La guerra del Transvaal y Los misterios de la banca de Londres por Van Poel Krupp Madrid Imprenta y estenotipia de El País Calle de la Madera , 8 1900 Hemos tenido la colosal desgracia de que se mecieran nuestras cunas sobre campos de diamantes y de oro . Steijn , Presidente del Estado Libre de Orange . — ¿ Y era bonita ? — Como una virgen de Rafael . — ¿ Los cabellos rubios ? — Más que el oro del Rand . — ¿ Los ojos azules ? — Como nuestro cielo de Africa . — ¿ Y quiso mucho al presidente ? — Ya lo ves ; a los doce años de ausencia le envió como recuerdo el himno que tarareabas . — ¡ Nacido del amor y de la ausencia , añorando la juventud pasada ... ! ¡ Qué hermoso nacimiento para el himno de una nación joven ! — Digno de nuestros pueblos . — ¿ Y no parece extraño que sea una mujer la que escribiera la música y la letra de un himno tan viril ? — ¿ Y por qué ? — ¿ No era ella delicada y él musculoso , gigantesco , atlético ... ? ¡ Más lógico es que el presidente concibiera tal himno ! — Si yo tuviera , como tú , venas de poeta , te diría que el amor trueca las almas . Nada más sensible , más tierno , más minucioso que un gigante enamorado . Nada , tampoco , más enérgico que una débil mujer apasionada . — Verdad , verdad . ¿ Y por qué lo cantáis en pie y con la cabeza descubierta ? — Ya lo verás , ya lo verás tú mismo : dentro de pocos días vivirás en los dominios de Cecil Rhodes ... , ¡ peste de inglés ! ... He querido que me acompañaras unas semanas en la paz de Dios ... ¿ Para qué iba a infundirte mis pasiones ? — ¡ Por Dios , tío ! — Has visto mi casa , mis tierras , mis bueyes . Mi mujer es amable , laboriosa y buena . Nunca reñí con ella . Mis hijas son bonitas , hacendosas , instruidas . La casa es de piedra , las tierras tienen riego , mis rebaños son de los mayores del país ... Pues , mira , ¡ peste de inglés ! ... Algún día , por cantar ese himno , tendré que abandonar casa , tierras , familia y ganados ... , y lo cantaré con toda mi alma . — Pero , tío .. : , ¿ por qué no es usted franco conmigo ? ¿ Qué le pasa ? — ¿ Para qué disgustarte ? Cuando sientas la espuela inglesa en tus costillas , entonces me comprenderás del todo . Entretanto , recuerda únicamente que has nacido a diez millas de Pretoria , que eres afrikánder , y que el día en que se ize una bandera con la divisa « Africa para los afrikanders » , tu tío Abraham Devinter estará debajo de ella , defendiéndola , con la carabina al brazo . Hubo un momento de silencio . El más joven de los interlocutores se puso a tararear el himno transvaalense : Callóse luego y durante un buen rato no se oía más que el frrr de los velocípedos rodando por el camino . Este diálogo se cambiaba a mediados de 1895 entre dos ciclistas boers en la frontera occidental del Orange . Era en uno de los caminos que conducen desde Boshof , la villa boer , a Kimberley , la británica ciudad de los diamantes . Los ciclistas , subiendo una colina , avanzaban despacio y con trabajo . Atrás quedaban las tierras fértiles , las granjas blancas , los rebaños de caballos , toros y ovejas . Delante una tierra rojiza , arenosa , sin árboles ni hierba . Y en lo alto un cielo de un azul intenso , duro , metálico . La cuesta se empinaba , y nuestros ciclistas , bajo un sol de mediodía , sudaban copiosamente . — Dentro de un momento — dijo Abraham Van Devinter — nos encontraremos frente a Kimberley . — ¿ Ya hemos pasado la frontera ? — De aquí a un segundo . Dos minutos después , en lo alto de la loma , se detuvo Devinter . Su compañero le imitó . Soplaba un viento fresco y vivo , que después de la cuesta hacía resucitar los pulmones . — ¡ Ahí está Kimberley ! — exclamó Devinter . Y ante el asombro del compañero , añadió , ratificándose : — ¡ Y la tierra que ves detrás es la Gricualandia ! El más joven de los ciclistas no podía dar crédito a sus ojos . Kimberley , la renombrada ciudad de los diamantes , se representaba a su fantasía , como una grande espléndida población . Los tesoros de las mil y una noches , la gruta de Aladino , las magnificencias de Bagdad , los grandes edificios que bordean el Sena o el Támesis contemplados a las doce de la noche desde uno de los puentes centrales de París o de Londres ... , todo le parecía poco para aquella ciudad de los diamantes , donde , al decir de las gentes , se hacían millones con el hallazgo de una sola piedra . Y en lugar de la capital que le pintó su fantasía , se hallaba frente a un poblado de tres a cuatro mil casas , la mayor parte de un solo piso . La población le ofrecía un aspecto mezquino y pobre . A pesar de sus diamantes , Kimberley desmerece enormemente si con Johannesburgo o con Pretoria se compara . La mayor parte de sus construcciones son chozas o barracas de madera . Y los alrededores de Kimberley no aparentaban más riqueza que la población . ¡ Qué contraste entre la tierra de la Gricualandia , cuya capital es Kimberley , y la del Orange ! En ésta todo es verdor , primavera y cultivo . En la Gricualandia , el suelo es rojizo , árido , seco , polvoriento . Apenas se destaca de trecho en trecho un campo de hierba escasa y contados y raquíticos arbustos . Sólo en Kimberley se ve algún árbol , y eso es un jardín público ; en lo restante del terreno , lo característico es la ausencia de verduras y de sombra . Las casas del campo circundante no son más pintorescas . Las hay de céspede , como chozas de caza . Las casas de arcilla constituyen una cierta aristocracia . Las de arcilla , con planchas de madera , forman ya las habitaciones de las clases directoras . Y , finalmente , hay mineros tan afortunados que moran en casas de arcilla y zinc . A la derecha , herida por un sol de justicia , la amplia superficie del río Vaal brillaba con destellos argentinos ; a la izquierda , en el horizonte , las aguas del río Moder corrían tranquilas por el ancho cauce , y en el fondo , muy a lo lejos , la cinta enorme del Vaal , al ensancharse , producía impresión semejante a la del mar , cuando desde una altura se le contempla . ¡ Parece imposible que sus aguas no inunden la tierra ! Y esa llanura , pelada y triste , de una desesperante monotonía , interrumpida apenas por montículos de tierra que indican la vecindad de las minas , constituye el Veld , el país de promisión , la tierra de los diamantes . ¡ Expliquémonos el desconsuelo de nuestro ciclista ! Van Devinter le miraba sonriendo , como si gozara interiormente del desencanto de su compañero . — ¿ Y los palacios de Cecil Rhodes , Barnato y Lord Denver ? — preguntó el joven . — Lord Denver , que es el menos rico , tiene una buena casa en Kimberley , ¡ casi un palacio ! ... ¡ Pero los palacios de los otros ! Esa gente viene aquí , se enriquece con nuestra tierra y nuestro trabajo ... y el dinero se lo gasta fuera . Aquí tienen a los negros y a los boers para enriquecerse ; allá , en Londres , en París y en Niza , los palacios , los lujos y las mujeres para arruinarse . Y como en la ciudad de los diamantes viven en chozas los trabajadores , en las ciudades del vicio habitan las cortesanas en palacios . El joven le escuchaba con creciente interés . No era su tío muy comunicativo , por punto general . Cuando una noticia , un acontecimiento , una idea o un suceso cualquiera lo impresionaba , conformábase con rascarse la sotabarba , limpiarse los quevedos y encender la pipa . Rara vez experimentaba la necesidad de comunicar sus opiniones . Y había tanta amargura en sus palabras , que el joven insistió : — Pero , tío ... , ¿ por qué no es usted franco conmigo ? Devinter contestó secamente : — ¡ Basta , basta ! Y montando en bicicleta , reanudó la marcha . Hizo lo propio Alejandro Liebeck — así se llamaba el sobrino de Van Devinter — y durante un buen rato no despegaron los labios los ciclistas . Alejandro meditó las palabras de su tío . ¿ Qué dolores íntimos encubrían ? Bajo la apariencia burguesa y satisfecha de un boer regularmente acomodado , ¿ qué historia , qué penas , qué desengaños se encerraban ? Cuantas veces había pretendido averiguarlo , su tío Abraham se encerraba en silencio impenetrable . Lo único que se le alcanzaba al explorar el alma de Devinter era un odio reconcentrado , tanto más temible cuanto más frío , hacia Inglaterra . Pero al inquirir sus causas , Abraham se sonreía , replicando plácidamente : — Ya verás , ya verás ... Al cabo , Alejandro se puso a pensar en sí mismo . Por primera vez en su vida comenzaba a inquietarle una preocupación grave . ¿ Qué iba a ser de él en Kimberley ? ¿ Encontraría ocupación ? ¿ Sería de su agrado ? Hasta entonces , niño mimado de la casa , había vivido cubierto material y moralmente de cariños . En la granja paterna , situada en los alrededores de Pretoria , se le quería como al hijo mimado . Padre y madre habíanse esmerado en evitarle los trabajos penosos ; mientras Jacobo , su hermano mayor , reemplazaba a su padre en el cuidado de los rebaños y en el cultivo de la tierra , él se quedaba en casa , recibiendo de los padres y maestros una educación superior a la de todos los jóvenes de las inmediaciones . Una vez adolescente , se le envió a Amsterdam , y en la segunda capital holandesa , en casa de su tío abuelo , había aprendido fácilmente el oficio de obrero diamantista , distinguiéndose sin esfuerzo entre sus compañeros de taller , y alcanzando , merced a una sensibilidad aguda del tacto , tal vez debida a un tan exquisito como inconsciente temperamento artístico , especial habilidad en la talla de diamante ? . Por sus aficiones naturales , destinó sus horas de solaz a la admiración de las obras pictóricas , arquitectónicas y escultóricas de los grandes maestros . Y al terminar el aprendizaje , a los veintidós años de edad , se encontró en posesión de un oficio codiciado y de una cultura y delicadeza artísticas no muy comunes en el hijo de un labriego . Pero hasta entonces su vida se había deslizado suavemente , como las aguas de los ríos que se tendían a los lados , en sus cauces anchurosos . La verdadera vida comenzaba ahora , después de su regreso de Holanda , y sobre todo con el viaje a Kimberley , donde pretendía encontrar colocación . Algo misterioso y triste le advertía que ya iba a acabarse la existencia de invernadero ; tan pronto como su tío Abraham le encontrara un destino , el calor de hogar que siempre le había rodeado desaparecería definitivamente . ¡ Adiós , cuidados minuciosos de la madre y de la hermana ! ¡ Adiós , solicitud insistente del tío abuelo ! ¡ Adiós , granja del tío Abraham , donde las primas Dina y Olimpia le repasaban con tanto esmero la ropa blanca y tocaban y cantaban al piano las canciones melancólicas de la vieja y nevada Holanda ! Olimpia , sobre todo . ¡ Tan culta , tan sensible , tan artista , tan franca ! ... Deseando estaba evacuar a toda prisa la diligencia que le llevaba a Kimberley , para oír de su voz fresca y argentina el relato detallado de aquellos románticos amores en que nació el himno del Transvaal . Y en lugar de los ojos azules de Olimpia , de su cabello de oro , de la blancura dorada de su cuello , el Vaal se extendía allá abajo , áspero y seco , mostrando su fealdad rojiza por entre el polvo que los velocípedos levantaban al rodar . Ante la perspectiva , nueva , desconocida y un tanto misteriosa de ganarse la vida en los campamentos de aventureros , sintió un ligero estremecimiento en las espaldas . Al poco rato recobró su alegría habitual . Los pensamientos tristes suelen durar poco en los cerebros jóvenes — y pasaron las penas por su frente como la sombra de un pájaro por la tierra asoleada . De pronto se vio a lo lejos una gran polvareda . — ¿ Qué es eso ? — preguntó Alejandro . — Un coche — replicó Devinter . Y los ciclistas siguieron avanzando silenciosos . A los pocos minutos se vio destacarse de entre el polvo del carruaje una humarada . Oyó perceptiblemente Alejandro una detonación y exclamó con alarma . — ¿ Qué pasa en ese coche ? — ¡ Cualquiera lo averigua ! — contestó Devinter , añadiendo con imperiosa voz : — ¡ Detente , muchacho ! ... , me parece que se está asesinando ahí a alguien . Alejandro se apeó inmediatamente , echando mano al rifle , que según costumbre que empieza a generalizarse en Africa , llevaba enganchado del cuadro del velocípedo , a la manera que llevan los fusiles los ciclistas militares de los ejércitos europeos . Esta vez fue el tío quien imitó al sobrino apercibiendo el rifle . — Y ¿ qué hacemos ahora ? — preguntó Alejandro . — Lo más prudente es volvernos a la granja . ¿ Y sin llegar a Kimberley ? ... Vuélvase usted , si quiere , tío , yo no regreso . Y , agarrando el rifle con la mano derecha , echó a andar , montando en la máquina . — ¡ Tiene la sangre de la raza ! — repuso Devinter , montando igualmente . Sonó a los pocos segundos otra detonación y entonces Alejandro , como si una máquina moviera sus miembros , como empujado por un impulso irresistible , echó a correr camino adelante , en dirección del coche , el rifle en la mano derecha , con la culata apoyada en la pierna , y el cuerpo inclinado , como en una carrera cuyo premio fuera el campeonato nacional . Devinter gritaba : — Alejandro , Alejandro ... , para , para . Y corriendo con toda la fuerza de sus piernas , trataba de alcanzarle . Pero el joven ni se paraba ni le oía . Hasta que Devinter , ciclista poco hábil , por forzar la velocidad a que su máquina estaba acostumbrada , dio de cabeza contra un árbol y velocípedo y velocipedista rodaron por el suelo , cada uno por su lado , rota la máquina y sin sentido Abraham . Y Alejandro corría , corría hacia adelante , sintiendo centuplicarse las energías de su espíritu ante la perspectiva del peligro . Porque el espectáculo que a sus ojos ofrecíase era de fascinadora belleza trágica . Sobre un coche detenido en medio del camino se alzaba una señora , luchando cuerpo a cuerpo con un hombre de ciclópea estatura . Otros dos hombres que , a juzgar por las libreas , debían ser el cochero y el lacayo , se revolcaban por el suelo , luchando a brazo partido . Sonó un tercer disparo y vio distintamente Alejandro que la señora tenía un revólver en la mano . Y nuestro ciclista , agarrando nerviosamente el rifle , avanzaba con ímpetu . Estaba a treinta pasos del coche , cuando una voz de mujer gritó con angustia : — ¡ Aquí , aquí ! Pero al mismo tiempo , de entre una cabaña de césped que bordeaba el camino , aparecieron como sombras otros tres hombres que le dieron el alto con ademán y tono imperativos . Y entonces Alejandro , sin dejar de correr , pero acortando la marcha , apercibió el rifle y disparó . No en balde era boer , a pesar de los refinamientos artísticos que debía a su educación , su temperamento y su viaje por Europa . Uno de los tres hombres cayó en seco , sin articular una palabra . Desgraciadamente para Alejandro , le fue imposible descender del velocípedo antes de que éste alcanzara a los hombres y uno de éstos , agachándose rápidamente , tuvo tiempo de extender la culata de la carabina . El velocípedo tropezó en ella y Alejandro cayó , pero agarrando el rifle . Los dos hombres se echaron sobre él . Y entonces , si algún viajero hubiera atravesado aquella tierra ingrata , habría presenciado la más horrible de las luchas . En el suelo , los dos hombres con libreas se acometían como fieras . Uno de ellos , el blanco , blandía un puñal , y el otro , el negro , cuidaba únicamente de eludir los golpes , con la movilidad de una serpiente . En el coche , la dama y el hombre de gigantesca talla luchaban por estrangularse y , ¡ cosa extraña ! , a pesar de las fuerzas del hombre , la señora se defendía tenazmente . Más allá del coche , Alejandro era presa de los otros dos hombres . Uno de ellos habíale arrebatado ya el rifle y el otro le sujetaba los brazos , pero Alejandro se defendía con los pies , con la cabeza , con los dientes . Se oyó un grito ronco y uno de los hombres de librea se incorporó , diciendo en un inglés de taberna : — ¡ Maldito cafre ! ... Esta madera de ébano mella los aceros ... , ¡ me ha roto el puñal con los pulmones ! Casi instantáneamente pudo saltar del coche la señora , desprendiéndose de los brazos del gigante , con el vestido blanco teñido de sangre , mas no lo hizo sin que sobre ella se arrojara el hombre de la librea . Al mismo tiempo los caballos , espantados , echaron a correr campo traviesa , a galope tendido . Al advertirlo , el gigante quiso saltar del coche . Ya era tarde . Los caballos habían caído en una mina abandonada y su peso había provocado un hundimiento en aquella tierra polvorienta . — ¡ Socorro ! — gritó el gigante con estridente voz . Y súbitamente desapareció con el coche y los caballos , tragados , arrollados , devorados por una tierra que con ellos se despeñaba al fondo de la mina , desde una altura de doscientos metros . Entretanto la lucha proseguía en el camino . Alejandro no oía nada , no veía nada , nada sentía , ni pensaba en nada , sumido absolutamente en la empresa de librarse de aquellos dos hombres . De pronto sintió como que algo íntimo y profundo se le escapaba muy de dentro . Vio en un segundo que desfilaban por sus párpados cerrados visiones y recuerdos . Creyó contemplar la ciudad de Kimberley , tan mísera y destartalada como se le había aparecido media hora antes . Le pareció encontrarse en la granja de su tío Abraham Van Devinter y estar junto al piano , oyendo las notas que arrancaban los dedos de Olimpia . Se figuró que los azules ojos de su prima se clavaban amorosos en los suyos . Pensó estar en Holanda , escuchando los consejos de su tío abuelo . Imaginó pasearse por los alrededores de la paterna granja , contando las cabezas de ganado cuando al anochecer volvían al establo . Le silbaba en los oídos el himno transvaalense : Se encontró lejos , muy lejos , en el amplio cuarto donde su cuna se meciera , arrullado por las canciones melancólicas que la madre le cantara . Un mar de oscuridad y de silencio se le entró por los ojos . Alejandro Liebeck había perdido el conocimiento . Los dos compadres vaciaban las botellas con impetuosidad verdaderamente anglosajona . Para cubrir las bajas sufridas en el jerez , entraban en batalla la ginebra de Holanda y el champagne de Reims . ¡ Y aún se dirá que los ingleses no son cosmopolitas ! Ocurría la escena en uno de los más amplios salones de la casa palacio de Lord Denver en Kimberley . Tendidos en blandas y muelles butacas , el dueño de la casa y el celebérrimo Barnato , el archimillonario , bebían y fumaban ricos habanos Murias , de doscientas libras esterlinas el millar . Los rasgos del aristócrata de buena cepa se conservaban en Lord Denver , no obstante el abusar de los alcoholes . Su talle esbelto , el cuerpo derecho , la cabeza erguida , las manos largas , las uñas bien cuidadas , los dedos sin nudos , el aspecto total , marcial y dominante , contrastaban notablemente con los rasgos y facciones de sus asociados en las compañías mineras . Barnato , ni en su tipo ni en su sangre tenía nada de aristócrata . Sus bromas no eran , asimismo , de las más delicadas . — ¿ Sabes , Enrique , que para ser un lord bebes ginebra como uno de tus cafres ? Y al decir esto pasaba amistosamente sobre el hombro del aristócrata la mano — mano pesada , gruesa y corta , como la zarpa de un león . - ¿ Y sabes que para ser un ... ? No terminó la frase Lord Den ver . En el umbral de la puerta apareció un criado , trayendo un telegrama . — Es urgente . — Está bien , y que no entre nadie . El criado se retiró inclinándose . Lord Denver leyó el despacho en voz baja , volvió a leerlo como si no quisiera dar crédito a sus ojos ; aún lo leyó otra vez mirándolo hasta por las márgenes y por el reverso , y cuando se hubo cerciorado de que no le engañaba su esperanza , abalanzóse sobre Barnato , abrazándole con las muestras más aparatosas de entusiasmo , y exclamó con toda la fuerza de sus pulmones : — ¡ Viva el doctor Jameson ! ¡ Viva Cecil Rhodes ! ... ¡ El Rand será nuestro ! Barnato se apoderó a su vez del telegrama , leyéndolo en voz alta . Decía así : Mafeking , Agosto 11 Denver Kimberley Leonard nuestro , dispone cinco mil hombres . Comuníquelo Barnato y Beit . Espere ahí Rhodes , Phillips , yo , convendremos detalles . Aplace emisión acciones . Asunto seguro . Reserva . Enhorabuena . Jameson . Barnato dejó el despacho sobre la mesa . Por un segundo los dos compadres se abrazaron en silencio , aún más ebrios de gozo que de alcohol , hasta que Barnato , recordando sus buenos tiempos , se subió sobre la mesa y vertiendo mezclados champagne y ginebra , en copas anchas y profundas , comenzó a hablar de esta estrambótica manera : — Señoras y señores . Tengo el honor de anunciaros que las auríferas minas del Rand van a perder de vista a mister Kruger ... — ¡ Hurra , bravo ! — exclamaba Lord Denver . — Echa más champagne , Lord ... Tengo la satisfacción de participaros que el famoso , el conquistador , el magno doctor Jameson , vencedor del rey Lobengula , de los cafres , de los mata-beles y de los bechuanas , va a invadir el Transvaal . — ¡ Hurra el doctor Jameson ! — interrumpía Denver . — Tengo el orgullo de deciros que Leonard , honra del foro sudafricano , futuro presidente del Tribunal Supremo de Justicia , presidente de la Unión Nacional de Johannesburgo , se adhiere a nuestra causa , obligándose a ayudarnos con cinco mil hombres . — ¡ Hurra Leonard , el abogado ! — Tengo el placer de aseguraros que el pajarraco Kruger tendrá que irse con su Biblia y sus holandeses a otra parte , porque si no se fuera , si no se fuera , yo , Barnato , le agarraría por las barbas con toda la fuerza de mis brazos y le colgaría del alero de un tejado . — ¡ Hurra por el hércules Barnato ! ... Sigue el discurso . Pero Barnato se paró de pronto . Una idea le había acometido . Descendió de sus alturas , yéndose derechamente a una mesa escritorio , en un rincón de la sala . Apercibió papel y pluma y escribió velozmente unas líneas . — ¿ Qué haces ? — le preguntó Lord Denver . — ¡ Ay , Lord , Lord ! ... , mira la diferencia que hay entre un pobre Denver , como tú , y un gran Barnato como yo . Toma y lee . Leyó Denver . Rubén . — Lombard Street , 113 Londres . ( Urgente . ) Suspenda ventas . Compre Charted y Rand aseguradas . Barnato . — Ves . Yo bebía más que tú , hablaba más que tú y al mismo tiempo pensaba más que tú . — Está muy bien , pero Charted no se escribe « Charted » , sino « Chartered » . — Eso es lo que sabe un Lord , ¡ ortografía ! , ¡ lo que un maestro de escuela ! ¿ Y sabes lo que vale un maestro de escuela ? ¡ Cincuenta libras esterlinas al año ! ... Mira , llama al criado . Se presentó el criado de antes , un negrito bushman , de pequeña estatura . — Oye — dijo Barnato — , lleva este despacho al telégrafo ... Corre , que es urgente . Y dirigiéndose a Lord Denver , mientras salía el servidor : — Y ahora , después de haberte probado que te venzo en los negocios , voy a demostrarte que bebo más que tú , ¡ pedazo de idiota ! SSfe Si Lord Denver no se hallara tan unido a Barnato en cuantas compañías estaba interesado , es muy probable que no habría tolerado las bromas , a veces atrevidas , que se permitía su compadre . Allá , en Inglaterra , junto a la casa solariega , entre los nobles sus compañeros de colegio , tal vez podía el último Lord Denver parecer un buscador de dinero , pero en Kimberley , entre los millonarios advenedizos , entre los reyes sin más reinados que los de minas , Lord Denver se complacía en enumerar la serie larga de sus ascendientes a los aventureros que con dificultad acertarían a decirnos los segundos apellidos de sus padres . Y si el aspecto de las habitaciones indica las cualidades de sus inquilinos , al ver el color severo de las paredes y los muebles , la ausencia de tapices y portieres que con sus tonos suaves dificultan la luz en el tocador de las damas coquetas , nadie hubiera dicho : « Aquí mora un voluptuoso . » Ante la falta de bibelots y obras artísticas , tampoco se habría exclamado : « Aquí vive un soñador o un poeta . » Pero ante la riqueza fastuosa de los muebles , ante las bandejas y fuentes de oro y plata que asomaban por entre los bien tallados aparadores , tampoco se hubiese afirmado sencillamente : « Aquí vive un aventurero enriquecido . » Porque colgaban de los muros viejos retratos de militares y señores , mostrando en sus trajes y uniformes las modas de cuatro siglos , y anunciando con el parecido de sus rostros que formaban los eslabones de una noble familia . Y , sin embargo , aquel Lord , tan orgulloso de su sangre , había llegado al Sur del Africa , como los inmigrantes todos , sin otro capital que la maleta , no muy llena , y sin más porvenir que el misterioso continente y el cielo incierto por delante . — ¿ Por qué causas ? Ni Barnato ni nadie las conocía a fondo , pero ello no impedía que en sus intimidades con el Lord , el archimillonario se burlara grandemente de sus pujos hidalgos . — ¿ Cuántas cajas de ésas de Jameson tienes en tu casa ? — preguntó bruscamente Lord Denver . — Setenta y dos de carabinas Lee Metfort y tres con las piezas desmontadas de un cañón Máxim . — Yo tengo otras mil seiscientas carabinas , que con las mil ochocientas de tus cajas hacen un total de tres mil cuatrocientas . — Aún necesitamos otras mil seiscientas para que tengan armas todos los hombres de Leonard . — Pero éstas las enviamos desde luego . — ¿ Enviarlas ? ¿ Ya dónde ? — A Mafeking y allá Jameson con ellas . — ¡ Por las barbas de Kruger ! ... ¿ Y qué quieres que haga con ellas en Mafeking el doctor Jameson ? — ¡ Toma ... ! Introducirlas en Johannesburgo con su gente . — ¡ Ay , Dios mío , pero qué bruto eres ! Déjame a mí el cuidado de las armas y llena estas dos copas . Te juro que si delegáramos exclusivamente en ti la dirección de las compañías , ni a Rhodes , ni a Phillips , ni a Beit , ni a Jameson , ni a ti , ni a mí , ni a ninguno de los hombres de Kimberley nos quedaría un cuarto . — ¿ Por qué ? — ¿ No comprendes , desventurado , que si Jameson entrase en el Transvaal por Mafeking , él y sus hombres y las cinco mil carabinas caerían en poder de Kruger a la tercera parte de camino entre la frontera y Johannesburgo ? — Pues que entre por el Sur , por el Natal o por Wepener . — Y antes de que llegue Leonard y sus hombres estarán en poder de Joubert y de Cronje . — Pues que haga lo que quiera ; yo despacho con que estén listas las ciento treinta y seis cajas de carabinas . — Vale más que me las deje a mí . Antes de que Jameson se mueva tendrá que estar armada la gente de Leonard . — ¡ Calla ! , pues tienes razón . — Y para armar a esos cinco mil hombres hay que enviarles las carabinas fraudulentamente . — Pero cinco mil fusiles no se meten en un puño . — Es verdad , no se puede hacer con las carabinas lo que yo hacía con los diamantes , cuando se le ocurrió al bueno de Kruger prohibir su introducción en el Transvaal . — ¿ Y qué hacías ? — Tragármelos un minuto antes de llegar a la Aduana . — ¿ Y luego ? — ¿ Luego ... ? ¡ Qué tonto eres ! Luego , purgarme . — Es verdad que tú ya no estás acostumbrado a tragarte sables de a metro y montones de estopa encendida a la entrada de una barraca . — ¡ Lord , Lord ! Si quieres que no te abrume , haz el favor de no recordarme aquellos tiempos . — ¿ Te duele , eh ? — No sé si me duele ; pero lo cierto es que a mí se me ha ocurrido un medio para que entren los cinco mil fusiles en Johannesburgo , y a ti no se te hubiera nunca alcanzado . — Un medio ... ¿ cuál ? — Hacerlos introducir con la suavidad del aceite . — Tú te figuras que se puede vivir toda la vida del escamoteo y que son tontos los aduaneros del Transvaal . — Muy listos han de ser para que vean las carabinas . — ¿ Te las tragas definitivamente ? — ¡ Idiota ! ¿ No te he dicho que entrarán como el aceite ? ¿ Cuántas cajas de aceite habrá en los almacenes ? — Más de diez mil . ¿ Para qué lo preguntas ? — ... Mañana las haremos vaciar y levantar la tapa . Los hojalateros construirán unos millares de cilidros huecos . Meteremos en ellos las piezas desmontadas de los fusiles . Introduciremos los cilindros en las cajas ; rellenaremos éstas nuevamente de aceite , volveremos a soldar las cajas , las consignaremos a los almacenes del Rand y como los señores aduaneros no verán más que aceite , las cajas llegarán a Johannesburgo . ¿ Te vas enterando de mi altura , Lord imbécil ? \ — Sí , la altura de un payaso subido a una maroma . — Anda , llena las copas y no hablemos más de negocios . ¡ No entiendes una palabra ! — ¿ Se te figura que yo me he educado en un circo de « clowns » ? — Ya te he dicho que no me recuerdes esos tiempos . ¡ A tu salud , Lord de lance ! — A la tuya , payaso . — ¡ Que ya te he dicho ! — ¡ A la del doctor Jameson , titiritero ! — Que ... — ... A la de Cecil Rhodes , charlatán de plazuela . — Que ... — ¡ A la de la expedición saltimbanqui ! Y Barnato , que ordinariamente , y lo mismo en los salones londonenses que en las tabernas de Kimberley y Johannesburgo , sentía particular orgullo en narrar ante una muchedumbre las aventuras de sus tiempos de « clown » , no podía oír sin exasperarse que se le reprochase frente a frente , en conversación íntima , su antigua profesión . Así que en cuanto Lord Denver recalcó los calificativos de titiritero y saltimbanqui , Barnato se levantó , e irguiendo su cor-pacho , no muy alto , pero tallado formidablemente , ágil , atlético y con los ojos de un gris aplomado , despidiendo luces , exclamó en voz alta , cogiendo nerviosamente el telegrama del doctor Jameson : [ 1 ] — Sí , payaso , payaso hace veinte años , pero hoy el hombre más rico del Africa , y mañana tal vez el rey del continente . — ¡ No estás mal rey ! — ¿ Y por qué no ? El doctor Jameson y el mismo Cecil Rhodes , ¿ qué vienen a ser sino mis instrumentos ? ... ¿ Que mandan ellos ? ... ¡ Y qué ! ... Siendo yo el primer accionista de nuestras compañías , ¿ a quién aprovechan principalmente vuestros éxitos ? — ¡ Payaso ! — Sí , ayer payaso , mañana dueño de Africa . Grande es el camino entre una y otra cosa ... ¡ Pues todo lo he recorrido yo con estas piernas y barriendo los obstáculos con estos brazos ! Y Barnato al decir esto recorría a grandes trancos el salón . Se detuvo frente a Lord Denver y , alcanzando la copa para que éste se la llenara , prosiguió hablando , como consigo mismo , como si nadie le escuchara : — Sí , payaso , payaso muchos años , recorriendo Europa y Australia , Africa y América , con la cara pintada de blanco y el gorro puntiagudo en la cabeza ; de niño era el hombre de goma . Dislocándome los huesos llenaba el circo de espectadores y de monedas el bolsillo del amo ... Para mí eran los palos y el pan escaso , a fin de que la grasa no pudiera amenguar mi flexibilidad . » Engordé con los años , a pesar de esas precauciones , y entonces fui payaso . Al cabo del tiempo y en fuerza de privaciones , sorteando aquí el oído de mis compañeros , allá la persecución de la justicia , en todas partes el general desprecio , llegué a reunir bastante dinero para montar un circo por mi cuenta . » Con el circo y la compañía a cuestas recorrí el Africa , hasta que un día acampando a doscientas millas de aquí , en una llanura transvaalense , me desperté una mañana con la cabeza entumecida . » Miré a todos los lados sin ver nada y al despertarme totalmente me encontré solo , completamente solo . La compañía había desaparecido robándome las fieras , el camello , el elefante , los caballos , los perros , el material del circo y el dinero . » Y tuve que recorrer a pie , sin un penique , solo y descalzo , porque a los pocos días se me rompieron los zapatos , las doscientas millas que de Kimberley me separaban . » No me asusta la tarea de andar sin dinero . Pero el Transvaal no es Europa . Era en el mes de agosto , en pleno invierno , la estación de los vientos y el polvo . Todas las cosas se tiñen de gris . Ningún paisaje habrá en el mundo más desolador que éste . » Es un desierto , sembrado de rocas , sin ningún atractivo . Los kilómetros suceden a los kilómetros sin que varíe el espectáculo . Rocas que parecen caídas del cielo , colinas de cumbres llanas , montículos de tierra de dos metros , donde anidan las hormigas , y luego más rocas , más colinas , más montículos y así siempre . » De cuando en cuando una cabaña de arcilla y de madera . Es la granja del boer , cuyos habitantes tan pronto como advierten el acento británico de nuestro holandés , nos vuelven la espalda y nos cierran la puerta . » A1 fin , en Kimberley . ¿ Te figuras que los tribunales ingleses fueron justos conmigo ? Reclamé contra el robo ... , me faltó muy poco para que me metieran en la cárcel ... ¡ No tenía documentos ! » Conseguí trabajo . A los dos años pude explotar un claitn por cuenta propia . A los cuatro era rico . » Fui a Johannesburgo al anunciarse el descubrimiento de las minas de oro . » Me embarqué antes que nadie en la empresa de explorar los pozos profundos . Pero no era lo bastante rico . Antes de que los picos y los barrenos llegaran al filón me había quedado sin un céntimo . » Vuelta a empezar . Entonces me lancé por esos campos , al descubrimiento de filones nuevos . Más de una vez , y sin más datos que las vagas indicaciones de algún negro , me echaba por esas diligencias , medio desnudo , casi hambriento , gastando mis únicos chelines en el viaje y llevando por todo equipaje un martillo , un pico , una pala y una palangana . El pico y la pala para arrancar un pedazo de roca , el martillo para pulverizarlo , la palangana para llenarla de agua , echar en ella el polvo y dar vueltas a la palangana , hasta que el oro , cuando lo había , como más pesado , se iba al fondo . » ¡ Y cuántas veces hacía un largo viaje para encontrarme con que diez hombres , veinte o más , se me habían adelantado ! » A los seis meses de esta vida hice un negocio . Con el importe me puse a explotar otra mina por mi cuenta . ¡ El filón se acabó a los diez metros ! ... ¡ Arruinado de nuevo ! » Me hice rematante . En la plaza de los pueblos mineros , bajo el paraguas rojo , vendía a subasta los terrenos auríferos . Hice con las propinas otro capitalito . De nuevo pretendí explotar solo un filón por mi cuenta . » Vencí la mala suerte ... Y aquí me tienes , Lord . Ni tú , ni todos los Lores Denver o demonios serían capaces de resistir tantas calamidades ... y de vencerlas ... Hice hace poco tiempo un cálculo aproximado de mi activo ... ¿ Sabes a lo que asciende ? — Tú dirás — repuso Lord Denver . — A veintinueve millones de libras esterlinas , o sea setecientos veinticinco millones de francos . — Millones que no te librarán de seguir siendo Barnato , el ex payaso . — Sí , Barnato , Barnato , el ex payaso ... , echa vino ... , pero ¿ qué eres tú sino un gancho mío , un anuncio , un reclamo ? — ¡ Payaso , payaso , no te propases ! — Oye , no hubiera querido decírtelo , porque en medio de todo , te tengo cariño , pero me has tocado en lo vivo , y la lengua se me desata por sí sola ... Ya te lo he dicho : ¡ eres un reclamo ! — ¡ ... Payaso , bebe y no disparates ! — Bebo y no disparato , mi prospecto , mi anuncio , mi reclamo . ¿ Te has figurado que te hemos enriquecido por tu linda cara ? Y digo , Lord , que te hemos enriquecido porque tú solo te habrías muerto de hambre . — ¡ Payaso , payaso ! — Si te hemos dado un puesto importante , si te hemos metido el dinero en los bolsillos , es porque eres un Lord , un Lord Denver . — ¡ Y qué ! — Necesitamos un Lord para exhibirlo ante los rentistas desconfiados de Europa . Necesitamos un Lord al frente de nuestros negocios para que no se dejara nunca de suscribir nuestras acciones ... Necesitamos un Lord porque los burgueses europeos son tan bestias , que conceden más crédito a un título de papel que a un hombre de carne y hueso ... Necesitábamos un Lord ... La reaparición del criado negro puso término al discurso de Barnato . — Señor , Abraham Van Devinter dice que necesita verle a usted inmediatamente — dijo el criado . — ¿ Abraham Van Devinter en esta casa ? — replicó Lord Den-ver , estremeciéndose visiblemente . Y añadió : — Dile que no estoy , que venga otro día , que te dé por escrito lo que tenga que decirme . Y al retirarse el criado , preguntó a Barnato : — ¿ Qué querrá Van Devinter ? — No te preocupes . ¿ Qué puede hacerte ya ... ? Bebamos , Lord ; bebamos . Cuando levantaban las copas los dos socios se oyó en los pasillos gran ruido de voces y pisadas . — ¿ Qué pasa ? — se preguntaron ambos asociados . Al cabo de un minuto , entró por segunda vez el criado , con el semblante desencajado y hasta pálido , si los negros pudieran ponerse pálidos . — Señor , señor , gran desgracia . En la carretera de Boshof se ha encontrado al lacayo Tom , muerto de una puñalada ... Otro hombre desconocido muerto de un tiro . Un minero asegura que ha visto caer el coche del señor en el fondo de la « Julieta » , la mina abandonada ... Abraham Van Devinter quiere ver al señor para que le dé noticias de Alejandro Liebeck , su sobrino . ¿ Y la señora ? — interrogaron al mismo tiempo los dos socios . ¿ Y Lady Denver ? — recalcó Barnato . — No saben , señor ; no saben . Se hizo el silencio por diez minutos . Lívidos , ojerosos , los millonarios se levantaron súbitamente . Dieron dos o tres pasos tambaleándose . El alcohol del Jerez , de la Ginebra y del Champagne parecía haber inundado de golpe sus cerebros . No acertaban a hablar , lanzándose mutuamente miradas estúpidas . Mas , de pronto , Barnato arrojó sobre la mesa el telegrama de Jameson y articuló penosamente la palabra ¡ asesino ! e hizo ademán de lanzarse sobre Lord Denver , cuando una nueva aparición le cortó el movimiento . En la puerta del pasillo estaba Van Devinter , irguiendo su alta talla , con el sombrero puesto , dejando ver por el lado de la frente una amplia venda , los brazos cruzados , la faz sombría , el aspecto inquietante . Se adelantó sin despegar los labios . Desde la puerta había sorprendido el insulto que dirigió Barnato a su asociado y la acción de tirar un papel sobre la mesa . Imaginó que este pedazo de papel pudiera enterarle de lo que motivaba su visita , y cogiéndole leyó el telegrama del doctor Jameson despacio , muy despacio . Volvió a dejarlo sobre la mesa y paseó la mirada en torno suyo . Lord Denver y Barnato seguían mirándose con ojos vidriosos , dando traspiés , volcando las botellas , despidiendo fuerte olor a licores , total , completa y absolutamente ebrios . Abraham los miró fijamente , uno a uno . Sólo tres sílabas se escaparon de sus labios : — ¡ Canallas ! Y cruzando los brazos sobre el pecho salió del cuarto por donde había entrado , mudo , rígido , como un espectro , como una sombra ... Con paso largo , monótono y grave salió Abraham Van Devinter del salón donde Lord Denver y Barnato tambaleaban sus cuerpos , saturados de alcohol . Recorrió los pasillos y escaleras sin vacilaciones , como hombre seguro del terreno que pisa . En el portal se agrupaban los servidores de la casa , con la consternación más viva pintada en los semblantes . — ¿ Y Tom ? — preguntaban a un hombre blanco , cuyo traje le diferenciaba de los criados . — Muerto de una puñalada . — ¿ Pero muerto ? — ¡ Muerto ! — ¿ Y el coche ? — No se sabe ; dicen que ha caído en la « Julieta » . — ¿ Y la señora ? — No se sabe , no se sabe . Abraham , abriéndose paso , ganó la calle . Era un domingo al anochecer . Nada más triste que Kimberley en día de fiesta . En las calles rectas , las casas se suceden a las casas sin despertar ningún recuerdo , sin excitar curiosidad alguna . Todas son iguales . Cuatro vigas arman el esqueleto , paredes de arcilla lo rellenan ; aquí se levanta un edificio de ladrillo , algo más alto , con una cruz arriba ; es la iglesia ; allá se alza un gran rectángulo de arcilla y cinc ; es el cuartel . Por las calles discurren montones de negros cantando tristes aires en idioma incomprensible , repitiendo machaconamente palabras y música . Son cantos de esclavitud y de sufrimiento , donde expresa la música con más instinto que arte la inextinguible melancolía de los pueblos vencidos . A las veces se desprende de los grupos alguno de los negros , da dos o tres vueltas y cae en el arroyo . Sus compañeros tratan de levantarle y varios de ellos se caen igualmente . ¡ Todos están borrachos , borrachos hasta la muerte ! Devinter sigue andando . Acaso un sentimiento de piedad le pasa por el alma . ¿ Pero quién adivina una emoción bajo aquellas sus facciones talladas a martillo , inmutables , graníticas ? Cruza la calle una mujer . Lleva al aire los brazos carnosos y descotado el pecho . Viste un traje de colores chillones . Despide su cuerpo violento olor a perfumes baratos . Tropieza en la acera con un par de sujetos , dos « cuellos rojos » ( dos ingleses ) . Los individuos , después de saludarla con palabras obscenas , le arrojan a puñados el fango de la calle y continúan su marcha , riéndose a grandes carcajadas , tambaleándose . Devinter sigue andando . Se acerca al centro de la ciudad . Las luces se multiplican , el barullo comienza . A los cafés suceden las tabernas , a las tabernas los cafés . Se abre una puerta y del tugurio iluminado se desprende nauseabundo vaho alcohólico . Se abre otra puerta y un grupo de borrachos sale de la taberna para entrar en el café . Uno de ellos exclama al distinguir a Devinter : — ¡ Calla ! ... ¡ Es un boer ! Para bromearse le sopla a la cara el humo de la pipa . Y su aliento azul , iluminado casualmente por las luces del café , recuerda las llamaradas del alcohol . Devinter sigue andando . Siente que se le enredan los pies en algo blando . Mira hacia el suelo . ¡ Las faldas de una mujer borracha ! Llega a la plaza principal . Aquí las luces de los cafés conciertos , de las fondas , de las cantinas , de las tabernas y de los bares , permiten abarcar distintamente las líneas de edificios . Son construcciones regulares y simétricas , levantadas recientemente y de cualquier modo . Paredes , puertas y ventanas rectangulares , donde las líneas curvas del arte y de la gracia se han retirado horrorizadas . Nada que evoque la imagen de un hogar apacible , ni una ventana iluminada quedamente , nada que haga pensar en una escena de familia . O la luz bárbara de los cafés y las cantinas o el oscuro silencio de las tiendas cerradas . Otro grupo de borrachos atraviesa la plaza cantando a grito herido lúbricas canciones . Se acerca a un « bar » , en cuyo fondo y sobre enorme tonel de « whisky » monta a caballo una estatua de Baco , toscamente labrada , que ríe enseñando dos hileras de dientes . Devinter sigue andando . Pasa frente a una barraca de feria en cuyo estrado un clown pintarrajeado se desgañita , mientras el bombo hace « chis-chas » , « bum-bum » ... Exhala una puerta asqueroso olor a opio . Detrás de ella una porción de chinos se emborrachan fumando . Devinter sigue andando con impávido paso . ¿ En qué piensa ? ¿ En esa renombrada ciudad de los diamantes que parece campamento de gitanos ? ¿ En la embriaguez de Lord Denver y Bar-nato ? ¿ En el telegrama del doctor Jameson ? ¿ En su sobrino Alejandro Liebeck ? En la tragedia que le saliera al paso en el camino de Boshof a Kimberley ? ... ¿ Lo sabe alguien ? ... Porque ¿ quién adivina una emoción bajo aquellas sus facciones talladas a martillo , inmutables , graníticas ? Abraham Van Devinter entró en un restaurante , miró al reloj que señalaba las siete menos cuarto y se sentó junto a una mesa situada en un oscuro rincón . Se hallaba en uno de los lugares más cosmopolitas de la cosmopolita Kimberley . Ingleses , alemanes , holandeses , rusos , napolitanos , afrikanders y boers , cuantas variedades ha producido la raza blanca , agrupábanse en torno de las mesas . Y , sin embargo , la Kimberley de 1895 no era ya la de antes , la ciudad surgida al descubrirse ya los yacimientos diamantíferos . Entonces chinos , malayos , alemanes , ingleses y afrikanders se confundían en un mismo pensamiento y una sola ambición , pensamiento y ambición tan avasalladores que parecían borrar hasta los rasgos fisionómicos que caracterizan a los hijos de los distintos países . En el restaurante donde entró Van Devinter , ¡ vaya si se diferenciaban las nacionalidades de los diversos clientes ! En un extremo de la mesa del centro hablaban alemán cuatro o cinco sujetos de cuadradas frentes y poblados mostachos . En la otra punta conversaban en la lengua de Dante dos napolitanos de rostro pálido y huesudo . En medio departía en un chapurreo de holandés e inglés un grupo de afrikanders . Tres o cuatro boers comían y callaban . La selvática floresta de sus barbas , los labios gruesos y bonachones y las narices de amplia base , contrastaban , del mismo modo que su silencio con la nariz aguda , los labios finos y la afeitada barba de los ingleses que vociferaban al comer . Pero ya se sostuvieran en inglés o alemán , holandés o italiano , era idéntico el tema en todas las conversaciones . — La mina « De Beers » suspende los trabajos por un mes — exclamaba un súbdito de la reina Victoria golpeando la mesa de un puñetazo . — Lord Denver ha anunciado que despedirá mañana a la mitad de los operarios — decía un italiano . — Mañana me marcho a la ciudad del Cabo — murmuraba un judío de nariz ganchuda al dueño del restaurante , un alemán de cara apoplética y exuberante vientre . — ¿ Andan mal los negocios ? — le preguntaba éste . — ¡ No me hable usted , no me hable ! ... Nada , nada , una pie-drecilla de tres quilates y el resto polvo . ¡ Kimberley no es lo que era ! — ¡ A quién se lo dice usted ! ... Desde que ese maldito Lord Denver puso aquí los condenados pies , imposible el negocio . — ¿ Se acuerda usted ? ... En cada viaje me llevaba algo bueno . Una de diez quilates , otra de siete , y así , más o menos . ¡ Pero ahora ! ... ¡ Si parece que se han acabado los diamantes ! — ¡ Que se han acabado ! ... Hay tantos o más que en aquellos tiempos en que las botellas de champagne se pagaban a diez libras esterlinas cada una ( doscientas cincuenta pesetas ) , y los días buenos se destapaban en esta casa hasta sesenta . ¡ Que se han acabado los diamantes ! ¡ Dígaselo usted eso a Lady Den-ver ! ... Sólo el diamante rosa del alfiler del cuello pesa más de cincuenta quilates . — ¡ Verdad , verdad ! ... ¡ Qué tiempos aquellos ! — ¡ Esto es indigno ! — gritaba un italiano — . ¡ Qué se han figurado esos ingleses ! ... ¡ Cochinos , ladrones ! — ¿ No bebes cerveza , penco de tranvía ? — preguntó un inglés , mocetón sonrosado , de seis pies de estatura , nariz interminable y orejas grandes , que parecían las alas de un murciélago , dirigiéndose a una francesa cuyos afeites encubrían malamente las arrugas — . ¿ Desde cuándo te has dedicado al agua pura ? — ¡ Yo , penco de tranvía ! ¡ Has de saber , cara de mochuelo , que en esta misma casa se me ha pagado por un beso doscientas libras esterlinas ! — Verdad , verdad — exclamó el dueño , y viendo que los parroquianos le escuchaban , aprovechó la ocasión para desembotellar su discursito — : Fue uno de los mejores días que nunca tuvo el Veld . Jameson . — ¡ ... Mal rayo le parta ! — exclamó un afrikánder . — ... Jameson — prosiguió el hostelero — había atrapado un diamante de dieciséis quilates . John Smith , otro de diecinueve . El alemán Hauptmann , uno de doce y otro de seis . Heidelberg , el tallista , no descansaba mucho aquellos días . En la jomada aquélla habían caído más de veinticinco piedras gruesas . ¡ Y era de ver la animación en la hospedería ! ... Detrás de las botellas de Burdeos se destapaban las de Jerez ; detrás de las de Jerez , las de Borgoña ; detrás de las de Borgoña , el Champagne de Reims , cuando entró esta francesita . ¡ Oh ! Entonces no necesitaba pintarse tanto ... ¡ Hace ya diecinueve años de esto ! — ¡ Qué tiempos aquellos ! — exclamó el judío , frotándose las manos , con frailuno regodeo . — Entró la francesita y dijo Jameson , que estaba radiante de alegría y de Borgoña : « Te doy una libra esterlina por un beso . » Hauptmann exclamó al punto : « ¡ Yo te doy dos ! ... » Un afrikánder , no recuerdo su nombre , gritó : « Yo , tres ... » Y la francesa contestó : « Esto , señores , parece una subasta . Pues bien , ¿ quién da más ? ... El señor hostelero hará de rematante . » Y efectivamente cogí un martillo , me subí en una silla por detrás del mostrador , después de haberme asegurado la gentil francesa mi cinco por ciento de comisión , y me puse a pregonar la mercancía : « Una , dos , tres , dan cinco libras esterlinas por un beso , ¿ quién da más ? » « ¡ Siete ! » « ¡ Diez ! » « ¡ Veinte ! » « ¡ Ciento ! » Y así , señores , llegó a dar ciento cincuenta libras el afrikánder , pero Smith dio las doscientas , enmudeció la gente y se llevó el beso . — ¡ Bien lo había pagado ! — dijo el inglés que minutos antes calificaba a la francesa de penco de tranvía . — ¡ Sí ! ... Pero por ésa y otras locuras anda el hombre sin un cuarto , buscando pepitas de oro en Johannesburgo . — No se puede ser generoso — murmuró el judío . — ¿ Saben ustedes la noticia ? — preguntó con aire misterioso un holandés que acababa de entrar a la hospedería . — ¿ Qué noticia ? — contestaron varias voces al mismo tiempo . — ¡ El asesinato de Lady Denver ! — ¡ Si la hemos visto al mediodía en su carruaje , camino de Boshof ! — Precisamente , pero a la una han debido de asesinarla en plena carretera . Y el holandés contó lo que nuestros lectores saben , por habérselo oído a los criados de Lord Denver , añadiendo que la policía había marchado a la mina « Julieta » para desenterrar el coche , o sus fragmentos , pues dada la altura de la caída no llegaría al fondo sin hacerse pedazos . La noticia no provocó en la concurrencia muestra ninguna de dolor . Todo lo contrario . — La verdad es — comentaba el hostelero — que desde que esa señora puso los pies en Kimberley los negocios vinieron a menos . — ¡ Estaba de Dios que algún día le sucediera esto ... ! Porque ¿ a quién se le ocurre pasearse por la ciudad cargada de diamantes , cuando sus intrigas y nada más que sus intrigas han arrancado la explotación de los yacimientos a los mineros ? — Dice usted bien — corroboraba un inglés — , porque ella manejaba a su gusto a todos los individuos de la compañía . A Lord Denver lo tenía en un puño ; si es Barnato no sale de su casa . — Ni Beit cuando viene a Kimberley — decía un afrikánder . — ¡ ... Y yo no sé si el mismo Cecil Rhodes ... ! — ¡ Pero era tan hermosa ! — se atrevió a decir el inglés que momentos antes insultaba a la francesa . — ¡ Valiente hermosura ! — objetó la francesa — . ¡ Se necesita tener un brazo de dos metros para abarcarle la cintura ! — Ya estás haciendo la defensa de los bacalaos tísicos . — El hecho es que si la han matado , ¡ bien muerta está ! — dijo un alemán , y levantando la copa añadió — : ¡ Por la sepultura de Lady Denver ! — ¡ Bravo , bravo ! — gritó de todas partes la concurrencia , alborozada . El alborozo duró poco tiempo , ¡ como la alegría en casa de los pobres ! En aquel instante entró el « Sherif » ( especie de juez municipal ) acompañado de un señor desconocido , que vestía traje de cuadros , llevaba espejuelos y usaba largas patillas rubias , a la antigua moda inglesa , y seguido de seis agentes de policía , dos blancos y cuatro de color . Se adelantó el « Sherif » y dijo , dirigiéndose al hostelero : — Venimos en averiguación de lo que aquí se sepa respecto del crimen cometido esta tarde contra Lady Denver . — ¡ Señor ... , si ahora mismo ha llegado la noticia a esta casa ! — Nada importa . Ustedes — añadió , dirigiéndose a dos policías — acompañen al posadero para ver la gente que haya en las habitaciones del piso alto y hacerla bajar a este cuarto . Ustedes dos guarden esa puerta — y señaló la que se veía junto al mostrador — , y ustedes dos guarden la de la calle . Pero antes de que sus órdenes se cumplieran , un jovenzuelo , de facciones británicas , penetraba en el establecimiento . Miró a tocios lados , sin cuidarse poco ni mucho del examen de que era objeto por parte del señor de las patillas rubias . Anduvo varios pasos a derecha e izquierda , como quien busca alguna cosa , y luego , al reparar en Abraham Van Devinter , se fue hacia él en línea recta . El « Sherif » dijo al señor de las patillas rubias : — Procedamos a la identificación de estos señores . La tarea se efectuó rápidamente , porque el « Sherif » , debido a su permanencia en el país , conocía personalmente a casi todos los parroquianos de la hostelería del alemán Herr Hüngel . Cuando llegó el turno del judío le preguntó el « Sherif » , en amistoso tono : — ¿ Se han hecho hoy muchas compras , amigo ? — Muy pocas , señor , muy pocas , ¡ los tiempos están malos ! ... Una piedra de tres quilates ... ¡ Lo demás , arenilla ! ... ¿ Quiere usted verlas ? — ¡ Para qué ! — contestó el « Sherif » . Pero el señor de las patillas rubias le dijo algo al oído y entonces añadió : — Lo he pensado mejor . Muéstreme usted esas piedras y los títulos de compra \ El judío se apresuró a complacerle . — Helas aquí — dijo a los dos segundos de registrarse la cartera — , y éstos son los títulos de compra — manifestó , mostrando varios recibos y unas cuantas piedrecillas luminosas . — Los recibos están en regla , pero debemos registrarle a usted del todo . — No hay inconveniente . — Y el judío se quitó una especie de gabán , la chaqueta y el chaleco . Iba a quitarse también los pantalones , cuando el señor de las patillas rubias le ordenó : — ¡ Basta ! Y se puso a palparle minuciosamente , por todo el cuerpo , a lo largo del pecho , los brazos y las piernas , registrando la ropa con cuidado . Le descubrió , examinando el sombrero por el reverso , hízole sacarse los zapatos y midió detenidamente el espesor de las suelas . — ¡ Está bien , puede usted vestirse ! [ 2 ] Aceptó la invitación el judío , poniéndose los zapatos , el chaleco , la chaqueta y el gabán , sin que en estas operaciones le abandonara nunca la mirada escrutadora del señor de las patillas rubias . El judío decía : — Parece mentira que el señor « Sherif » desconfíe de mí ... , ¡ un negociante tan conocido en Kimberley ! ... Cuando se hubo vestido , interrogó el « Sherif » : — ¿ Pasamos a otro ? Ya no quedaban por identificar más que Abraham Van Devinter , el joven de aire inglés que con él hablaba , y tres afrikanders . Los restantes parroquianos , por orden del « Sherif » , habían salido del establecimiento . — Con permiso de usted — replicó el señor de las patillas . Y fuera que observara en el judío excesivas precauciones al abrocharse , fuera que a su vista experimentada no se le escapara el detalle más ínfimo , lo cierto es que se acercó al judío y desabrochándole el gabán , le agarró por uno de los botones de la chaqueta : — ¡ Gasta usted botones muy gruesos ! — exclamó , tratando de turbar con toda la luz de su mirada la aparente tranquilidad del negociante . — ¡ No lo sé , señor ! — replicó sin azorarse el judío . — Sí , señor , botones muy gruesos . Y dando vueltas a uno de ellos consiguió arrancarlo . — ¡ Hola , hola ! ... Esto más que botón parece estuche . ¡ Hola , hola ! ... Vea el señor « Sherif » dónde guarda los diamantes este pájaro . Y tirando por los hilos de la parte exterior del botón , puso al descubierto una magnífica piedra de catorce a dieciséis quilates , perfectamente incolora e intensamente luminosa . El botón , en efecto , era un estuche . La vista aguda del compañero del « Sherif » había advertido que el grueso de los botones era perceptiblemente desmesurado . La confusión del judío era ahora tan grande como su tranquilidad de un minuto antes . — ¡ Hola , hola ! — exclamó el « Sherif » — . ¿ Y posee usted el recibo de propiedad de este diamante ? — ¡ Ya le explicaré ... , ya le explicaré ! El « Sherif » no le dejó concluir . — Ya me lo explicará en el juzgado . Y dirigiéndose a un policía : — Aten ustedes codo con codo este avestruz semítico . En aquel momento , Devinter y el joven de aspecto inglés se levantaron . Su conversación , como las escenas precedentes , había durado poco tiempo . — ¿ Estoy hablando con Abraham Van Devinter ? — preguntó el joven en cuanto se acercó a nuestro orangista . — Yo no tengo el gusto de conocerle a usted . — Está muy bien , pero ... « Africa para los afrikanders » — añadió en voz baja , como si se tratara de una contraseña . — « ¡ Africa siempre ! » — respondió Devinter , tendiéndole la mano . El joven se sentó y Abraham le preguntó inmediatamente : — ¿ Y el tío Guillermo ? — Muy enfermo , muy enfermo ... Yo soy su nieto , James Stone ... , servidor de usted ... Me envía para rogarle que le visite hoy mismo . Me lo ha encargado exigiéndome absoluta reserva . Abraham se hizo referir minuciosamente los caracteres y desarrollo de la dolencia que afligía al tío Guillermo . Stone refirió cuanto sabía . El tío Guillermo se moría sin remedio . En esto los médicos estaban conformes . ¿ Cuándo ? De aquí a un día , de aquí a dos , no se sabe ... La agonía era lenta y encalmada . El enfermo gozaba de todos sus sentidos . Su única preocupación la constituía Van Devinter . — « Espérate hasta las nueve — me ha encargado — , y si no viniera ve a casa de Jacobo Van Eyck » ... — ¿ El jefe de los afrikanders de Kimberley ? — interrumpió Devinter . — El mismo ... , y « hazle venir » . Pero ¿ está usted herido ? — preguntó a Van Devinter al reparar en la venda . — ¡ No hablemos de mí ! — contestó el boer secamente . Y Abraham y Stone se levantaban cuando el « Sherif » y su compañero prendían al judío . El « Sherif » , al reparar en Stone , le abordó cariñosamente . — Hola , Stone , ¿ usted por aquí ? Es verdad que me pareció haberle visto al entrar . ¡ Dispénseme usted ! Estaba tan preocupado con este deplorabilísimo asunto que no se habrá ofendido porque no le saludara . — ¡ Oh , no necesita excusarse el señor « Sherif » ! ... ¿ Y su señora ? — Buena , mil gracias . Mis respetos a la señora Stone . Dígale que hoy la hubiera visitado con mi mujer a no habérmelo impedido este endiablado asunto . — Pero veo que no será difícil descubrir los autores . — Así lo espero . — El señor « Sherif » me permitirá que me retire con mi amigo Abraham Van Devinter , granjero de Boshof . — ¡ Oh , desde luego ! ... Pensaba , como usted lo habrá visto , identificar uno por uno a todos los individuos que encontrara en la hostería ... Pero este propósito no reza con usted , señor Stone , ni con sus amigos . — Mil gracias , señor « Sherif » . — Recuerdos a su señora madre . — Mis respetos a su señora esposa . Y Stone y Van Devinter salieron de la hospedería . El señor de las patillas rubias miró despacio a Devinter , fijándose , sobre todo , en la venda que le cubría la frente . Devinter aguantó la mirada sin pestañear , inclinando la cabeza al tiempo de salir . Pero no habían transcurrido dos minutos , cuando Lord Denver y Barnato entraron en la hospedería con los semblantes lívidos , los ojos vidriosos , los miembros desencajados . Apenas se presentaron , descubrióse el « Sherif » con marcadas muestras del respeto más profundo . — ¿ Qué hace usted aquí ? — preguntó Lord Denver al funcionario en tono brusco . Al atontamiento de dos horas antes había sucedido una extremada sobreexcitación , una angustia suprema , una impaciencia de calenturiento . — ¿ No sabe usted lo que ocurre ? — insistió Lord Denver . — Hace ya una hora que la policía de todo el Veld no se ocupa de otra cosa ... — ¿ Y mi mujer ? — Señor , en este momento una brigada de policía estará explorando el fondo de la mina « Julieta » para ... — Pero , ¿ no se sabe aún nada ? — Señor , antes de diez minutos tendremos las primeras noticias . — ¿ Vive o muere ? — Señor ... , señor . — ¡ Responda pronto ! — Señor ... , señor — balbuceaba el juez — , esperemos unos minutos . — ¿ Y el asesino ? — Señor ... , señor . — ¿ Pero qué hacía usted aquí ? — Registrábamos a los corredores de diamantes suponiendo que el robo fuera el móvil del atentado . — ¿ Y mi mujer ? ¿ Y mi mujer ? — repetía Lord Denver , caminando frenético a lo largo de la estancia . — Señor , señor — musitaba el « Sherif » , encogiéndose conmovido ante aquel gran dolor de todo un Lord . - ¿ Y el asesino ? — Señor , si no se sabe . — ¡ Cómo ! ¡ Que no se sabe ! — Señor , ya lo averiguaremos . Nadie saldrá de Kimberley . Los caminos están tomados por la policía . Mis subalternos registrarán todos los trenes ... Ya se ha telegrafiado a Mafeking , a Bloemfontein , al Cabo , a Boshof , a Jacobsdal ... — Pero , imbécil , el asesino es Abraham Van Devinter , y está en Kimberley . Los papeles se habían trocado . Ahora el alarmado , el impaciente , el calenturiento era el « Sherif » . ¡ Con que había estado hablando minutos antes al culpable ! ¡ Con que James Stone , el « Sportman » , el muchacho a la moda , su buen amigo era encubridor del asesino ! Y el pobre « Sherif » se golpeaba la cabeza sin misericordia , mientras su compañero , el de las patillas , le miraba con la mirada a la vez compasiva y burlona . Aquella torpeza le costaría seguramente la carrera . ¡ Bueno era Denver ! ¡ Y poca era la influencia del opulento Lord , el socio de Barnato , el administrador de la « Chartered » , el íntimo amigo de Sir Cecil Rhodes ! — ¡ Sí , Abraham Van Devinter ! — continuaba Lord Denver — . ¿ Quién había de ser sino Devinter , mi enemigo , el boer que ha jurado matarme y acabar con los ingleses de Kimberley ? El « Sherif » había tomado ya su resolución : — ¡ Muchachos ! — dijo , llamando a los agentes de policía — . ¡ Ahora mismo ! ... ¡ A casa de James Stone ! ... ¡ Traédmelo con su compañero ... , ya sabéis ... , el boer que ha salido hace un momento ! ... ¡ El boer sobre todo ! ... ¡ Muerto o vivo ! ... ¡ Prended a todos los que se le parezcan ! Y dirigiéndose a Lord Denver : — Esta noche , tal vez antes de una hora , Abraham Van Devinter estará en poder nuestro . Permitidme que vaya en su busca . E inclinando la cabeza salió corriendo , corriendo como un antílope ... , si es que a los antílopes pudiera perseguirse con la amenaza de la cesantía . Y mientras todos los policías de Kimberley se lanzaban desesperadamente a la captura de Abraham Van Devinter , el boer de las facciones inmutables entraba con paso largo , monótono y grave en la angosta morada del tío Guillermo , el moribundo que iba a confiarle su última voluntad . — Aquí . Cedió James Stone el paso a Van Devinter y subieron los dos por estrecha , tortuosa y oscura escalera . Al cabo de ella , franqueada la puerta , la habitación de Guillermo Van Vrij . Blancas las paredes , blancos los muebles , blanco el cobertor del lecho donde Van Vrij yacía ; blancas las sábanas , los hilillos de las melenas del anciano , extendidos por la almohada , y sus amplias barbas , rivalizaban en blancura con muebles y paredes , sábanas y almohadas . El médico aplicaba el oído al pecho del anciano cuando Stone y Abraham penetraban en la estancia . — Me daba el corazón que tú no faltarías , Abraham — exclamó el enfermo con entonada voz , sin nerviosismos , sin flaquezas . Y extendiendo al médico la mano rugosa : — Gracias , doctor . Me ha asegurado usted que me quedan doce horas ... ¡ Aún me sobran diez ! ... Si mi agradecimiento pudiera serle útil ... Ahora desearía hablar con Van Devinter . ¿ Me lo permite usted ? El médico por toda respuesta cogió el sombrero para retirarse . — Aguarde , mi nieto James le acompañará . ¡ Oye , James ! ... Ve a buscar a tu madre , mi hija , y dentro de media hora , media hora y no antes , estad los dos aquí . — ¿ Me consiente usted volver ? — preguntó el médico con interés . — Gracias , doctor , mas ¿ para qué ? Su misión ha concluido . Lleva usted muchas horas sin dormir . Sea ésta la de reposo ... ¡ para usted y para mí ! Salieron del cuarto el médico y Stone . Apenas traspusieron el umbral de la puerta , Abraham se acercó al lecho del enfermo , e inclinándose le besó en la frente , sin despegar los labios . El abuelo Guillermo cogió con ambas manos la diestra de Abraham . — Sí , me daba el corazón que tú no faltarías , pero ¿ y tu sobrino Alejandro Liebeck ? ¿ No me habías dicho que harías este viaje para presentármelo ? — ¿ Por qué hablas de mí ? — contestó Van Devinter — . ¿ No era más importante lo que ibas a decirme que estas preguntas de familia ? — Sí , Abraham . Excúsame ... De todos modos , ¡ si vieras cuánto gozo al contemplar tus ojos leales ! ¡ Han tropezado tantas veces mis miradas con semblantes ingleses , que al ver el tuyo necesito paladearlo , como los buenos vinos , antes de sorberlo ! — Gracias , Guillermo . — Gracias a ti , porque has venido ... Más ¿ te han herido ? — preguntó súbitamente al reparar en la venda que cubría la frente de Abraham . — No es nada ... , un golpe ... Hablemos de ti . — Hablemos , desde luego , ya que te empeñas . El abuelo Guillermo , ayudado por Abraham , se incorporó penosamente . — Levanta las almohadas — suplicó . — Coge la llave que encontrarás en la cabecera , debajo de la colcha . — ¿ Esta ? — preguntó Abraham . — La misma . Coge ahora la que está sobre la cómoda . Abre el cajón segundo , empezando a contar por arriba . — Ya está . — Sácalo del todo . Perfectamente . Colócalo ahí , sobre la cama . Como ves , la madera del fondo es demasiado gruesa . En el rincón derecho hay un botón casi imperceptible . Aprieta ... ¡ No , ahí no ! ... Algo más arriba . Perfectamente . Acerca el cajón . ¡ Dios mío ! Apenas tengo fuerzas . Bueno , ¡ ya está ! Ahora introduce la llave por esa cerradura que se ha descubierto . Levanta ese listón que parece desprenderse por una punta . ¿ Ves esos papeles ? ¿ Cuántos son ? — Tres . — Muy bien ; baja el listón de golpe . ¿ Ya ? Coloca de nuevo el cajón en la cómoda . Siéntate ahora . ¿ Sabes lo que encierran esos papeles ? — Tú dirás . — ¡ Mi vida ! ¡ Oh ! , no me mires con ojos asombrados ... Encierran mi vida , pero no la material , la pasajera , la que ni jaulas ni barrotes lograrían detener en mi cuerpo veinticuatro horas más . Es la otra vida , mi obra en este mundo , lo que queda de mí , lo que morir no debe , mi paso por la tierra , lo que yo te conmino a resguardar . Y el cuerpo de Guillermo se crecía al hablar , tomaba aspecto bélico , imperioso ; había en sus palabras fuego de hierro enrojecido , en el timbre de su voz áureos sones de clarines y trompetas . — En esos tres papeles está mi vida . ¡ Júrame que lucharás por ella ! ¡ No vaciles ! Mi vida es tu bandera : « ¡ Africa para los afrikanders ! » — Entre nosotros , boers , el juramento es innecesario . Tienes , como anciano , la cabeza que manda ; yo , hombre fuerte , soy el músculo que obedece . — Pero , ¡ óyeme , Abraham ! ¡ Oyeme bien , porque ésta será la última vez que te hable ! Despliega el papel blanco , el más pequeño de los tres . — ¿ Lo leo ? — No ; te sobra tiempo . Son dos listas de los hombres con que puede contar en Kimberley y en la Gricualandia la causa afrikánder . Comprende la primera treinta y tres . Son mis amigos . Brazos seguros , corazones firmes , cerebros claros , punterías ciertas y cabezas de familias numerosas . Cada uno de ellos puede arrastrar detrás de sí a veinte hombres . Los Treinta y Tres son de pura sangre holandesa . — ¿ Y la otra lista ? — La otra comprende mayor número . De una parte la forman los hijos , los criados , los parientes de los primeros Treinta y Tres . De otra parte , la multitud de descontentos ; mineros arruinados por la compañía monopolizadora ; granjeros que no han cobrado de sus tierras los cánones prometidos ; operarios de trabajo incierto ; dueños de terrenos cuyas ambiciones se han frustrado por no haber tenido Kimberley el crecimiento que esperaban ; afrikanders de sangre británica o mezclada , y finalmente , enemigos personales de Rhodes , Barnato , Lord y Lady Denver , Beit , Phillips y demás grandes accionistas de la « De Beers » y de la de « Chartered » . — ¡ Mucho trabajaste para clasificar tantos nombres ... y tantas pasiones ! — Moriré satisfecho , porque en tus manos no ha de malograrse mi trabajo . — Ordena , Guillermo . — Aguarda . De todas estas gentes no has de contar por ahora más que con los primeros Treinta y Tres . Cuando uno de ellos se dirija al otro será protegido con todos los bienes , con la vida entera , si fuere necesario . ¿ Conoces el santo y seña ? — ¿ No es « Africa para los afrikanders » ? — Lo era hasta hoy , pero como tuve que comunicárselo a mi nieto para hacerte venir , lo he cambiado esta tarde . Acércate más . Y Guillermo Van Vrij musitó al oído de Abraham Van Devinter : — Cuando tengas que dirigirte a uno de ellos o te encuentres en algún grande apuro , exclamarás : « Africa y Africa » , y si te contestan con el lema de Orange : « Paciencia y valor » , habrás hallado un buen amigo . — ¿ Y qué significan estos otros papeles ? — Espera un momento . Yo soñé con una idea generosa y grande . Pensaba hace años que era tarea fácil la de echar por tierra las barreras que entre los holandeses y los ingleses del Africa del Sur levantó la ambición de los lores de Londres . La frase « odio de razas » me parecía falsa , tratándose de pueblos cuyas cunas se tocan , que se parecen en las hablas , educados en la misma religión , empujados por común espíritu colonial y expansivo ... ^ — Permíteme , Guillermo ... — ... Lo que ibas a decirme ya lo sé . ¿ Que nunca compartiste mi ensueño ? Tal vez yo mismo piense como tú . Ya ves , no he incluido a James Stone , mi nieto , mi único descendiente , entre los Treinta y Tres , porque la sangre inglesa se ha cruzado en el cuerpo de mi hija con la mía ... Yo soñé con levantar en este suelo una gran patria de la raza blanca : Los Estados Unidos del Africa del Sur . — Ese es el ideal de todos los hijos de Africa . — Empieza ahora a serlo . Pero cuando era yo un jovenzuelo , allá en 1836 , y tus padres , embargados en la heroica empresa de su gran éxodo , sólo pensaban en detener sus carros , plantar sus tiendas y hacer pacer a sus bueyes , lejos de las balas inglesas ... Cuando un pueblo entero se lanzaba a través del desierto , buscando entre las flechas de los cafres la tierra prometida , la tierra del descanso que habría de reparar las pérdidas sufridas en los nuestros ... Cuando tus padres no aspiraban más que a ocultarse de la ambición del mundo , para leer tranquilos , por toda lectura , las viejas Biblias , recubiertas de cuero , que trajeron de Holanda los abuelos ... , entonces soñaba yo con Jorge Washington . — ¿ Utopía , Guillermo ? — ¡ Utopía la tuya ... , la nuestra ... , la de nuestros padres ! ... Perseguían en la tierra un lugar de reposo , lo buscaron por el desierto , creyeron hallarlo ... ¡ Ay de nuestra raza si lo encontrara ! — ¿ Por qué ay ? — Porque la tierra no es lugar de reposo , sino de trabajo . En la tierra no existen otros parajes de descanso que las sepulturas . — ... Acaso ... — Sin acaso . Cometieron nuestros padres el pecado de pretender descanso . — ¿ El pecado ? ... — Sí , y cuando creyeron haber llegado al Canaán definitivo ... ¡ habían levantado la patria sobre campos de diamantes y de oro ! ... ¡ Insensatos ! — Insensatos , no , ¡ héroes ! — ¡ Héroes e insensatos ! ¿ Te has figurado que el reposo existe ? ... Toda la tierra es una calle . Ve y túmbate en medio del arroyo . ¡ Las gentes y los carros y las bestias pasarán por encima de tu cuerpo ! — ... Tal vez ... — ... Y sin tal vez . Has de correr y correr siempre , hacia adelante . ¡ Ay de los cansados ! ... Es la ley de la vida . Y al hablar Guillermo Van Vrij parecía resucitar a un mágico conjuro de juventud y de ideal . Se le ensanchaban las narices , cobraban brillos sus ojos de octogenario y color las mejillas arrugadas , como si una luz interior le iluminara el ’ rostro . — Soñé — proseguía — con que se crearan en este suelo los Estados Unidos del Africa del Sur . Era una patria necesaria al mundo desde que los otros , los de América , en poder de un centenar de millonarios están clavados a dura cruz de oro . Quise hacer del Sur de Africa no un puerto de paso donde tocaran los barcos en sus viajes a la India , no un campamento donde se instalaran los aventureros hasta enriquecerse ... — Eso es hoy , Guillermo . — ... sino un puerto de refugio en el que acogiéramos a los desterrados del mundo entero , a los oprimidos por las aristocracias seculares , por los privilegios de clase , por las tiranías del nacimiento , de la religión o del dinero , a condición de que nos trajeran un cuerpo fuerte , una idea sana o simplemente buena voluntad . — Es puerto de refugio , pero los extranjeros , en lugar de un cuerpo fuerte , nos traen sus vicios ; en vez de idea sana , el espíritu de lucro ; sin otra buena voluntad que la de despreciarnos . — Déjame continuar . Mas para que el Transvaal y el Orange , estos Estados diminutos , fueran los gérmenes de una gran nación y se abriera ante sus ojos un porvenir brillante , era preciso que nosotros , por nosotros mismos , nos pusiéramos en condiciones de explotar nuestra tierra , desentrañando bajo la lívida y exangüe máscara de un suelo aparentemente pobre , las venas ricas , y sangre opulenta que se esconden . — Eso ya lo hacen los extranjeros . ¿ No hemos hecho bastante nosotros poniendo a raya a cafres y zulús ? Si al precio de nuestra sangre no hubiéramos comprado el respeto de los negros , ¿ pudieran hoy los extranjeros enriquecerse en este suelo sin que los devoraran las razas de color ? ¿ Qué más quieren ? — No , Abraham , no basta eso . Ya te lo he dicho . En esta tierra hay que correr hacia adelante , hacia adelante siempre ... Y yo me preguntaba , ¿ cómo hacer progresar a los boers ? ¿ Cómo hacerles comprender que no basta con cuidar de los bueyes , aprender a manejar la carabina y estar dispuesto en todo momento a derramar nuestra sangre por la patria para asegurar nuestra independencia ? ... Y ahí tienes la causa de que al descubrirse en estas tierras los yacimientos de diamantes , mientras tú , un jovenzuelo , atropellado por las autoridades inglesas y por Lord Denver , preferiste abandonar la Gricualandia y levantar tu granja en el Orange , yo , el viejo , me quedé y me enriquecí . — ¿ Pero eres rico ? — Lo soy , aunque desprecie mi dinero . — ¿ Y entonces ? — Me enriquecí para estimular a mis paisanos en la lucha por el oro . ¿ No sabes , infeliz , que los pobres no pueden ser independientes ? — Es cierto . — Fue entonces cuando conocí a Cecil Rhodes , el Napoleón del Cabo , ¡ más que Napoleón ! , porque a la ambición del guerrero corso une la avidez del buen inglés . — ¡ Maldito conocimiento ! — Tal vez . Nunca le quise . Sentí , lo confieso , admiración hacia su energía extraordinaria . Le estudié largo tiempo y mé figuré de buena fe haber encontrado el hombre necesario para mi idea . Yo le hubiera preferido menos ávido y más generoso . Al fundar en Kimberley la Compañía monopolizadora de los diamantes , estuve a punto de disgustarme con él . Cuando los hombres se acobardan ante la lucha en campo abierto , levantan barricadas y trincheras . Las Compañías de monopolios me han parecido siempre barreras de hombres cobardes , que no se atreven a luchar con armas iguales . Pero al verle dar su nombre a la Rhodesia , vencer a los matabeles , rechazar a los negros al centro del continente , volví a decirme : « ¡ he aquí nuestro hombre ... ! » — ¡ ... Qué equivocación ... ! — ¡ Lo advertí tarde ... ! Durante muchos años no me he preocupado sino de dos cosas . La primera , insuflar en el alma de Cecil Rhodes la noble ambición de crear los Estados Unidos del Africa del Sur . La segunda , convencer a los boers de que nuestro ideal consistía en la creación de los Estados Unidos y persuadir a los afrikanders de que el único hombre capaz de realizarla es Cecil Rhodes . — Y mientras tú luchabas por un imposible , yo me encerré en mi granja . Yo , tu discípulo , no podía luchar contra el maestro : callaba ... y sufría . — No me arrepiento de mi obra . Gracias a ella los boers todos del Orange han comprendido que nuestro pueblo debe ser escala por donde el progreso universal ascienda ; no chinesca muralla que detenga su marcha . — Siempre les queda Oom Paul ( nombre familiar del presidente Kruger ) a los enemigos de las innovaciones . — No lo creas . Oom Paul es viejo y morirá como ha vivido , hecho un antiguo boer , sin más vicios que el tabaco y el café , con todas las virtudes , la fuerza hercúlea , el ojo certero , la sobriedad perfecta , el valor indomable , la honradez inmaculada y la pietista religiosidad de nuestros padres . Oom Paul morirá sin haber leído más libros que la Biblia . — ¿ Y entonces ? — Pero repara en los hombres de que se ha hecho rodear . Holandeses expertos , boers educados en el colegio de Bloemfon-tein o en las escuelas de Alemania y Holanda . — Es cierto .