Carmen de Burgos ( Colombine ) Los inadaptados Novela F . Sempere y Compañía , Editores Calle del Palomar , núm . 10 Valencia Un libro es la eucaristía que establece la comunión entre el autor y los lectores . ... y tomando el pan lo partió y lo dio a sus discípulos diciendo : « Tomad y comed ; este es mi cuerpo . » DEL EVANGELIO . ( San Mateo , XXVI , 26 . ) ... y desgarrándose las entrañas escribió un libro y lo dio a los artistas diciendo ; « Tomad y leed ; esta es mi alma . » DE LA VIDA . UNAS PALABRAS Jamás fue de mi agrado detener al lector con observaciones ni prólogos , innecesarios la mayor parte de las veces , antes de penetrar en las páginas de un libro ; sin embargo , hoy creo precisa una breve aclaración . Adoro la Novela , diosa de la literatura , y dentro de sus diversos géneros tiene mi preferencia la sana novela naturalista ; esto me obliga a defenderme de la acusación de falsedad que pudieran arrojar sobre mi libro las personas desconocedoras de la región levantina que en él describo , y ya me parece que oigo exclamar a más de uno : « ¿ Pero qué Andalucía nos pinta aquí Colombine ? » Yo puedo asegurarles , con la fe de una pluma incapaz de mentir , que nada hay en él de falso o exagerado . Lo he escrito para satisfacer una necesidad de mi espíritu : la de exteriorizar una impresión recibida en la infancia . Segura de que mi obra no llegará a manos de aquella sencilla gente , casi todas las personas llevan sus verdaderos nombres , y en la descripción del paisaje no alteré el de los sitios que sirven de escenario al drama . Hechos ciertos son el naufragio del vapor Valencia y cuantos forman la trama urdida por mi mano : No he tenido que modificar el lenguaje de los moradores del valle , para darle ana entonación andaluza que allí no se usa y que será siempre escollo de novelistas . El habla andaluza no puede representarse gráficamente . Nosotros no decimos Jesú ni Jesús ; hay una elisión de la ese que se percibe claramente sin pronunciarla , y esto mismo ocurre con las letras que nos comemos . Sucede como con la u francesa : es preciso oirla de viva voz . La cadencia del lenguaje castellano en boca andaluza no puede reproducirse en la escritura ; las terminaciones y las silabas se alargan , se suavizan , se tienden como una onda musical en nuestros labios . El andaluz parece que acaricia el idioma . Tanto me molesta el andaluz escrito , que de haber tenido que escribir en él los diálogos , hubiera renunciado a la novela . En mi querido valle de Rodalquilar , la bella tierra mora enclavada al límite de Europa , donde se meció mi cuna , se vive esa vida primitiva y hermosa que pretendo presentar a los lectores . Allí , con su rudeza salvaje , se moldeó mi espíritu en el ansia bravía de los afectos nobles , en los ideales de Justicia y Humanidad que trajeron a mi existencia la amargura de las tristezas y el dolor ajeno ; allí cuajó en mi alma la llama de su sol en olas de arte y rebeldía . Por eso para aquel pedacito de tierra africana es mi primera novela . No quiero que se la crea producto de mi fantasía ; si en ella hubiera alguna belleza , será debida a su influjo . Se acumuló en mi espíritu durante aquellos tranquilos años de inocencia pasados en Rodalquilar , cuando en la ignorancia completa de la vida , sumergía la mirada en el azul de las aguas y de los cielos , interrogando al más allá con la cándida fe de una soñadora inconsciente : ¿ verdad que en el mundo todo debe reinar el bien ? ¿ Por qué existe , el dolor y azota el mar con montañas de olas las arenas de la playa ? COLOMBINE . PRIMERA PARTE Rodaron , desgranándose en el aire , los sonidos de una bocina . Precipitados , roncos , poderosos , turbaban la quietud del valle con su angustiante voz de auxilio , y el eco parecía repetir con estremecimientos de asombro aquel ruido inusitado allí , donde todos los sonidos eran siempre de isócrona persistencia . El oído avizor de los labriegos recogió entre el sueño el grito de alarma , y bien pronto brillaron luces en todos los cortijos y empezaron a chirriar sobre sus goznes , al abrirse , las desvencijadas puertas . Estaba envuelto el aire en túnica de blanca neblina que velaba la claridad del amanecer . La luz había de venir del mar , de allí en donde la bruma sé unía al agua , tornándose más densa , más pesada , en la gris coloración de la sombra . Los hombres salían prestos de las viviendas . La costumbre de dormir sin despojarse de más prendas que la faja de estambre , el chaquetón de paño y las esparteñas , les permitía estar listos en pocos momentos . Los que pasaban la noche cuidando las bestias , trabadas en los riciales tempraneros , tuvieron sólo necesidad de sacar los pies del cogujón de la manta de lana burda para aparecer vestidos y calzados . Todos se dirigían hacia las lomas más próximas desperezándose , con la mente mecida aún por los vapores del sueño y sin darse cuenta de qué cosa extraña sucedía . Poco después de ellos empezaron a salir las mujeres : descalzos los pies , mal sujetos los amarillos y rojos refajos de bayeta ; apretados alrededor de las cabezas los pañuelos de grueso percal ; algunas sé arrebujaban con raídos mantoncillos y otras levantaban el borde inferior de sus faldas para taparse el cuerpo y la cabeza . Muchas conducían , mal ocultos entre el escaso abrigo , muchachuelos de morros sucios y ojos asustados o los arrastraban asidos de sus faldas , casi rodando sobre los peñascales , sin preocuparse de ellos . Todos dirigían la mirada hacia el mar . De allí venía el clamor desesperado de socorro que lanzaba la voz ampulosa de la caracola con potencia de pulmón gigante . Pasado el primer momento de estupor , empezaron a entender . La noche de niebla habría lanzado algún buque contra la costa y la tripulación demandaba auxilio . ¡ Infelices ! ¿ Socorro allí ? No se encontraría una barca en muchas leguas a la redonda , y sin embargo , como por un acuerdo tácito , hombres , mujeres y chiquillos corrían hacia el mar , despierto antes que el de la caridad el instinto curioso y el de la rapiña . Sabían que aquellos barcos que cruzaban a lo lejos las aguas , con sus penachos de humo , y parecían tan pequeños , eran grandes como casas . Muchos oyeron relatos de buques estrellados contra la costa , en los cuales los aldeanos que lograron burlar la vigilancia de los carabineros para llegar hasta ellos , encontraron verdaderos tesoros . La clareza de la mañana empezaba a barrer hacia el Oeste las neblinas y los rubores del cielo preludiaban la proximidad del sol . Una luz pálida permitió distinguir el contorno de los montes . Las casitas , los árboles y todos los objetos se iban desenvolviendo de las sombras , y a medida que se dibujaban más distintamente adquirían los encantos del colorido , como si una mano invisible descorriese el telón de un gigante escenario . Entonces pudieron verse las gentes corriendo de las laderas a la playa . Comenzó la algarabía . Llamábanse unos a otros con destempladas voces . Mujeres y hombres encomendaban a gritos el cuidado de la casa y de los animales a los retusos zagalones que con aspecto hosco y mirada curiosa , seguían enclavados en las lomas . Mientras la bocina sonaba lastimera , el valle se rejuvenecía con ecos de fiesta y algazara . Aquello era un acontecimiento como los que habían oído contar a los abuelos en las largas noches de invierno , cuando las voces temblonas de los viejos les hablaban de hechos maravillosos . A esta idea , el valle , tan silente y tranquilo en su sueño , se poblaba de gente bulliciosa . Vomitaban los barrancos manadas de criaturas que iban apareciendo entre las empinadas cuestas , en las faldas de los montes . Rodalquilar forma un semicírculo de tierra labrada y verdeante , con algo de apariencia de anfiteatro . Las roquizas montañas alzan sus muros como si quisieran abrigarlo y defenderlo de la vulgaridad de la vida civilizada , adurmiéndolo en sus abruptos senos de piedra . Sólo por Oriente se había derrumbado su pared de circo romano , y por el desgarrón las aguas prolongaban el azul del cielo y extendían el horizonte hacia la fronteriza costa de Argelia , como si en su continuo batir hubieran socavado y hundido la muralla . Era por aquel lado por donde los habitantes veían cruzar los enormes barcos de vapor con las columnas de humo tendidas en el azul , estriándose rizosas y ondulantes , como cabelleras de monstruos marinos ; los buques de vela , gallardos y ligeros , y las pequeñas lanchas pescadoras . Todo lo que significaba movimiento o vida venía de aquel lado . Por allí arribaban , entre las sombras de la noche , los bergantines cargados de contrabando para burlar en los vericuetos de la costa la vigilancia escasa de los carabineros de tierra , celados por astutos paisanos , que sabían arrastrarse con sigilo de indios salvajes entre breñales y malezas , mientras los carabineros de mar dormían en sus falúas al abrigo de las radas de Las Negras , San Pedro o Escullos , más hospitalarias que las peladas costas de Rodalquilar , en las cuales reina el viento con tiranía de gran señor . Las barquillas de pesca de Carboneras arrostraban a veces su furia para aprovechar las calmas y bonanzas y tender las redes en aquel mar , que abundaba en peces y mariscos . Nunca con más justicia merecieron las aguas el dictado de pérfidas . La pequeña playita de arena menuda , retostada por los rayos del sol , parecía dormida en su siesta , sin que apenas el agua rizara el borde de su túnica con suave orla de nácar , cuando el viento de Levante empezaba a enviar del golfo de Almería las montañas de olas . En ocasiones no movía la brisa las hojas de los árboles , cuando ya la tempestad azotaba la costa . Era preciso estar alerta , y en cuanto la franja azul obscuro empezase a rizar hacia afuera las aguas del mar , huir al refugio de la vecina playa del Carnaje . Las últimas estribaciones de la cordillera Ibérica , después de haber coronado a Granada con la diadema de nieves de su gigante Muley-Hacén , se tendía en sierras de rica entraña para ir a sepultarse en el mar por el Cabo de Gata . Montaña , arrogante de esa cordillera , el Cerro del Cinto daba , nacimiento a todas aquellas , derivaciones , que antes de llegar hasta las aguas se habían abierto , en la sonrisa del valle . Venían los cerros avanzando y uniéndose para no formar gargantas ni desfiladeros hasta el lado Norte de la playa , desde donde continuaba la costa de Las Negras , San Pedro y Torre la Mesa , e iban luego a rodear la tierra baja con los picos recortados artísticamente en el aire , formando el gran arco que terminaba en la punta aguda y saliente del Cerrico del Romero , límite Sur de la pequeña ensenada . Al doblar este promontorio , la costa , resguardada del Levante , se hacía salvaje , abrupta , cortada a pico en roca viva , daba la vuelta enlazada al Cerro de los Lobos y formaba en sus laderas las playitas , sin salida por tierra , de Peñas Roas y Piedra Negra , límite de la parte exterior del muro de montañas , desde donde seguía extendiéndose en línea recta el litoral por Escollos , San José , Cabo de Gata y Almería . Los pescadores que se aventuraban a ir a Rodalquilar habían de estar listos ; la presteza de los vientos no siempre permitía huir , y con frecuencia los dejaba encerrados . Cuando esto sucedía era preciso varar las barcas tierra adentro , en la seguridad de que después de muchos días de aplacado él temporal , la resaca del fronterizo golfo seguiría impidiendo la navegación , sin dejar de enviarles , hasta los límites del terreno vegetal , olas cubiertas de blanca espuma . Entonces los tripulantes de los barcos , los jabecotes , se veían obligados a acampar al lado de sus embarcaciones y después de consumir los comestibles : higos , harina de maíz , patatas y hortalizas , recibidos do los aldeanos , los días de bienandanza , a cambio de pescados , en la forma primitiva del comercio , iban a pedir hospitalidad en cuadras y pajares . Allí la hospitalidad no se negaba nunca . El pedazo de techo , el agua y el pan son de todos ; pero el labrador trata siempre con cierto despego , hijo del concepto de su superioridad , a estos últimos representantes de las tribus nómadas . Por eso el mar les llevaba pocos visitantes , y como la comunicación por tierra se hacía casi imposible , pues sólo peatones o bestias descargadas se atrevían a aventurarse por las cuestas de las Carihuelas y de las Piedras , únicamente llegaban al valle los habitantes de los lugares vecinos , y de tarde en tarde algún buhonero con la arquilla llena de baratijas o un marchante de grano y ganado . Se pasaban los años sin ver un rostro nuevo , sin que ni un sólo transeúnte cruzara los caminos polvorientos , ni una visita se detuviese ante Ja puerta . Rodalquilar tiene su historia , una historia borrosa que se confunde con la leyenda . Los moradores hablaban de tiempos remotos , sin poder fijar cuáles , en los que se había asentado allí una gran población . Ninguno paraba mientes en lo imposible de poder existir una ciudad populosa dentro de aquel perímetro que recorría sin esfuerzo la vista . Las consejas narraban que los moros tuvieron , en el valle un emporio de sus riquezas ; mas los perros fueron arrojados al otro lado del mar por unos reyes santos , que en nombre de Dios les echaban de sus hogares y les arrebataban las riquezas . Vestigios del paso de los moros quedaban allí todavía . La esperanza de volver o el deseo de burlar a sus perseguidores , les hizo enterrar sus tesoros , y más de una orza llena de añosos cequíes se enredó en la punta de un arado o alguna muchacha afortunada tuvo en sueños la revelación del sitio en donde había de hallar su fortuna . Los dos castillos enclavados en el valle mantenían viva la conseja . Se contaban acerca de ellos mil tradiciones extrañas , entre las cuales no dejaba de hacer su aparición el elemento sobrenatural de duendes y brujas . Los hombres más valerosos preferían dormir a la intemperie mejor que cobijarse entre sus muros . Uno de los castillos avanzaba sobre el mar en el promontorio de rocas calcinadas que cerraba la playa por el Norte ; cegado el foso , carcomidas las paredes , el ancho patio era jardín de muérdagos y jaramagos ; las habitaciones destechadas conservaban pedazos de bóvedas sombrías , y al pie de la plataforma , los viejos cañones dormían medio enterrados en el suelo , cubiertos con una capa de orín , escapando a la codicia con que los gobiernos han recolectado los metales de las vetustas fortalezas . Hallábase el otro castillo en la parte baja del valle ; se alzaba en la llanura partida acá y allá por cortijadas y caseríos . Al fondo , en la falda misma de las montañas , Maturana , un cortijo rodeado de nopales , presentaba su mancha de verdura ; a su izquierda , escondido en un repliegue del terreno , el barranco de los Chafinos ocultaba una familia de pastores , establecidos allí más de media centuria y que habían construido sus casas en el terreno realengo . Más hacia el centro , en una pequeña loma , desde donde no se descubría el mar , la Caseta de los carabineros encargados de guardarlo , y delante de ella un grupo de alegres casas y huertos denominado El Estanquillo . Hacia la mitad del llano se alzaban los cortijos de La Unión y Los Peñones con sus huertas extensas y frondosas , Cuatro norias , altas como torres , para buscar el nivel de las aguas , presentaban aspecto de fortalezas coronadas de almenas , y las atarjeas iban de unas a otras formando una línea quebrada de arcos de medio punto , a semejanza de un acueducto romano . La pequeña canal corría sobre el soporte de los arcos y se filtraba entre las desnudas piedras , verdeantes de ovas , rezumando la frescura del agua para que nacieran plantas silvestres al pie de la tosca construcción , subrayada así con una línea de vegetación lujuriante , Las atarjeas , debilitadas por la filtración , dejaban caer su anémico chorro de agua con melancólica canción de cristales en las dos balsas , grandes como estanques , destinadas a repartir el riego en todos los bancales de hortalizas y de maíz , tan cuidados como macetas , que formaban aquellas dos grandes posesiones , las más importantes de Rodalquilar . Cerca de las balsas se hallaban los pilares destinados a abrevaderos de las caballerías y ganados , y que servían también de lavadero a las mujeres de la casa . A su sombra , el espíritu femenino había plantado algunos rosales ; un jazminero enlazaba la hojarasca menuda de sus tallos a las salientes aristas de piedra , y crecían en abundante variedad geranios , palosanto , hierbabuena , albahaca y alelíes : aquellos pedazos de tierra , inservibles para el cultivo , que el desdén de los hombres cedía a las hembras , se llamaba pomposamente El huerto . En todas las acequias , red de arterias que alimentaba los bancales , crecían mezclados almendros e higueras de dimensiones extraordinarias ; libres del tormento de la poda , enlazaban sus ramas caprichosas en bóvedas de verdura y embruzamientos de hojas . Junto a los muros de las balsas , grupos de palmeras y de perales lucían la esbeltez de los troncos rectilíneos y el lujo de las jugosas frutas doradas , para descansar la vista de la monotonía impresa al paisaje por las bolas cenizosas de los olivos que lo matizaban con metálico verdor . Detrás del gran cortijo de la Unión , un pequeño cerrete , en cuya cima y al otro lado de la falda se veían unas cuantas casitas de jornaleros , agrupadas junto al molino de viento , con las aspas tendidas y engalanadas de lienzos blancos como las velas de un navío . Al confín de la huerta de los Peñones las ruinas de una vieja ermita habían servido de materiales para levantar una cantina , cerca del lindero del camino que desde la cuesta de las Carihuelas serpenteaba en dirección a la playa , formando la espina dorsal del valle . Más abajo se veían aún dos o tres fincas de poca importancia , próximas al castillo del llano , y en seguida empezaba la marina , la tierra sin cultivo , donde cerca de la mortífera Charca formada por el estancamiento de las aguas del oleaje en las fuertes resacas , crecían las plantas de la sosa , las alcaparras y las tueras , rastreando con los tallos largos y enlazando las tijeretas para cubrir como una alfombra el terreno arenisco , en cuyas hendiduras crecían a favor de la umbría las adelfas con sus flores rosa entre el lustroso verdor de las hojas y el matiz de caoba de los barnizados tallos . Coronando todo aquel extraño lugarcillo , la Torre de los Lobos , en la cumbre del cerro de su nombre ; alta , redonda como un cilindro , último testigo mudo de los días de lucha , durante los cuales un centinela vigilaba desde allí los riesgos que ofrecía el mar . La docena de familias que habitaban en Rodalquilar eran aborígenes del valle . Ninguna , a excepción de los Chafinos , recordaba , cuándo se establecieron allí sus antepasados . Se habían conocido siempre y las generaciones se sucedían sin aparente cambio . Las mujeres daban a luz con la fácil maternidad de las hembras sanas . Criábanse los chiquillos rodando por el suelo como bestiezuelas ariscas , hasta que el espíritu de imitación les enseñaba a seguir con sus padres las faenas del laboreo o del monte . Olvidados del resto del mundo , aislados , perdidos en el repliegue de aquellas protectoras montañas , lejos del concierto de la civilización moderna , que ni conocían ni echaban de menos , y hasta ignorando si más allá de su horizonte había otra , tierra y otros hombres , los moradores de Rodalquilar presentaban desde muy antiguo uno de esos ejemplos de vida sencilla y feliz cantada en las pastorales por la poesía bucólica y hacían de su lugarcillo una moderna Arcadia . Cada labrador poseía su pequeña parcela de tierra blanda , roja , llena de jugos y de vida , que sin exigir cuidados y mimos abría el seno fecundo en frutos . Los braceros roturaban las orillas de los montes y cada uno podía levantar su casita de piedra y barro . La Naturaleza ofrecía pródiga abundante cosecha de palma , esparto , cogollo y leña para ganar el sustento . Sólo de vez en cuando , en épocas de frío , la tranquilidad era turbada por la intromisión de unos hombres que iban a llamar a los mozos al servicio del rey y de la patria y a cobrar contribución a los labriegos . Los moradores de Rodalquilar se enteraban por eso de que existen rey y patria , considerando con miedo aquellos dos entes , tan abstracto el uno como el otro para ellos , en cuyo nombre les arrebataban parte del dinero que producía su trabajo y el tributo de su sangre . Muchos mozos cruzaban por primera vez las montañas para ir a Níjar cuando los llamaban al servicio militar . Los que no caían en suerte envejecían sin contemplar más cielo que el pedazo azul parecido a una cúpula que sostenían los muros de basalto gris formados por los montes y rotos hacia el mar con el embate de las olas . Patria y rey sólo se acordaban de ellos para pedirles sangre y dinero o para infligirles castigos ; pero no les enviaban jamás premios ni recompensas , así es que ninguno sentía deseos do servirles . Dentro de aquella vida primitiva , las mujeres no cruzaban jamás las montañas . Criábanse libremente las muchachas corriendo por barrancos y bancales , hasta que su desarrollo llamaba la atención de algún mozo , compañero de juegos , que insinuaba su inclinación con expresivos pellizcos y palmadas . Si la muchacha no ponía mala cara y el noviazgo llegaba a vías de formalidad , el mancebo confesaba a su padre el propósito de tomar estado . Entonces se entraba en los trámites precursores del casamiento . Generalmente el padre del galán cogía su labor de esparto e iba a la casa de la futura nuera , donde le recibían ya advertidos y recelosos . La conversación era conducida con esa diplomacia de los rústicos que gráficamente se denomina gramática parda . Después de hablar del tiempo y la cosecha , mientras los dedos curtidos trenzaban la tomiza , el embajador decía con cierto énfasis misterioso : — Tío Fulano , me paece que nuestros chicos se quieren . — Hombre , lo mismo me paece a mi — respondía el padre de la hembra , contento con la perspectiva de echar fuera una carga , — Pus si a usté le paece , vamos a casallos ... La boda quedaba concertada siempre para fin de verano , cuando la venta de granos o esparto trae la abundancia a las casas . Empezaban los preparativos ; una rezadora vieja venía a instruir a los novios en la doctrina . Ninguno de los dos sabia rezar ; las molleras , algo duras y trastornadas por Cupido , no prestaban atención a las palabras desconocidas y para ellos sin sentido de la oración . Era imposible aprender el Credo , los Artículos de la Fe y las Bienaventuranzas ... No les entraban en la cabeza ... Y el tiempo pasaba ; caldeaba el sol de llamas la reseca tierra ; blanqueaban los sequeros de palma ; las mieses maduras esparcían su perfume acre en el aire ... Un día los gritos de la madre anunciaban que la hija había dejado el hogar ... Amenazaba el padre , lloraban las mujeres , ocultábanse unos días los enamorados , y al fin todo se olvidaba en la reconciliación cercana del primer chiquillo , contentos , en el fondo , de haberse ahorrado gastos y molestias . ¿ Para qué darles de comer a los curas ? No era necesario : aquellos matrimonios tenían toda la fuerza de la sanción popular , y no se dio jamás el caso de que se separaran , aunque si el de que se golpeasen con frecuencia . No ; no eran partidarios de andar con papeles de leyes ni de iglesias . Durante mucho tiempo enterraban a sus muertos en la orilla del mar . ¡ El mar es sagrado , sus aguas son benditas , y a la playita de Peña Negra fueron a dormir el sueño de la muerte los habitantes del valle mientras los vivos pudieron burlar la vigilancia de las autoridades ! Unas piedras , colocadas como los antiguos dólmenes , constituían sus monumentos funerarios , atestiguando la unidad del alma humana en todas sus manifestaciones . Si bautizaban a los chicos era por miedo a las multas que se les imponían cuando iban a buscar hombres para la quinta , La tradición conservaba allí su imperio . Cada uno se aferraba a vivir como habían vivido sus padres , que no necesitaron nada más para ser felices y estar contentos . Rechazaban todo adelanto , aun conociendo sus ventajas , Ellos seguían labrando la tierra con el primitivo arado fenicio , y los maestros ambulantes que iban algunas veces , de cortijo en cortijo , ofreciéndose a enseñar a leer y a hacer cuentas , fueron apedreados por los chiquillos . ¿ A qué romperse la cabeza ? Con los dedos y una tarja de caña ya tenían bastante para su contabilidad . Hasta los que volvían del servicio y los contaban cosas portentosas de las grandes ciudades , o les venían con infundios de que el sol estaba quieto , mientras la tierra volaba por el aire como una piedra lanzada de la honda , tenían que callarse vencidos por la chacota general , que ni discutía ni razonaba . En sus costumbres patriarcales , los viajeros que llegaban a la puerta eran siempre acogidos como hermanos . El mendigo podía estar seguro de no padecer allí el abandono de que es victima en las grandes poblaciones , y los ciegos , con sus guitarrillas o bandurrias colgadas sobre el pecho , recorrían la cortijada en triunfo , como una parodia de los antiguos trovadores . La intervención de gentes ajenas era escasa en el valle . Cualquier anciano podría recordar sin esfuerzo todas las personas que había visto durante su vida . Los únicos que hubieran podido contrarrestar con su influencia el dominio de este espíritu sencillo y puro , eran los dueños de los cortijos de Maturana , la Unión y los Peñones , de los que dependía todo el terreno de labor ; pero los amos , como les llamaban los aldeanos , lejos de ser extraños al ambiente de Rodalquilar , se habían acomodado a él y ejercían la influencia bienhechora de unos amables señores feudales . Desde muy antiguo , la familia do Espinosa habitaba más en sus posesiones de Rodalquilar que en su casa de Almería , y acabó por acomodarse al ambiente campesino . Don Luis , el abuelo de los últimos señores , había sido el genio protector , que defendió durante mucho tiempo a Rodalquilar de la intromisión de gentes ajenas . A la imaginación de aquellos rústicos se aparecía su memoria rodeada de la aureola épica , propia de los héroes legendarios . Afable , sencillo , bueno y valeroso , ejercía el protectorado sobre sus súbditos a manera de bíblico patriarca . Acostumbraba a repartir los terrenos entre los labradores , sin exigir los arrendamientos en los malos años , y emprendía obras para ocupar los brazos parados de los jornaleros . En su tiempo no había miedo de pasar hambre , aunque se ahornagase el campo , se perdieran las cosechas y la lluvia se negara a librar a los montes de ser quemados por el sol . En aquellos casos , siempre pródigo , don Luis abría los graneros a los necesitados , y no había mujer en el lugar que no guardase onzas de oro mejicano dentro del pico del pañuelo , en donde escondía los ahorros . Bodas , bautismos , entierros y cuidado de enfermos y menesterosos , todo corría a cargo de don Luis y de su esposa . Su fortuna no dependía de la labranza . Arrojado y valeroso , hacía venir de Orán y Gibraltar los bergantines cargados de fardos de lienzos , sederías , mantones de Manila y tabaco para introducirlos en España de contrabando por los vericuetos de la costa , desde las Negras a Escullos . Los carabineros , cansados de luchar en balde , aceptaron su papel pasivo . Don Luis no compraba su complicidad : se imponía . Jamás se dio el caso de perder un alijo . El dirigía siempre a su gente , y era el primero en el peligro . Se contaban , a este propósito , anécdotas muy curiosas . Un día , uno de sus servidores se dejó comprar el secreto de un alijo por el jefe de carabineros . Enterado don Luis , llevó al soplón a un sitio apartado , y entregándole una vara para que se defendiese , le pegó tan descomunal paliza , que el infeliz quedó como muerto en el suelo . Entonces ordenó a sus criados que le condujesen al pueblo inmediato para que lo curase un buen médico , y que todos los gastos corriesen de su cuenta . Los viejos referían de noche , al lado del fuego , las proezas de don Luis , dignas de un Roldán o de un Bernardo del Carpió . Por eso lo mataron a traición sus enemigos . Fue en Almería , al salir de la Catedral , llevando del brazo a su esposa , cuando en la siniestra calle del Cubo dispararon , asesinos pagados , sus trabucos contra el bravo caballero contrabandista . A su muerte , empezó la decadencia del valle y entró en éste la desgracia . Sus hijos y sus nietos se arruinaron poco a poco , esforzándose en mantenerlas tradiciones de familia y ejerciendo el protectorado sobre los habitantes de Rodalquilar . Así que les fue imposible sostener la apariencia del esplendor pasado , vendieron sus posesiones y abandonaron el lugar , con algo do la majestad de los reyes desterrados . Don Manuel Ansúrez , el nuevo propietario , era un hombre despótico , altanero , al que molestaba el recuerdo de la familia Espinosa , grabado allí tan hondamente . Los Espinosas y los Ansúrez se habían mirado siempre con rivalidad . La primer preocupación de los nuevos dueños , fue borrar las huellas de sus enemigos . Todos los labradores y braceros protegidos por la familia de don Luis , sufrieron la persecución de los servidores del nuevo amo , deseosos de molestar a sus convecinos con su celo de lacayos . Los arrendamientos subidos se exigían con puntualidad y sin consideración ; el daño a una planta se cobraba con crecidas multas , y el despótico encargado Pedro Ramos , con su espíritu autoritario y servil , tenía como auxiliar poderoso al tío Matías , que desempeñaba las dobles funciones de juez y perito en su calidad de alcalde pedáneo . Abandonaban los labradores sus tierras para buscar el sustento en el monte comunal , que don Luis había defendido de la rapacidad de los gobiernos , sosteniendo un largo pleito en nombre del pueblo . Pero un día Los habitantes del valle vieron con asombro un grupo de hombres que recorrían las montañas , llevando un trípode de madera , sobre el cual colocaban una caja con vidrios , a los que se asomaba un señor de barba blanca , y sin decir nada trazaba rayas , números y letras en un cuaderno , mientras sus acompañantes acordelaban los linderos de las tierras de labor . El tío Matías les explicó , no sin cierto énfasis , que aquel señor era un ingeniero encargado do medir y deslindar los terrenos del Estado . Algunos curiosos , sin comprender bien las explicaciones , se atrevieron a acercarse , y contemplaron , llenos de admiración , montañas , árboles y casas retratadas boca abajo ; las mujeres huyeron al saberlo , asustadas de la posición de sus faldas cuando las mirasen con aquel instrumento , en el que sin duda se ocultaba algo de brujería . Poco tiempo después se enteraron , con dolorosa sorpresa , de que un señor que se llamaba Estado había vendido los montes a don Manuel , y de que ya no podrían buscar en ellos , como de costumbre , la leña para calentarse , ni el esparto y el cogollo con que ganaban la subsistencia . Ellos no comprendían por qué era delito traer telas y tabaco más baratos para el consumo de los pobres sin necesidad de pagar nada a aquel señor don Estado , que se creía dueño de todo y les arrebataba el pan y los hijos . Pero el hecho era cierto , y fue preciso someterse . Los que no quisieron obedecer y cogieron del monte un brazado de lefia , tuvieron que sufrir palizas de la pareja de guardias civiles enviados en su busca , los cuales , no contentos con esto , los llevaron amarrados como criminales delante de los caballos a la ciudad , en donde los sentenciaron por ladrones , ¡ Ladrones por coger unas matas de leña que siempre habían sido suyas ! Y algunos murieron , retenidos por este delito , en las cárceles o en el presidio . Empezó la emigración ; los braceros dejaban el valle para ir a buscar trabajo al África francesa , La intromisión de gentes civilizadas en aquella tierra primitiva chocaba contra las costumbres . La civilización decía para ellos leyes , trabas , obstáculos , opresiones y tiranías de los fuertes . Jamás comprenderían sus ventajas . Había , que imponerla a la fuerza . EL instinto de los humanos tiende a la libertad propia de todos los animales en el seno de la Naturaleza . El sutil disimulo de los rústicos les hacía inclinarse serviles ante el señor ; pero a solas prodigaban quejas y amenazas , que los espías llevaron a sus oídos . Don Manuel llegó a tener miedo . No le convenía la lucha con todo un pueblo , y aconsejó a sus servidores que dejasen a los braceros en libertad . Así olvidarían más pronto lo pasado , la costumbre los sometería más sólidamente que la fuerza . Obedeciendo a estas ideas , la familia de don Manuel salió del valle . Sólo él iba de vez en cuando a dar una vuelta por la hacienda , y algunos días del mes de Enero , rodeado de amigos , a cazar las perdices con reclamo , durante el celo . Aquellos días eran de fiesta y algazara , de bailes , a los cuales acudían las muchachas hermosas del contorno para despertar con su sana belleza , Los deseos de los señorones . Pero don Manuel se presentaba , siempre fino , obsequioso ; hasta dispensaba algunas pequeñas mercedes , que producían el efecto deseado , y el pueblo se iba poco a poco acostumbrando a la esclavitud . Después de la marcha de don Manuel y sus amigos , volvía Rodalquilar a tener su aspecto tranquilo , y bien pronto la monotonía de la vida sencilla reinaba de nuevo en las costumbres habituales . Por eso aquel clamor de la bocina era una cosa desacostumbrada y los moradores del valle la acogían con la alegre emoción de un hecho destinado a romper por algún , tiempo la calma de una existencia que sabía lo bastante de cambios e inquietudes para sentir la nostalgia de lo desconocido , lo variable y lo imprevisto . Y por eso el pueblo corría en tropel hacia el mar , que mostraba a la luz rosada de la mañana su claro azul celeste , con tranquilidad de enigma . Esa calma engañosa que hace presentir las tempestades , como si el mar , alma de la Naturaleza , copiase las dulzuras , las perfidias y las tormentas del alma de la Humanidad . Poco antes de llegar a la playa los alarmados vecinos dejó de sonar la voz enronquecida de la caracola . Se produjo un movimiento de indecisión entre la multitud ; mientras unos se paraban pensando en retroceder , otros apresuraban la carrera y no tardaron en animar con sus voces emocionadas a los rezagados . El alegre repique del canto de los pájaros saludaba a la hostia del sol ; la niebla se había deshecho en gotas de rocío y el azul del mar y del cielo tenían blancura de calma . En el confín del horizonte unas estrías de nubes rojas formaban el ensueño de un país lejano e interceptaban los rayos solares obligándoles a extenderse hacia arriba en haces de luz , como si fuesen el varillaje de un inmenso abanico . En la playa se veía un vapor . Parecía anclado , majestuoso , tranquilo al pie del cerrico del Romero , entre la calma blanda de la mar . Dos parejas de carabineros impedían el paso . ¡ Precaución inútil ! No era posible llegar desde tierra a la embarcación . Al acabar la arena de la playa por aquel lado , el terreno albarizo , formado de lastras que se iban amontonando , hacíase escarpado e inaccesible . Antes de llegar a la punta del cerro , el mar se precipitaba en remolinos , atraído violentamente por la oquedad de una hendidura que repelía después las aguas con resoplido de bestia furiosa , aterrorizando a los que se atrevían a flanquear el costado de la base del monte en donde estaba El Roncaor , y más allá , frente a la parte más saliente del promontorio , estaba el vapor quieto y solemne , con la misma serena majestad que si se hallara anclado en un puerto . ¿ Acaso no ocurría nada extraordinario ? Unos cuantos hombres se acercaron a los carabineros , y bien pronto la versión de lo sucedido corrió de boca en boca . Era un vapor inglés que llevaba por nombre el de la bella ciudad del Turia : Valencia . Venía de Denia con el vientre abarrotado de cajas de naranja , la dulce miel de la tierra levantina que iba a endulzar los labios de los ricos ingleses . Navegaba favorecido por la bonanza , costeando , y dobló la punta de Torre la Mesa entre los celajes de la tarde , contenta la tripulación de ver al golfo de Almería reposar tranquilo , sin enviarles las rachas furiosas del Levante , que hacían de ordinario enojoso el tránsito por aquellas regiones . Conforme avanzaba el crepúsculo , la niebla empezó a caer como un cendal sobre las aguas . La niebla es la enemiga del navegante , más temible que las tempestades , y la de aquella noche de Noviembre era pegajosa , húmeda y fría como un sudario . El buque , envuelto en ella , caminaba lentamente , acortada la marcha con el temor de un choque con otros barcos ; el pito de la máquina y la bocina del vigía trataban de rasgar el espeso velo de niebla que oprimía el sonido , impidiendo la vibración de las ondas . El mar no despertaba eco , a no ser por el trepidar de la máquina , se hubiera creído que el buque no se movía , como si permaneciese siempre en el mismo sitio , envuelto en aquel cielo blando liado a su cuerpo , dejándolo como un enorme animal ciego y perdido en un bosque interminable . EL capitán , de pie sobre el puente , hacia esfuerzos inútiles para penetrar con la mirada en la sombra ; a veces , el contorno de una neblina más densa le hizo temer el choque con otro buque fantasma que se le venía encima . En su corazón imperaba la inquietud del presentimiento ; en aquel viaje sentía el miedo de los riesgos del mar , porque llevaba a bordo todo lo que más quería en el mundo : su esposa y su hijo , y el amor hace temblar a los hombres más valientes . Habían querido acompañarlo para ver a España , la tierra del sol y las leyendas , tan alabada en la fría Inglaterra , y él no supo negarse . En aquel momento dormían tranquilos en su cámara , condados a la fe de su custodia , y esta consideración agitaba el alma del bravo marino con un temblor desconocido . Entretanto , sin que se diera cuenta , el vapor había perdido la ruta de los barcos de cuadro y se acercaba de un modo peligroso a la tierra . Desde las Negras , su proximidad a la costa le hubiera hecho oír el rumor del oleaje , si el mar no hubiese estado inmóvil en brazos de la sombra . Pasó bajo el enorme acantilado del cerro de los Lobos , que parecía partido de un hachazo desde el lado del mar ; sin duda algún cataclismo cósmico le habría hecho romperse en dos pedazos , y así quedaba quebrado por la mitad , cortado a pico , enseñando la roca pelada de su entraña infecunda , de la que habían saltado como astillas enormes bloques graníticos , sembrándolo de surcos y cortaduras . Sobre él se alzaba el cilindro alto y estrecho de la derruida torre , y la capa de tierra vegetal iba de la cima al valle recubierta de aliagas , palmas y atochas , con una vegetación abrupta y escasa . Frente al acantilado , a unos cuatro brazos de su mole , el picacho de la Polacra atestiguaba el corte que en siglos remotos debió sufrir el cerro . Era un pedazo del mismo monte , separado de él por el estrecho paso de mar , y cuya base se extendía como un islote con su lastra blanquecina , al ras de las olas , cubierta siempre de mariscos , caracolas , lapas y cangrejos . Sobre ella se alzaba el risco socavado en la base por el batir del agua y cubierto aún en la cima puntiaguda por la capa de tierra vegetal , entre la que crecían plantas salvajes y anidaban las gaviotas . La Naturaleza so había entretenido en moldear de un modo extraño a la Polacra : de lejos tenía todo el aspecto de una vela latina , y de cerca ofrecía la horrible mueca de un viejo con la boca desdentada , abierta por un gesto de hastío y llevando sobre las arrugas de la agrietada frente y la enorme cabeza el gorro puntiagudo de los garibaldinos . En el paso de mar , entre la Polacra y el cerro , se internaba dentro de éste la gruta a que debía su nombre . La puerta , chica , aplastada , de forma irregular , hacía necesario que las pequeñas barcas pusieran lastre y que los tripulantes so tendieran en ellas para poder entrar rozando las aguas . Pasado el dintel , se realizaba uno de los mágicos cuentos de Scherazade . El enorme cerro hueco elevaba su cúpula , cuajada de estalactitas , que fingían columnas , lámparas , arcos , ojivas y estatuas , con una mezcla de gótico y bizantino fantásticos , como las formas de una catedral vista en sueños . El mar se tendía en calma , como una alfombra tunecina , sobre las arenas multicolores , iluminadas por los rayos de la luz que penetraba entre las grietas del monte . Era aquel el lugar de refugio de los lobos y tigres marinos que cruzan el Mediterráneo . Su maravilloso instinto llevaba a descansar allí a los terribles animales . Pocas veces los hombres se atrevían a molestarlos . Para aventurarse a entrar era preciso aprovechar los días de bonanza ; cuando el viento hacía subir las olas , la base de la Polacra y la entrada de la cueva quedaban escondidas en el mar . En tales casos , los que hubieran penetrado en ella quedarían prisioneros de las aguas . Los cazadores saltaban a tierra , aprovechando el sueño de los descuidados animales , cuyos ronquidos retumbaban dentro de la gruta con sonoridad de tubos de órgano . Era preciso disparar los arpones y las escopetas a un tiempo mismo , procurando herir en la cabeza para dejarlos muertos en el acto : de lo contrario corrían hacia el agua , bramando de coraje y de dolor y haciendo retemblar con sus alaridos la montaña , que parecía amenazar con arrancarse de sus cimientos . Los gigantescos animales se sumergían en las olas y se alejaban , dejando en pos suyo una estela de sangre . No hacían jamás frente , pero al huir eran peligrosos ; sus aletas levantaban los enormes cantos rodados de la playa , disparándolos como proyectiles temibles contra los invasores . Don Luis , que gustaba de esta cacería , propia de los países del Norte , en pleno Sur de España , logró dar muerte a varios de ellos . La carne derretida en grasa era un antiséptico preciado para curar las heridas , y el elegante contrabandista cruzaba su pecho con chalecos de la pintada piel , condecoración de sus valientes hazañas . De pronto el capitán notó algo inusitado ; el faro de Cabo de Gata no aparecía en el horizonte a pesar de las horas de navegación . Debía haber cambiado la ruta . A la derecha se oía un ruido extraño . ¿ Era la proximidad de tierra ? ¿ Era otro barco que se acercaba ? Resonó potente el pito de la máquina en un prolongado alarido de incertidumbre . Un tic-tac acompasado volvió a dejarse oír cuando se perdieron sus ecos ; la escarpada ladera , del cerro de los Lobos dejaba rodar piedras pulimentadas por el tiempo , que caían desde la enorme altura del cortado al agua con el isocronismo de los granos de un reloj de arena . Así habían ido rellenando el mar para formar la playa de Peñas Roas , inhospitalaria y terrible , con su continua lluvia de piedras . Para el capitán no hubo duda : un peligro le acechaba de aquel lado . Sintió el movimiento instintivo que incita a la huida , y mandó retroceder para volver a tomar rumbo . A la altura de Rodalquilar , perdido por completo , quiso virar hacia la izquierda ; pero ya era tarde ; el vapor había avanzado en demasía y la saliente punta del cerrico del Romero lo hirió en medio de la quilla con su puñalada de piedra . La conmoción fue terrible , el enorme barco lanzó un alarido de monstruo moribundo con el crujir de su maderamen y el chirriar de los hierros y quedó inmóvil . Los primeros momentos fueron de indecisión , de incertidumbre . Los hombres se aferraron a sus puestos , dominando el pánico , prontos a obedecer la orden que se les diera y sin poder conjeturar lo que sucedía . De la cámara del capitán salió el llanto de un pequeñuelo y una angustiada voz de mujer llamando : — ¡ Jorge ! ¡ Jorge ! ... Rasgó de un modo estridente la bocina el aire , como si en un esfuerzo supremo desease romper la niebla . Los hombres de proa creyeron ver en la obscura mole del cerro otro enorme barco amenazando aplastarlos . El instinto obligó a ordenar la maniobra de retroceso , pero el vapor no obedecía . Estaba clavado en su sitio . Entonces el capitán bajó del puente : llevaba la frente contusa y las manos doloridas de la violencia del choque , que lo había arrojado contra la barandilla . En su cámara , la mujer lloraba abrazada al niño . Los objetos que no estaban fijos rodaban todos por el suelo . Pasados los primeros momentos de estupor , pudieron darse cuenta de lo que sucedía . El vapor , herido en su columna vertebral , sintió penetrar el arma entre su nervadura de hierro hasta el corazón . El pico de la piedra se había clavado en medio de la máquina y lo mantenía levantado y enhiesto . No había tiempo que perder : el agua subía rápidamente buscando su nivel , y bien pronto la bodega , la cocina , los camarotes y todas las dependencias del barco quedaron anegadas . La tripulación oía con espanto el lento chasquido y el crujir de la madera rajada por aquel enorme peso al separarse los hierros y las tablas . El vapor no tardaría en abrir su casco como una granada para desaparecer bajo las olas . Por fortuna no había peligro para las vidas ; la traicionera costa estaba está vez allí ofreciéndoles un regazo amoroso . Doblado el promontorio , lejos de la abrupta ribera que milagrosamente habían salvado , la playa de Rodalquilar brindaba la sonrisa de su tranquilo valle . Entonces la bocina pidió auxilio . El capitán pudo hablar a la pareja de carabineros , y uno de ellos corrió presuroso a la caseta . Había que transmitir aviso a los puestos inmediatos , a la Comandancia ; pedir fuerzas y auxilios . Cuando la luz del amanecer desvaneció la niebla , pudo contemplarse el triste espectáculo del mal herido vapor , sobre cuyo puente se agrupaban consternados los tripulantes , entre los cuales resaltaba la figura delicada e interesante de la mujer con el niño en brazos . Al costado del vapor estaban dispuestas las cuatro canoas salvavidas , de deslumbrante blancura , como polluelos de águila revoloteando en torno de la madre . Los hombres , afanosos , habían colocado en ellas lo que se podía salvar : la brújula , el reloj , algunos instrumentos náuticos y parte de los papeles y objetos que les eran queridos . Todo estaba pronto . El sargento que mandaba el puesto autorizaba el desembarco , y no obstante , la tripulación no se atrevía a abandonar aquellas tablas . Permanecería en ellas hasta el último instante . De un lado influía en ellos el amor que todos los marinos tienen a su barco , esa casa flotante , más amada cuanto más frágil , que defienden con bravura , en donde pasan su vida de esperanza y ensueños y que llega a constituir una mezcla de nido , de madre y de patria . De otra parte , la vista de tanta gente no los tranquilizaba ; los ingleses temían sin duda a los aldeanos . ¡ Habían oído contar tantas cosas ! Años antes un vapor embarrancó en Esculles de manera que podía llegarse basta él a pie enjuto ; la gente cometió terribles salvajadas , que no pudieron evitar los carabineros . El pueblo codicioso maniató a los representantes de la autoridad , y ebrio de rapiña saqueó el buque . Los aretes y las sortijas cayeron juntos con las orejas y los dedos del cuerpo de la señora del capitán . Nadie se apiadaba de los gritos en idioma desconocido . Los que no hablaban como ellos no debían ser personas , y así , sin el menor reparo , desvalijaron el barco y maltrataron a la tripulación . Verdad que luego Inglaterra pidió indemnizaciones al gobierno español y se aplicaron tremendos castigos ; pero los ingleses no dejaban de sentir miedo al pasar aquella costa abrupta , donde aun moran en estado primitivo descendientes de un pueblo de corsarios y contrabandistas que no conoce el derecho de propiedad más que con el argumento del terror . El aspecto de la gente era poco agradable para los ingleses ; se extendían a lo largo de la playa gesticulando en animada conversación y subían las laderas con agilidad de cabras o gatos monteses para acercarse más y ver mejor . Subió entretanto el sol la cuesta de la bóveda azul y sus rayos de oro dominaban desde la altura , incendiando a las olas con chispazos de lumbre . El mar se obscurecía y se rizaba hacia afuera ; el terrible Levante vendría bien pronto a hacer más triste la situación . Avanzaba según empezó a descender el sol hacia su ocaso . A eso de las tres de la tarde las olas comenzaron a batir con furia las rocas y a saltar en remolinos de espuma en la punta del monte ; los crujidos del barco se oían desde la tierra , Entonces la tripulación montó sobre los salvavidas , lentamente , sin apresuramiento , con una tristeza que se traslucía en sus ademanes . Primero la gente ; pasó un rato para que uno se decidiera a abandonar las queridas tablas ; luego la señora y el niño ; en seguida los marinos , y los últimos el piloto y el capitán . Se veía a éste de pie en la canoa , vuelta la cara al mar , reteniendo con la contracción de los músculos los sollozos de su pecho . El sargento y los carabineros los rodearon al saltar a tierra ; el pueblo formaba un grupo curioso y ávido a pocos metros de distancia . Algunos minutos después las canoas salvavidas , varadas en seco , estaban bajo la custodia de los carabineros y los tripulantes del Valencia contemplaban la destrucción desde las peñas . Parecía que el mar había esperado el salvamento para empezar su obra . El monstruo de hierro se incliné primero ocultando la proa bajo las olas , como la , fiera moribunda que humilla la cabeza en las arenas del circo . Un suspiro de dolor salió del pecho de los ingleses y la mujer prorrumpió en convulsivos sollozos . Tal vez mientras su marido pensaba en su responsabilidad ante las leyes y ante la casa armadora , ella recordaba todos los anhelos , los momentos de dicha y los ensueños felices unidos al barco que se hundía . Una palabra del marido debió ordenarle valor o consuelo , porque secó inmediatamente sus ojos y quedó inmóvil . La mujer de un hombre valiente no debe ser cobarde . El pequeñuelo se había deslizado a tierra desde la falda de su madre y jugaba contento , revolcándose en la arena , ajeno a cuanto sucedía . Se acercó el sargento , logrando a duras penas hacerse entender . Podían ir a la caseta , en la que encontrarían hospitalidad . Sobre todo la señora » La esperaban su esposa y su hija . No ; no querían irse de allí mientras el vapor no desapareciese . Contemplaban desde la playa su agonía de coloso y deseaban no separarse de él . La señora dijo algo , en que la gutural habla inglesa se dulcificó mojándose en lágrimas y adquirió un ritmo armonioso ... Aquel algo tan dulce era también una negativa . Conforme avanzó la tarde se aceleró la destrucción , del barco . Las olas lo azotaban y lo lamían jugando con él coquetas y traidoras . Había mucho de melancólico , de fatídico , en el gemir de la madera , mucho de triste en la sumisión a aquellas olas costeras del Mediterráneo por el titán que cortó tantas veces con su quilla las aguas del Atlántico . ¡ Así debieron sucumbir Prometeo y Napoleón ! El casco se separaba cada vez más visiblemente ; el balanceo de las olas lo iba partiendo en dos mitades . Al fin se abrió , enseñando por un momento sus entrañas , y cayó desplomado en el abismo con su convulsión postrera . Fue un crujido , un derrumbamiento , un remolino de aguas sorprendidas en su carrera que se precipitaron ondulantes ... después nada . ¡ El abismo le había sepultado en su seno ! Al último estertor del barco respondió el grito de la multitud que contemplaba el drama . Los tripulantes , de pie , con los ojos llenos de rocío de pena , descubrieron en silencio sus cabezas , con un saludo respetuoso como muda oración . El sol lanzaba en aquel instante el último rayo de una luz fría sobre el sudario del mar para dejar caer su disco detrás de las cresterías de las montañas , y el pequeñuelo inglés tendía inocente y asombrado la mirada de sus claros ojos por el lejano horizonte donde se confundían los dos azules . El día , nublado y tempestuoso en la mañana , se trocó en vernal conforme el disco del sol , pálido como espejo de acero , desgarró su manto de gasas , cuyos jirones , barridos por el viento , le dejaban lucir toda su majestad en el diáfano azul del aire formando contraste con la negrura del mar . Las aguas , batidas por el Levante , que soplaba frescachón , alzábanse en montañas para dejarse caer con estrépito contra la tierra . Durante la noche el mar había llevado a cabo su obra destructora . Las deshechas cajas de naranja dejaron escapar su contenido , y las ondas verdinosas aparecían bordadas con los florones rojo y oro de las frutas . Al retirarse la ola quedaban por un momento en seco las naranjas entre el espumoso encaje , adornando la playa con prendido de reina ; luego , detrás de la ola que se retiraba , venia otra , rebramando , terrible y juguetona a la vez , y arrastraba hacia afuera los madroños del manto abandonados por la primera . La arena quedaba sola , brillante y mojada cortos momentos ; después se levantaba henchido el seno de una nueva ola , obscuro , sombrío ; partíase un instante como si fuese a dejar ver las profundidades del abismo ... y aparecía cuajado de naranjas que se revolvían en el fondo de la entraña negra . Durante algunos segundos la inmensa mole de agua crecía potente y avasalladora ; la atracción sinfónica amenazaba con lanzar la furia del Mediterráneo entero sobre la tierra ... y de pronto se partía en carcajada de espuma , coronaba la cima de nieve ... y volvía , a tenderse mansa y rugiente por el plano de las arenas brilladoras . Donde bramaba con toda su furia el mar era en la base de las rocas , en los cabos y en los promontorios . Allí el chocar de las olas cobraba estrépito de trompetería y estampido de cañón . Rebotaban deshaciéndose en menuda lluvia cristalina , que pretendía confundirse con el azul . Cada una de aquellas menudas gotas tenía consistencia de pedernal y en su obstinada y continua reproducción mostraban la seguridad del triunfo : ellas desharían la montaña en el correr de los siglos . La victoria había de ser del mar , porque sus aguas viven señoras de la Naturaleza , dotadas de fuerza y movimiento , mientras la tierra continúa petrificada e inerte . Ya empezaban también a verse entre las aguas pedazos del destrozado vapor : maderas de los camarotes , lienzos de los costados , palos , cordaje , tablas de los envases del cargamento , cacharros , botellas y otros miles objetos ofrecían sus vagos contornos velados por burlonas ondas que jugueteaban ora acercándolos , ora separándolos de la orilla . Una brigada de trabajadores procuraba arrancar al abismo su presa , y la iba amontonando en seco cerca de los salvavidas . Las gentes de Rodalquilar y de los lugares cercanos habían acudido a la playa . Llegaban reunidas las familias y los vecinos en alegres pandillas , cargadas las mujeres y los zagalones con mochilas de lona , en donde llevaban la merienda . Sus preparativos revelaban el propósito de satisfacer la curiosidad y pasar un día de fiesta y algazara . Todos eran amigos , todos se conocían y a la aparición de cada nuevo grupo repetíanse gritos de júbilo , saludos y frases de bienvenida ; los hombres se reunían a fumar y a conversar con la grave y mesurada dignidad de los labriegos ; las mujeres formales y las viejas comentaban en corro los sucesos , mientras las zagalas , con alegre charloteo , trincaban correteando por rocas y arenas , seguidas de la curiosa mirada de los mozuelos . Algunas parejas de carabineros desplegadas en ala por la orilla les impedían aproximarse . Eso les inquietaba poco , bien convencidos del escaso valor de los objetos que el mar iba devolviendo ; sólo les conducía allí la curiosidad y el deseo de gozar un día de asueto , tanto más grato cuanto más inesperado . Todos debían merendar juntos , con ese hermoso comunismo de los pueblos primitivos , y como el viento alzaba la menuda arenilla , amenazando estropear las viandas , les fue preciso replegarse hacia el Norte , en los lastrales del pie del castillo . Allí las mujeres extendieron en el suelo los gruesos trapos de algodón con cenefas azules , en que habían llevado envuelto el pan , sujetaron los ángulos con grandes piedras y colocaron sobre ellos los enormes bollos de harina de cebada , de cuatro o cinco libras de peso cada uno , morenos , aplastados como tablones , entre cuya miga lucían aún las raspas de las espigas y la pajaza del grano . Cerca de ellos fueron amontonándose los higos secos , que salían de todas las alforjas , y las lonchas de tocino que llevaban los labradores más rumbosos . La frugalidad de los campesinos de Rodalquilar , incomprensible para los labriegos del Norte , hacía pensar en los principios nutritivos del sol . Aquella modesta comida era un festín , acostumbrados a las continuas gachas de maíz y al caldo tan escaso de aceite , cargado de especias y tan abundante en agua , que las sopas nadaban con desahogo , y se veían retratadas en el fondo de la cazuela las caras de los comensales , a lo que debía su poético nombre de pimentón con nene . Habitualmente la comida consistía en la olla de berza con el pedazo de tocino ; las migas y gachas de maíz , alcuzcuz o harina perdida y las patatas o ensaladas . La carne y el pescado sólo se comían a ventregadas , en el caso de que muriese alguna res o que la mujer de un jabecote cambiase por harina y frutas un puñado de peces . No necesitaban más ; con tan escasa alimentación , las mujeres ostentaban lozanas redondeces , colores las mozas y salud los hombres , de corpachones enjutos y avellanados . Para comenzar , dio la vuelta al corro una bien repleta bota . Aquel día de fiesta era menester que lo disfrutaran todos ; hasta se buscó un cacharro para echarles de beber a Antonio Diego y a Cinco Peroles , un mendigo y un idiota populares en el lugar . Entretanto una mujer apartó en un trapo la ración de los chiquillos , que no debían alternar con las personas mayores , y Dolores la Chafina apareció tirando del ronzal de una borrica , que llevaba las aguaderas llenas de suculentas provisiones . La moza sacó con cierto orgullo media docena de panes de trigo , rubios y apetitosos , aunque no libres de afrecho ; un rollizo jamón de magro y un trapo , en el que iba envuelta una larga cuerda de chorizos . Pasó un murmullo difícil de definir por todo el rolde : complacencia de la gula , con algo de amor propio mortificado . Aquellos Chafinos gustaban de distinguirse en todas partes ; no se acomodarían nunca a las costumbres de Rodalquilar ; bien se conocía que sus abuelos vinieron de otras tierras , porque los Chafinos eran oriundos de Italia , una pareja de napolitanos ambulantes , con las canciones de su país en los labios , que llegó allí en su vagar sin ruta . Fue en los tiempos de los Espinosa , y como la muchacha se puso enferma y dio a luz en el pajar del cortijo dos chicuelos gordos y negretes , don Luis y su esposa los asistieron con cuidadoso cariño y fueron padrinos de los pequeñuelos . Los italianos no volvieron a salir del valle ; habían tomado ley a sus compadres , y después de servirlos algunos años , como la prole aumentaba más que una gusanera , el matrimonio Chafino construyó su casita en un repliegue del barranco de las Carihuelas , en terreno realengo . Apenas los hijos mayores cumplieron quince años , ya les dieron nietos . Las hembras cadañeras aumentaban la familia con prodigiosa fecundidad ; en poco más de medio siglo se habían sucedido cuatro generaciones ; el barranco de los Chafinos era un pueblo . Los cruzamientos entre si se hacían sin contar con papeles de leyes ni con curas ; las mujeres , sanotas y hermosas , de morena belleza italiana , ejercían sobre sus maridos la atracción poderosísima del amor a su barranco cuando se casaban con mozos de las cercanías y los hombres se llevaban a sus mujeres a vivir entre sus riscos . Una multitud de casitas blancas , semejantes a las del Tirol , con porches de ramaje , bordeaba la cortadura ; al socaire de sus paredes se extendían pedazos de tierra vegetal ₍ cuidadosamente limpia y rodeada de un cinturón de piedras . Allí , al frescor de la umbría , criábanse hortalizas y flores que regaban a cántaros , subiendo el agua del arroyo , los chicuelos medio desnudos que en número inconmensurable rodeaban a cada familia . Los hombres habían roturado las cañadas y los terrazos hasta cerca de la cima de los montes para sembrar pegujales de cebada , que les rendían el pan moreno y apetitoso necesario para el año . Mientras vivió don Luis , los hijos de los Chafinos fueron sus servidores más fieles , los compañeros más decididos de todas sus excursiones de contrabandista , y la abundancia derramaba sus dones en el barranco . Después , a la muerte de su compadre , los Chafinos se vieron obligados a buscar , la subsistencia en el monte que les servía de albergue . Los sequeros de cogollo , que hombres , mujeres y chiquillos arrancaban , les producía para vivir con holgura ; pero este último recurso les fue arrebatado con la venta de los montes , que les privaba además de todas aquellas parcelas , despedregadas con tanto amor , que se ablandaron para el cultivo con el sudor de sus frentes . No hubo más remedio que conformarse ; aquel aborrecido don Manuel era el dueño de todo ; gracias que temiendo al número , les reconoció el derecho de cultivar sus terrenos previo el pago de una pequeña renta , ¡ Cómo odiaban los Chafinos aquel amo intruso , cuyos servidores no cesaban de molestarles ! Él , por su parte , tenía malas noticias de los Chafinos , se los presentaban como una mala semilla de italianos que le revolvía el valle , Sus encargados , siempre que hallaban ocasión , azuzaban la antipatía y taimadamente molestaban en cuanto podían a los Chafinos . Muchos de éstos se marchaban a Orán , hartos de sufrir disgustos y temerosos de perder la paciencia y hacer un disparate . Sin embargo , de poco tiempo acá el trato entre el amo y los Chaflnos se había hecho menos tirante merced al matrimonio de Víctor , el mayor de los nietos de los napolitanos , especie de jefe de la familia , con la hija del aparcero que tenía don Manuel en el cortijo de los Pellones . Dolores era hermosa y lo sabía . Los mozos del contorno andaban locos perdidos por ella , y tuvo para casarse las proporciones de los novios más ricos ; pero la muchacha se enamoricó de Víctor , de aquel arrapiezo que tenía nombre de perro y era de otra casta ; los disgustos de la familia fueron muchos , y gracias a que la señora vieja , la madre de don Manuel , que pasaba largas temporadas en la hacienda y quería a la muchacha , intercedió por ella apadrinando la boda , en la que hubo derroche de buñuelos , garbanzos torrados , avellanas y bebida durante los tres días que duraron el baile y la fiesta , En cuanto terminaron los festejos , Víctor se llevó a su mujer al barranco a pesar del desagrado de los suegros y de los señores , que le acusaban de desagradecido , Menos mal que con Dolores lo hacía bien , demasiado bien , porque saliéndose de las costumbres , daba que murmurar a las gentes . No era uso allí que las mujeres casadas se peinasen y ataviaran igual que las mocicas , como seguía haciéndolo Dolores , a pesar de tener ya el primer chiquitito . Iba siempre detrás del marido , embobado con ella , que la llevaba a las fiestas y la ponía en rueda a bailar con las muchachas ; continuamente haciéndose carantoñas y mimos , impropios de la rudeza de las costumbres primitivas imperante » aún allí , que obligaban a los maridos a tratar con despotismo de amo a las mujeres y a ellas a ocultar ternezas y simular despego . Esto distingue a las gentes honradas de las que no lo son . La mujer casada ya no tiene que agradar a nadie , y desde el día siguiente de la boda la cabellera , lisa y tirante , se oculta bajo el pañuelo moruno , en vez de lucir trenzas , flores y rizos , como hacia Dolores . ¡ Cualquiera se atrevía a decirle algo ! ¡ Había echado unos humos ! Como que su Víctor la mimaba igual que a una niña y no le importaba cuanto murmurasen . Sus manos , cuidadas y finas , eran blancas , como harina de flor . En su casa no se acababa en todo el año el pan de trigo y las cuerdas de longaniza y de jamones . No tenían que decir de dónde les venia el dinero ; Víctor no trabajaba ni había salido a Orán , a pesar del acotamiento . Era , sin duda , el contrabando lo que alimentaba aquel lujo ; y el odio de las vecinas , envidiosas de Dolores , hallaba con esto ocasión de desatarse . ¡ Qué mujeres , que tuvieran valor de exponer así a su hombre al presidio o a un balazo por llevar lujo ! Aquel día algunas no pudieron disimular su despecho : — ¡ Ya se conoce quién puede ! — ¡ Viva el rumbo ! Exclamaron a la par la tía Aurora y la tía Juana , aparceras de los cortijos de Maturana y de la Unión , molestas en su orgullo de labradoras ricas , mientras el marido de la segunda se apresuraba a sacar la faca de entre los pliegues de su faja para dar el primer tajo al incitante jamón . Fue la señal de acometer . Todos los hombres sacaron las facas de las cinturas y las mujeres las navajas de las faltriqueras . En un momento estuvieron destrozados los panes , las lonchas de tocino y el jamón ; las manos morenas se hundieron en el montón de higos ; la botas recorrían con frecuencia la rueda y las bocas engullían a dos carrillos . Poco a poco las gentes iban poniéndose alegres , algo chisponas ; menudeaban chistes , sátiras y carcajadas ; los muchachos y los mendigos , que acabaron su ración antes de estar satisfechos , miraban con ansia los alimentos , que disminuían rápidamente . Dolores se colocó al lado de Víctor , y en verdad que formaban una hermosa pareja . De unos veintiséis años , alto , moreno , con grandes ojos negros , cejas espesas y revuelta cabellera , las facciones de Víctor , sanas y fuertemente acusadas , revelaban la alegre franqueza de las almas primitivas . Dolores , algunos años más joven , era también alta y morena , con ese moreno claro que deja ver circular la sangre ardiente bajo la piel tornasolada de escamas de plata . Los ojos moros , de un castaño obscuro , capaces de llegar al negro o al azul , según la pasión que reflejasen , eran grandes , rasgados , con dos hileras de pestañas largas , arqueadas , que se movían en aletear de mariposas ; las cejas , espesas , hubieran dado algo de dureza a la cara al no prolongarse en un arco con curvatura de lira a lo largo de la bien dibujada frente y la maravilla de unas sienes semejantes a las de La bella desconocida de Donatello , esfumadas en la suave y melancólica armonía de un óvalo perfecto . La nariz , de forma irreprochable , y la barbilla redonda , terminada en la tentación de un hoyuelo , daban a su cara , de palidez mate , un aspecto de ensueño y melancolía , bajo el revuelto bosque de cabellos caoba , con tonalidad , da castaña madura ; formaba contrasto con la alegre frescura de unos labios rojos y jugosos , que parecían hechos para reír , besar y excitar el ansia de morderlos . El milagro de aquella cabeza se sostenía sobre la majestuosa garganta , y el cuerpo esbelto , naturalmente elegante , con manos y pies de niña , senos apretados , brazos redondos y anchas caderas . Vestía , como todas las mujeres del contorno , refajo de lana color magenta , almilla de sarga negra y el pañuelo de crespón plegado al talle con ondulaciones de manto ; pero se notaba en su atavío más cuidado que el de la mayoría de las mujeres del lugar . Las alpargatas nuevas iban sobre estiradas medias blancas , lujo sólo propio de señoritas , y la cabeza descubierta , esmeradamente peinada con el moño de quince pleitas partido y acompañado de grandes bucles , lucía una flor de geranio blanca , mientras la redondez del talle se mantenía en ajustado corpillo y las sartas bermellón de los corales le rodeaban el cuello . La maternidad no le había robado ningún encanto . Eran una pareja pletórica de vida , juventud y belleza , que justificaba bien la envidia y los mordiscos de las leas , que a falta de otros dones hacían gala de su condición de madrugueras y económicas . En medio de la alegría y la algazara prendió una idea entre los comensales . El complemento de aquella merienda debían ser las naranjas , las pequeñas vasijas llenas de jugo fresco , azucarado , apetitoso a las gargantas , resecas con el bochorno . ¿ Por qué no cogerlas ? ¿ Con qué derecho les impedían acercarse a la orilla ? Lo que la mar devuelve a la tierra no es de nadie . Empezaron a murmurar indignados de la tiranía del sargento y del cabo , que habían negado el permiso , solicitado por varias mujeres , para recoger las codiciadas frutas . Iban hundiéndose en el agua y bien pronto se tornarían amargas y salobres . Ya muchas , blandeadas por los choques , se habían partido en dos pedazos , y otras , rajada la corteza , mostraban la herida de su carne blanca . Estaban allí todos los hombres de Rodalquilar , de la Hortichuela y de las Negras , y la idea de emplear la fuerza tomaba cuerpo en los ánimos , caldeados por el mosto . Los labriegos no conocen el odio a los superiores que la lucha de clases ha engendrado entre obreros y patronos de las grandes ciudades ; siervos del terruño , conservan mucho de la organización feudal , que les inclina a querer y respetar a los amos , de los que esperan protección y recompensas , sin conocer el valor del trabajo que les prestan ; pero en aquel momento , ante la opresión y la injusticia , látigo de la conciencia de los pueblos , una chispa de odio y rebeldía germinó en los corazones , de ese modo misterioso y simultáneo que forma el alma de las multitudes , como si una misma onda hiriese todo » los centros nerviosos , para que corazones y cerebros sintiesen y pensasen al unísono . Las mujeres eran las que más gritaban , excitando a los hombres a la lucha con sus exclamaciones de indignación y descontento . Víctor se adelantó hacia el centro del corro , y todos se agruparon en torno suyo , como si de un modo tácito lo proclamasen jefe . Se cumplía una vez más la ley que preside todos los movimientos populares . El pareció darse cuenta de la situación ; con una mirada severa contuvo la protesta amorosa de Dolores , y con voz breve de mando y sobriedad de palabras , dejando adivinar en los movimientos más que en los sonidos su idea , ordenó el plan de campaña , Nada de locuras . Los carabineros tenían las armas , y era preciso ser prudentes . Aquello debían hacerlo las mujeres . Todas a un tiempo descalzarse y correr a la orilla ; no se atrevería nadie a usar de la fuerza contra ellas . Por si acaso , un grupo de hombres se pondría cerca de cada pareja , serenos , amigos ; él se encargaba del sargento . Resonó un grito de alegría . ¡ Bien por Vítor ! Verdaderamente , los Chafinos tenían más talento que los otros , y con ese espíritu variable e infantil de las multitudes , prorrumpieron en aplausos . En breve tiempo quedó todo acordado . Los grupos de hombres se dirigieron a tomar posiciones , mientras las mujeres empezaban a descalzarse y se despojaban de mantones y enaguas . Víctor se dirigió hacia el cerro , donde habían sentado sus reales los jefes de carabineros ; le acompañaban Gaspar el Curandero , José el Pelao , Andrés Manteca y Capuzo , el gitano herrador . Todos eran gente independiente , algo braveadores , que vivían en los lugares vecinos . Poco antes de llegar se detuvieron un momento ; la costumbre de ser respetuosos y solapados les hacía vacilar . Pero bien pronto desapareció la indecisión . Era preciso cumplir lo prometido ; la gente esperaba . Víctor adelantó con gallardía , quitándose el sombrero y dejó volar al aire los rizos de la cabellera , sin el pañuelo de hierbas que los otros llevaban rodeado a la cabeza y anudado hacia atrás . Les acogieron amistosamente ; una plácida benevolencia de hombre gordo iluminó la cara del cabo , y el sargento , en su deseo de ser amable para evitarse complicaciones , estiró los labios , entornó los ojos , echó hacia atrás la cabeza para fingir una sonrisa . Sin duda no sospechaba nada . La conversación empezó ligera y frívola : el tiempo , la falta de lluvia que se empezaba a sentir . Al fin , Víctor se decidió , y ofreciendo tabaco lió su cigarrillo y golpeó la yesca entre el eslabón y el pedernal . Entonces , obedeciendo a la consigna , la caterva de mujeres corrió en tropel hacia el mar ; entre carcajadas y gritos salvaron el cordón formado por los carabineros , abalanzándose a la orilla del agua , hasta el limite mismo en que las arenas mojadas formaban en un semicírculo ondeado la línea de separación con las arenas blanquecinas y requemadas del sol , marcando el límite de las olas . — ¿ Qué significa esto ? — interrogó el sargento . El silencio grave del cabo , la indiferencia irónica y socarrona de los rústicos se lo revelaron todo . Estaban en poder de los aldeanos ; ellos no se metían en nada ni quebrantaban órdenes , pero en su actitud paciente había una amenaza . ¡ Ay de los que se atrevieran a hacer daño a las mujeres ! No era posible dar una orden imprudente ; había que tomarlo a broma para salvar el principio de autoridad . El cuadro que ofrecía la playa era animado y pintoresco : las mujeres , con las cabelleras casi sueltas , descalzas de pie y pierna , formaban cerca de la lengua del agua un abigarrado conjunto con los vivos colores de los zagalejos amarillos , encarnados y color magenta , y con los pañuelos de brillantes tonos alrededor del busto . Inclinadas hacia adelante , con las faldas arremangadas y sujetas entre las rodillas , acechaban la llegada de la ola , en cuyo seno venían las codiciadas frutas . Cuando la espuma bañaba sus pies , amenazando atraerlas hacia afuera , escapaban chillando con los gritos de emoción y de júbilo que les arrancaban el temor y el cosquilleo del agua fresca , invadiendo su carne en una sensación de placer . Era un juego con el mar , En el momento que se retiraba la ola , corrían persiguiendo su espuma , se abalanzaban sobre ella para coger las naranjas , arrojándolas al aire , a fin de que las atrapasen las rezagadas . Cada vez se familiarizaban más con el peligro ; cada instante pasado , las aguas y ellas eran más amigas ; las olas , en vez de amenazar , parecían reír traviesas , y las muchachas , mojando las piernas y el borde de los refajos , ondeantes al viento los revueltos cabellos , chapoteaban sin miedo sobre sus enemigas . Los pies , arrugados por el largo contacto del agua , que los había tornado blancos , se movían ligeros , parecían revolotear como polluelos de gaviota ; unos maravillosos pies de mujer española , que aun teniendo abierta la planta por la costumbre de andar descalzas , conservaban la pequeñez y pureza de lineas , arqueados de empeine , finos de contornos , con los dedos largos y rosadas las uñas como botones de geranio , tan breves y ligeros que apenas marcaban su huella en la arena mojada . Miraban los hombres , complacidos y contentos , el cuadro , Una vez más vencían a los carabineros , y su espíritu contrabandista se expansionaba alegre . Ahora no era la victoria obscura entre los vericuetos de la costa , en la sombra de la noche : su astucia triunfaba de día , cara a cara , en pleno sol , Los carabineros , por su parte , reían también sin adivinar el alcance de aquella audacia , al ver que no se les daba ninguna orden . Sólo en el fondo de las pupilas del cabo y en las del sargento hubo al cruzarse las miradas una chispa amenazadora , violenta , fulminante como un rayo , que se apagó en la contracción de la forzada sonrisa . Las gentes se embriagaban con aquel triunfo ; los gritos y las carcajadas rimaban con el batir de las olas ; muchas aldeanas habían tomado parte en el juego . Las primeras naranjas se devoraron con avidez . Las mujeres hundían los dedos en la corteza , aplicaban los labios ansiosos al agujero y chupaban sorbiendo el azucarado zumo , que les rebosaba de la boca y corría por la barbilla y la garganta , manchando su carne morena con el licor amarillo . Después de estar hartas y llenar sus delantales , no se daban mano a coger más naranjas . Aun seguía el deseo de jugar con el mar , arrebatándole su presa . Entretanto había amainado el viento ; las aguas se aclaraban , y las frutas , flotando en el azul , cubrían buena parte de su superficie . Parecía como si las olas hubiesen dominado su furia para lamer mansamente aquellos menudos piececitos que vencieron la tiranía de los fuertes , deshaciéndola con tanta facilidad como las frágiles espumas blancas que sorbía el arenal sediento . Subía el tío Juraico las estrechas veredas que en zig-zag caprichoso conducen al caserío de los Chafinos , detrás de la borriquilla rucia cargada con los grandes capachos de la recoba , sobre los que se cruzaban la arqueta de buhonero , el fardo de telas de colores y los retales de moreno lienzo . El ambulante vendedor , que debía el diminutivo de su nombre al cuerpecillo achaparrado , pasaba la vida recorriendo la comarca con su tienda movible , y cambiaba las baratijas de su arquilla por productos del país : huevos , miel , longaniza , pollos tempraneros , cera y otros mil objetos que vendía en la ciudad con una triple ganancia . Para las mujeres era una verdadera providencia ; cuando sus ahorros les permitían adquirir un pañuelo de crespón o Manila , un vestido de lana o el juego de rosas de trapo con hojas de talco para adornarse en las grandes fiestas , el tío Juraico se encargaba de la compra con admirable prudencia y buen gusto . Jamás reveló el secreto ni llevó dos encargos iguales , permitiendo así a las interesadas experimentar el placer de sorprender y deslumbrar a sus amigas con las galas preparadas en secreto . Los moradores del valle acogían cariñosamente a Juraico . Aunque tenía su casa en la Hortichuela , estaba constantemente entre ellos . Allí , en el cortijo donde se le hacia de noche , descargaba la burra , sin necesidad de que le invitasen , metía las mercancías y los aparejos en la cocina y aposentaba al animal en el mejor sitio de la cuadra . Sólo había de pagar la ración de paja y el cuartillo de cebada ; él tenía siempre cena y cama , gracias a la generosa hospitalidad de los labradores , que partían con el huésped la comida y le ofrecían la cabecera de paja para dormir . Al despuntar la aurora volvía Juraico a emprender la marcha , sin despedirse de nadie , detrás de la vieja borriquilla , que despacio y trabajosamente iba trenzando sus débil es patas torcidas con el movimiento de las mujeres que hacen calceta , hasta el punto de chocar a menudo los corvejones de las traseras en un seco chasquido de huesos . Así , vacilante la borriquilla , con su paso tardo , y detrás el tío Juraico , paciente , cabizbajo y cachazudo , con los acompasados movimientos de sus cortas y zambas piernas y la vara de medir en la mano , caminaban por senderos y vericuetos , de caserío en caserío , hasta llenar los capachos de recoba , para llevarlos a la ciudad y renovar la provisión de baratijas . A fuerza de caminar a solas se había establecido una estrecha amistad entre aquellos dos seres , que estaban juntos largos años , desde que el animal era una pollina retozona , que en más de una ocasión puso en peligro las frágiles mercancías . Algunas veces Juraico entablaba animada plática con la burrucha . — Anda , anda , que se te cae el alma . Ya verás en llegando cómo te doy buen pienso . Mira que se hace de noche y en casa de los Chafinos siempre hay ocasión de vender . Y el animal aligeraba el paso como si entendiese los razonamientos . — Mira qué mala suerte ; debía haber vendido el pañuelo color garbanzo en diez pesetas y he tenido que darlo en ocho — le contaba otra vez a su compañera Juraico . Tenía , la seguridad de que la burra movía tristemente las orejas , porque lo había comprendido . Aquel día , el tiempo espléndido parecía infiltrar un aliento juvenil en el cuerpo de los dos viejos compañeros ; ambos caminaban de prisa , bordeando el barranco del Granadillo para llegar a las casas de los Chafinos . El sol reía retratando su disco en los guijarros para hacerlos brillar como si cada uno fuese un pequeño astro ; fastuoso gran señor , quebraba los rayos en las aristas de las piedras encendidas en chispazos de luz y vestía de raso el verdor de la hojarasca . La casa de Víctor , primera que levantaron los napolitanos , dominaba la entrada del estrecho desfiladero , entre cuyo sombraje se desarrollaba una vegetación lujuriante . Las palmas y las atochas lozanas y tiernas , al amparo de la sombra , se mezclaban a los floridos romeros , los olorosos tomillos , mejoranas y azules florecillas de los cantuesos . Las salvajes aliagas lucían los pétalos amarillos entre las blanquecinas bolas de púas . De peña en peña caía el agua de un pequeño manantial que dejaba oír el ruido de los cristalinos , quebrándose entre tallos y raigambres para correr en el fondo del barranco por el fresco cauce de un arroyuelo . Con los troncos dentro de su corriente , las gigantescas cardenchas ostentaban los grandes borlones de su flor morada , y las adelfas de hojas verdinegras balanceaban los racimos de rosadas flores . En la entrada misma del barranco , allí en donde las aguas formaban un natural remanso , para desaparecer sorbidas en la reseca arena del lecho de la rambla , un frondoso cañal y algunos juncos y carrizales formaban espeso bosque , mezclados a una docena de álamos blancos , con las hojas movibles , susurrantes y tornasoladas en argentados reflejos . Todas aquellas plantas de tallos largos y rectos daban una nota exótica al panorama y evocaban algo de los paisajes del Norte , de esos bosques misteriosos donde se escuchan las vibraciones del alma de la Natura y se celebran los ritos solemnes de las druidesas ; suenan las alegres flautas de oro de los panidas , estallan las risas y sollozos de las ninfas , y reina toda esa cohorte de pasiones humanas y salvajes de los dioses del Parnaso , del Olimpo y de la Walhalla . Altos , poéticos , rumorosos con su continuo balanceo , que sacude los penachos de nieve de los racimos , cañares y carrizal parecían esconder entre sus nudos todo un pueblo de enanitos y kobols escapados de la Escandinavia y la Germania para convertirse en duendecillos españoles . Después de aquella nota extraña , la vegetación recobraba de nuevo su aspecto indígena : atochas , palmas y torviscos se multiplicaban al ascender por laderas y balates para formar el límite de las veredas , Un seto vivo de añosos troncos de nopales , con opulentas palas , erizadas de espinas , y cenicientas pitacas , cuyas varas , de cinco metros de altura , se abrían en las ramas enormes de sus flores , parecidas a los brazos de un Indra gigante , que tendía las palmas de las manos hacia lo desconocido , esparciendo en la atmósfera los gérmenes fecundantes de la creación . Al acabar la vereda , centinela de la entrada del caserío , aparecía la morada de Víctor , chata como todas las del campo de Níjar , pero enlucida y blanca su albarrada pared y el porche , cuyo parral despojado de hojas enlazaba los sarmentosos tallos retorcidos y revueltos como serpientes sumergidas en un sueño invernal . Delante de la puerta la empedrada era en que ya apenas se trillaba , y en la ladera de la solana el antiguo sequero de palma y cogollo , inútil desde el acotamiento de los montes . Los terrazgos , en los cuales sembraban antaño sus pegujales , bailábanse abandonados ahora ; las amapolas , vinagreras y moginos , mezclaban las flores amarillas y rojas , semejantes a pedazos de una bandera española desgarrada entre los breñales . Al lado izquierdo del porche , el huertecillo de hortalizas lucía su vegetación apetitosa mezclada con plantas de flores y de albahaca . Al cruzar Juraico la era , se levantó perezosa una perra que dormitaba al lado de su cachorrillo y se adelantó ladrando sin cólera , como si conociera a un amigo en el recién llegado y sólo cumpliese el deber de anunciar a los amos su visita . No tardó en aparecer en la puerta la airosa figura de Dolores , que al ver al vendedor reprimió un ligero gesto de disgusto , y sin contestar apenas al saludo dijo : — ¡ Ah ! ¿ Es usted , tío Juraico ? En mal día viene hoy . — ¿ Por qué ? — preguntó él . — Hemos estao ayer de limpieza ; entoavía estoy mu ocupá ... Descanse usted si quiere , pero no descargue la arquilla ... No me puedo entretener ... Otro día será . Hablando así , tendió la vista en torno suyo , como para atraer la atención del tío Juraico a que viera la confirmación de sus palabras . La gran , cocina , partida por enorme arco con argolla de hierro en medio que separaba las dos naves , lucía las paredes enjalbegadas de deslumbrante blancura , y el transpol de su suelo , acabado , de regar , « conservaba aún como arabescos los dibujos de los chorros de agua que le arrojaron . Las sillas de madera , con asientos de esparto , y los posetes de leñosa pita estaban alineados en orden alrededor de los muros ; las mesillas colocadas cerca del hogar de campana ostentaban la limpieza de sus recién fregadas tablas . Todos los aparejos de bestias , espuertas y labores de esparto se habían ocultado tras él gran portalón , y el vasar de arco , especie de alacena sin puertas , empotrado en la pared , amenazaba venirse abajo al peso de la carga de platos y fuentes de loza vidriada , con ramos de color y arabescos azules y verdes . Tazas y jícaras colgadas por el asa , formaban guirnaldas a su alrededor y a lo largo de los muros se extendían las tapaderas de barro color caramelo con dibujos blancos ; las botellas formaban pifias y las cacerolas de reluciente cobre acusaban con su brillo los restregones de la tierra blanca que les arrancaron las sales venenosas . Al lado de la cantarera , que sostenía cuatro panzudos cántaros de barro cocido , el jarrero ofrecía limpias alcarrazas de cuatro picos y un botijo rezumante de agua fresca , pronto a apagar la sed de cuantos viajeros lo solicitasen . Apilábanse sobre la leja las ollas y los peroles de barro , enfundados en su capa de negro hollín , y de las paredes del hogar colgaban las sartenes y las grandes tenazas de hierro , de más de un cuarterón de peso , sujetas por una cadena al muro . Las trébedes levantaban hacia arriba sus patas y la losa del hogar , limpia , sin fuego ni cenizas , no conservaba huellas de ] a última vez que allí se había guisado . Entre todos los enseres que adornaban la pared , una profusión de cromos , calabacillas de corteza verrugosa , panochas de descomunal tamaño , ramas de olivo , de almendro o cabos de panizo ; tantos objetos mezclados y confundidos , que se comprendía fácilmente que sólo en las grandes solemnidades se emprendiera una limpieza semejante , tan costosa como la de una biblioteca . El tío Juraico pareció apreciar todo aquel esfuerzo , pero no se dio por vencido . — Acabo de llegar de Almería — dijo — ; traigo peinetas , aretes , alfileres , telas y encajes nuevos ... Verdaderas maravillas que quiero que tú veas antes que nadie . Miró con codicia la muchacha la pequeña arqueta de madera que se mecía entre los dos capachos y el fardo de tela , pero temerosa de entretenerse rechazó el ofrecimiento murmurando : — Hoy no ; no me puedo entretener , tío Juraico , es imposible . El buhonero se estiró sobre sus piernas zambas y bajando la arqueta la abrió ante los ojos de Dolores : peines , pastillas de jabón , barrilillos de aguas olorosas , collares , horquillas , alfileres y brazaletes , todo se confundía en el fondo del arca . Pendientes de una montura de latón , con piedras azules y verdes ; había un racimo de doradas uvas de cera , que la muchacha contemplaba codiciosa . — Esa es la buena sombra , el alfiler de moda ; eres la primera que lo ve . — ¡ Qué precioso ! Y acercándose al espejito , colgado entre dos blancas toallas de enrejado fleco al lado del jarrero , lo aproximó a su garganta murmurando : — ¡ Qué bien estaría con mi pañuelo de Manila color aceite ! — ¡ Claro que sí ! — afirmó el pequeño vendedor — ; debes quedarte con él ; no hay más que tres y se venderán en seguida ... Dile a tu Vítor que te lo compre . Pareció obscurecerse con una sombra el rostro de Dolores , pero no tuvo tiempo de responder . Los ladridos de la perra avisaban la proximidad de alguna persona . — ¿ Será él ? — exclamó Dolores , y sin atender al buhonero acudió a la puerta . A pesar de su preocupación no pudo contener la risa . Venían juntos Antonio Diego y Luis Márquez , los dos pordioseros del lugar , que se miraban con odio profundo siempre . Antonio Diego se creía con más derecho que aquel intruso , que nadie recordaba de donde vino . Él había nacido en Rodalquilar , creció y se junté con su novia en la caseta del cerrillo , de donde lo había arrojado don Manuel para dársela a otro de sus paniaguados , obligándole a buscar albergue en una de las abandonadas casas de los Chafinos . La profesión de Antonio Diego fue siempre la nacional , tomar el sol y no hacer nada . En ella le ayudaba toda su familia . Desde por la mañana podía verse a la madre y las tres hijas alisándose mutuamente las largas cabelleras , sentadas de cara al sol contra el muro de la puerta , y echados a su lado , como mastines guardianes , los hermanos , muchachotes fuertes y morenos , que pasaban la vida tendidos al amparo de aquel calor vivificante , mudos , aletargados , parecidos a fakires de la India que sin pensar en Dios adorasen el Nirvana . La mujer , tan biltrotera como haraganas las muchachas , no cosía sino en momentos de suma necesidad . Recién unida a Antonio Diego compró con los regalos de doña Pepita una jarapa de vivos colores , y cuando las frecuentes desavenencias de su vida matrimonial les hacían separar la cama , partían la jarapa en dos mitades ; pero como las nubes no duraban mucho , la tarea de coser todos los días se hizo tan pesada , que al fin decidieron dejar partido el paño , y desde entonces la mujer no había vuelto a coger la aguja . Las ropas haraposas mostraban entre sus desgarrones la carne cuando no las unían con una hebra de esparto verde . El encargado de buscar la comida era Antonio Diego . Mientras el monte fue libre llegaba a los caseríos con regalos de palmitos tiernos , manojos de espárragos y cestos de alcaparrones o de cardillos , a cambio de los cuales le daban abundante pan , harina y hortalizas . Después , no pudiendo ya regalar , se contentaba con ayudarles a las mujeres a llevar los cántaros de agua , caldearles el horno y hasta mecerles los chiquillos . Lo que se le daba no era en concepto de limosna , sino a cambio de sus servicios . Además , había encontrado otras habilidades : era zahorí pronto a servir a los vecinos y hacia oficio de periódico ambulante , corriendo de casa en casa las noticias del contorno . Por él se sabía si Fulanica tenía novio o al se había comprado un vestido ; si Zutano fue a Níjar o Almería y el motivo y resultado de su viaje ; los bailes en proyecto , las enfermedades , las ventas ; todo era narrado por él de casa en casa . Y en todas partes era bien acogido . Los mismos que le ocultaban lo que no querían que se supiese deseaban enterarse de lo que sucedía a los demás y le daban con agrado los mendrugos para arregostarlo a visitas frecuentes . La pesadilla constante de Antonio Diego era que no le confundiesen con Luis Márquez . Él había nacido en Rodalquilar y no era un pordiosero , era el amigo de todos . ¿ Por qué le igualaban con aquel zanguango que desde hacía algunos años deambulaba por el país ? ¿ Por qué le había de quitar aquel intruso parte de la ración que le asignaba la caridad de los vecinos ? Luís Márquez no era , como él , sencillo y afable , tenía mal genio , altanería de gran señor arruinado . Se le oían siempre , murmuradas entre dientes , las más terribles maldiciones . Llegaba a los cortijos y casi sin que le viesen se metía al socaire de una tapia o de una tinada . Su perro , un animal lanudo , sucio , cascarrioso y tan viejo como el mendigo ochental , iba a la puerta a avisar su presencia ; los cortijeros , que ya lo habían encontrado más de una vez yerto de frío y de hambre , acudían , parte por caridad , parte por miedo de que se muriese en sus casas , a llevarle pan y abrigo . Luis Márquez los recibía siempre rezongando y de malhumor . « Imbéciles , gente joven que tenía brazos y se resignaba a pagar tributos y a ser siervos del Estado . » El Estado era un ser odioso ; le sirvió en su juventud allá en las minas de Almadén y sabia lo que de él podía esperarse . El pobre , envejecido y decrépito , de siniestro semblante actinodermo , tenía la visión de la fuerza y la juventud perdida en aquella ciudad blanca , con blancura de sepulcro , donde reinaban la anemia , la tisis y las úlceras , para que el Estado ganase un puñado de millones . Se ofrecía la muerte velada e hipócrita mintiendo medidas higiénicas , buenos jornales y privilegio de librarse del servicio militar , y las pobres gentes , los parias , los ilotas del mundo moderno , presos por la ignorancia y los atavismos , no pensaban en que la tierra es grande , que hay selvas vírgenes donde se pierden los frutos que bastarían para la existencia de muchos hombres , mientras se mueren de hambre y de falta de aire y de sol en las ciudades . ¡ A eso se le llama progreso ! Luis Márquez se irritaba de pensar que los hombres desgarrasen las entrañas de la tierra para buscar los metales que matan y envilecen . Allá en Almadén , cuando vio llegar hombres robustos , y enfermarse y morir consumidos a los pocos años , cuando apreció la miseria de sus compañeros y las tristezas de la ciudad de la anemia , quiso predicar a los menesterosos toda aquella doctrina que nadie le enseñaba , pero que murmuraba dentro de él la voz de la justicia abstracta , que en vez de acomodarse a códigos disparatados le dictaba la ley natural . Los compañeros oyeron y entendieron . Un día , los oprimidos se volvieron contra los opresores . Dos ingenieros de las minas cayeron muertos a su ímpetu ; pero la ola fue dominada por los que tenían las armas fabricadas con los metales que ellos extraían del subsuelo . Entonces Luis Márquez fue encarcelado y oyó , sin entenderlo , que él era anarquista . Le preguntó a su compañero de presidio qué significaba aquello . Torpemente se lo pudieron explicar ; anarquistas eran los hombres que tiran bombas para destruir todo lo existente . La idea fue del agrado de Luis . ¡ Qué hermosura destruirlo todo para crear algo más bueno , más puro , más grande ! ... Y Luis Márquez recordaba libros leídos en la escuela : reyes que habían sembrado sal en los solares de las casas donde se albergaron los traidores . Jehová , destruyendo con fuego del cielo las ciudades de Pentápolis , Sí , anarquista : se enamoró de la idea , y cuando viejo y enfermo salió de las prisiones , sin fuerzas para ganar el pan , vagó por los campos , con miedo de acercarse a las grandes ciudades , siempre solo , siempre pensando en lo hermoso que sería enviar la nube de rayos que destruyera todo lo podrido , y después la sonrisa del sol para hacer germinar una humanidad perfecta en una tierra , de flores . ¡ No había Dios , cuando ya no lo había hecho ! Un día encontró compañero : el perro , de un ciego que se murió en un pajar . Los cortijeros echaron el perro a la calle y el mendigo lo recogió . Desde entonces cuidó de acercarse a poblado , para que su compañero no pasara hambre . Cuando la ración de mendrugos era escasa , la cedía toda al animal . Lo estimaba más que a los hombres . Él era esclavo por falta de inteligencia , no sometido indignamente como ellos . De su antiguo oficio de minero guardaba la afición a recoger piedras metálicas , y adquirió el convencimiento de que los montes de Rodalquilar guardaban oro . Entonces aquel vengador de las tristezas de los humanos buscó con anhelo quien pudiera hacer la demarcación y trabajar la mina aurífera , para tener muchos millones y comprar las máquinas de guerra que destrozaran a la humanidad . En su sentimiento era un verdadero anarquista : no quería la mejora , no quería la inversión de términos de la sociedad actual , podrida hasta las raíces ; era preciso la destrucción ; que muriesen al mismo tiempo aquel Estado opresor y aquellos siervos que lo toleraban . Que no quedase nadie sobre la tierra . ¡ Ella , cuando se viese sola , crearía seres que no conocieran jamás el dolor ! A los pocos sitios donde se acercaba el terrible mendigo con alguna más complacencia era a casa de Víctor . Dolores iba a llevarle comida caliente para él y su perro al cuarto del horno , sobre cuyo poyete le tendía cama de paja , y Luis Márquez hablaba con ella y le mostraba los pedazos de piedra en que según él había oro , palanca de su soñada obra social , contento de que Dolores los contemplara encantada , sin fijarse en que mientras le hablaba de máquinas guerreras , ella pensaba en , collares y zarcillos que realzaran su esbelteza y que la viera su Víctor engalanada como deben estarlo las reinas . ¡ Qué bien le sentaría todo aquello ! ¡ Si hasta la Virgen de palo que vio en Níjar el día de su boda estaba hermosa con alhajas y sedas ! Dolores no creía cometer un sacrilegio al pensar que mejor le sentarían a ella aquellas cosas , para ofrecer la miel de sus besos al marido , que a la imagen infecunda . Por rara casualidad venían juntos los dos pobres . Dolores regañó a la perra que les ladraba . ¡ Diablo de animal ! ¿ No sabia que eran amigos ? Antonio , Diego se dejó caer contra el marco de la puerta , apoyando la curva de su estatura elevada ; , delgado y alto , se inclinaba ya a un lado , ya a otro , y tenía que buscar algo que lo apuntalara , como esos paredones viejos a los que se arrima un poste . Luis Márquez se colocó en cuclillas cerca de su perro . — ¿ Qué sucede por el mundo , Antonio ? — preguntó Dolores con mal disimulada ansiedad al pordiosero . — ¡ La mar de cosas ! ... ¡ Suceden cosas mu graves ! — ¡ Cómo ! Intervino Juraico . — Yo también lo he oío decir . — ¿ Qué ? — Paece que han salió en la playa munchas cosas de valor y de mérito de las que tenía el vapor Valencia , y que antinoche , aprovechando la oscuriá , han desapareció las mejores . — ¿ Y cómo pué ser eso ? — Pus ícen — añadió Antonio Diego — que mientras unos atraían la atención de los carabineros haciendo jeringoncias hacia el castillo , pa que pensaran que iban a echar un alijo , otros , por el lao del cerro , se llevaban las alhajas y hasta las maeras del barco . — ¡ Pero eso no pue ser ! — To es posible en el mundo — repuso sentencioso el tío Juraieo . — ¡ Mal rayo los parta ! — barboteó Luis Márquez — . ¿ Posible to ? Sí ; menos que tuvieran vergüenza las gentes . ¡ Mal dolor rabiando les diera ! ... Acostumbrados a la irascibilidad del mendigo , nadie paró mientes en lo que murmuraba . — El caso es — siguió Juraico — que el sargento , que tiene rabia por la jugarreta de las naranjas , llamó anoche a la Caseta a tos los sospechosos , — Y los ha tenío encerraos toa la noche — siguió Antonio Diego . — Pero ya creo que los ha echao , y me paece que he oío mentar a tu Vítor ... — ¡ Virgen Santísima ! — No te asustes , mujer , que el que na debe na teme . — ¿ Deber ? No ... pero una mala querencia . — Y que lo digas — volvió a gruñir Luis — . Los mejores son los que siempre pagan ... ¡ Mal rayo ! ¡ Cuándo se acabará to ! Sus ojos medio ciegos , enrojecidos y revolviéndose inquietos en las órbitas por la absorción del mercurio , se cerraron , dejando caer la cabeza sobre el pecho , y se acurrucó contra el tronco . Por un movimiento inverso , Antonio Diego alzó su alta estatura y dirigió la mirada de los ojillos entornados y penetrantes en dirección del valle . ¡ Algo inusitado pasaba allí ! Las gentes salían de los cortijos y se dirigían a las lomas , desde donde se dominaba el camino blanquecino y polvoriento que partía el lugarcillo como si fuese la nervadura de una gran hoja de rosal , desde la cuesta de las Carihuelas a la playa . De él partía la red de senderos y veredas que se ramificaban enlazando unos cortijos con otros . Juraico y Dolores se acercaron llenos de zozobra a la puerta , siguiendo la dirección de la mirada de Antonio Diego . En el mismo instante , el llanto de un chiquillo salió del cuarto interior y la voz infantil gritó entre los sollozos : — ¡ Mama , mama ! ... Pero Dolores no prestaba atención : con toda el alma en los ojos , inmóviles y entornados como si quisiera clavarlos en la lejanía , miraba el camino por donde avanzaba un grupo obscuro . Conforme se acercaban bordeando el haza de la viuda , que se distinguía de los otros terrenos por su rosa color de almagra , y pasaban las tapias de una vieja fábrica de alumbre , el grupo se dibujaba más claramente y se hacía distinto para los ojos campesinos . Eran dos guardias civiles de a caballo ; delante de ellos marchaba un paisano , con las manos amarradas a la espalda . Sin duda el responsable del robo de los objetos que faltaban del vapor Valencia . — Llevan un preso — dijo Antonio Diego . Dolores sintió una angustia inmensa subirle del corazón . No distinguía bien , pero algo le avisaba que aquél era su Víctor . Por la mañana vino a buscarle un carabinero de parte del sargento , y aun no había regresado ... Pero no , no podía ser él ; era inocente ; la única vez que bajó a la playa fue cuando el naufragio , con su familia y con todo el pueblo . Después no había salido de casa ; ni siquiera aquellos días tenía alijo pendiente , — ¡ Ira de Dios ! — exclamó el tío Márquez levantándose — . ¿ Un preso ? ... ¡ Y tendrán valor los canallas ! ... ¡ Éste mundo ! ... ¡ Éste mundo ! ... ¡ Qué infamia ! ... Y como oyera el clamor del chiquillo , que más que llorar berreaba , llamando : — ¡ Mama , mama ! ... Se volvió hacia donde salía la voz : — Calla , arrapiezo . ¡ Y luego dicen que se va a acabar el mundo ! ¡ Maldito sea ! ... Antonio Diego acudió presuroso y sacó en sus brazos al llorón . Un pequeñuelo de año y medio , color de barro cocido que , envuelto en un babero de pan de pobre azuloso , mostraba la redondez de sus formas robustas y el cuerpo sanote entre los abiertos pantalones . Tenia la cabeza cubierta de espesas melenas encrespadas y negras , y los ojos grandes como los de la madre , pero dormidos e inexpresivos , y la cara churretosa de restregar los puños llenos de tierra contra la humedad de la nariz . Contento de verse atendido , el muchacho calló un momento ; pero como la madre no le hacía caso y saliendo del porche corría a la parte más elevada del cerro , rompió a llorar de nuevo , tendiendo hacia ella las manos sucias y gritando : — ¡ Mama , mama ! ... Se habían aproximado la pareja y el preso a la entrada del barranco , al recodo que se dirigía a la cuesta de las Carihuelas , y en el caminar despacio entre los pedregales se podía apreciar mejor su figura . Dolores miraba anhelante ; aquél parecía su Víctor . ¡ Acaso no fuera ! La ropa de todos los aldeanos tenía siempre semejanza ... Pero de pronto ya no tuvo duda . Un grito agudo y penetrante resonó , quebrándose entre las aristas del terreno . Aquel grito decía su nombre , cuyas sílabas , alargadas y repetidas por la onda sonora , le traían al oído el acento de una voz querida ... Otro grito de dolor , de angustia , que se estranguló en su laringe , se escapó de su alma . ¿ Oyó el preso su voz ? ¿ Distinguió la figura colocada en lo alto de la roca ? No pudo adivinarlo . Le vio retorcerse , como si luchara , y vio brillar en el aire una hoja de acero , encabritarse los caballos , ceder el peatón en su resistencia y perderse todos tras el recodo del camino . Reinó un solemne silencio ; el muchacho , asustado , dejó de llorar , escondiendo la cara en el pecho del pordiosero . Dolores , echada boca abajo en la tierra , sollozaba sordamente , mesándose los cabellos con desesperación . Sólo Chucho , el perro del mendigo , sentado sobre las patas traseras , aullaba lastimeramente , como si más piadoso que los hombres , respondiera al dolor de la mujer infeliz . Sus lúgubres aullidos volvían repercutiendo en el eco de las lejanías y multiplicándose en todas las oquedades del barranco con la cadencia fúnebre de las campanas que doblan por los muertos . Las primeras luces del amanecer sorprendieron a Dolores y a Antonio Diego fuera del valle . Antes de clarear la aurora , habían salido del cortijo , aventurándose en las estrechas veredas detrás de la paciente borriquilla , y guiados por su instinto , subieron a la tenue luz de los luceros la cuesta de las Carihuelas , dirigiéndose a Níjar . Desde que el penetrante grito del preso vibró en el aire como demanda de auxilio más bien que como despedida , la muchacha tuvo una idea fija : correr tras él , ir al pueblo , impetrar clemencia y conseguir su libertad . La tarde había sido de una angustia horrible ; las mujeres del valle acudieron al barranco encubriendo su curiosidad con máscara de compasión ; estaban allí todos los numerosos parientes de Víctor ; las Largas , gozando en su odio de solteronas al ver padecer a una mujer bella y amada ; la tía Aurora , aparcera de Maturana , especie de decana del lugar , que pasaba con ligereza de la risa al llanto varias veces en corto intervalo de tiempo para acomodarse al humor de los interlocutores ; . Pura la del Estanquillo , con su prosopopeya de labradora rica , y las Pintás , admitidas en todas partes a pesar de las murmuraciones que suscitaba § u profesión de taberneras y su vida equivoca . Todos hablaban a un tiempo ; prodigaban a Dolores consuelos en los cuales ella respiraba el aroma de la mal encubierta envidia . Por lo bajo las mujeres se comunicaban las impresiones que les producía el aspecto de limpieza y bienestar de la casa de Víctor . Era natural lo sucedido . Lo raro era que no hubiese pasado antes . El orgullo le dio fuerzas a Dolores ; no quería que la compadeciesen , y mientras su alma se retorcía de angustia , apareció tranquila , serena , con el chiquitín entre los brazos . Estaba segura de la inocencia de su Víctor y de que no tardaría en volver . Cuando al caer el día los curiosos se fueron retirando poco a poco , defraudados en sus esperanzas , Dolores retuvo a su madre y le comunicó su proyecto . — Madre , yo quiero ir a Níjar a buscar a la comadre ; doña Pepica siempre ha sío güeña pa mí , y don Manuel tié ese poder tan grande , que si él quiere no le harán na malo a mi Víctor ... y quedrá ... ¡ Ya lo creo ! ... ¡ Como que se lo pediré llorando por lo que más quiera en el mundo ! .. ¡ Por mi hijo ! ... ¡ Qué lástima que él no tenga hijos ! La tía Frasca no tuvo valor de oponerse . Bueno , que hiciera lo que quisiese ... Ella se quedaría con el muchacho ... pero que buscase quien la acompañara ... su padre no había de querer mezclarse en nada ... no era santo de su devoción el yerno ... ya se lo habían aconsejado ... Si hubiera hecho caso no se vería ahora así ... Iba a ser la vergüenza de la familia ... Dolores la interrumpió con violencia , No era la ocasión de mortificarla con sermones . Después de todo , ella no necesitaba a nadie para llevar a cabo su proyecto . Estaba segura de que su marido no tenía delito ninguno . La madre se calló refunfuñando . Aquella criatura siempre la misma ; no se podía discutir con ella . Desde entonces Dolores no pensó más que en el viaje . Hizo acostar a su madre al lado del chicuelo en la alta cama de tablas , a la que era preciso subir gateando por la espalda de una silla , y debajo de la cual se ocultaba todo el apero de labranza , herramientas , semillas , cuerdas , espuertas y manojos de esparto , y empezó los preparativos de su marcha . Siguiendo la costumbre aldeana , no quería presentarse a los amos con las manos vacías . Deseaba llevar lo mejor de la casa para agradar a los que disponían de la suerte de su marido . ¡ Virgen Santísima ! Ella no viviría sin su Víctor . Si ya no la había ahogado la pena , era por aquella esperanza que vino a caerle como gota de rocío en el corazón . A la escasa luz de las estrellas entró en el huerto , y pisoteando aquellas plantas que tanto le había costado cultivar les arrancó los frutos carnosos , pimientos podadizos , tomates tardíos , panochas tiernas ; después , seguida de Antonio Diego , que había de ser su compañero de viaje , entró en el corral para ordeñar cabras y ovejas , llevando un gran tarro , de los que venden con magnesia , a fin de llenarlo con el espeso y blanco licor . Le tocó el turno a la despensa : la cesta repleta de huevos cuidadosamente acomodados en paja ; bollos de pan de higos , amasadas con aguardiente y almendras tostadas ; apetitosas cuerdas de longaniza , granadas , uvas ... No estuvo satisfecha hasta ver llenas las cuatro aguaderas de esparto , que ella misma ayudó a colocar sobre la albarda de la borrica . No se podía estar quieta un instante . Sus nervios sentían la necesidad de moverse para no estallar . Dominando el dolor empezó su atavío . Dos gruesos refajos , las vueludas enaguas y las grandes faltriqueras de lana , que abultaban de un modo enorme sus caderas , quedaron cubiertas por la falda color magenta con vivos rojos . El cuerpo , ceñido por la almilla negra , mostraba el soberbio descote , cubierto por los corales del collar , entre los pliegues del pañuelo de crespón color canario , de enrejado fleco , que cubría las morbideces del talle . La hermosa cabeza , a la que , pendiendo de las orejas , adornaban amplios aros de oro guarnecidos de sendos candados del mismo metal , que caían hasta los hombros , iba oculta en un pañuelo de seda , a grandes cuadros blancos y encarnados , como un tablero de damas , No tuvo paciencia para esperar el día . Se envolvió en un mantón de alfombra de ocho puntas , complemento del atavío de cortijera rica que le había llevado su marido de un contrabando , y que escondía entre el fino cruzamiento de hilillos de lana y seda de la trama las secretas envidias de las mozas del lugar . Aquel mantón envolvía la figura de Dolores como un manto de reina , se plegaba a su cuerpo con ondulaciones de túnica griega y el tono cálido , ardiente , de sus colores , armonizaba con la arrogante belleza de la hermosa morena . El dibuja complicado , la mezcla de negro , blanco , amarillo y grana que dominaba en las menudas rosetas , las palmas que se abrían en cenefa y centro con simetría tan tortuosa que fatigaba , los ojos , parecían encerrar rayos de sol , ensueños orientales , signos egipcios ; un algo misterioso imposible de definir . Antonio Diego no se atrevió a oponerse al deseo de marchar , aunque estaba seguro de que no adelantarían así tiempo . Cogió paciente el ronzal de la burra y emprendieron casi a tiento el camino por la estrecha vereda del barranco . Dolores iba detrás , tropezando en las piedras y agarrándose a los balates y las plantas , que le destrozaban las manos . Escaso trecho habían recorrido , cuando una figura que parecía emergir de la sombra se alzó ante ellos y una voz rompió el silencio de la noche , preguntando : — ¿ Adónde vas , desdichada ? Sintió Dolores miedo , impulso de echar a correr , dudando si del fondo del cauce , donde murmuraba el agua su canción , saldría un ser sobrenatural que muchas veces le había parecido ver ocultarse entre los álamos blancos , que como fantasmas mecían sus hojas plateadas a lo lejos ; mas pronto se repuso conociendo al recién llegado . — ¡ Qué susto me ha dao usted , tío Luis ! El mendigo respondía con acento de profeta : — Vuelve , vuelve a tu casa , infeliz ; detrás de estas montañas acecha la desdicha ... Hay grandes ciudades ... civilización ... hombres cultos . ¡ Tú no sabes lo que es eso ! ... No ; no te acerques allí ... Son peores que las fieras ... Las fieras se destrozan unas a otras para quitarse la presa ; después de satisfechas no vuelven a hacerse mal ... Los hombres hartos luchan para que los demás sean inferiores a ellos ... Hay que ir armados para acercarse a esos buenos hermanos nuestros ... Destruir las duda oles ... Acabar con esa humanidad tan ruin y tan mezquina ... — Deje usted , tío Luis ; tenemos priesa ... — ¡ Prisa ! Prisa de ir a meterse en la boca del lobo ... No ; no vayas ... Víctor está perdido ... sálvate tú ... salva a tu hijo ... huye ... huye con él donde no lleguen jamás hombres civilizados ... Las fieras son más piadosas . Ellos han llegado hasta aquí y han envenenado el aire del valle ... Han traído la desdicha ... — ¡ Mi Víctor ! ... — ¡ Infeliz ! ... Es inocente ... Escucha : si pasas la montaña no llores , amenaza ... Será el único medio de que te escuchen ... Yo lo sé todo . Las alhajas las han robado ellos , los grandes , los poderosos ... los representantes del armador y los carabineros ... Se quieren vengar de tu marido ... les estorba ... le odian todos ... Tu mismo padre ... ¿ No lo crees ? ... ¿ Me apartas ? ... ¿ Quieres seguir ? ¡ Pobre corderilla ! Los dioses han muerto ... ya no hay rayos que aniquilen al malo ... Yo necesito descubrir el fulminante que destruya a toda la humanidad ... Mientras exista el recuerdo de su historia de crímenes , no habrá justicia ... Y como Dolores y Antonio Diego se alejaban sin hacer caso de la locura exaltada del mendigo , él seguía repitiendo : — ¡ Que la tierra no se avergüence de dar frutos para mantener esta humanidad ! ... ¡ Mal rayo ! ... Llamó al perro y se internó entre las malezas del monte , como si huyera de la proximidad de los hombres . La marcha de Dolores y Antonio Diego continuó lenta y penosa entre las sombras por la difícil cuesta de las Carihuelas , y más de una vez la muchacha cayó de rodillas en el camino y se ensangrentó las manos contra las peñas y los matorrales . Sentía deseos de escapar a las miradas de gentes conocidas , de ir al pueblo de donde le aconsejaba » que huyese . La gente mala era la del valle . Había respirado perfume de odio y de envidia ; quería ir adonde la compadeciesen ... adonde le devolvieran a su marido . Al acabar de subir la cuesta , el claror del día desvaneció las tinieblas , Antonio Diego acercó la burra a un balate , y la infeliz mujer , rendida , jadeante , destrozada por la fatiga física y moral , se dejó caer sobre las almohadas y la manta que cubrían las aguaderas y el aparejo y cogió maquinalmente el ronzal de esparto que el arriero le presentaba . El amanecer sereno había hinchado la tierra con perfume de noche , abriéndola en sonrisa de fecundación . El aire estaba poblado de esos ruidos misteriosos que acompañan á , la vuelta de la luz . El alegre y sonoro canto de las calandrias saludaba , la proximidad del astro vivificador . El ambiente claro , ligero , propio para ensanchar los pulmones con ansia de vida , oprimió como un dogal la garganta de Dolores . Aquel aire de libertad que no podía respirar su marido la ahogaba . Su espíritu fuerte y salvaje , tantas horas contenido , sentía ansias de morder , de rugir , de gritar , para que aquella Naturaleza que reía tranquila se convulsionara en tempestad terrible . Por primera vez comprendía todo lo que de injusticias y venganzas hablaba el infeliz pordiosero anarquista . Sí ; la injusticia era separar a los seres que se aman , abusar de la fuerza ... Experimentaba todo el dolor de sentirle impotente , y olas de angustia le subían del pecho a la garganta ... Si aquel dolor hubiera de continuar así , sería mejor romperse la cabeza contra las piedras ... Ella no comprendía la cobarde resignación . Si no recobraba a su Víctor , no cruzaría de nuevo aquel camino . Estaba resuelta a morir . Algunos ratos el cansancio y el dolor rendían su cuerpo y ofuscaban su cerebro ; la imaginación se mecía en enervamientos de ensueño y pensaba ser presa de fatigosa pesadilla . ¡ Aquello era imposible ! Iba a despertar en su pequeña alcoba , cuando el primer rayo de luz entrase por el entreabierto ventanillo , sujeto con una piedra , al lado del esposo y del hijo que dormían cerca de ella . Deseaba despertarlos y contar su delirio ; al extender los brazos , la realidad clavaba de nuevo el puñal en su corazón ; y la impotencia , el dolor y la rabia levantaban la sangre en oleadas a la cabeza , martilleando en las sienes como en un yunque ] Entonces la acometía un ansia de correr , de volar , de llegar pronto a la presencia del amo y de todos aquellos señores que le podían devolver a su Víctor . No llevaba plan preconcebido ... Llorar ... llorar mucho … suplicarles ... jurar que su marido era inocente , para que le diesen la libertad . La infeliz sujetaba con voluntad potente las lágrimas redentoras , temiendo que le faltaran en el momento supremo . Así recorrían el camino lenta y tristemente , sin encontrar más viajeros que algún que otro trajinante . Antonio Diego caminaba ya agarrado al borde de las aguaderas , ya a la cola de la pollina , arreándola de cuando en cuando con la varilla de almendro que cortó de una rama al cruzar el barranco , o pinchándola en la cruz y en los ijares con la punta de la navaja , sin conseguir más que hacerla respingar y emprender un trotecillo que duraba bien poco . Cansado de no poder trabar conversación con Dolores , y como ésta no se acordaba del desayuno , el buen hombre amenizaba su camino sacando higos secos y mendrugos de pan de entre la carne y la camisa , que hecha bolsa le servía de mochila . Así cruzaron delante de Montano , el Pozo de Hernán Pérez y el Pozo del Capitán , pequeños lugarcillos , formados de media docena de casas , desde cuyas puertas les ladraron a lo lejos los perros . Después de pasar los lastrales y el calmo de la Serrata , Níjar se apareció a su vista , con sus casitas , tendidas en la falda de la sierra de su nombre , más blancas y bellas entre el color pizarroso de la montaña , en cuya cima la línea de pueblerinos como Huebro , Sorbas y otros lugares fingían la frescura de la nieve que corona las altas cumbres . Cuando cruzaron el barrio de las Eras para entrar en la Carrera , calle principal del pueblo , la angustia de Dolores era tanta , que tuvo que cogerse a los mazos de la albarda para no caer . Era la hora de la siesta . Las puertas entornadas daban aspecto de soledad y tristeza al pueblo , y por las calles , abrasadas por el sol de otoño , cruzaban escasos transeúntes . Sólo algunas mujeres asomaron el rostro tras los visillos de los cristales al paso de los viajeros . Antonio Diego , encorvado , con el ronzal sobre el hombro , marchaba delante , llevando casi a rastras la cabalgadura . La plaza del pueblo estaba solitaria y silenciosa en aquel momento . Uno de sus lados lo formaba la Iglesia , frente a ella el Ayuntamiento , y uniendo ambos edificios , tres casas de aspecto lujoso formaban el otro lado de la plaza , sin dejar calle alguna entre ellas . Allí vivía don Manuel . Dolores contempló con la tristeza de un recuerdo dichoso , lejano , la Iglesia donde se había celebrado su boda y la casa Ayuntamiento , en cuyos calabozos debía gemir en aquellos momentos su marido . Desesperada , con ansias de pedir auxilio , apenas esperó que parase la cabalgadura , y acampanando el cuerpo sobre Ja cadera derecha , dio media vuelta al lado del pescuezo del animal y saltó a tierra . Su mano trémula tiró del cordón de la campanilla . Tardó un rato en aparecer la criada . Las señoras no estaban en el pueblo ; se habían ido a Huebro para preparar la matanza ... pero el amo llegó de Sorbas el día antes . Si quería esperar lo vería cuando se levantase de dormir la siesta . Apenas supo qué decir . La sirvienta la condujo al despacho , entornó la ventana con el fin de evitar la molestia del sol y la dejó sola para atender a Antonio Diego , el cual , después de entregarle los regalos que llenaban las aguaderas , amarró la burra a la reja y se sentó cerca de ella en el Angulo del tranco de la puerta , con la frente apoyada en la vara , que mantenía entre las dos rodillas . Dolores se dejó caer con temor en el borde de una butaca ; hubiera querido continuar de pie , pero sus rodillas se doblaban , negándose a sostenerla . Aquel despacho de ricachón de pueblo , con el indispensable sofá , los dos sillones , las seis sillas de vaqueta y la mesa de caoba , le parecía de un lujo supremo . En un ángulo , una pequeña biblioteca lucía dos o tres manuales de pesca y caza , algunos tomos de la Ley de Aguas y un incómodo Diccionario de la Real Academia . Enfrente de aquel escaso bagaje intelectual , un armario con tres escopetas de cañones rayados , y en las paredes , entre el morral y la canana , varios cromos baratos representando paisajes , un almanaque pendiente de una cesta de flores , un gran reloj de cuco con las pesas colgantes a los extremos de las doradas cadenillas y un retrato con gran mareo de madera , que representaba la cabeza enérgica de don Manuel sobre un fondo rojo . Contempló la joven aquella imagen . Era un hombre de más de cuarenta años , corpulento , de delgadas y cortas piernas , que parecían sostener con trabajo el ventrudo tronco . El cuello , fuerte y macizo , se asentaba sobre el amplio tórax y los anchos omoplatos ; tenía la cabeza achatada , con los parietales abultados como chichones , pequeños y medio entornados los ojillos grises , penetrantes y vivarachos , que desaparecían bajo el arco de la órbita protegida con la batería de las cejas , espesas y erizadas en punta . La nariz ancha , la boca grande , el labio superior ornado de áspero bigote encogido hacia arriba con expresión de burla , y el inferior algo vuelto , carnoso , en la mandíbula grosera y colgante . Estaba vestido de cazador , con americana y pantalón de pana listada color vino tinto ; una gran bufanda le rodeaba el cuello , y el pecho saliente iba cruzado por los macizos eslabones de una doble cadena de oro . Aquel retrato la miraba como un hombre vivo , y tuvo miedo de estar allí sola . Su angustia era tal , que en algunos momentos la privaba de la vista ; en sus oídos resonaba el lúgubre zumbido de las caracolas ; le parecía que la tierra daba vueltas alrededor suyo y el corazón y las sienes latían tan violentamente , que dominaban el recio tic-tac del reloj . Era lo que más la atemorizaba . Veía con pavor la caja en donde estaba oculto aquel ser vivo , que salía de vez en cuando , con su canto fatídico , a avisar que la vida va pasando ... Si hubiera tenido fuerzas , hubiera salido a la cocina a buscar a la criada , pero no podía moverse ; le faltaban la voz , la voluntad ... la memoria , hasta el punto de preguntarse dónde estaba y por qué había ido allí . No pudo precisar el tiempo que transcurrió hasta que don Manuel penetró en la estancia . La infeliz quiso ponerse de pie y cayó de rodillas delante de él , besándole las manos entre lágrimas y sollozos . — ¡ Señor ... señor ! ... ¡ Por caridad ! ... ¡ Mi Víctor ! ... Con las mejillas encendidas , los ojos brillantes por la fiebre , encarnados los labios como cerezas maduras , los besos inocentes de la aldeana quemaban con ardor de ascua la mano de don Manuel , y se extendían por toda su sangre en llamaradas de fuego . A duras penas pudo hacer que se levantara y se sentase a su lado en el sofá . ¡ Qué hermosa era ! Caído el pañuelo de la cabeza , dejaba lucir los negros rizos de la mal peinada cabellera , y la abertura del descote descubría la sana y fuerte belleza del robusto torso . Don Manuel se sentó a su lado ; tomó entre las suyas la mano morena y fina , acariciándola con fingida protección paternal . Podía contárselo todo , él la quería , la había visto nacer ... Su dulzura animó a la desdichada para referir su cuita entre sollozos , repitiendo : — Señor , mi marido es inocente ... sálvelo usted ... ¡ señor , por caridad ! ... Pero don Manuel no la oía ; la ola del deseo que Dolores le inspiraba , hacía estremecer todo su cuerpo . Había pasado el brazo alrededor del talle de Ja muchacha , y la sentía palpitar , agitada y temblorosa , embriagándose en el perfume de juventud , fuerte y acre , que le recordaba las montañas . La atrajo hacia sí con fuerza , y bajando la voz le suspiró zalamero al oído : — ¿ Quieres la libertad de Víctor ? No llores ... de ti depende . — ¡ De mí ! Y la joven hizo un esfuerzo para retirar la mirada de los ojos que se clavaban como ascuas en los suyos . — Si , de ti ... ¡ Sé buena ! Antes de que la infeliz pudiera darse cuenta de lo que le decía , los labios de don Manuel sorbieron en un beso sus carnosos labios . Quiso ella levantarse , correr , huir , gritar ... las fuerzas le faltaban y cayó de nuevo sobre el asiento , con las manos cruzadas en actitud de súplica . En su cerebro turbado aparecía la visión del enojo de aquel hombre , cuya piedad había ido a implorar , y al que su negativa convertiría en enemigo ... No había remedio ... Debía obedecer , para que su Víctor no muriera lejos de ella ; pero sentía el beso aquel sobre los labios como una marca de hierro candente , y aun intentó hacer un último esfuerzo para desasirse de las manos que la sujetaban y del aliento que le quemaba el rostro , Un velo frío le subió del corazón a la cabeza , y ya no sintió hada ... quedó desvanecida , inerte , entre los brazos que la oprimían . Sucedió una cosa repugnante ; el hombre , con vertido en fiera , cayó como lobo hambriento sobre la presa que la casualidad le ofrecía . La desenvolvió del mantón , arrojándola con violencia contra la alfombra , y sin parar mientes en su estado , sin piedad al dolor que paralizaba los latidos de su sangre , antes bien , excitado , temeroso de la resistencia , profanó el sagrario de aquel cuerpo hermoso , una y otra vez , rugiendo y clavando los dientes en los torneados brazos que se dibujaban bajo el corpiño . Sentada sobre un posete de viejo pitaco , desnudos los brazos hasta cerca del codo , Dolores acababa de mondar la enorme pila de pimientos asados , para preparar la ensalada de la cena a los segadores . Su mano regordeta rompía el cristal del agua de un barreño , agitándola con ligereza , para despegar de sus dedos los negros hollejos requemados . Cerca de ella una muchacha pelinegra , d § penetrantes ojos de endrina , los iba partiendo , sin desperdiciar corazón y semilla , y los mezclaba con los pedazos de tomate crudo y blanca cebolla que lucían en el gran lebrillo de barro vidriado de azul . Aproximábase la hora del crepúsculo ; un ambiente dulce , tibio , melancólico , envolvía al campo . La tierra , abrasada con el beso del verano , mostraba orgullosa las gavillas de trigo maduro amontonadas en las hazas , el oro de los rastrojos y las mieses tendidas en las eras o formando las hacinas de rebosantes espigas rubias , que esparcían el olor acre y picante de los cereales en sazón . Unicamente las huertas ofrecían el descanso refrescante de los maizales tempranos y las apetitosas hortalizas entre el tostado y reseco paño rama . Se oían a lo lejos las esquilas de los rebaños que se encaminaban al redil , el balar de los corderillos impacientes de esperar a las madres en la tinada del corral y los ladridos de los perros , avisando de cortijo en cortijo el paso de algún transeúnte . Los zagalones aparecían trotando detrás de las piaras de cerdos , que hartos de hozar en el campo , venían en busca de descanso en las zahúrdas ; las mujeres llamaban a las aves , medrosas de la sombra , para encerrarlas en los gallineros . Todos aquellos ruidos parecían apagarse en una extraña armonía , preludio del sueño y del descanso . De vez en cuando el cantar melancólico de algún mulero rasgaba la quietud , como una queja apasionada del alma árabe que , sin saber por qué , subía del corazón a los labios , con la espuma de un sentimiento panteísta o en la expansión del espíritu romántico , cantando sueños , anhelos y dolores , entre el manto vespertino , capaz de envolver todo lo vago , lo incierto , lo misterioso e indefinible de las almas . La gente del cortijo se iba acogiendo a la casa ; hombres , mujeres y chiquillos , cansados de la faena del día , se sentaban bajo el porche , dilatando la nariz con el olor de la ensalada , rebosante de aceite , que llenaba el barreño colocado en la mesilla , cubierta con el blanco mantel de flecos y cenefas color magenta . No tardó en llegar la pandilla de segadores , pájaros bohemios que , como las golondrinas , anuncian la primavera y la buena cosecha ; familias enteras iban desde el Norte de España a Andalucía , al mando de un jefe o manijero , que ejerce la facultad omnímoda de los patriarcas de las antiguas tribus . Los labradores acuden a buscar gente para la siega a los pueblos cercanos a sus lugares , donde en las esquinas de las plazas públicas acostumbran a acampar las tribus nómadas . Víctor había llevado a Rodalquilar treinta segadores extremeños : un viejo manijero de rostro avellanado , con expresión de socarronería alegre y dicharachera , que se pasaba el tiempo amenizando el trabajo con cuentos y chascarrillos ; tres mujeres de edad incierta , nerviosas y robustas ; media docena de mozas , hoscas y desabridas ; dos chicuelas , que seguían a las madres espigando , y algunos hombres y zagales , desde los catorce a los cuarenta años , toda gente de brazos fuertes , sin pereza para trabajar , que caían sobre las hazas guadaña en mano , segando las mieses como nube de langosta . Víctor había tenido suerte al escogerlos ; estaba contento y los trataba bien . Todas las mañanas , migas de harina de trigo para ir al trabajo ; al mediodía la olla , abundante en tocino hasta dejarlo de sobra , y por la noche las ensaladas y el regalo de la fruta fresca . A las doce era Dolores la encargada de llevar el gazpacho al haza . Aquel cántaro bienhechor de agua cristalina con abundante vinagre y refrigerantes pedazos de cebolla y pepino , les aliviaba de los tormentos del calor ; la pobre gente , encorvada todo el día entre el vaho acre de la tierra , el polvillo de la mies y los ardores del sol , tenía siempre para recibirla la risa , la canción y el chiste sobre los labios , como si poseyeran el don de ser incansables . EL trabajo no les robaba el humor ni el apetito ; y sin embargo , aquella tarde pasaba un soplo de descontento sobre todas las mujeres ; Víctor les había dado para ayudarles compañeros que no fueron de su agrado . La contrariedad se notaba en el franco y bello semblante de Dolores cuando al volver del horno , ufana detrás de las tres tablas de pan moreno amasado por sus manos , divisó a las Pintás entre la concurrencia . De mal talante cogió entre los pliegues del tendido de lana las chatas tortas destinadas a probar el amasijo , y siguiendo la costumbre campesina fue ofreciendo su pan a los presentes , que sin hacerse rogar , arrancaban un pellizco , abrasándose los dedos al hundirlos en la caliente molla . En seguida empezó la cena . ¡ Pan caliente ! ¡ En verdad que no había amos como Víctor y Dolores ! Apartose en un tazón la comida de los muchachos y el corro formó estrecho círculo en derredor de la mesilla ; grandes pedazos de torta clavados en las puntas de las navajas y de las facas se hundían en el barreño para salir goteando en el largo camino que tenían que recorrer hasta llegar a la boca . Se mascaban a dos carrillos enormes tramojos , resoplando y lagrimeando , por el ardiente sabor de los pimientos picantes , que les abrasaban la boca . Hombres y mujeres se veían obligados a restregarse con los pañuelos o con el puño cerrado los ojos y la nariz , sin dejar por eso de comer . « Peor pal amo ; a éstos hay que entendellos , echarles pan » , y entre los enormes tacos de bollo , el paladar se libraba de las torturas del cáustico , pira seguir engullendo la apetitosa ensalada . Al mismo tiempo se hablaba , se contaban cuentos y se reían chistes ; entre las mujeres , reservadas y un tanto zahareñas , las Pintás lucían el fácil ingenio en chistes y morisquetas de subido color , que provocaban el disgusto de las hembras y el regocijo de los hombres . Aquellas Pintás eran intolerables ; la escoria del valle . La familia se componía de un matrimonio y diez hijos que habitaban hacinados en una pequeña casucha de piedra y barro , levantada con los cascotes de la derruida ermita . Eran sólo cuatro tapias cubiertas con un chamizo de caña y alcatifa , sujeta con unas cuantas espuertas de cascajos . Dentro había una separación para el hogar y otra para el pesebre de la borrica , recogiéndose a dormir al abrigo de la intemperie , dentro del mezquino albergue , la numerosa familia en amigable promiscuidad con la burra , las gallinas y los cerdos . Todo el mundo convenía en que el padre , Sebastián , era un buen hombre ; se pasaba la vida al sol , tendido al amparo de las tapias , sin preocuparse de las cosas de la familia ni meterse con nadie . Do los hijos , el mayor , Cinco Peroles , completamente idiota , era un zascandil que recorría los cortijos de la vecindad mendigando el sustento a cambio de grotescos bailes , canciones y cómicas escenas . De los otros nueve , cinco eran varones , de veinte a veinticuatro años , iguales de estatura , todos flacos y desmedrados , casi ciegos del mal de ojos , con los párpados sin pestañas , escaldados por el humor que les corroía los bordes bajo las secreciones cristalizadas de la continua supuración originada por las viruelas . La terrible enfermedad encontró terreno abonado para desarrollarse en la suciedad de la pocilga . La hija segunda se había quedado ciega , y la madre y los otros hijos llenos de úlceras y miseria , marcadas las caras con terribles costurones y hoyos , que les valieron el sobrenombre de los Pintaos . Los cinco muchachos , raquíticos , cieguezuelos , zaparrastrosos , medio , idiotas , inútiles para el trabajo , llevaban continuamente el brazo doblado sobre el rostro para servir de pantalla a los ojos ; respondían a la denominación común de los Rarras . Lo mismo que el padre , no conocían más goce que el de tenderse al sol , ni más pesar que el del hambre en su vida vegetativa , inerte , de un cerebro rudimentario . La alimentación de todos dependía de las sobras del idiota y de las ganancias de las mujeres . Y las mujeres tuvieron que ingeniarse . Rosa , la madre , y Rosilla , la hija mayor , viuda de un marchante de ganados , tenían lindos cuerpos , no deformados por la maternidad ni por las terribles viruelas . La cara cetrina , llena de pecas y verdugones , con los ojos sin pestañas , disimulaba su fealdad merced a la graciosa forma de la cabeza de rizos castaños y la armónica curva de los cuerpos , regordetes y esbeltos , con anchos hombros y opulenta pechera sobre la cintura redonda , encajada como un macetero en el arco de lira de las caderas . La madre y la bija explotaron la belleza de sus líneas para mantener a la familia . Un botillo de vino y un frasco de aguardiente fueron el pretexto para atraer a su cantina los carabineros y a los marchantes . No tardó la casa en verse llena de parroquianos que se pasaban el día alrededor de la mesilla de tapete verde , jugando al Pablo con una grasienta y borrosa baraja , preocupados en ganarse los tantos : un puñado de guijas lustrosas del continuo uso . Así , al lado de la chimenea en invierno , o a la fresca sombra de las hojas de la cidra cayote que cubría el porche en verano , los hombres del valle se pasaban el día en casa de las Pintás . Constantemente el vaso de vidrio daba la vuelta al corro con el peleón que salía del jarro de lata . Cuando empezaban a ajumarse , las cabezas , calientes reclamaban la guitarra , el baile y la francachela . En esos casos Rosa era insustituible para hacer un magnífico arroz , una sabrosa ensalada y hasta asar un cordero en ocasiones . Siempre su primer cuidado era el tazón de comida para el marido y los hijos , cuya hambre no se satisfacía por más guisado quejes mandasen . Era un espectáculo curioso ver aquellos seis muchachotes de pie al lado de la fuente , con el brazo izquierdo resguardando los ojos y dándose con el derecho sendos cucharazos , para evitarla glotonería de sus hermanos , y lanzando esa especie de gruñido de los perros a quienes se quita , la ración , Sucedió más de una vez que mientras los muchachos esgrimían las cucharas , el padre alimentaba la cizaña para comérselo todo . Al principio los aldeanos desdeñaron ir a casa de las Pintás . Allí cada hombre tenía su mujer , y los muchachos , cansados del continuo trabajo , no pensaban en buscar las hembras . Después , con la llegada al valle de dos numerosas brigadas de mineros de Mazarrón , la fama de las Pintás llegó a su colmo . Todos aquellos hombres las galanteaban , se las disputaban rabiosamente y pagaban con esplendidez sus favores . Sosa y Rosilla no tenían tiempo de atender a tanto pretendiente . La abundancia entró en la casa , la comida se quedaba siempre de sobra , los mantones , pañuelos y vestidos de las dos mujeres deslumbraban a las aldeanas . Sin embargo , se las admitía en todas parte ; ellas no confesaban jamás nada , ni sus actos públicos tenían el sello de la desvergüenza o del escándalo , Habían sabido tomar cierto aire de dignidad y de independencia , que les daba el derecho a elegir y les permitía cotizarse más caras . En el fondo tenían cierto secreto orgullo delas envidias que despertaban con su vida fácil y alegre . Hasta sentían un movimiento de piedad por todas aquellas pobres mujeres-bestias que pasaban la vida en la adoración de sus maridos , levantándose de noche a echar el pienso a los animales , maltratadas ; siempre pariendo y criando , hambrientas y mal vestidas , mientras a ellas se las mimaba y se las servía . De BUS comparaciones no se sacaba deducción favorable a la virtud , aunque por un sentimiento atávico , toda la familia era celosa en guardar el honor de la cieguecita y de la otra hermana pequeña . Ambas permanecían puras entre aquella inmundicia , aspirando a casarse para llevar la flor de la virginidad física a sus maridos , y luego hacer lo que tuvieran por conveniente . Entretanto permanecían inocentes y tranquilas , como adormiladas bestiezuelas en la atmósfera del lupanar . Cuando la gente empezó a escandalizarse fue cuando se marcharon los mineros ; los labradores y mozos del valle , acostumbrados a su compañía , continuaban yendo solos . Los ahorros se gastaban en casa de las Pintás , y aquellas malas pécoras se comían lo mejor de las huertas . Las mujeres , que las habían tolerado con secreta envidia mientras se trataba de los otros , se rebelaban abiertamente al ver a sus hombres abandonar el trabajo para irse a pasar el tiempo con aquellas bribonas . En la inocente sencillez delas aldeanas , el poder de seducción de las Pintás , cimentado sobre el vicio de los machos , se atribuía a algún oculto maleficio . La tía Culmenea fue la encargada de esparcir la versión . Su marido era un carabinero , con el que se llevó siempre como los ángeles del cielo hasta su llegada a Rodalquilar . El pobre Culmenea ( debía su apodo al andar acompasado y al cadencioso movimiento de caderas ) se enamoró perdidamente de la vieja Rosa . No cabía duda de la existencia de un sortilegio o bebedizo cuando un hombre avezado a la vida de las grandes ciudades experimentó por ella la pasión salvaje que le condujo a la idiotez y a la muerte . Llenas de terror las mujeres , procuraban estar bien con Rosa para librarse de ser damnificadas . Les sucedía lo mismo que cuando algunas veces llegaban cazadores extremeños mostrando en loba encerrado dentro de una jaula de esparto . Se les daba todo lo que querían por evitar que lo soltasen en BUS corrales . Dolores había visto siempre con indiferencia , las Pintás , pero las frecuentes visitas de la Culmenea al cortijo acabaron por hacer mella en su ánimo . Cuando la pobre mujer narraba sus desventuras , el espíritu de solidaridad femenina le hacía compadecerla y comprender su dolor como si se Hallase en igual caso . Más de una vez , oyéndola , tembló de celos y de rabia . ¡ Si a ella le pasara una cosa así ! Entonces empezó a observar que Víctor le prestaba menos atención y que iba con frecuencia a la cantina , cuya proximidad al cortijo facilitaba que siempre al salir o al volver le fuese fácil entrar un rato . Dolores fijó la atención en lo que tardaba su marido , en las continuas visitas de las Pintás y en las bromas y los obsequios que les dispensaba , y empezó a tomarles ojeriza . ¡ Si Víctor la engañase ! a esta sola idea una ola de angustia le oprimía el corazón y la garganta . No ; no era posible la des lealtad en su marido ; pero aquellas mujeres tenían sin duda proyectos sobre él . En la actualidad , Víctor era el labrador más rico de la comarca . Habían transcurrido cerca de tres años desde el naufragio del vapor Valencia y recordaba los sucesos pasados como una fatigosa pesadilla . A su vuelta al barranco , desfallecida y enferma , tuvo que esperar dos meses , en una mortal ansiedad , que don Manuel le cumpliese la palabra de devolverle a su marido : recordaba con miedo y asco aquellos momentos abominables en los que , rendida por la lucha y el dolor , había sentido sobre su cuerpo los ultrajes de un hombre convertido en fiera . Su instinto femenino la había hecho ocultar el secreto cuidadosamente , fingiendo con su sencillez de campesina , para que ni la tía Aurora ni las otras vecinas , ni aun su propia madre , pudieran adivinar nada , y allí , al lado de su hijo Nicolás , en la tranquilidad de su casa , la escena terrible se iba borrando de su imaginación , hasta el punto de que en ocasiones fue necesario que viera sus brazos y sus hombros desnudos ante el espejo para que el sello morado de la infamia la convenciese de que todo no había sido un ensueño . Guando volvió a abrazar a su marido se sintió tan feliz , que por un instante tuvo un movimiento de orgullo . El sentimiento del honor no existía en Rodalquilar de la misma manera que entre las personas que se llaman cultas . Allí no era deshonra irse con el novio ni ceder a otro amor después de casados . Pero el respeto a la mujer ajena era tal , que se daban pocos pasos , Guando alguna vez sucedía no se pensaba en deshonor . Si el marido no estaba enamorado transigía con que le abandonase , y él buscaba otra hembra para embellecer su hogar ; si la amaba defendía el cuerpo necesario a su placer con ansia de fiera rabiosa . En esos casos , cuando dos hombres se disputaban la posesión de una mujer , la lucha era terrible , a muerte , y el vencedor , que podía contar con la complicidad de todos sus convecinos para quedar impune , se llevaba como premio a la hembra disputada . Lo que no se toleraba era el engaño y la mentira . La mujer que no quisiera a su hombre que se lo dijese , pero que no le hiciera trabajar para mantener hijos ajenos . Los Marcos , que por tal cosa pasaran , habían de aguantar resignados la chacota y el desprecio general . Dolores estaba segura de que Víctor la rechazaría de su lado o la mataría si llegase a sospechar de ella . Ante este temor , una pasión ardiente y salvaje vino a unirse al amor que profesaba a su marido , una pasión celosa que despertaba con más potencia la de Víctor , envolviéndolos en la ola de voluptuosidad , engendradora del disgusto y del desequilibrio nervioso de los celos . Se esforzaba en hacer feliz a su marido y en embriagarse para olvidar su desgracia . Un día , como si la fatalidad quisiera dejarle un recuerdo imborrable , sintió en sus entrañas un aleteo de pájaro . Conservaba entre sus impresiones de muchacha la que experimentó un día en que Víctor le llevó de regalo un gorrión recién muerto de una pedrada ; Lo tenía en la mano y sintió que a su calor se estremecía y palpitaba de nuevo el cuerpo del pobre pajarillo . La muchacha , compasiva , lo acercó a su pecho y el animal volvió a la vida . Después , cuando su primer hijo se movió en sus entrañas , experimentó el mismo estremecimiento , símbolo de la vida , y ahora , al agitarla de nuevo , sentía con extraño pavor germinar una existencia en su seno . Por un momento quedó absorta , parada , sintiendo aquel aleteo de pájaro en su entraña izquierda , y una sospecha brutal la hizo arrojarse contra el lecho presa de terrible desesperación . ¿ De quién era aquel hijo ? Circunstancias especiales de su organismo le permitían asegurar que no era de su marido , y entre sollozos convulsivos exclamó : — ¡ Dios ! ¿ Cómo pueden encarnar los hijos sin amor en las entrañas ? Desde entonces su existencia fue un martirio ; temía más a la maliciosa perspicacia de las vecinas que a la inocente confianza de Víctor , y sentía enrojecer sus mejillas cuando le preguntaban en qué mes nacería el nuevo crío . ¡ Qué sabia ella ; las mujeres no necesitan llevar más que esa cuenta , pero la equivocan siempre ! Víctor recibió con alegría la noticia ; los hijos son una bendición de Dios y cada uno trae su pan debajo del brazo a la casa de los padres . Además , la madre de don Manuel deseaba apadrinar al nuevo vástago . Desde su salida de la cárcel , Víctor se acusaba de haber juzgado mal a los señores , y todos los meses hacía un viaje a Níjar para llevarles regalos . El alma de la familia de don Manuel era su madre , doña Pepita , una buena señora , de carácter enérgico , que vigilaba continuamente por el buen gobierno y el engrandecimiento de la casa . La esposa , doña Concha , era una señorita madrileña , anémica , sin voluntad , contagiada con el fervor místico de su cuñada María , hermosa moza morena , que se hizo devota a los cuarenta años , y juntas se pasaban la vida en la iglesia , rezando interminables rosarios o arreglando imágenes y altares . No tuvo Dolores más remedio que ceder a los deseos de Víctor , y en cuanto estuvo en disposición de acompañarle a Níjar , ir a presentar el niño a las señoras . Estremecida por el dolor de los recuerdos , volvió a cruzar aquel camino por la tercera vez de su vida . Cuando se vio ante los amos , sus mejillas arreboladas parecían prontas a brotar en sangre , le zumbaban los oídos , presa de vértigos y próxima a desfallecer . Tuvieron que animarla , achacando su estado al cansancio del viaje . La ternura de la anciana se unió al movimiento de simpatía de las dos jóvenes de existencia estéril , y entre las tres vistieron al recién nacido con lienzos finos y encajes , para presentárselo a don Manuel , que en su despacho , fingiendo una indiferencia algo brusca , miró aquel pedacito de carne rosada , que le producía una sensación punzante y desconocida . Todos los hijos de su esposa habían muerto al nacer entre los sufrimientos de la débil y anémica mujercita . Le agradecía a la sangre roja de la aldeana haber perpetuado en el molde de sus caderas aquel pedazo de su ser entregado en un día de locura . Al chocar sus ojos con los de Dolores , tuvo la revelación completa de todo . Ella , por su parte , experimentó un involuntario movimiento de orgullo , de superioridad , sobre aquella mujer frágil y pálida . Le parecía que la falta de don Manuel y su debilidad quedaban borradas por la maternidad augusta . Se celebró el bautizo con gran pompa ; don Manuel quiso hacer a sus compadres un presente digno de su grandeza , dándoles en arrendamiento La Unión , el mejor de los cortijos de todo el campo de Níjar . Entonces se levantó el clamor de la envidia de los vecinos . Aquel niñito pálido , blanco y rubio no era de casta de aldeanos . Las mujeres confrontaban fechas y se indignaban del descaro de Dolores y de la tolerancia de Víctor . No podía ser inocente , ¡ El muy cabrito hacía la vista gorda por conveniencia ! Sólo el temor que inspiraba el amo contenía la murmuración en los límites del escándalo . Sin embargo , como en los dos años transcurridos don Manuel no volvió al valle más que tres o cuatro días del mes de Enero a la caza de la perdiz con sus amigos , los maldicientes cesaron en sus insidias . Habían sido dos años de abundancia , la Naturaleza se mostró pródiga en bien repartidas lluvias , y las cosechas trajeron el bienestar al valle , y sobre todo al envidiado matrimonio , que ya era dueño del apero facilitado por don Manuel : tres yuntas de vacas , dos pares de mulas castellanas , dos hermosas borricas , un caballo de silla y los útiles y herramientas de labranza . Hasta pudieron devolver el préstamo de semillas y dinero , quedándose con capital de resistencia . La finca parecía sonreír agradecida del trabajo que le prestaba Víctor , deseoso de corresponder al favor de sus compadres . Los bancales de la huerta estaban despedregados como macetas ; trabajaba sin descanso para purgarlos de las malas hierbas ; las hazas de secano , labradas en tres hojas , con abundantes rejas y barbechos , contribuían al desarrollo de la feraz sementera . Incansable en mejorar la hacienda , ocupaba constantemente brazos de jornaleros en roturar las faldas de los montes , plantar árboles en las acequias , rodear de seto vivo los linderos y poblar de nopales las laderas . Sin embargo , Dolores no era feliz , recordaba siempre con tristeza su casita del barranco , a pesar de que ahora tenía dos mozas que la ayudasen en las tareas de la casa y , contra las costumbres del lugar , apenas se ocupaba de ningún trabajo . El cortijo de La Unión , en la parte media del llano , al pie del cerrillo , miraba a Poniente , de cara a la huerta , y formaba el mejor edificio del contorno . La enorme cocina de arco era grande como la sala de un teatro ; además de las habitaciones de los labradores tenía cerradas las que ocupaban los amos en las temporadas que residían en el valle , y las dependencias , almacenes , graneros , pajares , truja , corrales y cuadras ocupaban un extenso perímetro . Una hermosa cámara , que servía de despensa , contribuía a darle el aspecto señoril de los pisos , que no tenían ningún otro cortijo de los alrededores . Quizás su misma grandeza contribuía a que pesara el ambiente sobre el espíritu de Dolores . Se asomaba a la puerta , bañada por una rambla de sol , y veía extenderse los bancales , con sus hileras de árboles frutales , la balsa grande como un estanque , el pilar , el huerto y las dos norias enlazadas con la atarjea de arcos . A lo lejos las hazas de pan , los caminos que partían de las Carihuelas , la rambla , que bajaba de los montes , y el repliegue donde se escondía su querido barranco . A ambos lados de la casa , los pudrideros , llenos de estiércol , con sus emanaciones insalubres , sobre los que crecían cenizos y hongos . Sobre la loma del molino avanzaba la era , buscando el viento propicio para aventar , y el sequero de las frutas , rodeado de un cerco de piedra y barro . Las frondosas higueras , almendros y olivos , de la huerta de La Unión , seguían hasta el limite del otro cortijo de los Peñones , también propiedad de don Manuel , que labraba el padre de Dolores , y donde ella se había criado . Entre ambas fincas , un pedazo de terreno realengo , endurecido por la falta de labor , todo cubierto de cardenchas , lechetrezna y jaramagos , por donde pasaba el camino vecinal , y en medio de él , a ras del suelo , imprudentemente desguarnecido de tapias , y parapetos , el brocal cuadrado de una vieja noria del común , abandonada y con su manantial de agua casi ciego por el polvo y la maleza caídos en el fondo durante los largos años de desuso . La noria , oculta entre la maleza que libraba a los transeúntes de caer en ella , era uno de tantos pozos abandonados que sirvieron de abrevadero a los animales cuando los pastos eran libres y los propietarios de las fincas habían de dar paso a los ganados que iban al monte . Había tres de aquellos pozos en la comarca : el del Estanquillo , el del arenal cercano a la playa y aquel del centro , que se conocía con el nombre de la Noria de Cardona . Desde el acotamiento de los montes , sólo los dueños de éstos , que lo eran también de las fincas próximas , podían permitirse el lujo de poseer ganados , y como éstos tenían paso dentro de las haciendas , los antiguos abrevaderos quedaron abandonados , constituyendo un peligro para los transeúntes . Más de una vez se habló de cegarlos o poner vallas , demorándolo luego con la pereza natural de los campesinos , que se contentaron con rodearlos de un seto de pitacas y chumberas . Dolores no era allí dichosa . Se sometía a vivir lejos de su barranco por la necesidad de asegurar el porvenir de los hijos ; pero ella recordaba siempre con pena los bellos días en que , perdidos en aquel repliegue del terreno , con el espíritu tranquilo , no había gustado el dolor ni respirado las emanaciones del odio y de la envidia . Ahora apenas veía a su Víctor , continuamente ocupado en el trabajo y lleno de ansiedad por el tiempo o el resultado de las cosechas . Con la prosperidad se multiplicaban los cuidados y las necesidades . En algunos momentos maldecía en su interior el día en que gentes extrañas penetraron en su casa . Le sobraba razón a Luís Márquez .