La Regenta por Leopoldo Alas ( Clarín ) Madrid Librería de Fernando Fé Carrera de San Jerónimo , 9 1901 La heroica ciudad dormía la siesta . El viento Sur , caliente y perezoso , empujaba las nubes blanquecinas que se rasgaban al correr hacia el Norte . En las calles no había más ruido que el rumor estridente de los remolinos de polvo , trapos , pajas y papeles que iban de arroyo en arroyo , de acera en acera , de esquina en esquina revolando y persiguiéndose , como mariposas que se buscan y huyen y que el aire envuelve en sus pliegues invisibles . Cual turbas de pilluelos , aquellas migajas de la basura , aquellas sobras de todo se juntaban en un montón , parábanse como dormidas un momento y brincaban de nuevo sobresaltadas , dispersándose , trepando unas por las paredes hasta los cristales temblorosos de los faroles , otras hasta los carteles de papel mal pegado a las esquinas , y había pluma que llegaba a un tercer piso , y arenilla que se incrustaba para días , o para años , en la vidriera de un escaparate , agarrada a un plomo . Vetusta , la muy noble y leal ciudad , corte en lejano siglo , hacía la digestión del cocido y de la olla podrida , y descansaba oyendo entre sueños el monótono y familiar zumbido de la campana de coro , que retumbaba allá en lo alto de la esbelta torre en la Santa Basílica . La torre de la catedral , poema romántico de piedra , delicado himno , de dulces líneas de belleza muda y perenne , era obra del siglo diez y seis , aunque antes comenzada , de estilo gótico , pero , cabe decir , moderado por un instinto de prudencia y armonía que modificaba las vulgares exageraciones de esta arquitectura . La vista no se fatigaba contemplando horas y horas aquel índice de piedra que señalaba al cielo ; no era una de esas torres cuya aguja se quiebra de sutil , más flacas que esbeltas , amaneradas , como señoritas cursis que aprietan demasiado el corsé ; era maciza sin perder nada de su espiritual grandeza , y hasta sus segundos corredores , elegante balaustrada , subía como fuerte castillo , lanzándose desde allí en pirámide de ángulo gracioso , inimitable en sus medidas y proporciones . Como haz de músculos y nervios la piedra enroscándose en la piedra trepaba a la altura , haciendo equilibrios de acróbata en el aire ; y como prodigio de juegos malabares , en una punta de caliza se mantenía , cual imantada , una bola grande de bronce dorado , y encima otra más pequeña , y sobre esta una cruz de hierro que acababa en pararrayos . Cuando en las grandes solemnidades el cabildo mandaba iluminar la torre con faroles de papel y vasos de colores , parecía bien , destacándose en las tinieblas , aquella romántica mole ; pero perdía con estas galas la inefable elegancia de su perfil y tomaba los contornos de una enorme botella de champaña . - Mejor era contemplarla en clara noche de luna , resaltando en un cielo puro , rodeada de estrellas que parecían su aureola , doblándose en pliegues de luz y sombra , fantasma gigante que velaba por la ciudad pequeña y negruzca que dormía a sus pies . Bismarck , un pillo ilustre de Vetusta , llamado con tal apodo entre los de su clase , no se sabe por qué , empuñaba el sobado cordel atado al badajo formidable de la Wamba , la gran campana que llamaba a coro a los muy venerables canónigos , cabildo catedral de preeminentes calidades y privilegios . Bismarck era de oficio delantero de diligencia , era de la tralla , según en Vetusta se llamaba a los de su condición ; pero sus aficiones le llevaban a los campanarios ; y por delegación de Celedonio , hombre de iglesia , acólito en funciones de campanero , aunque tampoco en propiedad , el ilustre diplomático de la tralla disfrutaba algunos días la honra de despertar al venerando cabildo de su beatífica siesta , convocándole a los rezos y cánticos de su peculiar incumbencia . El delantero , ordinariamente bromista , alegre y revoltoso , manejaba el badajo de la Wamba con una seriedad de arúspice de buena fe . Cuando posaba para la hora del coro - así se decía - Bismarck sentía en sí algo de la dignidad y la responsabilidad de un reloj . Celedonio ceñida al cuerpo la sotana negra , sucia y raída , estaba asomado a una ventana , caballero en ella , y escupía con desdén y por el colmillo a la plazuela ; y si se le antojaba disparaba chinitas sobre algún raro transeúnte que le parecía del tamaño y de la importancia de un ratoncillo . Aquella altura se les subía a la cabeza a los pilluelos y les inspiraba un profundo desprecio de las cosas terrenas . - ¡ Mia tú , Chiripa , que dice que pué más que yo ! - dijo el monaguillo , casi escupiendo las palabras ; y disparó media patata asada y podrida a la calle apuntando a un canónigo , pero seguro de no tocarle . - ¡ Qué ha de poder ! - respondió Bismarck , que en el campanario adulaba a Celedonio y en la calle le trataba a puntapiés y le arrancaba a viva fuerza las llaves para subir a tocar las oraciones - . Tú pués más que toos los delanteros , menos yo . - Porque tú echas la zancadilla , mainate , y eres más grande ... Mia , chico , ¿ quiés que l'atice al señor Magistral que entra ahora ? - ¿ Le conoces tú desde ahí ? - Claro , bobo ; le conozco en el menear los manteos . Mia , ven acá . ¿ No ves cómo al andar le salen pa tras y pa lante ? Es por la fachenda que se me gasta . Ya lo decía el señor Custodio el beneficiao a don Pedro el campanero el otro día : « Ese don Fermín tié más orgullo que don Rodrigo en la horca » , y don Pedro se reía ; y verás , el otro dijo después , cuando ya había pasao don Fermín : « ¡ Anda , anda , buen mozo , que bien se te conoce el colorete ! » . ¿ Qué te paece , chico ? Se pinta la cara . Bismarck negó lo de la pintura . Era que don Custodio tenía envidia . Si Bismarck fuera canónigo y dinidad ( creía que lo era el Magistral ) en vez de ser delantero , con un mote sacao de las cajas de cerillas , se daría más tono que un zagal . Pues , claro . Y si fuese campanero , el de verdad , vamos don Pedro ... ¡ ay Dios ! entonces no se hablaba más que con el Obispo y el señor Roque el mayoral del correo . - Pues chico , no sabes lo que te pescas , porque decía el beneficiao que en la iglesia hay que ser humilde , como si dijéramos , rebajarse con la gente , vamos achantarse , y aguantar una bofetá si a mano viene ; y si no , ahí está el Papa , que es ... no sé cómo dijo ... así ... una cosa como ... el criao de toos los criaos . - Eso será de boquirris - replicó Bismarck - . ¡ Mia tú el Papa , que manda más que el rey ! Y que le vi yo pintao , en un santo mu grande , sentao en su coche , que era como una butaca , y lo llevaban en vez de mulas un tiro de carcas ( curas según Bismarck ) , y lo cual que le iban espantando las moscas con un paraguas , que parecía cosa del teatro ... hombre ... ¡ si sabré yo ! Se acaloró el debate . Celedonio defendía las costumbres de la Iglesia primitiva ; Bismarck estaba por todos los esplendores del culto . Celedonio amenazó al campanero interino con pedirle la dimisión . El de la tralla aludió embozadamente a ciertas bofetadas probables pa en bajando . Pero una campana que sonó en un tejado de la catedral les llamó al orden . - ¡ El Laudes ! - gritó Celedonio - , toca , que avisan . Y Bismarck empuñó el cordel y azotó el metal con la porra del formidable badajo . Tembló el aire y el delantero cerró los ojos , mientras Celedonio hacía alarde de su imperturbable serenidad oyendo , como si estuviera a dos leguas , las campanadas graves , poderosas , que el viento arrebataba de la torre para llevar sus vibraciones por encima de Vetusta a la sierra vecina y a los extensos campos , que brillaban a lo lejos , verdes todos , con cien matices . Empezaba el Otoño . Los prados renacían , la yerba había crecido fresca y vigorosa con las últimas lluvias de Septiembre . Los castañedos , robledales y pomares que en hondonadas y laderas se extendían sembrados por el ancho valle , se destacaban sobre prados y maizales con tonos obscuros ; la paja del trigo , escaso , amarilleaba entre tanta verdura . Las casas de labranza y algunas quintas de recreo , blancas todas , esparcidas por sierra y valle reflejaban la luz como espejos . Aquel verde esplendoroso con tornasoles dorados y de plata , se apagaba en la sierra , como si cubriera su falda y su cumbre la sombra de una nube invisible , y un tinte rojizo aparecía entre las calvicies de la vegetación , menos vigorosa y variada que en el valle . La sierra estaba al Noroeste y por el Sur que dejaba libre a la vista se alejaba el horizonte , señalado por siluetas de montañas desvanecidas en la niebla que deslumbraba como polvareda luminosa . Al Norte se adivinaba el mar detrás del arco perfecto del horizonte , bajo un cielo despejado , que surcaban como naves , ligeras nubecillas de un dorado pálido . Un jirón de la más leve parecía la luna , apagada , flotando entre ellas en el azul blanquecino . Cerca de la ciudad , en los ruedos , el cultivo más intenso , de mejor abono , de mucha variedad y esmerado , producía en la tierra tonos de colores , sin nombre , exacto , dibujándose sobre el fondo pardo obscuro de la tierra constantemente removida y bien regada . Alguien subía por el caracol . Los dos pilletes se miraron estupefactos . ¿ Quién era el osado ? - ¿ Será Chiripa ? - preguntó Celedonio entre airado y temeroso . - No ; es un carca , ¿ no oyes el manteo ? Bismarck tenía razón ; el roce de la tela con la piedra producía un rumor silbante , como el de una voz apagada que impusiera silencio . El manteo apareció por escotillón ; era el de don Fermín de Pas , Magistral de aquella santa iglesia catedral y provisor del Obispo . El delantero sintió escalofríos . Pensó : « ¿ Vendrá a pegarnos ? » . No había motivo , pero eso no importaba . Él vivía acostumbrado a recibir bofetadas y puntapiés sin saber por qué . A todo poderoso , y para él don Fermín era un personaje de los más empingorotados , se le figuraba Bismarck usando y abusando de la autoridad de repartir cachetes . No discutía la legitimidad de esta prerrogativa , no hacía más que huir de los grandes de la tierra , entre los que figuraban los sacristanes y los polizontes . Se avenía a esta ley , cuyos efectos procuraba evitar . Si él hubiera sido señor , alcalde , canónigo , fontanero , guarda del Jardín Botánico , empleado en casillas , sereno , algo grande , en suma , hubiera hecho lo mismo ¡ dar cada puntapié ! No era más que Bismarck , un delantero , y sabía su oficio , huir de los mainates de Vetusta . Pero allí no había modo de escapar . O tirarse por una ventana , o esperar el nublado . El caracol estaba interceptado por el canónigo . Bismarck no tuvo más recurso que hacerse un ovillo , esconderse detrás de la Wamba , encaramado en una viga , y aguardar así los acontecimientos . Celedonio no extrañaba aquella visita . Recordaba haber visto muchas tardes al señor Magistral subir a la torre antes o después de coro . ¿ Qué iba a hacer allí aquel señor tan respetable ? Esto preguntaban los ojos del delantero a los del acólito . También lo sabía Celedonio , pero callaba y sonreía complaciéndose en el pavor de su amigo . El continente altivo del monaguillo se había convertido en humilde actitud . Su rostro se había revestido de repente de la expresión oficial . Celedonio tenía doce o trece años y ya sabía ajustar los músculos de su cara de chato a las exigencias de la liturgia . Sus ojos eran grandes , de un castaño sucio , y cuando el pillastre se creía en funciones eclesiásticas los movía con afectación , de abajo arriba , de arriba abajo , imitando a muchos sacerdotes y beatas que conocía y trataba . Pero , sin pensarlo , daba una intención lúbrica y cínica a su mirada , como una meretriz de calleja , que anuncia su triste comercio con los ojos , sin que la policía pueda reivindicar los derechos de la moral pública . La boca muy abierta y desdentada seguía a su manera los aspavientos de los ojos ; y Celedonio en su expresión de humildad beatífica pasaba del feo tolerable al feo asqueroso . Así como en las mujeres de su edad se anuncian por asomos de contornos turgentes las elegantes líneas del sexo , en el acólito sin órdenes se podía adivinar futura y próxima perversión de instintos naturales provocada ya por aberraciones de una educación torcida . Cuando quería imitar , bajo la sotana manchada de cera , los acompasados y ondulantes movimientos de don Anacleto , familiar del Obispo - creyendo manifestar así su vocación - , Celedonio se movía y gesticulaba como hembra desfachatada , sirena de cuartel . Esto ya lo había notado el Palomo , empleado laico de la Catedral , perrero , según mal nombre de su oficio . Pero no se había atrevido a comunicar sus aprensiones a ningún superior , obedeciendo a un criterio , merced al cual había desempeñado treinta años seguidos con dignidad y prestigio sus funciones complejas de aseo y vigilancia . En presencia del Magistral , Celedonio había cruzado los brazos e inclinado la cabeza , después de apearse de la ventana . Aquel don Fermín que allá abajo en la calle de la Rúa parecía un escarabajo ¡ qué grande se mostraba ahora a los ojos humillados del monaguillo y a los aterrados ojos de su compañero ! Celedonio apenas le llegaba a la cintura al canónigo . Veía enfrente de sí la sotana tersa de pliegues escultóricos , rectos , simétricos , una sotana de medio tiempo , de rico castor delgado , y sobre ella flotaba el manteo de seda , abundante , de muchos pliegues y vuelos . Bismarck , detrás de la Wamba , no veía del canónigo más que los bajos y los admiraba . ¡ Aquello era señorío ! ¡ Ni una mancha ! Los pies parecían los de una dama ; calzaban media morada , como si fueran de Obispo ; y el zapato era de esmerada labor y piel muy fina y lucía hebilla de plata , sencilla pero elegante , que decía muy bien sobre el color de la media . Si los pilletes hubieran osado mirar cara a cara a don Fermín , le hubieran visto , al asomar en el campanario , serio , cejijunto ; al notar la presencia de los campaneros levemente turbado , y en seguida sonriente , con una suavidad resbaladiza en la mirada y una bondad estereotipada en los labios . Tenía razón el delantero . De Pas no se pintaba . Más bien parecía estucado . En efecto , su tez blanca tenía los reflejos del estuco . En los pómulos , un tanto avanzados , bastante para dar energía y expresión característica al rostro , sin afearlo , había un ligero encarnado que a veces tiraba al color del alzacuello y de las medias . No era pintura , ni el color de la salud , ni pregonero del alcohol ; era el rojo que brota en las mejillas al calor de palabras de amor o de vergüenza que se pronuncian cerca de ellas , palabras que parecen imanes que atraen el hierro de la sangre . Esta especie de congestión también la causa el orgasmo de pensamientos del mismo estilo . En los ojos del Magistral , verdes , con pintas que parecían polvo de rapé , lo más notable era la suavidad de liquen ; pero en ocasiones , de en medio de aquella crasitud pegajosa salía un resplandor punzante , que era una sorpresa desagradable , como una aguja en una almohada de plumas . Aquella mirada la resistían pocos ; a unos les daba miedo , a otros asco ; pero cuando algún audaz la sufría , el Magistral la humillaba cubriéndola con el telón carnoso de unos párpados anchos , gruesos , insignificantes , como es siempre la carne informe . La nariz larga , recta , sin corrección ni dignidad , también era sobrada de carne hacia el extremo y se inclinaba como árbol bajo el peso de excesivo fruto . Aquella nariz era la obra muerta en aquel rostro todo expresión , aunque escrito en griego , porque no era fácil leer y traducir lo que el Magistral sentía y pensaba . Los labios largos y delgados , finos , pálidos , parecían obligados a vivir comprimidos por la barba que tendía a subir , amenazando para la vejez , aún lejana , entablar relaciones con la punta de la nariz claudicante . Por entonces no daba al rostro este defecto apariencias de vejez , sino expresión de prudencia de la que toca en cobarde hipocresía y anuncia frío y calculador egoísmo . Podía asegurarse que aquellos labios guardaban como un tesoro la mejor palabra , la que jamás se pronuncia . La barba puntiaguda y levantisca semejaba el candado de aquel tesoro . La cabeza pequeña y bien formada , de espeso cabello negro muy recortado , descansaba sobre un robusto cuello , blanco , de recios músculos , un cuello de atleta , proporcionado al tronco y extremidades del fornido canónigo , que hubiera sido en su aldea el mejor jugador de bolos , el mozo de más partido ; y a lucir entallada levita , el más apuesto azotacalles de Vetusta . Como si se tratara de un personaje , el Magistral saludó a Celedonio doblando graciosamente el cuerpo y extendiendo hacia él la mano derecha , blanca , fina , de muy afilados dedos , no menos cuidada que si fuera la de aristocrática señora . Celedonio contestó con una genuflexión como las de ayudar a misa . Bismarck , oculto , vio con espanto que el canónigo sacaba de un bolsillo interior de la sotana un tubo que a él le pareció de oro . Vio que el tubo se dejaba estirar como si fuera de goma y se convertía en dos , y luego en tres , todos seguidos , pegados . Indudablemente aquello era un cañón chico , suficiente para acabar con un delantero tan insignificante como él . No ; era un fusil porque el Magistral lo acercaba a la cara y hacía con él puntería . Bismarck respiró : no iba con su personilla aquel disparo ; apuntaba el carca hacia la calle , asomado a una ventana . El acólito , de puntillas , sin hacer ruido , se había acercado por detrás al Provisor y procuraba seguir la dirección del catalejo . Celedonio era un monaguillo de mundo , entraba como amigo de confianza en las mejores casas de Vetusta , y si supiera que Bismarck tomaba un anteojo por un fusil , se le reiría en las narices . Uno de los recreos solitarios de don Fermín de Pas consistía en subir a las alturas . Era montañés , y por instinto buscaba las cumbres de los montes y los campanarios de las iglesias . En todos los países que había visitado había subido a la montaña más alta , y si no las había , a la más soberbia torre . No se daba por enterado de cosa que no viese a vista de pájaro , abarcándola por completo y desde arriba . Cuando iba a las aldeas acompañando al Obispo en su visita , siempre había de emprender , a pie o a caballo , como se pudiera , una excursión a lo más empingorotado . En la provincia , cuya capital era Vetusta , abundaban por todas partes montes de los que se pierden entre nubes ; pues a los más arduos y elevados ascendía el Magistral , dejando atrás al más robusto andarín , al más experto montañés . Cuanto más subía más ansiaba subir ; en vez de fatiga sentía fiebre que les daba vigor de acero a las piernas y aliento de fragua a los pulmones . Llegar a lo más alto era un triunfo voluptuoso para De Pas . Ver muchas leguas de tierra , columbrar el mar lejano , contemplar a sus pies los pueblos como si fueran juguetes , imaginarse a los hombres como infusorios , ver pasar un águila o un milano , según los parajes , debajo de sus ojos , enseñándole el dorso dorado por el sol , mirar las nubes desde arriba , eran intensos placeres de su espíritu altanero , que De Pas se procuraba siempre que podía . Entonces sí que en sus mejillas había fuego y en sus ojos dardos . En Vetusta no podía saciar esta pasión ; tenía que contentarse con subir algunas veces a la torre de la catedral . Solía hacerlo a la hora del coro , por la mañana o por la tarde , según le convenía . Celedonio que en alguna ocasión , aprovechando un descuido , había mirado por el anteojo del Provisor , sabía que era de poderosa atracción ; desde los segundos corredores , mucho más altos que el campanario , había él visto perfectamente a la Regenta , una guapísima señora , pasearse , leyendo un libro , por su huerta que se llamaba el Parque de los Ozores ; sí , señor , la había visto como si pudiera tocarla con la mano , y eso que su palacio estaba en la rinconada de la Plaza Nueva , bastante lejos de la torre , pues tenía en medio de la plazuela de la catedral , la calle de la Rúa y la de San Pelayo . ¿ Qué más ? Con aquel anteojo se veía un poco del billar del casino , que estaba junto a la iglesia de Santa María ; y él , Celedonio , había visto pasar las bolas de marfil rodando por la mesa . Y sin el anteojo ¡ quiá ! en cuanto se veía el balcón como un ventanillo de una grillera . Mientras el acólito hablaba así , en voz baja , a Bismarck que se había atrevido a acercarse , seguro de que no había peligro , el Magistral , olvidado de los campaneros , paseaba lentamente sus miradas por la ciudad escudriñando sus rincones , levantando con la imaginación los techos , aplicando su espíritu a aquella inspección minuciosa , como el naturalista estudia con poderoso microscopio las pequeñeces de los cuerpos . No miraba a los campos , no contemplaba la lontananza de montes y nubes ; sus miradas no salían de la ciudad . Vetusta era su pasión y su presa . Mientras los demás le tenían por sabio teólogo , filósofo y jurisconsulto , él estimaba sobre todas su ciencia de Vetusta . La conocía palmo a palmo , por dentro y por fuera , por el alma y por el cuerpo , había escudriñado los rincones de las conciencias y los rincones de las casas . Lo que sentía en presencia de la heroica ciudad era gula ; hacía su anatomía , no como el fisiólogo que sólo quiere estudiar , sino como el gastrónomo que busca los bocados apetitosos ; no aplicaba el escalpelo sino el trinchante . Y bastante resignación era contentarse , por ahora , con Vetusta . De Pas había soñado con más altos destinos , y aún no renunciaba a ellos . Como recuerdos de un poema heroico leído en la juventud con entusiasmo , guardaba en la memoria brillantes cuadros que la ambición había pintado en su fantasía ; en ellos se contemplaba oficiando de pontifical en Toledo y asistiendo en Roma a un cónclave de cardenales . Ni la tiara le pareciera demasiado ancha ; todo estaba en el camino ; lo importante era seguir andando . Pero estos sueños según pasaba el tiempo se iban haciendo más y más vaporosos , como si se alejaran . « Así son las perspectivas de la esperanza , pensaba el Magistral ; cuanto más nos acercamos al término de nuestra ambición , más distante parece el objeto deseado , porque no está en lo porvenir , sino en lo pasado ; lo que vemos delante es un espejo que refleja el cuadro soñador que se queda atrás , en el lejano día del sueño ... » . No renunciaba a subir , a llegar cuanto más arriba pudiese , pero cada día pensaba menos en estas vaguedades de la ambición a largo plazo , propias de la juventud . Había llegado a los treinta y cinco años y la codicia del poder era más fuerte y menos idealista ; se contentaba con menos pero lo quería con más fuerza , lo necesitaba más cerca ; era el hambre que no espera , la sed en el desierto que abrasa y se satisface en el charco impuro sin aguardar a descubrir la fuente que está lejos en lugar desconocido . Sin confesárselo , sentía a veces desmayos de la voluntad y de la fe en sí mismo que le daban escalofríos ; pensaba en tales momentos que acaso él no sería jamás nada de aquello a que había aspirado , que tal vez el límite de su carrera sería el estado actual o un mal obispado en la vejez , todo un sarcasmo . Cuando estas ideas le sobrecogían , para vencerlas y olvidarlas se entregaba con furor al goce de lo presente , del poderío que tenía en la mano ; devoraba su presa , la Vetusta levítica , como el león enjaulado los pedazos ruines de carne que el domador le arroja . Concentrada su ambición entonces en punto concreto y tangible , era mucho más intensa ; la energía de su voluntad no encontraba obstáculo capaz de resistir en toda la diócesis . Él era el amo del amo . Tenía al Obispo en una garra , prisionero voluntario que ni se daba cuenta de sus prisiones . En tales días el Provisor era un huracán eclesiástico , un castigo bíblico , un azote de Dios sancionado por su ilustrísima . Estas crisis del ánimo solían provocarlas noticias del personal : el nombramiento de un Obispo joven , por ejemplo . Echaba sus cuentas : él estaba muy atrasado , no podría llegar a ciertas grandezas de la jerarquía . Esto pensaba , en tanto que el beneficiado don Custodio le aborrecía principalmente porque era Magistral desde los treinta . Don Fermín contemplaba la ciudad . Era una presa que le disputaban , pero que acabaría de devorar él solo . ¡ Qué ! ¿ También aquel mezquino imperio habían de arrancarle ? No , era suyo . Lo había ganado en buena lid . ¿ Para qué eran necios ? También al Magistral se le subía la altura a la cabeza ; también él veía a los vetustenses como escarabajos ; sus viviendas viejas y negruzcas , aplastadas , las creían los vanidosos ciudadanos palacios y eran madrigueras , cuevas , montones de tierra , labor de topo ... ¿ Qué habían hecho los dueños de aquellos palacios viejos y arruinados de la Encimada que él tenía allí a sus pies ? ¿ Qué habían hecho ? Heredar . ¿ Y él ? ¿ Qué había hecho él ? Conquistar . Cuando era su ambición de joven la que chisporroteaba en su alma , don Fermín encontraba estrecho el recinto de Vetusta ; él que había predicado en Roma , que había olfateado y gustado el incienso de la alabanza en muy altas regiones por breve tiempo , se creía postergado en la catedral vetustense . Pero otras veces , las más , era el recuerdo de sus sueños de niño , precoz para ambicionar , el que le asaltaba , y entonces veía en aquella ciudad que se humillaba a sus plantas en derredor el colmo de sus deseos más locos . Era una especie de placer material , pensaba De Pas , el que sentía comparando sus ilusiones de la infancia con la realidad presente . Si de joven había soñado cosas mucho más altas , su dominio presente parecía la tierra prometida a las cavilaciones de la niñez , llena de tardes solitarias y melancólicas en las praderas de los puertos . El Magistral empezaba a despreciar un poco los años de su próxima juventud , le parecían a veces algo ridículos sus ensueños y la conciencia no se complacía en repasar todos los actos de aquella época de pasiones reconcentradas , poco y mal satisfechas . Prefería las más veces recrear el espíritu contemplando lo pasado en lo más remoto del recuerdo ; su niñez le enternecía , su juventud le disgustaba como el recuerdo de una mujer que fue muy querida , que nos hizo cometer mil locuras y que hoy nos parece digna de olvido y desprecio . Aquello que él llamaba placer material y tenía mucho de pueril , era el consuelo de su alma en los frecuentes decaimientos del ánimo . El Magistral había sido pastor en los puertos de Tarsa ¡ y era él , el mismo que ahora mandaba a su manera en Vetusta ! En este salto de la imaginación estaba la esencia de aquel placer intenso , infantil y material que gozaba De Pas como un pecado de lascivia . ¡ Cuántas veces en el púlpito , ceñido al robusto y airoso cuerpo el roquete , cándido y rizado , bajo la señoril muceta , viendo allá abajo , en el rostro de todos los fieles la admiración y el encanto , había tenido que suspender el vuelo de su elocuencia , porque le ahogaba el placer , y le cortaba la voz en la garganta ! Mientras el auditorio aguardaba en silencio , respirando apenas , a que la emoción religiosa permitiera al orador continuar , él oía como en éxtasis de autolatría el chisporroteo de los cirios y de las lámparas ; aspiraba con voluptuosidad extraña el ambiente embalsamado por el incienso de la capilla mayor y por las emanaciones calientes y aromáticas que subían de las damas que le rodeaban ; sentía como murmullo de la brisa en las hojas de un bosque el contenido crujir de la seda , el aleteo de los abanicos ; y en aquel silencio de la atención que esperaba , delirante , creía comprender y gustaba una adoración muda que subía a él ; y estaba seguro de que en tal momento pensaban los fieles en el orador esbelto , elegante , de voz melodiosa , de correctos ademanes a quien oían y veían , no en el Dios de que les hablaba . Entonces sí que , sin poder él desechar aquellos recuerdos se le presentaba su infancia en los puertos ; aquellas tardes de su vida de pastor melancólico y meditabundo . - Horas y horas , hasta el crepúsculo , pasaba soñando despierto , en una cumbre , oyendo las esquilas del ganado esparcido por el cueto ¿ y qué soñaba ? que allá , allá abajo , en el ancho mundo , muy lejos , había una ciudad inmensa , como cien veces el lugar de Tarsa , y más ; aquella ciudad se llamaba Vetusta , era mucho mayor que San Gil de la Llana , la cabeza del partido , que él tampoco había visto . En la gran ciudad colocaba él maravillas que halagaban el sentido y llenaban la soledad de su espíritu inquieto . Desde aquella infancia ignorante y visionaria al momento en que se contemplaba el predicador no había intervalo ; se veía niño y se veía Magistral : lo presente era la realidad del sueño de la niñez y de esto gozaba . Emociones semejantes ocupaban su alma mientras el catalejo , reflejando con vivos resplandores los rayos del sol se movía lentamente pasando la visual de tejado en tejado , de ventana en ventana , de jardín en jardín . Alrededor de la catedral se extendía , en estrecha zona , el primitivo recinto de Vetusta . Comprendía lo que se llamaba el barrio de la Encimada y dominaba todo el pueblo que se había ido estirando por Noroeste y por Sudeste . Desde la torre se veía , en algunos patios y jardines de casas viejas y ruinosas , restos de la antigua muralla , convertidos en terrados o paredes medianeras , entre huertos y corrales . La Encimada era el barrio noble y el barrio pobre de Vetusta . Los más linajudos y los más andrajosos vivían allí , cerca unos de otros , aquellos a sus anchas , los otros apiñados . El buen vetustente era de la Encimada . Algunos fatuos estimaban en mucho la propiedad de una casa , por miserable que fuera , en la parte alta de la ciudad , a la sombra de la catedral , o de Santa María la Mayor o de San Pedro , las dos antiquísimas iglesias vecinas de la Basílica y parroquias que se dividían el noble territorio de la Encimada . El Magistral veía a sus pies el barrio linajudo compuesto de caserones con ínfulas de palacios ; conventos grandes como pueblos ; y tugurios , donde se amontonaba la plebe vetustense , demasiado pobre para poder habitar las barriadas nuevas allá abajo , en el Campo del sol , al Sudeste , donde la Fábrica Vieja levantaba sus augustas chimeneas , en rededor de las cuales un pueblo de obreros había surgido . Casi todas las calles de la Encimada eran estrechas , tortuosas , húmedas , sin sol ; crecía en algunas la yerba ; la limpieza de aquellas en que predominaba el vecindario noble o de tales pretensiones por lo menos , era triste , casi miserable , como la limpieza de las cocinas pobres de los hospicios ; parecía que la escoba municipal y la escoba de la nobleza pulcra habían dejado en aquellas plazuelas y callejas las huellas que el cepillo deja en el paño raído . Había por allí muy pocas tiendas y no muy lucidas . Desde la torre se veía la historia de las clases privilegiadas contada por piedras y adobes en el recinto viejo de Vetusta . La iglesia ante todo : los conventos ocupaban cerca de la mitad del terreno ; Santo Domingo solo , tomaba una quinta parte del área total de la Encimada : seguía en tamaño las Recoletas , donde se habían reunido en tiempo de la Revolución de Septiembre dos comunidades de monjas , que juntas eran diez y ocupaban con su convento y huerto la sexta parte del barrio . Verdad era que San Vicente estaba convertido en cuartel y dentro de sus muros retumbaba la indiscreta voz de la corneta , profanación constante del sagrado silencio secular ; del convento ampuloso y plateresco de las Clarisas había hecho el Estado un edificio para toda clase de oficinas , y en cuanto a San Benito era lóbrega prisión de mal seguros delincuentes . Todo esto era triste ; pero el Magistral que veía , con amargura en los labios , estos despojos de que le daba elocuente representación el catalejo , podía abrir el pecho al consuelo y a la esperanza contemplando , fuera del barrio noble , al Oeste y al Norte , gráficas señales de la fe rediviva , en los alrededores de Vetusta , donde construía la piedad nuevas moradas para la vida conventual , más lujosas , más elegantes que las antiguas , si no tan sólidas ni tan grandes . La Revolución había derribado , había robado ; pero la Restauración , que no podía restituir , alentaba el espíritu que reedificaba y ya las Hermanitas de los Pobres tenían coronado el edificio de su propiedad , tacita de plata , que brillaba cerca del Espolón , al Oeste , no lejos de los palacios y chalets de la Colonia , o sea el barrio nuevo de americanos y comerciantes del reino . Hacia el Norte , entre prados de terciopelo tupido , de un verde obscuro , fuerte , se levantaba la blanca fábrica que con sumas fabulosas construían las Salesas , por ahora arrinconadas dentro de Vetusta , cerca de los vertederos de la Encimada , casi sepultadas en las cloacas , en una casa vieja , que tenía por iglesia un oratorio mezquino . Allí , como en nichos , habitaban las herederas de muchas familias ricas y nobles ; habían dejado , en obsequio al Crucificado , el regalo de su palacio ancho y cómodo de allá arriba por la estrechez insana de aquella pocilga , mientras sus padres , hermanos y otros parientes regalaban el perezoso cuerpo en las anchuras de los caserones tristes , pero espaciosos de la Encimada . No sólo era la iglesia quien podía desperezarse y estirar las piernas en el recinto de Vetusta la de arriba , también los herederos de pergaminos y casas solariegas , habían tomado para sí anchas cuadras y jardines y huertas que podían pasar por bosques , con relación al área del pueblo , y que en efecto se llamaban , algo hiperbólicamente , parques , cuando eran tan extensos como el de los Ozores y el de los Vegallana . Y mientras no sólo a los conventos , y a los palacios , sino también a los árboles se les dejaba campo abierto para alargarse y ensancharse como querían , los míseros plebeyos que a fuerza de pobres no habían podido huir los codazos del egoísmo noble o regular , vivían hacinados en casas de tierra que el municipio obligaba a tapar con una capa de cal ; y era de ver cómo aquellas casuchas , apiñadas , se enchufaban , y saltaban unas sobre otras , y se metían los tejados por los ojos , o sean las ventanas . Parecían un rebaño de retozonas reses que apretadas en un camino , brincan y se encaraman en los lomos de quien encuentran delante . A pesar de esta injusticia distributiva que don Fermín tenía debajo de sus ojos , sin que le irritara , el buen canónigo amaba el barrio de la catedral , aquel hijo predilecto de la Basílica , sobre todos . La Encimada era su imperio natural , la metrópoli del poder espiritual que ejercía . El humo y los silbidos de la fábrica le hacían dirigir miradas recelosas al Campo del Sol ; allí vivían los rebeldes ; los trabajadores sucios , negros por el carbón y el hierro amasados con sudor ; los que escuchaban con la boca abierta a los energúmenos que les predicaban igualdad , federación , reparto , mil absurdos , y a él no querían oírle cuando les hablaba de premios celestiales , de reparaciones de ultra-tumba . No era que allí no tuviera ninguna influencia , pero la tenía en los menos . Cierto que cuando allí la creencia pura , la fe católica arraigaba , era con robustas raíces , como con cadenas de hierro . Pero si moría un obrero bueno , creyente , nacían dos , tres , que ya jamás oirían hablar de resignación , de lealtad , de fe y obediencia . El Magistral no se hacía ilusiones . El Campo del Sol se les iba . Las mujeres defendían allí las últimas trincheras . Poco tiempo antes del día en que De Pas meditaba así , varias ciudadanas del barrio de obreros habían querido matar a pedradas a un forastero que se titulaba pastor protestante ; pero estos excesos , estos paroxismos de la fe moribunda más entristecían que animaban al Magistral . - No , aquel humo no era de incienso , subía a lo alto , pero no iba al cielo ; aquellos silbidos de las máquinas le parecían burlescos , silbidos de sátira , silbidos de látigo . Hasta aquellas chimeneas delgadas , largas , como monumentos de una idolatría , parecían parodias de las agujas de las iglesias ... El Magistral volvía el catalejo al Noroeste , allí estaba la Colonia , la Vetusta novísima , tirada a cordel , deslumbrante de colores vivos con reflejos acerados ; parecía un pájaro de los bosques de América , o una india brava adornada con plumas y cintas de tonos discordantes . Igualdad geométrica , desigualdad , anarquía cromáticas . En los tejados todos los colores del iris como en los muros de Ecbátana ; galerías de cristales robando a los edificios por todas partes la esbeltez que podía suponérseles ; alardes de piedra inoportunos , solidez afectada , lujo vocinglero . La ciudad del sueño de un indiano que va mezclada con la ciudad de un usurero o de un mercader de paños o de harinas que se quedan y edifican despiertos . Una pulmonía posible por una pared maestra ahorrada ; una incomodidad segura por una fastuosidad ridícula . Pero no importa , el Magistral no atiende a nada de eso ; no ve allí más que riqueza ; un Perú en miniatura , del cual pretende ser el Pizarro espiritual . Y ya empieza a serlo . Los indianos de la Colonia que en América oyeron muy pocas misas , en Vetusta vuelven , como a una patria , a la piedad de sus mayores : la religión con las formas aprendidas en la infancia es para ellos una de las dulces promesas de aquella España que veían en sueños al otro lado del mar . Además los indianos no quieren nada que no sea de buen tono , que huela a plebeyo , ni siquiera pueda recordar los orígenes humildes de la estirpe ; en Vetusta los descreídos no son más que cuatro pillos , que no tienen sobre qué caerse muertos ; todas las personas pudientes creen y practican , como se dice ahora . Páez , don Frutos Redondo , los Jacas , Antolínez , los Argumosa y otros y otros ilustres Américo Vespucios del barrio de la Colonia siguen escrupulosamente en lo que se les alcanza las costumbres distinguidas de los Corujedos , Vegallanas , Membibres , Ozores , Carraspiques y demás familias nobles de la Encimada , que se precian de muy buenos y muy rancios cristianos . Y si no lo hicieran por propio impulso los Páez , los Redondo , etc . , etc . , sus respectivas esposas , hijas y demás familia del sexo débil obligaríanles a imitar en religión , como en todo , las maneras , ideas y palabras de la envidiada aristocracia . Por todo lo cual el Provisor mira al barrio del Noroeste con más codicia que antipatía ; si allí hay muchos espíritus que él no ha sondeado todavía , si hay mucha tierra que descubrir en aquella América abreviada , las exploraciones hechas , las factorías establecidas han dado muy buen resultado , y no desconfía don Fermín de llevar la luz de la fe más acendrada , y con ella su natural influencia , a todos los rincones de las bien alineadas casas de la Colonia , a quien el municipio midió los tejados por un rasero . Pero , entre tanto , De Pas volvía amorosamente la visual del catalejo a su Encimada querida , la noble , la vieja , la amontonada a la sombra de la soberbia torre . Una a Oriente otra a Occidente , allí debajo tenía , como dando guardia de honor a la catedral , las dos iglesias antiquísimas que la vieron tal vez nacer , o por lo menos pasar a grandezas y esplendores que ellas jamás alcanzaron . Se llamaban , como va dicho , Santa María y San Pedro ; su historia anda escrita en los cronicones de la Reconquista , y gloriosamente se pudren poco a poco víctimas de la humedad y hechas polvo por los siglos . En rededor de Santa María y de San Pedro hay esparcidas , por callejones y plazuelas casas solariegas , cuya mayor gloria sería poder proclamarse contemporáneas de los ruinosos templos . Pero no pueden , porque delata la relativa juventud de estos caserones su arquitectura que revela el mal gusto decadente , pesado o recargado , de muy posteriores siglos . La piedra de todos estos edificios está ennegrecida por los rigores de la intemperie que en Vetusta la húmeda no dejan nada claro mucho tiempo , ni consienten blancura duradera . Don Saturnino Bermúdez , que juraba tener documentos que probaban al inteligente en heráldica venirle el Bermúdez del rey Bermudo en persona , era el más perito en la materia de contar la historia de cada uno de aquellos caserones , que él consideraba otras tantas glorias nacionales . Cada vez que algún Ayuntamiento radical emprendía o proyectaba siquiera el derribo de algunas ruinas o la expropiación de algún solar por utilidad pública , don Saturnino ponía el grito en el cielo y publicaba en El Lábaro , el órgano de los ultramontanos de Vetusta , largos artículos que nadie leía , y que el alcalde no hubiera entendido , de haberlos leído ; en ellos ponía por las nubes el mérito arqueológico de cada tabique , y si se trataba de una pared maestra demostraba que era todo un monumento . No cabe duda que el señor don Saturnino , siquiera fuese por bien del arte , mentía no poco , y abusaba de lo románico y de lo mudéjar . Para él todo era mudéjar o si no románico , y más de una vez hizo remontarse a los tiempos de Fruela los fundamentos de una pared fabricada por algún modesto cantero , vivo todavía . Estos lapsus del erudito no lastimaban su reputación , porque los pocos que podían descubrirlos los consideraban piadosas exageraciones , anacronismos beneméritos , y los demás vetustenses no leían nada de aquello . Mas no por esto dejaba el sabio de sacar a relucir la retórica , en que creía , ostentando atrevidas imágenes , figuras de gran energía , entre las que descollaban las más temerarias personificaciones y las epanadiplosis más cadenciosas : hablaban las murallas como libros y solían decir : « tiemblan mis cimientos y mis almenas tiemblan » ; y tal puerta cochera hubo que hizo llorar con sus discursos patéticos ; por lo cual solía terminar el artículo del arqueólogo diciendo : « En fin , señores de la comisión de obras , sunt lacrimae rerum ! » . Más de media hora empleó el Magistral en su observatorio aquella tarde . Cansado de mirar o no pudiendo ver lo que buscaba allá , hacia la Plaza Nueva , adonde constantemente volvía el catalejo , separose de la ventana , redujo a su mínimo tamaño el instrumento óptico , guardolo cuidadosamente en el bolsillo y saludando con la mano y la cabeza a los campaneros , descendió con el paso majestuoso de antes , por el caracol de piedra . En cuanto abrió la puerta de la torre y se encontró en la nave Norte de la iglesia , recobró la sonrisa inmóvil , habitual expresión de su rostro , cruzó las manos sobre el vientre , inclinó hacia delante un poco con cierta languidez entre mística y romántica la bien modelada cabeza , y más que anduvo se deslizó sobre el mármol del pavimento que figuraba juego de damas , blanco y negro . Por las altas ventanas y por los rosetones del arco toral y de los laterales entraban haces de luz de muchos colores que remedaban pedazos del iris dentro de las naves . El manteo que el canónigo movía con un ritmo de pasos y suave contoneo iba tomando en sus anchos pliegues , al flotar casi al ras del pavimento , tornasoles de plumas de faisán , y otras veces parecía cola de pavo real ; algunas franjas de luz trepaban hasta el rostro del Magistral y ora lo teñían con un verde pálido blanquecino , como de planta sombría , ora le daban viscosa apariencia de planta submarina , ora la palidez de un cadáver . En la gran nave central del trascoro había muy pocos fieles , esparcidos a mucha distancia ; en las capillas laterales , abiertas en los gruesos muros , sumidas en las sombras , se veía apenas grupos de mujeres arrodilladas o sentadas sobre los pies , rodeando los confesonarios . Aquí y allí se oía el leve rumor de la plática secreta de un sacerdote y una devota en el tribunal de la penitencia . En la segunda capilla del Norte , la más obscura , don Fermín distinguió dos señoras que hablaban en voz baja . Siguió adelante . Ellas quisieron ir tras él , llamarle , pero no se atrevieron . Le esperaban , le buscaban , y se quedaron sin él . - Va al coro - dijo una de las damas . Y se sentaron sobre la tarima que rodeaba el confesonario , sumido en tinieblas . Era la capilla del Magistral . En el altar había dos candeleros de bronce , sin velas , sujetos con cadenillas de hierro . Delante del retablo estaba un Jesús Nazareno de talla ; los ojos de cristal , tristes , brillaban en la obscuridad ; los reflejos del vidrio parecían una humedad fría . Era el rostro el de un anémico ; la expresión amanerada del gesto anunciaba una idea fija petrificada en aquellos labios finos y en aquellos pómulos afilados , como gastados por el roce de besos devotos . Sin detenerse pasó el Magistral junto a la puerta de escape del coro ; llegó al crucero ; la valla que corre del coro a la capilla mayor estaba cerrada . Don Fermín , que iba a la sacristía , dio el rodeo de la nave del trasaltar flanqueada por otra crujía de capillas . Frente a cada una de estas , empotrados en la pared del ábside había haces de columnas entre los que se ocultaban sendos confesonarios , invisibles hasta el momento de colocarse enfrente de ellos . Allí comúnmente ataban y desataban culpas los beneficiados . De uno de estos escondites salió , al pasar el Provisor , como una perdiz levantada por los perros , el señor don Custodio el beneficiado , pálido el rostro , menos las mejillas encendidas con un tinte cárdeno . Sudaba como una pared húmeda . El Magistral miró al beneficiado sin sonreír , pinchándole con aquellas agujas que tenía entre la blanda crasitud de los ojos . Humilló los suyos don Custodio y pasó cabizbajo , confuso , aturdido en dirección al coro . Era gruesecillo , adamado , tenía aires de comisionista francés vestido con traje talar muy pulcro y elegante . El cuerpo bien torneado se lo ceñía , debajo del manteo ampuloso , un roquete que parecía prenda mujeril , sobre la cual ostentaba la muceta ligera , de seda , propia de su beneficio . Este don Custodio era un enemigo doméstico , un beneficiado de la oposición . Creía , o por lo menos propalaba todas las injurias con que se quería derribar al Provisor , y le envidiaba por lo que pudiera haber de cierto en el fondo de tantas calumnias . De Pas le despreciaba ; la envidia de aquel pobre clérigo le servía para ver , como en un espejo , los propios méritos . El beneficiado admiraba al Magistral , creía en su porvenir , se le figuraba obispo , cardenal , favorito en la corte , influyente en los ministerios , en los salones , mimado por damas y magnates . La envidia del beneficiado soñaba para don Fermín más grandezas que el mismo Magistral veía en sus esperanzas . La mirada de este fue en seguida , rápida y rastrera , al confesonario de que salía el envidioso . Arrodillada junto a una de las celosías vio una joven pálida con hábito del Carmen . No era una señorita ; debía de ser una doncella de servicio , una costurera , o cosa así , pensó el Magistral . Tenía los ojos cargados de una curiosidad maliciosa más irritada que satisfecha ; se santiguó , como si quisiera comerse la señal de la cruz , y se recogió , sentada sobre los pies , a saborear los pormenores de la confesión , sin moverse del sitio , pegada al confesonario lleno todavía del calor y el olor de don Custodio . El Magistral siguió adelante , dio vuelta al ábside y entró en la sacristía . Era una capilla en forma de cruz latina , grande , fría , con cuatro bóvedas altas . A lo largo de todas las paredes estaba la cajonería , de castaño , donde se guardaba ropas y objetos del culto . Encima de los cajones pendían cuadros de pintores adocenados , antiguos los más , y algunas copias no malas de artistas buenos . Entre cuadro y cuadro ostentaban su dorado viejo algunas cornucopias cuya luna reflejaba apenas los objetos , por culpa del polvo y las moscas . En medio de la sacristía ocupaba largo espacio una mesa de mármol negro , del país . Dos monaguillos con ropón encarnado , guardaban casullas y capas pluviales en los armarios . El Palomo , con una sotana sucia y escotada , cubierta la cabeza con enorme peluca echada hacia el cogote , acababa de barrer en un rincón las inmundicias de cierto gato que , no se sabía cómo , entraba en la catedral y lo profanaba todo . El perrero estaba furioso . Los monaguillos se hacían los distraídos , pero él , sin mirarles , les aludía y amenazaba con terribles castigos hipotéticos , repugnantes para el estómago principalmente . El Magistral siguió adelante fingiendo no parar mientes en estos pormenores groseros , tan extraños a la santidad del culto . Se acercó a un grupo que en el otro extremo de la sacristía cuchicheaba con la voz apagada de la conversación profana que quiere respetar el lugar sagrado . Eran dos señoras y dos caballeros . Los cuatro tenían la cabeza echada hacia atrás . Contemplaban un cuadro . La luz entraba por ventanas estrechas abiertas en la bóveda y a las pinturas llegaba muy torcida y menguada . El cuadro que miraban estaba casi en la sombra y parecía una gran mancha de negro mate . De otro color no se veía más que el frontal de una calavera y el tarso de un pie desnudo y descarnado . Sin embargo , cinco minutos llevaba don Saturnino Bermúdez empleados en explicar el mérito de la pintura a aquellas señoras y al caballero que llenos de fe y con la boca abierta escuchaban al arqueólogo . El Magistral encontraba casi todos los días a don Saturnino en semejante ocupación . En cuanto llegaba un forastero de alguna importancia a Vetusta , se buscaba por un lado o por otro una recomendación para que Bermúdez fuese tan amable que le acompañara a ver las antigüedades de la catedral y otras de la Encimada . Don Saturnino estaba muy ocupado todo el día , pero de tres a cuatro y media siempre le tenían a su disposición cuantas personas decentes , como él decía , quisieran poner a prueba sus conocimientos arqueológicos y su inveterada amabilidad . Porque además del primer anticuario de la provincia , creía ser - y esto era verdad - el hombre más fino y cortés de España . No era clérigo , sino anfibio . En su traje pulcro y negro de los pies a la cabeza se veía algo que Frígilis , personaje darwinista que encontraremos más adelante , llamaba la adaptación a la sotana , la influencia del medio , etc . ; es decir , que si don Saturnino fuera tan atrevido que se decidiera a engendrar un Bermúdez , este saldría ya diácono por lo menos , según Frígilis . Era el arqueólogo bajo , traía el pelo rapado como cepillo de cerdas negras ; procuraba dejar grandes entradas en la frente y se conocía que una calvicie precoz le hubiera lisonjeado no poco . No era viejo : « La edad de Nuestro Señor Jesucristo » , decía él , creyendo haber aventurado un chiste respetuoso , pero algo mundano . Como lo de parecer cura no estaba en su intención , sino en las leyes naturales , don Saturno - así le llamaban - después de haber perdido ciertas ilusiones en una aventura seria en que le tomaron por clérigo , se dejaba la barba , de un negro de tinta china , pero la recortaba como el boj de su huerto . Tenía la boca muy grande , y al sonreír con propósito de agradar , los labios iban de oreja a oreja . No se sabe por qué entonces era cuando mejor se conocía que Bermúdez no se quejaba de vicio al quejarse del pícaro estómago , de digestiones difíciles y sobre todo de perpetuos restriñimientos . Era una sonrisa llena de arrugas , que equivalía a una mueca provocada por un dolor intestinal , aquella con que Bermúdez quería pasar por el hombre más espiritual de Vetusta , y el más capaz de comprender una pasión profunda y alambicada . Pues debe advertirse que sus lecturas serias de cronicones y otros libros viejos alternaban en su ambicioso espíritu con las novelas más finas y psicológicas que se escribían por entonces en París . Lo de parecer clérigo no era sino muy a su pesar . Él se encargaba unas levitas de tricot como las de un lechuguino , pero el sastre veía con asombro que vestir la prenda don Saturno y quedar convertida en sotana era todo uno . Siempre parecía que iba de luto , aunque no fuera . Sin embargo , pocas veces quitaba la gasa del sombrero porque se tenía por pariente de toda la nobleza vetustense , y en cuanto moría un aristócrata estaba de pésame . Allá , en el fondo de su alma , se creía nacido para el amor , y su pasión por la arqueología era un sentimiento de la clase de sucedáneos . Al ver en las novelas más acreditadas de Francia y de España que los personajes de mejor sociedad sentían sobre poco más o menos las mismas comezones de que él era víctima , ya no vaciló en pensar que lo que le había faltado había sido un escenario . Las muchachas de Vetusta eran incapaces de comprenderle , así como él se confesaba a solas que no se atrevería jamás a acercarse a una joven para decirle cosa mayor en materia de amores . Tal vez las casadas , algunas por lo menos , podrían entenderle mejor . La primera vez que pensó esto tuvo remordimientos para una semana ; pero volvió la idea a presentarse tentadora , y como en las novelas que saboreaba sucedía casi siempre que eran casadas las heroínas , pecadoras sí , pero al fin redimidas por el amor y la mucha fe , vino en averiguar y dar por evidente que se podía querer a una casada y hasta decírselo , si el amor se contenía en los límites del más acendrado idealismo . En efecto , don Saturno se enamoró de una señora casada ; pero le sucedió con ella lo mismo que con las solteras ; no se atrevió a decírselo . Con los ojos sí se lo daba a entender , y hasta con ciertas parábolas y alegorías que tomaba de la Biblia y otros libros orientales ; pero la señora de sus amores no hacía caso de los ojos de don Saturno ni entendía las alegorías ni las parábolas ; no hacía más que decir a espaldas de Bermúdez : - No sé cómo ese don Saturno puede saber tanto : parece un mentecato . Esta señora que llamaban en Vetusta la Regenta , porque su marido , ahora jubilado , había sido regente de la Audiencia , nunca supo la ardiente pasión del arqueólogo . Este joven sentimental y amante del saber se cansó de devorar en silencio aquel amor único y procuró ser veleidoso , aturdirse , y esto último poco trabajo le costaba , porque nunca se vio hombre más aturdido que él en cuanto una mujer quería marearle con una o dos miradas . Cuatro años hacía que no perdía baile , ni reunión de confianza , ni teatro , ni paseo , y todavía las damas , cada vez que le veían bailando un rigodón ( no se atrevía con el wals ni con la polka ) repetían : - ¡ Pero este Bermúdez está desconocido ! ¡ Todos , todos empeñados en que era un cartujo ! Esto le desesperaba . Cierto que jamás había probado las dulzuras groseras y materiales del amor carnal ; pero eso ¿ le constaba al público ? Cierto que primero faltaba el sol que don Saturnino a misa de ocho ; pero esta devoción , así como el comulgar dos veces al mes , en nada empecía ( su estilo ) a los títulos de hombre de mundo que él reclamaba . ¡ Y si las gentes supieran ! ¿ Quién era un embozado que de noche , a la hora de las criadas , como dicen en Vetusta , salía muy recatadamente por la calle del Rosario , torcía entre las sombras por la de Quintana y de una en otra llegaba a los porches de la plaza del Pan y dejaba la Encimada aventurándose por la Colonia , solitaria a tales horas ? Pues era don Saturnino Bermúdez , doctor en teología , en ambos derechos , civil y canónico , licenciado en filosofía y letras y bachiller en ciencias : el autor ni más ni menos , de Vetusta Romana , Vetusta Goda , Vetusta Feudal , Vetusta Cristiana , y Vetusta Transformada , a tomo por Vetusta . Era él , que salía disfrazado de capa y sombrero flexible . No había miedo que en tal guisa le reconociera nadie . ¿ Y adónde iba ? A luchar con la tentación al aire libre ; a cansar la carne con paseos interminables ; y un poco también a olfatear el vicio , el crimen pensaba él , crimen en que tenía seguridad de no caer , no tanto por esfuerzos de la virtud como por invencible pujanza del miedo que no le dejaba nunca dar el último y decisivo paso en la carrera del abismo . Al borde llegaba todas las noches , y solía ser una puerta desvencijada , sucia y negra en las sombras de algún callejón inmundo . Alguna vez desde el fondo del susodicho abismo le llamaba la tentación ; entonces retrocedía el sabio más pronto , ganaba el terreno perdido , volvía a las calles anchas y respiraba con delicia el aire puro ; puro como su cuerpo ; y para llegar antes a las regiones del ideal que eran su propio ambiente , cantaba la Casta diva o el Spirto gentil o el Santo Fuerte , y pensaba en sus amores de niño o en alguna heroína de sus novelas . ¡ Ah , cuánta felicidad había en estas victorias de la virtud ! ¡ Qué clara y evidente se le presentaba entonces la idea de una Providencia ! ¡ Algo así debía de ser el éxtasis de los místicos ! Y don Saturno apretando el paso volvía a su casa ebrio de idealismo , mojando los embozos de la capa con las lágrimas que le hacía llorar aquel baño de idealidad , como él decía para sus adentros . Su enternecimiento era eminentemente piadoso , sobre todo en las noches de luna . Encerrado en su casa , en su despacho , después de cenar , o bien escribía versos a la luz del petróleo o manejaba sus librotes ; y por fin se acostaba , satisfecho de sí mismo , contento con la vida , feliz en este mundo calumniado donde , dígase lo que se quiera , aún hay hombres buenos , ánimos fuertes . Esta voluptuosidad ideal del bien obrar , mezclándose a la sensación agradable del calorcillo del suave y blando lecho , convertía poco a poco a don Saturno en otro hombre ; y entonces era el imaginar aventuras románticas , de amores en París , que era el país de sus ensueños , en cuanto hombre de mundo . Solía volver a sus novelas de la hora de dormirse la imagen de la Regenta , y entablaba con ella , o con otras damas no menos guapas , diálogos muy sabrosos en que ponía el ingenio femenil en lucha con el serio y varonil ingenio suyo ; y entre estos dimes y diretes en que todo era espiritualismo y , a lo sumo , vagas promesas de futuros favores , le iba entrando el sueño al arqueólogo , y la lógica se hacía disparatada , y hasta el sentido moral se pervertía y se desplomaba la fortaleza de aquel miedo que poco antes salvara al doctor en teología . A la mañana siguiente don Saturno despertaba malhumorado , con dolor de estómago , llena el alma de pesimismo desesperado y de flato el cuerpo . - ¡ Memento homo ! - decía el infeliz , y se arrojaba del lecho con tedio , procurando una reacción en el espíritu mediante agudos y terribles remordimientos y propósitos de buen obrar , que facilitaba con chorros de agua en la nuca y lavándose con grandes esponjas . Tal vez era la limpieza , esa gran virtud que tanto recomienda Mahoma , la única que positivamente tenía el ilustre autor de Vetusta Transformada . Después de bien lavado iba a misa sin falta , a buscar el hombre nuevo que pide el Evangelio . Poco a poco el hombre nuevo venía ; y por vanidad o por fe creía en su regeneración todas las mañanas aquel devoto del Corazón de Jesús . Por eso el espíritu no envejecía : era el estómago , el pícaro estómago el que no hacía caso de la fervorosa contrición del pobre hombre . ¡ Y que le dijeran a don Saturno que la materia no es vil y grosera ! Aquel día había recibido antes de comer un billete perfumado de su amiguita Obdulia Fandiño , viuda de Pomares . ¡ Qué emoción ! No quiso abrir el misterioso pliego hasta después de tomar la sopa . ¿ Por qué no soñar ? ¿ Qué era aquello ? O . F . decían dos letras enroscadas como culebras en el lema del sobre . - De parte de doña Obdulia , había dicho el criado . Aquella señora , todo Vetusta lo sabía , era una mujer despreocupada , tal vez demasiado ; era una original ... Entonces ... acaso ... ¿ por qué no ? ... una cita ... Ellos , al fin , se entendían algo , no tanto como algunos maliciaban , pero se entendían ... Ella le miraba en la iglesia y suspiraba . Le había dicho una vez que sabía más que el Tostado , elogio que él supo apreciar en todo lo que valía , por haber leído al ilustre hijo de Ávila . En cierta ocasión ella había dejado caer el pañuelo , un pañuelo que olía como aquella carta , y él lo había recogido y al entregárselo se habían tocado los dedos y ella había dicho : - « Gracias , Saturno » . Saturno , sin don . Una noche en la tertulia de Visitación Olías de Cuervo , Obdulia le había tocado con una rodilla en una pierna . Él no había retirado la pierna ni ella la rodilla ; él había tocado con el suyo el pie de la hermosa y ella no lo había retirado ... Una cucharada de sopa se le atragantó . Bebió vino y abrió la carta . Decía así : « Saturnillo : usted que es tan bueno ¿ querrá hacerme el obsequio de venir a esta su casa a las tres de la tarde ? Le espero con ... » . Hubo que dar vuelta a la hoja . - Impaciencia - pensó el sabio . Pero decía : « ... Le espero con unos amigos de Palomares que quieren visitar la catedral acompañados de una persona inteligente ... etc . , etc . » . Don Saturno se puso colorado como si estuviera en ridículo delante de una asamblea . - No importa - se dijo - esta visita a la catedral es un pretexto . Y añadió : - ¡ Bien sabe Dios que siento la profanación a que se me invita ! Se vistió lo más correctamente que supo , y después de verse en el espejo como un Lovelace que estudia arqueología en sus ratos de ocio , se fue a casa de doña Obdulia . Tal era el personaje que explicaba a dos señoras y a un caballero el mérito de un cuadro todo negro , en medio del cual se veía apenas una calavera de color de aceituna y el talón de un pie descarnado . Representaba la pintura a San Pablo primer ermitaño ; el pintor era un vetustense del siglo diez y siete , sólo conocido de los especialistas en antigüedades de Vetusta y su provincia . Por eso el cuadro y el pintor eran tan notables para Bermúdez . El señor de Palomares vestía un gabán de verano muy largo , de color de pasa , y llevaba en la mano derecha un jipijapa impropio de la estación , pero de cuatro o cinco onzas - su precio en la Habana - y por esto pensaba que podía usarlo todo el otoño . Se creía el señor Infanzón en el caso de comprender el entusiasmo artístico del sabio mejor que las señoras , quien por su natural ignorancia tenían alguna disculpa si no se pasmaban ante un cuadro que no se veía . Buscó alguna frase oportuna y por de pronto halló esto : - ¡ Oh ! ¡ mucho ! ¡ evidentemente ! ¡ conforme ! Después inclinó la cabeza hacia el pecho , como para meditar , pero en realidad de verdad - estilo de Bermúdez - para descansar , con una reacción proporcionada , de la postura incómoda en que el sabio le había tenido un cuarto de hora . Por fin el del jipijapa exclamó : - Me parece , señor Bermúdez , que ese famosísimo cuadro del ilustre ... - Cenceño . - Pues ; del ilustrísimo Cenceño ; luciría más si ... - Si se pudiera ver - interrumpió la esposa del señor Infanzón . Este fulminó terrible mirada de reprensión conyugal y rectificó diciendo : - Luciría más ... si no estuviera un poquito ahumado ... Tal vez la cera ... el incienso ... - No señor ; ¡ qué ahumado ! - respondió el sabio , sonriendo de oreja a oreja - . Eso que usted cree obra del humo es la pátina ; precisamente el encanto de los cuadros antiguos . - ¡ La pátina ! - exclamó el del pueblo convencido - . Sí , es lo más probable . Y se juró , en llegando a Palomares , mirar el diccionario para saber qué era pátina . En aquel momento el Magistral se acercaba a saludar a don Saturno ; reconoció a Obdulia y se inclinó sonriente ; pero menos sonriente que al saludar a Bermúdez . Después dobló la cabeza y parte del cuerpo ante los de Palomares que le fueron presentados por el sabio . - El señor don Fermín de Pas , Magistral y provisor de la diócesis ... - ¡ Oh ! ¡ oh ! ¡ ya ! ¡ ya ! - exclamó Infanzón que hacía mucho admiraba de lejos al señor Magistral . La señora del lugareño manifestó deseos de besar la mano del Provisor , pero la mirada del marido la contuvo otra vez , y no hizo más que doblar las rodillas como si fuera a caerse . El Magistral hablaba en voz alta de modo que sus palabras resonaban en las bóvedas y los demás con el ejemplo se arrimaron también a gritar . Pronto las carcajadas de Obdulia Fandiño , frescas , perladas , como las llamaba don Saturno , llenaron el ambiente , profanado ya con el olor mundano de que había infestado la sacristía desde el momento de entrar . Era el olor del billete , el olor del pañuelo , el olor de Obdulia con que el sabio soñaba algunas veces . Mezclado al de la cera y del incienso le sabía a gloria al anticuario , cuyo ideal era juntar así los olores místicos y los eróticos , mediante una armonía o componenda , que creía él debía de ser en otro mundo mejor la recompensa de los que en la tierra habían sabido resistir toda clase de tentaciones . Obdulia , que disimulaba mal su aburrimiento mientras se hablaba de cuadros , ojivas , arcos peraltados , dovelas y otras tonterías que no había entendido nunca , se animó con la presencia del Magistral de quien era hija de confesión , por más que él había procurado varias veces entregarla a don Custodio , hambriento de esta clase de presas . Aquella mujer le crispaba los nervios a don Fermín ; era un escándalo andando . No había más que notar cómo iba vestida a la catedral . « Estas señoras desacreditan la religión » . Obdulia ostentaba una capota de terciopelo carmesí , debajo de la cual salían abundantes , como cascada de oro , rizos y más rizos de un rubio sucio , metálico , artificial . ¡ Ocho días antes el Magistral había visto aquella cabeza a través de las celosías del confesonario completamente negra ! La falda del vestido no tenía nada de particular mientras la dama no se movía ; era negra , de raso . Pero lo peor de todo era una coraza de seda escarlata que ponía el grito en el cielo . Aquella coraza estaba apretada contra algún armazón ( no podía ser menos ) que figuraba formas de una mujer exageradamente dotada por la naturaleza de los atributos de su sexo . ¡ Qué brazos ! ¡ qué pecho ! ¡ y todo parecía que iba a estallar ! Todo esto encantaba a don Saturno mientras irritaba al Magistral , que no quería aquellos escándalos en la iglesia . Aquella señora entendía la devoción de un modo que podría pasar en otras partes , en un gran centro , en Madrid , en París , en Roma ; pero en Vetusta no . Confesaba atrocidades en tono confidencial , como podía referírselas en su tocador a alguna amiga de su estofa . Citaba mucho a su amigo el Patriarca y al campechano obispo de Nauplia ; proponía rifas católicas , organizaba bailes de caridad , novenas y jubileos a puerta cerrada , para las personas decentes ... ¡ mil absurdos ! El Magistral le iba a la mano siempre que podía , pero no podía siempre . Su autoridad , que era absoluta casi , no conseguía sujetar aquel azogue que se le marchaba por las junturas de los dedos . La doña Obdulita le fatigaba , le mareaba . ¡ Y ella que quería seducirle , hacerle suyo como al obispo de Nauplia , aquel prelado tan fino que no se separaba de ella cuando vivieron en el hotel de la Paix , en Madrid , tabique en medio ! Las miradas más ardientes , más negras de aquellos ojos negros , grandes y abrasadores eran para De Pas ; los adoradores de la viuda lo sabían y le envidiaban . Pero él maldecía de aquel bloqueo . - « Necia , ¿ si creerá que a mí se me conquista como a don Saturno ? » . A pesar de esta cordial antipatía , siempre estaba afable y cortés con la viuda , porque en este punto no distinguía entre amigos y enemigos . Era menester que una persona estuviese debajo de sus pies , aplastada , para que don Fermín no usase con ella de formas irreprochables . La urbanidad era un dogma para el Magistral lo mismo que para Bermúdez , pero sacaban de ella muy diferente partido . Mientras se hablaba de lo mucho bueno que había en la catedral y el lugareño se pasmaba y su señora repetía aquellas admiraciones , Obdulia se miraba como podía , en las altas cornucopias . El Magistral se despidió . No podía acompañar a aquellas señoras , lo sentía mucho ... pero le esperaba la obligación ... el coro . Todos se inclinaron . - Lo primero es lo primero - dijo el de Palomares , aludiendo a la Divinidad y haciendo una genuflexión ( no se sabe si ante la Divinidad o ante el Provisor . ) Afortunadamente , según don Fermín , nada les serviría su inutilidad , mientras que Bermúdez era una crónica viva de las antigüedades vetustenses . Don Saturno estiró las cejas y dio señales de querer besar el suelo ; después miró a Obdulia con mirada seria , penetrante , como con una sonda , como diciéndole : - Ya lo oyes ; soy yo , el primer anticuario de Vetusta , según la opinión del mejor teólogo , quien se declara esclavo tuyo . Todo esto quiso decir con los ojos ; pero ella no debió de entenderlo , porque se despidió del Magistral dejándole el alma , por conducto de las pupilas , entre los pliegues amplios y rítmicos del manteo . De este se despojó don Fermín , después de acercarse a un armario y muy gravemente vistió el ajustado roquete , la señoril muceta y la capa de coro . - ¡ Qué guapo está ! - dijo desde lejos Obdulia , mientras los lugareños admiraban con la fe del carbonero otro cuadro que alababa don Saturnino . Dieron vuelta a toda la sacristía . Cerca de la puerta había algunos cuadros nuevos que eran copias no mal entendidas de pintores célebres . A la Infanzón debieron de agradarle más que las maravillas de Cenceño , sin duda porque se veían mejor . Pero su prudente esposo , considerando que Bermúdez pasaba con afectado desdén delante de aquellos vivos y flamantes colores , dio un codazo a su mujer para que entendiera que por allí se pasaba sin hacer aspavientos . Entre aquellos cuadros había una copia bastante fiel y muy discretamente comprendida del célebre cuadro de Murillo San Juan de Dios , del Hospital de incurables de Sevilla . A la señora de pueblo le llamó la atención la cabeza del santo , que desde que se ve una vez no se olvida . - ¡ Oh , qué hermoso ! - exclamó sin poder contenerse . Miró don Saturno con sonrisa de lástima y dijo : - Sí , es bonito ; pero muy conocido . Y volvió la espalda a San Juan , que llevaba sobre sus hombros al pordiosero enfermo , entre las tinieblas . El señor Infanzón dio un pellizco a su mujer ; se puso muy colorado y en voz baja la reprendió de esta suerte : - Siempre has de avergonzarme . ¿ No ves que eso no tiene ... pátina ? Salieron de la sacristía . - Por aquí - dijo Bermúdez señalando a la derecha ; y atravesaron el crucero no sin escándalo de algunas beatas que interrumpieron sus oraciones para descoser y recortar la coraza de fuego de Obdulia . La falda de raso , que no tenía nada de particular mientras no la movían , era lo más subversivo del traje en cuanto la viuda echaba a andar . Ajustábase de tal modo al cuerpo , que lo que era falda parecía apretado calzón ciñendo esculturales formas , que así mostradas , no convenían a la santidad del lugar . - Señores , vamos a ver el Panteón de los Reyes - murmuró muy quedo el arqueólogo , que iba ya preparando sendos trocitos de su Vetusta Goda y de su Vetusta Cristiana . Y en honor de la verdad se ha de decir que un rey se le iba y otro se le venía ; esto es , que los mezclaba y confundía , siendo la falda de Obdulia la causa de tales confusiones , porque el sabio no podía menos de admirar aquella atrevidísima invención , nueva en Vetusta , mediante la que aparecían ante sus ojos graciosas y significativas curvas que él nunca viera más que en sueños . Con gran pesadumbre comprendía el devoto anticuario que el contraste del lugar sagrado con las insinuaciones talares de la Fandiño , en vez de apagar sus fuegos interiores , era alimento de la combustión que deploraba , como si a una hoguera la echasen petróleo ... Entraron en la capilla del Panteón . Era ancha , obscura , fría , de tosca fábrica , pero de majestuosa e imponente sencillez . El taconeo irrespetuoso de las botas imperiales , color bronce , que enseñaba Obdulia debajo de la falda corta y ajustada ; el estrépito de la seda frotando las enaguas ; el crujir del almidón de aquellos bajos de nieve y espuma que tal se le antojaban a don Saturno , quien los había visto otras veces ; hubieran sido parte a despertar de su sueño de siglos a los reyes allí sepultados , a ser cierto lo que el arqueólogo dijo respecto del descanso eterno de tan respetables señores : - Aquí descansan desde la octava centuria los señores reyes don ... , y pronunció los nombres de seis o siete soberanos con variantes en las vocales , en sentir del lugareño , que siguiendo corrupciones vulgares , decía ue en vez de oi y otros adefesios . Estaba el del pueblo profundamente maravillado de la sabiduría y elocuencia de don Saturnino . Dentro de una cripta cavada en uno de los muros , había un sepulcro de piedra de gran tamaño cubierto de relieves e inscripciones ilegibles . Entre el sepulcro y el muro había estrecho pasadizo , de un pie de ancho y del otro lado , a la misma distancia , una verja de hierro . En la parte interior la obscuridad era absoluta . Del lado de la verja quedaron los lugareños . Bermúdez , y en pos de él Obdulia , se perdieron de vista en el pasadizo sumido en tinieblas . Después de la enumeración de don Saturno , hubo un silencio solemne . El sabio había tosido , iba a hablar . - Encienda usted un fósforo , señor Infanzón - dijo Obdulia . - No tengo ... aquí . Pero se puede pedir una vela . - No señor , no hace falta . Yo sé las inscripciones de memoria ... y además , no se pueden leer . - ¿ Están en latín ? - se atrevió a decir la Infanzón . - No señora , están borradas . No se hizo la luz . El arqueólogo habló cerca de un cuarto de hora . Recitó , fingiendo el pícaro que improvisaba , los capítulos 1 . º , 2 . º , 3 . º y 4 . º de una de sus Vetustas y ya iba a terminar con el epílogo que copiaremos a la letra , cuando Obdulia le interrumpió diciendo : - ¡ Dios mío ! ¿ Habrá aquí ratones ? Yo creo sentir ... Y dio un chillido y se agarró a don Saturno que , patrocinado por las tinieblas , se atrevió a coger con sus manos la que le oprimía el hombro ; y después de tranquilizar a Obdulia con un apretón enérgico , concluyó de esta suerte : - Tales fueron los preclaros varones que galardonaron con el alboroque de ricas preseas , envidiables privilegios y pías fundaciones a esta Santa Iglesia de Vetusta , que les otorgó perenne mansión ultratelúrica para los mortales despojos ; con la majestad de cuyo depósito creció tanto su fama , que presto se vio siendo emporio , y gozó hegemonía , digámoslo así , sobre las no menos santas iglesias de Tuy , Dumio , Braga , Iria , Coimbra , Viseo , Lamego , Celeres , Aguas Cálidas et sic de coeteris . - ¡ Amén ! - exclamó la lugareña sin poder contenerse ; mientras Obdulia felicitaba a Bermúdez con un apretón de manos , en la sombra . El coro había terminado : los venerables canónigos dejaban cumplido por aquel día su deber de alabar al Señor entre bostezo y bostezo . Uno tras otro iban entrando en la sacristía con el aire aburrido de todo funcionario que desempeña cargos oficiales mecánicamente , siempre del mismo modo , sin creer en la utilidad del esfuerzo con que gana el pan de cada día . El ánimo de aquellos honrados sacerdotes estaba gastado por el roce continuo de los cánticos canónicos , como la mayor parte de los roquetes , mucetas y capas de que se despojaban para recobrar el manteo . Se notaba en el cabildo de Vetusta lo que es ordinario en muchas corporaciones : algunos señores prebendados no se hablaban ; otros no se saludaban siquiera . Pero a un extraño no le era fácil conocer esta falta de armonía : la prudencia disimulaba tales asperezas , y en conjunto reinaba la mayor y más jovial concordia . Había apretones de mano , golpecitos en el hombro , bromitas sempiternas , chistes , risas , secretos al oído . Algunos , taciturnos , se despedían pronto y abandonaban el templo ; no faltaba quien saliera sin despedirse . Cuando entraba el Magistral , el ilustrísimo señor don Cayetano Ripamilán , aragonés , de Calatayud , apoyaba una mano en el mármol de la mesa , porque los codos no llegaban a tamaña altura , y exclamaba después de haber olfateado varias veces , como perro que sigue un rastro : La presencia del Provisor contuvo al señor Arcipreste , que , cortando la cita , añadió : - ¿ Parece que hemos tenido faldas por aquí , señor De Pas ? Y sin esperar respuesta hizo picarescas alusiones corteses , pero un poco verdes , a la hermosura esplendorosa de la viudita . Era don Cayetano un viejecillo de setenta y seis años , vivaracho , alegre , flaco , seco , de color de cuero viejo , arrugado como un pergamino al fuego , y el conjunto de su personilla recordaba , sin que se supiera a punto fijo por qué , la silueta de un buitre de tamaño natural ; aunque , según otros , más se parecía a una urraca , o a un tordo encogido y despeluznado . Tenía sin duda mucho de pájaro en figura y gestos , y más , visto en su sombra . Era anguloso y puntiagudo , usaba sombrero de teja de los antiguos , largo y estrecho , de alas muy recogidas , a lo don Basilio , y como lo echaba hacia el cogote , parecía que llevaba en la cabeza un telescopio ; era miope y corregía el defecto con gafas de oro montadas en nariz larga y corva . Detrás de los cristales brillaban unos ojuelos inquietos , muy negros y muy redondos . Terciaba el manteo a lo estudiante , solía poner los brazos en jarras , y si la conversación era de asunto teológico o canónico , extendía la mano derecha y formaba un anteojo con el dedo pulgar y el índice . Como el interlocutor solía ser más alto , para verle la cara Ripamilán torcía la cabeza y miraba con un ojo solo , como también hacen las aves de corral con frecuencia . Aunque era don Cayetano canónigo y tenía nada menos que la dignidad de arcipreste , que le valía el honor de sentarse en el coro a la derecha del Obispo , considerábase él digno de respeto y aun de admiración no por estos vulgares títulos , ni por la cruz que le hacía ilustrísimo , sino por el don inapreciable de poeta bucólico y epigramático . Sus dioses eran Garcilaso y Marcial , su ilustre paisano . También estimaba mucho a Meléndez Valdés y no poco a Inarco Celenio . Había venido a Vetusta de beneficiado a los cuarenta años ; treinta y seis había asistido al coro de aquella iglesia y podía tenerse por tan vetustense como el primero . Muchos no sabían que era de otra provincia . Además de la poesía tenía dos pasiones mundanas : la mujer y la escopeta . A la última había renunciado ; no a la primera , que seguía adorando con el mismo pudibundo y candoroso culto de los treinta años . Ni un solo vetustense , aun contando a los librepensadores que en cierto restaurant comían de carne el Viernes Santo , ni uno solo se hubiera atrevido a dudar de la castidad casi secular de don Cayetano . No era eso . Su culto a la dama no tenía que ver nada con las exigencias del sexo . La mujer era el sujeto poético , como él decía , pues se preciaba de hablar como los poetas de mejores siglos y al asunto solía llamarlo sujeto . Sentía desde su juventud , imperiosa necesidad de ser galante con las damas , frecuentar su trato y hacerlas objeto de madrigales tan inocentes en la intención , cuanto llenos de picardía y pimienta en el concepto . Hubo en el Cabildo épocas de negra intransigencia en que se persiguió la manía de Ripamilán como si fuera un crimen , y se habló de escándalo , y de quemar un libro de versos que publicó el Arcipreste a costa del marqués de Corujedo , gran protector de las letras . Por este tiempo fue cuando se quiso excomulgar a don Pompeyo Guimarán , personaje que se encontrará más adelante . Pasó aquella galerna de fanatismo , y el Arcipreste , que no lo era entonces , sobrenadó con su cargamento de bucólicas inocentadas , bienquisto de todos , menos de conejos y perdices en los montes . Pero ¡ cuán lejanos estaban aquellos tiempos ! ¿ Quién se acordaba ya de Meléndez Valdés , ni de las Églogas y Canciones por un Pastor de Bílbilis , o sea don Cayetano Ripamilán ? El romanticismo y el liberalismo habían hecho estragos . Y había pasado el romanticismo , pero el género pastoril no había vuelto , ni los epigramas causaban efecto por maliciosos que fueran . No era don Cayetano uno de tantos canónigos laudatores temporis acti , como decía él ; no alababa el tiempo pasado por sistema , pero en punto a poesía era preciso confesar que la revolución no había traído nada bueno . - Vivimos en una sociedad hipócrita , triste y mal educada - solía él decir a los jóvenes de Vetusta , que le querían mucho - . Ustedes , por ejemplo , no saben bailar . Díganme , si no , ¿ de dónde se sacan que puede ser buena crianza el coger a una señorita por la cintura y apretarla contra el pecho ? Creía que se bailaba en los salones la polka íntima que él , años atrás , había visto bailar en Madrid , con ocasión de cierto viaje curioso . - En mi tiempo bailábamos de otra manera . El Arcipreste olvidaba de buena fe que él nunca había bailado más que con alguna silla . Eso sí ; allá , cuando seminarista , había sido gran tañedor de flauta y bailarín sin pareja . De todas maneras , figurándose con la abundante y poética fantasía que Dios le había dado , los rigodones en que había lucido garbo y talle , solía , en petit comité - según decía - terciar el manteo , colocar la teja debajo del brazo , levantar un poco la sotana y bailar unos solos muy pespunteados y conceptuosos , llenos de piruetas , genuflexiones y hasta trenzados . Reíanse de todo corazón los muchachos y el buen Arcipreste quedaba en sus glorias , logrando con los pies triunfos que ya su pluma no alcanzaba en los tiempos de prosa a que habíamos llegado . Esto de los bailes solía acontecer en las tertulias a donde el setentón acudía sin falta , porque desde que los médicos le habían prohibido escribir y hasta leer de noche , no podía pasar sin la sociedad más animada y galante . El tresillo le aburría y los conciliábulos de canónigos y obispos de levita , como él decía siempre , le ponían triste . « No era liberal ni carlista . Era un sacerdote » . La juventud le atraía y prefería su trato al de los más sesudos vetustenses . Los poetillas y gacetilleros de la localidad tenían en él un censor socarrón y malicioso , aunque siempre cortés y afable . Encontrábase en la calle , por ejemplo , con Trifón Cármenes , el poeta de más alientos de Vetusta , el eterno vencedor en las justas incruentas , de la gaya ciencia ; le llamaba con un dedo , acercaba su corva nariz a la ancha oreja del vate y decíale : - He visto aquello ... No está mal ; pero no hay que olvidar lo de versate manu . ¡ Los clásicos , Trifoncillo , los clásicos sobre todo ! ¿ Dónde hay sencillez como aquella : Y recitaba la tierna poesía de Villegas hasta el último verso , con lágrimas en los ojos y agua en los labios . La mayoría del cabildo absolvía de esa falta de formalidad al Arcipreste a condición de que se le tuviera por chocho . - Y aun así y todo - decía un canónigo muy buen mozo , nuevo en Vetusta y en el oficio , pariente del ministro de Gracia y Justicia - aun así y todo no se puede llevar en calma la imprudencia con que habla de todo ; suelta la sin hueso y juzga precipitadamente , y emplea vocablos y alusiones impropias de una dignidad . A este mismo señor canónigo que embozadamente le había reprendido algunas veces por la pimienta de sus epigramas , solía taparle la boca el Arcipreste diciendo : - Nada , nada , repito lo que mi paisano y queridísimo poeta Marcial dejó escrito para casos tales , es a saber : Con lo cual daba a entender , y era verdad , que él tenía los verdores en la lengua , y otros , no menos canónigos que él , en otra parte . Y no era de estos días el ser don Cayetano muy honesto en el orden aludido , sino que toda la vida había sido un boquirroto en tal materia , pero nada más que un boquirroto . Y esta era la traducción libre del verso de Marcial . El Arcipreste estaba muy locuaz aquella tarde . La visita de Obdulia a la catedral había despertado sus instintos anafrodíticos , su pasión desinteresada por la mujer , diríase mejor , por la señora . Aquel olor a Obdulia , que ya nadie notaba , sentíalo aún don Cayetano . El Magistral contestaba con sonrisas insignificantes . Pero no se marchaba . Algo tenía que decir al Arcipreste . No era De Pas de los que solían quedarse al tertulín , como llamaban a la sabrosa plática de la sacristía después del coro . Si hacía bueno , los del tertulín acostumbraban salir juntos a paseo por una carretera o ir al Espolón . Si llovía o amenazaba , prolongaban el palique hasta que el Palomo hacía un discreto ruido con las llaves de la catedral y cada canónigo se iba a su casa . No se crea por esto que eran íntimos amigos los aficionados a platicar después del coro . Acontecía allí lo que es ley general de los corrillos . Entre todos murmuraban de los ausentes , como si ellos no tuvieran defectos , estuvieran en el justo medio de todo y en la vida hubieran de separarse . Pero marchaba uno , y los demás le guardaban cierto respeto por algunos minutos . Cuando ya debía de estar en su casa el temerario , alguno de los que quedaban , decía de repente : - Como ese otro ... Y todos sabían que aquel gesto de señalar a la puerta y tales palabras significaban : - ¡ Fuego graneado ! Y no le quedaba hueso sano a ese otro . El Arcipreste no era de los que menos murmuraban . Él le había puesto el apodo que llevaba sin saberlo , como una maza , al señor Arcediano don Restituto Mourelo . En el cabildo nadie le llamaba Mourelo , ni Arcediano , sino Glocester . Era un poco torcido del hombro derecho don Restituto - por lo demás buen mozo , casi tan alto como el pariente del ministro - , y como este defecto incurable era un obstáculo a las pretensiones de gallardía que siempre había alimentado , discurrió hacer de tripas corazón , como se dice , o sea sacar partido , en calidad de gracia , de aquella tacha con que estaba señalado . En vez de disimularlo subrayaba el vicio corporal torciéndose más y más hacia la derecha , inclinándose como un sauce llorón . Resultaba de aquella extraña postura que parecía Mourelo un hombre en perpetuo acecho , adelantándose a los rumores , avanzada de sí mismo para saber noticias , cazar intenciones y hasta escuchar por los agujeros de las cerraduras . Encontraba el Arcediano , sin haber leído a Darwin , cierta misteriosa y acaso cabalística relación entre aquella manera de F que figuraba su cuerpo y la sagacidad , la astucia , el disimulo , la malicia discreta y hasta el maquiavelismo canónico que era lo que más le importaba . Creía que su sonrisa , un poco copiada de la que usaba el Magistral , engañaba al mundo entero . Sí , era cierto que don Restituto disfrutaba de dos caras : iba con los de la feria y volvía con los del mercado ; disimulaba la envidia con una amabilidad pegajosa y fingía un aturdimiento en que no incurría nunca . - Pero , decía el Arcipreste , ni su amabilidad engaña a todos , ni aunque sea un redomado vividor es tan Maquiavelo como él supone . Hablaba , siempre que podía , al oído del interlocutor , guiñaba los ojos alternativamente , gustaba de frases de segunda y hasta tercera intención , como cubiletes de prestidigitador , y era un hipócrita que fingía ciertos descuidos en las formas del culto externo , para que su piedad pareciese espontánea y sencilla . Todo se volvía secretos . Decía él que abría el corazón por única vez al primero que quería oírle . - Por la boca muere el pez , ya lo sé . No soy yo de los que olvidan que en boca cerrada no entran moscas ; pero con usted no tengo inconveniente en ser explícito y franco , acaso por la primera vez en mi vida . Pues bien , oiga usted el secreto . Y lo decía . Hablaba en voz baja , con misterio . Entraba en la sacristía muchas veces diciendo de modo que apenas se le oía : - ¡ Buen tiempo tenemos , señores ! ¡ Mucho dure ! Ripamilán , que años atrás iba de tapadillo al teatro alguna rara vez , escondiéndose en las sombras de una platea de proscenio o sea bolsa , vio una noche el drama titulado : Los hijos de Eduardo , arreglado por Bretón de los Herreros , y en cuanto salió a escena Glocester , el Regente jorobado y torcido y lleno de malicias , exclamó : - ¡ Ahí está el Arcediano ! La frase hizo fortuna y Glocester fue en adelante don Restituto Mourelo para toda Vetusta ilustrada . Allí estaba , oyendo con fingida complacencia los chistes picarescos del Arcipreste , cuya lengua temía , presente y ausente . Cuando don Cayetano volvía la espalda , pues hablaba girando con frecuencia sobre los talones , Glocester guiñaba un ojo al Deán y barrenaba con un dedo la frente . Quería aludir a la locura del poeta bucólico . El cual continuaba diciendo : - No señores , no hablo a humo de pajas ; yo sé la vida que llevaba esta señora viuda en la corte , porque era muy amiga del célebre obispo de Nauplia , a quien yo traté allí con gran intimidad . En una fonda de la calle del Arenal tuve ocasión de conocer bien a esa Obdulia , a quien antes apenas saludaba aquí , a pesar de que éramos contertulios en casa del Marqués de Vegallana . Ahora somos grandes amigos . Es epicurista . No cree en el sexto . Hubo una carcajada general . Sólo el Provisor se contentó con sonreír , inclinarse y poner cara de santo que sufre por amor de Dios el escándalo de los oídos . El Arcediano rio sin ganas . La historia de Obdulia Fandiño profanó el recinto de la sacristía , como poco antes lo profanaran su risa , su traje y sus perfumes . El Arcipreste narraba las aventuras de la dama como lo hubiera hecho Marcial , salvo el latín . - Señores , a mí me ha dicho Joaquinito Orgaz que los vestidos que luce en el Espolón esa señora ... - Son bien escandalosos ... - dijo el Deán . - Pero muy ricos - observó el pariente del ministro . - Y muchos ; nunca lleva el mismo ; cada día un perifollo nuevo - añadió el Arcediano - ; yo no sé de dónde los saca , porque ella no es rica ; a pesar de sus pretensiones de noble , ni lo es ni tiene más que una renta miserable y una viudedad irrisoria ... - Pues a eso voy - interrumpió triunfante don Cayetano - . Me ha dicho el chico de Orgaz , que acabó la carrera de médico en San Carlos , que estos últimos años Obdulita servía en Madrid a su prima Tarsila Fandiño , la célebre querida del célebre ... - Sí ¿ qué ? - Que le servía de trotaconventos , digámoslo así . Es decir , no tanto : pero vamos , que la acompañaba y ... claro , la otra , agradecida ... le manda ahora los vestidos que deja , y como los deja nuevos y tiene tantos y tan ricos ... El cabildo , que fingía oír por educación , nada más , al Arcipreste , se interesaba de veras con la crónica . Ripamilán saboreaba la plática lasciva sólo por lo que tenía de gracejo . Los demás empezaron a estorbarse oyendo juntos aquellas murmuraciones . El Arcipreste clavaba los ojuelos negros y punzantes en el Magistral , confesor de Obdulia ; parecía buscar su testimonio . El Provisor no estaba allí más que para hablar a solas con don Cayetano . Sufría sus impertinencias con calma . Le estimaba . Le perdonaba aquellos inocentes alardes de erotismo retórico porque conocía sus costumbres intachables y su corazón de oro . Eran muy buenos amigos , y Ripamilán el más decidido y entusiástico partidario de don Fermín en las luchas del cabildo . Otros le seguían por interés , muchos por miedo ; don Cayetano , incapaz de temer a nadie , le servía y le amaba porque , según él , era el único hombre superior de la catedral . El Obispo era un bendito , Glocester un taimado con más malicia que talento ; el Magistral un sabio , un literato , un orador , un hombre de gobierno , y lo que valía más que todo , en su concepto , un hombre de mundo . Cuando se le hablaba de los supuestos cohechos del Provisor , de su tiranía , de su comercio sórdido , se indignaba el anciano y negaba en redondo hasta los casos de simonía más probables . Si le traían a cuento el capítulo de las aventuras amorosas , que no pasaban de ser rumores anónimos , sin fundamento que hiciera prueba , el Arcipreste sonreía al negar , dando a entender que aquello era posible , pero importaba menos . - La verdad es que don Fermín es muy buen mozo , y , si las beatas se enamoran de él viéndole gallardo , pulcro , elegante y hablando como un Crisóstomo en el púlpito , él no tiene la culpa ni la cosa es contraria a las sabias leyes naturales . El Magistral sabía todo lo que Ripamilán pensaba de él y le consideraba el más fiel de sus parciales . Por eso le esperaba . Tenía que hacerle ciertas preguntas que , no tratándose del Arcipreste , podrían ser peligrosas . Glocester había olido algo . - « ¿ Cómo no se marchaba el Magistral ? ¿ Cómo sufría aquella jaqueca ? No , pues él tampoco dejaba el puesto » . Era el de Mourelo el más cordial enemigo que tenía el Provisor . Precisamente el trabajo de maquiavelismo más refinado del Arcediano consistía en mantener en la apariencia buenas relaciones con « el déspota » , pasar como partidario suyo y minarle el terreno , prepararle una caída que ni la de don Rodrigo Calderón . Vastísimos eran los planes de Glocester , llenos de vueltas y revueltas , emboscadas y laberintos , trampas y petardos y hasta máquinas infernales . Don Custodio el beneficiado era su lugarteniente . Este le había dado aquella tarde la noticia de que la Regenta estaba en la capilla del Magistral esperándole para confesar . Novedad estupenda . La Regenta , muy principal señora , era esposa de don Víctor Quintanar , Regente en varias Audiencias , últimamente en la de Vetusta , donde se jubiló con el pretexto de evitar murmuraciones acerca de ciertas dudosas incompatibilidades ; pero en realidad porque estaba cansado y podía vivir holgadamente saliendo del servicio activo . A su mujer se la siguió llamando la Regenta . El sucesor de Quintanar era soltero y no hubo conflicto ; pasó un año , vino otro regente con señora y aquí fue ella . La Regenta en Vetusta era ya para siempre la de Quintanar de la ilustre familia vetustense de los Ozores . En cuanto a la advenediza tuvo que perdonar y contentarse con ser : la otra Regenta . Además , el conflicto duraría poco ; ya empezaba a usarse el nombre de « Presidente » y pronto habría nombre distinto para cada cual . Entretanto la Regenta era la de Ozores . La cual siempre había sido hija de confesión de don Cayetano , pero este , que de algunos años a esta parte sólo confesaba a algunas pocas personas , señoras casi todas , de alta categoría , escogidísimos amigos y amigas , al cabo se había cansado también de esta leve carga , pesada para sus años ; y resuelto a retirarse por completo del confesonario , había suplicado a sus hijas de confesión que le librasen de este trabajo y hasta señalado sucesor en tan grave e interesante ministerio ; sucesor diferente según las personas . Esta especie de herencia , o mejor , sucesión inter vivos , era muy codiciada en el cabildo y por todos los dependientes del clero catedral . Antes de la reacción religiosa que en Vetusta , como en toda España , habían producido los excesos de los libre-pensadores improvisados en tabernas , cafés y congresos , era el Arcipreste el confesor de la nata de la Encimada , porque tenía la manga ancha en ciertas materias ; pero ya la moda había cambiado , se hilaba más delgado en asuntos pecaminosos y el Magistral que se iba con pies de plomo era preferido . Sin embargo , unas por costumbre , otras por no dar un desaire a don Cayetano , y algunas por seguir contentas con aquel sistema de la manga ancha , algunas damas continuaban asistiendo al tribunal del latitudinario , hasta que él mismo se cansó y con buenos modos empezó a sacudirse las moscas . Don Custodio , joven ardentísimo en sus deseos , creía demasiado en los milagros de fortuna que hace la confesión auricular y atribuía a ellos sin razón los progresos del Magistral ; por esto acechaba la sucesión del Arcipreste con más avaricia que todos , con pasión imprudente . Había averiguado que doña Olvido , la orgullosa hija única de Páez , uno de los más ricos americanos de La Colonia había pasado , tiempo atrás , del confesonario de Ripamilán al de don Fermín . Esto era ya una gollería . Pero ¡ oh escándalo ! ahora ( don Custodio lo había averiguado escuchando detrás de una puerta ) , ahora el chocho del poeta bucólico dejaba al Magistral la más apetecible de sus joyas penitenciarias , como lo era sin duda la digna y virtuosa y hermosísima esposa de don Víctor Quintanar . ¡ Y don Custodio sentía la alegórica baba de la envidia manar de sus labios ! Después de haber tropezado en el trasaltar con el Provisor , se había dirigido hacia el trascoro , y dentro de la capilla del otro , había visto , mirando de soslayo , dos señoras ; nuevas sin duda , pues no sabían que aquella tarde no se sentaba don Fermín . Había vuelto a pasar , había mirado mejor y con disimulo , y pudo conocer , a pesar de las sombras de la capilla , que una de aquellas damas era la Regenta en persona . Entró en el coro , y se lo dijo a Glocester . El Arcediano aspiraba a esta sucesión particular ; creía pertenecerle por razón de su dignidad el honor de confesar a doña Ana Ozores . « Con el Obispo no había que contar ; el Deán era un viejo que no hacía más que comer y temblar ; en una procesión de desagravios cuatro borrachos le habían dado un susto , del que sólo se repuso su estómago ; digería muy bien , pero no discurría ; no pensaba más que lo suficiente para seguir vegetando y asistiendo al coro ; tampoco había que contar con él . El Arcipreste renunciaba a la Regenta , ¿ pues qué dignidad seguía ? la suya ; la jerarquía indicaba al Arcediano . Se trataba , pues , de un atropello , de una injusticia que clamaba al cielo , y no podía clamar al Obispo , porque este era esclavo de don Fermín » . Esta opinión de Glocester la aprobaba don Custodio ; no tenía el beneficiado la pretensión excesiva de coger para sí tan buen bocado , pero quería que a lo menos no se lo comiera su enemigo . Adulaba a Glocester y le animaba a luchar por la justa causa de sus derechos . Glocester , halagado , y con color de remolacha , dijo al oído del confidente : - ¿ Será libre elección de esa señora ? - Y separándose un poco , para ver el efecto de su malicia , miró al beneficiado con ojos llenos de picaresca intención , mientras los carrillos cárdenos e hinchados delataban un buche de risa , próxima a derramarse por las comisuras de los labios . - Puede ser - contestó don Custodio , subrayando las palabras , para darse por enterado de la intención del otro . Mientras el Arcipreste profanaba los cuatro lados de la cruz latina , que era sacristía , con el relato mundano de la vida y milagros de Obdulia Fandiño , Glocester , sonriendo , pensaba en los motivos que podía tener el Magistral para oír a don Cayetano , en vez de correr al confesonario al pie del cual le esperaba la más codiciada penitente de Vetusta la noble . Se juraba a sí mismo el Maquiavelo del cabildo no abandonar el puesto sin saber a qué atenerse . El Magistral había resuelto no entrar aquel día en la capilla que llamaban suya . Confesar aquella tarde hubiera sido una excepción , motivo para dar que decir . ¿ Estarían allí todavía aquellas señoras ? Al bajar de la torre y pasar por el trascoro las había visto , las había conocido , eran la Regenta y Visitación ; estaba seguro . ¿ Cómo habían venido sin avisar ? Don Cayetano debía de saberlo . Cuando una señora de las principales , como era la Regenta , quería hacerse hija de confesión del Magistral , le avisaba en tiempo oportuno , le pedía hora . Las personas desconocidas , las mujeres de pueblo no se atrevían a tanto , y las pocas de esta clase que confesaban con él acudían en montón a la capilla obscura cuyos secretos envidiaba don Custodio ; allí esperaban el turno de las penitentes anónimas . Estas humildes devotas ya sabían cuáles eran los días de descanso para el Magistral . Aquel era uno y por eso la capilla estuvo desierta hasta que llegaron las dos señoras . Visitación se confesaba cada dos o tres meses , no conocía a punto fijo los días fastos y nefastos , ignoraba cuándo se sentaba el Provisor y cuándo no . La Regenta venía por primera vez , « ¿ por qué no le había avisado ? El suceso era bastante solemne y había de sonar lo suficiente para merecer preliminares más ceremoniosos . ¿ Era orgullo ? ¿ Era que aquella señora pensaba que él había de beber los vientos para averiguar cuándo vendría a favorecerle con su visita ? ... ¿ Era humildad ? ¿ Era que con una delicadeza y un buen gusto cristiano y no común en las damas de Vetusta , quería confundirse con la plebe , confesar de incógnito , ser una de tantas ? » . Esta hipótesis le halagaba mucho al Magistral . Le parecía un rasgo poético y sinceramente religioso . « Estaba cansado de Obdulias y Visitaciones . El poco seso de estas , y otras damas , les hacía ser irreverentes , groseras , sí , groseras , con el sacramento y en general con todo el culto . Se tomaban confianzas que eran profanaciones ; adquirían pronto una familiaridad importuna que daba ocasión a las calumnias de los necios y de los mal intencionados » . « No era él un don Custodio , ignorante de lo que es el mundo , lleno de ensueños , ambicioso de cierto oropel eclesiástico , que tal vez se gana en el confesonario , para que le halagasen todavía revelaciones imprudentes , que sólo servían para inundarle el alma de hastío . Esperaba algo nuevo , algo más delicado , algo selecto » . Sabía , por rumores , que el Arcipreste había aconsejado a la Regenta que acudiese a la capilla del Magistral , puesto que él se retiraba del confesonario . Pero don Cayetano nada le había dicho . Además , como en materia de confesión los buenos clérigos son muy reservados , Ripamilán , que sabía tratar en serio los asuntos serios , nunca había hablado al Magistral de lo que podía ser la Regenta , juzgada desde el tribunal sagrado . Aquella tarde esperaba De Pas saber algo . Pero Glocester no se marchaba . Ya no se hablaba de Obdulia , ni de su prima la de Madrid , su modelo ; se hablaba del tiempo ; y Glocester no se movía . Se habían ido despidiendo todos los señores canónigos ; quedaban los tres y el Palomo , que abría y cerraba cajones con estrépito y murmuraba ; maldiciones sin duda . Don Cayetano contuvo su verbosidad , comprendió que algo deseaba decirle el Magistral , que estorbaba Glocester ; recordó de repente que él también quería hablar al Provisor , y como en casos tales no se mordía la lengua , cortó la conversación diciendo : - ¡ Ah ! ¡ pícara memoria ! don Fermín , una palabra , con permiso del señor Arcediano ... es decir , no es una palabra , tenemos que hablar largo ... son intereses espirituales . Glocester se mordió los labios ; saludó con el torcido tronco , haciéndose un arco de puente , y salió de la sacristía diciendo para su alzacuello morado y blanco : - « ¡ Este vejete chocho y mal educado me las ha de pagar todas juntas ! » . El Arcipreste se burlaba de la diplomacia y del maquiavelismo del Arcediano con salidas de tono , indirectas del Padre Cobos y otros expedientes por el estilo . - « Si todos fueran como yo , Glocester no sabría qué hacer de su habilidad y disimulo . ¡ Ay de los zorros , si las gallinas no fuesen gallinas ! » . Glocester salía siempre por la puerta del claustro , abierta al extremo Norte del crucero ; por allí llegaba antes a su casa : pero esta vez quiso salir por la puerta de la torre , porque así pasaba junto a la capilla del Magistral . Miró ; no había nadie . Entonces se detuvo , volvió a mirar con ahínco , dio un paso dentro de la capilla ; no había nadie ; estaba seguro . « ¡ Luego aquellas señoras se habían ido sin confesión ; luego el Magistral se permitía el lujo de desairar nada menos que a la Regenta ! » . El Arcediano vio un mundo de intrigas que podían fundarse en este descuido del Provisor . Tomó agua bendita en una pila grande de mármol negro , y mientras se santiguaba , inclinándose frente al altar del trascoro , decía para sí : - Este será el talón de Aquiles . Ese desaire te costará caro . Lo explotaré . Y salió de la catedral haciendo cálculos por los dedos , que se le antojaban cábalas , asechanzas , espionaje , intrigas y hasta postigos secretos y escaleras subterráneas . El Arcipreste había abierto la boca al oír a De Pas que la Regenta estaba en la catedral , según le habían dicho , y que él no había corrido a saludarla y a confesarla , si a eso venía , como era de suponer . - ¿ Pero qué pensará ese ángel de bondad ? - gritaba don Cayetano , asustado de veras . - A ver , Rodríguez ( el Palomo ) corre a la capilla del señor Magistral , y si está allí una señora ... Era inútil . Entraba en aquel momento Celedonio el acólito que se metió en la conversación diciendo : - No señor , ya se han ido . Eran doña Visita y la señora Regenta . Se han ido . Yo hablé con ellas . Les dije que hoy no se sentaba el señor Magistral ; y doña Visita que ya quería irse antes , cogió del brazo a doña Ana y se la llevó . - ¿ Y qué decían ? - preguntó don Cayetano . - Doña Ana callaba . Doña Visita estaba incomodada porque la señora Regenta había querido venir sin mandar antes un recado . Creo que fueron a paseo , porque doña Visita dijo no sé qué del Espolón . - ¡ Al Espolón ! - gritó Ripamilán , cogiendo con una mano un brazo del Magistral y con la otra la teja - . ¡ Al Espolón ! - ¡ Pero don Cayetano ! - Es cuestión de honra para mí ; de ese desaire tengo yo culpa en cierto modo . - Pero si no fue desaire - repetía el Provisor dejándose llevar , y con el rostro hermoseado por una especie de luz espiritual de alegría que lo inundaba . - Sí , señor ; y de todos modos , desaire o no , yo quiero dar una explicación a mi querida amiga ... ¡ Al Espolón ! Por el camino hablaremos ; quiero que V . conozca bien a esa mujer , psicológicamente , como dicen los pedantes de ahora ; es una gran mujer , un ángel de bondad como le tengo dicho ; un ángel que no merece un feo . - Pero , si no hubo feo ... Yo le explicaré a V ... Yo no sabía ... Y hablaban en voz baja , porque ya iban andando por la nave Sur de la catedral , dirigiéndose a la puerta . La última capilla de este lado era la de Santa Clementina . Era grande , construida siglos después que las otras capillas , en el diez y siete . Tenía cuatro altares en el centro ; las paredes estaban adornadas con profusión de hojarasca , arabescos y otros cosméticos del género decadente a que pertenecía . El Magistral y el Arcipreste oyeron voces dentro de la capilla . De Pas no paró la atención en ellas , pero Ripamilán se detuvo , olfateando , y tendió el cuello en actitud de escuchar . - ¡ Así Dios me valga , son ellos ! - dijo pasmado . - ¿ Quién ? - Ellos ; la viudita y don Saturno ; reconozco el chirrido de ese grillo destemplado . Y el Arcipreste que manifestara poco antes tanta prisa por salir del templo , se empeñó en entrar en Santa Clementina . El Magistral le siguió , para ocultar su deseo de llegar al Espolón cuanto antes . Eran ellos , en efecto . En medio de la capilla , don Saturnino sudando copiosamente , cubierta la levita de telarañas y manchas de cal , rojo el rostro , cárdenas las orejas , arengaba a su auditorio , con un brazo extendido en dirección de la bóveda . Estaba indignado , al parecer , y su indignación la comunicaba de grado o por fuerza a los Infanzones . - Señores - exclamaba - ya lo ven ustedes : esta capilla es el lunar , el feo lunar , el borrón diré mejor , de esta joya gótica . Han visto ustedes el panteón , de severa arquitectura románica , sublime en su desnudez ; han visto el claustro , ojival puro ; han recorrido las galerías de la bóveda , de un gótico sobrio y nada amanerado ; han visitado la cripta llamada Capilla Santa de reliquias , y han podido ver un trasunto de las primitivas iglesias cristianas ; en el coro han saboreado primores del relieve , si no de un Berruguete , de un Palma Artela , desconocido , pero sublime artífice ; en el retablo de la Capilla mayor han admirado y gustado con delicia los arranques geniales , sí , geniales puedo decir , del cincel de un Grijalte ; y reasumiendo , en toda la Santa Basílica han podido corroborar la idea de que este templo es obra de arte severo , puro , sencillo , delicado ... Empero aquí , señores , forzoso es confesarlo , el mal gusto desbordado , la hinchazón , la redundancia se han dado cita para labrar estas piedras en las que lo amanerado va de la mano con lo extravagante , lo recargado con lo deforme . Esta Santa Clementina , hablo de su capilla , es una deshonra del arte , la ignominia de la catedral de Vetusta . Calló un momento para limpiar el sudor de la frente y del cogote con el pañuelo perfumado de Obdulia , porque el suyo estaba empapado tiempo hacía en elocuencia liquefacta . Los Infanzones sudaban también . El marido tenía en la cabeza una olla de grillos . Había oído en hora y media un curso peripatético - ¡ a pie y andando todo el tiempo ! - de arqueología y arquitectura y otro curso de historia pragmática . El desgraciado ya confundía a los califas de Córdoba con las columnas de la Mezquita , y ya no sabía cuáles eran más de ochocientos , si las columnas o los califas ; el orden dórico , el jónico y el corintio , los mezclaba con los Alfonsos de Castilla , y ya dudaba si la fundación de Vetusta se debía a un fraile descalzo o al arco de medio punto ; reasumiendo , como decía el sabio ; sentía náuseas invencibles y apenas oía al arqueólogo , preocupándole más sus esfuerzos por contener impulsos del estómago cuya expansión hubiera sido una irreverencia . - Si estuviéramos en un barco , no sería tan inoportuno - pensaba - ¡ pero en una catedral ! El Infanzón estaba en rigor como en alta mar , y cada vez que oía decir la nave del Norte , la nave del Sur , la nave principal , se creía al frente de una escuadra y se figuraba que don Saturno apestaba a brea . Pero el pobre lugareño seguía diciendo que sí a todo . « Estaba conforme , aquello era una profanación . ¡ Qué pesadez la de aquellos doseletes , la de aquellas hornacinas ! ¡ Vaya si eran pesados ! Como que el Infanzón temía que se le cayeran encima ; porque se meneaban , sin duda . Pero ¡ buen Dios ! añadía para sus adentros ; si el género plateresco es cargante y pesadísimo ¿ dónde habrá cosa más plateresca que este señor don Saturnino ? » . Se le pasó por la imaginación si estaría burlándose de ellos porque eran de un pueblo de pesca . Pero , no ; aquella cara no debía de mentir ; hablaba de veras ; era verdad lo del rey Veremundo y lo de la emigración de la piña pérsica a las columnas árabes ; sólo que todo aquello ¡ qué le importaba a él que era un compromisario ! La digna esposa de Infanzón también estaba cansada , aburrida , despeada , pero no aturdida . Hacía más de una hora que no oía palabra de cuanto hablaba aquel charlatán , sin vergüenza , libertino . « ¡ Oh , si no fuera porque su marido todo lo consideraba inconveniencia y falta de educación ! ¡ Si no fuera porque estaban en la casa de Dios ! ... Estaba escandalizada , furiosa . ¡ Bonito papel iban representando ella y el bobalicón de su marido ! Le había hecho señas , pero inútilmente . Él pensaba que aludía a lo de la arquitectura y se hacía el distraído . ¿ Y la doña Obdulita ? No , y que parecía maestra en aquel teje maneje . No habían desperdiciado ni una sola ocasión . ¡ Claro ! y así les habían traído y llevado por desvanes y bodegas , muertos de cansancio . En cuanto estaba obscuro ... ¡ claro ! ... se daban la mano . Ella lo había visto una vez y supuesto las demás . Y él la pisaba el pie ... y siempre juntos ; y en cuanto había algo estrecho querían pasar a la una ... y pasaban ¡ qué desenfreno ! ¿ Pero de dónde le venía a su marido la amistad de aquella señorona ? » . Hasta celos sentía la noble lugareña . No hablaba ni palabra ; y si Obdulia y Bermúdez hubieran estado menos preocupados con el Renacimiento , hubiesen notado el ceño y la sequedad de la antes amable y cortés señora de pueblo . Don Saturno reanudó su discurso . Se trataba de probar sus injuriosas afirmaciones . - Véase si no - continuaba - lo que salta a los ojos , a los del alma quiero decir , de toda persona de gusto . ¡ Malhaya el dignísimo Obispo , salvo el respeto debido , malhaya el dignísimo Obispo don García Madrejón que consintió este confuso acervo de adornos y follajes , quinta esencia de lo barroco , de la profusión manirrota y de la falsedad . Cartelas , medallas , hornacinas ( y señalaba con el dedo ) , capiteles , frontones rotos , guirnaldas , colgadizos , hojarasca , arabescos , que pululáis por las decoraciones de puertas , ventanas , tragaluces y pechinas ; en nombre del arte , de la santa idea de sobriedad y la no menos inmortal e inmaculada de armonía , yo os condeno a la maldición de la historia ! - Pues oiga usted - se atrevió a decir la Infanzón sin mirar a su esposo - ; diga usted lo que quiera , esta capilla me parece a mí muy bonita ; y me parece en cambio muy feo profanar el templo ... ¡ blasfemando así de Dios y sus santos ! Ea , se había cansado ; quería dar la batalla al libertino y escogía , con un pudor evidente , el terreno neutral , del arte , puro y desinteresado . Además le gustaba de veras la capilla y no quería más contemplaciones . El lugareño creyó que su mujer se había vuelto loca . « Estaría mareada como él » . Quiso hablar , pero no lo consiguió en cuanto quiso . Obdulia soltó al aire una carcajada , que oyó don Cayetano desde fuera . Don Saturno , cortado y sospechando algo del motivo de aquella inesperada oposición , se contentó con inclinarse a lo Magistral y torcer la boca y las cejas de una manera inventada por él mismo frente al espejo . Quería aquello decir que un Bermúdez no disputaba con señoras . Sólo contestó : - Señora ... yo no profano nada ... El Arte ... - ¡ Sí profana usted ! - ¡ Pero mujer , pero Carolina ! - ¡ Oh ! déjela usted , señor Infanzón ; yo respeto todas las opiniones . Y temiendo que la lugareña llevase la mejor parte en lo de profanar o no profanar , se apresuró a añadir : - Por lo demás , ya usted comprenderá , amigo mío , que yo sigo los cánones de la belleza clásica condenando enérgicamente el gusto barroco ... Esto es plateresco ... - ¡ Churrigueresco ! - exclamó el compromisario queriendo así compensar la protesta disparatada de su mujer . - ¡ Churrigueresco ! - repitió - ¡ da náuseas ! - y se vio claramente que las sentía . - ¡ Churrigueresco ! - pudo decir otra vez . - ¡ Rococó ! - concluyó Obdulia . En aquel momento el Arcipreste se inclinaba para saludarla como si fuera a besarle las botas color bronce . Salieron a la calle todos juntos . Don Saturno se apresuró a despedirse . De sus mejillas brotaba fuego . Iba a cuerpo y tenía mucho frío . El viento caliente le sabía a cierzo . - ¡ Temo una pulmonía ! - dijo , mientras escapaba abrochándose la levita por la cintura . Necesitaba saborear a solas las emociones de aquella tarde . « Amaba y creía ser amado » . Aquella tarde hablaron la Regenta y el Magistral en el paseo . El Arcipreste procuró que se encontraran y por su confianza con la Regenta facilitó la entrevista . Pocas veces habían cruzado la palabra la hermosa dama y el Provisor , y nunca había pasado la conversación de los lugares comunes a que obliga el trato social . Doña Ana Ozores no era de ninguna cofradía . Pagaba una cuota mensual en las Escuelas Dominicales , pero no asistía a las lecciones ni a las conferencias ; vivía lejos del círculo en que el Provisor reinaba . Este visitaba poco a las personas que no podían o no querían servirle en sus planes de propaganda . Cuando el señor don Víctor Quintanar era Regente de Vetusta , el Magistral le visitaba en todas las solemnidades en que exigían este acto de cortesía las costumbres del pueblo ; estas visitas las pagaba con la exactitud que usaba en estos asuntos el señor Quintanar , el más cumplido caballero de la ciudad , después de Bermúdez . Los cumplimientos del Magistral fueron escaseando , sin saberse por qué , cuando se jubiló don Víctor , y por fin cesaron las visitas . Don Víctor y don Fermín se hablaban algunas veces en la calle , en el Espolón ; se saludaban siempre con la mayor amabilidad . Se estimaban mutuamente . Las calumnias con que la maledicencia perseguía a De Pas tenían un aislador en don Víctor ; por su conducto no se propagaban , y aun tomaba a su cargo deshacer su perniciosa influencia . Doña Ana jamás había hablado a solas con el Magistral , y después que cesaron las visitas apenas volvió a verle de cerca . A lo menos ella no lo recordaba . Don Cayetano , que sabía esto , hizo un simulacro de presentación diplomática en el tono jocoserio que nunca abandonaba . Ellos , la Regenta y el Magistral , habían hablado poco ; todo casi se lo había dicho Ripamilán y lo demás Visitación , que acompañaba a la de Quintanar . Doña Ana volvió pronto a su casa . Se recogió temprano aquella noche . De la breve conversación de la tarde no recordaba más que esto : que al día siguiente , después del coro , el Magistral la esperaba en su capilla . Le había indicado , aunque por medio de indirectas , que convenía , al mudar de confesor , hacer confesión general . Había hablado con mucha afabilidad , con voz meliflua , pero poco , con cierto tono frío , y algo distraído al parecer . No le había visto los ojos . No le había visto más que los párpados , cargados de carne blanca . Debajo de las pestañas asomaba un brillo singular . Cerca del lecho , arrodillada , rezó algunos minutos la Regenta . Después se sentó en una mecedora junto a su tocador , en el gabinete , lejos del lecho por no caer en la tentación de acostarse , y leyó un cuarto de hora un libro devoto en que se trataba del sacramento de la penitencia en preguntas y respuestas . No daba vuelta a las hojas . Dejó de leer . Su mirada estaba fija en unas palabras que decían : Si comió carne ... Mentalmente y como por máquina repetía estas tres voces , que para ella habían perdido todo significado ; las repetía como si fueran de un idioma desconocido . Después , saliendo de no sabía qué pozo negro su pensamiento , atendió a lo que leía . Dejó el libro sobre el tocador y cruzó las manos sobre las rodillas . Su abundante cabellera , de un castaño no muy obscuro , caía en ondas sobre la espalda y llegaba hasta el asiento de la mecedora , por delante le cubría el regazo ; entre los dedos cruzados se habían enredado algunos cabellos . Sintió un escalofrío y se sorprendió con los dientes apretados hasta causarle un dolor sordo . Pasó una mano por la frente ; se tomó el pulso , y después se puso los dedos de ambas manos delante de los ojos . Era aquella su manera de experimentar si se le iba o no la vista . Quedó tranquila . No era nada . Lo mejor sería no pensar en ello . « ¡ Confesión general ! » . Sí , esto había dado a entender aquel señor sacerdote . Aquel libro no servía para tanto . Mejor era acostarse . El examen de conciencia de sus pecados de la temporada lo tenía hecho desde la víspera . El examen para aquella confesión general podía hacerlo acostada . Entró en la alcoba . Era grande , de altos artesones , estucada . La separaba del tocador un intercolumnio con elegantes colgaduras de satín granate . La Regenta dormía en una vulgarísima cama de matrimonio dorada , con pabellón blanco . Sobre la alfombra , a los pies del lecho , había una piel de tigre , auténtica . No había más imágenes santas que un crucifijo de marfil colgado sobre la cabecera ; inclinándose hacia el lecho parecía mirar a través del tul del pabellón blanco . Obdulia , a fuerza de indiscreción , había conseguido varias veces entrar allí . - « ¡ Qué mujer esta Anita ! » Era limpia , no se podía negar , limpia como el armiño ; esto al fin era un mérito ... y una pulla para muchas damas vetustenses » . Pero añadía Obdulia : - « Fuera de la limpieza y del orden , nada que revele a la mujer elegante . La piel de tigre , ¿ tiene un cachet ? Ps ... qué sé yo . Me parece un capricho caro y extravagante , poco femenino al cabo . ¡ La cama es un horror ! Muy buena para la alcaldesa de Palomares . ¡ Una cama de matrimonio ! ¡ Y qué cama ! Una grosería . ¿ Y lo demás ? Nada . Allí no hay sexo . Aparte del orden , parece el cuarto de un estudiante . Ni un objeto de arte . Ni un mal bibelot ; nada de lo que piden el confort y el buen gusto . La alcoba es la mujer como el estilo es el hombre . Dime cómo duermes y te diré quién eres . ¿ Y la devoción ? Allí la piedad está representada por un Cristo vulgar colocado de una manera contraria a las conveniencias » . - « ¡ Lástima - concluía Obdulia , sin sentir lástima - , que un bijou tan precioso se guarde en tan miserable joyero ! » . « ¡ Ah ! debía confesar que el juego de cama era digno de una princesa . ¡ Qué sabanas ! ¡ Qué almohadones ! Ella había pasado la mano por todo aquello , ¡ qué suavidad ! El satín de aquel cuerpecito de regalo no sentiría asperezas en el roce de aquellas sábanas » . Obdulia admiraba sinceramente las formas y el cutis de Ana , y allá en el fondo del corazón , le envidiaba la piel de tigre . En Vetusta no había tigres ; la viuda no podía exigir a sus amantes esta prueba de cariño . Ella tenía a los pies de la cama la caza del león , ¡ pero estampada en tapiz miserable ! Ana corrió con mucho cuidado las colgaduras granate , como si alguien pudiera verla desde el tocador . Dejó caer con negligencia su bata azul con encajes crema , y apareció blanca toda , como se la figuraba don Saturno poco antes de dormirse , pero mucho más hermosa que Bermúdez podía representársela . Después de abandonar todas las prendas que no habían de acompañarla en el lecho , quedó sobre la piel de tigre , hundiendo los pies desnudos , pequeños y rollizos en la espesura de las manchas pardas . Un brazo desnudo se apoyaba en la cabeza algo inclinada , y el otro pendía a lo largo del cuerpo , siguiendo la curva graciosa de la robusta cadera . Parecía una impúdica modelo olvidada de sí misma en una postura académica impuesta por el artista . Jamás el Arcipreste , ni confesor alguno había prohibido a la Regenta esta voluptuosidad de distender a sus solas los entumecidos miembros y sentir el contacto del aire fresco por todo el cuerpo a la hora de acostarse . Nunca había creído ella que tal abandono fuese materia de confesión . Abrió el lecho . Sin mover los pies , dejose caer de bruces sobre aquella blandura suave con los brazos tendidos . Apoyaba la mejilla en la sábana y tenía los ojos muy abiertos . La deleitaba aquel placer del tacto que corría desde la cintura a las sienes . - « ¡ Confesión general ! » - estaba pensando - . Eso es la historia de toda la vida . Una lágrima asomó a sus ojos , que eran garzos , y corrió hasta mojar la sábana . Se acordó de que no había conocido a su madre . Tal vez de esta desgracia nacían sus mayores pecados . « Ni madre ni hijos » . Esta costumbre de acariciar la sábana con la mejilla la había conservado desde la niñez . - Una mujer seca , delgada , fría , ceremoniosa , la obligaba a acostarse todas las noches antes de tener sueño . Apagaba la luz y se iba . Anita lloraba sobre la almohada , después saltaba del lecho ; pero no se atrevía a andar en la obscuridad y pegada a la cama seguía llorando , tendida así , de bruces , como ahora , acariciando con el rostro la sábana que mojaba con lágrimas también . Aquella blandura de los colchones era todo lo maternal con que ella podía contar ; no había más suavidad para la pobre niña . Entonces debía de tener , según sus vagos recuerdos , cuatro años . Veintitrés habían pasado , y aquel dolor aún la enternecía . Después , casi siempre , había tenido grandes contrariedades en la vida , pero ya despreciaba su memoria ; una porción de necios se habían conjurado contra ella ; todo aquello le repugnaba recordarlo ; pero su pena de niña , la injusticia de acostarla sin sueño , sin cuentos , sin caricias , sin luz , la sublevaba todavía y le inspiraba una dulcísima lástima de sí misma .