La guerra carlista . vol II El resplandor de la hoguera por Don Ramón del Valle - Inclán Madrid , MCMIX Imprenta de Pri - mitivo Fernán - dez , Valverde , Número 33 Oíase un lejano cascabeleo que parecía rolar sobre la nieve . Y se acercaba aquel son ligero y alegre . Una voz habló desde el fondo del carro : — ¡ Pues no habíamos equivocado el camino ! Y respondió , desabrido , el hombre que iba a pie , al flanco del tiro : — Todavía no lo sé . — ¡ Esas campanillas parecen del correo ! — Todavía no lo sé . — El correo que anochecido llega a Daoiz . — Todavía no lo sé . — Ayer le hemos visto entrar en la plaza . — Digo que todavía no lo sé . Para terminar chascó el látigo sobre las orejas de las mulas . Era un viejo encanecido en la vida de contrabandista , silencioso , pequeño y duro . Caminaba a la cabeza del tiro , embozado en la manta y fumando un cigarro de Virginia . Las ruedas se enterraban en la nieve , y las mulas , bajo el restallido del látigo , se tendían con una tristeza resignada y penitente . Aquel camino era una trocha a través de la sierra , entre quebradas y peñascales . Algunas veces el carro se atascaba , y para ayudar a empujarle , salían del interior dos mujeres y un mozo . Allá lejos , por la altura blanca de nieve , apareció un jinete , apenas una sombra negra , que venía trotando . El contrabandista rezongó : — ¡ Buen perro cazallo ! ¡ Jo ! ... ¡ Coronela ! ... ¡ Jo ! ... ¡ Reparada ! ... El mozo asomó la cabeza fuera del toldo , que goteaba agua de nieve . — ¿ Es el correo ? — Ya puede usted ir solo por las veredas . ¡ Jo ! ... ¡ Reparada ! ... El mozo saltó a tierra y avizoró el camino : — ¿ Por dónde viene ? — Ahora no puede verlo , que baja la cuesta . Solamente el sombrero se le discierne , acullá , al ras de la nieve . Parece un pájaro negro que apeona . Habló desde el carro una de las mujeres : — Si fuese el correo nos daría noticias . El contrabandista humeó su tagarnina : — ¡ Tendríamos todos la gloria tan cierta ! Encomió el mozo : — ¡ Buena vista ! — La vista no es mala , hijo . Pero no es negocio de la vista . Conozco el hablar de las campanillas , y bien las entiendo , ¿ Usted no , hijo ? — ¡ Fui el primero en oírlas ! — Las oye , pero no entiende su pregón . Pues las del jaco que trae el francés dicen : ¡ Camino harás ! ¡ Camino harás ! Y las del jaco de Miguelcho : ¡ Din dan , rey serás ! ¡ Din don , rey de Dios ! — ¿ Y quién es el que ahora llega ? — Miguelcho . Mírele allí . El jinete asomaba en lo alto del repecho . Venía cubierto con un poncho , y en la cabeza traía una gorra hecha con piel de borrego negro , que le ocultaba las orejas . Aquel recuero viejo le interrogó adusto : — ¡ Hola , tú ! ¿ Cómo está el paso , amigo ? — ¡ Malo ! ... ¡ Malo está el paso ! — ¿ Podremos llegar a Otaín ? — Como os digo , el paso está muy peor ... Pero ya podréis llegar si os ayuda Dios . Una de las mujeres , la vieja , interroga desde el carro : — ¿ Hermano , qué tropas hay en Otaín ? — Este amanecer , cuando yo salí , venía la carretera cubierta de roses . Yo solamente los vide de lejos . Pero las cornetas ya las entendí bien , ya . — ¿ Y las boinas , dónde están , hermano ? — ¡ Remontadas por el monte , qué Dios ! Saltó el mozo : — ¡ Van como las águilas ! — ¡ Qué Dios , van lo mesmo ! Se oyó suspirar a las mujeres del carro , mientras el mozo y el recuero se interrogaban con los ojos . A todo esto ya el correo se inclinaba para recoger las riendas abandonadas sobre el cuello del jamelgo , y el contrabandista le detuvo extendiendo la vara del látigo : — Miguelcho , tú eres un amigo y mereces la verdad . Estos señores que llevo en el carro vienen de la tierra de Francia . — ¡ Ya me lo maginaba ! — Se han puesto en mis manos , y ayer pasamos la frontera sin desavio . En Daoiz hicimos noche , y allí nos informaron que estaba una partida carlista en Otaín . — ¡ Cierto ! Pero como tendría aviso de que llegaban los roses para cercarla , una noche salió aprovechando lo oscuro . — ¿ No sabes dónde nos juntaríamos con ella ? — Con acierto no lo sé . De cualquiera modo , habríais de internaros por el monte y dejar el carro . ¡ Mal paso es , y si las mujeres no son capaces ! Habló desde el carro la vieja : — Las mujeres son capaces , hermano . — Pues entonces en el monte hallarán a los carlistas . Yo creo que por Arguiña y Astigar . El contrabandista arreó las mulas : — ¡ Jo ! ... ¡ Beata ! ¡ Jo ! ... ¡ Centinela ! ¡ No te duermas , Reparada ! Las dos mujeres gritaron , asomando fuera del carro , para divisar al correo : — ¡ Dios se lo pague , hermano ! — ¡ Mandar ! Miguelcho afirmó la balija sobre el borrén y se alejó trotando , entre el alegre cascabeleo de la collera . El contrabandista volvió la cabeza : — ¡ Consérvate en salud ! — ¡ Amén , y que a todos vaya por lo igual ! El carro tornaba a rodar sobre la nieve , y el mozo seguía a pie , hablando con el recuero , sin cuidado de la nevasca : — ¡ Jo ! ... Centinela . El carro se atascaba , y las mulas , bajo el estallido del látigo , tendían la cerviz , agitadas las orejas . Al doblar la revuelta de Cueva Mayor , divisaron resplandores de lumbre sobre la nieve , y una pareja de hombre y mujer calentándose en la boca del socavón . Antes de llegar el carro , aquellas dos figuras de mal agüero se pusieron en pie , y por un atajo , a través de la gándara , desaparecieron . Murmuró el mozo : — ¡ Lástima que se vayan , porque acaso pudieran darnos alguna noticia ! — De querer , ya podrían , ya . — ¿ Son mendigos ? — Son espías que se visten de harapos para engañar mejor . — ¿ Y a cuál de los ejércitos sirven ? — ¡ Nunca se sabe . ¡ Mala gente ! Los dos vagabundos , que se habían perdido entre los brezos del atajo , reaparecieron bordeando una ezgueva , por la falda del monte .. Saltó el mozo : — ¡ Parece que huyen ! — Frío que llevan . A esos creo conocerlos . Ella era mujer de uno a quien fusilaron poco hace , y ahora se ajuntó con ese . Son confidentes de Don Manuel . La vieja llamó desde el carro : — Cara de Plata , hijo mío , sube y pongámonos de acuerdo . El Cura había esparcido sus confidentes por toda la serranía , enviando cartas , recados y encarecimientos a Don Pedro Mendía , al Sangrador , al Manco y a Miquelo Egoscué . Cuatro capitanes de partida que también hacían la guerra por su cuenta y aventura . Santa Cruz en sus cartas les decía que se le juntasen para caer en una sorpresa nocturna sobre los batallones republicanos que habían ocupado Otaín . Pero Don Pedro Mendía , que era un viejo receloso y adusto , mandó , como respuesta , dar de palos al emisario . El Sangrador y el Manco ofrecieron ir . Pero más tarde , puestos de acuerdo , también entraron en sospecha y se internaron por la sierra . Solamente acudió al llamamiento Miquelo Egoscué . Era galán de mucho brío , y gozaba por toda aquella tierra de una leyenda hazañosa que tenía la ingenua y bárbara fragancia de un cantar de Gesta . Las mujeres de los caseríos , cuando hacían corro en las cocinas para desgranar el maíz , contaban y loaban las proezas de aquel hombre . Y las abuelas , entonces , parecían enamoradas , y las mocetas suspiraban , contemplando la hoguera toda en lenguas de oro y de temblor . Egoscué se hallaba dormido en la borda de un cabrero , cuando llegó la carta del Cura Santa Cruz . El pastor , un mancebo rubio que tenía sobre los ojos como la niebla de un ensueño , le movió blandamente para despertarle : — ¡ Amo ! ¡ Amo Miquelo ! El capitán , aún medio dormido , interrogó sin sobresalto : — ¿ Qué sucede ? — Vienen con una carta . — ¿ De quién ? — Diz que del Cura . Egoscué , completamente espabilado , se incorporó sobre las pieles y los helechos que mullían su camastro : — ¡ Del Cura Santa Cruz ! No pensaba que se acordaría de mí el Señor Don Manuel ... ¿ Y quién trae la carta ? — Son ellos dos ... Pareja de hombre y mujer . — ¿ Adónde están ? — Afuera , que afuera los dejé . — Pues no los tengas más a la intemperie . Salió el pastor , y el capitán , para recibir a los dos emisarios , fue a sentarse cerca del fuego , en una silla baja que tenía el asiento de correas entretejidas . Volvió a poco el pastor : — No quisieron entrar , pues habían priesa , y dejaron el papel , y con la misma se caminaron . Miquelo Egoscué recibió la carta , y dándole vueltas sin abrirla , interrogó al cabrero : — ¿ Conoces tú a esa gente ? — La mujer estuvo casada con Tomi de Arguiña . En tocante al hombre , no es nativo de acá . Pero otras veces lo tengo visto . — ¿ Le conozco yo ? — Pues y quién sabe . Va tiempo hace con los mutiles del Cura . Muestra mucha religión , y es allí en la partida quien guía el santo rosario . Mientras hablaba el cabrero , el capitán pasaba los ojos por las letras del Cura : Al terminar se enderezó , mirando por el ventano hacia los montes . Todo estaba blanco , y temblaba a lo lejos una luz cimera , de oro pálido . Ya no caía la nieve , y un aire frió volaba en silencio sobre los campos y los caminos . El capitán descolgó la escopeta vieja , y se puso a cargarla : — Parece ser que Santa Cruz quiere juntarse conmigo . El pastor le miró con los ojos llenos de niebla : — ¿ Y qué harás tú , amo Miquelo ? — Ir allá . — No vayas , amo . — ¿ Qué mal hay ? Si luego no conviene , rifamos . Pero es bueno saber lo que va buscando el amigo . — Lo que busca el lobo . Amo Miquelo , no hay que abrirle la majada cuando la ronda , por el aquel de averiguarle la intención . De antaño sabemos que baja del monte por comerse las ovejas . El capitán sonrió con arrogancia : — ¡ Yo he sido cazador de lobos ! Se asomó a la puerta con la escopeta al hombro , miró al cielo , y se volvió al interior de la borda : — Mete un queso en el morral , y dame mi canana . Quiero llegarme al cuartel de mis mocetes . — Yo iré contigo , amo Miquelo . — ¿ Y tus cabras ? — Para siete que me quedan , nos las llevaremos y nos las comeremos . Salió , juntó las cabras , silbó al perro , volviose a entrar para coger el cayado , y sin cerrar la puerta de su borda , echó por delante del capitán hacia las lejanas cimas de Astigar . En la hondura de una quebrada , y cercado de pinos cabeceantes , se ocultaba el caserío de San Paul . El carro se detuvo en la trocha , a la puerta de una venta , y las mujeres asomaron los rostros desgreñados , tan pálidos , que parecían consumidos por el ardor calenturiento de los ojos . La muchacha interrogó a la vieja : — ¿ Es aquí donde pasaremos la noche ? Y la vieja respondió con un gesto muy expresivo : — Aquí es . — ¿ Los liberales están en el poblado ? Hizo el mismo gesto la vieja : — Eso dicen . La muchacha se santiguó : — ¡ Ay , qué tierra triste ! Una niebla baja velaba el caserío , donde comenzaban a encenderse los fuegos de la noche . Las dos mujeres se apearon del carro y huyeron hacia la venta , inclinando las cabezas bajo el vuelo de la nieve . Desde la vereda se distinguía el resplandor de la cocina llena de humo . Cara de Plata , dando un gran tranco , alcanzó a las dos mujeres en la puerta : — Aquí estaremos seguros . Respondió muy entera la vieja : — ¡ Dios lo haga ! Entraron y se acercaron a la lumbre . En la cocina adormecíase una abuela sentada en su sillón de enea . Se le había caído el pañuelo sobre los hombros y mostraba la cabeza calva , con dos greñas de pelo blanco , lacias y largas . Cara de Plata le gritó : — ¿ Abuela , dónde está el amo ? La ventera abrió los ojos , rebullendo penosamente en el sillón . — ¿ Y tú quién eres ? — Un caminante . — ¡ Los negros ocupan las casas de abajo ! ... ¿ Les verías tú ? — No , no los he visto . ¿ Dónde está el amo ? — ¡ Han quemado las casas de abajo ! ... Pues ya lo verías tú . — Yo nada he visto . — La canana tengo metida en la ferrada . Así siempre que hay guerra , hijo . ¿ No has visto a los negros ? ¡ Ay ! ¡ Ay ! ... Cuando a todos cortes tú la cabeza , hemos de bailar . Tú con la abuela , que tiene bajo la cama una hoz para degollar negros y franceses . ¡ Ay ! ¡ Ay ! ... Muero aquí en este sillón . Cien años , cien años ... Los hijos , unos para la tierra , otros , penar en esta vida ... ¡ Ay , cuántos ! ... Veintitrés llevé a la iglesia . Pues en dos veces , con los dedos de las manos , no los contarías tú . Entró el hijo mayor , que venía de los establos : — ¿ Qué hay de bueno por el mundo , amigos ? Se acercó el contrabandista y le habló en secreto : — ¿ Tienes manera de guiar por los atajos del monte al mocé que se calienta a la lumbre con aquellas dos mujeres , y dejarlos en paraje seguro ? — ¡ Paraje seguro ! Pues si la tierra aquesta , de cabo a cabo , toda es una hoguera . ¡ Paraje seguro ! ... ¿ Y dónde está , te digo ? — Date una puñada en el sésamo . ¡ Dios , que jamás entiendes en las primeras ! Es decirte que los dejes en tierras donde campen las tropas del Rey Don Carlos . — Hasta antier demoraron en toda esta parte . Tenían su cuartel en Otaín . — Eso sabía yo , y fue por tanto los guiar acá . El ventero se volvió lentamente , y miró hacia el fuego donde se calentaban las dos mujeres y Cara de Plata . Movió la cabeza guiñando los ojos : — ¿ Qué gente , tú ? — ¡ Gente de nobleza ! — ¿ Y de dónde vienen ? — Acá vienen de la frontera . Pero han atravesado la media España . Otra , vez el ventero volvió a mirar hacia el hogar . Las dos mujeres habían sacado los rosarios de las faltriqueras y rezaban en voz baja , sentadas en un banco sin respaldo . Cara de Plata permanecía en pie , envuelto en el resplandor rojizo de la llama : — ¡ El mocé aparenta buen garbo ! — ¡ Y más arriscado que un león ! Va para la guardia del Señor Rey . — ¿ Pues y las mujeres , qué razón llevan a la guerra ? No es la guerra para las mujeres . — Las mujeres son monjas que van por la cuida de los heridos . — ¿ Y adonde dejaron los hábitos ? — En la frontera los dejaron , para poder andar con más recaudo . Y las ropas que ahora llevan , las sacó de su hucha aquella moceta espigada que sirve en el Parador de Francia . — ¡ Maribelcha , tú ! — Ahora anda de luto , que el padre murió cuando lo de Oroquieta . — Pues no sé adónde podrían juntarse con una tropa del Rey Don Carlos . El contrabandista frunció el cano entrecejo : — ¡ Dios , que eres tú piedra de pedernal como la que yo gasto para encender el yesquero ! Tú lo sabes y recelas decirlo . El ventero se rió , guiñando los ojos : — ¡ Eres un raposo muy viejo tú ! ¿ Me respondes como es leal la gente que conduces en el carro ? ¡ Que hay mucha traición , y mucho espía , y mucho disfraz para la intención del alma , has de contar tú ! — Todo lo cuento . Y para esparcirte el recelo , te dije al comienzo que los guiares tú por los atajos del monte . Tú sabes dónde está la partida del Cura . — Saber , lo sé . — Pues te encargas de llevarlos a donde sea . — También . Pero irán a mi vera y sin preguntar más . En llegando , llegamos , y otra cosa no . Ni acá , ni en el camino , quieran saber dónde está la partida del Cura . El contrabandista le dio una palmada en el hombro : — Conformes , mutil . — Hay que perdonar ... Pero una delación la pagáramos todos siendo afusilados . El contrabandista repuso con adusta y grave sentencia : — ¡ Dios , y no fuera ello lo peor , sino el ditado de traidores ! Con esto se llegaron al hogar , y enteraron de lo convenido a Cara de Plata . Cuando el trato estuvo hecho , de una alacena empotrada en la pared , tomó el ventero un frasco de aguardiente , y llenó tres vasos pequeños de vidrio tallado , donde una fimbria de mugre destacaba el dibujo de las cenefas talladas en el vidrio . Entraron en la cocina dos mendigos , hombre y mujer . Venían disputando . La mujer , con la basquiña echada por la cabeza , daba el pecho a un niño amoratado de frió . El hombre entró delante , corriendo como un gamo , aun cuando traía la pierna derecha , desde el muslo al tobillo , envuelta en trapos húmedos y sórdidos . El ventero se volvió y les hizo un gesto que suponía acuerdo entre ellos . Los otros callaron , y con los ojos bajos , alzando los hombros y estremeciéndose , se acercaron al fuego . La vieja del carro y la muchacha los miraban de soslayo , sin interrumpir el rezo . Sentados cerca del hogar los dos mendigos parecían montones de guiñapos , y al calor del fuego exhalaban un vaho de miseria . El hombre tenía los ojos fijos sobre Cara de Plata . En voz baja dijo al oído de la mujer : — ¡ Paréceme un caballero de mi tierra ! — ¡ Calla , borrachón ! — ¡ No seas loba ! — ¡ Borrachón ! — ¿ Será engaño del enemigo malo ? El mendigo , con las manos cruzadas bajo la barba inculta y borrascosa , siguió mirando a Cara de Plata . La mujer metiose el pecho en el justillo : — ¡ Borrachón ! Dio al compañero una puñada en el hombro para advertirle , y , poniéndole en los brazos al crio , se dispuso a remendarse la basquiña , canturreando . El hombre insistió : — ¡ Vaites ! ¡ Vaites ! ... ¡ Como que lo es ! ... ¡ Vaites ! ¡ Vaites ! ... Un caballero de mi tierra . La mujer le miró , quedando un momento con la aguja levantada en el aire : — ¡ Tu tierra ! ¿ Dónde es tu tierra ? ¡ Algún presidio , borrachón ! El crío empezó a berrear , y el mendigo trató en vano de acallarle : — ¡ Tiene hambre ! — También yo la tengo . — ¡ Bien harías dándole otra teta ! — ¡ Calla , borrachón ! Lo que tiene el hijo de mi alma es un dolor . Si estos señores caritativos podrían darnos una gota de anisado , veríaislo todos callar . La vieja murmuró , pasando las cuentas del rosario : — No tenemos . Y la muchacha tomó en brazos al niño : — ¡ Qué pálido está ! La mendiga murmuró : — Es condición . Siete tuve , y todos tenían la misma color . Preguntó la vieja : — ¿ Le viven todos ? — No me vive ninguno , sino éste . — Dios se lo conserve . Y repuso el hombre , mirando las lenguas de la llama : — ¡ Para pasar trabajos ! — ¡ Porque no eres su padre , borrachón ! El hombre repuso con el mismo tono meditabundo : — ¡ Para el cuitado , como si lo fuese ! La vieja interrogó : — ¿ No es su padre ? Y gimoteó la mendiga : — No , señora . El padre murió afusilado por los negros . Y afirmó el mendigo : — ¡ Un hombre de provecho ! La mujer volvió a canturrear mientras examinaba al trasluz los rotos de la basquiña : — ¡ Ay , que conia ! ... No puede irse por caminos con una buena prenda . ¡ Tres días que una guapa señora me la dio en Irache ! ¡ Era seda rica , de la que hace resol ! La vieja quiso inquirir : — ¿ Entonces , vienen de muy lejos , hermanos ? La mendiga tardó un momento en responder , ocupada en quebrar con los dientes la hebra que enhebraba : — ¡ Ay , que rajo de Dios ! Pues venimos de Irache . El hombre , después de santiguarse , murmuró tímidamente : — ¡ No jures , Josepa ! — ¡ Calla , borrachón ! — ¡ Qué tal me digas , cuando no lo cato ! Se volvió hacia el fuego para atarse los trapos de la pierna , y con los ojos en la llama empezó a rezar , moviendo todo el busto atrás y adelante : — ¡ Divino Señor , danos los tesoros de tu paciencia para sobrellevar las penas y trabajos de este gran valle de lágrimas ! Padre Nuestro , que estás en los cielos ... Sus palabras se hicieron confusas , y el rezo quedó en un mosconeo . La mujer alzó la cabeza , y suspensa la aguja entre los dedos , sonrió con ternura : — No lo cata , no ... Es la costumbre quedada de hablar al otro . El hombre continuaba absorto en su rezo , y de tiempo en tiempo apartaba un tizón de la lumbre y lo ponía al borde del hogar . Iba formando una hilera . Viéndole revolver en la ceniza , le gritó el ventero : — ¡ Ya es tema , tú ! — ¡ Vaites ! ... ¡ Vaites ! ... — ¡ Ya podrías ver que esbaratas la hoguera , tú ! — ¡ Vaites ! ... ¡ Vaites ! ... Y el mendigo , con los ojos obstinados en la llama , sacudía muy de prisa los dedos , que tenían un son de choquezuelas . Después contó los tizones y diose otros tantos nudos en los cabos de la cuerda con que ataba el calzón a la cintura . Quedose reflexivo un momento , y santiguándose , volvió los tizones a la hoguera , uno por uno . Al mismo tiempo en voz baja iba diciendo : — ¡ Gloria al Padre ! ¡ Gloria al Hijo ! ¡ Gloria al Espíritu Santo ! Y se acompañaba inclinando el busto atrás y adelante con una medida siempre igual . La vieja murmuró : — ¡ Edifica con su piedad ! Al oírla , el mendigo volvió la cabeza estremeciéndose , y con los brazos abiertos en cruz , se arrodilló : — ¡ Hosanna ! ¡ Hosanna ! ¡ Ahora el Señor me permite reconocerla ! De antes la miré y los ojos estuvieron ciegos . ¡ Ahora , sin la ver , vuelto de espaldas , oyendo su voz , sentí un susurro , y el alma me dijo quién era ! La vieja se puso en pie , muy sobre sí : — ¡ Pobre hombre , está loco ! — ¡ Ay , cómo no la reconocí por esas manos tan blancas , Señora Madrecita ! Y arrastrándose de rodillas intentó tomarlas y besarlas . La vieja luchaba por retirar sus manos : — ¿ Pero quién es ? ¿ Pero quién es ? El mendigo sollozaba : — ¡ Nadie me reconoce ! ¡ Tanto me pudo cambiar el pecado ! A la otra banda del hogar se alzó la voz jocunda del hermoso segundón que estaba atento y en pie : — ¡ El demonio me lleve si no es Roquito ! ¡ El gran Roquito ! Y saltó por encima de la lumbrada , y le suspendió del cuello , todo en vilo . El otro arrugaba la boca con un gesto de humildad : — El mismo . Señor Carita de Plata . El segundón dejó oír su risa bárbara y feudal : — ¡ Parece que te repelaron bien las barbas , compadre ! La Madre Isabel , toda maravillada , se hacía cruces : — ¡ Nunca te reconociera ! ¿ Cómo llegaste a tanta miseria ? ¿ Cómo no escribiste a nuestra convento ? A las preguntas de la monja , el antiguo sacristán respondía dándose golpes de pecho : — ¡ Soy un gran pecador ! ¡ Soy un réprobo , Señora Madrecita ! Y tornaba la monja : — ¿ Cómo estás aquí ? — ¡ Ya lo diré ! La Madre Isabel bajaba la voz , escandalizada y severa : — ¿ Y esa mujer que te acompaña ? ¿ Esa mujer ? ... — Todo lo diré . Haré pública confesión . La Josepa agachaba la cabeza y miraba de reojo , metiendo y sacando tres dedos por el roto de la falda . La monja seguía haciéndose cruces : — ¡ Dios mío , de qué manera te veo ! — ¡ Negro de pecados , Santa Madrecita ! — ¿ Pides limosna ? El ventero se inclinó hacia Cara de Plata , haciendo un gesto malicioso , que adquiría mayor interés bajo el reflejo de la lumbre , que le pasaba temblando de los ojos a la boca : — Es la socapa para andar por los caminos sin oírse echar el alto . El sacristán , puesto de rodillas , inclinaba la cabeza y abría los brazos en cruz : — ¡ Todo lo diré ! El Señor Dios de los Ejércitos me envía un ángel de su casa y boca para quebrar la cadena del pecado que me puso al cuello el enemigo malo . ¡ Todo lo diré ... Ahora , almas cristianas , dejay que vaya a ocultarme donde nadie me vea ! ¡ Dejay que medite en mi culpa , en mi grandísima culpa ! Y golpeándose el pecho huyó hacia el pajar . La Madre Isabel quedó silenciosa , con una nube en el marfil de su frente y los ojos fijos en la mujer que remendaba la basquiña . Después , volviéndolos al niño adormecido en el cuévano lleno de harapos y mendrugos , estuvo contemplándole gran espacio , levantada muy blandamente la punta del pañolito que el sacristán le había tendido sobre la cabeza para guardarle del reflejo que llegaba del hogar : — ¿ Qué tiempo tiene esa criatura ? — Nació a los tres días de haber los negros afusilado al padre . No es del tiempo . Y se limpió los ojos con la basquiña , después de haber guardado en un cañutero de cobre , el hilo y la aguja . Intervino el ventero : — ¡ Tú , y si los amigos no saben cuándo aconteció lo del padre ! — ¿ Y quién no sabe cuándo afusilaron a Tomi de Arguiña ? — ¡ Ya , pues quien no sea de esta tierra ! ¡ Pues si maginas que era el gran Napoleón ! ... — Magino que para saberlo hay tres cruces en la vereda . Y bien lo dicen escrito que son las cruces de los tres afusilados . Tomi de Arguiña , Machín de Gaona y el otro Machín . La abuela empezó a removerse en su sillón de enea : — De aquí los llevaron ... ¡ Ay , hijos , no valió esconderlos , no valió ! ... Todo lo miraban aquellos verdugos . ¡ Ay , cómo decían , tú ! ... ¡ Y cómo decían de pegar fuego a la casa y al pajar ! ... Eran a me preguntar por mis hijos . Yo decía , pues a la feria . Ellos decían , a la guerra . Pues yo , a la feria ... Fueron al pajar y descubrieron a los cuatro que venían persiguiendo . Aquel que ahora se fue , escapó por entre los soldados . Yo lo vide entrar acá espavorido , y lo llamé , y lo tuve escondido bajo el sillón . Todo lo volvieron a correr ... ¡ Ay , jurar y jurar , mas no lo encontraron ! — la abuela estaba quieta — . ¡ Y rezando al Señor , y rezando a la Santa Madre , y a San Martín de Arguiña , que hace tantos milagros ! El ventero guiñaba los ojos : — Se salvó como dice . ¡ Y a la madre se lo debe ! Preguntó la monja : — ¿ Pero quién ? ¿ Roquito ? — Sí , señora . La Josepa explicó : — Todos los cuatro eran fugitivos de aquel gran presidio , que dicen está en la tierra del moro . Escaparon acá , porque eran nativos de Arguiña . Musitó la abuela : — El que ahora se fue , ese no . — Salvando Roquito , que tiene otra nación . La monja interrogó , al mismo tiempo que cambiaba una mirada con Cara de Plata : — ¿ Por qué estaban en presidio ? Hallábase la Josepa sentada en tierra , y enderezó el busto afirmando ambas manos en la cintura : — No maginar cosa mala ninguna . ¡ Eran cristianos muy cabales ! Cara de Plata murmuró : — ¡ Pero estaban en presidio ! — Como tú , señorico , lo puedes estar . El ventero afirmó con aquel inquietante guiñar de ojos que parecía desmentir siempre cuanto decía : — Eran hombres muy cabales , y los mandaron al presidio contra ley . Fueron los primeros en alzarse , y como eran contrabandistas , pasaban cientos de fusiles por esa raya de Francia . Josepa la de Arguiña , levantó los brazos arremangados , que parecían de cobre en el reflejo del fuego : — ¡ No hay caravana peor que la justicia ! ... Habían llegado aquí con cientos de trabajos , y cuando ya se contaban seguros , los volvieron a coger , por una delación . La mujer sollozó . Callaban todos . Y como si las almas se hablasen en el silencio , las miradas iban unas en pos de otras , hacia el niño que dormía en el cuévano lleno de mendrugos , y el niño se despertó llorando ... Roquito , después de hacer oración arrodillado cerca del pozo , en el corral blanco de nieve , entró al establo soplándose los dedos : — ¡ Vaites ! ... ¡ Vaites ! ... Una gran penitencia . ¡ Vaites ! ... ¡ Vaites ! ... ¡ Yo te ofrezco mi sangre en descargo de mis pecados , amantísimo Jesús ! Descolgó la esquila de una vaca , la guardó en el pecho , y salió al camino . Un momento estuvo indeciso , mirando a todos lados , y luego partió corriendo hacia el caserío de San Paúl . En el camino se le hizo de noche . Sólo se oía el fragor de las torrenteras . Roquito , sin dejar de correr , se santiguaba invocando el nombre de los santos y de las vírgenes que tenía en mayor devoción : — No me desampares en esta hora de prueba . Glorioso San Berísimo de Céltigos . Atravesó un puente que iba casi cubierto por la avenida , y luego una gándara encharcada , donde se perdió . Corría desalentado , hundiéndose en el lodazal de barro y nieve , sin ver ante los ojos otra cosa que el cendal de la bruma : — ¡ Señor , Dios de los Ejércitos , no me desampares en esta hora de prueba ! ¡ Señor , sácame de este encanto para que pueda derramar por ti mi sangre ! ... ¡ Vaites ! ... ¡ Vaites ! ... ¡ Servicio del Rey , servicio de Dios ! ... ¡ Sácame de aquí , Gloriosa Santa Euxia ! ... Hasta que salió la luna no pudo encontrar el camino . Se puso a correr para no helarse , y cruzó ante una iglesia , oyendo el vago son de la campana movida por el viento . Se detuvo para colgarse al cuello la esquila , y bajó al caserío por una trocha honda , convertida en torrente . Aletazos de huracán , traían en jirones el alerta de los centinelas . Roquito se puso a caminar encorvado , rondando las tapias de los huertos . La esquila campaneaba golpeándole el pecho . Algunos perros ladraron en la lejanía . Una voz asustada gritó en la oscuridad : — ¡ Quién vive ! Roquito se santiguó , y con el alma llena de luz siguió andando . El pregón de la esquila le anunciaba . Oía en las tinieblas los pasos del centinela , y no veía su sombra . La voz volvía a desgarrar la noche : — ¡ Alto ! ... ¡ Quién vive ! Y Roquito volvió a santiguarse , continuando su ronda arrimado al muro . Sentía un suave calor , una divina fragancia , como si deshojasen sobre su alma las rosas del Paraíso . En medio de la nieve y del viento , hallaba cuanto eran dulces los caminos de Dios . Sonó un tiro , y sintió como si le desgarrase la espalda la uña encendida de Satanás . Acababa de arrojarlo de sí . La carne aterida , gustó como un regalo correr la sangre tibia . De improviso abriose una puerta que se iluminó con la lumbrarada encendida en el zaguán . Vio unas sombras que se destacaban y sobresalían por oscuro sobre el fondo rojizo . Oyó voces : — ¿ Qué ha sido ? — ¿ Echaste el alto , quintarraco ? — ¿ Tumbaste a Carlos Chapa ? — ¡ Juy ! ... El miedo te finge facciosos . Luego venía la voz humilde del bisoño que daba la centinela : — He oído una campanilla ... Eché el alto y no me contestaron . En el fondo rojizo de la puerta negreaba la figura del sargento , que encendía el cigarro con un tizón , derribado el gorro de cuartel sóbrela oreja . — ¿ En qué año te parió tu madre , quintarraco ? — Pues así de súbito no sé decirle , mi sargento . — Te ha parido el año del miedo . Oíste una esquila y has cuidado que era la campanilla que anunciaba la fin ... Y nos espantaste la cena . Gran ladrón , cuando acá estábamos diciendo , vamos a coger por los cuernos a esa res descarriada , tú nos la espantas con un tiro . Se oyeron otras voces haciendo coro a la del sargento : — ¡ Gran ladrón ! — No dispararas si serían facciosos . — ¡ Aguarday que me parece oír la esquila ! — ¿ Sería una vaca ? — No sería una vaca , pero sería una oveja . Para la cena ya llegaba . Roquito , agazapado en el recodo de una tapia , con el ánimo en zozobra , sujetaba el badajo de la esquila , para que no sonase fuera de sazón . Aún duraba la zalagarda de los perros que olían la pólvora , cuando los otros volvieron a entrarse y cerraron la puerta , quedando la noche en mayor negrura , al extinguirse el reflejo de la hoguera que ardía en el zaguán . A poco , se oía el rasgueo de una guitarra y el jaleo de la jota . Los pasos del centinela se apagaban en la nieve de la vereda : Roquito , sin salir de la sombra del muro , campaneó muy blandamente la esquila , que produjo un son apagado y huérfano , perdido en la noche . Lleno de ansiedad adivinó que la sombra del centinela venía para él : — ¡ Vaites ! ... ¡ Vaites ! ... Tú procuras tomar del cuerno a la res ... Roquito , para llevar más lejos al centinela , se arrastró sigiloso . Oculto bajo el emparrado de una puerta , volvió a tañer la esquila . El centinela venía a tientas , sin ruido , con el gozo y la zozobra de dar caza a la res , y ofrecerla en la cena de su sargento . Entró bajo el emparrado . Roquito entonces fue hacia él , y para conservarle en su engaño , andaba encorvado , con las manos en la nieve y la esquila campaneante sobre el pecho . El centinela tendió un brazo y palpó en el aire . Roquito entonces saltó incorporado , y le clavó su cuchillo en la garganta , con tal golpe , que no pudo arrancarlo . Corrió a la casa , entró al establo , sacó a brazadas la paja y la amontonó ante las puertas , al pie de las ventanas , bajo los carros . De tiempo en tiempo se detenía a escuchar . Los soldados del retén se emborrachaban con el chacolí del casero , las coplas de la jota tenían un aire bárbaro , y en la guitarra sólo quedaban los bordones . Se oyó el canto de un gallo . Roquito se apresuró , puso fuego a la paja que acababa de esparcir y huyó agitando los brazos : — ¡ Vaites ! ¡ Vaites ! En el camino se detuvo , y puesto sobre un bardal , miró al caserío . Bajo la luna , que ahora bogaba en un gran cerco de ensueño , se alzaban las llamas del incendio . Roquito pensó en el soldado muerto . Recordó que era un bisoño y tuvo lástima . De pronto se estremeció : — ¡ Virgen Santísima , no sería aquel rapaz tan nuevo que topamos ayer y nos dio pan para el niño ! Se puso a llorar y a correr . Cerca de Otaín unos soldados que vivaqueaban , le prendieron tomándole por loco , y como la herida que tenía en la espalda marcaba una huella de sangre , le enviaron al hospital en un carro da forraje . Cuando atravesó la antigua villa agramontesa , tiritaba de fiebre y daba voces de delirio . Dos monjas le recibieron en la portería del piadoso asilo , fundado cien años antes por Doña Juana Azlor de Aragón , Abadesa en Santa Clara de Viana . Algunos oficiales jugaban al dominó en el único café de la villa , y otros paseaban en la plaza , bajo los arcos del palacio de Redín . Era la plaza grande y silenciosa , con una iglesia y un parador . De tiempo en tiempo pasaba sobre el silencio el vuelo de las campanas . Un capitán de cazadores , pesado y corpulento , con la ceniza del cigarro esparcida por la barba , salió del café muy sofocado , abrochándose el capote , y se acercó a dos oficiales que discutían : — ¿ Qué hay , caballeros ? ¿ Se sabe si vamos a dormir mucho tiempo en este maldito pueblo ? Alzó los hombros , muy desdeñoso , el más alto de los dos oficiales , un buen mozo que lucía sobre el dormán de los húsares la venera de Santiago : — Eso nadie lo sabe . Dependerá de lo que hagan los carlistas . Lo de siempre ... Ellos nos llevan y nos traen ... Interrumpió el otro oficial , que era alférez abanderado de Numancia : — Yo creo que les atacaremos antes de mucho tiempo ¿ Usted qué opina , mi capitán ? — Que eso debió hacerse ayer . Hoy pueden ocurrir dos cosas ... El capitán se detuvo , tascando con rabia su cigarro apagado . Viéndole pensativo , el húsar santiaguista le interrogó con una sombra de burla : — ¿ Dos cosas , o tres ? El capitán sacudiose la ceniza de la barba : — No sé ... Estaba con otra duda ... ¿ Tú has visto barajar a ese teniente andaluz ? Yo creo que las amarra . El húsar rió alegremente : — ¡ Habrá que pedirle lecciones ! ¿ De modo que te has dejado robar ? El capitán , siempre tascando el cigarro , golpeaba la piedra del yesquero con el eslabón : — No me tengas lástima , niño . Ya hallaré el desquite ... A los tramposos se les gana mejor en cuanto se les conoce la trampa . El alférez abanderado cambió una mirada risueña con el húsar : — Me parece que será tarde el desquite , mi capitán . — Esta noche hallaré quien me preste . ¿ Si es por eso ? ... — No , no es por eso , mi capitán . — Entonces , usted dirá , señor alférez . — Ese teniente está destinado al batallón de Alcolea . Y afirmó el húsar : — Esta tarde sale para Tolosa . Nosotros le hemos visto tomar bagaje , querido García . El capitán los miró frunciendo el ceño : — ¿ Estáis de broma ? ... ¡ Bueno , pues que se lo lleve todo el demonio ! Lo malo será que permanezcamos aquí hasta criar moho . El alférez se impacientó : — No , no es posible que dejemos de atacar al Cura . Hay confidencias de la gente que tiene ... ¡ Apenas cien hombres ! Oyéndole , el capitán movía la cabeza : — No creo en los confidentes . Si han dicho cien hombres , serán mil . De atacarle , debió ser sobre la marcha . El húsar le puso una mano sobre el hombro : — Ya nos dijiste que ahora pueden ocurrir cinco cosas . Pero te has callado cuales sean . — Dos he dicho , niño . A mí con burlas , no . Una , que cuando lleguemos se lo haya tragado la tierra : Otra , que tenga noticia de nuestro movimiento , y nos sorprenda en el camino eligiendo el sitio , bien atrincherado ... Interrumpió el alférez : — Le atacaríamos , mi capitán . — Y nos costaría muchas bajas ... Para nada , porque al final se lo tragaría el monte . EI húsar sonrió cínicamente : — Es posible que no le atacásemos ... Después del paseo nos volveríamos acá cubiertos de gloria ... El capitán tiró el cigarro y lo pisó : — ¡ Es posible ! ¡ Es posible ! ... Continuó el húsar en el mismo tono : — Veo que conocemos la guerra . Cuando tú llegaste , discutía eso mismo con el alférez Alaminos . Atacaremos a los carlistas . Pero no será para vencerlos , sino para justificar una propuesta de recompensas . Hablaba sin despecho , con un cinismo sonriente , orgulloso de poder decir aquellas audacias que el capitán , un veterano amargado y lleno de deudas , oía en silencio , manoseando la barba . Se cruzaron con dos coroneles que también mataban el tiempo paseando bajo los porches , y el alférez , porque le oyesen , levantó la voz , sacando el pecho con aire fanfarrón : — El Duque de Ordax no debía hablar así , permíteme que te lo diga . Nuestro honor es el honor del Ejército ... El otro apenas hizo caso : — ¡ Bah ! ... Palabras de arenga . — Yo puedo asegurarte que no espero ninguna recompensa ... Si la obtuviese , sería por haberla ganado . El húsar le hincó los ojos que tenían una mirada clara y burlona : — Yo , en cambio , la espero . La Duquesa de la Torre se lo tiene prometido a mi madre . — Vuelvo a decirte que no debías hablar así . ¡ Es un insulto que lanzas sobre todos nosotros ! El Duque de Ordax frunció las cejas un momento , y luego se echó a reír : — Eres tonto , querido . Y le volvió la espalda , entrándose al café . El capitán y el alférez se miraron . El abanderado con una interrogación muda , el otro sonriendo paternal : — Acabaremos teniendo una cuestión seria . — No sea usted chaval , alférez Alaminos . El Duque de Ordax tomó asiento cerca de una ventana , y como los otros continuaban bajo los porches , tocó en los cristales y los llamó con la mano . El capitán y el alférez entraron . Alaminos tenía un gesto de reserva pueril . Viéndoles llegar , el húsar murmuró con gran sencillez : — Fuera hace demasiado frío , caballeros . El capitán arrastró una silla : — ¡ Eres un demoledor ! Y dio a sus palabras ese énfasis que dan los predicadores a las sentencias latinas . El Duque murmuró con cierto empaque de antigua nobleza : — ¡ Dejemos eso ! ... Y puso su mano enguantada sobre el hombro del alférez , que sonrió forzadamente , atusándose el bozo , apenas una sombra de humo sobre su boca que tenía el carmín de una boca de mujer . El capitán hundía las manos en los bolsillos de su pantalón : — ¡ Jorge , que los mozos conserven sus ilusiones ! Alaminos los miró fríamente : — ¿ No negarán ustedes que hay oficiales valientes y que se baten ? Alzó los hombros el húsar : — Cierto . Uno soy yo ... ¿ Pero a qué viene eso ? El capitán reía , soplándose la barba : — ¡ Eres un demoledor ! El Duque le miró con lástima : — ¡ Pero tú tienes que estar de acuerdo conmigo ! — ¡ Hombre , tanto como de acuerdo ! — Tienes cien cruces , cien medallas y cien años de capitán . ¿ Tú eres capitán desde la guerra de África ? — No , desde antes . Allí gané una laureada . El grado lo gané por haberme sublevado en Vicálvaro . El Duque de Ordax y el alférez abanderado rieron ante la buena fe del veterano . En este tiempo se acercó a la mesa una vieja encorvada , vestida con hábito de estameña : — ¿ Qué desean , señores militares ? El capitán se volvió al húsar : — ¿ Tú convidas , Duque ? El otro afirmó con la cabeza , y la vieja se puso a limpiar el mármol : — Como se han ido los mutiles , tienen , pues , que dispensar el servicio malo . Somos acá solicas las mujeres . El capitán interrumpió : — ¿ No quedaba ayer , todavía , un mozo ? — Cuando cerramos pidió su cuenta , y en la misma noche se fue . — ¿ A los carlistas ? — ¡ Pues qué hacer ! El andaba rehacio , pero desde el caserío vinieron los padres suyos y lo decidieron . Lloraban los pobrecicos porque ya son tres las prendas que tienen en la guerra . Fruncido el delicado entrecejo de damisela , descargó un puñetazo sobre la mesa el alférez Alaminos : — ¡ Esos padres merecían ser fusilados ! Suplicó la vieja con gran energía : — ¿ Por qué ? ¿ No sabéis vosotros otra canción mejor que esa ? ¡ Virgen , que tengo priesa y no mandáis ! El Duque se distraía avizorando la plaza , ocupado en cambiar guiños y sonrisas con una muchacha que , de tiempo en tiempo , asomaba en el gran balcón saledizo que tenía el parador . Al apremio de la vieja , el capitán le tocó con el sable : — ¿ Qué tomamos ? El Duque volvió la cabeza , con gesto lleno de indiferencia y luego continuó mirando a la moza . Un momento quedó el capitán en grave meditación : — ¿ Señor alférez , qué diría usted si encendiésemos luminarias ? El alférez repitió sin comprender : — ¿ Luminarias ? — ¡ Con ron ! — ¡ Admirable , mi capitán ! La viejecita correteó por entre las mesas para servirles . El Duque continuaba enviando sonrisas al balcón del parador , y el capitán encargose de hacer el ponche . Sentado enfrente , el alférez contemplaba aquellas llamas de humorismo y de quimera con una obstinación dolorosa : — ¡ Yo había soñado ser general ! El veterano esbozó una sonrisa de león cansado : — ¡ Todos , cuando jóvenes , hemos tenido el mismo sueño ! Volvieron a quedar silenciosos , y en el fondo de sus pupilas temblaba la llama azul del ponche como el final de aquellos sueños . El alférez interrogó con un gesto vago : — ¿ Usted está resignado , mi capitán ? — ¡ Hace mucho tiempo ! — No lo comprendo ... Yo dejaría de batirme . El Duque de Ordax les dirigió una mirada burlona : — ¿ Por qué se baten los carlistas ? Y el alférez respondió secamente : — No sé . Nunca he sido carlista . Afirmó el capitán , poniéndose una mano en el pecho , semejante a un santo resplandeciente de candor y de fe : — Yo me bato como el soldado , por el honor de mi bandera . Insistió el alférez Alaminos : — El soldado , si lo dejasen , tiraría el fusil y se volvería a su casa . El capitán enrojeció : — No todos . Yo he sido soldado , y también me batí por mis ideas . Interrogó el Duque : — ¿ Qué ideas eran las tuyas , García ? Se puso en pie el veterano . La ola de su barba derramábase sobre el pecho y le tocaba los hombros . Parecía el gigantesco San Cristóbal : — ¡ Las ideas de la libertad y del progreso ! Se habían extinguido las llamas del ponche , y el veterano , aprovechando estar en pie , llenó los vasos . Los tres bebieron , chocando el cristal , y el alférez levantó su vaso sobre los otros : — ¡ Por el ascenso de nuestro amigo el noble Duque de Ordax ! Y era terrible la expresión rencorosa y envidiosa de aquellos ojos azules , casi infantiles . El capitán volvió a beber : — ¡ Por la República ! Los otros sonrieron vagamente , sin mirarse . Y cuando el capitán posó el vaso en la mesa , haciendo sonar el cristal , comentó burlonamente el Duque : — Hubiera sido mejor un responso que un brindis . El alférez dejó ver sus dientes blancos : — Mi capitán , ahora debe brindarse por el hijo de Doña Isabel . ¿ Verdad , Jorge ? — No sé . — ¿ Tú no sabes ? ... Una risa solapada corría por su voz , y el veterano , con su gesto plácido , desaprobaba moviendo la cabeza . En esto vio entrar a un oficial de cazadores y le llamó lleno de cordialidad : — Teniente Velasco , venga usted a beber con nosotros . El oficial saludó llevándose la mano a la visera del ros enfundado de hule : — Hacen ustedes bien en tomar ánimos . Está ya decidido que salgamos en persecución del Cura . Interrogó Alaminos : — ¿ Se sabe cuándo ? — Mañana tal vez ... Pero solamente fuerzas de Infantería . El Duque de Ordax apuró el último sorbo y se puso en pie : — ¿ Qué fuerzas de Infantería ? — Ontoria y Arapiles . — Voy a solicitar permiso para ir con ustedes . Aquí me aburro demasiado . Hasta luego . Saludó militarmente y salió a la plaza arrastrando el sable . El alférez sonrió con despecho : — ¡ Qué farsante ! — ¡ Un buen chico ! No olvidemos que nos ha convidado , alférez Alaminos . Y el veterano volvió a llenar los vasos con las mejillas resplandecientes y una llama dulce y expansiva en los ojos : — ¡ Beba usted , teniente Velasco ! ... ¿ Se sabe dónde está el Cura ? — Las confidencias le daban en Astigar ... — ¡ Saldrá mentira ! — ¡ Y tan mentira ! ... Ya se dice que fusiló al destacamento que teníamos en San Paúl . — Pues no se anda ese camino en una noche . ¡ Lo conozco bien ! Interrogó el alférez : — ¿ Pero está confirmada la noticia ? — La noticia del fusilamiento aún no está confirmada definitivamente . Lo único que se sabe con certeza es la defensa heroica que han hecho los nuestros . El Cura tenía más de dos mil hombres , y los sorprendió dormidos . Esta mañana llegó un soldado cubierto de heridas . — ¿ Y los otros ? — Se teme que hayan caído prisioneros . El capitán suspiró : — ¡ Pues no me extrañaría que hubiesen sido bárbaramente inmolados ! Comenzaban a tocar las cornetas en la plaza . El Mariscal de Campo Don Enrique España había entrado en la antigua villa agramontesa como en un campamento de moros , desplegadas las banderas , sonantes los tambores , la soldadesca hambrienta y desmandada , soberana y soberbia . Los sargentos veteranos jaleaban a bisoños que , por cobrar fama , se mostraban audaces y rompían filas , entrándose a las casas , abrazando a las mozas , sacando afuera las herradas llenas de vino ... Por castigar a la villa de su claro abolengo legitimista , el anciano general asentó sus cuarteles en un convento de monjas y mandó clavar la campana que anunciaba los rezos . Solamente días después , al terminar un agasajo de chocolate y confituras , le venció el ruego de las monjas , y con galantería de viejo gentilliombre dejó aquel alojamiento para trasladarse al palacio de Redín . La Condesa , dama en otro tiempo muy famosa por sus ideas liberales , hacía muchos años que llevaba vida retirada entre aquellos muros , sin pisar jamás la calle . Era una anciana de gran talento y de extraordinaria energía , con una vanidad un poco rancia por su belleza pasada , por su literatura epistolar y por la gloria del general Redín . Al conocer el triunfo de las armas liberales , habíase calado los espejuelos de concha , y requerido la pluma para ofrecer su palacio al vencedor de las partidas carlistas reunidas en Otaín . En la carta , muy larga y de letra ya temblona , hacía recuerdo de su luto y de su soledad , con una melancolía que evocaba el buen tiempo de los rizos cayendo sobre las mejillas y de las camelias en los corpiños . Consagraba un suspiro a los días felices , aquellos cuando aún la muerte no había segado la hermosa vida de su inolvidable esposo el Capitán General de los Ejércitos Don Francisco de Redín y Espoz , Conde de Redín y Marqués de los Arapiles . ¡ El héroe nacional en la gran epopeya de la guerra contra Bonaparte ! Al cabo de los años se abrieron nuevamente los grandes balcones del palacio , y el sol , iluminando rayolas de polvo , entró en las estancias , y vio pasar la sombra de la anciana señora y el claro vestido de su nieta . En el patio , todas las mañanas cantaba un clarín , y a lo largo de los corredores se acompasaba el son de las espuelas con el son de los sables . La Condesa sentíase revivir . Con una sonrisa de abuela se asomaba a las ventanas para ver entrar a los ayudantes del general cuando volvían de correr el campo , en alegre tropel , a la caída de la tarde . Y nunca ponderó su bizarría sin tener que enjugarse los ojos . En el patio , las herraduras de los caballos resonaban con noble estrépito , y aquellas piedras viejas se animaban con el golpe de uniformes y el aleteo de las banderas . La llegada del general y de su Estado Mayor llevó gran mudanza al oscuro palacio de Redin . La Condesa , desde muy temprano , poníase una pañoleta de encaje sobre la nieve de sus canas , y se colgaba al cuello un gran medallón de oro , que aprisionaba en cerco de diamantes rosas el retrato en miniatura del inolvidable general Redin . En cuanto a la nieta , pasábase las horas en el salón hablando con algún oficial del Estado Mayor . Ellos la cortejaban muy respetuosos , y ella los miraba con un hechizo riente , sintiendo un poco de calor en las mejillas . Alguna vez , para templar las hipérboles galantes , hablaba de su aburrimiento en aquel palacio , con su tertulia de señoras graves , que seguían discutiendo las batallas de la primera guerra carlista , encorvadas , gruñonas , haciendo hilas , apartadas en bandos . Doña María Liñán , el aya , y la abuela , para los heridos liberales . Y las otras , un grupo de cinco viejas solteras , para los heridos de la Causa . Eulalia , si algún momento quedaba sin escolta , mirábase al espejo , se prendía una flor , y en el clavicordio de la abuela tocaba un vals , que había bailado mucho en otro tiempo , cuando sus padres daban fiestas en su palacio de Madrid . Aquel caserón tan viejo y tan alegre , que parecía haber recogido entre sus muros el rumor de una verbena , adonde acudiesen princesas manolas y duques chisperos . Algunas veces la abuela buscaba la compañía de la nieta . Eulalia oía desde lejos el golpe de su bastón , y se volvía hacia la puerta para enviarle una sonrisa , con los dedos volando sobre el rancio marfil . La Condesa tomaba asiento en un sillón , y cruzaba las manos , con mitones de seda , sobre la muleta de plata de su caña de Indias . Enfrente tenía el retrato del inolvidable general Redín . Era un lienzo de enorme tamaño , pintado en el año treinta por Antonio Esquivel . Representaba al héroe vestido de gran uniforme , con casaca azul bordada de oro , calzón blanco y altas botas . Tenía una mano en la empuñadura del sable y la otra en el pecho , con tres dedos , desapareciendo bajo la banda de Carlos III . Unos rizos muy negros , aplastados sobre la frente , le caían hasta el arco de las cejas , y los ojos tenían una hermosa mirada guerrera y fiera . La Condesa , después de suspirar varias veces abriendo y entornando los párpados , solía dormirse ante el retrato de su inolvidable esposo , arrullada por los recuerdos y por el vals que tocaba su nieta . ¡ Oh , música ligera que el viejo clavicordio desgrana lleno de pesadumbre ! Eulalia la tenia olvidada , y de pronto creyó oírla muy lejana , con vaguedad de sueño , bajo la mirada de un húsar que luce sobre el dormán la cruz de Santiago . Habían bailado juntos el último vals . El húsar se lo recordó , y ella se puso encendida . Ahora , con una tristeza que le llena los ojos de lágrimas y que no sabe explicarse , sin terminar el vals inclina la frente sobre el marfil del clavicordio , que produce un largo gemido : — ¡ Qué loco ! ¡ Qué loco ! ... ¡ Y se ha casado ! ... Las cornetas alzaban su coro entre un son de campanas que tocaban a misa . Reunidos en el atrio de la iglesia , esperando la llamada del esquilón , atendían a la formación de la tropa algunos viejos señores , prez de la antigua villa agramontesa . Paseaban embozados en sus graves capas , y de tiempo en tiempo se detenían para hacer algún comentario . Don Teodosio de Goñi dejó oír su risa clueca : — Desde el campanario de la iglesia , un buen tiro , y cazaba al petimetre de la cruz encarnada , que sale ahora del palacio . ¡ Si pudiera , aún entraba en mi casa por la escopeta ! Afirmó Don Iñigo de la Peña : — Si lo hubiéramos pensado con antelación , pudimos tener escondidas las escopetas en el campanario y cazar a unos cuantos . Sacando fuera del embozo la boca sumida , que semejaba una gran arruga , volvió a reír Don Teodosio : — A mí no se me iba el húsar de la cruz colorada , y tampoco aquel sargento de los bigotes . ¡ Le tengo gana al sargento aquél ! Susurró un viejo alto y espiritual , que llevaba una anguarina sobre los hombros : — ¡ Coincidimos , querido Teodosio ! — ¡ También tú ! Todos aquellos señores hicieron extremos de sorpresa , a la par de Don Teodosio . El caballero de la anguarina les fijaba los ojos , unos ojos dulces que tenían el misterio de dos flores : — Ese sargento está alojado en mi casa ... — ¡ Oh ! ¡ Oh ! ¡ Oh ! ... Y reían todos con esa risa lenta y cascada que acaba siempre en toses . Barboteó Don Teodosio : — ¿ Te ha dejado sin gallinas ? Y , dándolo por cierto , afirmó con gravedad socarrona el tonsurado Don Eulogio : — No suponía en usted ese espíritu de venganza ... El anciano de la anguarina interrumpió : — ¡ Ya sabéis que no tengo corral ! ... Pero ese sargento es un mal hombre . En mi cama está acostado un pobre pistolo a quien medio mató a palos . Lo hubiera matado si no bajo a las voces y se lo saco de entre las manos . Don Pelay de Leza hablaba con la emoción de un niño . Su rostro viejo , de ojos tan puros , tenía la blancura transparente de la hostia y una claridad infantil . Los otros sentían el contagio de aquella emoción . Don Teodosio preguntó iracundo : — ¿ Le tienes en tu cama a ese pistolo ? — Sí . — Bueno ... No debe volver a las filas ... Será un soldado más para la Causa . Don Diego Elizondo , un gigante de huesos , que llevaba antiparras negras , hizo gestos terribles y desdeñosos : — ¡ Mal soldado el que se deja pegar ! Que vuelva al regazo de su madre ese mocete ... No sirve para carlista . Cloqueó Don Teodosio : — Pero que deje el fusil . Se habían detenido haciendo corro , y volvieron a continuar su paseo al abrigo de la iglesia . En la plaza se reunían los cazadores al son de las cornetas . Llegaban apresurados por las callejuelas angostas , con el fusil al hombro y los roses enfundados de hule . A la puerta del palacio , un soldado sin armas tenía del diestro la oronda mula que solía montar el general , y a corta distancia unos bagajeros esperaban con varios caballos matalones que tenían enfundados los hocicos en sendos alforjines de cebada : Eran las monturas para los capitanes de aquella tropa de infantes , tributo de guerra que , después de largo pleito , otorgaba la Merindad . De pronto hubo gran movimiento en la plaza , y dos criados que abrían de par en par las puertas del palacio , arrendáronse a los lados con respeto . El general salía entre su Estado Mayor . Andaba muy despacio , atusándose el frondoso mostacho , inclinada ligeramente la cabeza para oír a los que le hablaban . Antes de montar se acercó a los soldados , revistándolos en silencio , con las cejas fruncidas y un resuello gruñón . Habló con algunos sargentos veteranos , enderezó a un bisoño , sacudiéndole por los hombros con cierta brusquedad paternal , y estrechó la mano del capitán García : — ¿ Qué hay , capitán ? ¿ Usted ha sido de la expedición del coronel Zurbano ? — Sí , mi general . — ¿ Conocerá usted el valle de Arguiña ? — Sí , mi general . — ¿ Y los montes de Astigar ? ¿ O no llegó a cruzarlos el coronel Zurbano ? — Cruzamos entre los dos picos . Una marcha de diez horas para tres leguas , mi general . — ¿ Mal camino ? — No lo hay peor . Halagado por aquel interrogatorio , el veterano tenía una sonrisa radiante . El general , de pregunta a pregunta , dejaba un gran espacio de silencio : — ¿ Qué fuerzas carlistas perseguía aquella columna ? El capitán plegó el ceño e hizo semblante de meditar . Acababa de revelársele como un goce nuevo , el arcano de las pausas . Quería imitar al general en aquellas lagunas de silencio , y se sumergía en ellas como en un misterio voluptuoso y religioso : — Obedecíamos órdenes secretas del Cuartel General ... El coronel me distinguía , y varias veces escuché de sus labios que era empeño de honor acabar con las kabilas de Santa Cruz ... Y se puso una mano sobre el corazón , como si quisiese recordar el ademán heroico del coronel Zurbano : — ¿ Dónde sorprendieron al Cura ? — No le sorprendimos . Cuando nosotros dominamos los montes , se había corrido a la raya de Francia . Tuvimos algún tiroteo con otra partida que nos vino hostilizando parte del camino , y acabó por huir ante nosotros . Un pastor nos dijo que era la partida de Miquelo Egoscué . El general quedó un momento caviloso : — ¡ De suerte , que tan malo es el camino ! — ¡ Muy malo ! — Pues es preciso que nuestra gloriosa enseña flote victoriosa sobre las cumbres de Astigar . El general levantaba la voz al mismo tiempo que iba corriendo la mirada por las filas de sol dados . El capitán sintiose inspirado y conmovido , como si acercase a sus labios la copa de los brindis , en el final de un banquete : — Mi general , guiados por vuecencia , llegaremos a clavar nuestra gloriosa bandera en el mismo sol . Don Enrique España sonrió . De pronto , reparando en el bisoño , que volvía a torcerse bajo el peso del fusil , le preguntó : — ¿ Todavía no has olido la pólvora ? El soldado le fijó las pupilas llenas de interrogaciones , como si no hubiese comprendido . Un cabo le advirtió : — Te pregunta si estás fogueado . Y el soldado gritó como si el general estuviese a una legua de distancia : — ¡ No , mi general ! — Pues hoy sabrás cómo silban , hijo . Volviose haciendo seña para que le acercasen su mula , y montó con la lentitud de un canónigo . Sonaron de nuevo las cornetas , y la escuadra de zapadores rompió marcha . Los viejos legitimistas que paseaban en el atrio se detuvieron para ver el desfile de la tropa . Don Teodosio de Goñi susurró bajo el embozo : — ¡ Habrá que ver cómo vuelven ! Y Don Diego Elizondo repuso , afirmándose las negras antiparras : — Con un poco más de barro en las polainas . — ¡ O descalabrados ! El gigante de las antiparras volviose al caballero de la anguarina : — ¿ Tú crees en esta persecución contra el Cura ? Don Pelay de Leza miró a todos sonriendo con timidez , como si quisiese desagraviarlos , y luego murmuró con una dulzura triste y cordial : — ¡ No puedo creer en esas cosas ! Gritó Don Diego Elizondo : — ¡ Yo tampoco ! ¡ Y afirmo su pacto con los liberales ! Suspiró Don Pelay : — ¡ Están de acuerdo para desacreditar a los carlistas ! ¡ Las naciones nos hubieran concedido la beligerancia sin las ferocidades de Santa Cruz ! No es afirmación gratuita : Son palabras del general Don Antonio Lizárraga . Hacia tiempo que sonaba el esquilón , y el caballero de la anguarina entró a oír la misa . Los otros , todavía enredados en la discusión , le siguieron . Cloqueaba Don Teodosio : — ¡ Manuel Santa Cruz podrá ser un equivocado , pero no es un traidor ! Rebatía Don Iñigo de la Peña : — ¡ Hace la guerra como un bandolero ! — ¡ Como debe hacerse la guerra ! ¡ Como debe hacérsela guerra ! Y gritaba Don Diego Elizondo : — El Cura está de acuerdo con los guiris . ¡ Pero no han contado con Miquelo Egoscué , ni con Don Pedro Mendía , ni con el Manco , ni con el Sangrador ! ...