Los pazos de Ulloa Novela original , precedida de unos apuntes autobiográficos por Emilia Pardo Bazán Tomo I Barcelona Daniel Cortezo y Cía Calle de Pallars ( Salón de S . Juan ) 1886 Por más que el jinete trataba de sofrenarlo agarrándose con todas sus fuerzas a la única rienda de cordel y susurrando palabritas calmantes y mansas , el peludo rocín seguía empeñándose en bajar la cuesta a un trote cochinero que descuadernaba los intestinos , cuando no a trancos desigualísimos de loco galope . Y era pendiente de veras aquel repecho del camino real de Santiago a Orense en términos que los viandantes , al pasarlo , sacudían la cabeza murmurando que tenía bastante más declive del no sé cuántos por ciento marcado por la ley , y que sin duda al llevar la carretera en semejante dirección , ya sabrían los ingenieros lo que se pescaban , y alguna quinta de personaje político , alguna influencia electoral de grueso calibre debía andar cerca . Iba el jinete colorado , no como un pimiento , sino como una fresa , encendimiento propio de personas linfáticas . Por ser joven y de miembros delicados , y por no tener pelo de barba , pareciera un niño , a no desmentir la presunción sus trazas sacerdotales . Aunque cubierto de amarillo polvo que levantaba el trote del jaco , bien se advertía que el traje del mozo era de paño negro liso , cortado con la flojedad y poca gracia que distingue a las prendas de ropa de seglar vestidas por clérigos . Los guantes , despellejados ya por la tosca brida , eran asimismo negros y nuevecitos , igual que el hongo , que llevaba calado hasta las cejas , por temor a que los zarandeos de la trotada se lo hiciesen saltar al suelo , que sería el mayor compromiso del mundo . Bajo el cuello del desairado levitín asomaba un dedo de alzacuello , bordado de cuentas de abalorio . Demostraba el jinete escasa maestría hípica : inclinado sobre el arzón , con las piernas encogidas y a dos dedos de salir despedido por las orejas , leíase en su rostro tanto miedo al cuartago como si fuese algún corcel indómito rebosando fiereza y bríos . Al acabarse el repecho , volvió el jaco a la sosegada andadura habitual , y pudo el jinete enderezarse sobre el aparejo redondo , cuya anchura inconmensurable le había descoyuntado los huesos todos de la región sacro-ilíaca . Respiró , quitóse el sombrero y recibió en la frente sudorosa el aire frío de la tarde . Caían ya oblicuamente los rayos del sol en los zarzales y setos , y un peón caminero , en mangas de camisa , pues tenía su chaqueta colocada sobre un mojón de granito , daba lánguidos azadonazos en las hierbecillas nacidas al borde de la cuneta . Tiró el jinete del ramal para detener a su cabalgadura , y ésta , que se había dejado en la cuesta abajo las ganas de trotar , paró inmediatamente . El peón alzó la cabeza , y la placa dorada de su sombrero relució un instante . - ¿ Tendrá usted la bondad de decirme si falta mucho para la casa del señor marqués de Ulloa ? - ¿ Para los Pazos de Ulloa ? - contestó el peón repitiendo la pregunta . - Eso es . - Los Pazos de Ulloa están allí - murmuró extendiendo la mano para señalar a un punto en el horizonte . - Si la bestia anda bien , el camino que queda pronto se pasa ... Ahora tiene que seguir hasta aquel pinar ¿ ve ? y luego le cumple torcer a mano izquierda , y luego le cumple bajar a mano derecha por un atajito , hasta el crucero ... En el crucero ya no tiene pérdida , porque se ven los Pazos , una costrución muy grandísima ... - Pero ... ¿ como cuánto faltará ? - preguntó con inquietud el clérigo . Meneó el peón la tostada cabeza . - Un bocadito , un bocadito ... Y sin más explicaciones , emprendió otra vez su desmayada faena , manejando el azadón lo mismo que si pesase cuatro arrobas . Se resignó el viajero a continuar ignorando las leguas de que se compone un bocadito , y taloneó al rocín . El pinar no estaba muy distante , y por el centro de su sombría masa serpeaba una trocha angostísima , en la cual se colaron montura y jinete . El sendero , sepultado en las oscuras profundidades del pinar , era casi impracticable ; pero el jaco , que no desmentía las aptitudes especiales de la raza caballar gallega para andar por mal piso , avanzaba con suma precaución , cabizbajo , tanteando con el casco , para sortear cautelosamente las zanjas producidas por la llanta de los carros , los pedruscos , los troncos de pino cortados y atravesados donde hacían menos falta . Adelantaban poco a poco , y ya salían de las estrecheces a senda más desahogada , abierta entre pinos nuevos y montes poblados de aliaga , sin haber tropezado con una sola heredad labradía , un plantío de coles que revelase la vida humana . De pronto los cascos del caballo cesaron de resonar y se hundieron en blanda alfombra : era una camada de estiércol vegetal , tendida , según costumbre del país , ante la casucha de un labrador . A la puerta una mujer daba de mamar a una criatura . El jinete se detuvo . - Señora , ¿ sabe si voy bien para la casa del marqués de Ulloa ? - Va bien , va ... - ¿ Y ... falta mucho ? Enarcamiento de cejas , mirada entre apática y curiosa , respuesta ambigua en dialecto : - La carrerita de un can ... ¡ Estamos frescos ! , pensó el viajero , que si no acertaba a calcular lo que anda un can en una carrera , barruntaba que debe ser bastante para un caballo . En fin , en llegando al crucero vería los Pazos de Ulloa ... Todo se le volvía buscar el atajo , a la derecha ... Ni señales . La vereda , ensanchándose , se internaba por tierra montañosa , salpicada de manchones de robledal y algún que otro castaño todavía cargado de fruta : a derecha e izquierda , matorrales de brezo crecían desparramados y oscuros . Experimentaba el jinete indefinible malestar , disculpable en quien , nacido y criado en un pueblo tranquilo y soñoliento , se halla por vez primera frente a frente con la ruda y majestuosa soledad de la naturaleza , y recuerda historias de viajeros robados , de gentes asesinadas en sitios desiertos . - ¡ Qué país de lobos ! - dijo para sí , tétricamente impresionado . Alegrósele el alma con la vista del atajo , que a su derecha se columbraba , estrecho y pendiente , entre un doble vallado de piedra , límite de dos montes . Bajaba fiándose en la maña del jaco para evitar tropezones , cuando divisó casi al alcance de su mano algo que le hizo estremecerse : una cruz de madera , pintada de negro con filetes blancos , medio caída ya sobre el murallón que la sustentaba . El clérigo sabía que estas cruces señalan el lugar donde un hombre pereció de muerte violenta ; y , persignándose , rezó un padrenuestro , mientras el caballo , sin duda por olfatear el rastro de algún zorro , temblaba levemente empinando las orejas , y adoptaba un trotecillo medroso que en breve le condujo a una encrucijada . Entre el marco que le formaban las ramas de un castaño colosal , erguíase el crucero . Tosco , de piedra común , tan mal labrado que a primera vista parecía monumento románico , por más que en realidad sólo contaba un siglo de fecha , siendo obra de algún cantero con pujos de escultor , el crucero , en tal sitio y a tal hora , y bajo el dosel natural del magnífico árbol , era poético y hermoso . El jinete , tranquilizado y lleno de devoción , pronunció descubriéndose : « Adorámoste , Cristo , y bendecímoste , pues por tu Santísima Cruz redimiste al mundo » , y de paso que rezaba , su mirada buscaba a lo lejos los Pazos de Ulloa , que debían ser aquel gran edificio cuadrilongo , con torres , allá en el fondo del valle . Poco duró la contemplación , y a punto estuvo el clérigo de besar la tierra , merced a la huida que pegó el rocín , con las orejas enhiestas , loco de terror . El caso no era para menos : a cortísima distancia habían retumbado dos tiros . Quedóse el jinete frío de espanto , agarrado al arzón , sin atreverse ni a registrar la maleza para averiguar dónde estarían ocultos los agresores ; mas su angustia fue corta , porque ya del ribazo situado a espaldas del crucero descendía un grupo de tres hombres , antecedido por otros tantos canes perdigueros , cuya presencia bastaba para demostrar que las escopetas de sus amos no amenazaban sino a las alimañas monteses . El cazador que venía delante representaba veintiocho o treinta años : alto y bien barbado , tenía el pescuezo y rostro quemados del sol , pero por venir despechugado y sombrero en mano , se advertía la blancura de la piel no expuesta a la intemperie , en la frente y en la tabla de pecho , cuyos diámetros indicaban complexión robusta , supuesto que confirmaba la isleta de vello rizoso que dividía ambas tetillas . Protegían sus piernas recias polainas de cuero , abrochadas con hebillaje hasta el muslo ; sobre la ingle derecha flotaba la red de bramante de un repleto morral , y en el hombro izquierdo descansaba una escopeta moderna , de dos cañones . El segundo cazador parecía hombre de edad madura y condición baja , criado o colono : ni hebillas en las polainas , ni más morral que un saco de grosera estopa ; el pelo cortado al rape , la escopeta de pistón , viejísima y atada con cuerdas ; y en el rostro , afeitado y enjuto y de enérgicas facciones rectilíneas , una expresión de encubierta sagacidad , de astucia salvaje , más propia de un piel roja que de un europeo . Por lo que hace al tercer cazador , sorprendióse el jinete al notar que era un sacerdote . ¿ En qué se le conocía ? No ciertamente en la tonsura , borrada por una selva de pelo gris y cerdoso , ni tampoco en la rasuración , pues los duros cañones de su azulada barba contarían un mes de antigüedad ; menos aún en el alzacuello , que no traía , ni en la ropa , que era semejante a la de sus compañeros de caza , con el aditamento de unas botas de montar , de charol de vaca muy descascaradas y cortadas por las arrugas . Y no obstante trascendía a clérigo , revelándose el sello formidable de la ordenación , que ni aun las llamas del infierno consiguen cancelar , en no sé qué expresión de la fisonomía , en el aire y posturas del cuerpo , en el mirar , en el andar , en todo . No cabía duda : era un sacerdote . Aproximóse al grupo el jinete , y repitió la consabida pregunta : - ¿ Pueden ustedes decirme si voy bien para casa del señor marqués de Ulloa ? El cazador alto se volvió hacia los demás , con familiaridad y dominio . - ¡ Qué casualidad ! - exclamó - . Aquí tenemos al forastero ... Tú , Primitivo ... Pues te cayó la lotería : mañana pensaba yo enviarte a Cebre a buscar al señor ... Y usted , señor abad de Ulloa ... ¡ ya tiene usted aquí quien le ayude a arreglar la parroquia ! Como el jinete permanecía indeciso , el cazador añadió : - ¿ Supongo que es usted el recomendado de mi tío , el señor de la Lage ? - Servidor y capellán ... - respondió gozoso el eclesiástico , tratando de echar pie a tierra , ardua operación en que le auxilió el abad - . ¿ Y usted ... - exclamó , encarándose con su interlocutor - es el señor marqués ? - ¿ Cómo queda el tío ? ¿ Usted ... a caballo desde Cebre , eh ? - repuso éste evasivamente , mientras el capellán le miraba con interés rayano en viva curiosidad . No hay duda que así , varonilmente desaliñado , húmeda la piel de transpiración ligera , terciada la escopeta al hombro , era un cacho de buen mozo el marqués ; y sin embargo , despedía su arrogante persona cierto tufillo bravío y montaraz , y lo duro de su mirada contrastaba con lo afable y llano de su acogida . El capellán , muy respetuoso , se deshacía en explicaciones . - Sí , señor ; justamente ... En Cebre he dejado la diligencia y me dieron esta caballería , que tiene unos arreos , que vaya todo por Dios ... El señor de la Lage , tan bueno , y con el humor aquél de siempre ... Hace reír a las piedras ... Y guapote , para su edad ... Estoy reparando que si fuese su señor papá de usted , no se le parecería más ... Las señoritas , muy bien , muy contentas y muy saludables ... Del señorito , que está en Segovia , buenas noticias . Y antes que se me olvide ... Buscó en el bolsillo interior de su levitón , y fue sacando un pañuelo muy planchado y doblado , un Semanario chico , y por último una cartera de tafilete negro , cerrada con elástico , de la cual extrajo una carta que entregó al marqués . Los perros de caza , despeados y anhelantes de fatiga , se habían sentado al pie del crucero ; el abad picaba con la uña una tagarnina para liar un pitillo , cuyo papel sostenía adherido por una punta al borde de los labios ; Primitivo , descansando la culata de la escopeta en el suelo , y en el cañón de la escopeta la barba , clavaba sus ojuelos negros en el recién venido , con pertinacia escrutadora . El sol se ponía lentamente en medio de la tranquilidad otoñal del paisaje . De improviso el marqués soltó una carcajada . Era su risa , como suya , vigorosa y pujante , y , más que comunicativa , despótica . - El tío - exclamó , doblando la carta - siempre tan guasón y tan célebre ... Dice que aquí me manda un santo para que me predique y me convierta ... No parece sino que tiene uno pecados : ¿ eh , señor abad ? ¿ Qué dice usted a esto ? ¿ Verdad que ni uno ? - Ya se sabe , ya se sabe - masculló el abad en voz bronca ... Aquí todos conservamos la inocencia bautismal . Y al decirlo , miraba al recién llegado al través de sus erizadas y salvajinas cejas , como el veterano al inexperto recluta , sintiendo allá en su interior profundo desdén hacia el curita barbilindo , con cara de niña , donde sólo era sacerdotal la severidad del rubio entrecejo y la compostura ascética de las facciones . - ¿ Y usted se llama Julián Álvarez ? - interrogó el marqués . - Para servir a usted muchos años . - ¿ Y no acertaba usted con los Pazos ? - Me costaba trabajo el acertar . Aquí los paisanos no le sacan a uno de dudas , ni le dicen categóricamente las distancias . De modo que ... - Pues ahora ya no se perderá usted . ¿ Quiere montar otra vez ? - ¡ Señor ! No faltaba más . - Primitivo - ordenó el marqués - , coge del ramal a esa bestia . Y echó a andar , dialogando con el capellán que le seguía . Primitivo , obediente , se quedó rezagado , y lo mismo el abad , que encendía su pitillo con un misto de cartón . El cazador se arrimó al cura . - ¿ Y qué le parece el rapaz , diga ? ¿ Verdad que no mete respeto ? - Boh ... Ahora se estila ordenar miquitrefes ... Y luego mucho de alzacuellitos , guantecitos , perejiles con escarola ... ¡ Si yo fuera el arzobispo , ya les daría el demontre de los guantes ! Era noche cerrada , sin luna , cuando desembocaron en el soto , tras del cual se eleva la ancha mole de los Pazos de Ulloa . No consentía la oscuridad distinguir más que sus imponentes proporciones , escondiéndose las líneas y detalles en la negrura del ambiente . Ninguna luz brillaba en el vasto edificio , y la gran puerta central parecía cerrada a piedra y lodo . Dirigióse el marqués a un postigo lateral , muy bajo , donde al punto apareció una mujer corpulenta , alumbrando con un candil . Después de cruzar corredores sombríos , penetraron todos en una especie de sótano con piso terrizo y bóveda de piedra , que , a juzgar por las hileras de cubas adosadas a sus paredes , debía ser bodega ; y desde allí llegaron presto a la espaciosa cocina , alumbrada por la claridad del fuego que ardía en el hogar , consumiendo lo que se llama arcaicamente un mediano monte de leña y no es sino varios gruesos cepos de roble , avivados , de tiempo en tiempo , con rama menuda . Adornaban la elevada campana de la chimenea ristras de chorizos y morcillas , con algún jamón de añadidura , y a un lado y a otro sendos bancos brindaban asiento cómodo para calentarse oyendo hervir el negro pote , que , pendiente de los llares , ofrecía a los ósculos de la llama su insensible vientre de hierro . A tiempo que la comitiva entraba en la cocina , hallábase acurrucada junto al pote una vieja , que sólo pudo Julián Álvarez distinguir un instante - con greñas blancas y rudas como cerro que le caían sobre los ojos , y cara rojiza al reflejo del fuego - , pues no bien advirtió que venía gente , levantóse más aprisa de lo que permitían sus años , y murmurando en voz quejumbrosa y humilde : « Buenas nochiñas nos dé Dios » , se desvaneció como una sombra , sin que nadie pudiese notar por dónde . El marqués se encaró con la moza . - ¿ No tengo dicho que no quiero aquí pendones ? Y ella contestó apaciblemente , colgando el candil en la pilastra de la chimenea : - No hacía mal ... , me ayudaba a pelar castañas . Tal vez iba el marqués a echar la casa abajo , si Primitivo , con mayor imperio y enojo que su amo mismo , no terciase en la cuestión , reprendiendo a la muchacha . - ¿ Qué estás parolando ahí ... ? Mejor te fuera tener la comida lista . ¿ A ver cómo nos la das corriendito ? Menéate , despabílate . En el esconce de la cocina , una mesa de roble denegrida por el uso mostraba extendido un mantel grosero , manchado de vino y grasa . Primitivo , después de soltar en un rincón la escopeta , vaciaba su morral , del cual salieron dos perdigones y una liebre muerta , con los ojos empañados y el pelaje maculado de sangraza . Apartó la muchacha el botín a un lado , y fue colocando platos de peltre , cubiertos de antigua y maciza plata , un mollete enorme en el centro de la mesa y un jarro de vino proporcionado al pan ; luego se dio prisa a revolver y destapar tarteras , y tomó del vasar una sopera magna . De nuevo la increpó airadamente el marqués . - ¿ Y los perros , vamos a ver ? ¿ Y los perros ? Como si también los perros comprendiesen su derecho a ser atendidos antes que nadie , acudieron desde el rincón más oscuro , y olvidando el cansancio , exhalaban famélicos bostezos , meneando la cola y levantando el partido hocico . Julián creyó al pronto que se había aumentado el número de canes , tres antes y cuatro ahora ; pero al entrar el grupo canino en el círculo de viva luz que proyectaba el fuego , advirtió que lo que tomaba por otro perro no era sino un rapazuelo de tres a cuatro años , cuyo vestido , compuesto de chaquetón acastañado y calzones de blanca estopa , podía desde lejos equivocarse con la piel bicolor de los perdigueros , en quienes parecía vivir el chiquillo en la mejor inteligencia y más estrecha fraternidad . Primitivo y la moza disponían en cubetas de palo el festín de los animales , entresacado de lo mejor y más grueso del pote ; y el marqués - que vigilaba la operación - , no dándose por satisfecho , escudriñó con una cuchara de hierro las profundidades del caldo , hasta sacar a luz tres gruesas tajadas de cerdo , que fue distribuyendo en las cubetas . Lanzaban los perros alaridos entrecortados , de interrogación y deseo , sin atreverse aún a tomar posesión de la pitanza ; a una voz de Primitivo , sumieron de golpe el hocico en ella , oyéndose el batir de sus apresuradas mandíbulas y el chasqueo de su lengua glotona . El chiquillo gateaba por entre las patas de los perdigueros , que , convertidos en fieras por el primer impulso del hambre no saciada todavía , le miraban de reojo , regañando los dientes y exhalando ronquidos amenazadores : de pronto la criatura , incitada por el tasajo que sobrenadaba en la cubeta de la perra Chula , tendió la mano para cogerlo , y la perra , torciendo la cabeza , lanzó una feroz dentellada , que por fortuna sólo alcanzó la manga del chico , obligándole a refugiarse más que de prisa , asustado y lloriqueando , entre las sayas de la moza , ya ocupada en servir caldo a los racionales . Julián , que empezaba a descalzarse los guantes , se compadeció del chiquillo , y , bajándose , le tomó en brazos , pudiendo ver que a pesar del mugre , la roña , el miedo y el llanto , era el más hermoso angelote del mundo . - ¡ Pobre ! - murmuró cariñosamente - . ¿ Te ha mordido la perra ? ¿ Te hizo sangre ? ¿ Dónde te duele , me lo dices ? Calla , que vamos a reñirle a la perra nosotros . ¡ Pícara , malvada ! Reparó el capellán que estas palabras suyas produjeron singular efecto en el marqués . Se contrajo su fisonomía : sus cejas se fruncieron , y arrancándole a Julián el chiquillo , con brusco movimiento le sentó en sus rodillas , palpándole las manos , a ver si las tenía mordidas o lastimadas . Seguro ya de que sólo el chaquetón había padecido , soltó la risa . - ¡ Farsante ! - gritó - . Ni siquiera te ha tocado la Chula . ¿ Y tú , para qué vas a meterte con ella ? Un día te come media nalga , y después lagrimitas . ¡ A callarse y a reírse ahora mismo ! ¿ En qué se conocen los valientes ? Diciendo así , colmaba de vino su vaso , y se lo presentaba al niño que , cogiéndolo sin vacilar , lo apuró de un sorbo . El marqués aplaudió : - ¡ Retebién ! ¡ Viva la gente templada ! - No , lo que es el rapaz ... el rapaz sale de punta - murmuró el abad de Ulloa . - ¿ Y no le hará daño tanto vino ? - objetó Julián , que sería incapaz de bebérselo él . - ¡ Daño ! ¡ Sí , buen daño nos dé Dios ! - respondió el marqués , con no sé qué inflexiones de orgullo en el acento - . Déle usted otros tres , y ya verá ... ¿ Quiere usted que hagamos la prueba ? - Los chupa , los chupa - afirmó el abad . - No señor ; no señor ... Es capaz de morirse el pequeño ... He oído que el vino es un veneno para las criaturas ... Lo que tendrá será hambre . - Sabel , que coma el chiquillo - ordenó imperiosamente el marqués , dirigiéndose a la criada . Ésta , silenciosa e inmóvil durante la anterior escena , sacó un repleto cuenco de caldo , y el niño fue a sentarse en el borde del lar , para engullirlo sosegadamente . En la mesa , los comensales mascaban con buen ánimo . Al caldo , espeso y harinoso , siguió un cocido sólido , donde abundaba el puerco : los días de caza , el imprescindible puchero se tomaba de noche , pues al monte no había medio de llevarlo . Una fuente de chorizos y huevos fritos desencadenó la sed , ya alborotada con la sal del cerdo . El marqués dio al codo a Primitivo . - Tráenos un par de botellitas ... De el del año 59 . Y volviéndose hacia Julián , dijo muy obsequioso : - Va usted a beber del mejor tostado que por aquí se produce ... Es de la casa de Molende : se corre que tienen un secreto para que , sin perder el gusto de la pasa , empalague menos y se parezca al mejor jerez ... Cuanto más va , más gana : no es como los de otras bodegas , que se vuelven azúcar . - Es cosa de gusto - aseveró el abad , rebañando con una miga de pan lo que restaba de yema en su plato . - Yo - declaró tímidamente Julián - poco entiendo de vinos ... Casi no bebo sino agua . Y al ver brillar bajo las cejas hirsutas del abad una mirada compasiva de puro desdeñosa , rectificó : - Es decir ... con el café , ciertos días señalados , no me disgusta el anisete . - El vino alegra el corazón ... El que no bebe , no es hombre - pronunció el abad sentenciosamente . Primitivo volvía ya de su excursión , empuñando en cada mano una botella cubierta de polvo y telarañas . A falta de tirabuzón , se descorcharon con un cuchillo , y a un tiempo se llenaron los vasos chicos traídos ad hoc . Primitivo empinaba el codo con sumo desparpajo , bromeando con el abad y el señorito . Sabel , por su parte , a medida que el banquete se prolongaba y el licor calentaba las cabezas , servía con familiaridad mayor , apoyándose en la mesa para reír algún chiste , de los que hacían bajar los ojos a Julián , bisoño en materia de sobremesas de cazadores . Lo cierto es que Julián bajaba la vista , no tanto por lo que oía , como por no ver a Sabel , cuyo aspecto , desde el primer instante , le había desagradado de extraño modo , a pesar o quizás a causa de que Sabel era un buen pedazo de lozanísima carne . Sus ojos azules , húmedos y sumisos , su color animado , su pelo castaño que se rizaba en conchas paralelas y caía en dos trenzas hasta más abajo del talle , embellecían mucho a la muchacha y disimulaban sus defectos , lo pomuloso de su cara , lo tozudo y bajo de su frente , lo sensual de su respingada y abierta nariz . Por no mirar a Sabel , Julián se fijaba en el chiquillo , que envalentonado con aquella ojeada simpática , fue poco a poco deslizándose hasta llegar a introducirse entre las rodillas del capellán . Instalado allí , alzó su cara desvergonzada y risueña , y tirando a Julián del chaleco , murmuró en tono suplicante : - ¿ Me lo da ? Todo el mundo se reía a carcajadas : el capellán no comprendía . - ¿ Qué pide ? - preguntó . - ¿ Qué ha de pedir ? - respondió el marqués festivamente - . ¡ El vino , hombre ! ¡ El vaso de tostado ! - ¡ Mama ! - exclamó el abad . Antes de que Julián se resolviese a dar al niño su vaso casi lleno , el marqués había aupado al mocoso , que sería realmente una preciosidad a no estar tan sucio . Parecíase a Sabel , y aún se le aventajaba en la claridad y alegría de sus ojos celestes , en lo abundante del pelo ensortijado , y especialmente en el correcto diseño de las facciones . Sus manitas , morenas y hoyosas , se tendían hacia el vino color de topacio ; el marqués se lo acercó a la boca , divirtiéndose un rato en quitárselo cuando ya el rapaz creía ser dueño de él . Por fin consiguió el niño atrapar el vaso , y en un decir Jesús trasegó el contenido , relamiéndose . - ¡ Éste no se anda con requisitos ! - exclamó el abad . - ¡ Quiá ! - confirmó el marqués - . ¡ Si es un veterano ! ¿ A que te zampas otro vaso , Perucho ? Las pupilas del angelote rechispeaban ; sus mejillas despedían lumbre , y dilataba la clásica naricilla con inocente concupiscencia de Baco niño . El abad , guiñando picarescamente el ojo izquierdo , escancióle otro vaso , que él tomó a dos manos y se embocó sin perder gota ; en seguida soltó la risa ; y , antes de acabar el redoble de su carcajada báquica , dejó caer la cabeza , muy descolorido , en el pecho del marqués . - ¿ Lo ven ustedes ? - gritó Julián angustiadísimo - . Es muy chiquito para beber así , y va a ponerse malo . Estas cosas no son para criaturas . - ¡ Bah ! - intervino Primitivo - . ¿ Piensa que el rapaz no puede con lo que tiene dentro ? ¡ Con eso y con otro tanto ! Y si no verá . A su vez tomó en brazos al niño y , mojando en agua fresca los dedos , se los pasó por las sienes . Perucho abrió los párpados y miró alrededor con asombro , y su cara se sonroseó . - ¿ Qué tal ? - le preguntó Primitivo - . ¿ Hay ánimos para otra pinguita de tostado ? Volvióse Perucho hacia la botella y luego , como instintivamente , dijo que no con la cabeza , sacudiendo la poblada zalea de sus rizos . No era Primitivo hombre de darse por vencido tan fácilmente : sepultó la mano en el bolsillo del pantalón y sacó una moneda de cobre . - De ese modo ... - refunfuñó el abad . - No seas bárbaro , Primitivo - murmuró el marqués entre placentero y grave . - ¡ Por Dios y por la Virgen ! - imploró Julián - . ¡ Van a matar a esa criatura ! Hombre , no se empeñe en emborrachar al niño : es un pecado , un pecado tan grande como otro cualquiera . ¡ No se pueden presenciar ciertas cosas ! Al protestar , Julián se había incorporado , encendido de indignación , echando a un lado su mansedumbre y timidez congénita . Primitivo , de pie también , mas sin soltar a Perucho , miró al capellán fría y socarronamente , con el desdén de los tenaces por los que se exaltan un momento . Y metiendo en la mano del niño la moneda de cobre y entre sus labios la botella destapada y terciada aún de vino , la inclinó , la mantuvo así hasta que todo el licor pasó al estómago de Perucho . Retirada la botella , los ojos del niño se cerraron , se aflojaron sus brazos , y no ya descolorido , sino con la palidez de la muerte en el rostro , hubiera caído redondo sobre la mesa , a no sostenerlo Primitivo . El marqués , un tanto serio , empezó a inundar de agua fría la frente y los pulsos del niño ; Sabel se acercó , y ayudó también a la aspersión ; todo inútil : lo que es por esta vez , Perucho la tenía . - Como un pellejo - gruñó el abad . - Como una cuba - murmuró el marqués - . A la cama con él en seguida . Que duerma y mañana estará más fresco que una lechuga . Esto no es nada . Sabel se alejó cargada con el niño , cuyas piernas se balanceaban inertes , a cada movimiento de su madre . La cena se acabó menos bulliciosa de lo que empezara : Primitivo hablaba poco , y Julián había enmudecido por completo . Cuando terminó el convite y se pensó en dormir , reapareció Sabel armada de un velón de aceite , de tres mecheros , con el cual fue alumbrando por la ancha escalera de piedra que conducía al piso alto , y ascendía a la torre en rápido caracol . Era grande la habitación destinada a Julián , y la luz del velón apenas disipaba las tinieblas , de entre las cuales no se destacaba más que la blancura del lecho . A la puerta del cuarto se despidió el marqués , deseándole buenas noches y añadiendo con brusca cordialidad : - Mañana tendrá usted su equipaje ... Ya irán a Cebre por él ... Ea , descansar , mientras yo echo de casa al abad de Ulloa ... Está un poco ... ¿ eh ? ¡ Dificulto que no se caiga en el camino y no pase la noche al abrigo de un vallado ! Solo ya , sacó Julián de entre la camisa y el chaleco una estampa grabada , con marco de lentejuela , que representaba a la Virgen del Carmen , y la colocó de pie sobre la mesa donde Sabel acababa de depositar el velón . Arrodillóse , y rezó la media corona , contando por los dedos de la mano cada diez . Pero el molimiento del cuerpo le hacía apetecer las gruesas y frescas sábanas , y omitió la letanía , los actos de fe y algún padrenuestro . Desnudóse honestamente , colocando la ropa en una silla a medida que se la quitaba , y apagó el velón antes de echarse . Entonces empezaron a danzar en su fantasía los sucesos todos de la jornada : el caballejo que estuvo a punto de hacerle besar el suelo , la cruz negra que le causó escalofríos , pero sobre todo la cena , la bulla , el niño borracho . Juzgando a las gentes con quienes había trabado conocimiento en pocas horas , se le figuraba Sabel provocativa , Primitivo insolente , el abad de Ulloa sobrado bebedor y nimiamente amigo de la caza , los perros excesivamente atendidos , y en cuanto al marqués ... En cuanto al marqués , Julián recordaba unas palabras del señor de la Lage : - Encontrará usted a mi sobrino bastante adocenado ... La aldea , cuando se cría uno en ella y no sale de allí jamás , envilece , empobrece y embrutece . Y casi al punto mismo en que acudió a su memoria tan severo dictamen , arrepintióse el capellán , sintiendo cierta penosa inquietud que no podía vencer . ¿ Quién le mandaba formar juicios temerarios ? Él venía allí para decir misa y ayudar al marqués en la administración , no para fallar acerca de su conducta y su carácter ... Con que ... a dormir ... Despertó Julián cuando entraba de lleno en la habitación un sol de otoño dorado y apacible . Mientras se vestía , examinaba la estancia con algún detenimiento . Era vastísima , sin cielo raso ; alumbrábanla tres ventanas guarnecidas de anchos poyos y de vidrieras faltosas de vidrios cuanto abastecidas de remiendos de papel pegados con obleas . Los muebles no pecaban de suntuosos ni de abundantes , y en todos los rincones permanecían señales evidentes de los hábitos del último inquilino , hoy abad de Ulloa , y antes capellán del marqués : puntas de cigarros adheridas al piso , dos pares de botas inservibles en un rincón , sobre la mesa un paquete de pólvora y en un poyo varios objetos cinegéticos , jaulas para codornices , gayolas , collares de perros , una piel de conejo mal curtida y peor oliente . Amén de estas reliquias , entre las vigas pendían pálidas telarañas , y por todas partes descansaba tranquilamente el polvo , enseñoreado allí desde tiempo inmemorial . Miraba Julián las huellas de la incuria de su antecesor , y sin querer acusarle , ni tratarle en sus adentros de cochino , el caso es que tanta porquería y rusticidad le infundía grandes deseos de primor y limpieza , una aspiración a la pulcritud en la vida como a la pureza en el alma . Julián pertenecía a la falange de los pacatos , que tienen la virtud espantadiza , con repulgos de monja y pudores de doncella intacta . No habiéndose descosido jamás de las faldas de su madre sino para asistir a cátedra en el Seminario , sabía de la vida lo que enseñan los libros piadosos . Los demás seminaristas le llamaban San Julián , añadiendo que sólo le faltaba la palomita en la mano . Ignoraba cuándo pudo venirle la vocación ; tal vez su madre , ama de llaves de los señores de la Lage , mujer que pasaba por beatona , le empujó suavemente , desde la más tierna edad , hacia la Iglesia , y él se dejó llevar de buen grado . Lo cierto es que de niño jugaba a cantar misa , y de grande no paró hasta conseguirlo . La continencia le fue fácil , casi insensible , por lo mismo que la guardó incólume , pues sienten los moralistas que es más hacedero no pecar una vez que pecar una sola . A Julián le ayudaba en su triunfo , amén de la gracia de Dios que él solicitaba muy de veras , la endeblez de su temperamento linfático-nervioso , puramente femenino , sin ardores ni rebeldías , propenso a la ternura , dulce y benigno como las propias malvas , pero no exento , en ocasiones , de esas energías súbitas que también se observan en la mujer , el ser que posee menos fuerza en estado normal , y más cantidad de ella desarrolla en las crisis convulsivas . Julián , por su compostura y hábitos de pulcritud - aprendidos de su madre , que le sahumaba toda la ropa con espliego y le ponía entre cada par de calcetines una manzana camuesa - cogió fama de seminarista pollo , máxime cuando averiguaron que se lavaba mucho manos y cara . En efecto era así , y a no mediar ciertas ideas de devota pudicicia , él extendería las abluciones frecuentes al resto del cuerpo , que procuraba traer lo más aseado posible . El primer día de su estancia en los Pazos bien necesitaba chapuzarse un poco , atendido el polvo de la carretera que traía adherido a la piel ; pero sin duda el actual abad de Ulloa consideraba artículo de lujo los enseres de tocador , pues no vio Julián por allí más que una palangana de hojalata , a la cual servía de palanganero el poyo . Ni jarra , ni tohalla , ni jabón , ni cubo . Quedóse parado delante de la palangana , en mangas de camisa y sin saber qué hacer , hasta que , convencido de la imposibilidad de refrescarse con agua , quiso al menos tomar un baño de aire , y abrió la vidriera . Lo que abarcaba la vista le dejó encantado . El valle ascendía en suave pendiente , extendiendo ante los Pazos toda la lozanía de su ladera más feraz . Viñas , castañares , campos de maíz granados o ya segados , y tupidas robledas , se escalonaban , subían trepando hasta un montecillo , cuya falda gris parecía , al sol , de un blanco plomizo . Al pie mismo de la torre , el huerto de los Pazos se asemejaba a verde alfombra con cenefas amarillentas , en cuyo centro se engastaba la luna de un gran espejo , que no era sino la superficie del estanque . El aire , oxigenado y regenerador , penetraba en los pulmones de Julián , que sintió disiparse inmediatamente parte del vago terror que le infundía la gran casa solariega y lo que de sus moradores había visto . Como para renovarlo , entreoyó detrás de sí rumor de pisadas cautelosas , y al volverse vio a Sabel , que le presentaba con una mano platillo y jícara , con la otra , en plato de peltre , un púlpito de agua fresca y una servilleta gorda muy doblada encima . Venía la moza arremangada hasta el codo , con el pelo alborotado , seco y volandero , del calor de la cama sin duda : y a la luz del día se notaba más la frescura de su tez , muy blanca y como infiltrada de sangre . Julián se apresuró a ponerse el levitín , murmurando : - Otra vez haga el favor de dar dos golpes en la puerta antes de entrar ... Conforme estoy a pie , pudo cuadrar que estuviese en la cama todavía ... o vistiéndome . Miróle Sabel de hito en hito , sin turbarse , y exclamó : - Disimule , señor ... Yo no sabía ... El que no sabe , hace como el que no ve . - Bien , bien ... Yo quería decir misa antes de tomar el chocolate . - Hoy no podrá , porque tiene la llave de la capilla el señor abad de Ulloa , y Dios sabe hasta qué horas dormirá , ni si habrá quién vaya allá por ella . Julián contuvo un suspiro . ¡ Dos días ya sin misar ! Cabalmente desde que era presbítero se había redoblado su fervor religioso , y sentía el entusiasmo juvenil del nuevo misacantano , conmovido aún por la impresión de la augusta investidura ; de suerte que celebraba el sacrificio esmerándose en perfilar la menor ceremonia , temblando cuando alzaba , anonadándose cuando consumía , siempre con recogimiento indecible . En fin , si no había remedio ... - Ponga el chocolate ahí - dijo a Sabel . Mientras la moza ejecutaba esta orden , Julián alzaba los ojos al techo y los bajaba al piso , y tosía , tratando de buscar una fórmula , un modo discreto de explicarse . - ¿ Hace mucho que no duerme en este cuarto el señor abad ? - Poco ... Hará dos semanas que bajó a la parroquia . - Ah ... Por eso ... Esto está algo ... sucio , ¿ no le parece ? Sería bueno barrer ... y pasar también la escoba por entre las vigas . Sabel se encogió de hombros . - El señor abad no me mandó nunca que le barriese el cuarto . - Pues , francamente , la limpieza es una cosa que a todo el mundo gusta . - Sí , señor , ya se sabe ... No pase cuidado , que yo lo arreglaré muy arregladito . Lo pronunció con tanta sumisión , que Julián a su vez quiso mostrarle un poco de caritativo interés . - ¿ Y el niño ? - preguntó - . ¿ No le hizo mal lo de ayer ? - No , señor ... Durmió como un santiño y ya anda corriendo por la huerta . ¿ Ve ? Allí está . Mirando por la abierta ventana , y haciéndose una pantalla con la mano , Julián divisó a Perucho , que , sin sombrero , con la cabeza al sol , arrojaba piedras al estanque . - Lo que no sucede en un año sucede en un día , Sabel - advirtió gravemente el capellán - . ¡ No debe consentir que le emborrachen al chiquillo : es un vicio muy feo , hasta en los grandes , cuanto más en un inocente así ! ¿ Para qué le aguanta a Primitivo que le dé tanta bebida ? Es obligación de usted el impedirlo . Sabel fijaba pesadamente en Julián sus azules pupilas , siendo imposible discernir en ellas el menor relámpago de inteligencia o de convencimiento . Al fin articuló con pausa : - Yo qué quiere que le haga ... No me voy a reponer contra mi señor padre . Julián calló un momento atónito . ¡ De modo que quien había embriagado a la criatura era su propio abuelo ! No supo replicar nada oportuno , ni siquiera lanzar una exclamación de censura . Llevóse la taza a la boca para encubrir la turbación , y Sabel , creyendo terminado el coloquio , se retiraba despacio , cuando el capellán le dirigió una pregunta más . - ¿ El señor marqués anda ya levantado ? - Sí , señor ... Debe estar por la huerta o por los alpendres . - Haga el favor de llevarme allí - dijo Julián levantándose y limpiándose apresuradamente los labios sin desdoblar la servilleta . Antes de dar con el marqués , recorrieron el capellán y su guía casi toda la huerta . Aquella vasta extensión de terreno debía haber sido en otro tiempo cultivada con primor y engalanada con los adornos de la jardinería simétrica y geométrica cuya moda nos vino de Francia . De todo lo cual apenas quedaban vestigios : las armas de la casa , trazadas con mirto en el suelo , eran ahora intrincado matorral de bojes , donde ni la vista más lince distinguiría rastro de los lobos , pinos , torres almenadas , roeles y otros emblemas que campeaban en el preclaro blasón de los Ulloas ; y , sin embargo , persistía en la confusa masa no sé qué aire de cosa plantada adrede y con arte . El borde de piedra del estanque estaba semiderruido , y las gruesas bolas de granito que lo guarnecían andaban rodando por la hierba , verdosas de musgo , esparcidas aquí y acullá como gigantescos proyectiles en algún desierto campo de batalla . Obstruido por el limo , el estanque parecía charca fangosa , acrecentando el aspecto de descuido y abandono de la huerta , donde los que ayer fueron cenadores y bancos rústicos se habían convertido en rincones poblados de maleza , y los tablares de hortaliza en sembrados de maíz , a cuya orilla , como tenaz reminiscencia del pasado , crecían libres , espinosos y altísimos , algunos rosales de variedad selecta , que iban a besar con sus ramas más altas la copa del ciruelo o peral que tenían enfrente . Por entre estos residuos de pasada grandeza andaba el último vástago de los Ulloas , con las manos en los bolsillos , silbando distraídamente como quien no sabe qué hacer del tiempo . La presencia de Julián le dio la solución del problema . Señorito y capellán emparejaron y alabando la hermosura del día , acabaron de visitar el huerto al pormenor , y aun alargaron el paseo hasta el soto y los robledales que limitaban , hacia la parte norte , la extensa posesión del marqués . Julián abría mucho los ojos , deseando que por ellos le entrase de sopetón toda la ciencia rústica , a fin de entender bien las explicaciones relativas a la calidad del terreno o el desarrollo del arbolado ; pero , acostumbrado a la vida claustral del Seminario y de la metrópoli compostelana , la naturaleza le parecía difícil de comprender , y casi le infundía temor por la vital impetuosidad que sentía palpitar en ella , en el espesor de los matorrales , en el áspero vigor de los troncos , en la fertilidad de los frutales , en la picante pureza del aire libre . Exclamó con desconsuelo sincerísimo : - Yo confieso la verdad , señorito ... De estas cosas de aldea , no entiendo jota . - Vamos a ver la casa - indicó el señor de Ulloa - . Es la más grande del país - añadió con orgullo . Mudaron de rumbo , dirigiéndose al enorme caserón , donde penetraron por la puerta que daba al huerto , y habiendo recorrido el claustro formado por arcadas de sillería , cruzaron varios salones con destartalado mueblaje , sin vidrios en las vidrieras , cuyas descoloridas pinturas maltrataba la humedad , no siendo más clemente la polilla con el maderamen del piso . Pararon en una habitación relativamente chica , con ventana de reja , donde las negras vigas del techo semejaban remotísimas , y asombraban la vista grandes estanterías de castaño sin barnizar , que en vez de cristales tenían enrejado de alambre grueso . Decoraba tan tétrica pieza una mesa-escritorio , y sobre ella un tintero de cuerno , un viejísimo bade de suela , no sé cuántas plumas de ganso y una caja de obleas vacía . Las estanterías entreabiertas dejaban asomar legajos y protocolos en abundancia ; por el suelo , en las dos sillas de baqueta , encima de la mesa , en el alféizar mismo de la enrejada ventana , había más papeles , más legajos , amarillentos , vetustos , carcomidos , arrugados y rotos ; tanta papelería exhalaba un olor a humedad , a rancio , que cosquilleaba en la garganta desagradablemente . El marqués de Ulloa , deteniéndose en el umbral y con cierta expresión solemne , pronunció : - El archivo de la casa . Desocupó en seguida las sillas de cuero , y explicó muy acalorado que aquello estaba revueltísimo - aclaración de todo punto innecesaria - y que semejante desorden se debía al descuido de un fray Venancio , administrador de su padre , y del actual abad de Ulloa , en cuyas manos pecadoras había venido el archivo a parar en lo que Julián veía ... - Pues así no puede seguir - exclamaba el capellán - . ¡ Papeles de importancia tratados de este modo ! Hasta es muy fácil que alguno se pierda . - ¡ Naturalmente ! Dios sabe los desperfectos que ya me habrán causado , y cómo andará todo , porque yo ni mirarlo quiero ... Esto es lo que usted ve : ¡ un desastre , una perdición ! ¡ Mire usted ... , mire usted lo que tiene ahí a sus pies ! ¡ Debajo de una bota ! Julián levantó el pie muy asustado , y el marqués se bajó recogiendo del suelo un libro delgadísimo , encuadernado en badana verde , del cual pendía rodado sello de plomo . Tomólo Julián con respeto , y al abrirlo , sobre la primera hoja de vitela , se destacó una soberbia miniatura heráldica , de colores vivos y frescos a despecho de los años . - ¡ Una ejecutoria de nobleza ! - declaró el señorito gravemente . Por medio de su pañuelo doblado , la limpiaba Julián del moho , tocándola con manos delicadas . Desde niño le había enseñado su madre a reverenciar la sangre ilustre , y aquel pergamino escrito con tinta roja , miniado , dorado , le parecía cosa muy veneranda , digna de compasión por haber sido pisoteada , hollada bajo la suela de sus botas . Como el señorito permanecía serio , de codos en la mesa , las manos cruzadas bajo la barba , otras palabras del señor de la Lage acudieron a la memoria del capellán : « Todo eso de la casa de mi sobrino debe ser un desbarajuste ... Haría usted una obra de caridad si lo arreglase un poco » . La verdad es que él no entendía gran cosa de papelotes , pero con buena voluntad y cachaza ... - Señorito - murmuró - , ¿ y por qué no nos dedicamos a ordenar esto como Dios manda ? Entre usted y yo , mal sería que no acertásemos . Mire usted , primero apartamos lo moderno de lo antiguo ; de lo que esté muy estropeado se podría hacer sacar copia ; lo roto se pega con cuidadito con unas tiras de papel transparente ... El proyecto le pareció al señorito de perlas . Convinieron en ponerse al trabajo desde la mañana siguiente . Quiso la desgracia que al otro día Primitivo descubriese en un maizal próximo un bando entero de perdices entretenido en comerse la espiga madura . Y el marqués se terció la carabina y dejó para siempre jamás amén a su capellán bregar con los documentos . Y el capellán lidió con ellos a brazo partido , sin tregua , tres o cuatro horas todas las mañanas . Primero limpió , sacudió , planchó sirviéndose de la palma de la mano , pegó papelitos de cigarro a fin de juntar los pedazos rotos de alguna escritura . Parecíale estar desempolvando , encolando y poniendo en orden la misma casa de Ulloa , que iba a salir de sus manos hecha una plata . La tarea , en apariencia fácil , no dejaba de ser enfadosa para el aseado presbítero : le sofocaba una atmósfera de mohosa humedad ; cuando alzaba un montón de papeles depositado desde tiempo inmemorial en el suelo , caía a veces la mitad de los documentos hecha añicos por el diente menudo e incansable del ratón ; las polillas , que parecen polvo organizado y volante , agitaban sus alas y se le metían por entre la ropa ; las correderas , perseguidas en sus más secretos asilos , salían ciegas de furor o de miedo , obligándole , no sin gran repugnancia , a despachurrarlas con los tacones , tapándose los oídos para no percibir el ¡ chac ! estremecedor que produce el cuerpo estrujado del insecto ; las arañas , columpiando su hidrópica panza sobre sus descomunales zancos , solían ser más listas y refugiarse prontísimamente en los rincones oscuros , a donde las guía misterioso instinto estratégico . De tanto asqueroso bicho tal vez el que más repugnaba a Julián era una especie de lombriz o gusano de humedad , frío y negro , que se encontraba siempre inmóvil y hecho una rosca debajo de los papeles , y al tocarlo producía la sensación de un trozo de hielo blando y pegajoso . Al cabo , a fuerza de paciencia y resolución , triunfó Julián en su batalla con aquellas alimañas impertinentes , y en los estantes , ya despejados , fueron alineándose los documentos , ocupando , por efecto milagroso del buen orden , la mitad menos que antes , y cabiendo donde no cupieron jamás . Tres o cuatro ejecutorias , todas con su colgante de plomo , quedaron apartadas , envueltas en paños limpios . Todo estaba arreglado ya , excepto un tramo de la estantería donde Julián columbró los lomos oscuros , fileteados de oro , de algunos libros antiguos . Era la biblioteca de un Ulloa , un Ulloa de principios del siglo : Julián extendió la mano , cogió un tomo al azar , lo abrió , leyó la portada ... « La Henriada , poema francés , puesto en verso español : su autor , el señor de Voltaire ... » . Volvió a su sitio el volumen , con los labios contraídos y los ojos bajos , como siempre que algo le hería o escandalizaba : no era en extremo intolerante , pero lo que es a Voltaire , de buena gana le haría lo que a las cucarachas ; no obstante , limitóse a condenar la biblioteca , a no pasar ni un mal paño por el lomo de los libros : de suerte que polillas , gusanos y arañas , acosadas en todas partes , hallaron refugio a la sombra del risueño Arouet y su enemigo el sentimental Juan Jacobo , que también dormía allí sosegadamente desde los años de 1816 . No era tortas y pan pintado la limpieza material del archivo ; sin embargo , la verdadera obra de romanos fue la clasificación . ¡ Aquí te quiero ! parecían decir los papelotes así que Julián intentaba distinguirlos . Un embrollo , una madeja sin cabo , un laberinto sin hilo conductor . No existía faro que pudiese guiar por el piélago insondable : ni libros becerros , ni estados , ni nada . Los únicos documentos que encontró fueron dos cuadernos mugrientos y apestando a tabaco , donde su antecesor , el abad de Ulloa , apuntaba los nombres de los pagadores y arrendatarios de la casa , y al margen , con un signo inteligible para él solo , o con palabras más enigmáticas aún , el balance de sus pagos . Los unos tenían una cruz , los otros un garabato , los de más allá una llamada , y los menos , las frases no paga , pagará , va pagando , ya pagó . ¿ Qué significaban pues el garabato y la cruz ? Misterio insondable . En una misma página se mezclaban gastos e ingresos : aquí aparecía Fulano como deudor insolvente , y dos renglones más abajo , como acreedor por jornales . Julián sacó del libro del abad una jaqueca tremebunda . Bendijo la memoria de fray Venancio , que , más radical , no dejara ni rastro de cuentas , ni el menor comprobante de su larga gestión . Había puesto Julián manos a la obra con sumo celo , creyendo no le sería imposible orientarse en semejante caos de papeles . Se desojaba para entender la letra antigua y las enrevesadas rúbricas de las escrituras ; quería al menos separar lo correspondiente a cada uno de los tres o cuatro principales partidos de renta con que contaba la casa ; y se asombraba de que para cobrar tan poco dinero , tan mezquinas cantidades de centeno y trigo , se necesitase tanto fárrago de procedimientos , tanta documentación indigesta . Perdíase en un dédalo de foros y subforos , prorrateos , censos , pensiones , vinculaciones , cartas dotales , diezmos , tercios , pleitecillos menudos , de atrasos , y pleitazos gordos , de partijas . A cada paso se le confundía más en la cabeza toda aquella papelería trasconejada ; si las obras de reparación , como poner carpetas de papel fuerte y blanco a las escrituras que se deshacían de puro viejas le eran ya fáciles , no así el conocimiento científico de los malditos papelotes , indescifrables para quien no tuviese lecciones y práctica . Ya desalentado se lo confesó al marqués . - Señorito , yo no salgo del paso ... Aquí convenía un abogado , una persona entendida . - Sí , sí , hace mucho tiempo que lo pienso yo también ... Es indispensable tomar mano en eso , porque la documentación debe andar perdida ... ¿ Cómo la ha encontrado usted ? ¿ Hecha una lástima ? Apuesto a que sí . Dijo esto el marqués con aquella entonación vehemente y sombría que adoptaba al tratar de sus propios asuntos , por insignificantes que fuesen ; y mientras hablaba , entretenía las manos ciñendo su collar de cascabeles a la Chula , con la cual iba a salir a matar unas codornices . - Sí , señor ... - murmuró Julián - . No está nada bien , no ... Pero la persona acostumbrada a estas cosas se desenreda de ellas en un soplo ... Y tiene que venir pronto quien sea , porque los papeles no ganan así . La verdad era que el archivo había producido en el alma de Julián la misma impresión que toda la casa : la de una ruina , ruina vasta y amenazadora , que representaba algo grande en lo pasado , pero en la actualidad se desmoronaba a toda prisa . Era esto en Julián aprensión no razonada , que se transformaría en convicción si conociese bien algunos antecedentes de familia del marqués . Don Pedro Moscoso de Cabreira y Pardo de la Lage quedó huérfano de padre muy niño aún . A no ser por semejante desgracia , acaso hubiera tenido carrera : los Moscosos conservaban , desde el abuelo afrancesado , enciclopedista y francmasón que se permitía leer al señor de Voltaire , cierta tradición de cultura trasañeja , medio extinguida ya , pero suficiente todavía para empujar a un Moscoso a los bancos del aula . En los Pardos de la Lage era , al contrario , axiomático que más vale asno vivo que doctor muerto . Vivían entonces los Pardos en su casa solariega , no muy distante de la de Ulloa : al enviudar la madre de don Pedro , el mayorazgo de la Lage iba a casarse en Santiago con una señorita de distinción , trasladando sus reales al pueblo ; y don Gabriel , el segundón , se vino a los Pazos de Ulloa , para acompañar a su hermana , según decía , y servirle de amparo ; en realidad , afirmaban los maldicientes , para disfrutar a su talante las rentas del cuñado difunto . Lo cierto es que don Gabriel en poco tiempo asumió el mando de la casa : él descubrió y propuso para administrador a aquel bendito exclaustrado fray Venancio , medio chocho desde la exclaustración , medio idiota de nacimiento ya , a cuya sombra pudo manejar a su gusto la hacienda del sobrino , desempeñando la tutela . Una de las habilidades de don Gabriel fue hacer partijas con su hermana cogiéndole mañosamente casi toda su legítima , despojo a que asintió la pobre señora , absolutamente inepta en materia de negocios , hábil sólo para ahorrar el dinero que guardaba con sórdida avaricia , y que tuvo la imprudente niñería de ir poniendo en onzas de oro , de las más antiguas , de premio . Cortos eran los réditos del caudal de Moscoso que no se deslizaban de entre los dedos temblones de fray Venancio a las robustas palmas del tutor ; pero si lograban pasar a las de doña Micaela , ya no salían de allí sino en forma de peluconas , camino de cierto escondrijo misterioso , acerca del cual iba poco a poco formándose una leyenda en el país . Mientras la madre atesoraba , don Gabriel educaba al sobrino a su imagen y semejanza , llevándolo consigo a ferias , cazatas , francachelas rústicas , y acaso distracciones menos inocentes , y enseñándole , como decían allí , a cazar la perdiz blanca ; y el chico adoraba en aquel tío jovial , vigoroso y resuelto , diestro en los ejercicios corporales , groseramente chistoso , como todos los de la Lage , en las sobremesas : especie de señor feudal acatado en el país , que enseñaba prácticamente al heredero de los Ulloas el desprecio de la humanidad y el abuso de la fuerza . Un día que tío y sobrino se deportaban , según costumbre , a cuatro o seis leguas de distancia de los Pazos , habiéndose llevado consigo al criado y al mozo de cuadra , a las cuatro de la tarde y estando abiertas todas las puertas del caserón solariego , se presentó en él una gavilla de veinte hombres enmascarados o tiznados de carbón , que maniató y amordazó a la criada , hizo echarse boca abajo a fray Venancio , y apoderándose de doña Micaela , le intimó que enseñase el escondrijo de las onzas ; y como la señora se negase , después de abofetearla , empezaron a mecharla con la punta de una navaja , mientras unos cuantos proponían que se calentase aceite para freírle los pies . Así que le acribillaron un brazo y un pecho , pidió compasión y descubrió , debajo de un arca enorme , el famoso escondrijo , trampa hábilmente disimulada por medio de una tabla igual a las demás del piso , pero que subía y bajaba a voluntad . Recogieron los ladrones las hermosas medallas , apoderáronse también de la plata labrada que hallaron a mano , y se retiraron de los Pazos a las seis , antes que anocheciese del todo . Algún labrador o jornalero les vio salir , pero ¿ qué había de hacer ? Eran veinte , bien armados con escopetas , pistolas y trabucos . Fray Venancio , que sólo había recibido tal cual puntapié o puñada despreciativa , no necesitó más pasaporte para irse al otro mundo , de puro miedo , en una semana ; la señora se apresuró menos , pero , como suele decirse , no levantó cabeza , y de allí a pocos meses una apoplejía serosa le impidió seguir guardando onzas en un agujero mejor disimulado . Del robo se habló largo tiempo en el país , y corrieron rumores muy extraños : se afirmó que los criminales no eran bandidos de profesión , sino gentes conocidas y acomodadas , alguna de las cuales desempeñaba cargo público , y entre ellas se contaban personas relacionadas de antiguo con la familia de Ulloa , que por lo tanto estaban al corriente de las costumbres de la casa , de los días en que se quedaba sin hombres , y de la insaciable constancia de doña Micaela en recoger y conservar la más valiosa moneda de oro . Fuese lo que fuese , la justicia no descubrió a los autores del delito , y don Pedro quedó en breve sin otro pariente que su tío Gabriel . Éste buscó para el sitio de fray Venancio a un sacerdote brusco , gran cazador , incapaz de morirse de miedo ante los ladrones . Desde tiempo atrás les ayudaba en sus expediciones cinegéticas Primitivo , la mejor escopeta furtiva del país , la puntería más certera , y el padre de la moza más guapa que se encontraba en diez leguas a la redonda . El fallecimiento de doña Micaela permitió que hija y padre se instalasen en los Pazos , ella a título de criada , él a título de ... montero mayor , diríamos hace siglos ; hoy no hay nombre adecuado para el empleo . Don Gabriel los tenía muy a raya a entrambos , olfateando en Primitivo un riesgo serio para su influencia ; pero tres o cuatro años después de la muerte de su hermana , don Gabriel sufrió ataques de gota que pusieron en peligro su vida , y entonces se divulgó lo que ya se susurraba acerca de su casamiento secreto con la hija del carcelero de Cebre . El hidalgo se trasladó a vivir , mejor dicho a rabiar , en la villita ; otorgó testamento legando a tres hijos que tenía sus bienes y caudal , sin dejar al sobrino don Pedro ni el reloj en memoria ; y habiéndosele subido la gota al corazón , entregó su alma a Dios de malísima gana , con lo cual hallóse el último de los Moscosos dueño de sí por completo . Gracias a todas estas vicisitudes , socaliñas y pellizcos , la casa de Ulloa , a pesar de poseer dos o tres decentes núcleos de renta , estaba enmarañada y desangrada ; era lo que presumía Julián : una ruina . Dada la complicación de red , la subdivisión atomística que caracteriza a la propiedad gallega , un poco de descuido o mala administración basta para minar los cimientos de la más importante fortuna territorial . La necesidad de pagar ciertos censos atrasados y sus intereses había sido causa de que la casa se gravase con una hipoteca no muy cuantiosa ; pero la hipoteca es como el cáncer : empieza atacando un punto del organismo y acaba por inficionarlo todo . Con motivo de los susodichos censos , el señorito buscó asiduamente las onzas del nuevo escondrijo de su madre ; tiempo perdido : o la señora no había atesorado más desde el robo , o lo había ocultado tan bien , que no diera con ello el mismo diablo . La vista de tal hipoteca contristó a Julián , pues el buen clérigo empezaba a sentir la adhesión especial de los capellanes por las casas nobles en que entran ; pero más le llenó de confusión encontrar entre los papelotes la documentación relativa a un pleitecillo de partijas , sostenido por don Alberto Moscoso , padre de don Pedro , con ... ¡ el marqués de Ulloa ! Porque ya es hora de decir que el marqués de Ulloa auténtico y legal , el que consta en la Guía de forasteros , se paseaba tranquilamente en carretela por la Castellana , durante el invierno de 1866 a 1867 , mientras Julián exterminaba correderas en el archivo de los Pazos . Bien ajeno estaría él de que el título de nobleza por cuya carta de sucesión había pagado religiosamente su impuesto de lanzas y medias anatas , lo disfrutaba gratis un pariente suyo , en un rincón de Galicia . Verdad que al legítimo marqués de Ulloa , que era Grande de España de primera clase , duque de algo , marqués tres veces y conde dos lo menos , nadie le conocía en Madrid sino por el ducado , por aquello de que baza mayor quita menor , aun cuando el título de Ulloa , radicado en el claro solar de Cabreira de Portugal , pudiese ganar en antigüedad y estimación a los más eminentes . Al pasar a una rama colateral la hacienda de los Pazos de Ulloa , fue el marquesado a donde correspondía por rigurosa agnación ; pero los aldeanos , que no entienden de agnaciones , hechos a que los Pazos de Ulloa diesen nombre al título , siguieron llamando marqueses a los dueños de la gran huronera . Los señores de los Pazos no protestaban : eran marqueses por derecho consuetudinario ; y cuando un labrador , en un camino hondo , se descubría respetuosamente ante don Pedro , murmurando : « Vaya usía muy dichoso , señor marqués » , don Pedro sentía un cosquilleo grato en la epidermis de la vanidad , y contestaba con voz sonora : « Felices tardes » . Del famoso arreglo del archivo sacó Julián los pies fríos y la cabeza caliente : él bien quisiera despabilarse , aplicar prácticamente las nociones adquiridas acerca del estado de la casa , para empezar a ejercer con inteligencia sus funciones de administrador , mas no acertaba , no podía ; su inexperiencia en cosas rurales y jurídicas se traslucía a cada paso . Trataba de estudiar el mecanismo interior de los Pazos : tomábase el trabajo de ir a los establos , a las cuadras , de enterarse de los cultivos , de visitar la granera , el horno , los hórreos , las eras , las bodegas , los alpendres , cada dependencia y cada rincón ; de preguntar para qué servía esto y aquello y lo de más allá , y cuánto costaba y a cómo se vendía ; labor inútil , pues olfateando por todas partes abusos y desórdenes , no conseguía nunca , por su carencia de malicia y de gramática parda , poner el dedo sobre ellos y remediarlos . El señorito no le acompañaba en semejantes excursiones : harto tenía que hacer con ferias , caza y visitas a gentes de Cebre o del señorío montañés , de suerte que el guía de Julián era Primitivo . Guía pesimista si los hay . Cada reforma que Julián quería plantear , la calificaba de imposible , encogiéndose de hombros ; cada superfluidad que intentaba suprimir , la declaraba el cazador indispensable al buen servicio de la casa . Ante el celo de Julián surgían montones de dificultades menudas , impidiéndole realizar ninguna modificación útil . Y lo más alarmante era observar la encubierta , pero real omnipotencia de Primitivo . Mozos , colonos , jornaleros , y hasta el ganado en los establos , parecía estarle supeditado y propicio : el respeto adulador con que trataban al señorito , el saludo , mitad desdeñoso y mitad indiferente que dirigían al capellán , se convertían en sumisión absoluta hacia Primitivo , no manifestada por fórmulas exteriores , sino por el acatamiento instantáneo de su voluntad , indicada a veces con sólo el mirar directo y frío de sus ojuelos sin pestañas . Y Julián se sentía humillado en presencia de un hombre que mandaba allí como indiscutible autócrata , desde su ambiguo puesto de criado con ribetes de mayordomo . Sentía pesar sobre su alma la ojeada escrutadora de Primitivo que avizoraba sus menores actos , y estudiaba su rostro , sin duda para averiguar el lado vulnerable de aquel presbítero , sobrio , desinteresado , que apartaba los ojos de las jornaleras garridas . Tal vez la filosofía de Primitivo era que no hay hombre sin vicio , y no había de ser Julián la excepción . Corría entre tanto el invierno , y el capellán se habituaba a la vida campestre . El aire vivo y puro le abría el apetito : no sentía ya las efusiones de devoción que al principio , y sí una especie de caridad humana que le llevaba a interesarse en lo que veía a su alrededor , especialmente los niños y los irracionales , con quienes desahogaba su instintiva ternura . Aumentábase su compasión hacia Perucho , el rapaz embriagado por su propio abuelo ; le dolía verle revolcarse constantemente en el lodo del patio , pasarse el día hundido en el estiércol de las cuadras , jugando con los becerros , mamando del pezón de las vacas leche caliente o durmiendo en el pesebre , entre la hierba destinada al pienso de la borrica ; y determinó consagrar algunas horas de las largas noches de invierno a enseñar al chiquillo el abecedario , la doctrina y los números . Para realizarlo se acomodaba en la vasta mesa , no lejos del fuego del hogar , cebado por Sabel con gruesos troncos ; y cogiendo al niño en sus rodillas , a la luz del triple mechero del velón , le iba guiando pacientemente el dedo sobre el silabario , repitiendo la monótona salmodia por donde empieza el saber : be-a bá , be-e bé , be-i bí ... El chico se deshacía en bostezos enormes , en muecas risibles , en momos de llanto , en chillidos de estornino preso ; se acorazaba , se defendía contra la ciencia de todas las maneras imaginables , pateando , gruñendo , escondiendo la cara , escurriéndose , al menor descuido del profesor , para ocultarse en cualquier rincón o volverse al tibio abrigo del establo . En aquel tiempo frío , la cocina se convertía en tertulia , casi exclusivamente compuesta de mujeres . Descalzas y pisando de lado , como recelosas , iban entrando algunas , con la cabeza resguardada por una especie de mandilón de picote ; muchas gemían de gusto al acercarse a la deleitable llama ; otras , tomando de la cintura el huso y el copo de lino , hilaban después de haberse calentado las manos , o sacando del bolsillo castañas , las ponían a asar entre el rescoldo ; y todas , empezando por cuchichear bajito , acababan por charlotear como urracas . Era Sabel la reina de aquella pequeña corte : sofocada por la llama , con los brazos arremangados , los ojos húmedos , recibía el incienso de las adulaciones , hundía el cucharón de hierro en el pote , llenaba cuencos de caldo , y al punto una mujer desaparecía del círculo , refugiábase en la esquina o en un banco , donde se la oía mascar ansiosamente , soplar el hirviente bodrio y lengüetear contra la cuchara . Noches había en que no se daba la moza punto de reposo en colmar tazas , ni las mujeres en entrar , comer y marcharse para dejar a otras el sitio : allí desfilaba sin duda , como en mesón barato , la parroquia entera . Al salir cogían aparte a Sabel , y si el capellán no estuviese tan distraído con su rebelde alumno , vería algún trozo de tocino , pan o lacón rápidamente escondido en un justillo , o algún chorizo cortado con prontitud de las ristras pendientes en la chimenea , que no menos velozmente pasaba a las faltriqueras . La última tertuliana que se quedaba , la que secreteaba más tiempo y más íntimamente con Sabel , era la vieja de las greñas de estopa , entrevista por Julián la noche de su llegada a los Pazos . Era imponente la fealdad de la bruja : tenía las cejas canas , y , de perfil , le sobresalían , como también las cerdas de un lunar ; el fuego hacía resaltar la blancura del pelo , el color atezado del rostro , y el enorme bocio o papera que deformaba su garganta del modo más repulsivo . Mientras hablaba con la frescachona Sabel , la fantasía de un artista podía evocar los cuadros de tentaciones de San Antonio en que aparecen juntas una asquerosa hechicera y una mujer hermosa y sensual , con pezuña de cabra . Sin explicarse el porqué , empezó a desagradar a Julián la tertulia y las familiaridades de Sabel , que se le arrimaba continuamente , a pretexto de buscar en el cajón de la mesa un cuchillo , una taza , cualquier objeto indispensable . Cuando la aldeana fijaba en él sus ojos azules , anegados en caliente humedad , el capellán experimentaba malestar violento , comparable sólo al que le causaban los de Primitivo , que a menudo sorprendía clavados a hurtadillas en su rostro . Ignorando en qué fundar sus recelos , creía Julián que meditaban alguna asechanza . Era Primitivo , salvo tal cual momentáneo acceso de brusca y selvática alegría , hombre taciturno , a cuya faz de bronce asomaban rara vez los sentimientos ; y con todo eso , Julián se juzgaba blanco de hostilidad encubierta por parte del cazador ; en rigor , ni hostilidad podía llamarse ; más bien tenía algo de observación y acecho , la espera tranquila de una res , a quien , sin odiarla , se desea cazar cuanto antes . Semejante actitud no podía definirse , ni expresarse apenas . Julián se refugió en su cuarto , adonde hizo subir , medio arrastro , al niño , para la lección acostumbrada . Así como así , el invierno había pasado , y el calor de la lareira no era apetecible ya . En su habitación pudo el capellán notar mejor que en la cocina la escandalosa suciedad del angelote . Media pulgada de roña le cubría la piel ; y en cuanto al cabello , dormían en él capas geológicas , estratificaciones en que entraba tierra , guijarros menudos , toda suerte de cuerpos extraños . Julián cogió a viva fuerza al niño , lo arrastró hacia la palangana , que ya tenía bien abastecida de jarras , toallas y jabón . Empezó a frotar . ¡ María Santísima y qué primer agua la que salió de aquella empecatada carita ! Lejía pura , de la más turbia y espesa . Para el pelo fue preciso emplear aceite , pomada , agua a chorros , un batidor de gruesas púas que desbrozase la virgen selva . Al paso que adelantaba la faena , iban saliendo a luz las bellísimas facciones , dignas del cincel antiguo , coloreadas con la pátina del sol y del aire ; y los bucles , libres de estorbos , se colocaban artísticamente como en una testa de Cupido , y descubrían su matiz castaño dorado , que acababa de entonar la figura . ¡ Era pasmoso lo bonito que había hecho Dios a aquel muñeco ! Todos los días , que gritase o que se resignase el chiquillo , Julián lo lavaba así antes de la lección . Por aquel respeto que profesaba a la carne humana no se atrevía a bañarle el cuerpo , medida bien necesaria en verdad . Pero con los lavatorios y el carácter bondadoso de Julián , el diablillo iba tomándose demasiadas confianzas , y no dejaba cosa a vida en el cuarto . Su desaplicación , mayor a cada instante , desesperaba al pobre presbítero : la tinta le servía a Perucho para meter en ella la mano toda y plantarla después sobre el silabario ; la pluma , para arrancarle las barbas y romperle el pico cazando moscas en los vidrios ; el papel , para rasgarlo en tiritas o hacer con él cucuruchos ; las arenillas , para volcarlas sobre la mesa y figurar con ellas montes y collados , donde se complacía en producir cataclismos hundiendo el dedo de golpe . Además , revolvía la cómoda de Julián , deshacía la cama brincando encima , y un día llegó al extremo de prender fuego a las botas de su profesor , llenándolas de fósforos encendidos . Bien aguantaría Julián estas diabluras con la esperanza de sacar algo en limpio de semejante hereje ; pero se complicaron con otra cosa bastante más desagradable : las idas y venidas frecuentes de Sabel por su habitación . Siempre encontraba la moza algún pretexto para subir : que se le había olvidado recoger el servicio del chocolate ; que se le había esquecido mudar la toalla . Y se endiosaba , y tardaba un buen rato en bajar , entreteniéndose en arreglar cosas que no estaban revueltas , o poniéndose de pechos en la ventana , muy risueña y campechanota , alardeando de una confianza que Julián , cada día más reservado , no autorizaba en modo alguno . Una mañana entró Sabel a la hora de costumbre con las jarras de agua para las abluciones del presbítero , que , al recibirlas , no pudo menos de reparar , en una rápida ojeada , cómo la moza venía en justillo y enaguas , con la camisa entreabierta , el pelo destrenzado y descalzos un pie y pierna blanquísimos , pues Sabel , que se calzaba siempre y no hacía más que la labor de cocina y ésa con mucha ayuda de criadas de campo y comadres , no tenía la piel curtida , ni deformados los miembros . Julián retrocedió , y la jarra tembló en su mano , vertiéndose un chorro de agua por el piso . - Cúbrase usted , mujer - murmuró con voz sofocada por la vergüenza - . No me traiga nunca el agua cuando esté así ... no es modo de presentarse a la gente . - Me estaba peinando y pensé que me llamaba ... - respondió ella sin alterarse , sin cruzar siquiera las palmas sobre el escote . - Aunque la llamase no era regular venir en ese traje ... Otra vez que se esté peinando que me suba el agua Cristobo o la chica del ganado ... o cualquiera ... Y al pronunciar estas palabras , volvíase de espaldas para no ver más a Sabel , que se retiraba lentamente . Desde aquel punto y hora , Julián se desvió de la muchacha como de un animal dañino e impúdico ; no obstante , aún le parecía poco caritativo atribuir a malos fines su desaliño indecoroso , prefiriendo achacarlo a ignorancia y rudeza . Pero ella se había propuesto demostrar lo contrario . Poco tiempo iba transcurrido desde la severa reprimenda , cuando una tarde , mientras Julián leía tranquilamente la Guía de Pecadores , sintió entrar a Sabel y notó , sin levantar la cabeza , que algo arreglaba en el cuarto . De pronto oyó un golpe , como caída de persona contra algún mueble , y vio a la moza recostada en la cama , despidiendo lastimeros ayes y hondos suspiros . Se quejaba de una aflición , una cosa repentina , y Julián , turbado pero compadecido , acudió a empapar una toalla para humedecerle las sienes , y a fin de ejecutarlo se acercó a la acongojada enferma . Apenas se inclinó hacia ella , pudo - a pesar de su poca experiencia y ninguna malicia - convencerse de que el supuesto ataque no era sino bellaquería grandísima y sinvergüenza calificada . Una ola de sangre encendió a Julián hasta el cogote : sintió la cólera repentina , ciega , que rarísima vez fustigaba su linfa , y señalando a la puerta , exclamó : - Se me va usted de aquí ahora mismo o la echo a empellones ... , ¿ entiende usted ? No me vuelve usted a cruzar esa puerta ... Todo , todo lo que necesite , me lo traerá Cristobo ... ¡ Largo inmediatamente ! Retiróse la moza cabizbaja y mohína , como quien acaba de sufrir pesado chasco . Julián , por su parte , quedó tembloroso , agitado , descontento de sí mismo , cual suelen los pacíficos cuando ceden a un arrebato de ira : hasta sentía dolor físico , en el epigastrio . A no dudarlo , se había excedido ; debió dirigir a aquella mujer una exhortación fervorosa , en vez de palabras de menosprecio . Su obligación de sacerdote era enseñar , corregir , perdonar , no pisotear a la gente como a los bichos del archivo . Al cabo Sabel tenía un alma , redimida por la sangre de Cristo igual que otra cualquiera . Pero ¿ quién reflexiona , quién se modera ante tal descaro ? Hay un movimiento que llaman los escolásticos primo primis fatal e inevitable . Así se consolaba el capellán . De todos modos , era triste cosa tener que vivir con aquella mala hembra , no más púdica que las vacas . ¿ Cómo podía haber mujeres así ? Julián recordaba a su madre , tan modosa , siempre con los ojos bajos y la voz almibarada y suave , con su casabé abrochado hasta la nuez , sobre el cual , para mayor recato , caía liso , sin arrugas , un pañuelito de seda negra . ¡ Qué mujeres ! ¡ Qué mujeres se encuentran por el mundo ! Desde el funesto lance tuvo Julián que barrerse el cuarto y subirse el agua , porque ni Cristobo ni las criadas hicieron caso de sus órdenes , y a Sabel no quería verle ni la sombra en la puerta . Lo que más extrañeza y susto le causó fue observar que Primitivo , después del suceso , no se recataba ya para mirarle con fijeza terrible , midiéndole con una ojeada que equivalía a una declaración de guerra . Julián no podía dudar que estorbaba en los Pazos : ¿ por qué ? A veces meditaba en ello interrumpiendo la lectura de Fray Luis de Granada y de los seis libros de San Juan Crisóstomo sobre el sacerdocio ; pero al poco rato , descorazonado por tanta mezquina contrariedad , desesperando de ser útil jamás a la casa de Ulloa , se enfrascaba nuevamente en sus páginas místicas . De los párrocos de las inmediaciones , con ninguno había hecho Julián tan buenas migas como con don Eugenio , el de Naya . El abad de Ulloa , al cual veía con más frecuencia , no le era simpático , por su desmedida afición al jarro y a la escopeta ; y al abad de Ulloa , en cambio , le exasperaba Julián , a quien solía apodar mariquita ; porque para el abad de Ulloa , la última de las degradaciones en que podía caer un hombre era beber agua , lavarse con jabón de olor y cortarse las uñas : tratándose de un sacerdote , el abad ponía estos delitos en parangón con la simonía . « Afeminaciones , afeminaciones » , gruñía entre dientes , convencidísimo de que la virtud en el sacerdote , para ser de ley , ha de presentarse bronca , montuna y cerril ; aparte de que un clérigo no pierde , ipso facto , los fueros de hombre , y el hombre debe oler a bravío desde una legua . Con los demás curas de las parroquias cercanas tampoco frisaba mucho Julián ; así es que , convidado a las funciones de iglesia , acostumbraba retirarse tan pronto como se acababan las ceremonias , sin aceptar jamás la comida que era su complemento indispensable . Pero cuando don Eugenio le invitó con alegre cordialidad a pasar en Naya el día del patrón , aceptó de buen grado , comprometiéndose a no faltarle . Según lo convenido , subió a Naya la víspera , rehusando la montura que le ofrecía don Pedro . ¡ Para legua y media escasa ! ¡ Y con una tarde hermosísima ! Apoyándose en un palo , dando tiempo a que anocheciese , deteniéndose a cada rato para recrearse mirando el paisaje , no tardó mucho en llegar al cerro que domina el caserío de Naya , tan oportunamente que vino a caer en medio del baile que , al son de la gaita , bombo y tamboril , a la luz de los fachones de paja de centeno encendidos y agitados alegremente , preludiaba a los regocijos patronales . Poco tardaron los bailarines en bajar hacia la rectoral , cantando y atruxando como locos , y con ellos descendió Julián . El cura esperaba en la portalada misma : recogidas las mangas de su chaqueta , levantaba en alto un jarro de vino , y la criada sostenía la bandeja con vasos . Detúvose el grupo ; el gaitero , vestido de pana azul , en actitud de cansancio , dejando desinflarse la gaita , cuyo punteiro caía sobre los rojos flecos del roncón , se limpiaba la frente sudorosa con un pañuelo de seda , y los reflejos de la paja ardiendo y de las luces que alumbraban la casa del cura permitían distinguir su cara guapota , de correctas facciones , realzada por arrogantes patillas castañas . Cuando le sirvieron el vino , el rústico artista dijo cortésmente : « ¡ A la salud del señor abade y la compaña ! » y , después de echárselo al coleto , aún murmuró con mucha política , pasándose el revés de la mano por la boca : « De hoy en veinte años , señor abade » . Las libaciones consecutivas no fueron acompañadas de más fórmulas de atención . Disfrutaba el párroco de Naya de una rectoral espaciosa , alborozada a la sazón con los preparativos de la fiesta y asistía impávido a los preliminares del saco y ruina de su despensa , bodega , leñera y huerto . Era don Eugenio joven y alegre como unas pascuas , y su condición , más que de padre de almas , de pilluelo revoltoso y ladino ; pero bajo la corteza infantil se escondía singular don de gentes y conocimiento de la vida práctica . Sociable y tolerante , había logrado no tener un solo enemigo entre sus compañeros . Le conceptuaban un rapaz inofensivo . Tras el pocillo de aromoso chocolate , dio a Julián la mejor cama y habitación que poseía , y le despertó cuando la gaita floreaba la alborada , rayando ésta apenas en los cielos . Fueron juntos los dos clérigos a revisar el decorado de los altares , compuestos ya para la misa solemne . Julián pasaba la revista con especial devoción , puesto que el patrón de Naya era el suyo mismo , el bienaventurado San Julián , que allí estaba en el altar mayor con su carita inocentona , su estática sonrisilla , su chupa y calzón corto , su paloma blanca en la diestra , y la siniestra delicadamente apoyada en la chorrera de la camisola . La imagen modesta , la iglesia desmantelada y sin más adorno que algún rizado cirio y humildes flores aldeanas puestas en toscos cacharros de loza , todo excitaba en Julián tierna piedad , la efusión que le hacía tanto provecho , ablandándole y desentumeciéndole el espíritu . Iban llegando ya los curas de las inmediaciones , y en el atrio , tapizado de hierba , se oía al gaitero templar prolijamente el instrumento , mientras en la iglesia el hinojo , esparcido por las losas y pisado por los que iban entrando , despedía olor campestre y fresquísimo . La procesión se organizaba ; San Julián había descendido del altar mayor ; la cruz y los estandartes oscilaban sobre el remolino de gentes amontonadas ya en la estrecha nave , y los mozos , vestidos de fiesta , con su pañuelo de seda en la cabeza en forma de burelete , se ofrecían a llevar las insignias sacras . Después de dar dos vueltas por el atrio y de detenerse breves instantes frente al crucero , el santo volvió a entrar en la iglesia , y fue pujado , con sus andas , a una mesilla al lado del altar mayor muy engalanada , y cubierta con antigua colcha de damasco carmesí . La misa empezó , regocijada y rústica , en armonía con los demás festejos . Más de una docena de curas la cantaban a voz en cuello , y el desvencijado incensario iba y venía , con retintín de cadenillas viejas , soltando un humo espeso y aromático , entre cuya envoltura algodonosa parecía suavizarse el desentono del introito , la aspereza de las broncas laringes eclesiásticas . El gaitero , prodigando todos sus recursos artísticos , acompañaba con el punteiro desmangado de la gaita y haciendo oficios de clarinete . Cuando tenía que sonar entera la orquesta , mangaba otra vez el punteiro en el fol ; así podía acompañar la elevación de la hostia con una solemne marcha real , y el postcomunio con una muñeira de las más recientes y brincadoras , que , ya terminada la misa , repetía en el vestíbulo , donde tandas de mozos y mozas se desquitaban , bailando a su sabor , de la compostura guardada por espacio de una hora en la iglesia . Y el baile en el atrio lleno de luz , el templo sembrado de hojas de hinojos y espadaña que magullaron los pisotones , alumbrado , más que por los cirios , por el sol que puerta y ventanas dejaban entrar a torrentes , los curas jadeantes , pero satisfechos y habladores , el santo tan currutaco y lindo , muy risueño en sus andas , con una pierna casi en el aire para empezar un minueto y la cándida palomita pronta a abrir las alas , todo era alegre , terrenal , nada inspiraba la augusta melancolía que suele imperar en las ceremonias religiosas . Julián se sentía tan muchacho y contento como el santo bendito , y salía ya a gozar el aire libre , acompañado de don Eugenio , cuando en el corro de los bailadores distinguió a Sabel , lujosamente vestida de domingo , girando con las demás mozas , al compás de la gaita . Esta vista le aguó un tanto la fiesta . Era a semejante hora la rectoral de Naya un infierno culinario , si es que los hay . Allí se reunían una tía y dos primas de don Eugenio - a quienes por ser muchachas y frescas no quería el párroco tener consigo a diario en la rectoral - ; el ama , viejecilla llorona , estorbosa e inútil , que andaba dando vueltas como un palomino atontado , y otra ama bien distinta , de rompe y rasga , la del cura de Cebre , que en sus mocedades había servido a un canónigo compostelano , y era célebre en el país por su destreza en batir mantequillas y asar capones . Esta fornida guisandera , un tanto bigotuda , alta de pecho y de ademán brioso , había vuelto la casa de arriba abajo en pocas horas , barriéndola desde la víspera a grandes y furibundos escobazos , retirando al desván los trastos viejos , empezando a poner en marcha el formidable ejército de guisos , echando a remojo los lacones y garbanzos , y revistando , con rápida ojeada de general en jefe , la hidrópica despensa , atestada de dádivas de feligreses ; cabritos , pollos , anguilas , truchas , pichones , ollas de vino , manteca y miel , perdices , liebres y conejos , chorizos y morcillas . Conocido ya el estado de las provisiones , ordenó las maniobras del ejército : las viejas se dedicaron a desplumar aves , las mozas a fregar y dejar como el oro peroles , cazos y sartenes , y un par de mozancones de la aldea , uno de ellos idiota de oficio , a desollar reses y limpiar piezas de caza . Si se encontrase allí algún maestro de la escuela pictórica flamenca , de los que han derramado la poesía del arte sobre la prosa de la vida doméstica y material , ¡ con cuánto placer vería el espectáculo de la gran cocina , la hermosa actividad del fuego de leña que acariciaba la panza reluciente de los peroles , los gruesos brazos del ama confundidos con la carne no menos rolliza y sanguínea del asado que aderezaba , las rojas mejillas de las muchachas entretenidas en retozar con el idiota , como ninfas con un sátiro atado , arrojándole entre el cuero y la camisa puñados de arroz y cucuruchos de pimiento ! Y momentos después , cuando el gaitero y los demás músicos vinieron a reclamar su parva o desayuno , el guiso de intestinos de castrón , hígado y bofes , llamado en el país mataburrillo , ¡ cuán digna de su pincel encontraría la escena de rozagante apetito , de expansión del estómago , de carrillos hinchados y tragos de mosto despabilados al vuelo , que allí se representó entre bromas y risotadas ! ¿ Y qué valía todo ello en comparación del festín homérico preparado en la sala de la rectoral ? Media docena de tablas tendidas sobre otros tantos cestos , ayudaban a ensanchar la mesa cuotidiana ; por encima dos limpios manteles de lamanisco sostenían grandes jarros rebosando tinto añejo ; y haciéndoles frente , en una esquina del aposento , esperaban turno ventrudas ollas henchidas del mismo líquido . La vajilla era mezclada , y entre el estaño y barro vidriado descollaba algún talavera legítimo , capaz de volver loco a un coleccionista , de los muchos que ahora se consagran a la arcana ciencia de los pucheros . Ante la mesa y sus apéndices , no sin mil cumplimientos y ceremonias , fueron tomando asiento los padres curas , porfiando bastante para ceder los asientos de preferencia , que al cabo tocaron al obeso Arcipreste de Loiro - la persona más respetable en años y dignidad de todo el clero circunvecino , que no había asistido a la ceremonia por no ahogarse con las apreturas del gentío en la misa - , y a Julián , en quien don Eugenio honraba a la ilustre casa de Ulloa . Sentóse Julián avergonzado , y su confusión subió de punto durante la comida . Por ser nuevo en el país y haber rehusado siempre quedarse a comer en las fiestas , era blanco de todas las miradas . Y la mesa estaba imponente . La rodeaban unos quince curas y sobre ocho seglares , entre ellos el médico , notario y juez de Cebre , el señorito de Limioso , el sobrino del cura de Boán , y el famosísimo cacique conocido por el apodo de Barbacana , que apoyándose en el partido moderado a la sazón en el poder , imperaba en el distrito y llevaba casi anulada la influencia de su rival el cacique Trampeta , protegido por los unionistas y mal visto por el clero . En suma , allí se juntaba lo más granado de la comarca , faltando sólo el marqués de Ulloa , que vendría de fijo a los postres . La monumental sopa de pan rehogada en grasa , con chorizo , garbanzos y huevos cocidos cortados en ruedas , circulaba ya en gigantescos tarterones , y se comía en silencio , jugando bien las quijadas . De vez en cuando se atrevía algún cura a soltar frases de encomio a la habilidad de la guisandera ; y el anfitrión , observando con disimulo quiénes de los convidados andaban remisos en mascar , les instaba a que se animasen , afirmando que era preciso aprovecharse de la sopa y del cocido , pues apenas había otra cosa . Creyéndolo así Julián , y no pareciéndole cortés desairar a su huésped , cargó la mano en la sopa y el cocido . Grande fue su terror cuando empezó a desfilar interminable serie de platos , los veintiséis tradicionales en la comida del patrón de Naya , no la más abundante que se servía en el arciprestazgo , pues Loiro se le aventajaba mucho . Para llegar al número prefijado , no había recurrido la guisandera a los artificios con que la cocina francesa disfraza los manjares bautizándolos con nombres nuevos o adornándolos con arambeles y engañifas . No , señor : en aquellas regiones vírgenes no se conocía , loado sea Dios , ninguna salsa o pebre de origen gabacho , y todo era neto , varonil y clásico como la olla . ¿ Veintiséis platos ? Pronto se hace la lista : pollos asados , fritos , en pepitoria , estofados , con guisantes , con cebollas , con patatas y con huevos ; aplíquese el mismo sistema a la carne , al puerco , al pescado y al cabrito . Así , sin calentarse los cascos , presenta cualquiera veintiséis variados manjares . ¡ Y cómo se burlaría la guisandera si por arte de magia apareciese allí un cocinero francés empeñado en redactar un menú , en reducirse a cuatro o seis principios , en alternar los fuertes con los ligeros y en conceder honroso puesto a la legumbre ! ¡ Legumbres a mí ! , diría el ama del cura de Cebre , riéndose con toda su alma y todas sus caderas también . ¡ Legumbres el día del patrón ! Son buenas para los cerdos . Ahíto y mareado , Julián no tenía fuerzas sino para rechazar con la mano las fuentes que no cesaban de circular pasándoselas los convidados unos a otros : a bien que ya le observaban menos , pues la conversación se calentaba . El médico de Cebre , atrabiliario , magro y disputador ; el notario , coloradote y barbudo , osaban decir chistes , referir anécdotas ; el sobrino del cura de Boán , estudiante de derecho , muy enamorado de condición , hablaba de mujeres , ponderaba la gracia de las señoritas de Molende y la lozanía de una panadera de Cebre , muy nombrada en el país ; los curas al pronto no tomaron parte , y como Julián bajase la vista , algunos comensales , después de observarle de reojo , se hicieron los desentendidos . Mas duró poco la reserva ; al ir vaciándose los jarros y desocupándose las fuentes , nadie quiso estar callado y empezaron las bromas a echar chispas . Máximo Juncal , el médico , recién salido de las aulas compostelanas , soltó varias puntadas sobre política , y también malignas pullas referentes al grave escándalo que a la sazón traía muy preocupados a los revolucionarios de provincia : Sor Patrocinio , sus manejos , su influencia en Palacio . Alborotáronse dos o tres curas ; y el cacique Barbacana , con suma gravedad , volviendo hacia Juncal su barba florida y luenga , díjole desdeñosamente una verdad como un templo : que « muchos hablaban de lo que no entendían » , a lo cual el médico replicó , vertiendo bilis por ojos y labios , « que pronto iba a llegar el día de la gran barredura , que luego se armaría el tiberio del siglo , y que los neos irían a contarlo a casa de su padre Judas Iscariote » . Afortunadamente profirió estos tremendos vaticinios a tiempo que la mayor parte de los párrocos se hallaban enzarzados en la discusión teológica , indispensable complemento de todo convite patronal . Liados en ella , no prestó atención a lo que el médico decía ninguno de los que podían volvérselas al cuerpo : ni el bronco abad de Ulloa , ni el belicoso de Boán , ni el Arcipreste , que siendo más sordo que una tapia , resolvía las discusiones políticas a gritos , alzando el índice de la mano derecha como para invocar la cólera del cielo . En aquel punto y hora , mientras corrían las fuentes de arroz con leche , canela y azúcar , y se agotaban las copas de tostado , llegaba a su periodo álgido la disputa , y se entreoían argumentos , proposiciones , objeciones y silogismos . - Nego majorem ... - Probo minorem . - Eh ... Boán , que con mucho disimulo me estás echando abajo la gracia ... - Compadre , cuidado ... Si adelanta usted un poquito más nos vamos a encontrar con el libre albedrío perdido . - Cebre , mira que vas por mal camino : ¡ mira que te marchas con Pelagio ! - Yo a San Agustín me agarro , y no lo suelto . - Esa proposición puede admitirse simpliciter , pero tomándola en otro sentido ... no cuela . - Citaré autoridades , todas las que se me pidan : ¿ a que no me citas tú ni media docena ? A ver . - Es sentir común de la Iglesia desde los primeros concilios . - Es punto opinable , ¡ quoniam ! A mí no me vengas a asustar tú con concilios ni concilias . - ¿ Querrás saber más que Santo Tomás ? - ¿ Y tú querrás ponerte contra el Doctor de la gracia ? - ¡ Nadie es capaz de rebatirme esto ! Señores ... la gracia ... - ¡ Que nos despeñamos de vez ! ¡ Eso es herejía formal ; es pelagianismo puro ! - Qué entiendes tú , qué entiendes tú ... Lo que tú censures , que me lo claven ... - Que diga el señor Arcipreste ... Vamos a aventurar algo a que no me deja mal el señor Arcipreste . El Arcipreste era respetado más por su edad que por su ciencia teológica ; y se sosegó un tanto el formidable barullo cuando se incorporó difícilmente , con ambas manos puestas tras los oídos , vertiendo sangre por la cara , a fin de dirimir , si cabía lograrlo , la contienda . Pero un incidente distrajo los ánimos : el señorito de Ulloa entraba seguido de dos perros perdigueros , cuyos cascabeles acompañaban su aparición con jubiloso repique . Venía , según su promesa , a tomar una copa a los postres ; y la tomó de pie , porque le aguardaba un bando de perdices allá en la montaña . Hízosele muy cortés recibimiento , y los que no pudieron agasajarle a él agasajaron a la Chula y al Turco , que iban apoyando la cabeza en todas las rodillas , lamiendo aquí un plato y zampándose un bizcocho allá . El señorito de Limioso se levantó resuelto a acompañar al de Ulloa en la excursión cinegética , para lo cual tenía prevenido lo necesario , pues rara vez salía del Pazo de Limioso sin echarse la escopeta al hombro y el morral a la cintura . Cuando partieron los dos hidalgos , ya se había calmado la efervescencia de la discusión sobre la gracia , y el médico , en voz baja , le recitaba al notario ciertos sonetos satírico-políticos que entonces corrían bajo el nombre de belenes . Celebrábalos el notario , particularmente cuando el médico recalcaba los versos esmaltados de alusiones verdes y picantes . La mesa , en desorden , manchada de salsas , ensangrentada de vino tinto , y el suelo lleno de huesos arrojados por los comensales menos pulcros , indicaban la terminación del festín ; Julián hubiera dado algo bueno por poderse retirar ; sentíase cansado , mortificado por la repugnancia que le inspiraban las cosas exclusivamente materiales ; pero no se atrevía a interrumpir la sobremesa , y menos ahora que se entregaban al deleite de encender algún pitillo y murmurar de las personas más señaladas en el país . Se trataba del señorito de Ulloa , de su habilidad para tumbar perdices , y sin que Julián adivinase la causa , se pasó inmediatamente a hablar de Sabel , a quien todos habían visto por la mañana en el corro de baile ; se encomió su palmito , y al mismo tiempo se dirigieron a Julián señas y guiños , como si la conversación se relacionase con él . El capellán bajaba la vista según costumbre , y fingía doblar la servilleta ; mas de improviso , sintiendo uno de aquellos chispazos de cólera repentina y momentánea que no era dueño de refrenar , tosió , miró en derredor , y soltó unas cuantas asperezas y severidades que hicieron enmudecer a la asamblea . Don Eugenio , al ver aguada la sobremesa , optó por levantarse , proponiendo a Julián que saliesen a tomar el fresco en la huerta : algunos clérigos se alzaron también , anunciando que iban a echar completas ; otros se escurrieron en compañía del médico , el notario , el juez y Barbacana , a menear los naipes hasta la noche . Refugiáronse al huerto el cura de Naya y Julián , pasando por la cocina , donde la algazara de los criados , primas del cura , cocineras y músicos era formidable , y los jarros se evaporaban y la comilona amenazaba durar hasta el sol puesto . El huerto , en cambio , permanecía en su tranquilo y poético sosiego primaveral , con una brisa fresquita que columpiaba las últimas flores de los perales y cerezos , y acariciaba el recio follaje de las higueras , a cuya sombra , en un ribazo de mullida grama , se tendieron ambos presbíteros , no sin que don Eugenio , sacando un pañuelo de algodón a cuadros , se tapase con él la cabeza , para resguardarla de las importunidades de alguna mosca precoz . A Julián todavía le duraba el sofoco , la llamarada de indignación ; pero ya le pesaba , de su corta paciencia , y resolvía ser más sufrido en lo venidero . Aunque bien mirado ... - ¿ Quiere escotar un sueño ? - preguntó el de Naya al verle tan cabizbajo y mustio . - No ; lo que yo quería , Eugenio , era pedirle que me dispensase el enfado que tomé allá en la mesa ... Conozco que soy a veces así ... un poco vivo ... y luego hay conversaciones que me sacan de tino , sin poderlo remediar . Usted póngase en mi caso . - Pongo , pongo ... Pero a mí me están embromando también a cada rato con las primas ... , y hay que aguantar , que no lo hacen con mala intención ; es por reírse un poco . - Hay bromas de bromas , y a mí me parecen delicadas para un sacerdote las que tocan a la honestidad y a la pureza . Si aguanta uno por respetos humanos esos dichos , acaso pensarán que ya tiene medio perdida la vergüenza para los hechos . Y ¿ qué sé yo si alguno , no digo de los sacerdotes , no quiero hacerles tal ofensa , pero de los seglares , creerá que en efecto ... ? El de Naya aprobó con la cabeza como quien reconoce la fuerza de una observación ; pero , al mismo tiempo , la sonrisa con que lucía la desigual dentadura era suave e irónica protesta contra tanta rigidez . - Hay que tomar el mundo según viene ... - murmuró filosóficamente - . Ser bueno es lo que importa ; porque ¿ quién va a tapar las bocas de los demás ? Cada uno habla lo que le parece , y gasta las guasas que quiere ... En teniendo la conciencia tranquila ... - No , señor ; no , señor ; poco a poco - replicó acaloradamente Julián - . No sólo estamos obligados a ser buenos , sino a parecerlo ; y aún es peor en un sacerdote , si me apuran , el mal ejemplo y el escándalo , que el mismo pecado . Usted bien lo sabe , Eugenio ; lo sabe mejor que yo , porque tiene cura de almas . - También usted se apura ahí por una chanza , por una tontería , lo mismo que si ya todo el mundo le señalase con el dedo ... Se necesita una vara de correa para vivir entre gentes . A este paso no le arriendo la ganancia , porque no va a sacar para disgustos . Caviloso y cejijunto , había cogido Julián un palito que andaba por el suelo , y se entretenía en clavarlo en la hierba . Levantó la cabeza de pronto . - Eugenio , ¿ es mi amigo ? - Siempre , hombre , siempre - contestó afable y sinceramente el de Naya . - Pues séame franco . Hábleme como si estuviésemos en el confesonario . ¿ Se dice por ahí ... eso ? - ¿ Lo qué ? - Lo de que yo ... tengo algo que ver ... con esa muchacha , ¿ eh ? Porque puede usted creerme , y se lo juraría si fuese lícito jurar : bien sabe Dios que la tal mujer hasta me es aborrecible , y que no le habré mirado a la cara media docena de veces desde que estoy en los Pazos . - No , pues a la cara se le puede mirar , que la tiene como una rosa ... Ea , sosiéguese : a mí se me figura que nadie piensa mal de usted con Sabel . El marqués no inventó la pólvora , es cierto que no , y la moza se distraerá con los de su clase cuanto quiera , dígalo el bailoteo en la gaita de hoy ; pero no iba a tener la desvergüenza de pegársela en sus barbas , con el mismo capellán ... Hombre , no hagamos tan estúpido al marqués . Julián se volvió , más bien arrodillado que sentado en la grama , con los ojos abiertos de par en par . - Pero ... el señorito ... , ¿ qué tiene que ver el señorito ... ? El cura de Naya saltó a su vez , sin que ninguna mosca le picase , y prorrumpió en juvenil carcajada . Julián , comprendiendo , preguntó nuevamente : - Luego el chiquillo ... el Perucho ... Tornó don Eugenio a reír hasta el extremo de tener que limpiarse los lagrimales con el pañuelo de cuadros . - No se ofenda ... - murmuraba entre risa y llanto - . No se ofenda porque me río así ... Es que , de veras , no me puedo contener cuando me pega la risa ; un día hasta me puse malo ... Esto es como las cosqui ... cosquillas ... involuntario ... Aplacado el acceso de risa , añadió : - Es que yo siempre lo tuve a usted por un bienaventurado , como nuestro patrón San Julián ... , pero esto pasa de castaño oscuro ... ¡ Vivir en los Pazos y no saber lo que ocurre en ellos ! ¿ O es que quiere hacerse el bobo ? - A fe , no sospechaba nada , nada , nada . ¿ Usted piensa que iba a quedarme allí ni dos días , caso de averiguarlo antes ? ¿ Autorizar con mi presencia un amancebamiento ? ¿ Pero ... usted está seguro de lo que dice ? - Hombre ... ¿ tiene usted gana de cuentos ? ¿ Es usted ciego ? ¿ No lo ha notado ? Pues repárelo . - ¡ Qué sé yo ! ¡ Cuando uno no está en la malicia ! Y el niño ... , ¡ infeliz criatura ! El niño me da tanta compasión ... Allí se cría como un morito ... ¿ Se comprende que haya padres tan sin entrañas ? - Bah ... Esos hijos así , nacidos por detrás de la Iglesia ... Luego , si uno oye a los de aquí y a los de allá ... Cada cual dice lo que se le antoja ... La moza es alegre como unas castañuelas ; todo el mundo en las romerías le debe dos cuartos : uno la convida a rosquillas , el otro a resolio , éste la saca a bailar , aquél la empuja ... Se cuentan mil enredos ... ¿ Usted se ha fijado en el gaitero que tocó hoy en la misa ? - ¿ Un buen mozo , con patillas ? - Cabal . Le llaman el Gallo de mote . Pues dicen si la acompaña o no por los caminos ... ¡ Historias ! Por detrás de la tapia del huerto se oyó entonces vocerío alegre y argentinas carcajadas . - Son las primas ... - dijo don Eugenio - . Van a la gaita , que está tocando en el crucero ahora . ¿ Quiere usted venir un ratito ? A ver si se le pasa el disgusto ... Ahí en casa unos rezan y otros juegan ... Yo no rezo nunca sobre la comida . - Vamos allá - contestó Julián , que se había quedado ensimismado . - Nos sentaremos al pie del crucero . Volvía Julián preocupado a la casa solariega , acusándose de excesiva simplicidad , por no haber reparado cosas de tanto bulto . Él era sencillo como la paloma ; sólo que en este pícaro mundo también se necesita ser cauto como la serpiente ... Ya no podía continuar en los Pazos ... ¿ Cómo volvía a vivir a cuestas de su madre , sin más emolumentos que la misa ? ¿ Y cómo dejaba así de golpe al señorito don Pedro , que le trataba tan llanamente ? ¿ Y la casa de Ulloa , que necesitaba un restaurador celoso y adicto ? Todo era verdad : pero , ¿ y su deber de sacerdote católico ? Le acongojaban estos pensamientos al cruzar un maizal , en cuyo lindero manzanilla y cabrifollos despedían grato aroma . Era la noche templada y benigna , y Julián apreciaba por primera vez la dulce paz del campo , aquel sosiego que derrama en nuestro combatido espíritu la madre naturaleza . Miró al cielo , oscuro y alto . - ¡ Dios sobre todo ! - murmuró , suspirando al pensar que tendría que habitar un pueblo de calles angostas y encontrarse con gente a cada paso . Siguió andando , guiado por el ladrido lejano de los perros . Ya divisaba próxima la vasta mole de los Pazos . El postigo debía estar abierto . Julián distaba de él unos cuantos pasos no más , cuando oyó dos o tres gritos que le helaron la sangre : clamores inarticulados como de alimaña herida , a los cuales se unía el desconsolado llanto de un niño . Engolfóse el capellán en las tenebrosas profundidades de corredor y bodega , y llegó velozmente a la cocina . En el umbral se quedó paralizado de asombro ante lo que iluminaba la luz fuliginosa del candilón . Sabel , tendida en el suelo , aullaba desesperadamente ; don Pedro , loco de furor , la brumaba a culatazos ; en una esquina , Perucho , con los puños metidos en los ojos , sollozaba . Sin reparar lo que hacía , arrojóse Julián hacia el grupo , llamando al marqués con grandes voces : - ¡ Señor don Pedro ... , señor don Pedro ! Volvióse el señor de los Pazos , y se quedó inmóvil , con la escopeta empuñada por el cañón , jadeante , lívido de ira , los labios y las manos agitadas por temblor horrible ; y en vez de disculpar su frenesí o de acudir a la víctima , balbució roncamente : - ¡ Perra ... , perra ... , condenada ... , a ver si nos das pronto de cenar , o te deshago ! ¡ A levantarse ... o te levanto con la escopeta ! Sabel se incorporaba ayudada por el capellán , gimiendo y exhalando entrecortados ayes . Tenía aún el traje de fiesta con el cual la viera Julián danzar pocas horas antes junto al crucero y en el atrio ; pero el mantelo de rico paño se encontraba manchado de tierra ; el dengue de grana se le caía de los hombros , y uno de sus largos zarcillos de filigrana de plata , abollado por un culatazo , se le había clavado en la carne de la nuca , por donde escurrían algunas gotas de sangre . Cinco verdugones rojos en la mejilla de Sabel contaban bien a las claras cómo había sido derribada la intrépida bailadora . - ¡ La cena he dicho ! - repitió brutalmente don Pedro . Sin contestar , pero no sin gemir , dirigióse la muchacha hacia el rincón donde hipaba el niño , y le tomó en brazos , apretándole mucho . El angelote seguía llorando a moco y baba . Don Pedro se acercó entonces , y mudando de tono , preguntó : - ¿ Qué es eso ? ¿ Tiene algo Perucho ? Púsole la mano en la frente y la sintió húmeda . Levantó la palma : era sangre . Desviando entonces los brazos , apretando los puños , soltó una blasfemia , que hubiera horrorizado más a Julián si no supiese , desde aquella tarde misma , que acaso tenía ante sí a un padre que acababa de herir a su hijo . Y el padre resurgía , maldiciéndose a sí propio , apartando los rizos del chiquillo , mojando un pañuelo en agua , y atándolo con cuidado indecible sobre la descalabradura . - A ver cómo lo cuidas ... - gritó dirigiéndose a Sabel - . Y cómo haces la cena en un vuelo ... ¡ Yo te enseñaré , yo te enseñaré a pasarte las horas en las romerías sacudiéndote , perra ! Con los ojos fijos en el suelo , sin quejarse ya , Sabel permanecía parada , y su mano derecha tentaba suavemente su hombro izquierdo , en el cual debía tener alguna dolorosa contusión . En voz baja y lastimera , pero con suma energía , pronunció sin mirar al señorito : - Busque quien le haga la cena ... , y quien esté aquí ... Yo me voy , me voy , me voy , me voy ... Y lo repetía obstinadamente , sin entonación , como el que afirma una cosa natural e inevitable . - ¿ Qué dices , bribona ? - Que me voy , que me voy ... A mi casita pobre ... ¡ Quién me trajo aquí ! ¡ Ay , mi madre de mi alma ! Rompió la moza a llorar amarguísimamente , y el marqués , requiriendo su escopeta , rechinaba los dientes de cólera , dispuesto ya a hacer alguna barrabasada notable , cuando un nuevo personaje entró en escena . Era Primitivo , salido de un rincón oscuro ; diríase que estaba allí oculto hacía rato . Su aparición modificó instantáneamente la actitud de Sabel , que tembló , calló y contuvo sus lágrimas . - ¿ No oyes lo que te dice el señorito ? - preguntó sosegadamente el padre a la hija . - Oi-go , siii-see-ñoor , oi-go - tartamudeó la moza , comiéndose los sollozos . - Pues a hacer la cena en seguida . Voy a ver si volvieron ya las otras muchachas para que te ayuden . La Sabia está ahí fuera : te puede encender la lumbre . Sabel no replicó más . Remangóse la camisa y bajó de la espetera una sartén . Como evocada por alguna de sus compañeras en hechicerías , entró en la cocina entonces , pisando de lado , la vieja de las greñas blancas , la Sabia , que traía el enorme mandil atestado de leña . El marqués tenía aún la escopeta en la mano : cogiósela respetuosamente Primitivo , y la llevó al sitio de costumbre . Julián , renunciando a consolar al niño , creyó llegada la ocasión de dar un golpe diplomático . - Señor marqués ... , ¿ quiere que tomemos un poco el aire ? Está la noche muy buena ... Nos pasearemos por el huerto ... Y para sus adentros pensaba : « En el huerto le digo que me voy también ... No se ha hecho para mí esta vida , ni esta casa » . Salieron al huerto . Oíase el cuarrear de las ranas en el estanque , pero ni una hoja de los árboles se movía , tal estaba la noche de serena . El capellán cobró ánimos , pues la oscuridad alienta mucho a decir cosas difíciles . - Señor marqués , yo siento tener que advertirle ... Volvióse el marqués bruscamente . - Ya sé ... , ¡ chist ! , no necesitamos gastar saliva . Me ha pescado usted en uno de esos momentos en que el hombre no es dueño de sí ... Dicen que no se debe pegar nunca a las mujeres ... Francamente , don Julián , según ellas sean ... ¡ Hay mujeres de mujeres , caramba ... , y ciertas cosas acabarían con la paciencia del santo Job que resucitase ! Lo que siento es el golpe que le tocó al chiquillo . - Yo no me refería a eso ... - murmuró Julián - . Pero si quiere que le hable con el corazón en la mano , como es mi deber , creo no está bien maltratar así a nadie ... Y por la tardanza de la cena , no merece ... - ¡ La tardanza de la cena ! - pronunció el señorito - . ¡ La tardanza ! A ningún cristiano le gusta pasarse el día en el monte comiendo frío y llegar a casa y no encontrar bocado caliente ; ¡ pero si esa mala hembra no tuviese otras mañas ... ! ¿ No la ha visto usted ? ¿ No la ha visto usted todo el día , allá en Naya , bailoteando como una descosida , sin vergüenza ? ¿ No la ha encontrado usted a la vuelta , bien acompañada ? ¡ Ah ! ... ¿ Usted cree que se vienen solitas las mozas de su calaña ? ¡ Ja , ja ! Yo la he visto , con estos ojos , y le aseguro a usted que si tengo algún pesar , ¡ es el de no haberle roto una pierna , para que no baile más por unos cuantos meses ! Guardó silencio el capellán , sin saber qué responder a la inesperada revelación de celos feroces . Al fin calculó que se le abría camino para soltar lo que tenía atravesado en la garganta . - Señor marqués - murmuró - , dispénseme la libertad que me tomo ... Una persona de su clase no se debe rebajar a importársele por lo que haga o no haga la criada ... La gente es maliciosa , y pensará que usted trata con esa chica ... Digo pensará Ya lo piensa todo el mundo ... Y el caso es que yo ... , vamos ... , no puedo permanecer en una casa donde , según la voz pública , vive un cristiano en concubinato ... Nos está prohibido severamente autorizar con nuestra presencia el escándalo y hacernos cómplices de él . Lo siento a par del alma , señor marqués ; puede creerme que hace tiempo no tuve un disgusto igual . El marqués se detuvo , con las manos sepultadas en los bolsillos . - Leria , leria ... - murmuró - . Es preciso hacerse cargo de lo que es la juventud y la robustez ... No me predique un sermón , no me pida imposibles . ¡ Qué demonio ! , el que más y el que menos es hombre como todos . - Yo soy un pecador - replicó Julián - , solamente que veo claro en este asunto , y por los favores que debo a usted , y el pan que le he comido , estoy obligado a decirle la verdad . Señor marqués , con franqueza , ¿ no le pesa de vivir así encenagado ? ¡ Una cosa tan inferior a su categoría y a su nacimiento ! ¡ Una triste criada de cocina ! Siguieron andando , acercándose a la linde del bosque , donde concluía el huerto . - ¡ Una bribona desorejada , que es lo peor ! - exclamó el marqués después de un rato de silencio - . Oiga usted ... - añadió arrimándose a un castaño - . A esa mujer , a Primitivo , a la condenada bruja de la Sabia con sus hijas y nietas , a toda esa gavilla que hace de mi casa merienda de negros , a la aldea entera que los encubre , era preciso cogerlos así ( y agarraba una rama del castaño triturándola en menudos fragmentos ) y deshacerlos . Me están saqueando , me comen vivo ... , y cuando pienso en que esa tunanta me aborrece y se va de mejor gana con cualquier gañán de los que acuden descalzos a alquilarse para majar el centeno , ¡ tengo mientes de aplastarle los sesos como a una culebra ! Julián oía estupefacto aquellas miserias de la vida pecadora , y se admiraba de lo bien que teje el diablo sus redes . - Pero , señor ... - balbució - . Si usted mismo lo conoce y lo comprende ... - ¿ Pues no lo he de comprender ? ¿ Soy estúpido acaso para no ver que esa desvergonzada huye de mí , y cada día tengo que cazarla como a una liebre ? ¡ Sólo está contenta entre los demás labriegos , con la hechicera que le trae y lleva chismes y recados a los mozos ! A mí me detesta . A la hora menos pensada me envenenará . - Señor marqués , ¡ yo me pasmo ! - arguyó el capellán eficazmente - . ¡ Que usted se apure por una cosa tan fácil de arreglar ! ¿ Tiene más que poner a semejante mujer en la calle ? Como ambos interlocutores se habían acostumbrado a la oscuridad , no sólo vio Julián que el marqués meneaba la cabeza , sino que torcía el gesto . - Bien se habla ... - pronunció sordamente - . Decir es una cosa y hacer es otra ... Las dificultades se tocan en la práctica . Si echo a ese enemigo , no encuentro quien me guise ni quien venga a servirme . Su padre ... ¿ Usted no lo creerá ? Su padre tiene amenazadas a todas las mozas de que a la que entre aquí en marchándose su hija , le mete él una perdigonada en los lomos ... Y saben que es hombre para hacerlo como lo dice . Un día cogí yo a Sabel por un brazo y la puse en la puerta de la casa : la misma noche se me despidieron las otras criadas , Primitivo se fingió enfermo , y estuve una semana comiendo en la rectoral y haciéndome la cama yo mismo ... Y tuve que pedirle a Sabel , de favor , que volviese ... Desengáñese usted , pueden más que nosotros . Esa comparsa que traen alrededor son paniaguados suyos , que les obedecen ciegamente . ¿ Piensa usted que yo ahorro un ochavo aquí en este desierto ? ¡ Quiá ! Vive a mi cuenta toda la parroquia . Ellos se beben mi cosecha de vino , mantienen sus gallinas con mis frutos , mis montes y sotos les suministran leña , mis hórreos les surten de pan ; la renta se cobra tarde , mal y arrastro ; yo sostengo siete u ocho vacas , y la leche que bebo cabe en el hueco de la mano ; en mis establos hay un rebaño de bueyes y terneros que jamás se uncen para labrar mis tierras ; se compran con mi dinero , eso sí , pero luego se dan a parcería y no se me rinden cuentas jamás ... - ¿ Por qué no pone otro mayordomo ? - ¡ Ay , ay , ay ! ¡ Como quien no dice nada ! Una de dos : o sería hechura de Primitivo y entonces estábamos en lo mismo , o Primitivo le largaría un tiro en la barriga ... Y si hemos de decir verdad , Primitivo no es mayordomo ... Es peor que si lo fuese , porque manda en todos , incluso en mí ; pero yo no le he dado jamás semejante mayordomía ... Aquí el mayordomo fue siempre el capellán ... Ese Primitivo no sabrá casi leer ni escribir ; pero es más listo que una centella , y ya en vida del tío Gabriel se echaba mano de él para todo ... Mire usted , lo cierto es que el día que él se cruza de brazos , se encuentra uno colgadito ... No hablemos ya de la caza , que para eso no tiene igual ; a mí me faltarían los pies y las manos si me faltase Primitivo ... Pero en los demás asuntos es igual ... Su antecesor de usted , el abad de Ulloa , no se valía sin él ; y usted , que también ha venido en concepto de administrador , séame franco : ¿ ha podido usted amañarse solo ? - La verdad es que no - declaró Julián humildemente - . Pero con el tiempo ... , la práctica ... - ¡ Bah , bah ! A usted no le obedecerá ni le hará caso jamás ningún paisano , porque es usted un infeliz ; es usted demasiado bonachón . Ellos necesitan gente que conozca sus máculas y les dé ciento de ventaja en picardía . Por depresiva que fuese para el amor propio del capellán la observación , hubo de reconocer su exactitud . No obstante , picado ya , se propuso agotar los recursos del ingenio para conseguir la victoria en lucha tan desigual . Y su caletre le sugirió la siguiente perogrullada : - Pero , señor marqués ... , ¿ por qué no sale un poco al pueblo ? ¿ No sería ése el mejor modo de desenredarse ? Me admiro de que un señorito como usted pueda aguantar todo el año aquí , sin moverse de estas montañas fieras ... ¿ No se aburre ? El marqués miraba al suelo , aun cuando en él no había cosa digna de verse . La idea del capellán no le cogía de sorpresa . - ¡ Salir de aquí ! - exclamó - . ¿ Y a dónde demontre se va uno ? Siquiera aquí , mal o bien , es uno el rey de la comarca ... El tío Gabriel me lo decía mil veces : las personas decentes , en las poblaciones , no se distinguen de los zapateros ... Un zapatero que se hace millonario metiendo y sacando la lesna , se sube encima de cualquier señor , de los que lo somos de padres a hijos ... Yo estoy muy acostumbrado a pisar tierra mía y a andar entre árboles que corto si se me antoja . - Pero al fin , señorito , ¡ aquí le manda Primitivo ! - Bah ... A Primitivo le puedo yo dar tres docenas de puntapiés , si se me hinchan las narices , sin que el juez me venga a empapelar ... No lo hago ; pero duermo tranquilo con la seguridad de que lo haría si quisiese . ¿ Cree usted que Sabel irá a quejarse a la justicia de los culatazos de hoy ? Esta lógica de la barbarie confundía a Julián . - Señor , yo no le digo que deje esto ... Únicamente , que salga una temporadita , a ver cómo le prueba ... Apartándose usted de aquí algún tiempo , no sería difícil que Sabel se casase con persona de su esfera , y que usted también encontrase una conveniencia arreglada a su calidad , una esposa legítima . Cualquiera tiene un desliz , la carne es flaca ; por eso no es bueno para el hombre vivir solo , porque se encenaga , y como dijo quien lo entendía , es mejor casarse que abrasarse en concupiscencia , señor don Pedro . ¿ Por qué no se casa , señorito ? - exclamó , juntando las manos - . ¡ Hay tantas señoritas buenas y honradas ! A no ser por la oscuridad , vería Julián chispear los ojos del marqués de Ulloa . - ¿ Y cree usted , santo de Dios , que no se me había ocurrido a mí ? ¿ Piensa usted que no sueño todas las noches con un chiquillo que se me parezca , que no sea hijo de una bribona , que continúe el nombre de la casa ... , que herede esto cuando yo me muera ... y que se llame Pedro Moscoso , como yo ? Al decir esto golpeábase el marqués su fornido tronco , su pecho varonil , cual si de él quisiese hacer brotar fuerte y adulto ya el codiciado heredero . Julián , lleno de esperanza , iba a animarle en tan buenos propósitos ; pero se estremeció de repente , pues creyó sentir a sus espaldas un rumor , un roce , el paso de un animal por entre la maleza . - ¿ Qué es eso ? - exclamó volviéndose - . Parece que anda por aquí el zorro . El marqués le cogió del brazo . - Primitivo ... - articuló en voz baja y ahogada de ira - . Primitivo que nos atisbará hace un cuarto de hora , oyendo la conversación ... Ya está usted fresco ... Nos hemos lucido ... ¡ Me valga Dios y los santos de la corte celestial ! También a mí se me acaba la cuerda . ¡ Vale más ir a presidio que llevar esta vida ! Mientras se raía con la navaja de barba los contados pelos rubios que brotaban en sus carrillos , Julián maduraba un proyecto : afeitado y limpio que fuese , emprendería el camino de Cebre un pie tras otro , en el caballo de San Francisco ; allí le pediría al cura una jícara de chocolate , y esperaría en la rectoral hasta las doce , hora en que pasa la diligencia de Orense a Santiago ; malo sería que en interior o cupé no hubiese un asiento vacante . Tenía dispuesto su maletín : lo enviaría a buscar desde Cebre por un mozo . Y calculando así , miraba contristado el paisaje ameno , el huerto con su dormilón estanque , el umbrío manchón del soto , la verdura de los prados y maizales , la montaña , el limpio firmamento , y se le prendía el alma en el atractivo de aquella dulce soledad y silencio , tan de su gusto , que deseaba pasar allí la vida toda . ¡ Cómo ha de ser ! Dios nos lleva y trae según sus fines ... No , no era Dios , sino el pecado , en figura de Sabel , quien lo arrojaba del paraíso ... Le agitó semejante idea y se cortó dos veces la mejilla ... Estuvo próximo a inferirse el tercer rasguño , porque le dieron una palmada en el hombro . Se volvió ... ¿ Quién había de conocer a don Pedro , tan metamorfoseado como venía ? Afeitado también , aunque sin detrimento de su barba , que brillaba suavizada por el aceite de olor , trascendiendo a jabón y a ropa limpia , vestido con traje de mezclilla , chaleco de piqué blanco , hongo azul , y al brazo un abrigo , parecía el señor de Ulloa otro hombre nuevo y diferente , con veinte grados más de educación y cultura que el anterior . De golpe lo comprendió todo Julián ... y la sangre le dio gozoso vuelco . - ¡ Señorito ... ! - Ea , despachar , que corre prisa ... Tiene usted que acompañarme a Santiago y necesitamos llegar a Cebre antes de mediodía . - ¿ De veras viene usted ? ¡ Mismo parece cosa de milagro ! Yo estuve hoy arreglando la maleta . ¡ Bendito sea Dios ! Pero si usted determina que me quede aquí entretanto ... - ¡ No faltaba otra cosa ! Si salgo solo , se me agua la fiesta . Voy a dar una sorpresa al tío Manolo , y a conocer a las primas , que sólo las he visto cuando eran unas mocosas ... Si ahora me desanimo , no vuelvo a animarme en diez años . Ya he mandado a Primitivo que ensille la yegua y ponga el aparejo a la borrica . En aquel punto asomó por la puerta un rostro que a Julián se le antojó siniestro , y acaso pensó otro tanto el marqués , pues preguntó impaciente : - Vamos a ver , ¿ qué ocurre ? - La yegua - respondió Primitivo sin alzar la voz - no sirve para el camino . - ¿ Por qué razón ? ¿ Puede saberse ? - Está sin una ferradura siquiera - declaró serenamente el cazador . - ¡ Mal rayo que te parta ! - vociferó el marqués echando fuego por los ojos - . ¡ Ahora me dices eso ! ¿ Pues no es cuenta tuya cuidar de que esté herrada ? ¿ O he de llevarla yo al herrador todos los días ? - Como no sabía que el señorito quisiese salir hoy ... - Señor - intervino Julián - , yo iré a pie . Al fin tenía determinado dar ese paseo . Lleve usted la burra . - Tampoco hay burra - objetó el cazador sin pestañear ni alterar un solo músculo de su faz broncínea . - ¿ Que ... no ... hay ... bu ... rraaaaa ? - articuló , apretando los puños , don Pedro - . ¿ Que no ... la ... hayyy ? A ver , a ver ... Repíteme eso , en mi cara . El hombre de bronce no se inmutó al reiterar fríamente . - No hay burra . - ¡ Pues así Dios me salve ! ¡ La ha de haber y tres más , y si no por quien soy que os pongo a todos a cuatro patas y me lleváis a caballo hasta Cebre ! Nada replicó Primitivo , incrustado en el quicio de la puerta . - Vamos claros , ¿ cómo es que no hay burra ? - Ayer , al volver del pasto , el rapaz que la cuida le encontró dos puñaladas ... Puede el señorito verla . Disparó don Pedro una imprecación , y bajó de dos en dos las escaleras . Primitivo y Julián le seguían . En la cuadra , el pastor , adolescente de cara estúpida y escrofulosa , confirmó la versión del cazador . Allá en el fondo del establo columbraron al pobre animal , que temblaba , con las orejas gachas y el ojo amortiguado ; la sangre de sus heridas , en negro reguero , se había coagulado desde el anca a los cascos . Julián experimentaba en el establo sombrío y lleno de telarañas impresión análoga a la que sentiría en el teatro de un crimen . Por lo que hace al marqués , quedóse suspenso un instante , y de súbito , agarrando al pastor por los cabellos , se los mesó y refregó con furia , exclamando : - Para que otra vez dejes acuchillar a los animales ... , toma ... , toma ... , toma ... Rompió el chico a llorar becerrilmente , lanzando angustiosas miradas al impasible Primitivo . Don Pedro se volvió hacia éste . - Pilla ahora mismo mi saco y la maleta de don Julián ... Volando ... Nos vamos a pie hasta Cebre ... Andando bien , tenemos tiempo de coger el coche . Obedeció el cazador sin perder su helada calma . Bajó la maleta y el saco ; pero en vez de cargar ambos objetos a hombros , entregó cada bulto a un mozo de campo , diciendo lacónicamente : - Vas con el señorito . Sorprendióse el marqués y miró a su montero con desconfianza . Jamás perdonaba Primitivo la ocasión de acompañarle , y extrañaba su retraimiento entonces . Por la imaginación de don Pedro cruzaron rápidas vislumbres de recelo ; y como si Primitivo lo adivinase , probó a disiparlo . - Yo tengo ahí que atender al rareo del soto de Rendas . Están los castaños tan apretados , que no se ve ... Ya andan allá los leñadores ... Pero sin mí , no se desenvuelven ... Encogióse de hombros el señorito , calculando que acaso Primitivo se proponía ocultar en el soto la vergüenza de su derrota . No obstante , como creía conocerle , hacíasele duro que abandonase la partida sin desquite . Estuvo a punto de exclamar : « Acompáñame » . Presintió resistencias , y pensó para su sayo : « ¡ Qué demonio ! Más vale dejarle . Aunque se empeñe , no me ha de cortar el paso ... Y si cree que puede conmigo ... » . Fijó sin embargo una mirada escrutadora en las escuetas facciones del cazador , donde creía advertir , muy encubierta y disimulada , cierta contracción diabólica . - ¿ Qué estará rumiando este zorro ? - cavilaba el señorito - . Sin alguna no escapamos . ¡ No , pues como se desmande ! Me coge hoy en punto de caramelo . Subió don Pedro a su habitación y volvió con la escopeta al hombro . Julián le miraba sorprendido de que tomase el arma yendo de viaje . De pronto el capellán recordó algo también y se dirigió a la cocina . - ¡ Sabel ! - gritó - . ¡ Sabel ! ¿ Dónde está el niño , mujer ? Le quería dar un beso . Sabel salió y volvió con el chiquillo agarrado a sus sayas . Le había encontrado escondido en el pesebre de las vacas , su rincón favorito , y el diablillo traía los rizos entretejidos con hierba y flores silvestres . Estaba precioso . Hasta la venda de la descalabradura le asemejaba al Amor . Julián le levantó en peso , besándole en ambos carrillos . - Sabel , mujer , lávelo de vez en cuando siquiera ... Por las mañanas ... - Vámonos , vámonos ... - apremió el marqués desde la puerta , como si recelase entrar junto a la mujer y el niño - . Hace falta el tiempo ... Se nos va a marchar el coche . Si Sabel deseaba retener a aquel fugitivo Eneas , no dio de ello la más leve señal , pues se volvió con gran sosiego a sus potes y trébedes . Don Pedro , a pesar de la urgencia alegada para apurar a Julián , aguardó dos minutos en la puerta , quizás con la ilusión recóndita de ser detenido por la muchacha ; pero al fin , encogiéndose de hombros , salió delante , y echó a andar por la senda abierta entre viñas que conducía al crucero . Era el paraje descubierto , aunque el terreno quebrado , y el señorito podía otear fácilmente a derecha e izquierda todo cuanto sucediese : ni una liebre brincaría por allí sin que sus ojos linces de cazador la avizorasen . Aunque departiendo con Julián acerca de la sorpresa que se le preparaba a la familia de la Lage , y de si amenazaba llover porque el cielo se había encapotado , no descuidaba el marqués observar algo que debía interesarle muchísimo . Un instante se paró , creyendo divisar la cabeza de un hombre allá lejos , detrás de los paredones que cerraban la viña . Pero a tal distancia no consiguió cerciorarse . Vigiló más atento . Acercábanse al soto de Rendas , situado antes del crucero ; desde allí el arbolado se espesaba , y se dificultaba la precaución . Orillaron el soto , llegaron al pie del santo símbolo y se internaron en el camino más agrio y estrecho , sin ver nada que justificase temores . En la espesura oyeron el golpe reiterado del hacha y el ¡ ham ! de los leñadores , que rareaban los castaños . Más adelante , silencio total . El cielo se cubría de nubes cirrosas , y la claridad del sol apenas se abría paso , filtrándose velada y cárdena , presagiando tempestad . Julián recordó un detalle melancólico , la cruz a la cual iban a llegar en breve , que señalaba el teatro de un crimen , y preguntó : - ¿ Señorito ? - ¿ Eh ? - murmuró el marqués , hablando con los dientes apretados . - Aquí cerca mataron un hombre , ¿ verdad ? Donde está la cruz de madera . ¿ Por qué fue , señorito ? ¿ Alguna venganza ? - Una pendencia entre borrachos , al volver de la feria - respondió secamente don Pedro , que se hacía todo ojos para inspeccionar los matorrales . La cruz negreaba ya sobre ellos , y Julián se puso a rezar el Padre nuestro acostumbrado , muy bajito . Iba delante , y el señorito le pisaba casi los talones . Los mozos portadores del equipaje se habían adelantado mucho , deseosos de llegar cuanto antes a Cebre y echar un traguete en la taberna . Para oír el susurro que produjeron las hojas y la maleza al desviarse y abrir paso a un cuerpo , necesitábanse realmente sentidos de cazador . El señorito lo percibió , aunque tenue , clarísimo , y vio el cañón de la escopeta apuntado tan diestramente que de fijo no se perdería el disparo : el cañón no amagaba a su pecho , sino a las espaldas de Julián . La sorpresa estuvo a punto de paralizar a don Pedro : fue un segundo , menos que un segundo tal vez , un espacio de tiempo inapreciable , lo que tardó en reponerse , y en echarse a la cara su arma , apuntando a su vez al enemigo emboscado . Si el tiro de éste salía , la bala se cruzaría casi con otra bala justiciera . La situación duró pocos instantes : estaban frente a frente dos adversarios dignos de medir sus fuerzas . El más inteligente cedió , encontrándose descubierto . Oyó el marqués el roce del follaje al bajarse el cañón que amenazaba a Julián , y Primitivo salió del soto , blandiendo su vieja escopeta certera , remendada con cordeles . Julián precipitó el Gloria Patri para decirle en tono cortés : - Hola ... ¿ Se viene usted con nosotros por fin hasta Cebre ? - Sí , señor - contestó Primitivo , cuyo semblante recordaba más que nunca el de una estatua de fundición - . Dejo dispuesto en Rendas , y voy a ver si de aquí a Cebre sale algo que tumbar ... - Dame esa escopeta , Primitivo - ordenó don Pedro - . Estoy oyendo cantar la codorniz ahí , que no parece sino que me hace burla .