El Vicario Había caído el último turbión , y el sol empezaba á fundir con su oculta llama la cóncava lámina plomiza , uniforme y triste que hurtaba el cielo , tiñéndola de leve matiz rosáceo por la región de Occidente . El viento soplaba huracanado y eléctrico formando caprichosos remolinos con las mustias hojas otoñales caídas de los árboles , que unas veces huían en raudos giros como minúsculas trombas , y otras se elevaban movidas de secreto impulso hasta que el efímero torbellino se deshacía y el aire las aventaba lejos . — Bajemos , dormilón , que ha escampado . — Pero el frío arrecia . La puerta trasera de la estación acababa de abrirse , y en la campana tañía un empleado el segundo aviso . La lengua metálica vibró cristalina dilatando sus alegres tembladoras ondas por el llano y por los montes fronterizos con esa animada sonoridad que le presta la atmósfera , transparente y húmeda , que sucede á los recios temporales . El mayoral bajó del coche , embozándose en su vieja bufanda de anchas listas . El mozo le siguió remiso , y fijando en lo alto sus grises ojillos preñados de sueño , dijo perezoso y bostezante : — Me parece que no lloverá más ; así podremos subir el puerto ... Poca gracia hubiese hecho al matrimonio buscar posada en ese miserable pueblecillo ... Los dos hombres entraron en la estación para salir al andén . Apostado en la taquilla se aburría el empleado — jefe , factor y telegrafista — que inútilmente esperaba la llegada de viajeros solicitando billete . El mayoral miró el reloj : — Faltan diez y ocho minutos ... ¡ Picaro oficio ! Y el mozo murmuró , frotándose las toscas manos curtidas por el sol y por el cierzo : — Si el tren tarda más nos helamos sin remedio . — Paciencia , muchacho ; ¡ cómo ha de ser ! ... Las lluvias y avenidas de estos días han sacado de cauce al río , y la marcha del tren habrá sido trabajosa y lenta por los pueblos de arriba . Cincuenta minutos trae de retraso . Los criados empezaron á pasear por el solitario andén para desentumecer los yertos miembros . El viejo exploraba insistentemente las hondas faltriqueras , y cansado de rebuscar se encaró con el joven : — ¿ Tienes tabaco , Juan ? El mozo sacó un cigarro de cinco céntimos , y partiéndolo con la uña del pulgar , ofreció la mitad á su viejo compañero , acercándose él á la puerta del telégrafo para rascar un mixto de cartón y encender su parte . — ¿ Qué tal , tío Nelo ? ... ¡ Todavía aseguran que la miel no se ha hecho para la boca del asno ! ... Y lanzó al espacio una bocanada de humo maloliente , que el viento arrebató avaro . — ¿ Qué murmuras de asno , chiquillo ? ... no te comprendo . — Hablo del matrimonio que esperamos . ¿ Crée usted que un asno como ese D . Jaime es digno de tener por mujer á la hembra más hermosa de la provincia , y aún estoy por jurar que de toda España ? — Ahí verás , hijo . Todo lo alcanza en la tierra el dinero . Doña Elisa quedó en la miseria al suicidarse su marido , y presintiendo que tiene los días contados , aconsejó á María Fernanda el casamiento con el rico D . Jaime por no dejarla sola en el mundo , joven y hermosa : dos pecados mortales en las doncellas sin amparo . Un empleado de la estación , embutido hasta los ojos en viejo capote de paño pardo , se acercó á la campana para tocar el postrar aviso . El tren iba á llegar . El mozo dijo : — Cinco minutos . El viejo repitió : — Cinco minutos . — Y el tiempo se arregla á toda prisa . — Buena falta nos hace . Las nubes se habían rasgado en distintos puntos , y allá muy alto , mostraba el firmamento su límpido azul . El sol deslizó algunos haces de rubicundos rayos al través de las flotantes gasas que se le interponían , dorando el camino y un buen trecho del monte frontero . — ¡ Oye , Juan ! ... Es muy posible que también llegue el Vicario que nos envían para cubrir la vacante de D . Pedro . — Es verdad ... Y hasta creo que le esperaban ayer . — El cura le aguardaba , y me dió orden de que le acompañara á casa de Micaela . Juan volvió á encender su cigarro , se lió la bufanda al cuello , y sin dejar de golpear el suelo , como si pretendiese sacudir el frío , habló : — Tales cosas dicen del nuevo Vicario , que me está picando el deseo de conocerle . — El cura dice que es hombre de mucho saber , y el Arzobispo le manda en castigo , ignoro por qué pecado . — Pues por decir herejías en el pulpito . — ¡ Sólo eso faltaba al pueblo ! ... Después del escándalo que promovió D . Pedro , ahora nos envían un hereje ... ¡ Señor , Señor ! Un zumbido unisonante y profundo , como si circulara por el hondo seno de la tierra , interrumpió el diálogo , haciendo volver la cabeza al mayoral y al mozo . Los árboles , siempre opulentos , de la próxima alameda , y los naranjos que á uno y otro lado de la vía formaban espeso bosque , impedían ver el herrado convoy ; pero anunciaba su inminencia la trepidación cada vez más perceptible , comunicándose del andén é los objetos circunvecinos , y la móvil columna de humo que sobre la lozana pompa de naranjos y eucaliptus deshacía al viento sus negros vellones al modo de ondeante cimera . La trepidación siguió en paulatino aumento , y el remoto zumbar se hizo rumor bien sensible y luego estruendo escandaloso de continuado tableteo . Un largo grito , estridente y nervioso hendió el espacio y la columna de humo ... Súbita , embravecida , clamorosa , apareció bajo el umbrío arco del boscaje la fantástica locomotora , arrastrando imponente y magnífica como un Centauro de enanas extremidades el pesado cortejo . Al acercarse á la silenciosa estación moderó su audaz carrera , respondiendo obediente á secreto mandato , y lenta , dócil , lustrosa de sudor que le corría por el sonoro vientre , pasó altanera ante el andén y se detuvo jadeando a quince pasos . — ¡ Aquí están los señores ! ... ¡ Bien venidos sean los señores ! — gritó el mayoral avanzando hasta un departamento de primera . — ¡ Y el sacerdote que abre la portezuela del último vagón debe ser el nuestro ! — voceó el mozo , echando á correr para recibir al viajero . El tren sólo se detuvo lo preciso para retirar los equipajes . La campana tocó su presuroso adiós , y antes de que las ondas metálicas espirasen en el espacio azul , le contestó un silbido trémulo y ensordecedor . El férreo Centauro reanudó su marcha , arrastrando la ambulante ciudad . Iba tibio al principio , como si temiese á la alta cordillera que le atajaba el paso ; pero cobrando inusitado brío se lanzó camino adelante ruidoso y colérico hasta abismarse en la entraña misteriosa de la sierra . El mozo permanecía inmóvil y perplejo , con la diestra en el nada limpio gorro de bayeta , sin saber qué hacer ni qué decir á aquel Vicario sombrío , ojeroso y pálido , de mirada hipnótica y arropado en luctuoso manteo , que realzaba la gravedad de su cuerpo largo , enjuto y de quebradiza rigidez . — ¿ La diligencia ? — preguntó el viajero en seco y recortado estilo , que indicaba firmeza vecina del imperio . — Detrás de la estación espera — respondió el criado con la timidez amable del que tácitamente reconoce su inferioridad . Como la pregunta también implicaba mandato , recogió la maleta y el portamantas y se puso en marcha . En llegando al coche ni siquiera vió el Vicario á los que ya esperaban . Como todos los hombres que suelen vivir en íntimo coloquio con sus pensamientos , la atenta mirada del sacerdote se volvía indiferente y vaga mientras los objetos externos no requerían su atención . Fué preciso que oyera al mozo deshacerse en parabienes por el feliz retorno del matrimonio , para que se fijase en los viajeros . Formaba la pareja singular contraste . Había en el hombre algo de repulsivo y grotesco : eran sus mandíbulas carniceras ; flácida la boca , sobre la que colgaban algunos pelillos del mal dibujado bigote ; el color cetrino , y la cabeza tan menuda como abultados los pómulos . El cuerpo , largo y obeso , difícilmente se hubiera sostenido en la brevedad de aquellas piernas zambas , á no ser fuertes y robustas como dos encinas enanas . Ella , en cambio , era una soberbia revelación de la gracia estética . La plasticidad de las formas exuberantes se resolvía en la pureza armónica de las líneas . Bajo el traje molesto y antipático de las modernas sociedades , en que el pudor cristiano ha servido de pretexto para que la fealdad adobada triunfe de la belleza ingenua proscribiendo el sencillo y clásico ropaje ; bajo las pieles y los guantes y las faldas de burdo paño , sospechábase un cuerpo de ideales proporciones y elásticas caderas , indignas de sufrir el martirio del corsé . Si sus claros ojos , píos y ensoñadores , no estuviesen velados por honda y resignada mansedumbre , esta mujer hubiese servido de ejemplar modelo á inspirado artista para que cincelase una Venus marmórea y radiante . El Vicario la contemplaba con tenaz ahinco . Su alma poderosa habíasele aposentado en los ojos , negros de sombras y misterios , que mal saciados de admirar aquel cuerpo de divina euritmia , pretendían inquirir en lo recóndito del pecho ocultos pesares , á medias traicionados por la tristeza y la resignación . El marido también miraba á la mujer y al Vicario ; pero su mirar era el agresivo de la fiera en celo . El sacerdote observó la hostilidad que inspiraba , y cambiando de actitud paseó una postrer mirada , inexpresiva y vaga , de marido á mujer , y retirándose algunos pasos se puso á contemplar la puesta del sol mientras terminaban de enganchar la diligencia . El viento se iba amansando , y el cielo era de un azul purísimo y aterciopelado . La inmensa cortina parda que antes lo velaba se había replegado sobre la línea del horizonte , y algunos jirones desprendidos bogaban errátiles por el terso espacio como transparentes vedijas . En último término , allá en el remoto Septentrión , las nubes se congregaban húmedas y solemnes , formando titánicas montañas pizarrosas — Osas y Pelio-nes — de ásperas laderas , inaccesibles , hasta llegar al mismo cielo azul con sus agudas crestas tocadas de oro y púrpura por los últimos resplandores del sol , que lentamente se hundía en la misteriosa región de las perennes sombras . — Cuando usted guste , señor cura . La voz del mayoral estremeció al Vicario , sacándole de aquella abstracción beata que durante algunos momentos había identificado su alma errabunda y melancólica con el alma sagrada de la tarde . Sintió frío , y embozándose en su amplio manteo , subió á la diligencia con el ceño adusto del que despierta de un regalado sueño . En el interior del viejo vehículo , forrado de tosco y grasiento cañamazo , sólo cabían cuatro personas . El matrimonio ocupó un banco , y el Vicario tomó asiento en el otro , algo contrariado , porque la muda escena de antes colocaba á los viajeros en situación desazonada . La fusta restalló en el aire acompañada de algunos gritos guturales del mayoral , y la incómoda caja empezó á gemir y balancearse arrastrada por dos héticos caballejos . El viaje tenía que ser necesariamente aburrido . Al llegar á la carretera el balanceo se hizo más apacible , y el mozo empezó á entonar una monótona canturía , interrumpida de tiempo en tiempo para alentar á las bestias . El hombre obeso bostezaba en su asiento . Varias veces quiso anudar conversación dirigiéndose á su compañera ; pero ella respondía siempre con apremiantes monosílabos , reveladores de abrumador fastidio . El Vicario , no menos atediado , sacó un libro del bolsillo y pretendió leer á la tenue claridad que entraba por las ventanillas delanteras . Al poco rato su mirada parecía absorta en una misma página . ¿ Leía , ó meditaba ? ... Con el porfiado empeño que las personas aburridas suelen poner en cualquier nimiedad , marido y mujer lograron descifrar lenta y trabajosamente en la penumbra crepuscular el título , que destacaba con grandes caracteres de la cubierta avellanada del libro . Estaba escrito en lengua exótica , y decía : Les contemplations . Eran poesías de Víctor Hugo , y los versos , que el sacerdote parecía mirar sin leer , quizás fuesen algunos de aquellos ' versos tristes , filosóficos y pesimistas en que el padre Hugo había resumido en una sola estrofa todos los males que azotan á esta pobre humanidad rampante , las miserias y flaquezas que son el tormento irredimible de las almas que anhelan la ideal perfección , las mezquindades de la vida que siembran la desilusión helada en los corazones optimistas dejándolos secos de escepticismo . El Vicario meditaba sin duda . El libro descendió lentamente sobre sus rodillas , mientras él permanecía mustio y pensativo con el brazo en el marco de la ventana y la cabeza apoyada en la mano . Su mirada se perdía estática en el fondo de la diligencia , y todos sus sentidos parecían atraídos por alguna tenaz idea que los obsesionase . Si las sombras no hubiesen hecho su callada invasión , el matrimonio podría ver el rostro impasible y severo del sacerdote transfigurado y clemente bajo el influjo de secretos sentimientos . La diligencia había recorrido la mitad del camino , y los caballos , rendidos en la trabajosa ascensión del puerto , se detuvieron para cobrar alientos . El mayoral abrió la portezuela . — ¿ Desean algo los señores ? El primer momento fué de pausa . — ¿ Cuánto tiempo nos detendremos ? — interrogó luego el cura en tono que empezaba con inflexiones de ruego y terminaba decisivo y autoritario . — Cinco minutos , señor . El sacerdote demandó permiso para salir , y desde el estribo siguió preguntando : — ¿ A qué hora llegaremos al pueblo ? — Mucho temo que no lleguemos antes de las siete , señor Vicario . La carretera está muy mala con las lluvias , y los animales rendidos . A la vera del camino había una humilde venta , que argenteaba en la oscuridad de la noche . Por la puerta salían densas bocanadas de humo odorífero que pugnaban un instante con el viento y luego se difundían en caprichosos revuelos , embalsamando el ambiente . Al través de la opaca cortina de humo percibíase dentro tenue resplandor de oscilantes llamas . Los tomillos y romeros arrancados del vecino monte gemían en el hogar resistiendo el poder del fuego , que entre las verdes ramas deslizaba y enroscaba sus ardientes rizos rojos . A uno y otro lado de la lumbre dos ancianos acercaban sus manos trémulas para recibir el amoroso tributo de calor que los años crueles habían hurtado á sus cuerpos marchitos . Un candil , fijo en la ahumada pared , alumbraba con parpadeo agónico la triste mansión y el atezado y apergaminado rostro de los dueños , que nunca en su esquivo retiro habían gustado las sabrosas caricias ni oído los cristalinos charloteos de quienes por grato don del cielo alcanzan propicias sucesiones . Medio siglo hacía que la solitaria pareja moraba entre aquellos breñales , ofreciendo descanso al lento caminante que en estío necesitaba refrescar haciendo un alto en su larga ruta , y en los días cenicientos del invierno , cuando el huracán se despeñaba colérico de las enriscadas cimas y se revolvía en los hondos abismos voceando miedos y amenazas , demandaban un poco de calor para sus cuerpos transidos . — Sirvan á estos señores lo que gusten — ordenó el Vicario acercándose á la lumbre . La mujer se irguió con penosa lentitud . — ¿ Y el señor crura , no tomará nada ? ... La noche es cruda y no le sentará mal una copita de café-licor — dijo la anciana en tono humilde y alhagüeño . — Gracias , buena mujer , yo no bebo . Los conductores salieron de la cocina , acercándose á la mesa que hacía de mostrador , y empezaron á beber y cuchichear . — ¿ Pero ha visto usted ? — decía el mozo . Ese D . Jaime es un miserable que no le ablandan ni las piedras ... Se marchó sin darnos una peseta , y vuelve más tacaño que se fué . Y el mayoral añadió con encono : — Es un grosero ... Por primera vez , en veinte años que voy á la estación , ha dejado un recién casado de gratificarme ... Si al Vicario no se le ocurre convidarnos , morimos de frío esta noche , porque los viejos ya no quieren fiarnos . — Por algo deseo que se arme la gorda y colgar á ese miserable en la Cruz de Piedra , como los judíos hicieron con Cristo . — Pero aún hay buenas almas en el mundo . Mira , si no , al-Vicario . — ¡ Sabe usted que parece un hombre raro ! — ¿ Y has visto que ojos tiene ? Da frío mirarle frente á frente . La última parte de este diálogo la habían repetido en el coche marido y mujer al quedarse solos . — ¿ Por qué te mostraste tan hosco en la estación ? — comenzó diciendo ella . — Me ofendió su insistencia en mirarte . Aquellos ojos ... — En verdad que casi me dieron miedo ... — Debé ser hombre de pocos amigos . Dudo que pueda permanecer mucho tiempo en el pueblo . — Parece un solitario ... — Sí , un ser extraño ... Hasta , el Vicario habían llegado indistintamente algunas frases de la charla sostenida entre mayoral y mozo , y por ellas pudo colegir que hablaban de él y censuraban la sordidez del otro viajero . El tiempo huía , y los dos hombres seguían bebiendo y conversando . El sacerdote llamó á la anciana para abonar el gasto hecho , advirtiendo de paso al mayoral que habían transcurrido los cinco minutos . — En marcha , pues — dijo el aludido , liándose la bufanda . Y alegre y hablador con las copas liberalmente apuradas , exclamó : — El camino que tenemos por delante es llano ó va cuesta abajo . Vamos á ver si podemos llegar á casa antes de las siete . El látigo crujió repetidas veces acompañados de alentadores « ¡ ías ! » , y los caballos reanudaron la suspensa caminata , emprendiendo un trotecillo demasiado airoso para que pudieran sostenerlo mucho tiempo sus pobres remos cargados de alifafes . Ei casado sacó un cigarrillo y titubeó antes de ofrecérselo al Vicario . — Gracias , muchas gracias ; yo no fumo — repuso el sacerdote . Don Jaime agradeció interiormente la cortesanía con que el extraño viajero le repitió las gracias ; pero al reparar en el frío é incisivo timbre de su voz , pensó : — ¡ Qué hombre tan raro ! No permanecerá mucho tiempo en el pueblo . Al pálido resplandor de la cerilla pudo ver el Vicario , en el opuesto rincón de la diligencia , el cuerpo hermoso de la viajera temblando de frío , y sus claros ojos azules brillantes de fiebre ó quizás de tristeza . El viaje continuó monótono y abrumador . El mozo canturreaba desacordadas coplas , y el viejo seguía alentando de tiempo en tiempo á las bestias , mentándolas por sus nombres . Cuando hubo fumado el cigarrillo , D . Jaime reclinó su pesada cabeza en el hombro de ella , y se quedó confiadamente dormido sin sufrir el molesto vaivén del viejo armatoste . El Vicario tornó á su anterior postura cavilosa y reconcentrada . La actitud de infinita dejadez que revelaba su compañera de viaje , la boca adorable que esbozaba la triste y casi imperceptible sonrisa de los grandes resignados , los ojos de ensoñadora y melancólica bondad , cuanto en ella revelaba un alma hollada , teníalo presente en su vivaz fantasía , inspirándole ideas vagas y brumosas representaciones interiores , como suelen ser en ese crepúsculo de la vida mental llamado inconsciencia , en que se piensa y se siente sin que la voluntad imponga su mandato ... Poco á poco barruntó el sacerdote la invasión de una onda piadosa que le acercaba suavemente al dulce ser ungido de mansedumbre y gracia que allí , muy cerca , tiritaba de frío y tal vez de invencible horror ; y como si el obscuro destino de aquella mujer se le revelara súbitamente , imaginó que si el cumplimiento de un alto deber social le unía de por vida al hombre obeso que sobre ella reposaba , su corazón le rechazaría siempre . La diligencia continuaba su lento rodar carretera adelante . Había descendido la cuesta , y al volver de un recodo , la plácida señora de la noche , que como mística hostia de luz ascendía tras los montes lejanos rodeada de estrellas , proyectó un raudal de tibia cláridad en el interior del vehículo . Fué un momento nada más ; el tiempo preciso para que el Vicario saliese de su ensimismamiento y pudiera ver el grupo formado por el matrimonio : él , con la boca entreabierta y resoplante , durmiendo confiado sobre ella ; ella , reflexiva y absorta en honda meditación ... Las blondas hebras de sus sedosas pestañas retenían , trémulos y prisioneros , dos cuajados aljófares , término de un llanto silencioso y discreto . Ninguno de los tres viajeros advirtió que pasaban ante la alta Cruz de Piedra , que la devoción de un pueblo fiel había erigido á la entrada para que con su sombra tutelar lo guardase del enemigo malo . Los caballos avivaron la marcha , presintiendo el inmediato descanso . Dos minutos después hicieron alto , y la portezuela se abrió estrepitosamente para dejar paso á la cabeza de un hombre cubierta con gorra de fieltro , en la que brillaban galón dorado y placa de metal . — ¿ Hay algo de pago ? — dijo en el mecánico tonillo de quien está acostumbrado á repetir cada momento la misma pregunta . Al reconocer los viajeros saludó cortesmente , y se alejó sin esperar la respuesta . La diligencia prosiguió su ruidoso camino , saltando y gimiendo al tropezar en los guijarros de las calles , hasta llegar á una plaza irregular , fangosa y torpemente alumbrada por el roto farol que sobre la columna de una rotunda fuente parpadeaba moribundo . Un grupo de personas estaba esperando el coche . La portezuela volvió á abrirse , y la rubia viajera se arrojó sollozante en brazos de una dama enlutada . Desde la puerta de la casa , Micaela la patrona indicó al Vicario el camino que había de seguir para llegar á la Rectoría . El temporal había roto los cables eléctricos y las calles estaban desiertas y obscuras . Por las ventanas mal cerradas de una casa vecina filtraba sutil rayo de luz . El cura se embozó en su amplio manteo y tomó la dirección indicada . Dos gatos nómadas de ojos fosforescentes , que rebuscaban famélicos en un montón de escombros , huyeron espantados al oir el taconeo del importuno que turbaba la paz de la noche . Al revolver una esquina se encontró la acera interceptada por un mozo rondador que arrebujado en la capa y calada la boina hasta los ojos , esperaba canturreando una canción de amores la hora sabrosa de la cita prometida . Luego pasó ante un café de esmerilados cristales que reflejaban difusamente las luces interiores . Sobre el mármol de las mesas sonaban los dominós , golpeados ó rémovidos por escasos parroquianos . Á quince pasos de allí estaba la silenciosa plaza de la iglesia . El Vicario se detuvo un momento para contemplar la negra y fantasmática mole de piedra fría , tétrica y sin exteriores ornamentos . Sus duras aristas destacaban rígidas entre las densas tinieblas circunstantes . La plaza desierta y medrosa , la Iglesia severísima é imponente como la religión que simbolizaba , los largos aullidos del viento al entrar por los altos ventanales simulando patéticos lamentos de espíritus en pena ó clamorosa batahola de infernal caterva , sobrecogieron el ánimo del forastero . Desde lo alto del campanario rodaron lentas , graves y monótonas hasta ocho campanadas ; sucedió un intervalo de espera , y antes de que se extinguiese el profundo zumbar del bronce herido , tornaron á repetirse las pausadas horas . La campana mayor dobló en seguida más lenta y luctuosa invitando á rogar por las ánimas de los muertos , y el Vicario sintió que sobre su cabeza poblada de dudas pasaba silencioso el hálito glacial de lo infinito y de lo eterno ... Atraído por secretas inquietudes , pálidas rememoraciones de antiguas creencias , miró con el ánimo conturbado hacia lo alto ... La torre se erguía llena de majestad y la sutil saeta se perdía entre las sombras brumales pobladas de fantasmas . En el cielo parpadeaban soñolientas las remotas estrellas como almas cansadas de mirar á la obscura tierra . Por todas partes dominaba la quietud y el misterio . Sólo el ojo indiferente del reloj contemplaba con su ciclópea pupila inflamada á la eternidad , advirtiendo á los hombres el tiempo que en el callado girar de su impasible círculo les acercaba á ella . El Vicario se dirigió á la Rectoría . Al través de las puertas , discretamente cerradas con una cadena , percibíase rumor de rezos y purpúreos resplandores de vivida hoguera . El forastero pulsó con el pesado aldabón de metal bruñido y al poco rato pasos leves de mujer se acercaron á franquearle la puerta . Una voz contrita y grave musitó dentro : In nomine Patri et Filio et Spíritu Sancto . Y otras voces opacas respondieron : Amén . Siguió el breve espacio de silencio que un hombre tarda en santiguarse , y la voz contrita y grave de antes resonó acariciadora : — Pase el Señor Vicario . El hogar era espléndido . Un tuero centenario soportaba generoso la carga no liviana de cepas y sarmientos dispuestos al modo de gigantesca pira . En torno de la liberal fogata estaban congregados algunos devotos que en invierno como en verano constituían la diaria tertulia del Párroco . En ancho sillón de roble y cuero , bien arrimado á la chimenea , descansaba el dueño , anciano sacerdote de nivea cabeza y rostro sano y encendido como una poma de invierno . Al entrar el Vicario desenlazó los dedos cruzados sobre el prominente abdomen y le ofreció la mano . — ¡ Bien venido , amigo mío ! ¿ Qué tal ese viaje ? Luego fué presentándolo á sus contertulios . Entre ellos estaba D . Jaime . — Aquí tienen ustedes á D . Iñigo Interián de Barnuevo , notable orador sagrado , ó , como ustedes dicen , una campana del pulpito . Es mucha honra para nosotros tener á un Vicario que tantas pruebas ha dado de gran saber ... Y añadió con reticencia : — ... Quizás más de las que convienen á un buen cristiano . Los congregados miraban curiosamente al forastero . Su nombre , como el de todos los buenos oradores de la capital , era bien conocido en el pueblo , y el cura les había hablado muchas veces de él . — Por cierto — dijo uno de los tertulianos — que el mes pasado propuse á la Junta de festejos que fuese el Sr . Interián de Barnuevo quien nos predicase el día del Santo Patrono . El Vicario se inclinó reverente . — En esta villa se aburrirá usted mucho — continuó el cura . — Aquí no hay bibliotecas como en la capital ; es una sociedad modesta , fiel guardadora de los preceptos de la Iglesia , y en ésta encuentra sus distracciones más gratas ... Hizo una pausa , y luego : — ... Sobre todo las mujeres ; los hombres tienen el Círculo ... Con dolor de mi alma permito que en él busquen solaz los sacerdotes antes que visitar asiduamente la casa de los amigos donde puedan sentir tentaciones . El severo anciano , en quien los años no menguaban tenacidad y energía , estaba dispuesto á que los enemigos de la Religión no volviesen á hacer escarnio de sus ministros . El enemigo malo pudo tentar al predecesor de D . Iñigo y los librepensadores del pueblo gozaron anchamente del escándalo mientras la Prensa impía de la ciudad lo comentaba con tan picantes detalles , que toda la diócesis supo en pocos días los lamentables amores de una mística pareja . Hasta los chiquillos cantaban al salir de la escuela las vergüenzas del sacerdote , puestas en coplas por incógnitos enemigos . Para prevenir otra deshonestidad semejante , el cura prohibió á sus subordinados que cultivasen asidua amistad con las fieles , recomendándoles , en cambio , que fueran en busca de distracción al Círculo Católico . Los hábitos del nuevo Vicario le retraían de las grandes agrupaciones , y así se lo comunicó al anciano Párroco cuando le hizo la anterior advertencia . — Además — añadió — al desterrarme aquí he pensado aprovechar el tiempo ordenando mis notas para trabajar . El cura preguntó picado de curiosidad : — ¿ Medita usted algún libro ? ... El Vicario asintió . — ¿ Sobre religión quizás ? — Sobre religión precisamente , no ; pero algo tendrá de ella ... Mis impresiones del mundo ; mi concepto de la vida ... Es labor que pide tiempo y reposo . La conversación empezaba á hacerse complicada para los tertulianos , que seguían mirando fija y curiosamente el gesto austero del Vicario , su alta y sinuosa frente , dividida por un surco que las frecuentes contracciones del ceño hacían más hondo . Un contertulio de fiera mirada y abiertas narices se inclinó hacia su vecino para susurrarle al oído : — ¿ Qué edad tendrá este extraño señor ? — Pues sobre treinta y cinco años . — Lo dudo ; representa menos . — ¿ Menos ? — dijo un tercero . — Yo apostaría porque no baja de los cuarenta . — ¿ Y han oído ustedes ? — observó el primero . — Dice que piensa escribir un libro . Debe ser hombre de mucho talento ... Don Jaime , que oía indiferente y reposado la conversación , sonrió desdeñoso : — ¡ Bah ! ... Rióme yo de estos graves sabihondos ... ¡ Gente más estúpida é insoportable ! — ¡ ¿ Por qué dice usted eso , D . Jaime ? — interrogó el que había iniciado la queda conversación ? — Porque no puede saber mucho quien ha salido en castigo de la capital . — ¿ Y qué tiene que ver el castigo con el talento ? — Yo no puedo creer que un talento sea de buena ley mientras no sirva para bien vivir . ¿ Para qué necesito del saber si , como á ese Vicario , no me enseña lo que puede dañarme ? El cura preguntó irónico al observar el animado cuchicheo del grupo : — ¿ De qué habla usted con tanta convicción , D . Jaime ? — De nada , de nada , señor cura ... Repuesto un poco de la sorpresa , dijo torciendo el curso del diálogo : — ¡ Decía ! ... ¡ Pues hablábamos de las viñas ! ... Yo decía que la venida del ingeniero no las curará , de seguro . Lo que no sepamos de ellas nosotros que constantemente vivimos cuidándolas , es difícil que nos lo enseñe la gente de afuera , por muy ingeniera que sea . El viejo sacerdote volvió á sonreir ; entre bonachón é irónico , repuso : — Pero observe usted , mi querido D . Jaime , que los agrónomos conocen las propiedades de la tierra mejor que nosotros , han estudiado las enfermedades de la vid como un médico estudia á su paciente , y dictan remedios según los casos ... En tono de pedantesca zumba , D . Jaime interrumpió al párroco : — No me hable usted de los médicos ni de sus drogas , que los temo más que á Nuestro Señor en el día del Juicio . Cuanto á las viñas , ya sabemos todos lo que le ha pasado al cándido de D . Elias por seguir los consejos de esos señores ingenieros , que desde sus gabinetes quieren presidir los cultivos . En azufre y en aparatos de azufrar se han gastado más de lo que produjesen las uvas , y sólo ha logrado por premio de sus afanes que las viñas se le quemen . — Entonces , ¿ qué remedio ofrece usted para combatir la enfermedad que mata nuestros viñedos ? — le preguntó el cura socarronamente . — Lo he repetido mil y tantas veces : una buena poda , y replantar cuanto antes la cepa que no dé fruto . Todas las ideas del rico D . Jaime eran rudimentarias como ésta . El sentido común , vecino de la rutina , era su norte y guía , como lo ha sido siempre de las bajas mediocridades . El cura no ignoraba cuán inútil era pretender disuadirle en sus resoluciones , y se volvió al Vicario , que de un velador próximo había tomado el Siglo Futuro y lo repasaba distraídamente : — Y bien , Sr . Interián de Barnuevo , ¿ cuáles son sus lecturas predilectas ? ... ¿ Qué diario suele usted leer ? ... — Ninguno , señor cura . Hace tiempo que renuncié á la lectura de periódicos , y lo he conseguido sin gran pena . Soy poco partidario de ese frívolo género moderno . — Es un caso curioso , ¡ créame usted ! Hoy no se concibe la existencia de una persona medianamente culta que prescinda del periódico . ¿ Y se puede saber de qué procede esa antipatía ? — De su falta de sinceridad , señor cura . El Vicario comenzó á transformarse diciendo estas palabras . Animáronse sus ojos , perdió su rostro la impasibilidad que le caracterizaba , y de sus finos labios brotaron aceradas invectivas contra las hojas impresas . Arrastrado por el impulso de la pasión , sus palabras tomaron inflexiones oratorias , enérgicas , despectivas . No había un solo periódico que se librase de su ardiente menosprecio . Todos eran devotos en mayor ó menor grado de un hombre ó bando , cuyos intereses defendían engañando y pervirtiendo al mísero lector . Los que se decían independientes aún los reputaba de peores , porque pretendiendo ser órganos interpretadores de esa liviana y mudable deidad llamada opinión pública — verdadero coro de asnos — , adulábanla unas veces y otras instilaban entre loa y tibia censura el filtro de alguna sigilosa corrupción moral . Y hacía notar que en ninguna parte podría encontrarse tanta riqueza de contrarios pareceres como en las columnas de los periódicos , encaramando éstos lo que aquéllos deprimían , aplaudiendo íntimamente el autor de un artículo lo que su adversario sostenía y recíprocamente . La Prensa no era tan buena como sus interesados apologistas querían demostrar . De ella se había hecho una entidad abstracta más tiránica para el espíritu que las entidades metafísicas y ontológicas de filósofos y teólogos . Empleando términos de las escuelas , decía que así como el alma pierde su individualidad en la doctrina pa-lengenista al integrarse y sumirse en el Gran Todo , así el periodista perdía su personalidad al ingresar en el periódico , donde preside un criterio abstracto y apriorístico impuesto por el amo — político , empresa ó muchedumbre — , que suele estar en abierta guerra con el de sus mejores redactores . El Vicario terminó con estas palabras : — Crean ustedes que si un hombre ha de anular su propio juicio para identificarse con el juicio ajeno , empezará por perder la noble audacia en el pensar , condición inherente de los espíritus originales , y tardará muy poco en ser escéptico ... Y yo amo á los seres sinceros , á los que escriben lo que lealmente sienten y en sus obras puedo graduar la fuerza de su personalidad ... Este discurso agradó en parte al cura y le disgustó en parte . Tampoco el viejo sacerdote sentía mucho amor por la Prensa . Hijo de valeroso general que había militado en las primeras huestes enemigas de doña Isabel , sus ideas políticas y religiosas chocaban con el liberalismo representado en casi todos los periódicos ; pero también le espantaron las últimas palabras , to-nante y atrevido epifonema , en que el Vicario exaltaba sin disfraces el libre criterio , la independencia intelectual y la sinceridad absoluta en la expresión de los sentimientos . ¡ Quien así hablaba , ni era de los suyos ni su alma pertenecía á la dócil comunión de la Iglesia ! ... El anciano sacerdote no quiso arriesgarse en una discusión , presintiendo que su buena fama corría grave riesgo de naufragar en la derrota ante los devotos feligreses , que tan alto concepto de él tenían , y dijo afectando rara bondad : — Pero en el periódico hay algo más que un criterio impuesto . Hay noticias , hechos dispersos que satisfacen nuestra ingénita curiosidad . Concédame usted que las hojas diarias son el nexo de la complicada vida moderna . Ellas nos ponen en directa y recíproca comunicación con todo el mundo . El Vicario , que había tornado á su impasibilidad habitual , hizo un leve gesto de aristocrático desdén . Las palabras ya no brotaron encendidas de sus labios ; surtieron lentas , veladas como el misterio , quedas y confidenciales : — ¿ Qué me importan , qué pueden importarme á mí los sucesos ordinarios de la vida ? ... ¡ Todos pasan ; todos se suceden como los días y las noches ! ... ¡ Ellos son el oleaje rumoroso é incansable de la existencia , una y múltiple , rizada ó tempestuosa en la superficie , serena é inex-plorable en su esencia obscura ! ... Pasan nuestros amores y nuestras penas con el tácito pasar del tiempo , y bastan algunas rotaciones de la tierra para que nadie se acuerde de la mujer que ofendió al marido , del juez que prevaricó , del ministro que se enriqueció vendiendo mercedes ... ¡ Que en el mundo ocurren sucesos transcendentales ! ... No tendrá mucha transcendencia el que hasta mi retiro no llegue ... El vulgo espantadizo y vocinglero se encargará de romperme los oídos con sus gritos importunos ... Sucedió prolongado y fatigoso silencio . Don Jaime dormía . Sus amigos contemplaban de hito en hito al Vicario de aire extraño , que tan peregrinas cosas decía . El fuego crepitaba en el ancho hogar . Dieron las nueve en la vecina torre , y , como respondiendo á tácito convenio , sacerdotes y seglares pusiéronse de pie . El cura empezó á recitar un Ave María , y los demás , descubiertos y reverentes , terminaron la piadosa salutación . Hízose el signo de la cruz , y un « ¡ santas y buenas noches ! » disolvió la tertulia . Restituido el Vicario á su casa , encontró aparejada la mesa con limpio y sazonado yantar nocturno , bien celebrado por su apetito de todo el día . Mientras hacía honor á los platos , la dulce é insipiente Micaela le regalaba con la rica vena de su charla lugareña y cincuentaina . — ¿ Qué tal le ha parecido el cura ? ... ¿ Verdad que es un señor muy bondadoso ? ... El pueblo no le quiere gran cosa ; pero es injusto con él . Vea usted : catorce años hace que vino , y nadie puede echarle al rostro un grave pecado ... ¡ Que si es tacaño , que si ha comprado propiedades en su aldea , que si sus sobrinas no son sus sobrinas ! ... ¡ Como si yo no conociese bien á toda la familia ! ... Y en resumidas cuentas , ¿ quiénes son los que han divulgado esas calumniosas patrañas ? Pues los garibaldinos , como llamaba mi marido ( que de Dios goce ) á esos perdidos herejes , que el señor cura combate todos los domingos desde el pulpito . ¡ A fe mía que si no fuera por sus constantes predicaciones , habría más liberales en el pueblo ! ... Allí mismo , en la tertulia , habrá encontrado usted á dos señores que deben al párroco la salvación del alma y del cuerpo . Ambos son forasteros , y cuando vinieron , pasábanse el santo día hablando del progreso y haciendo gala de impiedad . El pueblo les miraba con prevención , y si no llegan á arrepentirse oportunamente , mudan de vida y confiesan y comulgan como buenos católicos , ignoro lo que hubiese sido de ellos ... También habrá visto usted á González de Brea , ¿ verdad ? ... ¡ Bravo muchacho , que da gusto verle y oirle ! Cuando se le hinchan las narices , asegure usted , señor Vicario , que ha olfateado herejes , y ¡ pobre del que bajo sus duras manos caiga . El pobrecito sólo gana dos pesetas . Fué sargento del ejército , y en premio de sus buenos servicios le han concedido una plaza de escribiente en el Ayuntamiento . Tiene mujer y cuatro hijos , y con su sueldo lo pasaría mal ; pero Dios Nuestro Señor nunca abandona á los que sinceramente le sirven , y los carlistas le hacen tantos regalos , que con ellos puede suplir lo que le falta ... De D . Jaime nada le digo . Usted ha venido con él . Es el peor , el único malo de la tertulia . ¡ Lástima que algunos garibaldinos no sean D . Jaime , y que D . Jaime no se llame garibaldino ! ... ¡ Pobre doña Elisa y pobre María Fernanda ! ... La charla duró mientras duró la cena . Micaela acompañó luego al Vicario hasta la habitación que le había destinado . Era una sala amplia y bien ventilada , de blancas paredes y piso lustroso de puro aljofifado . Una consola , sobre la que descansaba viejo espejo de dorado marco ; sencilla mesa chapeada de nogal ; antiguo sillón de resquebrajada gutapercha y media docena de sillas , componían el mobiliario de aquella humilde habitación . Entre las cortinas de la alcoba veíase blanquear las ropas de la cama . Cuando se hubo quedado solo , el Vicario abrió la maleta y empezó á ordenar en la mesa los libros y revueltos papeles de que estaba henchido su seno . En este trabajo invirtió buen rato , retenida su atención por las innumerables notas que había tomado en cuartillas y cuadernos , repletos de letra clara y menudísima . En terminando su ímproba tarea se quedó suspenso , con los codos apoyados en la mesa y los ojos fijos en las pilas de libros dispuestas en los ángulos . Al tibio fulgor del quinqué , la ancha frente del solemne sacerdote aparecía partida por el hondo pliegue , revelador de una atención muy disciplinada para concentrarse sumisa al primer mandato imperativo de la voluntad . Las ideas y recuerdos dispersos y entremezclados en las copiosas notas comenzaban lentamente á resurgir y tomar ordenado puesto en el cerebro del Vicario , que era como adquirir persistencia y latente vida . Se encontraba en el más arduo y difícil período es la vigorosa afirmación del necesario vivir ; la desazón de la clase media , que conquistando la riqueza y con la riqueza el poder , no sabía ya á qué aspirar ; la aristocracia decadente , que con el dinero perdía tesoros inapreciables , de raras virtudes , como el amor á lo bello , la delicadeza y la gracia que sólo sienten los seres privilegiados y los que han dejado los groseros instintos de la baja animalidad en el tamiz depurador de las sucesivas generaciones ... Le anunciaba también el advenimiento de un superior ciclo social , el inte-lectualismo de nuestra activa época , cuya influencia es al presente más apremiadora y difusiva que en los anteriores siglos juntos . Los intelectuales eran los mayores enemigos de la sociedad . Unos la atacaban sin misericordia , dirigiéndose al pueblo cautivo , que al requerimiento de la ardiente propaganda osaba ya alzar la frente dura pegada al suelo misérrimo . Otros , afanosos de notoriedad y pan , escribían para las clases acomodadas , haciendo labor no menos cruda de disolución , sembrando en las almas el desaliento y la tristeza ó dejando un grano de roedora ironía en las creencias centenarias y milenarias de nuestros progenitores , que no se arrostraron á explorarlas con la serena luz de la razón ... Por distintos procedimientos y por rutas varias laboraban á porfía unos y otros en la preparación de una nueva Humanidad ... El escepticismo amable ; la versatilidad y la ligereza ambientes ; la necesidad de aturdimiento y olvido ; el desvío que en el fondo se siente por la Patria , musa que ayer inspiraba las batallas y hoy sagrada sólo de nombre ; el neurosismo — llamado mal del siglo y también « enfermedad de gran porvenir » — con sus inquietas y vagas ansias ; el profundo horror á cuanto supone perseverante esfuerzo ; el desamor á la vida ; el secreto afán al reposo eterno ... , todos estos.signos de vencimiento que caracterizan á nuestra presente época , ¿ no serían otras tantas aspiraciones negativas hacia un nuevo ideal de presentida gloria ? ... Por la frente del Vicario pasaban , continuos y atormentadores , los saetazos de la duda . En mirando con penetrantes ojos á las edades pretéritas y observar cuán poco había mudado el fondo moral de los hombres , se preguntaba si no sería estéril esfuerzo aspirar á su mejoramiento . Los labios se le contraían entonces en una amarga mueca de infinito menosprecio por la humanidad , y pensaba que lo más sabio sería refugiarse en el tranquilo seno de la filosofía perroniana y considerar al mundo como una perenne ilusión , sin pretender nunca salir de la universal malla , ó lo que sería mucho mejor para bien vivir : adoptar la muelle posición de un epicúreo , y desde su alta torre ebúrnea asistir , dulce é irónico , al grato espectáculo de las pasiones humanas , revolviéndose impotentes y mugidoras á su alrededor . Pero estos pensamientos , al bajar del cerebro , jamás arraigaron veinticuatro horas en la conciencia del Vicario . Bajo la impasibilidad del gesto y la rigidez de la externa apostura , vigilaba su naturaleza afectiva para que los fríos consejos de la mente no apagasen los ardorosos mandatos del corazón . Y era imposible que sus sentimientos no se exaltaran , cuando los penitentes le hacían prolija relación de sus mortales congojas ... ¡ Los penitentes ! ... Por ellos no había podido enfrenar el corcel de su naturaleza indómita . Al verlos contritos y ahinojados , sacando del pecho la carga abrumadora de antiguas historias ó de diarias minúsculas culpas que van taladrando la conciencia lenta y porfiadamente ; al referirle con obstinado ahinco la privación del momento , el menudo deber incumplido , la reyerta doméstica disipadora del mutuo amor que atrae y conforta á las almas , entonces comprendía que ni el mundo era una perpetua ilusión , ni él debía ser un escéptico . ¡ Cómo había de serlo ! ... El dolor se transformaba ante su vista en la más notoria realidad del universo , y él se creía místico , con un misticismo suave y universal , que se resolvía en piedad y amor por cuanto existe y sufre . El penitente , aquél montón miserable de arcilla y vicios que tenía á sus pies , era lo más sagrado de la creación , por haberlo purificado el cilicio inexorable del dolor , y su penitencia era siempre leve y sus palabras estaban ungidas del bálsamo olorosa que cura los males del alma lacerada . Abismado en estas hondas cavilaciones , el Vicario no se dió cuenta del tiempo que pasaba . La frente la tenía más surcada por la profunda arruga característica , y su mirar se deslizaba errabundo é inexpresivo por el montón de libros y sobre las dispersas notas que concretaban sus pensamientos . De esta absorción le sacó una melodía suave y llorosa , que parecía más doliente en el silencio augusto de la noche . Era el Adiós de Schübert vibrando en un piano muy cerca de allí , y las notas aleteaban tristes y nostálgicas recordando antiguas dichas , para siempre muertas . Los objetos próximos volvieron á extinguirse para el Vicario , y de su alma , sensible al arte , se apoderó muelle dejadez . Los nervios le temblaron cual si los rozara el ala leve de la invisible Dea que inspira la música , y por todo su ser circuló la onda misteriosa de la pura emoción estética . Un nuevo mundo ideal reemplazó al mundo de las toscas realidades , y su espíritu se columpiaba blando y trémulo en las coloreadas nubes del inmortal ensueño . Pero ni siquiera en el éxtasis encontró mucho tiempo la paz consoladora , que hasta en la beatitud artística sentía la marea enervante de la insondable tristeza . — ¿ Quién sería capaz — pensaba el sacerdote — de sentir en este prosáico lugar con tanta fuerza el arte para arrancar al mudo piano aquellas patéticas sonoridades que hacían nido en su sensible pecho ? ¿ Habría allí cerca algún alma gemela de la suya ? ... ¿ Sería ? ... ¿ Sería la bella viajera de los ojos azules y cabellos rubios como el Amor ? ... El piano enmudeció tras largo lamento , y la gravedad del silencio dió más prestigio al triste Adiós de Schübert , que siguió resonando opaco en el corazón del forastero . — ¿ Quién será ? — murmuró inconscientemente . Y una voz secreta le repitió dentro : — ¡ Es ella ! ... ¡ Ella es ! ... ¡ La melancólica viajera de los ojos azules y los cabellos rubios ! ... El Vicario se levantó del viejo sillón para abrir las maderas que daban á la calle . Las sombras sólo la poblaban , y allá muy alto , algunas estrellas seguían titilando entre los negros manchones de nubes amenazadoras que otra vez encapotaban el cielo . Por la ventana mal cerrada de la casa vecina filtraba el mismo hilo de luz . Allí — pensó el Vicario — estaba el misterioso ser que , deseando revelar sus penas , las comunicaba confidencialmente al sensible instrumento amigo . El sacerdote cerró el balcón y se dispuso á dormir . Cuando empezaba á conciliar el sueño , sintió el canto perezoso del sereno : — ¡ Ave María Purísima ... ¡ Las once y tres cuartos ! ... ¡ Nublado ! ... Los pasos del nocturno vigilante fueron acercándose lentos y rítmicos ; luego cesaron de resonar . Gimió ásperamente la llave en la casa frontera ; oyóse murmullo de palabras dulces y estallar de prolongados besos , y en seguida rumor de personas que se alejan ; silencio y gravedad después ... El Vicario cerró los ojos , y al poco rato su conciencia desmayada sólo percibía algo muy tenue y remoto , fragmentos imperceptibles de Adiós alternados con la perezosa canturía del sereno , que se desvanecía en el sueño : — ¡ Ave María Purísima ! ... Los siguientes días oyó el Vicario la misma lastimera melodía que en la magia de la noche resonaba más quejumbrosa , y su oculto afecto fué en progresivo aumento por el invisible ser que con tanto amor localizaba el alma inspirada en los ágiles dedos para que á su contacto exhalase la sonora caja aquellos largos sollozos que pusieron en vela su curiosidad . Cada día que pasaba la voz secreta le repetía con mayor instancia que el tierno intérprete del Adiós era su melancólica compañera de viaje , que enviaba la última despedida á las sonrosadas ilusiones que acariciaron su mocedad dichosa . Pocos desvelos le hubiera costado salir de tan mortificantes dudas ; pero no quiso interrogar á Micaela sobre nada en que pudiera recelar su interés . Sin creer en la casualidad , el Vicario contaba siempre con la colaboración de dos importunos huéspedes : lo imprevisto , que en los momentos críticos altera los mejor concebidos planes , y el tiempo en todas ocasiones . En ellos fió ahora para disipar sus pertinaces dudas . Era domingo , el tercero de su llegada al pueblo , y hacía una tarde hermosa . Cruzado de brazos en el balcón asistía indiferente al lento desfile de personas majamente ataviadas , que iban al campo en busca de sol y oxígeno . La gente le miraba un momento de reojo , seguía adelante cuchicheando impresiones de su aire extraño , y tornaba á volver la curiosa cabeza hasta perderse á lo lejos . Á retirarse iba del balcón cuando vió , no sin extremecerse de sorpresa , doblar la esquina al matrimonio en que tantas veces pensara . Intensa palidez de muerte cubrió su rostro , y el surco de la frente se le marcó más hondo . — ¿ Por qué esta mutación tan súbita ? — pensó rebelándose contra sus obscuros sentimientos . — ¿ Qué me importa á mí esa pareja ? ... — Pero inconscientemente se llevó la mano al corazón , que latía con descompasado ritmo . También el matrimonio reparó en el sacerdote . Venía el marido embozado en holgada capa azul , y sobre el embozo reposaban cómodamente las anchas mandíbulas ; el pantalón , de grandes listas claras , bien ceñido á las zambas piernas , hacía más visible la deformidad de los pies calzados con anchos zapatos de gamuza y suela de cáñamo . Ella parecía tan triste como al volver del nupcial viaje . Envuelto el talle en lustrosas pieles , su cabeza se erguía altiva , contrastando con la mansedumbre de sus claros ojos ... El Vicario observó que aumentaba la zozobra de su espíritu , y sin poderlo remediar establecía secretas relaciones entre aquella mujer y la música nostálgica de Schübert , que tantas veces le sumergiera en el azul y blando Océano del vivir inconsciente ... De pronto , cual si le asaltasen antiguas olvidanzas , ó como si lo soñado en la remota edad de los risueños desvarios adquiriese por generosa y súbita merced del Cielo apariencia tangible , dióse cabal cuenta de que aquella mujer era la única que podía reemplazar en su desierto pecho á la muerta y llorada Claudia , amable encarnación de la pura idea que allá en su floreciente juventud , bien luego seca por temprana vejez , había deseado para dulce y casta esposa ... Viéndola marchar solemne y rítmica , alta la frente coronada de oro , la resignación en los ojos y la amargura en los labios , sintió admiración por ella , pensando que ninguna reina infortunada podría ostentar con mayor alteza la majestad del continente no vencido . Á compás del matrimonio que se acercaba , la agitación del sacerdote era más grande ... ¿ Sería ella la invisible maga que tocó el piano ? ... ¿ No sería ? ... ¿ Entrarían en la casa vecina ? ... El marido miró hacia el balcón , y al sentir el choque de la ardiente mirada que desde arriba chispeaba fuego , inclinó la cabeza en un saludo que tenía mucho de humillación . La pareja se detuvo un momento en la puerta de enfrente , cambió algunas palabras de despedida , y Don Jaime se alejó , tomando el camino del Círculo Católico . El Vicario pudo respirar libre de incertidum-bres . Sabía ya quién era la misteriosa mujer que le había emocionado con su música dulcísima . Ni siquiera se le ocurrió retirarse del balcón , ambicioso de mirar á la casa vecina . Ella , María Fernanda , había descorrido los blancos visillos que celaban discretamente las ventanas , sentándose frente á una señora de blanquísima cabeza y agudos perfiles , en la que quiso reconocer la dama enlutada que recibió en sus brazos á la hermosa joven al bajar de la diligencia . Las dos mujeres consideraron un momento al Vicario bajando en seguida la vista hasta la calle . Una niña se acercó retozona y bullanguera á la reja , golpeó gentil los cristales , y luego de enviarles largo beso , escapó ligera como un pájaro . Poco airoso parecíale al Vicario continuar en el balcón ; pero un fuerte impulso le retenía estático . En su ayuda vino Micaela : — ¿ Por qué no se retira , señor ? Va usted á quedarse yerto si continúa quieto . Luego le sugirió la idea de dar un paseo por la carretera , que es donde la gente se congregaba los días festivos . El Vicario le dijo dibutativo : — No sé qué hacer ... Tal vez salga ; pero aún es temprano ... Luego , luego ... Micaela se acercó al balcón , y después de pasear una mirada distraída por la calle , saludó á la ventana de enfrente con sonrisa amable . — ¿ Conoce usted á esas señoras ? — le dijo el Vicario entrando en la habitación . Micaela repuso cerrando los cristales y descorriendo las cortinillas para atalayar desde adentro : — ¡ Naturalmente ! En este pueblo nos conocemos todos , y especialmente á la familia de D . Guillermo ... ¿ Quién podría desconocerá Don Guillermo de Robles ? ... ¡ Que Dios Todopoderoso le haya perdonado su delito en pago del mucho bien que hizo en el mundo ! ... — ¿ Delinquió ? — Se suicidó , que es peor , Mire allí enfrente á su viuda ... ¡ Si usted supiera cuánto ha sufrido la desventurada estos dos años últimos ! El cabello se le ha vuelto blanco , ha perdido su antiguo cólor de rosas y ha envejecido antes de hora . Para mayor lástima dicen los médicos que Doña Elisa está tísica ... — ¿ Y qué dice ella ? ... — Que se cumpla la soberana voluntad del Señor . Sólo teme por su hija , que á ella nada le importa vivir ni morir . Es una resignada que pasa sus días llorando y elevando oraciones al Cielo para que se apiade de su pobre esposo . El Vicario permaneció suspenso . Luego dijo meditativo : — Dichosos de los que tienen fe y esperan en el Señor , última tabla de salvación . Micaela , que interpretó en otro sentido las palabras del sacerdote , le miró con respeto : — ¿ Y se puede esperar de Dios la salvación de un suicida ? ... ¡ Dicen que no ! Esa idea de las penas eternas constituye el gran dolor de la infeliz Doña Elisa ; pero es triste , muy triste que un hombre lleno de bondades como D . Guillermo de Robles se haya perdido para siempre , ¿ verdad , Sr . D . Iñigo ? El Vicario sonrió imperceptible y amargamente al observar que él , un descreído , aún podía infundir en los demás fe confortadora , y dijo paternal y tolerante : — ¡ Quién sabe , quién sabe ! ... Es muy posible que D . Guillermo esté salvo ... Terrible delito es el suicidio ; pero la misericordia es el más noble atributo del Altísimo ... ¡ Quién sabe , Micaela ! ... La justicia es fría y sobre fría estéril ; la clemencia y el amor son inmortales ... ¡ No hay que desconfiar nunca ! — ¡ Si Doña Elisa le oyera ! ... El Vicario guardó silencio , pensando que quizás sería un delito arrancar de las conciencias ingenuas la esperanza en Dios , mientras que la idea de Él no se sustituya con otra capaz de aquietar los espíritus conturbados . ¿ Lanzar al hombre en las negruras de la desesperación irredimible , no sería un crimen , el más infando de todos ? Micaela insistió : — Doña Elisa recibiría incalculable consuelo oyendo sus palabras , mi señor D . Iñigo . Á ella le parece muy horrible que su marido no se salve ... ¿ Por qué no la visita usted ? ... El Vicario hizo un leve movimiento de sorpresa ; indicóse en su frente la honda línea reflexiva , y sin contestar á la petición de la sencilla Micaela , le preguntó fríamente : — ¿ Y por qué se suicidó ? — ¡ Ah , señor Vicario de mi alma ! Yo no puedo explicármelo . Por motivos de honor , asegura la gente . Algunos han celebrado el suicidio de D . Guillermo diciendo que hizo lo que á su condición y buen nombre era debido . Sostienen que si un comerciante no puede cumplir con los empeños de su palabra debe matarse ó vivir deshonrado , y D . Guillermo de Robles , que ponía su honor sobre todas las cosas , decidió en mala hora poner fin á su existencia ... ¡ Señor , Señor , que así se coloque en trance de perderse para siem pre un buen cristiano por rendir acatamiento á lo que desatentadamente disponen los hombres ! — No todos guardan en su alma la fuerza heroica que se necesita para violar las torpes leyes que la loca Humanidad se impone . ¿ Y cuál fué la causa de su desesperada muerte ? — Pues verá usted , señor Vicario ... Don Guillermo se había significado por sus ideas radicales , y andaba muy metido en política con los hombres de la capital . Su esposa le repetía frecuentemente : — « Profesas con excesiva buena fe las ideas , Guillermo , y piensas que los otros obran con tu misma lealtad . Modera los entusiasmos . Repara que mientras los demás hacen su negocio traficando con los empleos públicos , tú abandonas los tuyos , huyes de casa , haces viajes á Madrid , realizas incesantes propagandas , socorres liberalmente á cuantos se te presentan invocando la comunidad de ideas ... Con este raudal de gastos , suscripciones públicas y otras cien socaliñas , tu partido devora lo mejor de nuestras rentas . ¡ Piensa en tu hija María Fernanda , y persuádete que por ese camino vas derechamente á la ruina ! » Don Guillermo reconocía que los consejos de Doña Elisa eran muy atinados , y siempre hacía propósito de la enmienda ; pero como le sobraba corazón , clientela y crédito , jamás pensó en serio que la ruina pudiera rondar su casa . — ¿ Y sobrevino la ruina ? — Á continuación de un grave motín que se promovió en la capital ... ( Bien lo recordará usted : aquél de la protesta contra el jefe del Gobierno ) ... Don Guillermo de Robles tuvo que huir y esconderse en la sierra hasta que pasara la tormenta . Aprovechando esta coyuntura , el desastre cayó aplastador sobre la casa . El cajero escapó con los fondos , y los dos dependientes principales , al ver que la ruina se cernía amenazando con dejarlos en la calle , saquearon los estantes del comercio en solo una noche . — ¿ Y no hubo manera de reparar el daño ? — ¡ mposible . Doña Elisa comunicó la desgracia á su esposo ; pero éste no podía hacer nada . El Jefe del Gobierno estaba irritadísimo ; se había instruido proceso por los desórdenes de que fué víctima ; menudeaban las detenciones , y se buscaba á D . Guillermo por todas partes . Cuando el peligro hubo pasado , el pobre señor sólo tuvo tiempo de salvar algo de lo que su esposa aportó en dote y pegarse un tiro , dejando que los acreedores se repartiesen los últimos despojos . — ¡ Hasta en el error hay nobleza ! — murmuró pensativo el Vicario . — Más nobleza que en la gente de este pueblo , señor mío ; bastante más nobleza ; pues ha de saber que como aquí había algunos acreedores , cayeron sobre la desgraciada viuda apenas llegó con su hija , y no cesaron de atormentarla noche y día , hasta que para vivir tranquila y que no se escarneciese en su presencia la memoria del infortunado esposo , vendió á D . Jaime , hoy su yerno , las fincas patrimoniales para abonar cuanto D . Guillermo debía . Á cambio de este rasgo , ninguno de los muchos que al suicida eran deudores ha pensado en que la viuda apenas tiene lo necesario para vivir modestamente . — Pero ... ¿ Y su yerno , qué hace ? — ¡ Su yerno ! ... ¡ Ay mi buen señor ! Usted no conoce á ese gavilán ... Su yerno no sirvió para estudiar ni para proseguir la fabricación y los negocios de su padre ; pero en conservar el capital contante y sonante no hay avaro que se le Desde la salida del pueblo la carretera se extendía como una sierpe de plata por espacio de dos kilómetros ; luego comenzaba á ondular graciosamente entre claras viñas y obscuros olivares , y se desvanecía como hilo sutilísimo en los últimos lugarejos recostados en las faldas de la gláuca sierra que limitaba el extremo confín del sinuoso valle . Los días plácidos del invierno y los atardeceres del estío llenábase el polvoriento camino de gente bien prendida para recibir gozosa los halagos del sol ó la blanda brisa que bajaba galopando de la montaña enhiesta . Al terminar la conversación con Micaela , el Vicario también salió á recibir el tibio tributo solar , que regocija al rico y presta vida al miserable . La gente hormigueaba en la carretera . Un airecillo suave hacía flotar ligeramente las capas de los hombres y ahuecaba truhán las vanas faldas de las mozas , que reían y chillaban alegres de aquella hermosa libertad , como si no las acechase el siguiente día con su desazón de fábricas y telares . En los cuatro zafios escalones que servían de pedestal á la Cruz de Piedra y donde los fieles se prosternaban en oración , algunos zagales irreverentes habían encontrado cómodo banco para ver el desfile de lindas muchachas y dirigirles algún torpe requiebro , que los demás celebraban con escandalosas risotadas . Algo más abajo de la Cruz , y frente á un viejo edificio rectangular que en invierno como en verano servía de asiento y sede á los políticos encargados de gobernar el pueblo , surgían dos sendas que paulatinamente se alejaban del camino principal . La de á mano izquierda , casi desierta siempre , inclinábase hacia el cauce del semidesecado río , y la de arriba , practicada al pie de verdes ribazos , era el ordinario é incómodo paseo de los que rehuían mezclarse á la algazara de la carretera . Este era también el paraje por donde cuotidianamente solían discurrir algunos librepensadores , gente arriscada y orgu-llosa de no padecer lo que llamaba rancias supersticiones de aquel pueblo atrasado y levítico . Al frente del grupo iba ahora un joven morenu-cho , nerviosillo y apasionado que peroraba audaces apologías de la República . Sus compañeros ahilaban detrás por la angosta senda , recibiendo taciturnos las enseñanzas que el entusiasta joven les ministraba . Y si éste les repetía algún párrafo tomado de memoria al grandilocuente tribuno que en la capital arrebataba de pasión á las muchedumbres , decían entre exaltados y sombríos : — ¡ Es menester que venga ; es necesario que aplastemos al jesuíta ! ... Y el joven aseguraba enérgicamente : — ¡ Vendrá ! ... ¡ Puedo aseguraros que vendrá ! ... Me lo prometió la última vez que le saludé , y él nunca falta á la palabra que empeña . Carretera adelante venía otro grupo de hombres que no perdía de vista á los librepensadores . Al pasar ante la Cruz de Piedra se descubrieron devotamente . Componían el grupo los católicos , tan firmes y decididos como los librepensadores en el sostenimiento de su fe . Cuanto á los ideales políticos , no había perfecta unanimidad , pues mientras el bravo sargento de caballería que los mandaba , González de Brea , era carlista ardiente , había liberales que nunca jamás pecarían de inconsecuencia por haber luchado contra las huestes facciosas del sanguinario Cucala , y pesar en su conciencia integérrima la tradición familiar que por igual les transmitió el amor á la libertad y la fe inextinguible en la Santa Religión Católica . Estéril fué que el sargento intentase varias veces persuadirles con razones reveladoras de su mayor cultura que el liberalismo era enemigo de la Religión , y que sólo D . Carlos podía ofrecer garantías de noble ayuda á la fe inspiratriz de nuestros mayores ; aquellos relapsos le argüían siempre con una obstinación que hacía muy alto honor á lo acendrado de sus convicciones , que nadie fué tan liberal como Nuestro Señor Jesucristo , y aún se alargaban hasta sostener que Cristo fué el primer republicano en el mundo , y también ellos lo fueran por seguir en todo al Divino Salvador , si el republicanismo actual no estuviese tocado de impiedad . Comprendiendo esta tarde el buen González de Brea cuán difícil era discutir sobre puntos tan escabrosos , prescindió de sus grandes lucubraciones para identificarse en lo fundamental con los amigos que le acompañaban . Y lo fundamental era defender la Religión , amenazada por los enemigos de enfrente . Y apresurando el paso González de Brea miraba con altanería al cabecilla librepensador , que de buena gana dividiría en dos con sólo un vigoroso mandoble , si le permitiesen requerir su sable guardado en un hondo arcaz , juntamente con algunos documentos muy amados : el nombramiento de oficial carlista , el acta de casado y la escritura de una viña hipotecada . Pensando en la hora dulce de la necesaria venganza , González de Brea marchaba altivo y perorando recio al frente de los suyos , militarmente erguida la cabeza , ondeando al viento la rizada barba negra , retador el mirar é insolente el pecho poderoso , que aspiraba con ávido placer el aire de la tarde y lo emitía con titánico y resoplante impulso . Su diestra mano esgrimía un fuerte bastón , no más pesado para ella que pluma leve , y la izquierda se elevaba solemne y autoritaria , rígido el índice , que luego de permanecer algunos segundos inmóvil esperando el dictado del verbo elocuente , se movía rápido y enérgico en un poderoso impulso que le circulaba por todo el brazo . Al llegar á la altura del bando rival , González de Brea acentuó la comba del pecho , retirando hacia atrás la cabeza hermosa , y dijo en alto estilo para que le oyesen : — ¡ Sí , amigos míos ! ... Somos los fuertes , y ¡ ay ! del que nos dispute el éxito . Y blandiendo terriblemente el herrado bastón , pasó seguido de su gente , que miraba de soslayo al enemigo vencido . Meses hacía que los ánimos estaban concitados por la activa propaganda de un jesuíta que había concedido preferente cariño á aquel pueblo . La Encíclica de León XIII sobre la cuestión social sirvió de ocasión propicia al P . Benavente para reputar su ardiente celo religioso , fundando buen golpe de Círculos Católicos Obreros en donde difundir el socialismo cristiano . Era el P . Benavente un jesuíta joven , gallardísimo , docto en ciencias sagradas y profanas y orador que sabía suplir la falta de grandilocuencia con la exquisita distinción de los ademanes y el tono de la voz , amoroso y cándido , virtudes que superaba en la conversación , tan untuosa y sugestionadora , que ni los más tenaces adversarios podían sustraerse al mágico influjo de su palabra inefable . A este prestigio de la bella dicción asociaba tal actividad el dulce hijo de Loyola , que no tardó en granjear merecido renombre de invencible catequista , y le bastaron muy pocos meses para fundar Círculos Católicos en casi toda la provincia . Este pueblo sedentario fué el que con más entusiasmo secundó su iniciativa . La antigua Sociedad de Socorros Mutuos , dirigida recatada - ^ mente por librepensadores , se despobló bien pronto , y sus socios ingresaron en el Círculo Católico : unos por presentir mejor parte , y otros por consejo de sus mujeres , en quienes la palabra fecunda del bello P . Benavente había reverdecido su hereditario fervor religioso . Pero la mayor parte transmigraron á la lozana Sociedad Católica por miedo á la indigencia que les representaba , lívida y descarnada , la actitud de los patronos negándose á recibir en sus casas á los obreros que no fueran católicos y no siguiesen literalmente las inspiraciones del suave jesuíta . El Círculo Católico estaba ya fundado , y sólo hacían falta algunos detalles , como dependencias y decorado . Allí fraternizaron desde el primer instante pobres y ricos , que éste era el apostólico ensueño del fundador , y así lo quiere y manda la Religión , en cuyo seno radica la verdadera solidaridad ... Cierto que no tardó mucho en advertirse la repugnancia de los ricos en codearse con sus beocios servidores ; pero esta repulsión es defecto inherente á nuestra flaca y soberbia naturaleza , y sería injusto culpar á la Religión ni al generoso ignaciano . El Círculo estaba fundado , pero la inauguración solemne dilatábala su patrocinador y guía para más adelante , cuando el tiempo abonanzase , ó quizás en el estío , sazón excelente , porque habrían vuelto los muchos hijos del pueblo que en el resto del año vivían fuera . Para entonces prometía llevar á los principales elementos oficiales de la ciudad y lo más florido de la juventud católica , dando así honra al pueblo y lucimiento al acto . La soberbia de los dominadores tenía en vilo á los radicales , gente pobre en su mayor parte , pero creyentes de buena ley , y ellos también deseaban revelar pujanza trayendo á un joven orador de extraordinaria acometividad y apasionada elocuencia , que tiempos atrás tuvo el admirable atrevimiento de retar al sabio P . Benavente á pública controversia . Sólo en el ardor de su tribunicia palabra confiaban los exiguos radicales para no desaparecer como fuerza local después de la tremenda derrota que había sufrido su Sociedad de Socorros Mutuos ; pues aunque los católicos decían en descrédito del vibrante orador que en los momentos de mayor peligro había escapado dejando á D . Guillermo de Robles al frente de la masa amotinada , sus correligionarios le redimían de toda culpa , sosteniendo que en múltiples ocasiones había corrido cárceles y destierros ... Los católicos tomaron asiento en un ribazo no lejos de sus enemigos , para provocarlos con incisivas miradas . La gente seguía circulando dichosa entre ambos grupos , desajena á sus mutuas querellas . Era la mayoría de los paseantes muchachas del pueblo y jóvenes tejedores ó artesanos que se habían posesionado de la carretera aquel día de fiesta en que las familias lucidas organizaban novenas y rosarios por no mezclarse á la pobretería que holgaba . En los rostros de las gozosas obreras notábase que los ligeros carmines habían brotado al azote del viento , y que con estos matices de aparente vida se solapaban la clorosis y anemia producidas por la tacañería del sustento con la colaboración de la ímproba tarea diaria que durante doce horas habían de consumar en lugares malsanos , inclinados sus breves cuerpos sobre el telar , y llevando con pies y manos un rítmico concierto extenuante ... Rígido , austero , observando con ojos sagaces los pensamientos é intenciones que en sus gestos y actitudes revelaban grupos y personas , pasó el Vicario arrebujado en su negro manteo . Los radicales le enviaron una mirada acariciadora , presintiendo en el desterrado sacerdote á un secreto libertador , que no iba al Círculo Católico ni sustentaba cordiales relaciones con los demás Vicarios , los cuales le atribuían ya achaques de satánica soberbia y comenzaban á tenderle las finas hebras de la murmuración , de la insidia aleve , de la reticencia embozada que suelen formar la oculta urdimbre de lo que , andando el tiempo , ha de convertirse en calumnia audaz . González de Brea le saludó con un leve signo de cabeza ; pero tan glacial , que trascendía á forzada ceremonia cortesana . Y el sacerdote continuó su camino rígido , austero , desflorando á veces una incipiente sonrisa enigmática . Al caer de la tarde , D . Iñigo Interián de Bar-nuevo desanduvo el camino recorrido , convirtiendo el examen de las personas en el de la naturaleza circundante . El término del pueblo estaba limitado por los montes que lo rodeaban . A su izquierda corría recta una cordillera monda , rocosa , sin otra vegetación que la mezquina de los tomillos , romeros y aulagas nacidos entre cortantes pizarras , que sólo servían de fugaz alimento á los hornos de la villa . A una altura como de cien metros , la montaña aparecía arañada por picos y azadones , que con prolijos esfuerzos habían extraído las piedras para plantar algunas viñas en tan áspero suelo . Con estas piedras el hombre había hecho altas calzadas que sustentaban amplios rellanos de tierra donde poder sembrar algunas mieses . Acumulando tomillos y romeros bajo grandes montones de la improlífica tierra , el campesino los encendía durante semanas enteras para que el manto de cenizas sirviera de algún alivio y atenuase lo infecundo del suelo . A la derecha de la carretera extendíase una ondulante zona como de dos ó tres kilómetros , y en seguida comenzaban las agrias estribaciones de otra sierra , en cuyas laderas también se veían blancos arañazos de los picos y azadones que se habían esforzado en conquistar una mínima parte de fertilidad al seno moroso de la naturaleza . Era esta última sierra de dominio común , y á ella iba el enteco y triste jornalero los domingos libres y los días lluviosos del invierno que sufría necesario paro , á extraer las reacias piedras del monte y plantar luego algunos almudes de maíz ó trigo , que si el año era muy próspero podría rendirle hasta medio cahíz de grano para conllevar la perenne escasez de los tiempos . Frecuentemente una enfermedad ó prolongada ausencia de trabajo le reducía á obstinada inacción , y un amo cualquiera se posesionaba de la parcela con tantos afanes y trasudores arrancada á la sierra inclemente para remunerarse de las cuatro monedas anticipadas al mísero campesino . Huraña é intratable la naturaleza , altos y fragosos los pelados montes que rodeaban el pueblo , los crepúsculos jamás infundían al espíritu la suave melancolía que lo abstraía de las cien necesarias preocupaciones diurnas y le hace concebir la universal armonía de los seres y las cosas . Con las v sombras de la tarde sentía caer el Vicario la tristeza pesada y sin encanto de los parajes desolados y malditos . Los anchos horizontes de rosa y nácar que dilatan el ánimo oprimido ; la vastedad de los campos fecundos que llenan el alma de grata placentería ; las montañas coronadas de nieve que vivifican y exaltan aspiraciones latentes ó dormidas ; el aspecto del mar , sereno ó alborotado , sugiriendo pensamientos de eterna grandeza ó poblando el pecho de secretos tumultos conquistadores ; cuanto induce á la plena realización del ideal glorioso ó invita al blando ensueño , estaba de allí proscrito para siempre . La tierra esquiva y los feos montes retenían al hombre con atracción ineludible , y la inteligencia cautiva perdía su audacia para volar por nuevas y no presentidas zonas . ¡ Y cómo influía este ambiente de parvedad y desolación en el carácter del pueblo ! Mezquinas , apegadas á lo vetusto , las generaciones se deslizaban calladas , depositando sucesivas capas de rutina sobre el espíritu ahogado , que adquiría inalterable fijeza para que los hombres de otras latitudes pudiesen estudiar una edad muerta mucho mejor que en esas antiquísimas ciudades sepultas hace veinte siglos entre escombros . Ideas , sentimientos , pasiones , todo sufría el rápido influjo petrificante de aquel medio uniforme y triste . Hasta el lenguaje se había anquilosado , y si el forastero aportaba al pobre léxico alguna palabra , símbolo de un nuevo sentir , bien pronto la intrusa moría de abandono y vergüenza , perseguida encarnizadamente por burlas y rancios decires . Un momento hubo — un momento nada más — en que el alma postrada del pueblo quiso aliviarse de moho y surcar ligera por desconocidos espacios . Pobre de alientos , cayó vencida al primer impulso para esperar resignada la muerte . Desesperados aquellos labriegos de poder arrancar á la entraña usurera de la tierra el preciso sustento , dieron en el acuerdo de fabricar rústicos paños . Las mujeres hilaron lana en ingenuas ruecas , y los hombres se tejieron las primeras piezas . Asnos famélicos como ellos les transportaron el burdo género á los pueblos comarcanos , y su venta , vara á vara , les dió apenas lo necesario para malvivir y continuar tan mezquino tráfico . ¡ Improba era la tarea , pero no más ímproba que la de arañar perdurablemente el suelo estéril , y aún les quedaba , como promesa risueña y confortadora , la esperanza de un porvenir mejor ! ... Haciendo milagros de doméstica economía , mermando un poco á lo necesario para sumar otro poco al ahorro , elaboraron mayor cantidad de paños , cuya solidez , si la finura no , los hizo aceptables en varias provincias , donde el campesino necesitaba género de confianza que resistiese como él todos los rigores : el calor y la lluvia , la suciedad y los años . El pueblo prosperó paulatinamente . Sobre las viejas cuevas de trogloditas practicadas en la piedra viva de la montaña , erigiéronse muy holgadas casas que pudieran contener lanas y telares , y aquellos ancianos , duros sufridores , y aquellas ancianas que hilaron albas vedijas para hacer las medias de sus maridos en exiguos ratos de vagar , fueron padres complacientes de una nueva generación de señoritos alfeñicados , llena la cabeza de humo , que se desvanecía ligero al primer soplo de la suerte adversa ; niños cursis é ignorantes que vestían de chaquet para ir al casino ó á la carretera y perdían el verdor irreconquistable de la juventud entre pasatiempos y bostezos , en lugar de continuar la obra de sus padres , mejorando y renovando los instrumentos de trabajo por ellos empleados en la iniciación de sus fabriles labores y que ahora se apolillaban y herrumbraban en las polvorientas cambras , donde ya no se oía el resonante golpear de los activos telares ni el confuso zumbido de las devanaderas movidas vertiginosamente por la grasienta mano de la canora operaría ... Ricos los padres , conservadores los hijos , pobres los nietos ... Los tres grandes ciclos que otros pueblos emplean siglos en recorrer , los había cerrado éste en el breve espacio de una sola vida ... Aún quedaban venerables reliquias animadas de aquella primera edad , heroica y creadora , que tenía por lema : « Luchar á brazo partido contra el destino huraño . » Aún dominaba la casta conservadora , de que era arquetipo D . Jaime , el varón más rico del pueblo , el más orgulloso y el más inepto también . Sus consejos resumían toda su plebeya filosofía y el método que debía observarse en la vida : á los que tenían dinero heredado , recomendábales que no lo arriesgasen en audaces empresas ; á los que iban en seguimiento de la fortuna , les decía que ahorrasen aunque hubieran de escatimar más de lo justo , pues en la economía tiene su base y asiento la riqueza ; á los que comenzaban á trabajar , les aconsejaba que siguiesen el buen ejemplo de los viejos , enriquecidos fabricando paños y vendiendo ellos mismos lo que fabricaban ... Los padres crearon el modesto capital ; los hijos descansaron confiadamente en él , no lo acrecentaron con el tráfico : el más afortunado sólo pudo conservarlo incólume , pero la herencia lo dividió en partes , y los nietos sólo recibieron fragmentos insuficientes para satisfacer nuevas necesidades de lujo y regalo que desconocieron los antiguos ... Muerta la voluntad en aquel ambiente de pobreza y rutina , moldeada la vida en lo que se había sido , no en lo que se era , ningún descendiente de rica familia se hubiera creído honrado volviendo á cavar las viñas que con sus rudas manos plantó el próspero abuelo , ni moviendo el telar , años há mudo y arrinconado ... Triste por no encontrar un ideal en el curso de su precaria existencia ; fluctuante entre la molicie insípida y el temor de arriesgar en los negocios su exiguo patrimonio ; roída de continuo el alma por el gusano interior de ambiciones malogradas y ansias no concretas , la nueva generación era la más infeliz de cuantas la habían precedido y de las que pudieran seguirle en su rápido ocaso . Quizás los hijos de estos hijos , no habiendo asistido al pasado esplendor , tuviesen el heroísmo de desceñirse la señoril corbata que les unía á otra clase , tiránica por sus preocupaciones . A los padres les faltaba la temeridad que implica semejante resolución , y antes que mancharse en el lagar ó exponer su menguado patrimonio en un más perfecto instrumento de trabajo que atajase la total ruina de la industria , prefería ingresar , por más decoroso y seguro , en la estéril y aborrecible casta de los empleómanos , ó recorrer , caballero en ridículo rocín , los pueblos comarcanos á la rebusca de señorita hacendada , aunque no hacendosa ... Y los que , bastante más valerosos , huían del pueblo acosados del hambre , ambién llevaban en el seno gérmenes tan avasalladores de decaimiento y muerte , que su última esperanza azul en medio de la turbulenta vida , era retornar á los antiguos lares , humillar la rugosa frente sobre la tierra amada , y que el fúnebre surco acogiese propicio sus mustios despojos . Meditabundo y distraído en la contemplación de aquella naturaleza dura para el hombre , el Vicario prolongó su paseo hasta llegar , dando la vuelta al pueblo , á un edificio largo , muy largo , de bajas paredes acribilladas de ventanas . Una gigantesca chimenea de ladrillos rojos encaperu-zada de negro surgía de su costado izquierdo . Paralelo y adyacente al gran edificio corría un jardín , seco y abandonado . Desde una vecina eminencia el cementerio proyectaba su sombra fatídica y letal sobre la silenciosa fábrica que en más dichosos tiempos atormentaba incesantemente con el tumulto de los émbolos , el escandalizar de los silbatos , el girar vertiginoso de las ruedas y volantes que le daban apariencia de colosal organismo animado . Desde que la industria había venido en lamentable decadencia , el férreo gigante de complicada estructura estaba mudo , dormitando su pereza á la sombra vencedora del callado cementerio , y sólo algunos días del verano el ingente tubo de ladrillo exhalaba débiles y tardías columnas de humo como avergonzado de enviar tan mezquina ofrenda al tosco dios del trabajo , que gusta embriagarse con el negro incienso que surte de las fábricas y talleres . La visión del campo y del pueblo parecíale al Vicario que justificaba el carácter levítico de sus constantes habitadores . Los primeros meses de estancia los consagró á estudiar la pe-culiarísima é inconfundible fisonomía de aquel lugar . Abandonado , olvidado en un rincón esquivo de feracísima provincia , lejos del mar , lejos de fáciles vías férreas que allanan las comunicaciones , sólo el súbito nacer de la industria pudo dar apariencias de vida holgada á aquella villa circundada de campos yermos y de montañas calvas . Durante el breve período de pujanza agrandóse la población hasta contener más gente extraña de la que allí naciera . Con la rápida decadencia , las casas volviéronse harto anchas y las personas se encontraron con medios sobrado estrechos para vivir . Empujados por la necesidad , que siempre hurga y espolea á los débiles , fueron saliendo en largo éxodo los que sobraban y estableciéndose en la extensa Mancha , en la distante Andalucía , en la remota Extremadura , doquiera el hambre ó el negro sino los echaba . En el viejo lar sólo permanecían las esposas y las hijas — las hijas y las esposas solamente — contando los luengos meses que faltaban para recibir al esposo y al hermano . Si el año era abundante en dones , al cabo del año regresaba el padre , que el hijo rara vez volvía tan pronto al desamparado hogar . Era el retorno ansiado por la plenitud del estío . La casa se llenaba entonces de alborozo santo , y á la quietud discreta — sólo interrumpida por la murmuración y el rezo — sucedía la alegre actividad de los negocios . Con el dinero ahorrado en once angustiosos meses de mortal trabajo , escatimando en los gastos hasta frisar en la tacañería , comprábase alguna lana para reanudar en , alquilados telares la fabricación de los géneros que habían de vender en el siguiente año . Durante la breve época en que los expatriados volvían , el pueblo cobraba parte de sus perdidos visos . En el Casino rumoroso , en la polvorienta carretera , en la apacible tertulia familiar , hablábase sin descanso del comercio , de pocas esperanzas y muchos temores para lo porvenir ... ¡ Ay , habían pasado ya los buenos tiempos del pueblo , los tiempos felices en que cualquier hombre se enriquecía presto ! ... ¡ Si los viejos tuviesen que conquistar ahora sus hermosas fortunas de 25.000 ó 30.000 duros ! ... El progreso , el maldecido progreso había importado la moda , que sin cesar se renueva , en villas y aldeas , y nadie demandaba el rico paño negro ó pardo que vivía años incontables . La borra vil , el algodón y hasta el zafio esparto , perfectamente manufacturados en las opulentas fábricas que Satanás mismo había establecido en Barcelona , Sabadell y Tarrasa , llegaron á derrotar el tosco pero generoso paño , permitiendo vender á muy bajo precio género de tan vistosa superficie como mezquina longevidad . Sólo entre la ínfima clase del pueblo , que apenas compra , seguían privando los artículos del olvidado lugar , algo adulterados á la sazón , porque la mucha competencia obligaba á introducir la odiosa borra para abaratar el precio . Y era preciso trabajar , aunque el trabajo maldito no remunerase tanto esfuerzo . Peor , muchísimo peor estaban aquellos señoritos desdeñadores de los negocios , vagando descoloridos por las calles , hastiados , torcida la boca por fría mueca de amargo escepticismo , vilipendiados en las sempiternas murmuraciones de ancianos y mujeres que parecían zumbarles en los oídos el continuo « ¡ Anda , anda ! » que martirizaba al Judío Errante . Haciendo abstracción de estas diferencias económicas aportadas por las alternativas del tiempo , el pueblo perseveraba en sus ideas , prejuicios y hábitos fundados en la quietud y el sueño , á que aspiraban vehementes sus desterrados hijos . Morir en silencio y descansar por siempre á la sombra propicia de los recordados cipreses , era la postrer ambición de aquellos vencidos . Y el regocijo más puro de sus torturadas existencias , el que sentían al regresar definitivamente á los nativos hogares , allá en el indeclinable término de su vital carrera . Al divisar en medio del camino la misma rígida Cruz de Piedra que los había despedido ; al percibir los mismos tejados , negros y tristones que los había cobijado ; el mismo campanario de enhiesta y sutil saeta que en las mañanas invernales celaba la densa niebla ; el truncado castillo roquero , morada de brujas y fábrica de encantamientos que tantos sustos les diera de niños ; en fin , al contemplar en la cumbre más alta y agreste — dominando el castillo , y el campanario , y el pueblo , y la Cruz de Piedra — , aquella otra Cruz , gigantesca , desolada y trágica , que los había visto salir jóvenes y los veía tornar con la cabeza plateada , el pecho se les hinchaba de congoja y del corazón les brotaba , aunque no supiesen formularla los labios , la patética salutación esquílea : « ¡ Oh , tierra de Argos ! ¡ Oh , suelo de la Patria ! Al término de mis años vuelvo á tí en este claro día . De tantas esperanzas defraudadas , por fin he alcanzado una , la que nunca imaginé lograr : ¡ Morir en Argos y tener mi sepultura en su tierra queridísima ! ¡ Salve , oh , tierra ! » Idéntica revolución moral se operaba en el que tenía la dicha de volver al pueblo para que pías manos le cerrasen dulcemente los ojos á la luz de la vida . El que en muchos lustros de áspero rodar por el mundo había olvidado las cristianas preces que aprendió de niño , tomábalas otra vez de memoria para recitarlas en mecánico tono al presidir los cuotidianos yantares , ó cuando sentado en patriarcal sillón á la vera del fuego escuchaba el fatídico son de la campana plañendo largamente por las ánimas que en el Purgatorio penan sus mundanales culpas . Los primeros tiempos eran de porfiada rebeldía . Parecíale al nómada que era de excelente tono perseverar en los hábitos de indiferencia ó desdén adquiridos durante su errátil vida buscando la suerte esquiva . Estaba muy en su punto que las mujeres rezasen y oyesen misa . Al fin carecían de más placenteras distracciones en aquel pueblo de perenne aburrimiento , y el santo temor de Dios las conservaba puras de tentaciones y pecados mientras el hombre surcaba España . Pero su facultad de resistir habíase agotado resistiendo á su negra estrella , y no tardaba mucho en someterse dócil á las súplicas acendradas de la esposa y las hijas ... Las oraciones empezaban á fluir , torpes y con desmayo , de sus incrédulos labios . Y como era inveterada costumbre que las personas de pro fuesen todos los domingos á misa , á ella iba el antiguo bohemio , complaciente y engalanado , dichoso y ufano de poder acompañar á las personas más queridas de su corazón . A la misa sucedían las confesiones , á éstas las frecuentes comuniones ; y puesto ya en el trance del mucho conceder que afloja la voluntad , pronto sobrevenía el ingresar en cofradías , el preceder vela enhiesta al predicador que se enderezaba al pulpito , el tomar directa parte en cuantas procesiones y solemnidades religiosas organizaba el pueblo . Las ideas modernas que apasionan los ánimos ; los descubrimientos magníficos ; las transformaciones de la sociedad , sólo llegaban allí como lejanos y confusos ecos , como turbias rodantes olas que se deshacen en liviana espuma al tocar la desierta playa . Sólo en las columnas de algunos periódicos , al lado del ígneo hogar , leían á través de lucientes gafas aquellos cansados ojos los grandes sucesos que preocupaban al remoto mundo , y en los obscuros limbos de su empobrecido intelecto forjábanse terroríficas presunciones sobre gentes hoscas é inhumanas , locos sombríos y pálidos fantasmas aulladores , que con el puñal ensangrentado en la temblorosa mano avanzaban ebrios y frenéticos bajo trágicas banderas negras , alumbrando su fatal camino con el rojo resplandor de las bombas estallantes y proclamando con gestos satánicos el apocalipsis de una sociedad y la próxima aurora de un nuevo mundo utópico donde se realizase la para ellos absurda é imposible ilusión de que no hubiese pobres ni ricos , propiedad ni dinero , religión ni familia ... El Vicario , que profesaba la máxima de « saberlo todo para perdonarlo todo » , perdonaba al pueblo sus defectos y desvarios ; pero no obstante su carácter meditativo y su propensión al aislamiento , hacíasele insoportable la idea de vivir mucho tiempo en aquel medio sin policía espiritual ni más alta aspiración que llegar silenciosamente al epílogo de sus inexpresivas existencias . El mismo empezaba á sentir — cuando apenas habían circulado cuatro meses — enervamiento en el alma y laxitud en el cerebro . También él barruntaba que sobre su ágil espíritu se cernía , pesada como una niebla de invierno , la tristeza insondable y fea de aquel pueblo . En olvido yacían sus pacientes notas , gérmenes fecundos de páginas y capítulos ; la visión intelectual , ancha y coloreada que del libro se le había revelado en el silencio solemne de una noche poética , se desvanecía lamentablemente como un halo , quedándole sólo en el cerebro nimbos fosforescentes que perdían en intensidad á medida que se espesaban las sombras brumosas que lo invadían . Las ideas aún pululaban en su misterioso laboratorio ; pero se había roto el mágico hilo de oro que las engarzaba ... Apagábase en su corazón el puro hogar que acalora y vivifica los sentimientos ... ¿ Estaría condenado ¡ él , que sólo vivió de la vida anímica ! á sentir frío en el pecho y negruras en la mente ? ... ¿ Pasaría ¡ él también ! por el opaco mundo sin dejar una estela de luz ? ... ¿ Cómo poder contener los avances de esta muerte moral , que era la única muerte que le infundía miedo ? ... Entonces pensó en la viuda y en su hija , otros dos seres condenados á destierro perpetuo : la una , forzada á llorar su triste viudez , llena de temores ; la otra , condenada á sobrellevar la cruz de un marido ineducado y soberbio ... ¡ Si él pudiera prestarles alguna ayuda y reavivar , al contacto de sus penas , los antiguos sentimientos en trance de fenecer ! ... Una mañana de lluvia y hastío reparó el Vicario que Micaela le rondaba . Algo quería decirle ; pero el sentimiento de profundo respeto que el hierático sacerdote le inspiraba impedíale hablar sueltamente . En una de sus idas y venidas por la habitación detúvose ante D . Iñigo In-terián , y haciendo un esfuerzo le dijo con timidez y candor : — ¿ Por qué no las visita usted ? El Vicario afectó que no la entendía , y volviendo distraídamente la cara para contemplar el monótono caer del agua , preguntó á su patrona : — ¿ Cómo ? ... — Que debiera de visitarlas ... — ¿ A quién ? ... — A ellas , á las vecinas de enfrente . El Vicario arrugó la frente é hizo un leve gesto de sorpresa . Viendo que callaba , Micaela se aventuró por segunda vez : — Le recibirían bien ; puedo asegurárselo , señor D . Iñigo . — ¿ Y cómo lo sabe usted , señora ? — Porque días pasados se me ocurrió referir á doña Elisa las frases de piedad que tiempos atrás tuvo usted para la memoria del malogrado D . Guillermo de Robles . Difícilmente puede usted figurarse el contento que recibió la bondadosa señora al sentir renacer la esperanza de que su esposo fuera salvo . El Vicario miró á Micaela con tan impasibles ojos , que la pobre mujer empezó á temblar como si corriese azogue por su cuerpo . — ¿ Y con qué autorización se atreve usted á trasladar mis palabras á otros oídos ? ¿ Sabe acaso si le dije verdad ó fué simple presunción mía ? Ella le suplicó temerosa y contrita : — Le ruego que me perdone si he incurrido en alguna indiscreción ; pero ¡ quiero tanto á doña Elisa y á su hija ! ... ¡ Me apesadumbra tanto ver-las sufrir ! ... ¿ Qué consuelo podré negarles si de mí depende ? ... El sacerdote volvió á callar , moviendo tristemente la cabeza . Este tácito asentimiento de su acción animó á la ingenua viuda : — ¡ Vaya usted , D . Iñigo ! ... ¿ Por qué no quiere ir ? ... — ¿ Yo ? ... ¿ Y para qué ? ... — ¡ Para consolarlas y ayudarlas ! ... Viven aisladas , sin relaciones de amistad sincera . Usted , en_su calidad de sacerdote austero , podría prestarles inapreciable servicio , aquietando á esas dos almas conturbadas . — ¿ También María Fernanda sufre ? — Ella nada dice ; pero yo bien leo en su cara que sufre más hondamente que doña Elisa ... No es D . Jaime el hombre que conviene á una mujer como ella ... Ni siquiera la deja disponer con libertad en el interior de la casa ; tan egoísta y tacaño es , que le tasa los gastos semanales por miedo de que entregue el dinero á su madre ... ¡ Mírela usted ! ... Mírela humilde y vencida detrás de los cristales . Largo rato hacía que María Fernanda estaba contemplando el cielo gris en una mirada inacabable y nostálgica . Tenía las manos cruzadas en actitud devota sobre el pecho ; las rosas suaves de sus mejillas empezaban á decolorarse , y la sombra de tristeza que sobre ellas pasaba dábale apariencias de estatua , resignada y mística . Quizás pensaría la infeliz , mirando el plúmbeo cielo , en otra segunda patria inmortal , libre de importunos sufrimientos . Tal vez su fantasía cruzaba anhelosa el dilatado espacio , siguiendo la leve imagen de un quimérico amador . Al bajar los ojos hasta el suelo , su mirada chocó con la mirada negra y eléctrica del Vicario , que resistió un momento ; luego hicieron súbita aparición en su rostro los carmines de la vergüenza , inclinó dulcemente la rútila cabeza y se retiró de los cristales , dejando caer los visillos . Micaela fué la primera en romper el silencio al desaparecer María Fernanda : — ¿ Irá usted , D . Iñigo ? El Vicario respondió con resolución : — No . — De veras lo siento . ¡ Pobres señoras ! ... — Por eso me abstengo . Son señoras , y no debo cultivar su trato ... ¿ Olvida usted el escándalo de D . Pedro ? — No todos son iguales ... Sobre que yo nunca he creído en ese escándalo , ó mejor dicho ( pues el escándalo ha sido muy cierto ) , en lo que dicen de D . Pedro ... ¡ Ay , señor ! ¿ Quién podrá vivir en este pueblo libre de asechanzas ? Aquí no existe la vida de sociedad ; se carece de paseos y distracciones , y es necesario hablar de algo ... Como los asuntos faltan , las lenguas se ejercitan en la murmuración . — Que es el más agradable y entretenido ejercicio , ¿ verdad ? ... — ¿ Por qué dice usted eso ? ... — Porque también se murmura de mí . — ¿ Y quién se lo ha dicho , señor Vicario ? — Todos y ninguno . Por mucho que oralmente me dijesen , siempre ocultarían algo . Y yo no ignoro lo que la gente piensa y murmura de mi persona . La calumnia , lo mismo que el elogio , forman un ambiente que rechaza ó atrae , y esa atmósfera á nadie impresiona de un modo tan directo é inmediato como á los que vivimos en el retiro , lejos de las pasiones tumultuosas que alteran la sublime serenidad del ánimo . Facilísimo me sería , sencilla y bondadosa Micaela , señalarle con el índice quiénes por mí sienten simpatía y quiénes me vituperan ... Un gesto vivaz , una mirada casi imperceptible , una palabra que escapa sin referirle importancia el mismo que la pronuncia , una mutación inconsciente del que á nuestro lado pasa , un signo cualquiera , es más expresivo y facundo para quien sabe interpretarlo que todos los artificios razonados con que solemos exteriorizar nuestros odios y nuestros amores . .. ¿ Quiére usted que le repita cuanto de mí ha oído ? ... — ¿ Qué podrá usted repetir , señor Vicario , si nada me han dicho ? — ¿ De veras ? ... ¿ No le han preguntado qué hago , cuándo como , á qué hora me acuesto , en dónde está mi familia ? ... — Pero eso no tiene importancia . — También le habrán dicho que soy un hombre rodeado de misterio , un excéntrico ... — Eso es natural ; su aire ... — Todo es natural en la vida , y por serlo , dice D . Jaime que soy un espíritu orgulloso é intratable . — ¡ Señor Vicario ! ... — Y los Vicarios que soy un pedante y un soberbio envanecido . — Pero ¿ quién le dice á usted esas cosas ? — Todos y nadie ... ¿ No proclama el pueblo entero que algo grave oculto en mi pecho : amores sin ventura que me obligaron á salir del mundo é ingresar , lleno de luto , en la Iglesia ... ; quizás algún crimen inexpíado y terrible.tal vez un principio de locura que me hace misántropo y sombrío ? ... ¿ No dice todo esto el pueblo ? ... — ¡ Vamos , mi señor D . Iñigo ! Usted exagera . Lo menos piensa que todos le miran con malos ojos ... — ¡ Oh , no , señora ; bien sé que pasando el tiempo logro nuevas simpatías ! ¡ Ojalá fuese de otro modo , y no suscitaría celos ni rivalidades peligrosas ! ... Entonces me dejarían vivir en paz ... Pero , ¿ qué digo ? ... Quizás sea preferible que me zahieran y escarnezcan para que la atonía inva-sora no me seque el corazón y el cerebro ... ¡ Sí que es preferible ! ... ¡ Todo menos terminar mis días siendo uno de tantos ! Fórjese cuanto antes la calumnia libertadora , supuesto que ya no tengo fuerzas bastantes para romper yo mismo el nudo de este indigno vivir , que me identifica á ellos , á usted , á cualquiera ... — ¿ Y es posible que guste usted de ser calumniado ? - \ . — ¿ Por qué no , cuando la calumnia puede aportarme grandes bienes ? ... Micaela se santiguó en oyendo estas palabras . Luego dijo : — ¿ Pero no desvaría usted , D . Iñigo ? El Vicario prosiguió como si no la oyese : — Siento ya la fuerza incoercible emanando de las palabras que respecto á mí se dicen ... Como las deidades antiguas ejercían su invisible influjo , propicio ó adverso , sobre los héroes homéricos , así presiento la lucha que sobre mi cabeza están empeñando el amor y el odio . El querer de los caídos está conmigo ... Quiérenme esos pobres diablos que se llaman radicales ; quiérenme las mujeres humildes , que en el tribunal de la penitencia me piden la protección y el consuelo que les niega una sociedad egoísta y fría ; quiéreme , y me busca , doña Elisa desvalida , que lleva hincada en el cerebro la obsesión contumaz de su esposo ... ; tal vez María Fernanda perseguida por los celos ... — ¿ Quién le ha contado que D . Jaime está celoso ? Nada he oído á ella . — Usted misma ha dicho hace poco que no es D . Jaime el hombre que conviene á una mujer como María Fernanda . ¡ Oh , es sobrado bella para que el tosco espíritu de un lugareño , lleno de preocupaciones , no tenga miedo ! El está orgulloso de ser el único señor de tanta hermosura , y á fuer de tacaño , teme que le roben tamaña prenda de vanidad , la mayor que en la vida se ha permitido . María Fernanda era pobre ; Don Jaime imagina que hizo muy noble acción sacándola de su miseria ... El mero pensamiento de una falta deshonesta le hiere y exacerba : de su propia vanidad lastimada por quiméricas dudas ó remotas posibilidades , brota espontáneamente la negra flor de los amargos celos ... ¿ Pero á qué viene hablar de cosas tan naturales ? ... Digo que la calumnia ha empezado á condensarse sobre mi cabeza , y la tempestad rompería luego fragorosa si á la confabulación de los poderosos quisiera oponer yo la fuerza del pueblo , que me seguiría obediente y entusiasmado . Pero no ; ni necesito al pueblo , ni quiero arrastrar tan pesada cohorte de dóciles autómatas . — ¿ Y no hará nada para evitar el efecto de esas maquinaciones que usted presiente , y que yo creo simples temores que en la soledad asaltan su imaginación ? — Nada . Yo no puedo contrarrestar una á una las infinitas necedades que contra mí formulen labios ociosos ... ¿ No ha visto usted esos cromos que se exponen en algunos comercios de mercería ? ... Hay allí un gigante caído y una turbamulta de viles enanillos le aprisiona , tejiendo sobre su cuerpo yacente espesa red de finos hilos , que serían fáciles de romper uno á uno si no fuesen tantos ni se entrecruzasen en tan varias direcciones ... Yo soy como ese gigante , y el Cura , los / Vicarios , D . Jaime , cuantos por mí sienten envidia ó injustificados recelos , son esos encaperuza-dos gnomos que en la sombra me persiguen y tienden celadas . — Y llegará un momento en que , por no defenderse á tiempo , se verá usted preso por los pies , por las manos , por el cuerpo entero , entre tanta fina hebra que la maledicencia teje incansablemente ; ¿ no quiere usted decir eso ? ... — Preso me verán ; pero como yo soy mucho más ágil y robusto que el gigante del cuento , ¡ quién sabe si cuando más esclavizado me crean los enanos no me encontraré yo más libre y audaz ! El triunfo de ellos quizás sea el principio de mi mayor triunfo , porque me ayudarán con sus injusticias á deshacer estos cobardes lazos que me retienen en afrentosa vida . * — ¡ Me dan miedo sus palabras ! ... ¿ Qué piensa hacer usted , señor Vicario ? ... — Guardar silencio , buena mujer ; pues me parece que estamos perdiendo lastimosamente el tiempo en vana locuacidad . — ¿ De manera que está usted resuelto á no visitarlas ? ... — No . Ya me buscarán ellas . — ¡ Jesús , bendito y alabado ! ... ¿ Pero qué dice usted , señor ? ... — Que me buscarán ellas . — ¡ Ellas ! ... ¡ Es verdad ; no había pensado en que hay un medio seguro ! ... Doña Elisa , cuando menos , quizás le visite ! ... Sus escrúpulos de enferma son tan grandes , que por saber si D . Guillermo de Robles se encuentra salvo sería capaz de condenarse ella . Los Vicarios no habían declarado abierta guerra á su compañero ; pero cualquier atento espíritu hubiese podido anotar varios síntomas que la anunciaban y preparaban . Aquel sacerdote austero , de ancha y pensativa frente , adquiría rápidamente más prosélitos que sus cofrades . La naturaleza humana se siente atraída con fuerza ineludible por lo desconocido y misterioso , y las personas iban conducidas por mágica atracción hasta el silencioso Vicario , en cuya alma creían presentir hondos y sombríos abismos . Como el pueblo se dividía en bandos políticos , así la grey devota profesaba singular afecto á uno ú otro Vicario . Eran los dilectos meses antes dos jóvenes de dulce labia , entrometidos y alegres . Sus confesandas los sostenían con tanta pasión en las charlas de obrador ó costura , que las disputas degeneraban frecuentemente en escandalosas pendencias . Pero donde habían reclutado ambos jóvenes sus más firmes y tenaces defensoras es en el bajo pueblo . Cuando las lindas doncellas tenían que formar larga cola para recoger el perezoso hilo de agua que destilaba la fuente , sentábanse haciendo hilera al lado de sus toscos cántaros , y la conversación recaía más ó menos tarde sobre los inevitables Vicarios . Una sobrepelliz bien rizada , un sermón pronunciado el domingo anterior , una sonrisa de supuesta preferencia , daban materia suficiente para que las mozas discurriesen sobre el superior gusto y saber de ambos rivales , sobre las simpatías que profesaban á Petra ó Irene , yendo de las palabras quedas á las voces y de la lengua á las manos . Los sacerdotes nada hacían por evitar estas continuas pendencias entre las fieles ; antes las estimulaban capciosamente , porque la defensa de ellas era el mejor incienso que podían quemar á su vanidad . Justo es confesar que antes ni después de Don Pedro ningún otro Vicario dió motivo para más grave censura . Don Pedro había compartido la boga con sus dos citados colegas , y si él tuvo la debilidad de caer en pecado mortal , debido fué , como el señor Cura decía , por haberle tentado el enemigo malo . ¿ Quién podrá resistir á un enemigo que lleva el nombre de Flora , que es provocador y risueño , que tiene una pequeña nariz picaresca y respingona ? Flora fué quien le engañó ; ella le indujo á probar la fruta del mal , vistosa de apariencia , rellena de podredumbre y ceniza cuando quiso tocarla ... Se necesita ser mujer — Eva inspirada por la serpiente — para tener el valor de perder á un pobre hombre , riendo , jugando , cubriéndolo de oprobio ... Cuando todo estuvo convenido , Flora fué á su padre , y lenguaraz en demasía , díjole riendo con estrepitosa carcajada , más de loca que de sensata ... — Ha de saber , padre , que el Vicario D . Pedro me requiebra y hace promesas . Como nosotros somos pobres y necesitamos alguna ayuda , yo le he dicho que esta noche la pasaría usted en el campo y podría encontrarme sola ... Aunque socarrón y bromista , el viejo no pudo oir con paciencia el término del vergonzoso relato que su descarada hija le hacía . — Yo soy pobre — voceó colérico — , pero muy honrado , y no puedo consentir que una desvergonzada como tú me cubra de sonrojo al rematarse mis días . Y queriendo castigar á la chiquilla con un buen trato de cuerda , cogió la que á prevención guardaba para atar los haces de leña cuando iba al monte , y fuese derechamente hacia ella . Flora se encaramó de dos brincos en lo alto de la escalera , y volviéndose á su padre le gritó sin parar de reir y haciendo picarescos mohines : — ¡ Téngase , padrecico , téngase quieto ! ... ¡ Jesús , nunca le vi tan furioso ! ... ¿ Pero no ha comprendido que todo es chanza ? El padre se aquietó oyendo estas palabras , y recelando alguna donosa picardía de su hija , empezaron á chispear con malicioso contento sus ojillos bachilleres : — ¡ Cuéntame , cuéntame ! — le dijo . — ¿ Qué diablura se te ha ocurrido ? Flora bajó de la escalera sin poder resistir las comezones de risa que sentía recordando la treta imaginada . Su padre insistió espoleado de la curiosidad : — Responde , muchacha . ¿ Qué truhanería has preparado ? — No quiero decírsela ahora ; sería capaz de evitarla . — ¡ ndícame algo siquiera . — Pues ha de saber que pienso castigar á ese alabancioso de D . Pedro . Así no volverá á decir que las mujeres del lugar estamos perdidas por su persona . — Será una broma , ¡ eh ! ... — Sí , una broma que le escueza . — ¿ Pero no correrá riesgo tu honra ? ... — Ninguno . Usted estará conmigo . — ¿ Puedo ayudarte en algo , chiquilla ? ... — A reir cuando sea hora . — ¿ Cuál es ? — Las dos de la noche . Media hora antes de la indicada , Flora despertó á su padre : — Arriba , que es la una y media y el galán no tardará en llegar . El viejo le replicó soñoliento : — Dejémonos de bromas , hija , y vete á dormir . — ¡ Pues no faltaba más ! ... Quédese usted en la cama ; pero yo no renuncio á darle un buen escarmiento . — ¡ Mira chiquilla que estas historias son peligrosas y suelen acabar mal ! — La mía sólo puede rematar en risa . El viejo saltó de la cama . Flora le recomendó : — Procure no hacer ruido , porque si él se enterase de que está usted en casa todo habría fracasado por hoy . — Tendremos que apagar la luz ... — De ninguna manera . Ya le dije que estaría encendida para que no tropezase al andar en busca de mi cuarto . — ¡ Repara , muchacha , en el paso que vas á dar , no sea que tropecemos y caigamos nosotros ! ¡ Si alguien se entera que á las altas horas de la noche ha entrado un hombre , de nada nos valdría decir que yo estaba dentro ! — No tenga miedo , y vamos , que es tarde . — ¿ Qué debo de hacer yo ? — Póngase á la vera de la puerta ; pero sin mover ruido . — ¿ Con un palo ? — Con la soga . — Eso es arriesgado , hija mia ... ¡ Figúrate que en lugar de romperle la cabeza me la rompe él á mí ! ... ¡ Mira , lo mejor que podemos hacer es dormir tranquilamente y no meternos en libros de caballería ! — Acuéstese , padre , y déjeme hacer á mí sola . — Estás loca , Flora . ¿ Qué te has propuesto ? — Coger á D . Pedro en un lazo para que le vea todo el mundo . El nudo corredizo de la soga dará buena cuenta del pájaro . — ¿ Pero no pretenderás de tu padre que le eche el nudo al cuello cuando entre por la puerta ? ... — ¿ Pero tan torpe es usted que todavía no me ha comprendido ? ... — ¡ Vamos , ya caigo en la cuenta ! ... Eres el mismo demonio , chiquilla ... Pesada es la broma , pero tendremos risa para rato . ¡ Pobre hombre , y qué chasco le espera ! — El tiene la culpa por ser un alabancioso . Cuando Flora vió á su padre apostado tras la puerta , se acercó ella tosiendo levemente para que el gentil trasnochador la oyese , si por ventura estaba ya en acecho . Luego descolgó la llave de una alcayata y la puso en el suelo . Don Pedro no había llegado ; pero á los cinco minutos oyóse en lacalle el tácito pisar de alguien que cautamente se acerca . Poco después asomaron bajo la carcomida puerta dedos blancos y carnosos ; en seguida una mano pulcra y bien cuidada que tentaba , se deslizaba en busca de algo . Flora se llevó el delantal á la boca para contener el impetuoso escape de su risa retozona . El viejo le hizo un guiño picaresco y pasó el aleve lazo por la coquetona mano aristocrática , que al sentirse aprisionada quiso huir como pájaro en una red cazado . Don Pedro forcejeaba desde afuera , y cuantos más esfuerzos hacía por desasirse más sañudamente le mordía el nudo . — ¡ Tira , tira ! — decíale Flora — . ¡ Tira , qué tienes para rato ! Convencido su padre de que la presa no podía escaparse , le dijo á la moza : — ¿ Y qué hacemos ahora ? — Ate usted la cuerda bien tirante al atravesaño , y vámonos á dormir , que ya es tarde . Don Pedro pronunció un juramento , y seguidamente denuestos verdes contra la burlona : — ¡ Infame , miserable , traidora ! ¿ Para esto me has traído engañado ? ¿ Quiéres perderme , mala mujer ? ... ¡ Suéltame pronto , antes de que la gente pueda enterarse ! ... Dentro sonaban las risotadas del padre y de la hija . Ella decía : — No podrá quejarse , D . Pedro ; la noche es hermosa y á usted le gusta trasnochar . ¿ Verdad que esta aventura le hubiese hecho menos gracia en invierno ? Y el viejo añadía , chocarrero y zumbón : — No se apure , padre cura ; ya le traeremos á un monaguillo cuando amanezca para que le ayude á celebrar misa . Cansada de maldecir la víctima empezó á implorar : — ¡ Por todos los santos , se lo suplico ! ... — Perdone por Dios , hermano . — ¡ Que no ganaremos nadie si la gente se escandaliza ! ... ¡ Pídanme lo que deseen , que juro dárselo mañana mismo ! ... ¿ Por qué no hacen el favor de quitarme este nudo ? — ¡ Hasta por la mañana ha de estar ahí para que los trabajadores puedan ver , cuando vayan al campo , á un Don Juan Tenorio ensotanado ! El miedo de D . Pedro se hizo pavoroso al aparecer en la esquina una luz que avanzaba temblorosa : — ¡ Por Jesucristo Santo ! Suéltenme pronto ; córtenme la mano , pero que no me vea el sereno ... En el interior de la casa resonó larga carcajada , y en seguida cuchicheo de uno que desea poner término á la burla y de otro que quiere perseverar hasta el fin . El canto desapacible del vigilante se oyó cerca : — ¡ Ave María Purísima ! ... ¡ Las dos y media ! ... ¡ Serenooo ! ... Don Pedro murmuró desolado : — Estoy perdido . — ¿ Quién gruñe por ahí ? — dijo el sereno enfocando la linterna . Por un instinto de conservación , semejante al que obliga en los pájaros á esconder la cabeza bajo las alas , el sacerdote arrebujó la suya con el manteo , sirviéndose de la mano libre . Supersticioso é ignorante el sereno , parecíale de mal agüero aquel informe bulto negro que rebullía en un quicial . Muchos fantasmas habían hecho su nocturna aparición en el pueblo , pero casi todos solían ofrecerse á los humanos ojos altos como los más altos tejados , blancos y puntiagudos como velas latinas , luciendo un fuego fatuo sobre sus cabezas invisibles . El sereno empezó á temblar pensando si aquel obscuro rebujo sin forma animal ni humana sería algún terrible monstruo del Averno evocado por el grupo de espiritistas que tanto miedo inspiraba á los buenos creyentes , y temeroso de acercarse á él , se santiguó primero , extendió en seguida la mano puesta en cruz , y con muy fuerte tono para que la voz acallase al miedo , exclamó : — ¡ En el nombre de Dios te lo pido ! ... ¡ Dime si eres persona de la tierra ó alma del otro mundo ! ... El bulto conjurado se removió , gruñó ; hizo crujir , temblar la puerta . El conjurador sintió helársele la sangre , los pelos se le crisparon , el farol se le escapó de la mano , rompiéndose con estrépito en el suelo . Temblando , retrocediendo como si hubiese visto al demonio en persona , repitió atropelladamente el conjuro : — ¡ En el nombre de Dios Todopoderoso te mando que me digas si eres alma del otro mundo ! El espantoso fantasma se agitó , bramó ; hizo retemblar la puerta , la casa , la calle entera ... Esto era mucho para humano . Dudando entre usar el chuzo ó huir en alocada fuga , el azorado sereno empezó á tocar terriblemente el pito de alarma . Otros pitos le contestaron en seguida ; después otros más remotos ... Casi al mismo tiempo abriéronse algunas ventanas , los candiles titilaron aéreos y voces sobresaltadas interrogaron : — ¿ Qué sucede , sereno ? — ¿ Dónde es el incendio ? — ¿ Ha ocurrido alguna riña ? Y el nocturno vigilante respondió más muerto que vivo : — Es un fantasma que no puedo separarlo de esa puerta . — ¿ En cuál está ? ... — En la de Flora . Viéndose perdido D . Pedro se atrevió á hablar : — ¡ Cállese por Dios , sereno , y no me comprometa ! ¡ Bastante caro estoy pagando mi atrevimiento ! El sereno recobró los perdidos espíritus al oir la implorante voz , y acercándose más tranquilo al informe bulto , dijo asombrado : — ¡ Por la sangre de Nuestro Señor ! ... ¿ Qué hace usted aquí , D . Pedro ? ¿ Por qué no se levanta ? — Es imposible ; me tienen atado ... ¡ Que no me vean , amigo ; procure que no se acerque nadie ; mi deshonra sería entonces inevitable ! ... Era tarde para salvarle . Los serenos llegaban velozmente atraídos por la señal de alarma . Las ventanas se habían cerrado , pero las puertas se entreabrían para dejar paso á hombres medio vestidos , armados de palos , hoces y horcas . Al enterarse de tío que ocurría el susto se trocaba en broma y zalagarda , y era cosa de oir lo que la gente decía : — ¡ Buen pez ha picado en el anzuelo ! — ¡ Este zorro ya no caerá en otro cepo ! — ¡ Sólo á Flora ó al burlón de su padre podía ocurrírseles esta diablura ! Oyendo la zumba el pobre cautivo sudaba y trasudaba ; angustias de muerte le corrían por todo el cuerpo , se le agolpaban á la garganta , le impedían alentar ... El suplicio no se prolongó mucho ... Al lado de la puerta oíanse risas comprimidas ... ¡ Su mano quedó luego libre del nudo , aunque sangrando de tanto forcejear ! ... Don Pedro se irguió avergonzado y mohíno , remangóse el importuno traje y escapó entre la gente que le aplaudía burlonamente , no parando de correr hasta llegar á su casa . A las siete de la mañana salía del pueblo en derechura á la capital . Con la fuga del enamorado D . Pedro los dos Vicarios jóvenes quedaron dueños absolutos del lugar , siendo el tema incesante en las conversaciones y disputas de las mujeres . Por eso los celos eran ahora más atrevidos , impidiéndoles ver serenamente que las mismas mujeres ensalzasen sobre ellos á su taciturno compañero D . Iñigo In-terián de Barnuevo . En vano sus émulos infiltraron la maledicencia en los oídos de las antiguas siervas , ni demostraron mayor celo en organizar cofradías y novenas en loor de la Virgen . La creciente boga del intruso arruinaba fatalmente su prestigio . Desde que ei alba florecía en domingo hasta bien entrada la mañana , las penitentes se agrupaban alrededor del confesonario esperando luengas y pesadas horas que les llegase el turno de ahinojarse á los pies del nuevo ministro . Nunca habían oído aquellas mujeres palabras más suaves ni calmantes como las vertidas sobre sus almas dañadas de pena ó culpa por el extraño sacerdote de fúlgido y persistente mirar . Diríase que la máscara inmutable y helada que su largo rostro ostentaba á plena luz , y que sus enemigos declaraban muestra de orgullosa altivez , se fundía tras la espesa rejilla del opacó confesonario . Hasta la voz , cruda y autoritaria , perdía sus habituales inflexiones de metal herido y llegaba hasta el prosternado susurrante y halagadora . Una mañana de llovizna y tedio en que los corazones lloran y lamentan muy hondo , como si el mismo cielo puesto de luto invitase á pensar cosas tristes , vió el Vicario á doña Elisa arrodiliándose muy cerca de su tallado confesonario . La pobre dama tiritaba de frío , y su negro manto de viuda , empapado en agua , se le adhería al cuerpo esquelético marcando la rigidez de los huesos . De cuando en cuando su enjuto pecho se contraía y dilataba violentamente para emitir débiles quejidos tosegosos , fatal indicio de próximo acabamiento vital . Un ojo linceo tal vez hubiese percibido en la tosquedad interior del confesonario la fría sonrisa enigmática de D . Iñigo Interián de Barnuevo . Lo que no hubiese penetrado es la intención de la sonrisa . ¿ Denotaba el triunfal regocijo que procura el presentido cumplimiento de un juicio categóricamente formulado , ó la piedad que inspira un triste ser acechado de la muerte que le extenúa la cara y le abrillanta los ojos , más propensos ya á inquirir en remotos mundos que á mirar en éste ? ... Tiempo hacía que el Vicario anunció la visita de la viuda , pero el anuncio se realizó por fin . La fama misteriosa y atrayente del taciturno sacerdote , las frases de esperanza y consolación que meses pasados pronunció ante Micaela , y hasta las exhortaciones de ésta quizás , decidieron á la madre de María Fernanda . El alma sencilla y crédula de otras edades reencarnaba en doña Elisa induciéndola á buscar el manantial benigno de la eterna fe á los pies del confesor . De condición blanda y sumisa , las iniquidades humanas ni los reveses del hado podían encender pasiones tumultuarias en su pecho ingenuo ; antes la perseverancia de la infelicidad mortiguaba la desesperación que arrebata y resolvía sus aflicciones en lluvia de lágrimas y en ondas suaves de misericordia y perdón . Era ésta la mujer cándida y buena de los siglos fenecidos ; la que en los claustros medioevales , llenos de umbroso recogimiento , recibía las puras visiones angélicas . Los tiempos han cambiado en daño de las almas ingenuas . El soplo de la incredulidad filtra por todos nuestros poros y llega cauto hasta las conciencias más ardorosas , robándoles el calor de santuario en que esclatan las flores de los místicos ensueños . Ignorante de la ciencia , aunque sabedora de sus adelantos por las aplicaciones que de ella hacían los sabios , hubiese renunciado á todas las comodidades que al moderno vivir aporta la serie inacabable de inventos , por un sereno día de paz espiritual . Su razón no concebiría el desquiciamiento de la sociedad ni sus oídos sentirían los crujidos ; pero sus íntimos órganos enfermos sí barruntaban confusamente el apocamiento de la fe y las diarias mudanzas de las cosas , con el rápido desvanecimiento de aquel mundo entrevisto en sus devocionarios y libros piadosos . Ni siquiera en el sacerdocio observaba la práctica cuotidiana de las virtudes sencillas . Ni de la vida monacal recibía la inspiración continua y el ejemplo austero de una fe radiante que anhela el cielo y desprecia por leve y transitorio el penar del suelo . Egoísmo , frialdad , mercantilismo : esto veía arriba y abajo , en el pobre y en el rico , en el seglar y en el cura ... ¿ Sería aquel Vicario de faz ascética y frente de marfil viejo una sombra escapada de entre las muchas sombras que guardaban sus antiguos libros de mártires y santos ? ... El caso de conciencia que tantas veces preocupó al sacerdote le apremiaba ahora más altanero y amenazador que nunca . No era preciso que escuchase á la pálida penitente . Su actitud temblorosa é inquieta de víctima que confía y espera , le anunciaba lo que á pedirle iba . Iba en busca de consuelo , iba á templar y fortalecer su fe , poniéndola en intimidad con la del confesor . ¡ Y él era un descreído ! ... ¿ Cómo podría dar de lo que no tenía ? ... ¡ Qué hacer ! ... ¿ No proclamaba la virtud de la sinceridad sin rebozos ? Entonces tendría que abrir su pecho — mudo y hermético para los hombres , franco para él sólo en las horas angustiosas de meditación — y que de su recóndita urna viese el mundo salir larvas y negaciones ... ¿ Diría á la viuda afligida que eran sus temores vanos y el espectro incorpóreo del apenado suicida fugaz creación de su mente en delirio ? Esto sería lo mejor , si doña Elisa hubiera de creerlo ; pero ¿ y si en lugar de calmar aquella alma creyente y religiosa por esencia la arrojaba en desconocidas tribulaciones y dudas , cuando tenía puestos los pies en los umbrales de la eternidad ? ... ¿ Y se atrevería él mismo á sentar ninguna afirmación ? El implacable análisis había desvanecido el bello miraje de una Ciudad Celestial que flotaba entre nubes de oro y púrpura allende la ribera ulterior que limita el Océano de nuestros turbulentos días ; ¿ pero el mucho pensar le había revelado el misterio de la vida y de la muerte ? ¿ Sabía por ventura la finalidad de la muerte y de la vida ? ... ¡ Vivir , morir ! ... Las explicaciones de los sabios más audaces sólo habían conseguido aumentar su ignorancia sobre el hondo sentido de esas palabras , que se yerguen más obscuras y pavorosas cuanto más se las inquiere ... ¿ Cuándo surgirá el Edipo que rompa el eterno enigma , superable en impenetrabilidad y misterio al propuesto por el cruel monstruo te-bano ? ... Y él , ¡ hombre que por veraz había sufrido persecuciones é injurias ! El , ¡ que sobre todos los dones ensalzaba el del noble pensar ! , ¿ debía hacer alianza con el engaño perpetuando en los demás la creencia en una religión caduca y agonizante , revestida de fastuoso ropaje que le prestaba mayores apariencias de salud ? ... Un deber tenía para consigo mismo y otro para con la penitente . ¿ Cuál de los dos realizar ? ¿ Dónde la verdad que seguir ? ... ¿ Será la verdad , como el deber , como el vivir , como el morir , problemas y más problemas que | nos asaltan en tumulto para tentar nuestra impotencia y burlarse de nuestro vano orgullo ? ¿ Será todo uno y lo mismo , según la expresión del filósofo , y lo que ahora es cierto será falso mañana , como hoy es malo lo que ayer fué bueno ? ... ¡ Oh , si la penitente hubiese podido escrutiñar en la sombría caja ! Quizás percibiera entonces los finos labios del sacerdote irradiando en la sombra una sutil sonrisa compuesta de amargura y escepticismo . ¿ Qué hubiese ganado con ajar del todo aquel lirio , ya marchito por un viento de muerte ? La mirada de la enferma no era tan sagaz que viese en las tinieblas interiores , y sus oídos , que es donde se le había aposentado el alma , estaban harto atentos á recibir el blando murmurar del invisible consolador que le prometía perdones y esperanzas . ¡ Otra vez la sinceridad fué derrotada por la tolerancia ! ... ¡ Viva el engaño , si una dulce mentira ha de traer venturas ! Doña Elisa volvió periódicamente al tribunal de la penitencia . Quien no acudió es María Fernanda . El temor á su esposo superaba en mucho á la atracción que sobre ella ejercía su callado compañero de viaje . La antipatía que desde la muda escena de la estación profesaba D . Jaime al sacerdote , se acrecentó considerablemente cuando el rico burgués supo con cuánta acerbidad había censurado el intratable forastero su gestión durante los tres meses que era alcalde . ¡ Sólo un necio , presumido y sensiblero , como el Sr . Interián — así tenía el pelo — podía dirigirle reproches ! ¿ Negaba alguien que en un trimestre de mando hubiese hecho por el pueblo más que sus antecesores en varios años ? Amigos y adversarios decían muy alto que nadie le aventajaba en celo ni entereza . El , Don Jaime , era terror de gente maleante y custodio de la propiedad ajena . La pobretería , que siempre se queja de vicio y exagera su miseria , había dado en la mala tema de asaltar cercados y bancales para hurtar el fruto cuando aún no se hallaba en sazón . ¡ Era un dolor ver por la mañana holladas las plantas , desgajados los árboles , la fruta enracimada dispersa y lacia por los tristes suelos ! Con el pretexto de sufrir hambres y escaseces , las familias pobres vivían regaladamente cuando llegaban los estíos con lo que robaban á sus amos . En ningún país del mundo pudo verse desenfreno tan grande . Los propietarios sensatos , fueran liberales ó conservadores , estaban agradecidísimos á D . Jaime . El no tendría gran talento ; pero voluntad y arrestos para descuajar abusos , le sobraban . Es verdad que nadie estuvo en condiciones tan propicias como él para imponer la moralidad por el hierro y por el fuego : como no aspiraba á la conquista del voto ni á granjearse la estima de diputados y caciques , las recomendaciones ó los halagos nada pesaban en su bien contrastada balanza . Como la propiedad es sagrada é intangible , y lo que el propietario más cuida , contra sus detentadores dirigió los primeros y tundentes golpes para que escarmentasen pronto . A una mujer que hurtó dos albaricoques impuso quince pesetas de multa ; veinticinco á la que sustrajo cuatro manzanas , y un zagal sorprendido con la camisa bien henchida de uva , tuvo que pasar tres meses purgando su delito en la cárcel . Estos severos escarmientos , oportunamente aplicados , corrigieron de su feo vicio á la mala gente , que gusta de hacer daño á los ricos . Los propietarios podían ya dormir confiadamente y los guardas apenas si necesitaban celar ... Total , ocho duros de multa y algunas semanas de arresto ... ¿ A cuántos duros y á cuántas semanas de encierro no subirían las penas impuestas en tantos veranos pasados , sin poder atenuar el daño ?