enfado gritando con impetuosidad : - ¿ Qué haces niña ? Un trueno no asusta más a un viajero descuidado que lo fue Luisa al oír aquella repentina interpelación ; ¿ qué hacía ? , ¿ por ventura lo sabía ella misma ? El fatal abanico cayó de sus manos al movimiento de susto que no pudo dominar , y viendo volverse hacia él todas las miradas , y notando entonces que había roto su abanico , y sin saber qué hacer ni qué decir , la pobre criatura volvió hacia su tío sus ojos confusos y preñados de lágrimas , como si implorase un defensor contra el extraño sentimiento que l conturbaba . Pero antes que don Francisco , acudió Carlos a levantar al caído abanico , y al presentárselo a Luisa como si fuese contagiosa la turbación de ésta , también se puso encendido y bajó sus soberbios ojos negros como ella bajaba sus dulces ojos azules . ¡ Oh momento primero de un primer amor ! ¿ Qué pluma habrá que acierte a describirte ? Cuando un rayo del cielo baja y enciende a la vez dos corazones vírgenes , los ángeles sonríen batiendo con languidez sus blancas alas , y ellos solos pueden comprender los castos misterios que entonces encierra el alma y que la inocencia oculta con su cándido velo . Gracias a la oportuna intervención de don Francisco , no se trató más del abanico : la conversación volvió a entablarse y Luisa pudo reponerse poco a poco de su primera emoción . Las tres señoras se habían situado por último en su terreno ; es decir , comenzábase a hablar de jaquecas , histéricos y reumatismos , y se hacía la prolija enumeración de odas las recetas probadas o no probadas , que podían convenir . Don Francisco las oía mezclándose de vez en cuando en la conversación para confirmar la inefabilidad de las unas o sostener la ineficacia de las otras , y Carlos y Luisa sentados uno frente del otro , callaban y se miraban alternativamente ; y digo alternativamente porque es de notar que como por un recíproco convenio evitaron ambo que volviesen a encontrarse sus ojos . Cuando Carlos fijaba en Luisa su irada apasionada la niña mantenía la suya inclinada hacia el suelo , y cuando Carlos notaba con disimulo que Luisa alzaba hacia él sus modestos ojos , dirigía los suyos a dos grandes cuadros al óleo que adornaban las paredes , y que representaban el uno el prendimiento de Jesús , y el otro la Asunción de María . Dos o tres veces pareció que el joven intentaba dirigir alguna palabra a su prima , pero esta palabra , que casi asomaba a sus labios , quedábase helada entre ellos , sin llegar a ser proferida . Por fin llegó la hora de la comida que aquel día por extraordinario fue a las tres , exceso que produjo un cólico a doña Leonor , cuyo estómago por el largo hábito de ser satisfecho a la una en punto , no se sometió impunemente a la dilación de dos horas . Quiso la buena señora que en conmemoración del último día que su sobrino con ella en la misma mesa que entonces , antes de su ida al colegio , ocúpase la silla que en aquel día había ocupado , y que Luisa se sentase junto a él , de la misma manera que entonces . Esta vecindad no fue la invención más propia para dar apetito a los dos jóvenes pues uno y otro se quedaron sin comer , Carlos por mirar a Luisa , Luisa por no mirar a Carlos . Doña Leonor expresó al final de la comida cuán agradecidos debían estar a Dios de que les hubiese dado vida para volver a reunirse en familia , del mismo modo y con igual placer que lo habían hecho hacia ocho años . - Sí , mi querido sobrino - dijo después dirigiéndose a Carlos - yo doy gracias a la Providencia porque te haya vuelto al seno de tu familia ; y a mí me haya concedido ver este dichoso día . En los ocho años que ha durado tu ausencia nunca me he sentado a la mesa sin mirar con tristeza el sitio que tú ocupabas en ella , y acordábame con emoción de tus travesuras y donaires . Carlos se atrevió entonces por primera vez a dirigir la palabra a su prima . - Y Vd . , Luisa - dijo con voz baja y algo trémula - , ¿ y Ud . nunca se ha acordado de mí ? Su nombre pronunciado por Carlos hizo estremecer a la doncella , y la conclusión de su pregunta la puso en un embarazo inexplicable . Quiso contestar , y el monosílabo sí salió de sus labios con un sonido tan tenue que Carlos pudo adivinarle más bien que oírle . - Yo también - añadió él con alguna osadía - , yo también me acordaba de Ud . , pero a la verdad , no de Ud . como es ahora , sino como era cuando nos separamos . - ¡ Ah ! - exclamó con candidez la niña - , ¿ con que le ha sucedido a Ud . lo mismo a mí ? Las señoras y don Francisco se levantaban de la mesa , pero distraídos los dos jóvenes quedaron sentados . - Yo la recordaba a Ud . tan linda como era cuando tenía ocho años , Luisa , pero ¡ ahora es Ud . tan hermosa ! Luisa volvió a ponerse encendida , pero acertó sin embargo a responder : - ¡ También Ud . ha variado tanto ! - Yo quisiera ser siempre el mismo Carlos a quien Ud . tuteaba , a quien Ud . llamaba hermano . ¿ Se acuerda Ud . Luisa ? - ¡ Ah ! , sí : pero ... - Pero ahora soy otro a sus ojos de Ud . ¿ no es verdad ? Ahora , prima , no me trata Ud . ya como hermano , ahora no me quiere Ud . como entonces . - Yo siempre ... - le quiero a Ud . , iba añadir Luisa , pero como en aquel instante encontró otra vez aquella mirada del mancebo que tanto la había turbado , quedose sin concluir la comenzaba frase . Carlos tampoco acertó a decir nada más : pero estúvose mirándola largo espacio tan distraído en su contemplación que no oyó a doña Leonor que le invitaba a pasar con su padre a un gabinete para descansar un rato , pues no podía la buena señora ni aun a favor de tan gran día pasarse si sueño de la siesta . Tres veces repitió su indicación antes que el joven la oyese ; y acaso aun la haría inútilmente por cuarta vez , si Luisa , que no podía resistir por más tiempo el rubor y la emoción que experimentaba , al sentir , por decirlo así , el fuego de la tenaz mirada del joven , no se hubiese levantado y entrádose precipitadamente en su alcoba . Entonces Carlos se dejó conducir al gabinete , y al verse sólo con Francisco : - ¡ Padre mío ! - exclamó en un exabrupto de entusiasmo - , ¡ qué feliz soy ! ¡ qué felices seremos ! El joven pensaba sin duda en aquel momento que aquella divina criatura le estaba destinada : mientras estuvo junto a ella no había pensado sino en verla tan bella y tan pura como un ángel . Y Luisa , ¿ en qué pensaba mientras dormían la mamá y venerables colegas , y ella echada en un sillón leía su libro de Pablo y Virginia ... ? No lo sé , pero me consta que , aunque estaba ya en el pasaje más interesante de la novela , en el momento en que los dos amantes se separaban , la siesta se pasó sin que aún hubiese leído la niña el embarque de Virginia . Verdad es que debemos confesar que más de una vez se escapó el libro de sus manos , y que otras muchas , auque estuviesen fijos en él sus bellos ojos largo espacio de tiempo , no se la veía volver una página . Es indudable que en algo pensaba más interesante ya para ella que los amores de los dos criollos ; pero ¿ quién se atreverá a expresar en el lenguaje humano los pensamientos de una virgen que comienza a amar ? La siesta pasó : las señoras dejaron sus lechos , y Luisa y Carlos se volvieron a ver sino con tanto embarazo con mayor agitación . Pero don Francisco , a quien le era tan imposible dejar de dar algunas vueltas todas las tardes de verano por la alameda , como a su hermana el dejar de dormir dos horas de siesta , manifestó a su hijo ( no sé si con gran satisfacción de éste ) , que era ya tiempo de despedirse de las damas . Volviéronse entonces a repetir todas las bienvenidas y ofrecimientos que a la llegada se habían dirigido las personas visitadas y las visitantes , y doña Leonor las terminó convidando con mucha instancia a su sobrino a venir a acompañarlas todas las noches . - Aunque no sea mi casa - dijo - una de aquéllas en que hay reuniones numerosas , no se pasa mal rato . Mis dos apreciables amigas que están presentes ( y aquí doña Beatriz y doña Serafina hicieron una ligera cortesía ) , el cura don Eustaquio , sujeto de amabilísimo trato , y algún otro amigo , suelen venir a favorecernos , y aunque no tengamos bailes ni conciertos , ni otras de esas diversiones mundanas , jugamos nuestra malilla , y aun algunas noches la lotería . Así , pues , mi querido sobrino , no te faltará en qué entretenerte sin ofensa de Dios ni perjuicio al prójimo , y si te fastidiase el jugar ... Carlos interrumpió con viveza a su tía para asegurar que lejos de fastidiarse se preparaba a divertirse muchísimo , pues tenía una decidida afición a la malilla y a la lotería . Doña Leonor , sin embargo , concluyó su prospecto diciendo : - Si te fastidiase el juego alguna noche , Luisita te dará conversación , pues ella nunca juega . - Si tuvieras un piano en tu casa como debías - dijo don Francisco - y si no te hubieses encaprichado en que la niña no aprendiese música , bien podríamos tener ahora buenos ratos , pues , según tengo entendido Carlos es un filarmónico consumado . Pero tú , hermana , has privado a Luisa de toda agradable habilidad , y con la educación que le has dado ... - Hermano - exclamó doña Leonor con algún enfado - , al oírte pensará mi sobrino que la niña es una ignorante , una estólida , y a la verdad que no porque no haya querido hacer de ella una profesora de música , ni una bailarina , creo que pueda tachárseme , de no haber dado a mi hija la educación correspondiente a su sexo . Otro día enseñará Luisa a su primo el mantel que ha hecho para el altar de nuestra señora del Amparo , que es la admiración de cuantas personas le han visto , y las dos imágenes de la Dolorosa y de santa Teresa de Jesús , que ha bordado sobre raso blanco con sedas , y que tal parecen pintadas con pincel . Pues no digo nada de las flores que hace que casi va uno a olerlas , tan naturales están ; ¡ y eso que es de pura afición ! Ella lee que da gusto oírla , ella escribe bastante claro , ella ejecuta para la perfección toda clase de obras de aguja , ella sabe las cuatro primeras reglas de aritmética como cualquier comerciante y puede relatar de memoria una porción de libros que ha leído . Digo , creo que no es tan ignorante como tú supones . - ¿ He dicho yo acaso semejante cosa ? Hermana , contigo no se puede hablar , pues das a la palabra más sencilla una interpretación absurda . - Hermano , es que tú ... Verosímilmente iba a entablarse un altercado de los dos de costumbre entre los dos hermanos , cuando llegó felizmente la amabilísima persona del cura don Eustaquio que cortó con su presencia el comenzado debate . Después de otra media docena de felicitaciones y bienvenidas del reverendo cura de la familia , y contestadas una por una con escrupulosa exactitud , se despidieron padre e hijo y se encaminaron a la alameda , diciendo el uno : - ¡ Mi hermana es insoportable ! Y el otro : - ¡ Mi prima es encantadora ! Carlos de Silva era uno de aquellos que las mujeres juzgan a la primera mirada , y de los que suelen decir en su interior : - ¡ Feliz aquella a quien ame ! En efecto , sus ojos revelaban un alma ardiente y apasionada , y un corazón generoso , lleno de fe y fácil a exaltarse , así como su frente llevaba el sello de la inteligencia y de una noble altivez . Había en su fisonomía todo el ardor , todo el entusiasmo de la primera juventud , templados ligeramente por una tintura de orgullo y de melancolía . Era un hombre hermoso en toda la extensión de la palabra , pues su hermosura era enteramente varonil , y observando aquel rostro tan joven , presentíase que más tarde debería tener un gesto de severidad . Pero , entonces , Carlos no tenía más que veinte años . Los doce primeros de su vida los había pasado cerca de su tía , en la atmósfera de devoción y de austeridad que la rodeaba . Habíanse formado sus primeras ideas análogas a las de las personas con quienes vivía . Los principios severos de doña Leonor , su rígida moral , sus hábitos religiosos y su inflexible carácter , habían presidido , por decirlo así , al desarrollo del corazón de Carlos , ejerciendo su influencia sobre toda su vida . En la época más brillante para la Francia y cuando el gran drama político comenzado con la revolución acababa de terminar con la caída del imperio ; en aquella época de las nuevas ideas y los nuevos principios , Carlos a cuya natural comprensión se unía un carácter reflexivo , no había dejado escapar los varios acontecimientos de un período tan fecundo en grandes instrucciones . Sus ideas se habían modificado y engrandecido , ilustrado su razón y extendido su inteligencia , sin que por eso se corrompiese su corazón ni viciase su carácter . Sin duda , al volver al lado de su tía no le acompañaban las mismas preocupaciones que ella le había inculcado , pero conservaba intacta la fe religiosa y la severa moral que distinguía a la respetable señora . Aunque dotado de un temperamento sanguíneo irritable y violento , y de pasiones muy vivas - acaso más vivas que profundas - , manteníase constante en sus principios , su conducta era regular e consecuente , y la franqueza impetuosa de su carácter era temperada por la energía de su razón . Verdad es que hasta entonces aquellos principios y aquella razón no habían tenido que sostener ninguna lucha tenaz con sus pasiones . Carlos era , pues , una bella y fuerte organización que aún no se había ejercitado ; un ardiente corazón que aún no había vivido ; un elevado juicio que aún no podía juzgar con acierto y exactitud ; una alta capacidad que aún no se conocía a sí misma : era , en fin , un hombre de veinte años , con los nobles instintos de la edad feliz , con las ilusiones y las teorías de las almas ardientes , con todos los peligros de la inexperiencia y con algunas de las preocupaciones recibidas en una primera educación . Desde muy niño había oído repetir a su alrededor que Luisa debía ser su esposa : en el colegio no dejó de pensar alguna vez en esto . Cuando su corazón empezó a hablar , cuando la juventud circuló ardiente e impetuosa por sus venas , entonces pensó muchas veces en que estaba ya elegida la que debía ser compañera de su vida . La imagen de Luisa tal cual él la había dejado no bastaba ya a la ambición de su alma apasionada , no era el objeto de sus sueños de amor . Tenía el joven allá en su mente el tipo de una mujer hermosa , pura , radiante , con la dignidad en la frente y la ternura en la mirada , creábase una esposa ideal que su corazón reclamaba , y a veces se decía a sí mismo : - ¡ Y yo no podré buscarla ! ¡ Y habré de aceptar a otra que no sea ella ! Pero por un acaso feliz y raro , la mujer elegida por su padre para Carlos , era , sin que él lo sospechase , la realidad de sus ilusiones , el original del retrato que le bosquejaba su ardiente imaginación . Carlos vio a Luisa y la conoció : conoció a su creación , a su esposa ideal : aquélla era la virgen sin mancha que le sonreía en sus éxtasis solitarios , la hechicera visión que entreveía en sus sueños . Carlos vio a Luisa y la amó : La amaba ya hacía tiempo : la amaba con un doble afecto . Luisa era la amante que hasta entonces él no conocía : en la niña , en la hermana había encontrado a su ideal compañera : y aquella virgen adorada y aquella hermana querida era la elegida para él por su familia : la mujer que le daban era la mujer que él hubiera buscado por todo el mundo . ¡ Carlos era feliz ! Fácil es adivinar que no echó en el olvido la invitación de su tía y que fue exacto en concurrir todas las noches a su casa . No hizo , es verdad , grande empeño en participar de la divertida malilla que doña Leonor le pintó como una distracción tan grata como honesta , prefirió el segundo prospecto de su tía : dar conversación a Luisa . Sin embargo , en honor de la verdad confieso que la tal conversación no era de las más animadas . Mientras jugaban las tres señoras , y el reverendo cura se paseaba con don Francisco a la sala discutiendo cuestiones teológicas o políticas , o acaso declamando el uno contra la corrupción de las costumbres y haciendo el otro la defensa , sólo por espíritu de contradicción . Luisa sentada en un taburete junto a un veladorcito de caoba , se entretenía en tejer medias o en hacer flores , y Carlos en otro taburete junto a ella la miraba trabajar en silencio . De vez en cuando Luisa consultaba el gusto de su primo sobre tal o cual color , o le preguntaba si le parecían bastante finas las medias que tejía . De vez en cuando , también Carlos hacía alguna corta observación sobre la variedad que ostenta la naturaleza en sus obras , y la dificultad de imitar con el pincel o con la aguja la frescura y el colorido de esas flore con que alfombra pródigamente nuestro suelo , y también solía admirar la ligereza con que su prima ejecutaba su labor . Si una tijera o una aguja se caían , Carlos se bajaba a cogerlas , atreviéndose tal cual vez a engañar a Luisa retirando el objeto presentado en el momento en que ella iba a tomarlo . Entonces la niña se sonreía avergonzándose : él volvía a presentar y a retirar el objeto una o dos veces , y la niña comenzaba a impacientarse tomando un empeño infantil en quitárselo . Si en esta especie de juego la casualidad hacía rozar si mano con la de Carlos , Luisa al punto la retiraba tiñéndose de púrpura su rostro , y Carlos , agitado y trémulo , cesaba en el juego . Así pasaban las noches en casa de doña Leonor , hasta que Carlos obtuvo permiso de su tía para enseñar a Luisa a pintar flores y pájaros . Desde entonces no se tejieron medias ni se hicieron flores . Sentados los dos delante de una mesa de forma antigua , daba Carlos a su amada largas lecciones que Luisa recibía con docilidad y complacencia . Durante el día el joven se entretenía en pintar bonitos ramos y pájaros de toda especie , que llevaba para modelos por la noche a su discípula . Era el mes de julio , tan caluroso en Sevilla , y según la costumbre del país las familias establecían su domicilio en las habitaciones bajas , y los patios se adornaban con primor . El de casa de doña Leonor no sobresalía por el lujo de sus muebles , pero sí por la abundancia y variedad de flores que Luisa cultivaba en jarrones azules y blancos , y cuyos aromas perfumaban el aire . En aquel patio estaban las mesas en que jugaba su malilla doña Leonor , y en la que pintaba Luisa . El ambiente fragante de aquel recinto parecía la única atmósfera en que debía vivir aquel ángel , y cuando Carlos apoyado en el respaldo de su silla inclinaba la cabeza , para seguir de más cerca los movimientos de la linda mano que se ensayaba en imitar los pájaros pintados por él , las auras solían agitar los rubios cabellos de Luisa que tocaban un momento la frente del joven . Si entonces su corazón latía con violencia y sus labios ardían , ávidos de devorar aquel hermoso pelo y aquellos hombros de nieve , cuando Luisa volvía hacia él sus ojos serenos y apacibles , la frente del hombre se inclinaba confusa y respetuosa a la mirada inocente de aquella virgen querida . Junto a ella el alma más que los sentidos eran sensibles , y las tempestades del corazón se serenaban al aspecto de aquella reunión de lo más dulce y más poderoso que existe sobre la tierra : la inocencia y la hermosura . El contemplarla en un mudo y religioso éxtasis ; el oír de vez en cuando su voz musical profiriendo palabras tiernas y expresando pensamientos tan puros como su corazón ; el respirar junto a ella aquel ambiente de flores bajo el cielo poético de la Andalucía ; el recibir una sonrisa , una mirada ; eran placeres tan intensos para Carlos , eran una felicidad tan perfecta que no podía acordarse de si existía otra mayor . Y Luisa , ¡ ah ! , ¡ y Luisa ! ... Sentía la inocente de una nueva vida en su corazón : un manantial de sensaciones desconocidas brotaba en su seno , como a la luz del sol se despiertan los colores que dormían en la noche ; y sin comprender lo que sentía ni lo que inspiraba , hallábase , sin embargo , dichosa y agitada al mismo tiempo . Asústabale su propia ventura , y cuando una mirada de Carlos la decía con respetuosa pasión , - ¡ te amo ! - y sentía la niña inundarse de felicidad su corazón , levantaba al cielo sus ojos para preguntarle si no era un crimen ser tan dichosa en la tierra . En aquella alma casta y religiosa todos los sentimientos tenían un carácter místico , y muchas veces , mientras sus ojos quedaban dulcemente clavados en el rostro adorado , su pensamiento se elevaba al cielo para buscar más allá de la vida terrestre el porvenir de su amor . Cuando Carlos no estaba con ella , Luisa sentía un placer infantil en tocar todos los objetos que él había tocado , en ocupar la silla que él había ocupado , en repetir las palabras que él había proferido , y en imitar todos sus gestos y las inflexiones de su voz ; pero cuando ella misma advertía su locura ruborizada y arrepentida , se postraba delante de una imagen de la virgen , invocándola por protectora , y sus votos puros y sus esperanzas tímidas , subían al cielo en alas de la oración . El sentimiento nuevo y poderoso que llenaba su corazón lejos de entibiar su piedad la había exaltado : porque el amor en las almas que aún no se han corrompido es también una religión : una fe . ¿ Y dónde está el hombre que al amar por primera vez en su vida , cuando aún no ha visto y sentido que el amor tiene cansancio , que la felicidad tiene límites , no ha creído estrecha la tierra y breve la vida para el sentimiento que le engrandece ? ¿ Dónde está aquél que no haya necesitado entonces del Dios paternal que ofrece una vida eterna para un eterno amor ? Por eso ningún hombre es materialista a los veinte años . Sólo se deja de creer cuando se deja de amar . Pero ellos , con sus corazones vírgenes , con su poderosa juventud , ellos que se amaban sin crimen , que en breve harían un deber sagrado de su ardiente y pura pasión , ellos tan castos y tan dichosos , creían en todo : en la eternidad de la vida ; en la eternidad del amor . ¡ Oh ! No seré yo ciertamente quien se burle de ninguna fe . Veo en todas las creencias una virtud y una felicidad . Búrlense en buena hora los corazones desgastados y fríos de esos elevados instintos del hombre que llaman ilusiones . ¡ Venid a mí , verdaderas o falsas , venid a mí , dulces creencias de la primera juventud ! ¿ Qué le queda al hombre cuando os ha perdido ? Dos meses habían corrido desde que Carlos llegó a Sevilla , y don Francisco aún no había dicho ni una sola palabra relativa al enlace de los dos primos . Este silencio molestaba ya a doña Leonor , tanto más cuanto que por ciertas expresiones que se escapaban a su hermano tenían fundadas sospechas que aún no había desistido enteramente de su proyecto de enviar a Carlos a Madrid . Proyecto que , como ya hemos visto , desagradaba altamente a la buena señora , que temía que una ausencia , una larga dilación en el proyectado enlace , acarrease algún contratiempo que pudiera frustrarle : como , a pesar de su vida monástica , no estaba destituida de aquel conocimiento que se adquiere con los años , por poco que se frecuente la sociedad de los hombres , conocía doña Leonor que en la edad de su sobrino si muy bien vivas las impresiones , no son siempre las más profundas , y que no era cosa prudente poner a prueba su constancia , mayormente antes de haberle ligado con un vínculo indisoluble . Doña Leonor , cuya salud era cada día más delicada y , por consiguiente , más vivo el deseo de establecer a su hija , observaba cuidadosamente los rápidos progresos que hacía el amor en los dos jóvenes , y se los hacía notar a su hermano para provocar por este medio una resolución decisiva . Pero don Francisco no hablaba y doña Leonor comenzaba a enfadarse seriamente . Carlos no limitaba ya sus visitas a dos o tres horas de la noche : casi todo el día estaba en la casa de su tía , siempre junto a Luisa , mirando a Luisa , enajenado con Luisa . La niña , por su parte , descuidaba medianamente sus ocupaciones domésticas , y aunque siempre dulce , humilde y afectuosa , parecía melancólica y sin sosiego los momentos en que yo no veía a Carlos . Doña Leonor , cuya severidad y maternal vigilancia eran irrelajables , veíase obligada a descuidar también muchas de sus devociones para estar continuamente en guarda de los amantes , pues , a pesar de la conducta respetuosa del joven y el perfecto recato de la doncella , hubiera creído faltar a todas las leyes del decoro , y hacerse culpable del pecado de omisión , si no vigilaba todas sus acciones , movimientos y aun miradas . Cuando su histérico o su reumatismo la imposibilitaban de llenar exactamente sus deberes de madre cuidadosa y prudente , la reemplazaba la respetable viuda doña Serafina . Doña Beatriz no recibió nunca tan augusto cargo , pues , no obstante sus cincuenta años , su estado de doncella no la daba a los ojos de la escrupulosa madre un carácter bastante respetable . Cansábase ya doña Leonor de la sujeción en que la constituía el cuidado de vigilar a su hija , y un escrupulizaba de permitirla un trato tan frecuente con su novio cuando aún no sabía si efectuaría pronto aquel deseado consorcio . Estos motivos , por una parte , y por otro su temor de que volviese don Francisco a su tema de enviar a Carlos a la corte y de que pudiera sobrevenir algún obstáculo a la realización de sus deseos , la determinaron a tomar por fin un expediente formal que sacase de la inacción a su hermano . Antes de poner en ejecución su pensamiento , observó detenidamente a su sobrino , para confirmarse en el juicio que tenía ya formado de que estaba locamente enamorado . En efecto , no podía dudarse que de día en día se aumentaba el cariño del joven . Era cosa digna de verse cómo pasaba horas tras horas sentado junto a su prima , embebecido en mirarla y como olvidado del mundo entero . Sus conversaciones que eran regularmente en presencia de un respetable auditorio , se reducían a naderías o palabras insignificantes en sí , pero en aquellas pláticas tan indiferentes , ¡ había tantos medios de entenderse dos amantes ! Una mirada tímida y furtiva , un suspiro ahogado , las inflexiones de la voz , más dulce , más lenta , más expresiva cuando se dirigían uno al otro la palabra ... Todas las pequeñeces que son tan grandes en el amor , venían naturalmente al auxilio de nuestros héroes , y sin que jamás se hubiese pronunciado la palabra amor ni por uno ni por otro , ambos sabían que eran amados . Las lecciones de pintura que Carlos continuaba dando a su prima les proporcionaban algunos momentos de menos sujeción , porque entonces estaban algo más separados , aunque nunca fuera de la vista de la vigilante mamá . Pero sucedía que la mayor libertad los hacía más tímidos . Muchas veces , al verse espiado , por decirlo así , por las miradas inexorables de doña Leonor , imposibilitado de poder decir a su prima una palabra que ella sólo oyese , deseaba Carlos y promovía la lección de dibujo , pareciéndole que tenía mil y mil cosas apasionadas que decirla : pero luego que se veía en la posición deseada , intentaba en vano expresar lo que con tanta vehemencia sentía . Turbábase , templaba , la voz expiraba en sus labios , y algunas veces que se violentaba y hacía un esfuerzo para decir algo , sus palabras eran tan incoherentes que él mismo no podía darse razón de lo que había querido expresar . Si entonces Luisa volvía sus ojos hacia él , sus modestos ojos llenos de serenidad y de ternura , y dejaba de oír su voz tan dulce , tan musical , el joven la miraba y la escuchaba estático : su agitación se calmaba , su desconcierto desaparecía y embelesado , subyugado por el encanto de aquella hermosura tan apacible y tan pura , sólo tenía la necesidad de amarla como se ama a Dios : tributándole un culto silencioso . Entonces volvía a enajenarse , a ser feliz con sólo contemplarla , entonces su mirada fija en ella con una expresión de ternura mezclada de respeto , hacía sonreír alguna vez a los espectadores y sonrojar a la modesta doncella . Doña Leonor , que en vista de todos estos síntomas no dudó ya de que Carlos amaba verdaderamente a su hija , resolvió dar un paso prudentemente meditado hacia el blanco de sus deseos , y cuando vio más enamorado a su sobrino le declaró seriamente que su decoro y el de su hija exigía que se hiciese menos largas y frecuentes sus visitas . - No puedes figurarte - añadió - cuánto siento el verme en la precisión de hacerte esta súplica , mi querido sobrino , pero ha llegado a mis oídos que las gentes empiezan a murmurar la intimidad que te permito con Luisa , pues aunque nadie ignora la intención que hace muchos años tenemos ambos hermanos de estrechar más nuestros vínculos , por medio de un enlace entre nuestros dos hijos , todos extrañan , y con razón , el que sin ningún motivo conocido se retarde tanto la realización de este matrimonio . El honor de mi hija exige , pues , que se limite vuestro trato hasta que no haya obstáculo que se oponga a vuestra unión . Carlos que hasta entonces no había sentido una gran impaciencia por ver llegar el día de aquella unión , porque la certeza de lla le quitaba toda inquietud , quedó dolorosamente sorprendido al oír aquel discurso de su tía , y , entonces , por primera vez , pensó en que ya podía estar casado y que no lo estaba . Turbose algún tanto y dijo después con bastante emoción : - ¡ Dejar de verla todos los días , a todas las horas ! ¡ Oh ! ¡ Sería una crueldad ! ¡ Obstáculo dice Ud . ! ¿ Cuál es ? ¿ Qué puede impedir que se verifique muy pronto esa unión concertada hace tanto tiempo y en la que cifro yo la felicidad de mi vida ? - Estoy en ese punto tan ignorante como tú mismo - respondió la astuta devota - , por mi parte hoy mismo pudieras casarte . - ¿ Quién es pues ... ? - Tu padre tendrá acaso algún motivo para este retardo , que extraña toda Sevilla y que da margen a los ociosos para mil suposiciones y comentarios , poco honoríficos a la verdad para él y para mí . Pero Francisco no reflexiona en nada de esto y sospecho que su intención es enviarte a la corte y ... - ¡ Enviarme a la corte ! ... - interrumpió con impetuosidad el mancebo . ¡ Separarme de Luisa ! ¡ Oh ! ¡ No ! ¡ No consentiré ! Trabajo le costó a doña Leonor disimular su gozo al oír esta declaración que disipaba todos sus temores : procuró hacerlo , sin embargo , y dijo con fingida severidad a su sobrino que un buen hijo no debía resistir a la voluntad de su padre , aun cuando esta voluntad fuese tiránica y caprichosa . - No poco se murmura de esta resolución de mi hermano - añadió - , y no poco hará padecer a mi corazón que anhela darte el dulce nombre de hijo , pero no me corresponde a mí el empeñarme en apresurar ese día , como si me pesase mi hija y quisiera a toda costa descargarme de ella . A Dios gracias estoy muy lejos de este caso . - ¿ Quién duda de ello ? - exclamó Carlos con vehemencia : ¡ Luisa es un ángel ! ¡ Querer descargarse de lla ! ¡ Oh ! ¿ Quién puede pensar semejante cosa ? Pero Ud . dice bien , no es a Ud . a quien corresponde apresurar ese día que debe hacerme el más feliz de los hombres ; si me lo permite Ud . yo seré quien hable con mi padre hoy mismo , quien le suplique de rodillas que no dilate más mi ventura . ¿ Consiente Ud . en ello , tía mía ? Doña Leonor aparentó vacilar , y viendo la decisión del joven fue recogiendo velas hasta el punto de decir , que acaso convendría mejor que se tomasen más tiempo de meditar en ello , antes de echarse un yugo tan duro como el matrimonio . - Pero continuaremos como hasta ahora - exclamó Carlos - , ¿ no es verdad mi amada tía ? Yo esperaré todo el tiempo que Ud . quiera : haré cuanto Ud . me ordene ; pero permítame ver a Luisa todos los días . Doña Leonor que no esperaba tanta resignación , se guardó bien de consentir en lo que su sobrino le pedí , y como éste por su parte no suscribiese a ver con menos frecuencia a Luisa , fue preciso , por fin , acceder a su primera proposición ; pero supo hacerlo doña Leonor de un modo tan decoroso , con tanta maestría , que su sobrino la dejó persuadido de que cedía casi a pesar suyo , y ella quedó muy segura de que no había comprometido en nada su dignidad , ni rebajado ni un ápice su orgullo . Carlos habló aquel mismo día a su padre , manifestándole su deseo de que se realizase cuanto antes el casamiento . En vano el anciano le dio las razones buenas o malas que le movían a no querer casarle tan joven . El apasionado amante las refutó victoriosamente . ¡ Se tiene tanta elocuencia para defender la causa del corazón ! En tales casos el hombre más limitado encuentra recursos estupendos . El papá , que sin ser muy prudente era , por fin , un papá , que había tenido veinte años y tenía ya cincuenta y cuatro , no dejó de hablar mucho de la solemnidad del empeño que iba a contraer , de la necesidad de reflexionarlo maduramente , de conocer un poco el mundo antes de querer ocupar en él el augusto rango de esposo y padre , de lo horrible que sería un arrepentimiento tardío ... , pero todo esto no hizo mella alguna en su hijo . ¡ Arrepentimiento ! ¡ Cuando se tienen veinte años no se concibe nunca el arrepentimiento ! ¿ Se prevé cuando se ama la posibilidad de cesar de amar ? ¡ La juventud ! ¡ El amor ! Si tuvieran por compañeras a la prudencia y a la previsión no producirían tantos errores , tantos arrepentimientos , tantos dolores : pero , ¡ ah ! , ¿ tendrían entonces tantos encantos ? Don Francisco racionaba : Carlos sentía , Carlos debía triunfar y triunfó . Quince días después de las siete de la mañana se celebró en la catedral la ceremonia que unía a dos personas hasta la muerte . Ceremonia solemne y patética en el culto católico , y que jamás he presenciado sin un enternecimiento profundo mezclado de terror . Al salir de la iglesia Carlos que daba el brazo a su joven esposa estaba radiante de alegría : Luisa tenía los ojos bajos , la frente y las mejillas bañadas de rubor , y en toda su persona se advertía una especie de vaga inquietud y dulce melancolía ; pero solamente cuando de vuelta a su casa fue conducida con Carlos por los padrinos al sillón en que estaba su madre ( cuyo mal estado de salud no le permitió aquel día acompañarla a la iglesia ) , sólo entonces se vio una cristalina lágrima deslizarse lentamente por su mejilla . Doña Leonor , cuyo rostro descarnado y amarillo contrastaba de una manera singular con el semblante puro y hermoso de su hija , tendió sus brazos enflaquecidos hacia los dos jóvenes , que doblaron las rodillas delante de ella para recibir su bendición . Las facciones enfermizas y adustas de la anciana , se suavizaron y reanimaron en aquel momento , y poniendo sus manos trémulas sobre las cabezas de ambos jóvenes , levantó al cielo una mirada que jamás hasta entonces se había visto en sus ojos : la mirada de una madre que pide al cielo la felicidad de su hija , ¡ mirada elocuente , indescribible , sublime . Luego con voz débil , pero con acento solemne y profundo , dirigió a los recién casados un largo discurso sobre las obligaciones que acababan de contraer . Su tono grave y severo fue suavizándose gradualmente , y al terminar aquel discurso con estas palabras que dirigió a su yerno : - Consérvala pura y piadosa como te la entrego : ha sido buena hija , prémiala tú haciéndola una feliz esposa . Su fisionomía tomó un carácter verdaderamente patético . Carlos , conmovido , tomó una de sus manos enflaquecidas , y , uniéndola entre las suyas con las de Luisa , las apretó sobre su corazón exclamando . - ¡ Yo lo juro ! - Tú , hija mía - prosiguió Leonor - , no olvides nunca que después de Dios tu primer amor debe ser tu marido : ámale , obedécele en todo aquello que no se oponga a la salvación de tu alma . Luisa levantó a hacia su esposo una mirada de inefable ternura : Carlos , enajenado , la estrechó entre sus brazos ; y ella , reclinando lánguidamente su cabeza sobre el pecho de su marido , pronunció con voz tan dulce que sólo él pudo oírla - Sí , siempre te amaré : ¡ Dios y tú ! Era la primera palabra de amor que pronunciaban aquellos labios tan puros . Carlos fuera de sí imprimió un beso de fuego en su frente virginal : era la primera vez que el joven veía en sus brazos a una mujer amada . - Ahora - exclamó doña Leonor con tono solemne - , yo os bendigo hijos míos , que Dios os haga virtuosos y felices , y que vuestros hijos sean para vosotros lo que habéis sido vosotros para vuestros padres . Y los circunstantes respondieron a coro : - Amén . El ángel de los castos amores debió desde su asiento de nubes palpitar de placer en aquel momento . Si existe una felicidad para los hombres , si es posible alcanzarla sobre la tierra , la unión del amor con la virtud puede solamente darla . El amor santificado por la religión , el amor templado por la seguridad y la costumbre , el amor constituido en deber , el deber embellecido por el amor ... ¡ qué sublime , qué santa armonía ! ¿ Por qué la naturaleza en su eterna mudanza arrebata al hombre este estado divino de ventura ? ¿ Por qué no nos es dado hacer estable la concordancia del sentimiento y de la obligación ? ¡ Oh imperfección e inconsecuencia de la naturaleza humana ! ¡ Que el amor eterno , que es el voto del alma , no pueda ser cumplido por el corazón ! ... Pero Carlos y Luisa son tan dichosos ! ... ¡ Oh ! Alejaos , frías reflexiones , alejaos tristes luces de la verdad , que quiero recrearme en el espectáculo encantador de un amor feliz y casto . Mas no intentaré pintarle : las almas puras y amantes le adivinan , y jamás puede hacerse que le comprendan los seres insensibles y depravados . Los primeros meses pasaron para los dos esposos en una embriaguez divina : los segundos en una calma deliciosa . Hacía más de un año que estaban unidos y no habían tenido una sola hora de fastidio ni pesar : por el contrario , parecía que eran cada día más felices y se comprendían mejor . La salud de doña Leonor , que decaía rápidamente y el hábito de una vida recogida , hacían que Luisa no saliese casi nunca de su casa , y Carlos , feliz con su vida doméstica , se había separado también de toda sociedad . Pero , ¿ qué necesidad hay de placeres cuando se tiene ventura ? Luisa que había sustituido a su madre ( ya postrada en cama constantemente ) , en los cuidados domésticos , y que asistía a la anciana con esmero y ternura verdaderamente filial , sabía cumplir estos deberes sin descuidar un momento a su marido . Y era tan hermosa , tan sublime , cuando descendía de su esfera de ángel para ocuparse en los más pequeños detalles de la vida doméstica ! Todo marchaba en aquella casa con un orden admirable . Todos los momentos estaban empleados , todos los acontecimientos previstos , todas las atenciones preparadas . Habíase mudado don Francisco en casa de su hermana , y era una sola familia doblemente enlazada y perfectamente unida : hasta los pequeños debates de los dos hermanos eran ya raros , y la paz , la monotonía de aquella vida inocente y sosegada , era tan inalterable que parecía llevar un sello de eternidad . Llegó enero : hacía quince meses que ya estaban casados Carlos y Luisa , y les parecía que había sido la víspera . Las largas noches de invierno eran para ellos deliciosas . Era un cuadro digno de ser inmortalizado por el pincel de Murillo - si Murillo hubiese vivido entonces - , el que presentaba aquella familia patriarcal . En medio de una espaciosa alcoba que ardía un abundante fuego . En torno de ella una joven hermosísima vestida sencillamente y ocupada en las labores de su sexo , y un gentil mancebo que junto a ella leía en alta voz una novela de Richardson , interrumpiendo por momentos la lectura para hacer una caricia a su linda vecina : un poco más lejos , en tres cómodos sillones , un anciano todavía robusto , en medio de dos reverendas damas ; doña Beatriz y doña Serafina , constantes tertulias de doña Leonor , escuchando los tres con silenciosa atención lo que Carlos leía , impacientándose con sus interrupciones , e interrumpiendo ellos mismos muchas veces con exclamaciones de admiración o de lástima , según la posición en que se hallaban los héroes de la novela . ¡ Cuántas reflexiones no promovía la virtud de Pamela y la altanería de su cuñada : premiada la una y humillada la otra ! ¡ Cuánta indignación la perversidad de Lovelace ! ¡ Cuánta piedad la desventura de Clara ! Luisa lloraba con frecuencia durante aquellas lecturas , y como nunca era tan bonita como cuando lloraba , su marido dejaba suspensa muchas veces la curiosidad de su auditorio en los pasajes más interesantes , para deleitarse en contemplar a su mujer . Luisa se avergonzaba de que se reparase en su sensibilidad , las dos damas se enfadaban de que se interrumpiese la lectura , don Francisco aprovechaba aquel momento para criticar la obra , aunque nadie le atendiese ; y era preciso que doña Leonor sacase fuera de la cama su mano afiliada y transparente , y dijese en tono absoluto : - ¡ Adelante ! - para que el auditorio volviese a sosegarse y el lector a continuar su tarea . El destino miró con ceño aquella dulce serenidad de una vida dichosa y bien pronto las inocentes veladas fueron interrumpidas . Una carta de Madrid llevó a Sevilla la noticia de haber muerto el capellán de la reina , primo hermano de don Francisco , y que había sustituido a éste y a doña Leonor sus universales herederos . El difunto dejaba un considerable caudal en casas , alhajas y deudas , que tenían hacia él varios sujetos de la corte : sus asuntos no quedaban tan arreglados que no fuese preciso , según escribían sus albaceas a los herederos , que fuese alguno de ellos a arreglarlos por sí mismo . Don Francisco , que no había perdido nunca completamente el deseo de enviar a su hijo a tomar , como él decía , un bañito de corte , declaró que era absolutamente preciso que Carlos fuese el encargado de este negocio . Hubo por parte de doña Leonor sus dificultades , por la del joven una manifiesta repugnancia , por la de Luisa una tímida oposición , pero , al fin , después de algunos días de discusiones , quedó decidida la cuestión a favor de don Francisco , y Carlos se sometió con disgusto a separarse de su esposa con la esperanza de que sería por poco tiempo , pues se proponía ocuparse exclusivamente en Madrid en terminar con prontitud el asunto que le llevaba . Se comenzaron los preparativos del viaje y se escribieron cartas de recomendación . Estaban en la corte dos señoras enlazadas con la familia de Silva y a las cuales debía ser eficazmente recomendado Carlos , pues Luisa temía que tuviese una enfermedad lejos de ella , y para un caso de esta naturaleza juzgaba indispensable que hubiese algunas personas de su sexo interesadas en favor del joven . Se escribieron , pues , por los dos hermanos dos largas cartas a las parientas por afinidad , pero suscitose una discusión con este motivo , que terminó por rasgarse una . De las dos damas era la una doña Elvira de Sotomayor , viuda de un primo hermano de doña Leonor , y que , aunque no era conocida personalmente de ésta , pues jamás había salido de Madrid la una , ni la otra de Sevilla , había sostenido largo tiempo correspondencia epistolar con ella , aunque después de muerto su marido . La otra era la condesa de S . * * * , viuda también de un pariente cercano de los Silvas , pero cuyo matrimonio había sido muy a disgusto de doña Leonor . El motivo de este desafecto hacia la condesa no era otro que el de haber nacido en Francia : nación , como ya hemos dicho , aborrecida por doña Leonor . El conde de S . * * * casó en París en 1811 con Catalina de T ... , cuya madre , española , había dado la mano al vizconde de T ... estando éste de secretario de la embajada francesa en España , pero habiendo regresado poco después a su patria el vizconde con su esposa , Catalina había nacido en aquel país execrado por doña Leonor . Cuando el conde de S . * * * la participó su enlace con una francesa , la respetable señora le contestó aconsejándole que la sacase cuanto antes de aquella tierra maldita , y no perdonó nunca a su pariente el desprecio que hizo de este consejo . Viuda la condesa y heredera de una parte considerable de los bienes que su marido poseía en España , determinó establecerse en Madrid , donde se hallaba a la muerte del conde . Sabía todo esto doña Leonor por su hermano que solía escribir de vez en cuando a la condesa , pues ella , por su parte , no había querido jamás entablar correspondencia con aquella extranjera : y es de advertir que el designar doña Leonor con este nombre a cualquier persona , era un modo breve y decoroso de manifestar el más absoluto desprecio . Así , pues , cuando don Francisco la leyó la carta que dirigía a la condesa recomendándola su hijo , doña Leonor declaró que no tendría Carlos necesidad ninguna de la amistad de la extranjera , y que recibiría un mortal disgusto en que su yerno cultivase semejante conocimiento . Don Francisco recordó en aquel día su antiguo sistema de oposición y sostuvo que ninguna persona podía ser más útil a su hijo en Madrid , que una señora relacionada con las casas más distinguidas , habituada a la mejor sociedad y que , según estaba informado , reunía a su perfecto conocimiento del mundo un talento extraordinario . Pero esta especie de elogio no era el más a propósito para reconciliarla a doña Leonor con su prima política , y todo lo que su hermano la dijo con respecto a ésta sólo sirvió para aumentar la antipatía instintiva que desde que oyó por primera vez su nombre la inspiraba catalina . Don Francisco , pues , hubo de ceder esta vez como otras : la carta para la condesa se rasgó , y Carlos no fue recomendado a otro individuo del bello sexo que a doña Elvira de Sotomayor , que al fin ( como decía doña Leonor ) , era española y que se había criado como Dios manda , y no en tierras donde se profanaban altares , y se guillotinaban reyes , y reinaban soldados . Llegó , por fin , el día de la partida de Carlos : muchos hacía ya que Luisa no cesaba de llorar , y su dolor se manifestaba de una manera tan viva que la severa mamá hubo de reñirla seriamente , después de haberle hecho inútiles reflexiones sobre la grave culpa que es a los ojos de Dios la falta de resignación , y lo que se ofende su Divina Majestad de que se emplee en un mortal ese amor inmenso que para él sólo merece y que a él sólo debemos . La pobre niña escuchaba a su madre con su acostumbrada humillada y pedía perdón de su dolor , pero pesarosa de sentirle no podía siquiera ensayar el vencerle . Como si la inmensidad de los mares hubiese de separarla de su marido , su imaginación medía con espanto la distancia de Sevilla a Madrid , y parecíale que había un mundo de por medio . Cuántas tiernas aprensiones y cuántos tristes presentimientos acompañaban comúnmente a la primera separación de un objeto querido , se apoderaron a la vez de la tímida y apasionada esposa , y parecía que la iba abandonando la vida a medida que se aproximaba la hora fatal de la partida de Carlos : Aquél era su primer dolor , y el primer dolor sino siempre es el más grande , es indudablemente el más sensible . Cuando arreglaba las maletas de su marido besaba sus ropas humedeciéndolas con sus lágrimas , y pensó con una especie de celos que otras manos que las suyas plegarían en lo sucesivo aquellos pañuelos que ella había bordado para Carlos , y se encargarían de todos los pequeños cuidados que solamente ella debía prestarle . Cuando le abrochaba su chaqueta de viaje y cepillaba su capa : - Carlos - le dijo llorando - , no seré yo en adelante ... Y no pudo concluir , embargada su voz por sollozos . Carlos la tomó en sus brazos y quiso en vano consolarla : él mismo lloraba como un niño , y casi ya estaba a punto de tomar la resolución de llevarse a Luisa cuando compareció doña Leonor apoyada en el brazo de su hermano , tan pálida , tan enferma , que el joven al verla se avergonzó de haber pensado en privar de su hija a aquella anciana madre a quien el sepulcro reclamaba . La salida de los criados , que conducía las maletas a la diligencia , y el vibrante sonido del reloj de la catedral que daba distintamente la hora teñida , anunciaron a Carlos que había llegado el momento de una separación a la que aún no se había resignado . Cubrió de besos la rubia cabeza de su esposa , y haciendo un esfuerzo doloroso pronunció la terrible palabra : - Adiós . Luisa se estremeció : levantó los ojos y los fijó con avidez en el rostro de Carlos , y quitando de su cuello una cinta negra que sostenía un escapulario de la virgen , bordado por su mano , lo puso en el de su marido , pudiendo apenas articular : - Ella te proteja . Intentó luego repetir , mas no pudo , las recomendaciones mil veces hechas ya , de que se preservase el aire sutil de Madrid , de que no hiciese ningún género de exceso ... En fin , aquellas prevenciones que sólo se ocurren a una mujer y que son tan pueriles como tiernas . - Ea , hijos míos - dijo don Francisco - . ¡ Valor ! Pronto , muy pronto , volveréis a reuniros . - Así sea - pronunció doña Leonor acercándose a abrazar a su yerno . Pero Carlos no podía apartarse de Luisa , que , enlazándose a su cuello , repetía entre sollozos la palabra fatal : - Adiós . - No irritéis al cielo , hijos míos - dijo la anciana - , no os atraigáis en castigo de un dolor sin causa un dolor más justo . A esta estimación Luisa , estremecida , se apartó de su marido , exclamando : - Perdón , Dios mío , y hágase tu voluntad . Carlos desvió sus ojos de ella porque conocía que mientras la viese no podría tener valor para partir . - Va a salir la diligencia - gritó el mayordomo desde la puerta - . Carlos besó la mano de su padre , abrazó a su tía , y sin mirar a Luisa se lanzó fuera de la sala . Quiso ella correr al balcón para verle aún , para decirle mil cosas que en aquel momento se la ocurrían , pero la pobre niña no pudo llegar al sitio a que se encaminabas : sus fuerzas la abandonaron y cayó desfallecida en los brazos de su madre . - ¡ Luisa ! ¡ Luisa ! - exclamó don Francisco conteniendo sus lágrimas - : ¿ no piensas en el estado de tu pobre madre ? , ¿ quieres acabar de matarla con tu dolor ? - ¡ Yo ! , ¡ yo ! - gritó temblando la niña - : ¡ Ah ! , ¡ no ! Madre mía , que tome Dios mi vida en cambio de la vuestra , pero que me conceda verle aun otra vez ... ¡ Un momento , un solo momento ... ! - Pronto volverá a tu lado , hija mía - dijo conmovida doña Leonor . - Muy pronto debe ser - exclamó la desconsolada esposa - , si queréis que me encuentre viva . Era un bello día de invierno , de aquellos días de invierno que sólo se conocen en Madrid , cuando Carlos entrando por la puerta de Atocha vio por primera vez aquella vida activa que circula , por decirlo así , en todas las calles de la coronada villa , y que sorprende de pronto al que viene de una tranquila ciudad de provincia . Durante el viaje su pensamiento ocupado solamente de Luisa no le había permitido ningún género de distracción , y apenas la vista grandiosamente pintoresca de Sierra Morena , que siempre llama la atención aun de aquellos que la han contemplado muchas veces , logró sacarle un momento de su profunda tristeza . Pero al llegar a Madrid el movimiento y el bullicio vinieron a despertarle de su melancólico letargo , y acostumbrado ya a la silenciosa grandeza de Sevilla no pudo dejar de sorprenderse agradablemente con la impresión que le causó una población sonora y animada . En el camino había hecho conocimiento con un madrileño que volvía a su patria después de dos años de ausencia , y el entusiasmo que la vista de ella excitó en su alma no pudo menos de comunicarse por un instante a Carlos . - ¡ Hela allí ! - gritaba su compañero batiendo las manos de alegría - ¡ hela allí a la villa real , a la hermosa villa ! , con su brillante irregularidad , sus numerosos paseos , sus cuarenta y dos plazas , sus innumerables fuentes , sus gentes siempre afanadas como las hormigas . Madrid no es España : Madrid es Madrid : Fura de aquí no se vive . ¿ Sabe Ud . , Silva - añadía dirigiéndose a Carlos - , que yo he estado también en París , en los primeros años del imperio , y he estado en Londres , y Edimburgo y Viena ? Pues bien , en esas cortes extranjeras suspiraba por Madrid . Un español no puede vivir sin Madrid si una vez le ha visto : El Prado , la Puerta del Sol son para él cosas tan necesarias para la vida , como el aire y el alimento . Salud mil veces , ¡ oh reina de la Nueva Castilla ! El entusiasta madrileño preguntó a Carlos si pensaba hospedarse en fonda o en casa particular , y conociendo por su contestación que aún no tenía tomada ninguna resolución respecto a esto , le propuso que viviese con él a un cuarto principal de una de las mejores casas de aquellas que en Madrid se conocen por casa de huéspedes , en donde por cincuenta reales diarios serían servidos a satisfacción . Carlos aceptó , y apenas salieron de la aduana se dirigieron ambos a la calle de Fuencarral , seguidos de tres robustos gallegos que llevaban al hombro sus maletas . A pesar de los elogios que durante el camino le había hecho su compañero de viaje , de la casa en que iban a habitar , pareciole a Carlos bien mezquina , acordándose de la elegancia y buen aspecto que presenta esta clase de establecimientos en Francia , aun en las ciudades de segundo orden . La distracción momentánea que había producido en él la llegada a Madrid desapareció tan luego como se vio instalado en una salita pobre de adornos , y asaz y obscura para quien traía en la memoria las numerosas y rasgadas ventanas que en las casas de Sevilla permiten al sol inundar con su luz todas las habitaciones . Carlos volvió a caer en su tristeza , y anhelando concluir cuanto antes el negocio que tan a pesar suyo le había conducido a Madrid , se vistió inmediatamente y salió con su compañero que se ofreció a acompañarle , para ir a ver los albaceas de su difunto pariente e informarse de lo que tenía que hacer . Luego que hubo dado este primer paso que le infundió la esperanza de que no sería larga su permanencia en la corte , se dirigió a la casa de su prima política doña Elvira , para presentarla la carta que le había dado su suegra y tía doña Leonor . No habiéndola encontrado dejó la carta a su doncella con las señas de su habitación . Cansado , pensativo , preocupado , pero menos triste por la grata esperanza de volver a ver pronto al lado de los objetos de su cariño , entró en su casa y se encerró para evitar el impidiese a su compañero pensar exclusivamente en Luisa . Ya coordinaba en su imaginación cuánto debía decirla en su primera carta ; pues , aunque le había escrito desde Córdoba y Ocaña , parecíale trascurrido un siglo desde que no la comunicaba sus pensamientos : sus pensamientos que todos eran para él y para ella . Ya calculaba los días que debería pasar sin verla y se trasportaba a aquél en que la sorprendería arrojándose en sus brazos inesperadamente ; ya , en fin , trataba de adivinar lo que ella haría , lo que pensaría en aquel momento , y al decirse a sí mismo ; - ¡ acaso llora ! - , no pudo él tampoco detener sus lágrimas . Embebecido en estos pensamientos estaba todavía , medio recostado en un sofá cuando llamaron suavemente a su puerta , y una criada de la casa pasó a anunciarle que una señora solicitaba el verle . Carlos pensó que no podía ser otra que doña Elvira y salió a recibirla , maldiciendo en su interior tan inoportuna visita . No se engañaba : era , efectivamente , su prima política , y bien o mal procuró disimular su disgusto , para corresponder como era debido a su cariñosa urbanidad . Había oído a su padre y a su tía hablar repetidas veces de aquella dama sin prestar a sus discursos bastante atención , y sin saber por qué se había imaginado en doña Elvira una respetable matrona , con corta diferencia de tiempo de doña Leonor y don Francisco . Quedose , por lo tanto , un poco sorprendido al encontrarse con una mujer de treinta años a lo más , de graciosa figura y de elegante porte , tan viva en sus maneras que apenas le vio corrió a abrazarle , haciéndole con extrema volubilidad un millón de preguntas . - ¡ Mi querido primo ! ¡ Cuánto placer tengo en conocer a un pariente tan próximo de mi difunto y eternamente llorado Silva ! ¿ Con que es Ud . el hijo de su primo predilecto , de su amigo de la niñez , de su querido Francisco de quien me hablaba sin cesar ? Mi marido era idólatra de su familia . ¿ Y mi amable prima Leonor ? ¡ Qué carta tan innecesaria ha dado de Ud . ! ¿ Preciso era recomendarle a Ud . conmigo ? ¿ No bastaba que me dijese , simplemente , va a esa corte mi sobrino ? Sin embargo , mucho placer he recibido con su preciosa carta . ¿ Con que está tan mal de salud la buena señora ? Acaso la mudanza de aires la convendría : ¿ por qué no se viene a Madrid ? Y Ud . , primo mío , ¿ será nuestro por mucho tiempo ? Leonor me dice que le traen a Ud . asuntos de intereses : será la herencia del primo , ¿ no es verdad ? Creo que ha dejado muy embrollados sus negocios . ¡ Qué hombre era tan original ! Ud . no le habrá conocido . Todo este raudal de palabras cayó sobre Carlos antes de que hubiese tenido tiempo para desplegar los labios , y aprovechó el primer momento de tregua para rogar a Elvira pasase a la sala . - En manera alguna consiento en ello - respondió con la misma vivacidad atolondrada que tenía atónito a Carlos - ; he venido para llevármele a Ud . ¿ El hijo de don Francisco de Silva en una casa de huéspedes teniendo Elvira de Sotomayor la suya ? Eso no puede tolerarse . ¡ Y qué infames que son las tales casas de huéspedes en Madrid ! Ya quedaban mis criadas disponiendo su habitación de Ud . , y no hay que demorarnos pues son las cinco que es mi hora de comer . Allá abajo está mi lacayo que llevará su maleta de Ud . , así , pues , partamos . Diciendo estas palabras se asió del brazo de Carlos y todo cuanto dijo para excusarse de admitir aquel obsequio , que en manera alguna deseaba , fue trabajo inútil . Elvira llevó hasta la obstinación su empeño y Carlos tuvo que ceder a pesar suyo . Entró , pues , con Elvira en su coche después de despedirse de la ama de casa y de su nuevo amigo , al que ofreció visitarle algunas veces , y se resignó a sufrir la forzosa compañía de su locuaz parienta los días que permaneciera en Madrid . - Sólo me faltaba el vivir con una mujer atolondrada y habladora - pensó él - para que fuese completo el tormento de estar lejos de aquella que es la delicia de mi corazón . Elvira , a pesar de la malísima gracia con que su primo le sostenía la conversación , no desmayó un minuto . Su pasmosa locuacidad dejaba al joven estupefacto . En el corto espacio que divide a la calle de Fuencarral de la del Príncipe , en la cual estaba situada la casa de Elvira , espacio que recorrió el coche con más mediana velocidad , hizo ella la enumeración de todos los parientes vivos y difuntos de su marido : relató todas las cartas que había recibido de doña Leonor , habló de Madrid , de su casa , de sus hijos , de sus visitas , de sus criados , de sus caballos y hasta de sus gatos . Pasaba de un asunto a otro con una increíble volubilidad , decía mil naderías sin pararse a mirar si las oía Carlos , pero en medio de aquel flujo de palabras vacías , insignificantes , conservaba cierta gracia de lenguaje que haría que un auditorio menos preocupado que el que entonces tenía , la escuchase sin fastidio y aun con placer . Por otra parte , tenía , sin ser hermosa , un rostro muy agradable , y su carácter ligero , frívolo , y atolondrado , daba su fisonomía una gracia casi infantil . Cuando llegaron a su casa condujo a Carlos a un bonito gabinete con su alcoba , dispuesto para él . - Aquí - le dijo - , estará Ud . mejor que en casa de su gruesa patrona . ¡ Jesús ! ¡ Y cuán pródiga de carnes ha sido la naturaleza con la buena mujer ! Este balcón es un coche parado : la calle del Príncipe es de las más concurridas de Madrid . Vea Ud . el teatro , ¿ le agrada a Ud . el teatro ? Yo soy entusiasta por la tragedia : prefiero la tragedia a la comedia ; sin embargo , las de Moratín me hacen reír como una loca . ¡ Qué graciosísimo personaje es el de doña Irene en El sí de las niñas ! ¡ Y su barón ! ¡ Ja , ja ! , ¡ qué solemnísimo tunante ! ¿ A qué hora acostumbra Ud . comer ? En provincia creo que se come temprano . Mi hora es ésta , ¿ le acomoda a Ud . ? Voy a mandar que se sirva la sopa , mientras tanto tome Ud . posesión de su nuevo domicilio . Aquí gozará Ud . de absoluta libertad ; no quiero que en nada se contraríe Ud . : salga Ud . y entre cuando le acomode , reciba Ud . a las personas que le agraden : tiene Ud . un criado consagrado exclusivamente a su servicio . Salió concluidas estas palabras y Carlos la siguió con los ojos , preguntándose a sí mismo si le sería posible acostumbrarse al trato de aquella mujer . Durante la comida Elvira habló mucho , y dijo mil sandeces , pero Carlos creyó descubrir suma bondad y dulzura de carácter en medio de su excesiva ligereza . Tenía Elvira dos hijas , pero ambas se educaban fuera de su casa , y , aunque Carlos júzgase al pronto cuando aquello como un desprendimiento culpable en una madre , la visible emoción con que hablo de ellas , la especie de orgullo que se pintaba en su semblante siempre que decía « mis hijas » ; le hicieron juzgarla con menos severidad . Elvira le dejó a las siete para ir al teatro después de hacerle inútiles instancias para que la acompañara , y Carlos apenas se vio sólo se encerró en su gabinete para escribir a Luisa , aunque debían pasar dos días antes de que saliese el correo . ¡ Qué cartas las primeras que se escriben dos amantes en su primera separación ! Un indiferente no pudiera leerlas sin reírse desde la primera línea . ¡ Qué detalles ! , ¡ qué minuciosidades ! ¡ Cómo un mismo pensamiento se deslíe de mil maneras , se reproduce bajo mil formas ! ¡ Cuánto papel empleado para no expresar en resumidas cuentas más que una sola idea - te amo - ! ¡ Cuánta profusión de dulces mentiras , que cree verdades el mismo que las escribe ! Y , sin embargo , estas cartas tan cansadas y tan pueriles para los indiferentes , son la vida para un amante ausente : son más que la vida , son la felicidad . Mientras se leen se cree , se ama , se espera , se goza : mientras se leen ellas llenan el vacío del mundo y del corazón . Carlos empleó algunas horas de la noche en tal deliciosa tarea , y a las once tocó la campanilla y preguntó si había venido Elvira . El criado se sonrió . - ¡ A las once ! - dijo - : No , señor , nunca viene la señora tan temprano , después del teatro va a la tertulia ; pero tenemos orden de servir a Ud . la cena cuando guste , y puede acostarse sin esperar a la señora , pues acaso no venga hasta el día . Carlos siguió el consejo : pidió una taza de té y se acostó enseguida rendido de cansancio , en el elegante lecho que le habían dispuesto , y en el cual el sueño le halagó dulcemente trasportándole a Sevilla al lado de su adorada Luisa . El sueño es un gran encantador , al cual todos debemos , unos más , otros menos , dulcísimos favores . Los poetas que le han llamado muchas veces amigo de los desgraciados , y bien pudiera invocársele con el nombre de adulador de los amantes . ¡ Cuántas veces no engaña a la ausencia ! ¡ Cuántas no se burla del rigor de la ingratitud ! ¡ Cuántas no nos venga del olvido ! Sonríe , pus , dulce y silencioso Morfeo , a nuestro enamorado Carlos y embriágale con el aroma de tus inocentes mentiras ; mientras que nosotros por no mirar los fantasmas de fuego del insomnio , tu enemigo , vamos a escribir fielmente todo lo que sabemos o suponemos que hacía y pensaba Luisa , desde el momento en que perdió de vista al caro objeto de su primero y único amor . Una de las particularidades que se observan en las personas afligidas o tristes , es la sorpresa que les causa el placer o la mera indiferencia de las demás . Cuando padecemos se nos hace difícil creer que nuestra pena no sea un mal general , y como que no se comprende que lo que es causa de nuestro profundo dolor pueda ser un acontecimiento insignificante para otros . Cuando Luisa dejó de ver a Carlos no fue solamente su corazón el que dejó vacío : parecíale que lo estaba igualmente la casa que ya no habitaba , la ciudad que dejaba desierta . Antojábasele que , como si la ausencia de su marido fuese una calamidad pública , Sevilla había tomado un aspecto de luto , y que el trastorno verificado en su felicidad era un trastorno universal . La voz de una vecina que cantaba al piano una alegre canción andaluza , la hirió el oído y el corazón , y se dijo con una especie de dolorosa sorpresa : - ¿ Hay quien cante cuando él se ausenta ? Por la noche vinieron con la acostumbrada puntualidad doña Serafina y doña Beatriz , y Luisa al verlas prorrumpió en amarguísimo llanto . - ¡ Eh ! ¿ Conque se ha ido Carlos ? - dijo una de las dos seoras . Ya lo dicen esas lagrimitas . Vamos , niña , no hay que afligirse que eso no vale nada . Un mes o dos de separación para después verse con mayor placer . Vamos , vamos - añadió , enjugando con su pañuelo los ojos de Luisa - serenarse , pues ya que nos falta esta noche nuestro lector , justo es que su amada esposa le reemplace : de otro modo pasaríamos la noche bien sosamente . ¿ No es verdad , Leonor ? - Le he dicho lo mismo que Ud . , mi querida Serafina , pero esta niña se está haciendo en demasía mimosa : la culpa la tienen su suegro y su marido , que la han acostumbrado a salirse siempre con su gusto y a no contrariarse en nada . Pues no , antes de casarse no era así Luisita , ni lo hubiera sido nunca si yo únicamente hubiera vivido siempre con ella . Pero los mimos , las adulaciones , las excesivas condescendencias ... Luisa aumentó su llanto y don Francisco se apresuró a defenderla llamando a su hermana cruel , injusta y dura . - ¿ No es natural - dijo , besando la frente y los cabellos a la llorosa niña - , no es natural que sienta mucho la primera separación de su marido ? , ¿ qué hay en esto de malo ? ¿ Es posible , Leonor , que de todo saques argumento para mortificar a tu hija y calumniar a tu hermano ? Consuélate , hija mía , no llores más : hazlo por mí , no hagas caso de lo que dice tu madre : su propia pena la hace hablar así . No te aflijas , Luisita . Y el anciano caballero conducía a Luisa lejos de la enferma para que ésta no notase el poco fruto de sus consejos . - Vamos , vamos , no se hable más de esto - dijo a la sazón doña Beatriz - , y , a propósito de ausencias , ¿ sabe Ud . , amiga doña Leonor , como nuestro buen amigo el cura don Eustaquio se nos marcha también a Madrid ? - ¿ Cómo es posible ? - Sí , señora , le contaré a Ud . la historia : porque es una historia el motivo de su marcha . - Diga Ud . , diga Ud . - exclamaron a un tiempo las dos señoras . Y doña Beatriz comenzó su historia después de sacar su caja de oro con el retrato de lord Wellington , y ofrecer un polvo a sus oyentes . Luisa , sentada en un rincón del aposento , procuraba serenarse , y don Francisco después de darla al oído algún consejo con la seguridad de la pronta vuelta de Carlos , se acercó también a la narradora para oír la historia de la partida del padre de don Eustaquio . La conversación se sostuvo más de una hora sobre este asunto ; luego se habló del tiempo frío que estaba haciendo , de las enfermedades que producía en Sevilla , según relato del médico de doña Leonor , de la madre abadesa de las capuchinas que padecía horriblemente todos los inviernos ; de una vista que la habían hecho doña Serafina y doña Beatriz ; de lo que pensaban hablar en otra visita que proyectaban hacer a la reverenda madre ; en fin , la noche se pasó con corta diferencia como las anteriores , y la pobre Luisa vio con sorpresa y dolor que lo que era poderoso a destruir su felicidad era un acontecimiento muy indiferente en sí . Mientras tanto , ella apacentaba su dolor con la contemplación de todos los objetos que le recordaban más vivamente a su marido . La silla que acostumbraba ocupar , los libros que había leído y que aún estaban esparcidos sobre la mesa ... Luisa notó que uno de ellos tenía marcada con una cintita la página última que había leído Carlos , y tomó con disimulo la cintita que desde entonces no se apartó nunca de su pecho . Al despedirse las dos señoras no dejaron de repetirla los consuelos de costumbre , y doña Leonor la exhortó después seriamente a moderar un exceso de sensibilidad peligroso sino culpable , habiendo conseguido con su discurso sino calmar el dolor de Luisa , hacerlo parecer extremado e injusto a sus propios ojos . Acostose pensando en ello y diciéndose a sí misma que era , en efecto , una locura afligirse tanto por una corta separación , pero a pesar de sus exactos raciocinios su tierno corazón continuaba opreso de un sentimiento doloroso , y como que una voz interior la gritaba sin cesar que aquella separación destruiría para siempre la felicidad de su vida . ¿ Y por qué hemos de combatir como una locura los presentimientos ? El corazón tiene un instinto particular y previsor , y muchas veces lo que nos parece una aprensión de la fantasía , suele ser el anuncio anticipado por él de una enorme desventura . Desde el día que siguió al de la partida de Carlos todos los de Luisa fueron iguales , sin otro interés , sin otro objeto , sin otro pensamiento que el de recibir las cartas de su adorado ; eran para ella otros tantos siglos los días que separaban a aquéllos en que legaba el correo de Madrid . La única ocupación a que se entregaba sin repugnancia era a la de escribir larguísimos diarios a su marido ; todo lo que no tenía relación con él le era insoportable . Los cuidados que le eran tan dulces cuando los dividía con Carlos , llegaron a fatigarla . No era por esto menos diligente y esmerada en la asistencia de la enferma , pero no tenían ya sus acciones para ella la misma facilidad y dulce encanto . Esforzábase cerca de su madre en disimular su tristeza ; y esta sujeción la hacía penosa la asistencia continua junto a ella . Muchas veces , después de todo un día de violencia pasado a la cabecera de la enferma , procurando distraerla con conversaciones indiferentes , retirábase por la noche a su cuarto con el corazón hinchado de lágrimas , y se desquitaba de la sujeción del día consagrando toda la noche a escribir y a llorar . Su timidez natural parecía aumentarse con su tristeza , y ocultando sus penas , como una falta , apenas se atrevía a levantar del suelo sus hermosos ojos casi siempre encendidos por el llanto . Ajábase su tez y enflaquecía videlemente , en términos que al mes la partida de Carlos , su hermosura había sufrido una notable alteración . Sin embargo , las cartas de su marido eran largas y frecuentes , en todas respiraba la misma pasión , el mismo dolor de no ver a su Luisa , en todas se la aseguraba de un pronto regreso , y , en medio de sus penas , la pobre niña no tuvo , por lo menos , la terrible y devorante de los celos . Una sola vez no se la pasó por el pensamiento la idea de que su marido pudiese a mar a otra : nunca pensó en la posibilidad de que la ausencia entibiase el afecto que la había jurado , y la menor sospecha respecto a esto la hubiera parecido un crimen . Carlos conoció que se había engañado al temer hallarse en incómoda sujeción en la casa de su prima política . Muchos días pasaban sin siquiera ver a Elvira sino a la hora de comer , ocupada enteramente como lo estaba en sus numerosas visitas y diversiones , y cuando era invitado por ella un rato de conversación por las mañanas , no hallaba tan insoportable como al principio la había juzgado , su voluble locuacidad . Elvira era una persona tan dulce y complaciente , de trato tan franco y fácil que no imponía ninguna especie de sujeción , y cuando se la había conocido lo bastante para hacer justicia a su buen corazón , se perdonaba fácilmente la frivolidad y ligereza de su carácter . Carlos llegó hasta gustar de su insustancial y voluble cháchara , y no evitaba ya los momentos raros en que podía verla en su casa , pues , aunque ella le instase repetidas veces a acompañarla a los teatros y tertulias que frecuentaba , se negó siempre a complacerla , alegando sus muchas ocupaciones y el poco gusto que sacaba de diversiones en las que no había de encontrar amigos ni conocidos . Elvira se chanceaba alegremente , sin darse por ofendida de su poca complacencia . Carlos admiraba aquel género de vida disipada , tan distinto del que había encontrado establecido en casa de su suegra , y , aunque cada día fuese tomando más afecto a Elvira , juzgaba , en general , muy severamente a las mujeres que como ellas hacen de la vida una partida de placer . El orden inmutable , la sensata economía que había observado en casa de Leonor le parecían más dignos de elogio cuando los comparaba al desarreglo que reinaba en la de Elvira , que , por otra parte , sabía Carlos no era bastante rica para que su fortuna resistiese mucho tiempo a su abandono . Aquella ligereza con que una madre arruinaba alegremente a sus hijos , le parecía tan inconcebible como criminal . Carlos no quedó poco sorprendido cuando supo después que aquella mujer despilfarrada e imprevisora , en su concepto , había salvado la herencia de sus hijas a costa de grandes sacrificios y privaciones , que había satisfecho en pocos años deudas considerables que quedaron a la muerte de su marido , y que era tan activa y apta para hacer productivos sus bienes que sus dispendios siempre eran inferiores a sus rentas . Verdad es que quien dio a Carlos estos informes no olvidó indicar , vaga y confusamente , que nadie creía que doña Elvira por sí sola hubiese levantado en poco tiempo su decaída fortuna , y que era probable la hubiese auxiliado algún amigo poderoso . Mas esto no disminuyó , el buen efecto que hizo en Carlos la relación anterior , y , desde entonces , estimó sinceramente a su prima . Procuraba , pues , un rato de conversación con el mismo empeño que tuvo antes para evitarla , y aquelle distracción le era tanto más necesaria cuanto que apenas salía de su casa cuando lo exigía el interés del negocio que lo había conducido a Madrid . Solía por la mañana ir a encontrar a su amigo en la Puerta del Sol y pasearse con él un rato , y por las noches iba de vez en cuando a visitar a la esposa de don Eugenio de Castro , albacea de su difunto pariente , del cual eran herederos su padre y tía . A nadie más veía , con nadie trataba , y la ocupación de escribir a Luisa , por larga que fuese , le dejaba muchas horas libres que no sabía en qué emplear . El día en que cumplía exactamente un mes de su salida de Sevilla hallose más triste que de costumbre , y pensó para distraerse en rogar a Elvira le permitiese estar con ella aquel día , pero , cuando iba a pasar a su habitación con este objeto , recibió una atenta esquela de la señora de Castro en la que le rogaba fuese a las cinco a comer a su casa , pues , con motivo de ser aquel día el de su cumpleaños , había convidado a muchos amigos . Carlos que deseaba cualquiera novedad que disipase un tanto su profunda tristeza , aceptó y fue exacto en acudir a casa de don Eugenio a la hora designada . Sin embargo , bien pronto conoció que la sociedad en vez de distraerle aumentaba su disgusto , y durante la comida se esforzó en vano para imitar la jovialidad y estudiado buen humor de los convidados . Servíanse los postres y Carlos anhelaba el momento de poder evadirse sin llamar la atención , cuando la señora de la casa le dirigió una pregunta que le puso en la precisión de disimular su impaciencia : - ¿ Va Ud . esta noche al concierto que da en su casa la condesa de S . * * * ? - No tengo el honor de conocerla - respondió Carlos . - ¡ Cómo así ! ¿ No conoce Ud . a la condesa siendo la amiga íntima de su rima de Ud . , doña Elvira ? - ¡ Y la más hermosa y distinguida dama de la corte ! - añadió con viveza uno de los caballeros de la reunión . Sus palabras produjeron un movimiento simultáneo de las damas presentes , que se miraron unas a otras y se hablaron al oído con muestras de viva impaciencia , y algunas con sonrisa de desdén . La señora de Castro tomó la palabra y con tono irónico preguntó al caballero que había cometido aquel crimen de lesa galantería , en qué sentido usaba el adjetivo de distinguida aplicado a la condesa : - En cuanto a su problemática hermosura - añadió sonriendo - no seré yo quien la analice . - La llamo distinguida - contestó algo turbado el caballero - en atención a sus brillantes talentos , sobresaliente educación , exquisita elegancia y bellísimas cualidades , que por más que quieran denigrarla sus envidiosas rivales ... El orador fue interrumpido por el sordo murmullo de muchas vocecitas , trémulas de indignación , que repetían con fingido respeto : ¡ Envidiosas ! ¿ Envidiosas de la condesa ? - Señoras - repuso más y más turbado el caballero - no ha sido mi ánimo ofender a nadie , y sólo he querido decir que llamaba distinguida a la condesa por su ... - ¿ Pasmosa coquetería ? - dijo con viveza una solterona cincuentona , que sin duda en sus tiempos felices había sido buen juez en la materia . Esta ingeniosa salida , pues por tal fue reputada , se celebró con estrepitosas risas que probaban las perfectas simpatías de la concurrencia femenina . - No niego - repuso el caballero - que la condesa es algo coqueta ... - ¡ Algo , algo ! - repitieron en coro las señoras - ¡ Y no lo niega ! ¡ Oh , qué concesión tan meritoria no negar que la condesa es algo coqueta ! Y la risa y la burla se aumentaron en términos que el pobre caballero tuvo a bien abandonar el campo a sus contrarias , diciendo humildemente que su opinión no era infalible y que como amigo de la condesa no podía ser un juez imparcial . - ¡ Amigo de la condesa ! - dijo la dama que estaba a la derecha de Carlos , acercando su boca al oído de éste : ¿ Sabe Ud . el origen de esa amistad ? Pues no es otro que este caballero solicita un empleo , y la condesa tiene vara alta , según se dice , con el ministro - . ¿ Y Ud . , conde ? - añadió volviéndose a un joven rubio que probablemente era su amante - ¡ es Ud . también campeón del distinguido mérito de la condesa de S . * * * ? - Yo - contestó con aire de suficiencia el interpelado - , yo detesto a esas mujeres-hombres que de todo hablan , que de todo entienden , que de nadie necesitan ... - ¡ Oh ! En cuanto a no necesitar de nadie - repuso maliciosamente una de las señoritas - Ud . se engaña , y no hace justicia a Catalina . ¿ Cree Ud . que pudiera pasarse esa deidad sin el culto de sus numerosos admiradores ? Ya ve Ud . que los busca con empeño . - Y los encuentra - añadió una casada , cuyo noveno amante la había abandonado por la condesa , pero que , no obstante , merced a su gran prudencia y severas máximas , que sabía ostentar en las grandes ocasiones , pasaba por una virtud ejemplar . La condesa - prosiguió con refinada malignidad - es , digan lo que quieran , una mujer poco común . No hay en Madrid quien cante con tanto gusto y maestría como ella . La bailarina más aplaudida de nuestros teatros no la aventaja en esta habilidad : me consta que dibuja y pinta con primor , y se dice que es tan instruida que sostiene con los hombres más sabios cuestiones de moral , de religión y de política . Distinguida por todos los talentos no lo es menos por su carácter independiente , y yo dudo que exista en España mujer de opiniones tan libres . Confieso que no puedo sufrir que se interprete siniestramente lo que en ella pueda parecer equívoco : en tal caso yo me inclino siempre al lado favorable y , a veces , prescindo de mis propias convicciones para tomar su defensa . No es extraña , señora - dijo con respetuosa y añeja galantería un septuagenario que aspiraba a consolar a la dama del abandono de su noveno infiel - ; no es extraña en Ud . esa adorable indulgencia , muy propia de la acendrada virtud y caridad cristiana que a Ud . distingue . - No ciertamente - repuso la dama con humildad tan hechicera que le valió generales elogios - : no creo que mi virtud sea tan rara en mi sexo que pueda distinguirme . Yo no soy en nada una mujer notable , cedo este honor sin pesar a la brillante condesa de S . * * * y me doy por satisfecha con mi oscura medianía Ella no me permite el constituirme juez de la conducta ni de las opiniones de los otros , y sólo levantaré mi voz para predicar la indulgencia . En cuanto a la amistad que el caballero que ha promovido esta conversación profesa a la condesa , digo que es muy natural y muy digna de excusa . Yo no me admiro que la condesa tenga muchos amigos , aunque confieso no la elegiría para amiga de mis hijas . - Pienso lo mismo que Ud . - dijo entonces una joven de aspecto sentimental - . La condesa es una persona de trato tan franco , tan fácil , tan ameno , que debe agradar infinito a los hombres . Lo único que en ella censuro amargamente es que no use de algún miramiento , de alguna prudencia ... En mi juicio sólo es escándalo es imperdonable . ¡ Oh ! Yo respeto mucho la opinión . Al oír estas palabras parece que algunos de los concurrentes se miraron sonriéndose con disimulo y con inteligencia , como si recordasen algún hecho que pudiera desmentir aquella aserción . Un caballero de los presentes se apresuró , sin embargo , a probar lo que acababa de decir la hermosa señorita . Era un afrancesado , acérrimo bonapartista en el año 1809 , y legitimista y absolutista exaltado después de 1814 . Levantó con afectación la cabeza , que hasta entonces mantuvo en la posición más propia para masticar cómodamente , y haciendo una imitación graciosísima del acento defectuoso de un extranjero que habla en castellano , dijo con decisión : - ¡ Oh ! Esta señora tiene sobradísima razón y yo soy de su aviso en todo . El decoro en la mujer y la consecuencia en el hombre : he aquí cualidades que yo aprecio en más . La condesa de S . * * * no piensa y habla como debiera , y ésta es una falta remarcable , y a la verdad que en esto es una excepción de la regla general en la nación en que ha nacido , porque las francesas son modelos de prudencia y saben muy bien atender a las conveniencias sociales . Yo , que conozco a la Francia más que si hubiera nacido en su suelo , declaro que la condesa habrá sido en ello tan severamente juzgada como en España . - Uds . hablan con demasiado rigor de la condesa - observó en este punto el dueño de la casa - , y creo que el señor de Silva tiene vínculos de parentesco con esa señora . Todas las damas miraron a Carlos que había oído en silencio la conversación , y esperaron su respuesta con algún embarazo , como personas de buen tono que temen haber faltado a los miramientos sociales . Pero Carlos había oído demasiado bien lo que se había dicho de la condesa para confesar su parentesco con ella , y poniéndose encendido contestó un no breve y claro . - Pues ahora que no temo que se hiera a nadie - prosiguió el señor de Castro - , me permitirán uds . que les preguntes , señoras , qué gran falta , qué escandalosa aventura ha habido en la vida de la condesa que tanto la ha perjudicado en el concepto de uds . Las damas vacilaron algún tanto , y se miraron como para consultarse la contestación que debían dar a esta inesperada interpelación . Por último , la más viva tomó la palabra : - ¡ Gran falta ! - repitió - : ¡ Pues qué ! ¿ Las coquetas cometen grandes faltas ? Tienen demasiado frío el corazón y demasiado ligero e inconstante el carácter para que puedan cometer grandes faltas . - La condesa es una mujer muy sagaz - añadió otra - , sabe hacer las cosas con mucho talento . - Creía - observó el señor de Castro - , que uds . habían condenado a la condesa por imprudente , y encuentro una manifiesta contradicción en ... - ¡ Basta ! - interrumpió su señora , lanzando una mirada aterradora sobre su indiscreto cónyuge - No es necesario examinar los fundamentos de ninguna opinión . Siempre es justa cuando es general . Carlos no pudo sufrir más : estaba avergonzado de que la mujer de quien se hablaba estuviese enlazada con su familia . Parecíale que si en aquel momento se le presentase la volvería la espalda con el más soberano desprecio , y , sin embargo , comenzaba a sentirse indignado contra sus detractores y más de una vez se contuvo con dificultad para no insultarlos . Pretextó hallarse indispuesto y obtuvo el permiso de marcharse . Cuando entró en su cuarto el ayuda de cámara le advirtió que doña Elvira le esperaba en su tocador , y que había encargado decirle que tenía que hablarle . Carlos se presentó de mal humor a su parienta , a la que encontró delante de un espejo , magníficamente ataviada y dando la última mano a su tocado de bale . - Bienvenido , mi estimado primo - le dijo sin interrumpir su ocupación - , esperaba a Ud . con impaciencia . - ¿ En qué puedo servir a Ud . amable prima ? - ¡ Oh ! Eso lo veremos después , lo que ahora importa es que me dé Ud . su voto sobre mi traje : ¿ qué tal , me halla Ud . bien ? - Entiendo poco de esto , querido prima , no obstante me parece Ud . muy hermosa . - Es la primera vez que le he oído a Ud . galante con su querida prima : pero a propósito de parentescos , sin duda ignora Ud . que hay en Madrid otra persona ligada a Ud . como yo , por alianzas con su familia . Catalina , viuda del conde de S . * * * , ha extrañado el saber que un hijo de don Francisco de Silva se halla en esta corte , y que no tiene aún el placer de conocerle . Esta alusión no podía ser más intempestiva . Carlos contestó disculpándose con excusas frívolas y casi insignificantes . - Aunque una persona severa y escrupulosa en punto a etiquetas - repuso sonriendo doña Elvira - , no se daría por satisfecha con tales disculpas . Yo que conozco a Catalina declaro que las estima suficientes , y en nombre suyo convido a Ud . para el concierto que tiene esta noche en su casa . - Prima mía - respondió con viveza Carlos - , me es imposible aceptar ese honor . Agradezco a Ud . y a la condesa una atención tan poco merecida , pero Ud . no ignora que en Madrid me ocupa exclusivamente el asunto que me ha traído , y que soy además poco aficionado a reuniones . - La de la condesa será de las más selectas : un día cada semana de conciertos en su casa , en la que reúne el círculo más brillante de Madrid . - Ésa es una razón más para no ir - dijo fríamente el joven debiendo ser corta mi permanencia en Madrid no trato de adquirir conocimientos , ni introducirme en ese círculo tan brillante que no debe gustar mucho por otra parte de un pobre mozo de provincia , que suspira por volver a ella . - Es Ud . original - dijo riendo doña Elvira - , y ya que me manifiesta con tan poco embarazo el deseo de dejarme , quiero vengarme obligándole a que confiese que no es Madrid una mansión tan insoportable como Ud . juzga ahora . Esta noche debo asistir a la reunión de nuestra parienta y le embargo a Ud . para que me acompañe . - Prima ... - ¡ Chist ! No valen excusas : si Ud . se negase a acompañarme me obligaría a no ir . - Irá Ud . , prima , la acompañaré , aunque será ciertamente un sacrificio . - No hay modo de hacerle a Ud . galante , lo veo , pero , en fin , a pesar de esa brusca franqueza estoy cierta que agradará a Ud . infinito a Catalina : sólo de oírme referir algunos de rasgos del singular carácter de Ud . ha concebido una vivísima curiosidad de conocerle . - ¿ Con que según eso Ud . me quiere llevar a esa reunión como un objeto raro , curioso , destinado a servir de diversión a la brillante condesa de S . * * * ? - Primo , es Ud . insufrible algunas veces : ¿ de dónde ha sacado Ud . esa consecuencia ... ? - No se enfade Ud . - dijo Carlos sonriéndose - , estoy muy pronto a ir con Ud . a donde guste conducirme , y no compraría caro el placer de darla esta prueba de mi obediencia , aun cuando hubiese de ser el objeto de la burla de veinte coquetas . - Es Ud . severo con mi amiga , Carlos , y no conociéndola ignoro en qué se funda para creerla una coqueta . - No he dicho tanto , señora , he hablado en general . - Pero vamos , confiese Ud . que algo ha oído que le haya inducido a no formar de Catalina el concepto más ventajoso . - Prima mía , hoy por la primera vez he oído hablar de la condesa , y las personas que sostuvieron esta conversación convenían todas en concederla el mérito de un talento brillante y de una finísima educación . - Es poco . - Se sabe generalmente , según creo , que la condesa cultiva todas las artes con éxito . - También habrán dicho a Ud . que es hermosa . - Así opinaron algunos . - Que su trato es hechicero . - Sí . - Y en esa larga conversación , de que parece fue el objeto Catalina , no dejarían de atribuírsele defectos , poderosos a deslucir todo el mérito que no podían negarla . - Veo , querida prima , que Ud . conoce perfectamente la sociedad en que vive . - No , no tanto como Catalina , pero , en fin , veamos si adivino . ¿ No han dicho que la condesa es ligera , inconsecuente , burlona y frívola ? - Se dijo algo más . - ¡ Más ! Veamos , pues . - No quisiera creer que la mujer a quien un pariente de mi padre dio el título de esposa , fuese reputada la más fría y sagaz de las coquetas . - ¡ Ah ! ¿ Es eso todo ? - dijo riéndose Elvira - Y , bien , si así fuese mejor para su marido . Todo el mundo sabe que el conde nunca tuvo celos . - ¡ No tuvo celos ! - No : la mujer que necesita los homenajes de todos no concede preferencia a ninguno . - ¿ Y el conde veía fríamente a su mujer buscar y aceptar esos homenajes ? - El conde , mi querido Carlos , era un hombre de mundo . - Confieso , señora , que no comprendo esa especie de hombres . En cuanto a la condesa , ya pudiera reunir a todos los talentos , todas las gracias de su sexo , que yo jamás podría querer ni estimar a semejante mujer . - Severo por demás está Ud . - dijo Elvira - , y no quiero aumentar el mal humor que parece se ha posesionado de Ud . esta noche . Voy a la comedia : le dejo a Ud . para que se disponga . Dentro de tres horas vendré a buscarle para llevarle a casa de la condesa , y espero reconciliarle a Ud . con ella . Carlos la llevó al coche y volviose a su habitación asaz disgustado del compromiso en que se veía de acompañar a Elvira . Mientras llegaba la hora señalada por ésta , ocupose escribiendo a su esposa una extensa carta , cuyo párrafo más notable era éste : « Esta noche asistiré por primera vez a una reunión de Madrid , no habiendo podido excusarme de acompañar a nuestra prima Elvira . La reunión es en casa de la condesa viuda de S . * * * , mujer que inspira a nuestra amada madre una desafección instintiva , que creo veré justificada , pues por todo cuanto he oído respecto a su carácter , la condesa , Luisa mía , no se parece en nada a mi angelical compañera , ni a nuestra respetable mamá » . Cerró esta carta que terminaba con los juramentos de costumbre de amor eterno , inviolable felicidad , etc . , etc . ; mandola a la estafeta y se vistió de mala gana para esperar a Elvira . No tardó ésta en llegar : mandó llamar a Carlos sin bajar del coche , y apenas hubo éste entrado en él cuando empezó a inundarle con elogios de la condesa , pero debemos confesar que estos elogios no eran de naturaleza que pudieran recomendarla en el concepto de Carlos . Numeró Elvira con su genial jovialidad todos los adoradores de su amiga , ponderó su influjo sobre varios personajes de la corte , influjo tanto más admirable cuanto que la condesa hacía profesión de opiniones contrarias al gobierno actual . Elevó a las nubes el talento , la amabilidad y discreción de Catalina , y refirió , como peregrinos rasgos de ingenio , algunas travesuras con las que se burlaba de sus adoradores . - Es una mujer singular - dijo - , ha sabido inspirar violentas pasiones sin participarlas nunca : no ama sino a sus amigos , la amistad es su ídolo , su corazón es inaccesible al amor ; y , por eso , juega con sus amantes como con las piezas del ajedrez . Nadie sabe como ella desconcertar a un temerario , humillar a un soberbio , hacer desatinar a un sabio y prestar mérito a un tonto . Ella se ríe de todos sin malquistarse con ninguno . Nadie tampoco se venga con tanto talento de una rival celosa , obligándola al mismo tiempo con devolverla , cargado de desdenes y de ridículo , al amante que le había robado . ¡ Oh ! Es una diversión seguirla en el océano de sus coqueterías , y ver con qué calma y serenidad presencia desde el puerto las tempestades que excita . - Es decir - repuso Carlos con irónica sonrisa - , que es un verdugo insensible que se hace una fiesta de las convulsiones de sus víctimas . - No , por cierto : Catalina tiene un bellísimo corazón , pero dice ella , y con razón , que es una habilidad útil y permitida la de saber volver contra nuestros enemigos las armas con que quieren herirnos . Pero nada tiene de cruel , ¡ oh ! , es una persona buena y caritativa . Su dinero y su amistad están a la disposición de todo el mundo , ¡ y su trato es tan fácil , es tan franco ! ... Es tan poco irritable su amor propio que rarísima vez se consigue ofenderle . Su indulgencia es tan grande , se halla siempre tan dispuesta a perdonar , que muchas personas la creen muy humilde . Pero ¿ no le parece a Ud . , Carlos , que esta especie de indulgencia tan lata con los defectos de los hombres , es hija de un desmedido orgullo ? Catalina tiene tan íntima convicción de su superioridad unida , tal vez , a una tan exagerada idea de la imperfección humana , que su bondad para con todos a veces me parece más bien desprecio que generosidad . - No puedo ahora juzgar a la condesa - dijo Carlos con desdén - , ni creo que jamás me intimaré lo bastante con ella para conocerla a fondo . Hablando así llegaron Elvira y Carlos a casa de la condesa , y , a pesar del disgusto con que aquél asistía a la fiesta , no pudo menos de sentir una grata impresión al entrar en la sala resplandeciente de luces y de hermosura . Todo en casa de la condesa llevaba el sello del buen gusto y de la más exquisita elegancia : todo lo que se veía , y aun el aire que se respiraba en aquel recinto , estaban como impregnados de perfumes . La sociedad que la condesa reunía en su casa era la más selecta y brillante de Madrid , y había introducido aquella especie de franqueza delicada y elegante sencillez que hace tan felices y amenas las tertulias de París . Carlos no pudo dejar de confesarse a sí mismo al verse en medio de aquel brillante círculo , que , a falta de felicidad real , la imaginación , y aun el corazón , debían necesitar de aquel embriagador perfume del lujo y de la armonía , de aquéllas fugaces impresiones que no dejan lugar al fastidio evitando la meditación . Elvira presentó a Carlos a la condesa , que se había adelantado algunos pasos para recibirlos , y , no obstante , los motivos de queja que Catalina debía encontrar en las desatenciones de Carlos para con ella , su acogida fue tan lisonjera y tan graciosa que se avergonzó él de aquella indulgencia que le hacía más culpable . Hallose embarazado y casi confuso , y el vivo carmín que tiñó por un momento su tez , dio a sus soberbios ojos más animación . Todas las damas que se hallaban cerca parecieron admiradas de su expresiva y varonil hermosura , y , aunque se advertía cierta timidez en sus maneras , era tan noble y majestuoso su aspecto que aquel defecto parecía contribuir a hacerle más amable . La condesa fijó en él por un momento su mirada , pero habiendo encontrado la suya desviola , y Carlos pudo entonces examinar por primera vez a aquella célebre extranjera . La estatura de la condesa apenas era mediana , y sus formas más notables por la delicadeza que por la perfección . No hubiera sido una hermosura entre los egipcios , ni debía agradar a aquellos hombres que gustan de un exterior robusto y exuberante de salud , por decirlo así . Era delgada , y , aunque su espalda y garganta eran muy bien formadas , y su talle extremadamente gracioso , se advertía a primera vista que carecía de aquella majestad voluptuosa que tienen comúnmente las mujeres corpulentas . No tenía tampoco una fisionomía pronunciada : la rapidez de sus sensaciones se pintaba en su semblante , cuya expresión era tan fugaz , tan variable , que en un momento la prestaba diferentes fisionomías . Sus grandes ojos pardos , centelleantes de ingenio , tenían naturalmente una mirada rápida y casi deslumbradora , pero cuando esta mirada se fijaba , era difícil defenderse de la impresión que producía su expresión , a la vez altiva y apasionada . Por lo demás , nada había en ella de sobresaliente , sus facciones no eran académicas , y sólo cuando se animaba en la conversación , se podía conocer el admirable efecto de su conjunto . Era de notar que , a pesar de la rara movilidad de aquel rostro y del gracioso desgarbo que había en toda su persona , la forma de su cara y la posición natural de sus labios , le daban , cuando estaba distraída , un gesto admirable de aristocracia , y que sin ninguna afectación había en sus maneras una como inesperada dignidad , mezclada con el más amable abandono . El traje que llevaba era a propósito para realzar aquel género de hermosura , pues consistía en un vestido de encaje sobre raso de un color de rosa caído , que convenía al de su tez blanca , pálida y casi transparente , y entre su profusa cabellera negra , se entrelazaban con aparente descuido gruesos hilos de perlas . Su pie , calzado con raso blanco , podía competir con el más pulido de una gaditana , y sus manos , cubiertas de un ligero y perfumado guante , eran pequeñas y lindas . Carlos se decía a sí mismo , al examinarla , que a no ser tan bella como Luisa , ninguna mujer podría parecer más seductora pero , sin embargo , no cometió la profanación , que tal hubiera sido en su concepto , de hacer ningún género de comparación entre la amable y elegante figura que estaba mirando y la imagen celestial que tenía grabada en su corazón . Acaso en el instante mismo que admiraba las gracias de la condesa , el recuerdo querido de su idolatrada compañera , vino a turbar su pasajera distracción , pues Elvira , que le seguía por los ojos , le vio apartarse hacia el extremo de la sala y sentarse en el paraje menos visible con aire melancólico y pensativo . - Mira a nuestro sevillano - dijo entonces sonriendo a la condesa - , mira cómo va a buscarme una soledad en medio de un baile . No puedes formarte una idea de un carácter más esquivo y huraño , y es lástima a la verdad , pues convendrás conmigo en que es muy guapo . - Sí - contestó con una especie de gracioso desdén - , no es desagradable . - ¡ No es desagradable ! ... Muy parca eres en tu aprobación , prima - repuso Elvira fijando en Carlos los ojos - , y creo que serás la primera mujer que no le crea digno de una calificación más lisonjera . ¿ Has visto en tu vida , amable descontentadiza , unos ojos más bellos , un cuerpo más airoso , unas formas más perfectas ? - No he reparado , en verdad - respondió la condesa , arrojando una rápida ojeada hacia el objeto de la conversación , y añadiendo enseguida - . ¡ Pero qué insoportable impertinencia , querida mía ! ¡ Retirarse como fastidiado cuando aún no hace ni diez minutos que se halla en nuestra sociedad ! - ¿ No te había advertido que es un original , una mezcla de orgullo , de timidez y de extravagancia ? - ¡ Oh ! Tu protegido , querida Elvira , me parece un fatuo de provincia solamente . - Te engañas : de nada tiene menos que de fatuidad . Si le trataras ya verías que tiene talento , imaginación , y , sobre todo , modestia , aunque con bastante mérito para que pudiese perdonársele el carecer de ella . Pero veo que es ciertísima la ley de las simpatías y antipatías , pues tú , tan indulgente con todo el mundo , juzgas desventajosamente a primera vista a un joven que yo pensé te había de fascinar , y él , aun sin conocerle , te cobró una insuperable adversión . - ¡ Cómo ! - dijo la condesa volviéndose con viveza hacia su interlocutora - ¡ A mí ! ¡ Insuperable adversión ! - Quiero decir , que lo que había oído de tu carácter , le previno tan fuertemente en contra tuya que no te perdonaba el atrevidillo , ni aun a favor de tus talentos y gracias , y no me ha costado poco trabajo el obligarle a que me acompañase a tu casa . - ¡ Es posible ! - dijo la condesa , volviendo a mirar a Carlos , que aún permanecía en su actitud pensativa , y desviando lentamente su mirada en torno a fijarla en Elvira , con una expresión de interés . - ¡ Pues qué ! ¿ Tan peligrosa me juzgaba ? - ¿ Peligrosa ? Nada de eso . ¡ Si te he dicho que es un original ! ¿ Sabes lo que me decía hablando de ti esta noche ? - ¿ Qué te decía ? - preguntó con viveza la condesa . - Que jamás podría amar ni estimar a semejante mujer . La tez de la condesa se encendió ligeramente y su fisionomía en aquel momento trasparentó , por decirlo así , un mal reprimido , despecho . - ¿ Tan mal le han hablado de mí ? Pues , ¿ qué le han dicho ? - Necedades . Pero él parece enemigo declarado de la coquetería . ¡ Oh ! Es un hombre que tiene poblado el cerebro de sueños de entusiasmos , y que habla sin cesar de amor , de felicidad , de virtud . - ¡ Ah ! - dijo la condesa sonriendo con tristeza - . ¡ Cree en el amor , en la virtud , en la felicidad ! ... ¡ Qué feliz es ! - Cree en todo , menos en que haya algo grande y bueno en el alma de una coqueta . Es severo , muy severo en sus juicios , aunque tiene , naturalmente , un fondo de bondad que me encanta . - ¡ Tiene entusiasmos ! - repitió con distracción la condesa - ¡ Cree en el amor y en la felicidad ! ... Hace bien , entonces , en despreciar a los corazones desgastados o fríos , hace bien . Y su mirada , que volvió a dirigir a Carlos , se mantuvo fija en él , mientras decía Elvira con su natural volubilidad : - Es triste , además . Siempre está pensativo , auque nunca de tan mal humor : y te aseguro que tiene un bellísimo corazón . Excepto de ti de nadie le he oído hablar mal . Cualquier cosa le conmueve . Y , en medio de esa aparente esquivez y hurañería , es en el trato íntimo la persona más dulce y complaciente . En fin ... Catalina no le dejó acabar la comenzada frase . - Elvira - la dijo - , pasado mañana es tu día , si mal no me acuerdo , y te ofrezco ir a comer conmigo . Quisiera que no tuvieras convidados , que pudiéramos estar solas . Él podrá estar , sin embargo ; vive contigo y es forzoso : pero nadie más . ¿ Me darás ese placer ? - Con mil amores , prima mía , pero temo que tendréis ambos , quiero decir , tú y Carlos , un mal rato , sino podéis vencer la recíproca antipatía que parece os divide . En aquel momento comenzó el concierto , y la condesa , desentendiéndose de las últimas palabras de su amiga , pareció prestar toda su atención a la música . Carlos , empero , permanecía en la misma actitud y como enteramente extraño a cuanto le rodeaba . ¡ Oh ! En aquellos momentos su imaginación estaba en Sevilla . Cantaron sucesivamente algunas señoras y caballeros de la reunión , y Carlos apenas daba las señales de aprobación que exigía la urbanidad , volviendo enseguida a su primera distracción . Por último , vinieron a rogar a la condesa que cantase , y se dejó conducir al piano sin apartar los ojos del rincón en que se había sentado Carlos , y colocándose de modo junto al piano que pudiese continuar mirándola . Eligió una aria de Rossini , y su voz , tan entera y armoniosa , fue un poco débil e insegura al principiar el canto . Mas venció pronto tan inexplicable emoción , y su admiración talento y sus grandes facultades , recobraron su indisputable superioridad . A los ecos deliciosos de su canto levantó Carlos los ojos hacia ella y no pudo ya apartarlos . El rostro de la condesa era divino mientras cantaba . Jamás facciones tan expresivas acompañaron a una música deliciosa . Mientras cantó Catalina , Carlos no respiraba , subyugado completamente por el poder de la armonía . La música que ejecutaba no tenía nada de patética , y más bien podía llamarse brillante que apasionada : pero hay aún en la alegría expresada por el canto , una indefinible expresión de melancolía . Aquella dicha fugaz , como todas las dichas de la tierra , deja en el alma una impresión de tristeza , y como que quisiera el oído detener en el aire los sonidos halagüeños , que semejantes a las ilusiones de la esperanza , se desvanecen en el momento en que creemos gozarlos . Cuando cesó de cantar Catalina rodeáronla sus numerosos adoradores , cuyos estrepitosos aplausos parecieron a Carlos una muy vulgar y mezquina manifestación del entusiasmo que debía sentirse oyéndola . Por un movimiento involuntario , acercose algunos pasos , auque sin ánimo deliberado de hablar a la condesa . Ésta , que , auque ocupada en corresponder a las galanterías de sus admiradores , no perdía uno solo de los movimientos de Carlos , se volvió hacia él como para animarle de su mirada , pero aquella mirada produjo un efecto precisamente contrario al que se proponía . Carlos que vio se había notado en él volviose inmediatamente a su puesto , y Catalina pudo reprimir un movimiento de despecho . Las damas quisieron valsar y Catalina , que deseaba ostentar delante de Carlos su admirable habilidad , condescendió gustosa . Eligió por su pareja al joven marqués de * * * , que , según se decía , era entonces su predilecto adorador , y ambos llamaron la atención por su superioridad en el baile . Catalina se detuvo al pasar delante del sitio en que había visto a Carlos al comenzar el vals , pero al buscarle sus ojos vieron vacía la silla que había ocupado . Carlos se había marchado del salón , y un observador hubiera fácilmente conocido que la condesa bailó desde aquel momento con menos animación . Concluido el vals , salió ella también fuera de la sala y encontró a Carlos en una galería apoyado en el antepecho de una ventana , y al parecer bien ajeno de todo lo que pasaba a pocos pasos de él . Acercose lentamente Catalina , y al llegar junto a él díjole con una voz tan dulce que renovó la impresión que había producido con su canto . - Parece que el señor de Silva no es aficionado al baile : ¿ querrá po ventura darnos el placer de servirnos de tercio en una partida de tresillo ? Volviose Carlos y , entonces , por la vez primera oyó su voz la condesa . - Estoy tan ignorante de toda clase de juego , señora - la dijo - , que no puedo aceptar ese honor . La condesa tomó una silla que colocó junto a la ventana , y sentándose en ella invitó a Carlos con la mano a ocupar otra que estaba a su lado . - Creo que hace algunas semanas que está Ud . en Madrid , y sin embargo no recuerdo haberle visto en un paseo ni en teatros . ¿ Mi amada Elvira se descuida en proporcionar a Ud . distracciones ? En ese caso yo celebraría poder enmendar su falta . Tengo palco en el teatro del Príncipe y me sería de mucha satisfacción que Ud . aceptase un asiento en él . Carlos dio gracias con bastante sequedad , y manifestó que se hallaba demasiado ocupado del asunto que le había conducido a la corte para poder pensar en distracciones . La condesa le preguntó por su familia , a la que dijo se envanecía de pertenecer ; y Carlos pudo conocer , sin embargo , que estaba muy poco enterada en todo lo concerniente a ella . Contestó lacónicamente a sus preguntas , y como si se hallase embarazado con la conversación de Catalina , aunque ésta fuese la más sencilla y fácil , manifestó enseguida que deseaba volver junto a Elvira para saber de ella , si quería ya retirarse . Catalina le dejó entonces y volvió al salón a tiempo que Carlos y Elvira salían de él . - Me marcho , amiga mía - dijo ésta - , porque mi compañero empieza a fastidiarse grandemente en tu brillante tertulia , pero para compensarme del disgusto de dejarte tan temprano , ya sabes que te espero a comer pasado mañana . La condesa despidió afectuosamente a Elvira , pero su saludo a Carlos fue más frío y seco de lo que debía esperar a éste , en vista de la amabilidad que había usado con él durante la reciente conversación . Como estaba presente el marqués de * * * , atribuyó la reserva de la condesa al temor de disgustarle , pero cuando comunicó su observación a Elvira , ésta se rió a carcajadas . - ¿ Catalina guardar consideraciones a su amante ? ¡ Qué locura , querido Carlos ! Ella es reina despótica , que no tiene que dar cuenta de sus acciones a nadie , y cuyos caprichos son leyes para la humilde grey de sus adoradores . Además , el marqués es un amable calavera , que no aspira a más que a poder adornarse en salones con el título de amante de la condesa de S . * * * ¿ Piensa Ud . que la ama ? ¡ Qué necedad !