El duende de la corte o Memorias de un fraile Novela histórica original de D . R.Ortega Y Frías Madrid Imprenta de T.Fortanet , Libertad , 29 1862 Si queréis dramas sublimes , patéticos , buscadlos en la sociedad y los encontraréis fácilmente sin necesidad de pedirlos a la imaginación del poeta , cuyas creaciones son siempre pálidas , frías , comparadas con los cuadros ya tiernos y conmovedores , ya horribles , que presenta la vida de la humanidad , la historia de cada familia . Cuando el escritor quiere interesar , copia , y su mérito consiste en saber buscar . Con la invención de sucesos , por verosímiles que sean , rara vez se arranca una lágrima a los ojos , un suspiro al pecho . Por eso creo que la lectura de este libro puede interesar . No es un cuento , es una historia lo que voy a referir . No he tenido que hacer más que ordenar sucesos y engalánarlos . Hace pocos meses que un amigo mío , persona de no escasa erudición y muy amante de las letras , tuvo la fortuna de encontrar en un almacén de libros viejos , un tomo en pergamino , cuyo color y arrugas probaban su antigüedad . Debía haberse conservado cuidadosamente , y solo la ignorancia de algún heredero o testamentario , pudo ser causa de que estuviera allí , formando montón con otros en un rincón del almacén . Sus amarillentas hojas estaban manuscritas , y la lectura de algunos párrafos convenció a mi amigo de que había encontrado un tesoro histórico y literario . Allí estaba la colección del primer periódico político que se escribió en España , la vida pública y privada del célebre carmelita fray Manuel de San José , el fiel retrato de todos los cortesanos de Felipe V , la revelacion de muchos secretos de estado y la lista de algunas familias , esclarecido todo con interesantes datos de irrecusable autoridad . Por diez reales fue mi amigo dueño del libro ; me lo enseñó y como yo mostrase deseos de hacer uso de él , tuvo la generosidad de cedérmelo . [ 1 ] Así vino a mis manos esta historia , y aún pudiera decirte , lector , que esa es la historia de la historia que voy a contarte , principiando de esta manera : El día 5 de Setiembre del año de 1714 , entraban en Madrid por la puerta de Atocha dos jinetes cubiertos de polvo y con muestras de estar bastante fatigados , según el abandono con que se dejaban balancear por los acompasados movimientos de sus cabalgaduras . Aunque el frío se dejaba sentir poco , llevaban sendas capas de paño gris oscuro ; pero puestas con descuido , por lo cuál podía verse buena parle de la ropa que vestían . No iban juntos , sino delante el uno del otro y a seis u ocho pasos de distancia . El primero era un oficial del ejército portugués , no pasaria de los veinticuatro años , y en su rostro aguileño , en sus grandes ojos negros , de brillante pupila , de mirada ardiente , viva y penetrante , se adivinaba al primer golpe de vista un espíritu fuerte , un gran corazón y una inteligencia privilegiada . Todas las pasíónes debían ser en aquel hombre violentas , desarrollándose hasta su último grado : las sensaciónes de ternura , lo mismo que las de dolor , los sentimientos de cariño y los de odio , debían producir siempre en aquel corazón grandes borrascas de incalculables resultados . Las resoluciónes que aquel hombre tomáse en situaciónes graves , debían ser prontas , firmes y sin que en su ejecución se detuviese ante ningún peligro , ante ningúna consideracion . Así lo decían sus expresivos ojos ; así estaba escrito en su frente , que aunque medio cubierta por el sombrero de tres picos , parecía ser espaciosa y altiva . Nada tenía que pedir tampoco a la naturaleza en cuanto a la parte física : sus facciones , de correcto dibujo , de atrevidos perfiles , presentaban un conjunto de admirable belleza . Era de regular estatura , de formás musculares , y vestia con suma elegancia , pero sin afectacion . Montaba un caballo negro de raza pura cordobesa , esbelto , fogoso , obediente , de larga crin y espesa cola . El otro jinete en nada se parecía al primero . Era un simple soldado , y su rostro , más abultado que el del oficial , estaba dilatado constantemente , sino por una marcada sonrisa , como si fuera a sonreír con toda la dulzura de un espíritu cándido . La mirada franca y serena de sus pardos y redondos ojos , revelaba una tranquilidad inalterable , una calma contra la que debían estrellarse los ímpetus de todas las pasíónes , la fuerza de todas las desgracias y los punzantes dardos de toda clase de ofensas , de todo género de provocaciones . Sin embargo , como lo conocemos , podemos asegurar que no era tonto , ni cobarde , ni insensible . Estaba dotado de una inteligencia clara , de un valor frío y ciego que era el mismo en todas ocasíónes , y no conocía más que dos de los siete pecados capitales , la gula y la Péreza . Comer y dormir eran sus únicos goces , y las mujeres eran para él solo un medio de evitar el fastidio , interrumpiendo de vez en cuando , pero de tarde en tarde , la monotonía de una vida tranquila . No se tomaba el trabajo de meditar sino cuando le era absolutamente preciso , y no adoptaba ningúna resolución , sino después de haberla meditado mucho ; pero una vez decidido a una cosa , nada , absolutamente nada , le hacía desistir ni aún modificar su propósito . Nunca se rebelaba contra nadie ; pero cuando no queria hacer una cosa , oponía una resistencia pasíva contra la que se estrellaban las reflexiones , las amenazas , los golpes y hasta la muerte , porque decía con su calma glacial : « Bien , matadme ; pero no haré eso . » Este personaje , a quien tendremos ocasíón de conocer muy a fondo , porque representa un papel importante en la presente historia , era un antiguo criado del oficial , única persona cuya autoridad reconocía , y había seguido a su amo a la guerra y hecho prodigios de valor , con la misma indiferencia , la misma calma que antes había desempeñado los quehaceres domésticos . Cabalgaba sobre un corpulento caballo aleman , el más a propósito para él , porque no tenía que tomarse el trabajo de refrenarlo continuamente , y podía ir con el mayor descuido . La silla del corcel del amo no llevaba más que las pistoleras , pero el manso cuadrúpedo del sirviente iba cargado , no solo con el jinete , sino con una maleta y unas grandes alforjas que siempre estaban bien provistas de comestibles . Cuando llegaron a la entrada de la calle de Atocha , el caballero , que iba cabizbajo y triste , levantó la cabeza , exhaló un suspiro , y mientras brillaban extraordinariamente sus ojos , clavó las espuelas en los ijares de su negro caballo . Este sacudio la crin y la cola , tomó el trote largo , y sintiendo más duro el freno y otra vez la punzante espuela , dio un resoplido y siguió al galope , probando que una larga jornada no era bastante para acabar con sus bríos . Mal que pesase a su calma , hubo de hacer el criado lo mismo que el señor , y en pocos minutos llegaron a la plazuela de Santa Cruz . Allí se detuvieron , descabalgó el oficial , y entregando las riendas a su sirviente , le dijo : — Ya sabes la posada ; dispon la comida y espérame . — Bien , señor , — respondio el criado ; — pero tengo para mí que obrariais más cuerdamente , alimentando el cuerpo antes que el alma , y quitándoos el polvo ... — Vete y espérame , — interrumpió el caballero . Y embozándose , alejóse mientras el soldado se encogía de hombros y se entraba por la calle Imperial en busca de la de Toledo . No dio entonces el joven muestras de estar cansado , pues muy aceleradamente , poco menos que corriendo , atravesó la plaza y calle Mayor , bajó la de Bordadores , dejó atrás las del Arenal y San Martín y se encontró en la plazuela de las Descalzas . Todavía existe allí , como burlándose de las leyes de ornato público , una casa situada al principio de la calle del Postigo de San Martín , y que forma con otra un angulo entrante que ya hubiera debido desaparecer . Paróse el caballero , miró a los balcones y a la puerta , y al ver que esta y aquellos estaban cerrados , se contrajo su frente . Dudó algunos instantes , acercóse a la puerta , miró por el agujero de la cerradura , escuchó sin oír nada y su rostro palideció . — ¡ Ah ! — exclamó , apretando los puños y con acento que lo mismo indicaba sorpresa que dolor o ira . Y volvió a mirar y a escuchar en vano , mientras que su agitación crecia con el afán que tan claramente mostraba en su semblante . — ¿ Dónde están ? ¿ Qué ha sucedido ? — repetía , examinando las sombrías paredes de la casa como si allí hubiera de encontrar la explicación de lo que no comprendía . algunos minutos permaneció inmóvil , pensando cómo aclarar sus dudas ; cuando acudio en su auxilio una vecina curiosa , vieja por supuesto , que después de observarlo , le preguntó : — ¿ A quién buscáis , caballero ? — Busco a ... la gente de esta casa ... ¿ No vive ya aquí el señor don Juan Meneses ? — Sí que vive ; pero no está , ni ningúno de la familia , no queda más que el señor Manuel el portero , y ha salido a pasearse . — Pero ... — No están en Madrid desde anoche que vino de Getafe un criado con recado de doña Margarita ; y a pesar de que eran las diez y estaba nublado y amenazaba tormenta , el señor don Juan mandó enganchar el coche y se fue con los criados . — ¡ Oh ! — exclamó el caballero con sorda voz . — Un aviso a las diez de la noche y partir en seguida ... — Si queréis decirme vuestro nombre , yo se lo diré al señor Manuel ... — No es menester ... Voy a ver a don Juan . — Eso mismo dijo esta mañana otro caballero ... — ¿ Quién ? — preguntó vivamente el oficial . — ¿ Lo conocéis ? — Sí , porque viene muy a menudo a visitar al señor don Juan ... Le llaman el señor de ... de Patiño ... — ¡ Patiño ! ... ¡ Vive Dios ! — exclamó el joven , cuyos ojos despidieron dos centellas . — ¡ Patiño ! Y sin escuchar más se alejó con tanta rapidez como si lo impulsara la irresistible fuerza de un vértigo . Poco tardó , el al parecer desesperado caballero , en llegar a la calle de Toledo , entrar en una posada , preguntar a un mozo , subir al primer piso y abrir la puerta de un aposento donde su criado descansaba tendido en un colchon . — Martín — gritó el oficial . — Señor , — respondio el sirviente , poniéndose de pie , — ya estará la comida ... — A caballo ... — ¡ A caballo ! — repitió Martín , restregándose los ojos porque dudó si estaba dormido . — Ensilla ... pronto ... — Pero , señor ... — Si no quieres venir , quédate , no te necesito ... — Iré al fin del mundo , — repuso con calma el sirviente . Y mientras se ponia el sombrero , ceñia la espada y tomaba la capa , la maleta y las alforjas , prosiguió diciendo : — Vamos , señor , vamos , no me importa : si ahora no duermo será después ; pero me habéis dejado con un palmo de boca abierta . Me he tomado la libertad de comer , y estoy dispuesto para todo . Sé lo que sucede en estas cosas , y me he preparado , he recuperado las fuerzas , porque el molino no puede andar sin agua , ni el trigo puede molerse sin molino . Yo no os esperaba tan pronto , lo menos en dos horas , porque como se trataba de una cosa que os interesa tanto , más que la vida , según decís ... Pero ello es que habéis vuelto y que tenemos que marchar ; sobre cuya repentina determinación he de advertiros , que si la jornada ha de ser larga , nuestros caballos nos dejarán a pie a la mitad del camino . El caballero , que se paseaba con impaciencia de un extremo a otro de la habitación , respondio distraídamente : — A Getafe . — ¡ Ah ! — exclamó Martín . — Ahora comprendo ... Bien , señor , muy bien . Me consuelo : es pueblo de gallínas , liebres y perdices ... ¿ Dormiremos allí ? — Sí . — Perfectamente : una buena cena ... — Acaba ¡ vive Dios ! ... — Voy a ensillar . La creciente impaciencia del caballero no le permitió aguardar el aviso de su criado , y salió con este , acompañándolo a la cuadra y poniéndose a ensillar su caballo para ganar algunos minutos ; pero fuese por la falla de costumbre de hacerle o porque su mismo afán le hiciese perder el tino , ello es que antes de llegar a la mitad de la operación el calmoso Martín había terminado la suya , diciendo : — Vísteme despacio , que estoy de prisa . Pocos momentos después cabalgaron y partieron al galope . Eran las cuatro de la tarde . El sol , aunque descendiendo a su ocaso , brillaba con todo su esplendor . Ni la más ligera nube empañaba el trasparente azul del cielo . Los jinetes salieron de la población por la misma puerta por donde habían entrado . Brillaban más cada instante los negros ojos del caballero . Se contraia gradualmente su rostro y tomaba una expresión sombría . Agitábase su pecho más y más , no por el cansancio físico , sino por las violentas conmociones de su alma . Solia apretar los puños con muestras de reconcentrada ira , o inclinar sobre el pecho la cabeza como si meditase , o herir sin compasíón los ijares de su corcel como si el tiempo fuese un tesoro , como si de un momento de retraso dependiese la salvación de su vida . De vez en cuando se escapaban de su boca los nombres de Margarita , don Juan y Patiño , como si las tres personas a quienes pertenecian absorbiesen toda su atención o constituyesen los elementos de su felicidad o su existencia . ¿ Iba en busca de una madre ? No , porque por una madre se llora en todas ocasíónes , lo mismo cuando se teme perderla , que cuando se la hace feliz , volviendo a sus brazos tras una larga ausencia . ¿ Iba en pos de algúna mujer amada ? Dudoso era también . El joven solia jurar , amenazar y maldecir su estrella y su vida , y el amor hace suspirar y sonreír . Tampoco podía esperarlo un padre , ni un hermano , ni un amigo . Ni buscaba a un enemigo para vengar una ofensa , porque no era cobarde y había momentos en que palidecía cadavéricamente y se estremecia con ese inequívoco temblor del miedo . Difícilmente se hubiera adivinado lo que buscaba con tanto afán , lo que producia su agitación , el coraje o la tristeza que se advertían en él . Empero puede asegurarse que sufría mucho . Martín debía estar en el secreto , según pudo colegirse de sus palabras ; pero Martín no se alteraba nunca ni hacía comentarios sobre nada , y era imposible deducir ni lo más remoto de su gesto glacial ni de algúna palabra que se le escapase . El fiel criado solia decir : — Mi buen señor acabará por perder el juicio o morirse de rabia . Bueno , adelante , así ... ahora más aprisa ... Este movimiento ayuda prodigiosamente a la digestión , abre el apetito y ... ¡ parece que no he comido ! Medía hora llevaban de camino , siempre al trote o al galope , como si se hubiesen propuesto reventar a sus obedientes cabalgaduras . No habían encontrado alma viviente . Por todas partes soledad , quietud , silencio . Al fin divisaron a lo lejos una nube de polvo que avanzaba hacia Madrid . Luego distinguieron el bulto y la confusa forma de un carruaje , pudiendo bien pronto convencerse de que era un coche tirado por dos mulas con ruidosas colleras . A la derecha del vehículo iba , en un hermoso caballo alazán , un caballero , montado con descuido , embozado hasta los ojos , con la cabeza inclinada sobre el pecho y con todas las apariencias de estar abatido por un dolor profundo . Detrás iba un criado , también triste . Y el lacayo que ocupaba la zaga , y el cochero , y las mulas , que andaban Pérezosamente , moviendo de arriba abajo la cabeza y haciendo sonar con plañidera monotonía las campanillas de cobre de sus collares , y hasta los crujidos que , como lastimeros ayes , producia el roce de las ruedas con los ejes , parecían expresar pena , dolor , llanto . No tenía el vehículo pintadas armás ni letras que revelaran la calidad ni el nombre de su dueño , y unas cortinillas verdes impedían que las miradas curiosas penetrasen en su interior . El joven oficial iba demásiado preocupado para que nada le llamáse la atención . Miró con indiferencia el carruaje , cuyo ruido le hizo estremecer y le entristeció sin saber por qué , y dio con la espuela a su caballo para alejarse cuanto antes . No sucedio lo mismo al otro caballero embozado . también distraídamente levantó los ojos , miró al oficial , y sus pupilas , un momento antes apagadas , relumbraron como dos carbunclos . Entonces procuró más que nunca recatar el semblante . Dejó que pasasen amo y criado , inclinó el cuerpo , levantó una de las cortinillas verdes y dijo algunas palabras a los que iban dentro del coche . Luego volvió su caballo , y aunque a buena distancia para no ser visto , siguió al oficial y a su sirviente . Estos continuaron sin apercibirse de lo que el otro había hecho . ¿ Qué significaba la repentina determinación del embozado ? ¿ Por qué aquella mirada centellante que de tan diversos modos podía traducirse ? En el coche no iban más que dos hombres , uno en cada testero , ambos de la misma edad , como de cincuenta años ; vestido el uno decentemente , pero con modestia ; el otro con más lujo , de finísimo paño negro y con magníficos vuelos de encaje . A este le había dirigido la palabra el embozado , que era joven ; pero el anciano , en vez de responder , lo miró con sorpresa , arrugó la frente y luego hizo un gesto de dolorosa resignación , acabando por dejarse caer en un rincón del coche , apretando los puños y cruzándose de brazos como si del más angustioso pesar pasase a la más horrible desesperación . Estas circunstancias hacían más incomprensible la relación que había entre aquellos personajes . Indudablemente se conocían ; algo tenian de comun ; pero ¿ qué podría ser ? No lo sabemos , y para averiguarlo , seguiremos a los que caminaban hacia Getafe , porque presentimos que estos han de dar muy pronto ocasíón para que se aclare el asunto . No dejó el oficial que su caballo descansase , aflojando el paso ; al contrario , a medida que se acercaba al término de su camino , obligaba más al noble bruto , que cubierto de espuma y abriendo cuanto podía sus anchas narices , no se daba tampoco por vencido , y correspondía satisfactoriamente a los deseos de su amo . Dieron al fin vista al pueblo . — ¡ Ah ! — exclamó el portugués con acento que parecía arrancado del alma . — ¡ La muerte o la vida ! ... ¡ Esto es horrible ! . : . Y pocos segúndos después se detuvo delante de una solitaria casa , situada como unos cien pasos antes de llegar a las primeras de la aldea . Martín llegó también . El embozado , que parecía adivinar lo que había de hacer su perseguido , había echado ya pie a tierra y atado la brida de su alazán al tronco de un arbol , poniéndose en observacion . No perdio un instante el gallardo oficial . Descabalgó de un brinco y se acercó al edificio solitario . Empero este , como la casa de Madrid , tenía cerradas la puerta y las ventanas , y solo un balcon había de par en par abierto . también reinaba allí un silencio profundo , sepulcral . Palpitó con violencia el corazón del mancebo . Su mirada apareció más sombría . Contrájose más de lo que estaba su pálido rostro . Miró por uno y otro lado y escuchó . Ni las ramás de los arboles del jardín , situado en la parle posterior del edificio , se movian , así que , no sonaba ni aún el roce de las hojas cuando las agita el viento . En vano fue que el caballero mirase por el agujero de la cerradura de la puerta y aplicase el oído . Nada vio ni oyó . Brotaban en su ardiente imaginación negras ideas que lo atormentaban horriblemente . Espantosas dudas desgarraban su alma . Era preciso salir de aquella situación . No era posible dejar al tiempo la explicación de lo que el caballero veía . El tiempo , antes de explicar , le hubiera quitado la vida con el temor , el afán , la incertidumbre . Además , ya lo hemos dicho , el hermoso joven no dudaba nunca mucho tiempo cuando se le presentaban dos caminos que seguir . Entonces , como siempre , tampoco aguardó . volvióse para ver si , como en la plazuela de las Descalzas , algún transeunte le daba explicación es . Pero nadie pasaba por allí . A nadie se veía en los alrededores . Meditó un segúndo . — No me faltará una excusa , — murmuró . Y asíendo el pesado aldabon de la puerta , descargó tres o cuatro recios golpes . El eco se repitió en el interior de la casa . Luego se oyó el ahullido lúgubre de un perro . El caballero quedó como petrificado . No pudo respirar en algunos instantes . Quizás por primera vez en su vida se inmutó Martín , que estaba sentado en tierra , y como si su señor le hubiese comunicado el miedo , púsose de pie de un brinco . volvió el caballero a llamar . Repitióse el eco y el can ahulló otra vez . Ya no podía dudarse de que no había en la casa ningúna persona . Pero ¿ por qué la habían abandonado sus habitantes ? ¿ Adónde habían ¡ do ? Sin embargo de no haber recibido contestacion , el joven no queria convencerse , porque habría tenido que explicárselo de una manera horrible . Antes de aceptar lo que tanto le espantaba , quiso apurar todos los medios , y en su trastorno eligió el peor . Acercóse a la tapia del jardín , arrojó al suelo la capa , y haciendo escalera del corpulento caballo aleman , trepóla y saltó al otro lado , donde afortunadamente el terreno tenía mayor elevacion . Estaba en el jardín el perro , y aunque era un mástin que aparentaba por su corpulencia y colmillos gran fiereza , no se movio , y en vez de ladrar al ver que asaltaban la casa , ahulló más lúgubremente que antes . Estremecióse el caballero , que empezaba a sentirse dominado por un miedo supersticioso , que en vano intentaba desechar . A no interesarle tanto aclarar sus horribles dudas , a no ser hombre que una vez dado el primer paso ante nada se detenia , hubiera retrocedido . algunas gotas de frío sudor corrieron por su frente pálida y abrasada por la calentura . Su rostro estaba horriblemente contraído , casí desfigurado . Sus ojos , extremadamente abiertos , se revolvían lentamente en sus órbitas , dirigiendo a todos lados miradas recelosas , como si temiese la aparición de un terrible enemigo . Atravesó el jardín y entró en la casa sin que su único vigilante le estorbara el paso ni hiciera más que mirarlo tristemente , como diciéndole : « ¿ Qué me importa que seas un ladrón o un asesino ? Ya no puede suceder nada peor de lo que ha sucedido . Crecia la agitación del caballero . Al pie de la escalera se detuvo un segúndo , hizo un esfuerzo y subió . ¡ Ah ! — exclamó con voz ronca . — ¡ Nadie ! ... El eco le respondio como había respondido a los golpes del aldabon . vio los muebles desordenados . Entró en otro aposento medio oscuro porque la ventana estaba cerrada . — No pudo examinarlo ; pero gritó sin obtener tampoco respuesta . Siguió adelante , atravesó algunas habitaciones y entró en una esclarecida por la luz que entraba por el balcon . Detúvose allí , miró a todos lados , el mueblaje estaba perfectamente ordenado , nada de particular se advertía ; pero se percibia un olor extraño , que aunque conocido del caballero , no acertó en aquel momento a decir de qué provenia . Esta circunstancia , sin explicarse la razón , hizo que se aumentase el pavor de que se sentia cada vez más poseido . — ¿ Qué ha sucedido aquí ? — se preguntó . — ¡ Ah ! ... ningún indicio ... ningúna señal ... y ... dio algunos pasos , llegó a la puerta de un dormitorio , donde apenas entraba algúna luz y se detuvo , examinando con avidez su interior . A pesar de que no conocía el miedo ni era supersticioso , no pudo contener un grito de espanto , de horror , y aunque su primer impulso fue el de retroceder y huir , no acertó a moverse . ¿ Qué había visto ? En el rincón más oscuro del dormitorio brillaban dos pequeñas luces fosfóricas , extrañas , fijas , cuyos discos , perfectamente redondos , parecían sostenerse por sí solos en el espacio como dos estrellas . Aquellas luces , a pesar de su intensidad , no esclarecían ni la más pequeña parte del aposento . En cualquiera otra ocasíón hubiera comprendido el joven de qué provenian aquellos destellos ; pero su trastorno era completo , y hasta lo más natural y sencillo aparecía a sus ojos fantástico , misterioso , horrible . Un sudor copioso y frío inundó su rostro . La fiebre abrasaba su cabeza y exaltaba por momentos su imaginación . Estaba muy cerca de un completo extravío mental . Como si tuviera delante un terrible enemigo , llevó la mano a la espada ; un poco antes de desenvainarla comprendio lo ridículo del ademan , avergonzóse de su miedo , verdaderamente pueril , y murmuró : — ¡ Estoy loco ! ... ¿ Por qué tengo miedo ? ... ¡ Ah ! ... No temo por mí , sino por ella ... ¡ Margarita ! ... Oprimióse el pecho con la fuerza convulsiva de su violenta excitacion nerviosa , pasóse las manos por la frente , hizo un esfuerzo y penetró en el dormitorio . Las luces se movieron , y del rincón donde estaban , partió un ruido sordo , apagado , como el del roce de un cuerpo blando en la pared , y por delante del caballero , veloz como una centella , informe , más que a nada , parecido a una sombra , cruzó un bulto pequeño y desapareció por una puertecilla excusada . Entonces comprendio el joven lo que eran las extrañas luces , y más que nunca se avergonzó de que los relucientes ojos de un sér inofensivo y cobarde le hubiesen infundido tal pavor . Empero no por eso se calmó la agitación dolorosa de su espíritu , porque nada encontraba que le explicase lo que no comprendía o no queria comprender . había en el dormitorio una cama de caoba ; pero no tenía colchones , y sus blancas y finísimás colgaduras estaban plegadas . Esto , que no parecía tener ningún valor , fue para el caballero un indicio horrible . Su mirada afánosa se fijó en la cabecera del lecho , donde había esculpida y dorada una M . — ¡ Ah ! — exclamó el infeliz como si le hubiesen desgarrado el alma . Y el eco le respondio como una voz lúgubre y pavorosa . — ¡ Margarita ! — gritó el trastornado mancebo con el acento de la desesperación . — ¡ Margarita ! ... ¿ Dónde estás ? Y con pasos vacilantes recorrió de un lado para otro el aposento , acercóse a la cama , la besó , y repitiendo sus gritos , sus ayes y preguntas , ya apoyándose en las frías paredes , como si el dolor hubiese agotado sus fuerzas , ya corriendo sin fija dirección como si lo persiguiera la muerte y buscase una salida ignorada , salvación en el acaso , dejó el dormitorio , atravesó habitaciones y galerías , bajó y subió escaleras y se encontró al fin sin saber cómo en el jardín y al lado del corpulento perro , que levantando la cabeza , lanzó otro ahullido más prolongado y lastimero que ningúno . El joven se dejó caer en un banco de piedra . Apenas podía respirar . Su rostro estaba cadavéricamente pálido y desfigurado . algunas palabras ininteligibles se escaparon de su boca . Apoyó la cabeza entre las manos y se oprimió las sienes , cuyas arterias latian como si fuesen a romperse . Así permaneció algunos segúndos . Empero no queriendo convencerse de lo que ya no debía dudar , como el náufrago que intenta asírse a las mismás olas que lo envuelven , dijo : — Aquel coche ... ¡ oh ! ... bien puede ser que allí ... ¡ Dios mío , matadme si he de tocar la realidad horrible que haria de mi existencia un tormento espantoso , una carga odiosa ! Hizo un esfuerzo , levantóse , y como si el dolor le diese nuevos alientos , acercóse a la tapia , la trepó con inconcebible ligereza y saltó al otro lado sin esperar a que Martín le acercase el cuadrúpedo aleman . Al primer golpe de vista comprendio el fiel sirviente lo que sufría su señor , no dudando ya de que habría encontrado en el interior de la casa la prueba de la catástrofe que temía . Sin embargo , Martín calló porque conocía su falta de elocuencia para templar el dolor profundo de su señor , y estaba además convencido de que hay dolores que no se calman sino con el transcurso del tiempo . Así que , no hizo más que echar la capa sobre los hombros del trastornado mancebo , que solo se cuidó de mirar afánosamente a uno y otro lado en busca de una persona a quien preguntar lo que tanto deseaba y temía saber . — ¡ Ah ! — exclamó al ver a un hombre que se acercaba lentamente y con aire de tristeza y de grande abatimiento . La frente de Martín se contrajo ligeramente , lo cual le sucedía en muy raras ocasíónes , y siguió a su señor , que dio algunos pasos para encontrarse con el cabizbajo transeunte . Apenas este y aquellos estuvieron a distancia de poder hablarse , el oficial , con voz trémula por el afán y el miedo , dijo : — Buen hombre , una palabra ... — ¿ Qué queréis ? — preguntó el villano , mirando distraídamente al caballero . — ¿ conocéis — repuso vivamente éste — á los dueños de esa casa ? — Por mi mala ventura . — ! Por vuestra mala ventura ! ... — Sí , soy criado del señor D . Juan de Meneses ... — ¡ Ah ! ... — Y si no lo fuera me excusaria sufrir lo que sufro . — ¿ Pero qué ha sucedido ? ¿ Por qué no hay nadie en la casa de Madrid ni en esta ? — No hay nadie aquí ni allí , porque el señor D . Juan está camino de la corte ... — Pero su hija ... — ¡ Doña Margarita ! — murmuró el rústico criado , exhalando un suspiro . — Si , doña Margarita ... decid ... — El angel de la casa , de cuantos la conocían ... ¡ Oh ! ... No me consolaré jamás , señor , aunque estoy seguro de que se encuentra en el cielo y es allí más dichosa que aquí . El caballero abrió la boca para exhalar un grito que tal vez se hubiese llevado tras si el alma ; pero no pudo ; fallóle la respiración , la luz huyó por algunos instantes de sus ojos , y a no apoyarse en un hombro de Martín , hubiese caido en tierra . Lo que sintió en aquellos terribles momentos , es imposible explicarlo ni comprenderlo sin haberse encontrado en situación semejante . Como arrancadas instantáneamente por una mano implacable y omnipotente , había perdido de una vez todas sus ilusiones , todas sus risueñas esperanzas , todas sus afecciones , reconcentradas en una . Margarita era todo para él . No tenía padres , ni hermanos , ni amigos . No tenía más que su amor . Y su amor era su única felicidad , su vida . Perder a Margarita era perderlo todo , porque ella era la luz de su risueña , de su única , de su última esperanza , y cuando esta se desvanece , no queda más que la soledad , las tinieblas , el vacío . La vida entonces es imposible , porque en el vacio no hay existencia . La última esperanza es el último soplo vital . Por eso la desesperación busca la muerte . Solo un espíritu grande y fuerte como el de aquel hombre , hubiera podido resistir , en sus circunstancias especiales , un golpe tan terrible . Un hombre como él no se entregaba fácilmente a la desesperación , no se declaraba vencido jamás . Para él , en todas las situaciónes , el hombre debía aceptar la lucha provocada por la fatalidad , y sostenerla aún sin esperanza de vencer . Dejarse abatir por el dolor o buscar la muerte para no sufrirlo , era una cobardía para aquel hombre . Inmóvil , silencioso y con la mirada fija en el criado de don Juan , permaneció el caballero algunos minutos , porque a pesar de todo su valor no pudo dar un solo paso . No comprendio el rústico sirviente lo que hacía sufrir con sus palabras al desdichado joven , y prosiguió diciendo : — ¡ Qué noche hemos pasado ! ... Una hora después de llegar mi señor , espiró su hija . Ahora vengo del cementerio y ... ¡ he llorado como una mujer ! — añadio el fiel criado , cuyos ojos se humedecieron . — ¿ Creereis que estaba tan hermosa como antes de morir ? ... Le he dejado una corona de flores le he besado las manos , aquellas manos benditas que tantas veces dieron limosna ... ¡ Pobre doña Margarita ! ... No pudo el sirviente proseguir , porque Martín lo interrumpió diciéndole con asPéreza : — ¿ Qué hacéis , pedazo de bruto ? ... Callad ¡ vive Dios ! que estáis desgarrando el alma de este caballero . El joven oficial se estremeció convulsivamente , oprimióse el pecho , exhaló un penoso suspiro , relumbraron sus negras pupilas , y como si repentinamente recobrase las fuerzas o perdiese la razón , alejóse con rapidez . , gritando : — Espérame , Martín . — Pero , señor ... — Espérame , — repitió el dolorido mancebo sin detenerse . El soldado hizo un gesto de resignación , volvió la espalda al criado de don Juan , que había quedado sorprendido , y se sentó para aguardar , no muy tranquilo , porque comprendio que su amo intentaba algúna locura . Entonces volvió a cabalgar el embozado que los había seguido , _y_ partió al galope en dirección del pueblo . No se cuidó de seguir ningúna vereda el joven oficial , sino que atravesando sembrados y saltando arroyos , corrió en línea recta , dejando á un lado la población , y llegando en pocos minutos a un terreno arido , cercado por una tapia ruinosa , y en el cual había clavadas algunas cruces de madera toscamente labradas . Allí se detuvo algunos instantes y vaciló como si tuviese miedo . Su corazón palpitó con más violencia que nunca , y su rostro se contrajo más , desfigurándose horriblemente . Cuando se penetra en el silencioso recinto de los que fueron , no hay quien deje de sentir una conmocion profunda , extraña , inexplicable , mezcla de respeto y de terror , que no puede dominarse sino por un alma depravada o una cabeza estúpida . El enamorado mancebo tenía un doble motivo para conmoverse , para sentirse poseido del espanto , del dolor y del respeto , y por eso , a pesar de que nunca retrocedía , se detuvo algunos instantes . Iba a ver a la mujer a quien tanto amaba , o mejor dicho , a lo que no era más que un recuerdo desgarrador de sus perdidas ilusiones , un desengaño horrible , una realidad espantable ; iba , en fin , a ver la muerte cuando buscaba la vida , a encontrar los ojos fijos , sin brillo ni expresión de un cadáver , en vez de las miradas ardientes y tiernas de una mujer hermosa . Reinaba un silencio profundo , que hacía más imponente la soledad y el triste aspecto de aquel lugar . Empezaba a ocultarse el sol , cuyas luces se extendían como una faja de fuego en Occidente . El infeliz joven levantó al cielo una mirada de intenso dolor como si demandase ayuda . Era la primera vez en su vida que dudaba de su valor y sus fuerzas . — No , — murmuró con voz ahogada , — no retrocederé : quiero verla por última vez , darle un beso de eterna despedida y llevarme en los labios el frío de la muerte ... ¡ Oh ! ... Para mí acabó todo ... ¡ Cuándo acabará mi vida ! Oprimióse el pecho , y en tanto que el ardor de la fiebre abrasaba su cabeza y encendía más y más sus negras pupilas , entró en el cementerio , atravesó una parte de él y se acercó a un hombre que se disponia a llenar de tierra una fosa . — Deteneos , — le gritó el caballero asíéndole un brazo . — ¿ Qué vais a hacer ? Mirólo sorprendido el hombre , hizo un gesto de disgusto al ver aquel rostro contraído y aquellos ojos chispeantes , y desasíéndose , dio un paso atrás y respondio : — Estoy enterrando a un muerto , ya lo veis . — después lo hareis . Ahora , — repuso el joven , mirando al interior de la sepultura , — abrid ese ataud , ayudadme a sacar el cuerpo que encierra y dejadme solo algunos minutos . — ¡ Ah ! — exclamó el sepulturero , abriendo extremadamente los ojos y la boca . — No sabeis lo que pedís ... — Pronto ... — Imposible . — No se trata de cometer un crimen ; os pido solamente que me dejeis ver un cadáver . — Verlo ... — Nada más . — ¡ Oh ! ... — ¿ No es la hija de don Juan de Meneses ? — Sí . — Pues bien , quiero verla , nada más que verla algunos instantes . El sepulturero meneó la cabeza con aire de desconfianza . — No puede ser , — dijo . — ¡ Oh ! — exclamó el caballero , apretando los puños con mal contenida impaciencia . — Nada conseguireis con negaros , porque la veré de grado o por fuerza . — Mientras tenga mi azadon no me asusta vuestra espada ... — Pues elegid , replicó el mancebo , arrojando un bolsillo a los pies del enterrador y poniendo mano a la espada . — Bien , — repuso el villano después de algunos instantes . — Si no queréis más que ver a doña Margarita ... — Ya os lo he dicho . — Dar tanto dinero por ver a un muerto ... — Por ver a una persona querida , darle el último adiós y derramar una lágrima sobre su cuerpo frío . — Ahora comprendo ... — Acabad ... — Con una condición . — ¿ Cuál ? — Yo observaré desde allí , y si hacéis algo más de lo que habéis dicho ... — Bien , observad ; pero no os acerqueis mientras no veais que trato de cometer una profanación . El sepulturero recogió el bolsillo , lo guardó y se metió en la fosa , que era de poca profundidad , mientras decía : — Dejadme , no necesito vuestra ayuda ... os la pondré ahí , donde podais verla arrodillado ... Apartaos ahora ... El caballero obedeció maquínalmente , separándose algunos pasos de la sepultura . No necesitamos decir lo que tuvo que violentarse para entrar en razónamientos con el enterrador , en aquellos momentos de dolorosa amargura de angustiosa impaciencia , de completo trastorno . Cada segúndo le parecía un siglo . No puede hacerse comprender lo que sufría . La más completa enervacion y las excitaciones más violentas se sucedían rápidamente . Tan repentinos cambios debilitaban más y más su espíritu y su cuerpo . Sólo aquel hombre extraordinario hubiera podido resistir lo que al más animoso y fuerte habría hecho sucumbir en pocos minutos . Es que el dolor no quita la vida sino lentamente . Por eso se dice que el dolor no mata . Pero ¡ ay del que sufre ! que al fin muere a impulsos de su dolor y tras una penosa y larga agonía . El desdichado mancebo permaneció inmóvil como una estátua , con la mirada fija en la fosa y las manos sobre el pecho como si quisiese desgarrárselo o evitar que lo rompiesen las violentas palpitaciones de su corazón . El sepulturero , que estaba inclinado sobre el ataud , se enderezó lentamente , levantando en sus brazos el inanimado cuerpo de Margarita y colocándolo al borde de la sepultura . Lanzó un grito desgarrador el caballero , arrojó al suelo su sombrero y su capa , extendio los brazos , y mientras que el enterrador salía de la fosa y se alejaba , dejóse caer de rodillas junto al cadáver de la joven y fijó en él una mirada que expresaba lo mismo el dolor y la ternura que el espanto . Un blanquísimo sudario envolvía el cuerpo de Margarita , que apenas tendría diez y ocho años . La muerte había cubierto su rostro de palidez , le había robado la frescura y la expresión , pero no toda su incomparable belleza . Nada decía , nada inspiraba ya aquel rostro encantador ; pero aún podía admirarse . — ¡ Margarita ! — exclamó el caballero . Y como si una mano de hierro oprimiese su garganta , no pudo articular una sílaba más . Entonces , no impulsado por un sentimiento de mundano amor , sino de respeto profundo , de tierno y puro cariño , inclinóse y estampó un beso en la frente helada de Margarita . La sangre pareció helarse también en sus venas . La sensación que produce el frío de un cadáver , solo puede comprenderla el que la haya experimentado . Otra vez intentó hablar el caballero ; pero no pudo . Quiso otra vez acercar sus labios al rostro de la joven ; pero tampoco pudo moverse . En su semblante , tan pálido como el de Margarita , horriblemente desfigurado , pintábase el completo trastorno de su espíritu , producido por su mortal dolor , por la fiebre que lo abrasaba . Trascurrieron algunos segúndos , no más que algunos segúndos , pero que fueron para el desdichado joven un siglo de tormentos espantosos . El cuerpo de Margarita , mal colocado sobre el desigual terreno , resbalóse hacia la fosa . — ¡ Ah ! — exclamó el caballero , extendiendo los brazos y haciendo un esfuerzo dolorosísimo . — ¡ No , no me dejes ! ... ¡ Margarita ! ... No me dejes , que es la eternidad la que va a ponerse entre nosotros . El silencio le respondio . — Me ahogo ... me abraso — murmuró , pasándose las manos por la frente y oprimiéndose el pecho . Y como para buscar aire que respirar , levantóse y volvió la cabeza a uno y otro lado . En aquel momento apareció a la puerta del cementerio el misterioso embozado , fijó en el oficial una penetrante mirada y se adelantó , parándose junto a una cruz de piedra . Allí permaneció inmóvil , sin que pudiera adivinarse lo que sentia por la expresión de su semblante , porque lo tapaba con el embozo sin dejar ver más que sus ojos pardos y redondos , que brillaban como dos luciérnagas . Acababa de ocultarse el sol . Destacábase en el puro azul del horizonte el resplandor trasparente , vaporoso del vespertino crepúsculo , dorando las cumbres y las torres del pueblo , que allá lejos se divisaban , y bañando la frente de Margarita , que en aquellos momentos parecía coronada por una aureola de luz celestial . [ ] Abrió los brazos para arrojarse otra vez sobre el frío cadáver Sintióse el caballero cada vez más quebrantado . Menguábanse sus fuerzas por instantes . Perdían sus miembros la facultad de moverse , como si estuviesen ateridos por el frío de la muerte , como si de ellos hubiese huido el calor al contacto del inanimado cuerpo de Margarita , como si después del beso estampado en la pura frente de la joven , se hubiese embotado la sensibilidad de todos sus miembros . Sus ojos , abiertos como si fuesen a saltar de sus orbitas , estaban inyectados en sangre , relumbrando sus negras pupilas como dos ascuas . Los objetos se presentaban a su vista confusos , vagos , como fantásticas sombras , como apariciónes de un ensueño . Se sucedían , alternaban y confundían sus ideas como se revuelven , mezclan , deshacen y forman las espumás del Océano cuando ruge la tempestad en su insondable seno y sobre sus olas . Si el dolor no quitaba la vida al desdichado mancebo , le trastornaria la razón . Allí debía quedar muerto o salir loco de allí .. No podía esperarse otra cosa de su estado . Ya no intentaba contenerse ni dominarse , porque no sabía darse cuenta de lo que le sucedía . El infeliz hizo el último esfuerzo . Abrió los brazos para arrojarse otra vez sobre el frío cadáver . Empero sus piernas se negaron a obedecerle y quedó como petrificado . Quiso gritar , pedir al cielo ayuda y blasfemar a la vez ; pero tampoco pudo . Entre el verdadero torbellino de ideas que brotaban en su exaltada mente , una le hizo sonreír con expresión horrible , con la alegría de la desesperación cuando siente la fría mano de la muerte . Era la idea de espirar allí , junto al cadáver de Margarita , y tal vez lo hubiera conseguido , a prolongarse su situación ; empero en aquel instante sintió caer sobre uno de sus hombros una mano dura y pesada como el hierro , y oyó una voz reconcentrada y grave que con acento severo dijo : — Respetad la muerte . El oficial sintió renacer sus fuerzas en un segúndo ; dejó escapar un rugido de rabia , y como el leon herido , volvióse para ver quien había tenido el temerario atrevimiento de interpelarlo tan bruscamente . Habrá comprendido el lector que el nuevo personaje era el embozado misterioso , el cual , sin descubrir el rostro ni moverse , sostuvo impávido la centellante mirada del portugués . Hubo algunos momentos de silencio profundo , durante los cuales se contemplaron aquellos dos hombres como dos encarnizados enemigos que se preparan a un combate a muerte . — ¡ Oh ! — exclamó al fin el oficial . — ¿ Quién sois ? ¿ Con qué derecho venís a interrumpirme ? ¿ Por qué no respetais el dolor antes de aconsejar que se respete la muerte ? — Y vos — replicó el embozado con asPéreza , — ¿ con qué derecho interrumpís el silencio de la tumba ? ¿ Por qué dejais que vuestro dolor profane en vez de llorar ? ¿ habéis venido a pedir al Omnipotente cuenta de sus fallos , o á reiros delante de la muerte porque sois de los que se rien ante la verdad ? ... Alejaos ; dejad que repose con el sueño eterno esa que ya no es para el mundo , y vos , morid sufriendo o consolaos olvidando . — ¿ Quién sois ? ... ¡ Oh ! ... ¿ Quién sois ? — ¿ Qué os importa mi nombre ? — El de un villano será cuando lo ocultais como el rostro , que tampoco podreis descubrir sin vergüenza . — ¡ Villano ! — murmuró el misterioso caballero con amargura . — Sí ... — ¡ Oh ! ... Miradme y decidme si algo tengo que envidíaros en hidalguía . — ¡ Patiño ! — exclamó el portugués , llevando instintivamente la diestra a la empuñadura de su espada . — El mismo . — ¡ Patiño , mi rival ! ... El embozado se había descubierto . Aparentaba tener unos treinta años . Su rostro , ligeramente moreno y pálido , era enjuto , estrechando gradualmente hasta rematar casí en punta en la barba , notándose más este defecto porque los pómulos de sus mejillas eran demásiado salientes ; de manera que esta circunstancia y la de ser curva su delgada nariz , y muy espesas sus negras cejas , hacía que sus ojos , casí perfectamente redondos , quedasen hundidos y medio ocultos como en el fondo de una caja de la cual se escapasen los luminosos destellos de dos díamantes de Sumatra , pues sus pupilas eran en extremo relucientes . Sus dientes eran blanquísimos y bastante pequeños e iguales , y sus labios muy delgados , estando cubierto el superior por un bigote negro , brillante y fino , pero mal peinado . Si se hubiera quitado el sombrero hubiérase podido ver una frente espaciosa y surcada por dos arrugas que partian de entre las cejas . En general la mirada del llamado Patiño y la expresión de su rostro , cuyos músculos se movian con gran facilidad , revelaban una inteligencia privilegiada y mucha astucia , y daban a conocer al hombre dedicado al estudio de algúna ciencia , y habituado , por consiguiente , a meditar . Era de regular estatura , bien formado , aunque enjuto de carnes , y presentaba un conjunto que no desagradaba por más que examinado detenidamente no se encontraran en su rostro más que imperfecciones . — Sí , — dijo después de algunos instantes , — os conozco , don Manuel Freire de Silva , aunque no os he visto más que una vez : fuimos rivales : pero la muerte ha puesto término a nuestra rivalidad ... — Pero no a nuestro odio , — interrumpió Silva , cuyas manos temblaban de coraje . — Ya no tenemos nada que disputarnos ... — La vida . — ¡ Oh ! ... — Si , es preciso que me mateis para que yo acabe de sufrir , o que yo os mate para castigaros . ¡ Oh ! ... Dios es justo , no queda jamás la culpa sin pena . — Don Manuel ... — Mirad , — repuso arrebatadamente el militar , señalando al cadáver , — mirad vuestra obra ; Margarita ha muerto ¡ oh ! ha muerto cuando debía comenzar a vivir , cuando mi amor le ofrecia un porvenir de dicha incomparable . — Dios lo ha dispuesto así ... — No caballero : Margarita ha dejado de existir a impulsos de su dolor . Vuestra codicia ruin y la tiranía de su padre la han sacrificado . La veíais sucumbir y ni siquiera por compasíón habéis desistido de vuestro loco empeño para salvar su vida . La infeliz estaba sola , sin más defensa que sus lágrimás y ... ¡ la habéis asesinado ! ... ¡ Sois un cobarde ! ... — ¡ Caballero ! — exclamó Patiño esforzándose para contener su enojo . — La justicia de los hombres — repuso el de Silva con creciente exaltación — no puede castigaros ; pero queda la justicia inexorable del Omnipotente , que os ha traído aquí para que expieis vuestro crimen ante ese cadáver que lo atestigua . Si me matais , me hacéis un bien porque dejaré de sufrir , y vos arrastrareis una vida horrible de remordimientos que os atormentarán sin cesar ; y si la suerte os es adversa , espirareis junto al cadáver de Margarita sin dejar de verla un instante , y vuestra agonía sera tan espantosa como vuestro crimen . — habéis perdido la razón ... — ¿ Qué me importa si me quedan alientos para vengar a vuestra víctima ? — Basta — replicó Patiño . — Si , basta : el tiempo vuela ; huyen los últimos resplandores del día ... ¡ acabe con ellos vuestra vida o la mía y que para uno de los dos sea eterna la noche que ha de venir ! — ¡ Oh ! ... Mi dolor no es menos intenso que el vuestro , porque yo amaba a Margarita con toda mi alma ; ni es menor mi deseo de mataros que el vuestro de acabar con mi vida ; pero la mano de Dios se ha puesto entre nosotros y la respeto ... — En vano intentáis disimular el miedo . — ¡ Caballero ! ... — Si , sois un cobarde ... — ¡ Y he de sufrir tal ofensa ! — exclamó Patiño , que apenas podía contener los impetus de su ira . — ¡ Oh ! ... No me hagais olvidar las consideraciones que enfrenan mi enojo ... — Sacad la espada ... — No ... — Sacadla — repuso Silva fuera de sí , desenvainando la suya . — ¡ Profano , sacrílego ! ... — Cobarde ... — Insultadme — replicó Patiño , cruzándose de brazos , — maltratadme , heridme ... — Defendeos ... — No . — Os mataré ... — Me asesinareis , porque no me moveré . — Os escupiré al rostro ... — Lo sufriré . No había medio de obligar a Patiño : su resolución era firme y se hubiera dejado matar cien veces antes que responder a las provocaciones de su rival . ¿ Qué hacer en semejante situación ? Silva queria a todo trance matar o morir ; pero no queria convertirse en asesino de un hombre que no se defendía . — ¿ No decíais — preguntó — que amabais a Margarita ? — Sí . — Pues después de su muerte debeis apreciar muy poco la vida . — Nada . — ¿ No me odíais ? — Sí . — Entonces , no os batís porque teneis miedo . — ¿ De qué si no estimo en nada la existencia ? — Mentís . Patiño se encogió de hombros . — ¿ Por qué no aceptais el duelo ? — ¡ Oh ! Preciso es que esteis loco cuando en este recinto no os sentís más poseido de dolor y respeto que de rencor . ¡ queréis interrumpir el silencio de esta mansion con el ruido de las espadas ! ... Aquí no debe resonar más que la voz para elevar al Eterno fervientes súplicas por las almás de los que yacen bajo esas santas cruces : esta tierra debe regarse con lágrimás y no con sangre ; delante de un cadáver no se piensa en esta vida ni en sus borrascosas pasíónes , sino en la eternidad y en la misericordía divina . El cuerpo de Margarita volvió a resbalarse , cayendo pesadamente al fondo de la sepultura . Silva no pudo contener un grito de terror . La espada se escapó de su mano . — Ya lo veis , — añadio Patiño ; — hasta ese cuerpo inerte huye de vos , se esconde para no veros profanar su mansion sagrada , y su espíritu os maldecirá desde el cielo . La frente pálida del portugués se inundó de frío sudor . Las fuerzas que le había dado la fiebre empezaron a menguar . Hubo algunos momentos de silencio profundo , durante los cuales permanecieron inmóviles aquellos dos hombres . — Vámonos , — dijo al fin Patiño . — ¿ Qué hareis fuera de aquí ? — preguntó Silva . — Volveré a ser vuestro enemigo irreconciliable . — ¿ Aceptareis el duelo ? — Con una condición . — ¿ Cuál ? — Que antes me escucheis algunos minutos . — ¿ Pensais convencerme ? ... — Nada pienso ; pero impongo esa condición , y podeis aceptarla sin mengua . — Bien . — Salgamos . Silva recogió la espada , la capa y el sombrero , y con vacilantes pasos siguió a Patiño , sin osar acercarse otra vez a la sepultura . Alumbrados por los últimos resplandores del crepúsculo , tomaron una vereda que conducia a la población . El oficial andaba trabajosamente . La fiebre se aumentaba . Latíanle las sienes como si fuesen a romperse las arterias . Sentia la frente abrasada y el pecho oprimido , hasta el punto de costarle gran trabajo respirar . De vez en cuando la luz huia de sus ojos por algunos instantes . Puede decirse que no le sostenia más que la voluntad , recurriendo a toda su prodigiosa fuerza . Un cuarto de hora después entraron en el pueblo y se detuvieron a la puerta de una posada . — Aquí , — dijo Patiño , — tengo reservada una habitación : si queréis , entraremos y podremos hablar sosegadamente . — Como gustéis , — respondio el portugués . Subieron ; entraron en una sala casí desnuda de muebles ; el posadero les llevó un belón encendido , y se sentaron . Falta le hacía al oficial el descanso : no hubiera podido sostenerse de pie algunos minutos más . No le quedaban fuerzas para batirse si llegaba á efectuarse el duelo que con tanta insistencia proponía . Patiño inclinó la cabeza sobre el pecho y pareció meditar . Silva esperó , esforzándose para que no se le conociese el estado de debilidad y abatimiento en que se encontraba . La rojiza luz del belón iluminaba aquellas dos figuras , tipos tan diversos en lo físico y en lo moral . Oyóse el plañidero sonido de las campanas que tocaban a difuntos . El portugués se estremeció y de sus ojos brotaron dos lágrimás que él no sintió salir , ni correr por sus pálidas mejillas . Patiño inclinó más la cabeza y su respiración se hizo más agitada . Continuaron silenciosos durante algunos minutos . ¿ Qué habían de decirse ? Las explicación es no podían ser satisfactorias . No tenian que hacer más que matarse o volverse la espalda , llevándose cada cual su odio y su dolor . Si sucedía lo primero , Silva sucumbiria porque su brazo apenas podría sostener la espada . Para hacer lo segúndo debieron haber excusado aquella enojosa entrevista . — ¿ Cuál es vuestra resolución ? — dijo al fin Patiño . — Ya la conocéis , — respondio el portugués ; — pero ¿ y vuestras explicación es ? — Poco tengo que deciros , porque solamente quiero haceros comprender que son injustas vuestras duras acusaciones , y que si fuí vuestro rival , no cometí traicion algúna , ni sospeché siquiera que mi amor pudiese contribuir a la muerte de Margarita . La vida , ya os lo he dicho , nada me importa , y por consiguiente , no intento excusar el lance en que puedo sucumbir ; pero haré cuanto me sea posible para que en vuestra opinión quede mi honra en el lugar que merece . Sé que me odíais ; yo también os aborrezco ; entre nosotros no hay reconciliacion posible ; pero así como yo os hago la justicia de creer en vuestro limpio honor , sed vos también justo conmigo . Si por respeto a la memoria de Margarita no vertemos nuestra sangre ahora , nos haremos una cruda guerra , no lo dudo ; pero por ser enemigos no hemos de dejar de ser justos y leales . — Caballero , — replicó el oficial , cuya exaltación iba calmándose , — sabeis que Margarita me amaba y que su amor era su vida : ¿ por qué , pues , no abandonasteis vuestras pretensiones ? — Porque yo la amaba también , y como nunca se pierde la esperanza de conseguir lo que se desea con afán , seguí un día y otro día rogando por si lograba vencer al fin la repugnancia de Margarita . Ya fuere con ambiciosas miras , ya por otra razón , don Juan quiso protegerme , usó de su autoridad de padre y prohibió a su hija pensar en vos , ordenándole que me diese su mano . Ella aparentó obedecer el mandato de su padre en cuanto a vos , y si no os olvidó , no volvió a pronunciar vuestro nombre . Por mi parte no pude hacer más de lo que hice : dejé a Margarita en completa libertad para fijar el día de nuestra union , y ni una sola vez le pregunté cuándo me haria feliz . Así han pasado ocho meses ; mi afán crecia ; pero no menguaba mi prudencia , y en todo ese tiempo me he limitado a visitar a don Juan y a su hija como un amigo . La desdichada empezó a entristecerse , enfermó y ... — Basta , caballero ... — ¡ Oh ! — murmuró Patiño con voz ahogada por el dolor . — ¡ Me acusais de haber muerto a Margarita cuando la amaba tanto ! ... — Os acuso porque ... — Porque estáis desesperado y la desesperación es la locura . No lo extraño , caballero ; la sorpresa que habéis experimentado es horrible . Poco menos que vos estoy yo , y no sé si deseo más vuestra muerte que la mía , porque en estos momentos me es odiosa la existencia . El portugués no respondio : el dolor iba apoderándose por completo de su alma , robando a la ira su lugar . Por otra parte , las explicación es francas de Patiño no le daban ocasíón para que se encendiese más su enojo . Ambos callaron . Trascurrieron algunos minutos y las campanas interrumpieron otra vez el silencio de la noche . El rostro de Patiño se contrajo más de lo que estaba . Silva volvió a estremecerse . Cualquiera hubiese dicho que se habían olvidado el uno del otro . Era que ambos meditaban sobre su situación y buscaban en vano una solucion que conviniese a sus deseos . Se odíaban y hubieran querido exterminarse ; pero ¿ qué sería del que quedase vivo ? ¿ Templaria su dolor con la muerte del otro ? No . A sus tristes recuerdos añadir otro de sangre , sería hacer el pasado más horrible , más atormentador el presente y más dudoso , más negro , más espantable lo porvenir . Los pensamientos de aquellos hombres eran tan sombríos como sus semblantes . Sus reflexiones concluyeron por convencerles de que la muerte era el único alivio de sus dolores . — Sentir , — pensaba el portugués , — es sufrir , y por consiguiente , mi sufrimiento acabará cuando acabe mi sentimiento ¡ Oh ! ... ¡ La muerte tiene también sus sonrisas ! — ¿ Qué es la muerte ? — se decía entre tanto Patiño . — Una verdad que solo debe espantar a las almás débiles ; es el descanso , el término de la horrible lucha que sostenemos desde que vemos la luz del mundo . El último soplo de la vida es el último dolor y la primera sonrisa de una tranquilidad eterna . ¡ La paz del sepulcro ! ... Hé ahí la paz anhelada por el hombre ... ¡ Oh ! ... ¡ La muerte es también dulce y bella ! — Cuando nada se tiene ni se espera , — añadía el oficial , — la vida no tiene objeto ni fin . — El hombre , — pensaba Patiño , — no tiene razón de ser cuando no vive para nada , y es un absurdo , un imposible la existencia si en lo presente y en lo porvenir no significa ni es más que el movimiento sin aplicacion . Por tales razónamientos puede comprenderse el estado moral de aquellos hombres . No mentían ; en aquellos momentos de dolor y de trastorno no comprendían la posibilidad de vivir ni que su existencia pudiese ya significar nada . Empero intentaban engañarse . Como impulsados por un mismo resorte , pusiéronse ambos repentinamente de pie y cruzaron una mirada centellante . Hubiéraseles creido animados por un mismo sentimiento , decididos a una misma cosa . Sin embargo , sus resoluciónes eran opuestas . habían cambiado de opinión , pensando el uno como había pensado el otro poco antes . Silva se había levantado para irse porque llegó a horrorizarle la idea de verter sangre en aquellos momentos solemnes . Patiño se había decidido a batirse con intento de dejarse matar , como si acabando así con su vida no cometiese la cobarde accion del suicidio . Con tal resolución , y como si hubiesen medíado las más amplias explicación es , puso mano a la espada y dijo : — Don Manuel , ya hemos hablado largamente : ningúna duda nos queda de nuestro proceder noble ... Acabemos . Sorprendiose el oficial con semejante determinación ; pero ya no pudo manifestar la suya de marcharse : estaba interesado su amor propio , no podía rehusar el lance sin mengua de su honra . Entonces le ocurrió la misma idea que a su rival y resolvio batirse para dejarse herir , sin pensar tampoco que esto no era ni más ni menos que un suicidio . Relumbraron las espadas . Cruzáronse y su chis chás fue el único ruido que se oyó en la estancia . Ambos creyeron que terminarian en pocos minutos , porque ningúno sospechó la intención del otro . Empero bien pronto , por el descuido en defenderse y la flojedad en atacarse , pudo comprenderse que no era el deseo de matar , sino el de morir , el que guiaba sus brazos . Eran los dos valientes y consumados maestros en el arte de manejar la espada , y sin embargo , cien veces hubieran podido herirse sin ningúna dificultad . Sin resultado alguno chocaron los aceros por espacio de algunos minutos , y al fin , como no podía menos de suceder , los bravos combatientes empezaron a convencerse de que habían tenido la misma idea . — Probaré . — dijo Patiño para sí , — á dirigirle una estocada que pueda pararla fácilmente . Y haciéndolo así vio que su contrario , en vez de evitar el golpe la favoreció , fingiendo torpeza . Hizo lo mismo Silva , y para no atravesar a su rival , tuvo que retroceder como si él fuese el amenazado . Ya no cabia disimulo . Hubiera sido , no solamente vano , sino ridículo el fingimiento . Así lo pensaron , y como tenian necesidad de poner breve término a la situación , bajaron las espadas . — Caballero . — dijo Silva . — ¿ No queréis seguir ? — preguntó Patiño . — Vos sois quien debeis decir si estáis arrepentido . — Como habéis bajado la espada ... — Porque vos lo habéis hecho . — Antes vos . — perdónad , pero ... — Permitidme que os diga que estáis equivocado . — Creo que ... — Tengo seguridad ... — Pues nada se ha perdido . — Es verdad . — Comencemos otra vez . — En guardía , — repuso Patiño sin moverse . — En guardía , — repitió Silva sin que la punta de su espada se separase de junto al extremo de su pie derecho , donde la había colocado . — ¿ A qué aguardais ? — ¿ Y vos ? — Como no os moveis ... — No he querido adelantarme ... — Yo tampoco . — En guardía , pues ... — En guardía ... — ¡ Oh ! ... — Caballero ... — Esperad ... — Sí ; hablemos antes ... — Explícaos con franqueza . — ¿ No queréis batiros ? — Sí , ¿ y vos ? — también . — ¿ Entonces por qué no me habéis herido ? — ¿ Y vos ? — Porque no he podido . — Yo tampoco . — ¿ Y por qué no parabais a tiempo mis golpes ? — Sin duda por torpeza . — He conocido vuestra intención ... — ¡ Mi intención ! ... Creo que no os he dirigido ningún golpe de mala ley ... — No . — Ni siquiera he recurrido a un falso ataque . — habéis perdido cien veces la línea ... — Y vos , no solamente habéis desaprovechado mi torpeza , sino que otras cien veces habéis buscado con vuestro pecho mi espada . — ¿ Y de eso deducís ? ... — ¿ queréis que os lo diga claramente ? — Sí . — Vuestro intento es ... El caballero fue interrumpido por la llegada del posadero que había abierto la puerta y entrado , diciendo después de mirar las espadas desnudas : — Pues tenía mucha razón el chico . — ¿ Qué queréis ? — le preguntó asperamente Patiño . — ¿ Qué he de querer , señor ? ¿ Pues no piensan vuestras mercedes que van a ser mi perdicion ? Ya hace un rato que el chico empezó a decirme : « Padre , en la sala de arriba se dan de cuchilladas ... » — Salid . — No saldré . Si quieren vuestras mercedes matarse , háganlo en buen hora ; pero no aquí , porque si la justicia entra en mi casa me quedaré sin camisa . Los caballeros se contemplaron algunos segúndos . Luego envainaron las espadas . — ¡ Oh ! — murmuró Patiño . — La memoria de aquel angel no debe mancharse con sangre ... — Hagamos lo posible para no encontrarnos jamás . — Pero si nos encontrásemos ... — En todas las situaciónes seremos siempre rivales . Patiño sacó algunas monedas de plata , las echó en la mesa y se dispuso a salir . El oficial lo detuvo . — Recoged , — le dijo , — ese dinero . — ¿ Por qué ? — Porque si vos pagais la habitación , tendré que agradeceros la hospitalidad y no quiero que la gratitud me quite la libertad de haceros cruda guerra si nos encontramos algúna vez . — Y si vos pagais ... — Lo haremos a medías . — Me conformo . Silva puso sobre la mesa diez y ocho reales , que era la cantidad que había dejado Patiño . Solo un odio profundo , de esos que acaban con la muerte , pudo hacer que el oficial , en medio de su trastorno , llevase hasta el último grado de sutileza su conducta . El posadero guardó las nueve pesetas y tomó el belón . Silva volvió a sentirse sin fuerzas ; dejóse caer en la silla , y dijo : — No os lleveis la luz . Pasaré aquí la noche . — Mande vuestra merced . — Lo que ahora quiero es que vayais al camino de Madrid . Allí , cerca de la casa de don Juan Meneses , vereis un soldado con dos caballos ... — Entiendo , señor ; le diré que venga ... — Eso es . El portugués apoyó los codos en la mesa y dejó caer la cabeza entre las manos . Quedó inmóvil . Su respiración se hacía por momentos más desigual y agitada . Se le hubiera creido entregado a un sueño profundo . después que dejaron de oírse las pisadas del caballo que montaba Patiño y partió al galope , reinó el más profundo silencio en toda la posada y sus alrededores . Un cuarto de hora pasó . Abrióse la puerta y entró Martín , fijando en su amo una mirada afánosa . — Señor , — dijo , — aquí estoy . El oficial hizo un esfuerzo , exhaló un penoso suspiro , y levantó la cabeza . Martín , a pesar de toda su calma , no pudo contener un grito de sorpresa y de temor . El rostro del caballero estaba horriblemente desfigurado y cubierto de mortal palidez . Sus ojos , extremadamente abiertos , se revolvían lentamente en sus órbitas como si su mirada vaga buscase un objeto sin saber hacia donde dirigirse . Habíanse dilatado sus negras pupilas , y tenian un brillo extraño . Sus labios estaban entreabiertos , secos y del color de la cera . La fiebre se había desarrollado en toda su intensidad . El dolorido mancebo llevó a la frente sus manos crispadas ; separó algunos mechones de sus descompuestos cabellos , y fijó en Martín su mirada como si quisiera reconocerlo . — ¡ Voto a ... no sé cuantos ! — exclamó el fiel sirviente , a quien rarísima vez se le oia jurar . — ¿ Qué teneis , señor ? ¿ estáis malo ? ... — Algo , — respondio el oficial con voz apagada ; — el pecho ... y la cabeza ... — Es preciso que os acosteis ... — Sí , pasaremos aquí la noche . — Y el día de mañana , y los que sean menester hasta que esteis firme . Nadie nos espera . — Es verdad , — murmuró Silva con amargura , — nadie me espera ... ¡ Nadie ! Y como si esta palabra , tan tristísima para él , hubiese acabado con las pocas fuerzas que le quedaban , volvió a descansar los brazos en la mesa y a dejar caer sobre ellos su abrasada frente . Martín salió del aposento , ordenó que dispusieran una cama , y comprendiendo que su señor estaba enfermo de algúna gravedad , dispuso que se llamáse al médico . Dos minutos después estaba el caballero acostado . El Hipócrates no tardó en llegar . Pulsó al paciente , lo observó , y declaró que tenía una fiebre nerviosa que esperaba combatir , si bien no podía responder de que se presentasen síntomás de otra enfermedad más peligrosa . Recetó , recomendó el silencio y la quietud , y Martín juró al posadero cortar la lengua al primero que gritase . Ocho días fueron menester para que Silva estuviera en disposicion de montar a caballo . Su dolor no había disminuido ; pero estaba más tranquila su alma . Su violenta exaltación había sido sustituida por una tristeza profunda . Sufría mucho , y miraba con indiferencia la vida ; pero ya no deseaba la muerte y se acusaba de haber intentado buscarla . había recobrado la razón su dominio . Comprendía que aún estaba obligado a cumplir muchos deberes de los impuestos por Dios al hombre . Como antes de ir al cementerio , había comprendido que era una cobardía rehusar la lucha , y se decidio a luchar con la desgracia , con el dolor y hasta con la muerte para defender su existencia , por más que esta fuese muy amarga . Ya nada esperaba en el mundo ; pero ¿ . por qué negar a sus semejantes los beneficios que pudiera hacerles ? El hombre no vive para sí , sino para los demás hombres . Una mañana a las diez , dijo el oficial a su criado : — Paga al posadero , ensilla y pongámonos en marcha . Martín obedeció sin pronunciar una palabra ; pero cuando ya había salido del pueblo , acercóse a su amo y le preguntó : — ¿ Cómo os encontrais , señor ? — Muy bien . — Veo que volvemos a Madrid ... — Si , pero no estaremos en la corte más que hasta mañana al amanecer . — ¿ Me permitireis que os pregunte ? ... — ¿ A dónde vamos ? — Si , señor . — A Pamplona . — ¡ A Pamplona ! — repitió sorprendido el soldado . — Si no quieres seguirme ... — ¿ Vais a quedaros allí ? — Si . — Lo pensaré mientras llegamos . — Buen Martín , eres valiente como pocos hombres ; pero la vida de soldado no es para tí . — Teneis razón ; me acomodo a cualquiera cosa ; pero la vida de soldado tiene graves inconvenientes para mí ; no siempre hay cama ni pan ... — Presumo que te quedarás conmigo . — Lo pensaré , señor , lo pensaré . — Ya sabes , mi fiel Martín , que particulares compromisos con nuestro buen rey de Portugal , me hicieron tomar las armás , aceptando el empleo de capitán con que creyó favorecerme : he hecho cuanto he podido por corresponder a la confianza de su majestad ; he probado que no es falta de corazón mi repugnancia a esta vida , y como además ha cambiado la faz de los negocios públicos , puedo honrosamente dejar mi empleo . — ¿ Y si el rey os retira su protección ? — No me importa . — Comprendo , señor . — Aún podré prestar a su majestad importantes servicios , mayores que con la espada , y espero que los acepte . — Creo , señor , que he adivinado vuestro plan y empieza a gustarme . — Mucho te agradeceré que no me abandones . Nada más hablaron . Silva se entregó a sus tristes pensamientos . Martín empezó desde entonces a meditar para poder decidir en el largo plazo que se había fijado . Al perder de vista el pueblo , el oficial exhaló un profundo suspiro . FIN DEL PRÓLOGO . Doce años habían trascurrido desde los tristes sucesos que acabamos de referir . Tocaba a su fin el mes de Noviembre . Eran las ocho de la noche ; el cielo estaba encapotado por negras nubes y soplaba un aire húmedo y frío . Las calles de Madrid no estaban desiertas ; pero si casí a oscuras , porque las moribundas luces de los mugrientos faroles que en aquella época estaban colocados a largas distancias en las principales calles , apenas esclarecian un espacio de diez o doce pies , y aun pudiera decirse que sus reflejos , por lo opacos y vacilantes , infundían más bien pavor , como los fuegos fátuos de un cementerio . Con decir que en aquellos tiempos no se podía transitar por las calles sin llevar una linterna en una mano y la espada desnuda en la otra , puede formarse una idea de lo que era el alumbrado público y lo bien protegida que estaba la seguridad individual . Entonces , después de anochecido , salir a la calle era una empresa arriesgada , y bien probaban su valor los aventureros que a ciertas horas dejaban su casa , sin linterna que les alumbrase ni más defensa que el afilado estoque , inútil y hasta estorboso cuando desde el hueco de una puerta descargaba el asesino su alevoso golpe . Los galánteos nocturnos eran una verdadera prueba de amor . Cuando el enamorado salía de su casa para cantar al objeto de su amor o hablarle y verlo por entre los hierros de una reja o los agujeros de una celosía , no podía decir si volvería vivo o lo llevarian muerto de una estocada . En la estrecha calleja que desde la plazuela de Santa Cruz , o más bien desde la calle de Zaragoza va a la de Postas , y que entonces no estaba embaldosada , sino que era un verdadero lodazal , intransitable en los días de lluvias , había una puertecilla que daba entrada , bajando tres resbaladizos escalones , a una cueva de techo abovedado y negras y húmedas paredes , donde había establecida una taberna , que por lo mismo que era muy sucia y se hallaba en tan escondido lugar , era quizás la más concurrida de Madrid . Para calabozo no se hubiera encontrado mejor local . De día no estaba alumbrado más que por la escasa luz que entraba por la puerta , y de noche por la humosa y rojiza luz de dos candiles de hierro , cuyos rayos , rompiendo difícilmente la pesada atmósfera , apenas llegaban á las paredes y el techo , dándolas un tinte particular y que hubiera sido imposible reproducir con el pincel . En uno de los extremos de aquella lóbrega estancia , había un pequeño mostrador medio apolillado , sobre el cual se veían algunos jarros y vasos de estaño ennegrecidos por el tiempo y el uso , y un cuero lleno de vino , sino que de aire , y que por el color indicaba una respetable antigüedad . Detrás del mostrador y en un pequeño vasar , veíanse dos o tres vasíjas de vidrio que contenian aguardiente . El tabernero , sentado en un ancho sillon , dormitaba unas veces y otras contemplaba a sus parroquianos , llamando al orden a los que intentaban turbarlo con disputas . El humo del tabaco , el que se escapaba por una puerta que daba a otra habitación donde se asaban chuletas de carnero , se hacía algúna tortilla y se freia bacalao , envolvía a los concurrentes y producia un olor el más desagradable , espesando de tal manera aquella nube , que a las diez de la noche y a cuatro pasos de distancia era imposible conocer a una persona , porque solo se veían bultos de formás vagas y confusas . Frente a frente y apoyando los brazos en una mesa donde había un jarro lleno de vino , dos vasos y un plato con sardinas saladas , estaban dos hombres que parecían dispuestos a comer , beber y hablar como buenos amigos . El uno iba vestido todo de paño verde oscuro , y aunque a la usanza de la gente de condición humilde , advertíase en él la limpieza de un artesano bien acomodado o de un criado de una familia de medíana posicion . Su rostro , casí redondo y de abultadas facciones , era vulgar , y en la expresión de sus miradas , en sus gestos y hasta en sus ademanes , revelaba sencillez , candor y escasa inteligencia . No sucedía lo mismo a su compañero , que era un hombre de regular estatura , formás musculares , rostro moreno , ovalado y de facciones pronunciadas . Representaba unos treinta años , y su ropa negra , lo mismo que su pelo , barba y espesas cejas hacían más sombría la expresión de sus ojos verdes y brillantes y oscurecia más la nube que parecía velar su frente , señalada con dos arrugas verticales . El rostro de aquel hombre no tenía nada de vulgar ; pero sí mucho de repulsivo , de imponente , y aún casí de amedrentador . Al mirarlo se sentía una impresion desagradable , sin saber por qué razón , quedando su imagen tan grabada en la memoria , que era imposible olvidarla . Y sin embargo , aunque sus facciones eran bastante pronunciadas , como ya hemos dicho , guardaban armónicas proporciones , sin que tampoco presentase ningúna deformidad su cuerpo . ¿ Por qué , pues , su aspecto producia tal desagrado ? Sin duda era la indiferencia glacial , amarga , sarcástica que parecía brotar de sus labios y de sus ojos . Aquel hombre debía ser uno de esos séres divorciados de la sociedad , en guerra con ella , enemigo de todos y por todos aborrecido . parecía llevar en la frente el sello de la reprobacion , del anatema de la humanidad . Es posible que la razón estuviera de parte de aquel hombre : cuando lo conozcamos , examinaremos hasta donde nos permita la índole de esta obra , dos gravísimás y trascendentales cuestiones íntimamente relaciónadas con el personaje que damos a conocer . Por ahora basta a nuestro propósito y para inteligencia de lo que vamos á referir , saber que no hacía más que una semana que aquellos dos hombres concurrian a la taberna , donde bebian y hablaban por espacio de medía hora , esmerándose el de la ropa negra en obsequiar al otro y pagando siempre el gasto que hacían . El que los hubiese observado habría conocido fácilmente que no era antigua la amistad de los nuevos parroquianos , pues el primer día se hicieron algunos cumplimientos , que fueron excusando después , hasta concluir , la noche anterior a la en que estamos , por tutearse con la más cordíal franqueza y beber más que de costumbre . alguno de los concurrentes a la taberna , al ver al del vestido negro , había hecho un gesto de disgusto y aún hablado del nuevo personaje al tabernero ; pero éste , encogiéndose de hombros , había contestado : — ¿ Ha hecho más que lo que tú haces y estás dispuesto a hacer ? puede que te convenga ser su amigo . Estas palabras habían hecho sonreír a los interpelantes , concluyendo por no cuidarse del sombrío parroquiano . Cuando los presentamos a nuestros lectores no habían empezado a beber los dos amigos . El de la ropa verde había sonreido al ver las sardinas y el jarro . El de la ropa negra fijaba una mirada escudriñadora en su compañero . — ¿ Qué tal ? — dijo este después de algunos instantes . — ¿ Te encuentras con ánimos de hacerlo mejor que anoche ? — Espero dejarte muy atrás , — respondio el otro . — Hace frío y el estómago necesita calor : además , las sardinas me darán sed , y si tú me haces tercio con el valor que siempre muestras , habremos de pedir más vino . — Bien , amigo Juan ; — te veo con las mejores disposiciones . Vino sobrará ... — Por supuesto que esta noche me dejarás pagar el gasto . — Mañana será . — Sabes que hemos convenido ... — Pero tú ignoras una circunstancia . — Antonio , — replicó el de la ropa verde , llamado Juan , — es punto de honra y ... — Déjame que le explique ... — Sepamos . — Hoy cumplo veintiocho años , y nada es más justo que me permitas celebrar el día . — Tienes razón . — Por consiguiente , no perdamos el tiempo . Como de costumbre , querrás estar a las nueve en casa de tu ama ... — Sopena de que me despida . — Pues por esta misma razón debemos empezar cuanto antes . Juan volvió a sonreír , llenó de vino los vasos y repuso : — Nos enjuagaremos la boca . — Limpiaremos el tragadero para que no se atasquen las sardinas . Y llevando los vasos a los labios empinaron tan garbosamente que no podía dudarse de que eran muy prácticos bebedores . — perdóna , — dijo Juan , relamiéndose ; — he cometido una falta . — ¿ No has apurado el vino ? — No he brindado por tu salud , lo cual es doblemente imperdónable , siendo hoy tu cumpleaños . — Yo tampoco he brindado por tí . — Es distinto ... — Pues fácilmente se remedía tu olvido , — replicó Antonio , volviendo a echar vino en los vasos . — ; A tu salud ! — ¡ A la tuya ! Entonces tocó su vez a las sardinas , y comiendo de estas y saboreando el espirituoso jugo , hablaron de cosas indiferentes , chanceando y riendo . El rostro de Juan iba dilatándose gradualmente , como si se aumentase su alegría , hablando más a medida que repetía los brindis . Por el contrario , como si el vino le produjese tédio , Antonio iba escaseando las palabras , reia poco y como quien finge un contento que está muy lejos de sentir , y bebia distraídamente , pues solo se ocupaba en observar a su amigo , procurando dar a la conversación el giro que le convenia . Nada de esto pudo comprenderlo Juan ; era poco malicioso , no estaba dotado de mucha inteligencia , y además el vino le robaba toda su atención . No podía dudarse que Antonio abrigaba algún plan de mucha importancia , y parecía lo más probable , que quisiera servirse de su compañero como de un instrumento ciego y fácil de manejar . En pocos minutos quedó vacío el jarro , y aunque Juan no estaba enteramente dominado por la embriaguez , había bebido lo bastante para sentir la más viva alegría , y esos irresistibles deseos de hablar mucho que produce el vino cuando empieza a trastornar la razón . — Bien , — dijo para si Antonio después de examinar atentamente el rostro de su amigo , — le falta poco , muy poco para estar como yo deseo , porque completamente borracho no me conviene . Y luego añadio en voz alta : — Hemos calculado mal : quedan sardinas y se ha concluido el mosto . — Es verdad , — respondio Juan , pasándose las manos por los ojos y mirando al interior del jarro ; — no lo he advertido y ... y el caso es que esas sardinas están diciendo « comedme . » — Y nos las comeremos . — Pero nos darán sed ... — ¿ Qué importa ? Si tienes la cabeza firme llenarán otra vez el jarro ... — ¡ Que si la tengo firme ! ... Más que antes . Lo que he bebido me ha calentado el estómago y nada más . Antonio pidio más vino . — Veamos si es lo mismo que el otro , — repuso Juan . Y llenó los vasos . — Cuidado , — replicó Antonio con gravedad , — que no soy exigente hasta el punto de perjudicar a mis amigos . — ¿ Por qué dices eso ? — Porque no quiero que el deseo de complacerme te haga beber más de lo que puedas resistir . — Descuida . — Como me tienes contadas mil rarezas de tu señora ... — Pero en el último apuro , la hija intercederia en mi favor . — Así le conviene , — dijo maliciosamente Antonio . Juan se encogió de hombros sonriéndose y bebió . — ¡ Ah ! — exclamó , tomando una sardina . — Me siento ahora con tantas fuerzas y tan ... y tan contento , que ni la vieja gruñona de mi ama ... — Voy a brindar por ella , — interrumpió Antonio . — ¿ Me acompañas ? — Sí ; — repuso Juan : — brindaré porque el díablo cargue pronto con ella y nos dejé en paz . — ¿ Ingrato ! — Nada le debo : sí fuera su hija ... — ¿ Doña Andrea ? — No tiene otra , y es un angel . ¡ Qué generosa y esplendida ! ... Es verdad que la he servido bien , he hecho por ella lo que no es decible ... — Olvidas el vino . — Vaya por doña Andrea ... — ¡ Ah ! — exclamó Antonio , cuyos ojos brillaron como dos luces . — ¡ Por ella ! Y bebió como si la sed lo abrasase , y por un segúndo enrojeció su rostro como si fuese a brotar la sangre por sus mejillas . Los ojos de Juan brillaron también y sus pupilas se dilataron ; pero sin que sus miradas expresasen otra cosa que la alegría producida por la embriaguez . — decías , — repuso el sombrío bebedor como si reanudase la conversación , — que doña Andrea te ha pagado generosamente los servicios que le has prestado , y que no es tuya la culpa si ese orgulloso segúndon que ha fingido amarla la abandona en la situación más crítica . Juan se pasó las manos por la frente , se restregó los ojos y miró con sorpresa a su amigo . — ¿ Ya no te acuerdas ? — repuso este con aparente indiferencia y mientras llenaba los vasos . — Francamente , no sé lo que te he dicho ; pero me parece imposible haberte hablado de ciertas cosas ... — ¿ Te arrepientes ? — No ; pero ... — Guarda tus secretos , — replicó Antonio : — nada me importa doña Andrea , ni su desgracia , ni su amante : te he es cuchado y nada más ; si te pesa haberme hablado con la confianza de amigos , excusa hacerlo otra vez . — Antonio , no te incomodes . — ¿ Acaso no me ofendes ? — Sabes que soy tu mejor amigo , y por consiguiente , no puedo ofenderte . — Muestras desconfianza ... — Sorpresa , porque no me acuerdo ; pero basta para mí tu palabra , y en prueba de que no me arrepiento , te diré de doña Andrea más de lo que le he dicho ... — Bebamos y déjame de asuntos que no me interesan . — Sí , bebamos ; pero hablemos . — Pues a la salud de tu señora vieja ... — Sí , a la salud de su alma , — dijo Juan . Y apuró el vino de su vaso . — Como te iba diciendo , — añadio , principiando a comerse otra sardina , — se aumentan cada día más mis sospechas del mal proceder del tal amante , y juraria que no tardará una semana en dar a doña Andrea un desengaño . — Puedes jurarlo . — ¿ Cómo lo sabes ? — Tengo mis razónes ... — ¿ Acaso lo conoces ? — ¡ Ya lo creo ! ... Es íntimo amigo de mi amo y ... hablando sin reserva , lo sé todo ... — Pero ... — He escuchado conversaciónes ; no ignoro que doña Andrea se ha dejado seducir , resultando de ello lo más natural . — ¡ Antonio ! — exclamó Juan en el colmo de su sorpresa . — Ya ves que tu secreto ... — Ese hombre es un infame . — ¿ Por qué ? — ¿ Te parece poco el publicar la deshonra de una infeliz mujer ? — No la publica : habla del asunto a un amigo , porque es preciso que le hable . Pero en fin , sea de ello lo que quiera , nada tengo que ver en ese enredo . — Amigo mío , — dijo Juan volviendo a restregarse los ojos , — te repito que estoy agradecido a doña Andrea , me intereso por su suerte ... — Es tu deber . — Por eso quiero evitar su desgracia . — Es difícil . — ¡ Oh ! ... — ¿ Qué harás ? — Lo que pueda , y si no consigo mi deseo , habré cumplido con mi obligación . — Eso no es decir nada . — ¿ Quieres explicarle ? — ¿ Y qué he de decirle que no sepas tú ? — Algo más según veo . — Tal vez . — Has escuchado conversaciónes ... — Sí . — Conocerás la intención de ese hombre . — Juan , hay cosas que no pueden decirse . — ¿ Debo ofenderme yo ahora por tu reserva ? — Bebamos y le convencerás de que no . — Lo veremos , — repuso Juan después que hubieron bebido . — Conoces un secreto de mucha importancia ; quizás está en tu mano la honra de mi señora ... — Sí , — replicó Antonio , — tal vez dependan de mí su honra y su felicidad ; pero no ahora , sino dentro de algunos días . — Bien , pero tu reserva ... — ¿ Crees que no pueda tener doña Andrea algún secreto que no quiera revelarte ? — Es posible . — ¿ Y estás dispuesto a respetarlo ? — Si . — Ahí tienes el por qué no puedo decirte todo lo que sé ; tendría que descubrirte lo que tu pobre señora quiere que ignores , y yo sería un miserable haciéndola esa traicion . Juan meditó algunos instantes ; pero era su entendimiento harto escaso para adivinar que su amigo le tendía un lazo con la mayor habilidad . — ¿ Sabes , — le dijo al fin , — que cada vez entiendo menos este enredo ? — Llegarás a entenderlo muy pronto , porque el mayor servicio que has de prestar a doña Andrea , exige que estés al corriente de todo . — Por de pronto me pones en gran cuidado ... — ningúno tengas . — ¡ Oh ! ... — Se salvará el honor de tu señora si estás dispuesto a ayudarme . — ¿ Lo dudas ? — Claro es que busco una recompensa ... — La tendrás , Antonio : ya te he dicho que doña Andrea paga generosamente á quien la sirve . — No soy muy interesado ; pero ... — Basta : desde ahora te aseguro que si consigues evitar el golpe que amenaza a mi pobre señora , encontrarás la recompensa de tu buena accion . — ¿ Pues con esa promesa , la que me has hecho de ayudarme y mi buen deseo , todo se alcanzará . — ¿ Quieres explicarte ahora ? — Antes has de hacerlo tú . — ¿ Qué necesitas saber ? — Bebe primero para remojarte el paladar , habla , le escucharé , y luego le diré cual es mi plan . — Pero qué he de decirte si sabes más que yo ? — Te preguntaré y me responderás , porque hay ciertas pequeñeces que nos servirán de mucho aunque parecen de ningún valor : yo sé lo más interesante , o como si dijésemos , lo de más bulto ; pero necesito saber más . — Convenidos , — repuso Juan , volviendo a beber . Antonio apoyó la barba en las manos y los codos en la mesa , como para escuchar con toda calma , y clavó su mirada ardiente en el cándido Juan . — Pregunta , — dijo este después de restregarse por la cuarta vez los ojos , cuyos párpados empezaban a pesarle y a picarle . — Cinco son las preguntas que he de hacerte . — Sepamos . — ¿ Sospecha la vieja el estado en que se encuentra su hija ? ¿ Sigue el galán la conducta de siempre ? ¿ Habla de hacer algún viaje antes de reparar el honor de doña Andrea ? ¿ Crees que esta teme más un desengaño por su amor que por su honra ? ¿ Es mujer de valor y capaz de hacer un gran sacrificio por salvar su reputacion y legitimar a su hijo ? — Mucho me preguntas . — ¿ No quieres responder a todo ? — Si , pero me confunden tantas cosas de una vez . — Piensa solo en una y luego en otra , y así no te equivocarás . — La vieja , — dijo Juan , — es muy impertinente , y desde que se ha quedado medio baldada con los dolores de las piernas , mucho más . Ella quisiera estar en todas parles y entender en todo , y como apenas puede moverse , se desespera , rabia y pega el coraje con el primero que se le presenta , como si alguien tuviera la culpa de su vejez y de sus males . Hay días que no puede moverse sin que la llevemos como a un niño que no sabe andar , y entonces está peor que nunca . Te aseguro , Antonio , que los dos criados que estamos en la casa , ya la habríamos dejado a no ser por doña Andrea . ¡ Qué manías le dan ! — ¿ Pero con su hija ? ... — Lo mismo que con todos , no la deja un minuto sosegada , y no sé cómo no se aburre y desespera la infeliz , cuando después de su desgracia tiene la del tormento de su madre . Preciso es que doña Andrea sea un angel para sufrir lo que sufre ; pero nada , ni siquiera se queja , tiene para todos sonrisas y palabras dulces , y si alguno empieza a perder la paciencia , le da consejos , le infunde animos y resignación y le dice tales cosas , que no hay más que aguantar y estar agradecidos . Lo que es á doña Andrea , te lo aseguro , puede servírsela de balde . Ayer mismo ... — Bien , — interrumpió Antonio , viendo que el vino hacía hablar a su compañero más de lo que era menester , y sobre todo de lo que nada importaba , — bien , pero en cuanto a los amores de doña Andrea y a la debilidad que ha tenido ... — La vieja nada dice porque nada sabe . — ¿ Pero no lo sospecha ? — Ni por asomo . Si tal hubiese sucedido , tomaria el cielo con las manos . la fe que es poco mirada y escrupulosa sobre ese punto ! ... Siempre está con la música del honor y el decoro , y no pára de decir a su hija : « Andrea , mucho recato ; no le asomes a la ventana ; tápate bien cuando vayas a misa , Andrea ; cuidado con la honra , que es primero que la vida ; ya sabes , Andrea , que tu padre fue veinte años oídor y apenas nos ha dejado para vivir , lo cual te prueba su honradez . » De manera que si hubiese llegado a sospechar lo más leve , de seguro se muere o mata a su hija . — Pero llegará un día en que no pueda ocultársele la desgracia . — Es verdad ; pero como antes debe casarse doña Andrea ... — ¿ Te parece que sucederá así ? — Ya te he dicho , Antonio , que desconfío mucho del tal amante , y temo que á pesar de ser un caballero de tan alta alcurnia , falte a sus juramentos y promesas . — ¿ En qué le fundas ? — En que hace un mes o poco menos que escasea sus visitas , está pensativo y casí indiferente al lado de doña Andrea , cuando antes parecía querer comérsela con los ojos , y las citas a medía noche , que antes eran casí díarias , no son ahora más que una vez a la semana o lo más dos , y aún eso porque creo que ella se queja del cambio . En otro tiempo nos despertaba el amante cada dos por tres con su guitarra y sus canciones , y ya he perdido la cuenta de los días que han pasado sin que la música nos quite el sueño . — ¿ Hace muchos días que no se ven de noche ? — La última vez fue el jueves pasado , y hoy esperaba yo que volviese ; pero no sucederá , puesto que ningún aviso me han dado . Esta mañana a las doce fue él , y esta tarde lo hemos esperado en vano . ¿ Qué te parece ? ¿ No tengo razón para creer que el día menos pensado volverá la espalda ? — Creo que sí . — Ya se lo he dicho a doña Andrea . — Ese casamiento presenta muchos inconvenientes . — El mayor es la señora duquesa , que no consentirá que su segúndo hijo , a quien puede ir el titulo por muerte del primero , se case con una mujer pobre y de una familia cualquiera . — Es muy natural ; pero lo peor de todo es que él se haya cansado del amor de doña Andrea . — Por eso temo que ella se quede con su deshonra y sin marido , y él busque en otro casamiento las riquezas que no puede tener por haber nacido después de su hermano . — Amigo Juan , eres hombre de mucho entendimiento , y difícil es que nada se escape a tu penetracion . — ¡ Ah ! — exclamó el sirviente , sonriendo con orgullo . — Cuando me engañan es porque quiero . Conozco a los hombres al primer golpe de vista y les adivino los pensamientos . — ¿ Y no has aconsejado a doña Andrea ? ... — ¡ Ya lo creo ! ... Pero no me escucha . — ¿ De manera que ella no teme ? ...