La rampa Novela por Carmen de Burgos " Colombine " Renacimiento San Marcos , 42 Madrid 1917 A toda esa multitud de mujeres desvalidas y desorientadas , que han venido a mí , preguntándome qué camino podrían tomar , y me han hecho sentir su tragedia . “ COLOMBINE ” Era todos los días un sacrificio subir aquella sucia escalera que conducía al restaurante . A fuerza de verse allí se había establecido una especie de camaradería entre la mayor parte de los comensales ; pero una camaradería casi hostil , aunque trataba de parecer afectuosa . Sentían todos una especie de molestia por la pobreza que revelaba el asistir a los comedores de a peseta el cubierto , por abono . — No será ningún potentado cuando viene aquí — solían repetir ante la petulancia o falta de espontaneidad de algún nuevo ; y este concepto , que existía en todos contra cada uno de ellos , los molestaba , les hacía odioso el testigo , y la mayoría evitaba el darse a conocer . Era muy enojoso encontrarse luego en la calle y que en un momento dado uno pudiera decir señalándoles : — Ese come en el restaurante de Babilonia . Isabel y Agueda , al salir del Bazar , donde estaban empleadas , apretaban el paso con el deseo de llegar pronto , para aprovechar el poco tiempo que su trabajo les dejaba libre y para que no se hubiesen acabado los mejores platos , los que más llenaban , que eran los que solían pedir todos . Sabian que no debían temer a las sobras , porque las pequeñas raciones se consumían ávidamente y hasta rebañaban los platos de tal modo que podía prescindir se de los pinches a poco trabajo . No era la concurrencia popular , francamente pobre , que va a la taberna y a la casa de comidas para atracarse el plato de judías bien guisado y el suculento trozo de carne , y qué hace fiesta del rato de bienestar que le proporciona la comida . Era la concurrencia vergonzante de la clase media , deseosa de aparentar una situación que no tenía y que se esforzaba por vestirse y presentarse con más lujo del que podían costear , tomando aires de gente acomodada y haciendo un axioma de la ruinosa frase , en la que había puesto el egoísmo de todos un triste fondo de verdad : « Según se presenta uno , así lo miran . » La mayoría de los comensales la formaban empleados de poco sueldo , dependientes de comercio , oficiales de escasa graduación , estudiantes y soldados de cuota . Mujeres iban menos . La poca participación de las mujeres en la vida pública , esa especie de temor , justificado , de la promiscuidad que la recluye en el hogar , hacía que su asistencia al restaurante fuese escasa . Las pocas que iban se hallaban allí en situación difícil . Aunque carecían de vinos generosos y de manjares opíparos , reinaba siempre esa galantería de mal gusto que , a pesar de su imprudencia e inoportunidad , se ha dado en llamar española , como si fuese uno de los rasgos típicos que más nos honran . Casi todos los hombres consideraban indispensable aquella grosería , disfrazada de galante , frente a toda mujer joven , viniese o no a cuento . Todas , por preocupadas y ajenas a ellas que estuviesen , tenían que aguantar las miradas , los suspiros , las audacias y las inconveniencias de aquellos hombres extraños y desconocidos , que sistemáticamente se habían hecho un deber de galantearlas . Los más asiduos al restaurante , los viejos en la casa , parecían tener ya una especie de propiedad ; se les guardaba su mesa , y eran los que más hablaban , gritaban y se permitían chistes y palabrotas , abusando de la pacífica digestión de los demás . A los dos días de pasar al lado de uno de estos grupos , ya saludaban con gran confianza , como si se hubiese establecido entre todos un compañerismo casi forzoso . Iban los camareros de uno a otro lado , hablando familiarmente con los parroquianos , interviniendo en las conversaciones y permitiéndose chistes y confianzas con los más tímidos , a los que hacían todos blanco de sus burlas para arrancar la risa y el aplauso de los mal intencionados . — Tratamos el público a patás — solían decir alabándose — , y siempre están los comedores llenos . La peseta . ¿ A ver dónde van a ir ? Aquella seguridad les hacía ser altaneros y desconsiderados con los que no les daban propina . Se conocía a los más dadivosos en la amabilidad que usaban con ellos los camareros al ofrecerles la lista impresa de las dos docenas de platos que componían el menú y por las indicaciones confidenciales hechas en voz baja : — Hoy las mollejas de ternera están superiores . — Esas pescadillas no son para usted . — Le he reservado naranjas porque no hay más que ésas , y las peras están agrias . Con los que no daban propina eran menos atentos ; les hacían esperar largos ratos viendo pasar ante ellos los manjares que iban a las otras mesas , y eran vanas todas sus quejas y reclamaciones . — ¡ Ya va ... ! ¡ Ya va ! — ¡ En seguida ! — ¡ Al instante ! Con estas evasivas los manjares llegaban tarde y fríos . Si el parroquiano se quejaba , la respuesta invariable le quitaba toda razón : — Hay que atenderlos a todos . No se puede más . A veces se Labia ya acabado el plato que solicitaban , y los camareros repetían con cierta satisfacción de no obedecer la demanda : — No queda . — Se ha acabado . Aquella mañana los dos comedores estaban completamente llenos y los sirvientes iban de un lado para otro , algo aturdidos , sin saber a quién atender primero . Las dos amigas no encontraron sitio en el comedor más pequeño , el más interior , que , a pesar de ser sórdido y maloliente , preferían por su mayor independencia , pues todos entraban allí un poco a hurtadillas , procurando no hacerse notar y pasar perdidos entre la multitud . El salón grande , con los cinco balcones de la fachada sobre la calle concurrida , tenía algo de fiesta , que le prestaba la claridad y la animación de la multitud . A un extremo estaba el mostrador , delante de la estantería , llena de botellas , que no pedía nadie , pues el lujo de los más rumbosos , que podían lucirse a poca costa , consistía en pedir café o un plato más ; pero esto sucedía pocas veces ; hasta los que tomaban el cubierto de lujo de seis reales , que se distinguía del económico en los dos rabanitos y las cuatro aceitunas , lo tomaban como avergonzados de su desigualdad y como si notaran lo hostil de los humillados al lado suyo por su modesta comida . Sobre el mostrador estaban expuestos los postres , incitando al apetito , y detrás de él una mujer obesa , como pringada y saturada del olor de las salsas , se pavoneaba , paseando una mirada sagaz sobre los comensales como un experto triclinarca que presidiese el banquete , pronta siempre a coger in fraganti a los camareros en algún exceso de amabilidad que les hiciese poner una galleta o una ciruela más en el platillo para complacer a un parroquiano espléndido . Todos los casos difíciles se le consultaban a ella : ¿ Un señor que dejaba el vino por el flan , podía renunciar a éste y cambiarlo por fruta ? ¿ Se conmutaba un flan por un café ? ¿ Podían tomarse dos platos de huevos ? Ella no se cansaba de resolver las preguntas que afirmaban su autoridad sobre todos los que iban a comer a su casa . Un camarero guió a las jóvenes hasta una mesita desocupada en el ángulo opuesto al mostrador ; tuvieron que atravesar entre todas aquellas gentes , que suspendían la comida para mirarlas con procacidad manifiesta , Un gallego lanzó un suspiro ruidoso que repercutió en todo el salón ; y otro jovencito murmuró al oído de Isabel un vulgar piropo . Colocadas en aquel sitio , frente a la promiscuidad del salón , sintiendo , sin verlas , las miradas de todos fijas en ellas , Isabel desenvolvió lentamente la servilleta mientras Agueda miraba la lista . — ¡ Lo de todos los días ! ¿ Qué prefieres ? — Elige lo que te parezca . Me da igual . La joven volvió a leerla lista de los platos . Sentía como una desconfianza instintiva de que la carne fuese carne y el pescado pescado y no se verificara en el fondo de aquellas cocinas misteriosas una sustitución como esas de los circos , que con un truco secreto hacen parecer vino al agua , o figurar huevos con bolas de algodón . Cuando algún camarero hablaba de el cocinero , no se concebía que todo aquello lo hiciera un solo hombre , y que hubiera cantidad bastante de alimentos para satisfacer a todos los que iban a comer sin previo aviso . Se les aparecía como un Jesús milagroso , multiplicando las cosas y envolviéndolas en aquellas salsas de harina , de diferente color e igual sabor , que caracteriza la universalidad de las salsas de restaurante en todo el mundo . No tardó mucho Agueda en hacer el menú , como si convencida de la falsedad de todo , tratase sólo de salir del paso : Un par de huevos , pescadillas a la vinagreta y un filete con patatas ; por escaso que fuese todo , acompañado de pan , vino y postre , era inconcebible que lo pudiesen dar ; aunque todo tuviera igual sabor y dejase sin satisfacer verdaderamente el apetito como cosa inconsistente y frágil . Mas , a pesar de sus ventajas , era preferible para una mujer comerse un pedazo de pan y queso en medio de la calle , que sufrir todas las impertinencias que habían de aguantar en esa promiscuidad forzosa . No iban allí las mujeres felices , sino las pobres mujeres que trabajaban y no tenían el refugio del hogar . Eran las mujeres lo más triste de aquel comedor , lo más sombrío ; se las veía como escondidas en los rincones , amedrentadas y llenas de cortedad . En los hombres había sólo miradas de suficiencia , de confianza en su fuerza ; ellas , con la cabeza metida en el plato , parecía siempre que estaban comiendo su última peseta , y ponían algo de la tristeza de los comedores de los asilos en la sala del restaurante . Las conversaciones de las mesas cercanas estaban llenas de insinuaciones dirigidas a ellas . El gallego hablaba alto , para que lo oyesen , y de vez en cuando soltaba uno de aquellos ruidosos suspiros que repercutían en toda la estancia . Cerca del balcón comían cuatro alemanes , de faz rubicunda y cabezotas cuadradas , conversando en su idioma , con animación , pero sin alzar la voz ni preocuparse de los demás , mientras devoraban las lentejas , el cocido y las judías , que eran los tres platos elegidos para llenar el abdomen , pues no podían saciar el hambre sajona con las escasas raciones de los otros platos . Daba angustia verlos tragar de aquel modo , en el ambiente saturado del olor de los guisos , un olor que parecía agriarse y fermentar . Apenas habían empezado la comida las dos jóvenes cuando un caballero vino a sentarse junto a ellas . Era un señor alto , delgado , vestido con corrección , que representaba unos cincuenta años . Antes de sentarse sacó el pañuelo , limpió la silla y se levantó cuidadosamente los largos faldones de un chaquet , luciente de cepillo y sin ninguna , mancha . Después saludó a las dos vecinas de mesa con una reverencia respetuosa , y con la servilleta sacudió el polvo del mantel a todo su alrededor , y limpió los vasos , los platos y los cubiertos . — ¿ Qué va a ser , don Antonio ? — preguntó el camarero . — Huevos fritos — repuso sin vacilar — . Pero le suplico que sean fritos para mí ... bien fritos ... en mucho aceite . Yo no he entrado jamás en la cocina , que no es este menester propio de hombres ; pero se me alcanza a mí cómo se deben freír los huevos . Es un arte perfecto . El camarero se alejó riendo , con un gesto que daba a entender — Es un chalado . Las dos amigas no pudieron contener también una sonrisa ; pero cerca de don Antonio parecían más tranquilas , recobraban mayor aplomo , como si estuvieran más protegidas . En la mesa del gallego ya no se ocupaban de ellas ; concentraban su atención sobre otras dos jóvenes que habían tomado asiento cerca de un balcón , y a ellas se dirigían las pullas , las alusiones y los suspiros redoblados con trémolos ruidosos . De aquellas dos recién llegadas , una parecía indiferente y serena , como si no prestase atención a lo que la rodeaba , mientras la otra estaba turbada e impaciente . Era una hermosa rubia , con ese tipo exuberante y lleno de gracia de las andaluzas , y en su semblante movible se reflejaban las impresiones noblemente . Se la veía indignada de sentirse blanco de la grosería de aquellos señores , y se notaba cómo contenía a duras penas su disgusto . Era como si el mundo todo no fuese más que un feudo de los hombres , que sólo ellos le llenasen y tuviesen derecho a todo ; las mujeres no aparecieran más que como sombras vagas , imprecisas , medrosas y siempre inquietadas . Tenían que ir con un hombre para ser protegidas . Ellas , con su modestia , no se libraban de la acometividad , y en cambio nadie paraba mientes en otras tres damas que , acompañadas de dos caballeros , ocupaban el centro del salón . Vestidas con trajes de raso liberty , y tocadas con grandes sombreros con aigrettés comían su modesto cubierto con un aire desdeñoso , de grandes señoras caprichosas , a pesar de que desde hacía una semana acudían todos los días a la misma hora . Ya la señora mayor , que debía ser la madre , ya las jóvenes , tenían buen cuidado de repetir con frecuencia , en voz alta , que estaban cansadas de los grandes hoteles , que gustaban de la sencillez , y que se preparaban a marcharse de veraneo a San Sebastián y a Biarritz en cuanto apretase el calor , con el tío / y al pronunciar el nombre de un político célebre , con el que se decían emparentadas , su voz reforzaba la sonoridad y se hacía más vibrante y más aguda . — ¿ Todavía no han servido a usted ? — preguntó a don Antonio un hombre de rostro rubicundo , alegre y comunicativo , que estaba en la mesa cercana , con el deseo de entablar conversación . — No , señor mío . — Es desesperante ésto . Hace media hora que he pedido café . — Yo no me impaciento . Es mejor que tarden ; señal que no estaban fritos de antemano . — ¡ Vaya usted a saber ! Pero ... ¡ Camarero ... ! ¡ Camarero … ! Hijo , ¿ están plantando ahora el café ? ¿ Cuántos años tardará ? — ¡ Ya ... en seguida ! — respondió de modo mecánico el sirviente , por la costumbre de repetir la misma frase . — ¡ No sé cómo venimos aquí ! — añadió el hombre — . Todo sucio ... Malo ... Escaso ... Pertenecía al grupo de los eternamente descontentos que lo hallan mal todo , como si quisieran dar a entender , con su disconformidad , que ellos son superiores al medio soportado accidentalmente . Como un contraste , en otra mesa , a espaldas suyas , sonaba un coro de alabanzas . — ¿ No os aseguraba yo que aquí comeríais muy bien ? — decía un teniente que había invitado a dos provincianos . — ¡ Es maravilloso ! — ¡ Abundante ! — ¡ Esta carne está exquisita ! — ¡ Yo estoy satisfecho ! Respondían ellos sin cansarse de alabar aquella baratura que era un nuevo encanto de Madrid . — Es como en el Hotel Inglés — afirmó con aplomo el teniente — . Esto no se encuentra mas que en Madrid ... En España . Don Antonio había sopado reposadamente los huevos fritos , y esperaba su segundo plato , haciendo con la servilleta la figura de un busto con el cuerpo envuelto en un manto y la cabeza rodeada por un turbante . Mientras hablaba distraídamente , como si él también cumpliese un deber de galantería , con sus vecinas de mesa . Parecía interesarse por sus ocupaciones , por sus trabajos ; les debía dar mucho que hacer el Bazar ; días que apenas se sentarían desde las ocho de la mañana hasta las nueve de la noche , sin más descanso que las dos horas para comer , que no daban tiempo de nada , Y en su galantería caballeresca , el buen viejo lamentaba que la mujer , nacida para ser amada , tuviera que luchar con la prosa de la vida . — A la mujer no debe dirigírsele la palabra sino con las más corteses y pulidas razones — decía — , Pero ahora ustedes lo quieren ser todo , renuncian a su categoría de princesas , y queriendo ser liberadas , se hacen esclavas . El buen señor lamentaba el estado de cosas que hacían perder a la mujer el puesto en el hogar para lanzarse a la competencia , con quienes no les guardaban los respetos debidos . Censuraba a los hombres que no se dejaban vencer y arrollar por ellas , con una sumisión romántica ; pero daba a entender que no comprendería jamás la igualdad . Mientras hablaba iba dibujando con su cuchillo líneas sobre la cáscara de la naranja que mondaba , a fin de lograr una tosca y primitiva figura de hombre , al separarla de la pulpa . Gritos y ruido de lucha interrumpieron su ocupación . La tormenta que se cernía entre la andaluza y los gallegos estalló . Uno de ellos se había levantado para descolgar su sombrero , y fingiendo resbalar y caer , quedó montado a horcajadas sobre el respaldo de la silla que ocupaba la joven , casi sobre sus hombros , con gran regocijo de sus compañeros , que se retorcían entre contorsiones y carcajadas , Pero la rubia se volvió rápidamente , descargando sobre el atrevido un tremendo puñetazo . — ¡ Grosero ... ! ¡ Mal educado ! El , confuso , trataba de buscar el lado cómico que lo salvase del ridículo . — ¡ Perdone usted , marquesa ! De una parte y otra se cruzaron improperios . Muchos hombres vacilaban indecisos sin saber qué hacer ; don Antonio avanzaba ya dispuesto a defender a las damas , cuando los camareros mediaron conciliadores para acallar el escándalo . La dueña del restaurante parecía no haberse enterado de nada . No tenía gana de intervenir . Los gallegos eran parroquianos constantes que llevaban ya varios años comiendo la bazofia de su casa . Aquel don Marcelito era un excelente sujeto que animaba el comedor con risas y dicharachos y lo llenaba de alegría . No iba a desagradarlo porque cualquier señorita del pan pringao se pusiera con humos por una broma cualquiera . Lo que menos le gustaba era que frecuentasen sus comedores mujeres ; de buena gana les hubiera prohibido la entrada ; se acababa siempre por alguna tontería . Experimentaba en el fondo un desprecio por todos los que iban allí , ( ¡ Gentes que comían en un restaurante do peseta ! ) Por más que la enriquecieran y que ella repitiera siempre que en su casa se comía como en Lardy . Los gallegos desfilaron entre las mesas aparentando indiferencia y desprecio por lo sucedido . ¡ Cosas de mujeres ! Don Marcelito asomó la cabeza como tenía costumbre de hacer todos los días , por el ventanillo de la cocina , y gritó a guisa de despedida , imitando la voz de los mozos que piden las raciones : — ¡ Ragú pal gallego ! Y salió , entre las risotadas de sus amigos , relinchando y balando , mientras bajaba la empinada escalera con una alegría de estómago satisfecho . La andaluza lanzó una mirada provocativa a las otras mujeres , que parecían mirarla con el desdén con que las mujeres de orden , cuidadosas del ¿ qué dirán ? y de la compostura , miran a las que son causa de escándalo . Su compañera , siempre tranquila , serena , inalterable , procuraba calmarla . Agueda e Isabel habían hecho causa común con aquellas dos desconocidas . Mientras Agueda comentaba con don Antonio lo sucedido , Isabel permanecía silenciosa . Pensaba en sí misma frente a las otras , como si al mirarlas a ellas le devolvieran su propia imagen . ¿ Cómo la verían los demás ? Sentía una impresión de penosa desnudez , de soledad . El egoísmo de los otros , injusto y agresivo , no dejaba a las mujeres ni el placer de gozar su aislamiento en la indiferencia , sino que se sentían perseguidas y turbadas . El mismo sentimiento debía experimentar su amiga , porque cuando se levantaron para irse iban apoyándose la una en la otra , como si se protegieran y se diesen mutuamente valor . Gozaron un momento la alegría de la calle , más libre y clara por su contraste con el agobio del comedor , Y , sin embargo , siempre que salían a la calle , tan céntrica , en aquella hora de luz y de sol , sentían esa especie de temor , de miedo , esa angustia que experimentaban todas las mujeres modestas y deseosas de disimular su penuria al tener que pasar por los sitios concurridos , bajo la luz espléndida que no disimula el mal estado de los vestidos y los defectos del rostro . Tal vez éste era el mayor tormento de las obligadas a comer fuera de su casa . — Decididamente — dijo Agueda — pasamos un mal rato todos los días . Yo temo que llegue la hora de comer . ¡ Si tuviéramos tiempo de prepararnos nosotras algo en casal — Vivimos demasiado lejos — repuso con un suspiro Isabel — , y estamos demasiado cansadas . Hay que resignarse . Empezaron a andar , siguiendo la calle del Carmen , en dirección a la Puerta del Sol , y bien pronto olvidaron su disgusto para distraerse con la contemplación de los transeúntes y de los escaparates , con una fuerza de expansión juvenil , acortando el paso , como si disfrutaran un paseo y quisieran retardar el momento de llegar al Bazar , donde habían de quedar sepultadas todo el resto del día . Isabel era de mediana , estatura , de cuerpo suavemente redondeado , sin ser gruesa ; los pies y las manos pequeñas y mal cuidadas , a pesar de una atención constante . El cabello castaño oscuro y los grandes ojos color tabaco lucían sobre un cutis blanco , pálido , sin ser lechoso , de un blancor de morena , y formaban un conjunto armónico con el semblante , algo inexpresivo , de rasgos indecisos , más agradable que hermoso . Su mayor belleza estaba en el cuello largo y firme , que sostenía la cabeza con una gallardía altiva y prestaba morbidez y elegancia a toda la figura . No había nada de extraordinario en el conjunto . Era la muchacha que se ve a través de los cristales de las tiendas donde se enseña a bordar . Era esa misma muchacha que se ve inclinada sobre las cuartillas en las tiendas en que se venden máquinas de escribir . La muchacha modesta , trabajadora , sobria , que siendo una obrera parece apartarse de la obrera y conserva un aire de señorita . Agueda era más alta y más delgada , de cabello negro , tez morena , con los ojos hundidos en las grandes ojeras profundas , que caían en pico sobre la mejilla , como si quisieran unirse a las dolorosas comisuras de los labios . Aunque no pasaría , como su amiga , de los veinte a los veintidós años , estaba más gastada ... más deshecha , como si su vida , de trabajo hubiese sido más larga y más dura . La vida de ambas no salía de los límites de la vulgaridad . Agueda , huérfana de un zapatero y una lavandera , había trabajado , en unión de su hermana Luisa , dos años mayor que ella , al amparo de su tía Petra , una pobre mujer que iba a coser a domicilio y que se había sacrificado , renunciando a casarse por educar a las dos sobrinas , con una abnegación y un cariño verdaderamente maternales . Después de muchas vicisitudes , había logrado colocarse en el Bazar , gracias a una piadosa señora en cuya casa trabajaba su tía . La otra hermana , encajera , abandonó un día su oficio para irse a vivir con un señorito , del que había tenido un niño . Al principio iba con frecuencia a ver a su hermana y a su tía Petra ; pero bien pronto empezó a escasear sus visitas , hasta que un día les confesó que su amante le prohibía todo trato con ellas . En el dilema de elegir entre su familia y aquel hombre , venció el hombre . Era un sacrificio doloroso que hacía sin amor ; pero al que se creía obligada . Ida mujer , después cíe un desliz como el suyo , no podía rehacer de nuevo su vida . Quedaba sometida a la esclavitud del amanto y contenta de que no la arrojase de su lado . El amor había ya desaparecido ; ella sentía el desencanto y la amargura , el tormento de haberse convertido en una carga ; pero debía resignarse por el hijo . Es verdad que él era duro , despótico , violento : pero ¿ acaso no son todos los hombres así cuando dejan de enamorar ? No concebían al sexo fuerte sin su carácter dominador , un poco injusto , un poco voluntarioso , como debían ser los dueños que no tienen por qué justificarse . Después de todo , él era el que mantenía la casa , el que trabajaba , el que la protegía . Agueda y su tía no se atrevieron a oponerse y quedaron solas , sin la alegría que Luisa había puesto en su vida . Al perderla se había mutilado su hogar . Su sacrificio les parecía infecundo por la convicción de que la joven no sería tampoco feliz . Sentían la herida del desamor y de la frialdad con que las había abandonado . Cuando Isabel entró a prestar servicios en el Bazar sintió una gran simpatía hacia Agueda , siempre sola , triste , llena de una gran dulzura y de una bondad superior a las otras . En todos sus apuros , en todas sus dudas , recurría a ella , y así , poco a poco , en medio de su abandono , las dos sentían despertarse en ellas una sincera amistad . Era Isabel hija de un comisionista , que había rodeado su vida de ese bienestar con rachas intermitentes de apuros , de lujo y hasta de esplendidez propia de la gente de negocios . Al morir el padre , su madre y ella quedaron en una situación decorosa . De no tener la inconsciencia de las mujeres que no están habituadas a manejar capitales ni a conocer el valor del dinero , hubieran consolidado su situación . Pero su única preocupación fué continuar sosteniendo la casa con el mismo rango , como si creyesen deshonrarse al descender de su posición social ; pero sin hacer nada para evitarla miseria que se aproximaba de puntillas , sin dejarse sentir . Quizá en su imprevisión había algo del fatalismo en el que influye la secreta esperanza del premio de la lotería o del marido quo surge de pronto como un príncipe encantado . La enfermedad de la madre , que la mantuvo dos amos en estado de gravedad y las obligó a ir a los baños tres temporadas , dió al traste con lo que ellas creían inagotable . Al morir su madre , Isabel se encontró sola y sin recursos para poderse sostener . Empezaron los días de pánico , semejantes a un mal sueño lleno de sed , en los cuales la distraía del dolor de la perdida de su madre la zozobra de su situación . Los muebles familiares , los recuerdos queridos , todo se había ido perdiendo ; empeñados unos objetos , vendidos otros , hasta no quedar nada en la casa desmantelada y tenerse que ir a vivir a una casa de huéspedes , que también tuvo que abandonar por demasiado cara , y alquilar aquella habitación en donde vivía . Junto con las privaciones de la miseria había sufrido el dolor de sentirse humillada al sentirse pobre . Era como si descendiera de su rango , como si se inferiorizase respecto a las que habían sido sus amigas . Muchas se alejaron , quizá porque ella , con una extraña timidez , no hizo nada para aproximarlas . Se desarrollaba en su espíritu una excesiva suspicacia que le hacía sentirse ofendida por cualquier palabra , cualquier detalle , la más pequeña falta de etiqueta , o cosas que antes ni siquiera hubiese notado . Los primeros tiempos de su soledad y su pobreza fueron terribles . Conforme mermaba su escaso capital crecía su angustia . ¿ Qué iba a hacer ? Se sentía lanzada entre las mujeres que luchan ; pero más indefensa que ellas , como si la hubiesen arrojado por un balcón y al caer se hubiese roto las piernas y los brazos . Ella había sentido , antes de hallarse en aquel caso , el dolor de las mujeres que trabajan ; pero cómplice en la indiferencia de las que se creen favorecidas , no les había prestado atención . Recordaba ahora a su pobre profesora de piano , una de esas infelices mujeres que parecen tener la misión de hacer entrar toda la miseria del arroyo en las salitas de los burgueses . Le daba pena verla en la calle a las tres de la tarde , bajo la plena luz , cuando todas las miserias se ven . Venía como un pájaro viejo , despintado , desplumado , pero siempre puntual « pío-pío-pío » , y entraba en el portal ansiosa de cumplir bien para ganar su mensualidad . Muchas veces Isabel le abría ella misma la puerta para librarla de las burlas de los criados , que son crueles con estas pobres mujeres , y siempre que pueden les pellizcan en su dignidad , mirándolas de arriba a abajo o cerrando la puerta de un portazo . La profesora le contaba su miseria , la imposibilidad de luchar . Había tantas profesoras de piano , que no ganaban ni dejaban ganar ; unas con una sola alumna , y muchas sin ninguna . Enseñando siempre su titulo a cuantos encontraban y a todos los vecinos , para ver si alguno tenía una sobrina que quisiera aprender música . Recordaba también la miseria de todas aquellas mujeres que la rodeaban en los tiempos de esplendor de su casa , y en las que apenas había reparado : la que les llevaba el jabón , fabricado por ella , y que , a fuerza de trabajar día y noche , ganaba una peseta para mantener a cinco hijos . Aquella otra mujer que les llevaba la carne más barata , arriesgándose a pasarla de contrabando a fin de que le quedasen unos céntimos ; y la otra , la cigarrera , casi ciega , que iba todos los domingos a hacerle una rueda de cigarrillos a su padre . Pasaban por su imaginación las pobres criadas , siempre en servicio , sin ser dueñas ele horas de reposo , repitiendo continuamente los mismos quehaceres , sin voluntad , agobiadas por los trabajos más penosos , más míseros . Especie de animalillos domésticos que viven en la familia sin entrar en ella jamás . Muchas venían frescas , lozanas , de los pueblos , y se las veía descolorarse y languidecer . Servían sólo por comer y darle su salario a sus familias , esperando para vestirse los harapos y los desechos de las señoras . Se lanzaban a servir en la ciudad impulsadas por la miseria , aceptando voluntarias su esclavitud . La lavandera era otro tipo de mujer interesante ; alta , tallada y enjuta por el sol como una cecina , con el color de cobre que esparcía sobre la piel pegada al hueso su enfermedad del hígado , cargaba con sus débiles brazos la montaña de ropa sucia , y con su pecho enfermo iba todos los días a la orilla del río para inclinarse sobre la piedra y golpear y chapotear en aquella agua fría que profundizaba en las grietas de sus manos y las hacía sangrar . Ella les contaba las miserias de los mil y pico habitantes de la casa de vecindad donde moraba . Sobre todo la miseria de las mujeres solas . Acudía a su memoria aquella joven cita planchadora que murió en el hospital ; y aquella otra , hija de la costurera , que se enfermó liando caramelos con papel de plomo dentro de la cueva inmunda en los bajos de la confitería de un gran industrial . Ahora todas aquellas mujeres le parecían hasta envidiables . Ella había entrado en aquel mundo sin protección de las mujeres solas . En aquel mundo en el cual ni el ingenio ni la voluntad podían hacer nada . ¿ Qué esfuerzo tendría que realizar para asegurar su comida todos los días ? Nadie se preocuparía de lo que necesitaba hacer para vivir ; pero todos le exigirían que viviese bien . ¿ Cómo ? ¡ Si pudiera alimentarse del polvillo que hay en los rayos del sol ! Desalentada , pedía consejo a sus amigas . Unas , optimistas , le contestaban con cierta inconsciencia indiferente ; — No te apures . Verás cómo se arregla todo . Pídele a Dios , que no te abandonará . Otras le proponían medios a cual más descabellados : — ¿ Por qué no das lecciones de música ? — Hazte maestra . — ¡ Si encontráramos una buena casa para institutriz o señorita de compañía ! Se quedaba aterrada ante estas soluciones . Su cultura musical no pasaba , de saber tocar el « Vals de las olas » o el « Vorrei moriré » , y su cultura general no iba más lejos . Para ser maestra necesitaba estudios , tiempo , calma , años de trabajo , y ella no podía esperar porque iba atropellada , empujada de prisa por la rampa de la necesidad . Las mujeres que tienen el hábito del trabajo desde pequeñas no podían darse cuenta de lo que era aquello de sentirse de repente sola y pobre en medio de su terrible abandono . Así era como se veía la situación mísera de la mujer en España . Don Antonio tenía razón : la mujer en España no era ya la mujer de su casa , y no era tampoco la mujer libertada e independiente . No tenían ni la protección pública ni la protección privada , y lo más grave de todo era la indiferencia con que se las humillaba . Había para aterrarse ante el espectáculo de la ciudad llena de mujeres desamparadas , al contemplarlas fríamente , desprovistas de dignidad de clase , comprometiéndose y rebajándose las unas a las otras . Parecía que a pesar de saberlo todos , nadie conocía sus conflictos . Los padres se preocupaban sólo del problema en lo que podía afectar a sus hijas ; cada hombre lo refería únicamente a su mujer ; faltaba el impulso general que reparara la injusticia en las grandes masas . Isabel sentía estas ideas en vez de pensarlas ; era como un balbuceo incoherente de su espíritu . Cada día que pasaba su situación se hacía más insostenible . Sentada de noche a la débil luz de su lámpara , con un cuaderno en la mano , iba cubriendo las hojas de renglones cortos y de números grandes y mal hechos , pintados con lápiz ; un lápiz duro que apretaba , profundizando y grabándose en el papel . Ella creía que era ya imposible reducir más sus gastos para poder vivir con algún decoro . Había hecho el sacrificio de habitar en una casa que le repugnaba , de comer en el restaurante , de privarse de todo lo superfino , y , sin embargo , el balance era aterrador ; lo decían aquellas hojas del cuaderno que no le valía romper : Había que añadir otros gastos indispensables : zapatos , camisas , una blusa , un abrigo ... que repartido entre el año , por poco que fuese , haría 25 pesetas mensuales . Era un total de unas 125 pesetas , y lo poco que le quedaba de todo su capital no llegaba para dos meses ; ¿ qué haría después ? . Pensó en buscar un empleo . No sabía concretar lo que deseaba ... cualquier cosa ... algo en donde trabajar ... trabajar de la mañana a la noche y ganar para sostener aquella vida mísera que le parecia opulenta ahora . Fué a ver a las amigas de su madre . Las señoras que trataban en vida de su padre , y con las que aún conservaba relaciones ; pero fué todo en vano . ¿ Qué empleo del Estado podía tener sin título alguno ? Estaba todo sujeto a reglamentos , leyes y ordenanzas ; apenas si habían dejado unas migajas para la mujer . De aquellas visitas salió llena de miedo a las protectoras . Todas aprovechaban la ocasión para humillarla . Oían , no sin cierto temor , que habitaba sola con gentes extrañas . ¿ No tenía algún conocido ? Comer en un restaurante donde sólo van hombres pareció tal monstruosidad la primera vez que lo dijo a una generala viuda , con fama de piadosa , que no lo volvió a repetir . Algunas señoras la encontraban demasiado lujosa . Podía ir con un velito y una blusa , y no empeñarse en llevar sombrero , como si esta prenda , que confeccionaba ella con un pedazo de trapo , fuese el mayor dispendio y la línea que separaba la diferencia de clases . Machas no la encontraban tan pobre . ¡ Cuántas quisieran tener una peseta diaria para vivir ! Lo que más sentía Isabel eran las lamentaciones , los consejos y la intromisión de las protectoras . Tenían siempre una censura para la imprevisión de los padres que educan a las hijas de modo que no sirven para nada . Le sermoneaban que fuese prudente , económica ... Que no se fiase de ningún hombre , porque nadie quiere con buen fia a una muchacha pobre y abandonada . Entonces se asustó más que de la miseria de todas aquellas obreras , sirvientas y menestrales , que al fin y al cabo guardaban un dejo de su independencia con su trabajo , de la miseria de las protegidas . Vinieron a su mente los tipos de las parientes pobres , obligadas a agradar para vivir a expensas de las familias . Las figuras de esas señoras ancianas que van a comer a casa de antiguas amigas una vez a la semana . Aquella doña Soledad que iba a su casa todos los jueves ; y aquella doña Asunción que iba a casa de su amiga Pilar ; y doña Remedios que iba a casa de las de Alonso y que habían sido un espanto para su juventud . Muchas veces había reprendido a Pilar porque se burlaba de ellas . — No , no te burles — decía — . Ellas también han sido jóvenes y no pensarían verse así ... Mi abuelo dice que los padres de doña Asunción eran personas ricas e influyentes , por eso eran amigos de mis abuelos ... y en casa de Alonso hay un retrato de doña Remedios en el que está preciosa , muy guapa , con un peinado alto y una cola muy larga . ¡ Quién sabe en lo que nosotras nos podremos ver ! — Yo me casaré — contestaba Pilar . — Eso no importa — decía Isabel — , El matrimonio no resuelve nada . Si te quedas viuda sin dinero , caerás en peor miseria . — Me casaré con un militar . Aquella idea le hacía reir . — Sí , la viuda de un capitán tiene para disfrutar una peseta diaria . Como no pusieras una casa de huespedes . Mi padre dice que ése es el fin de todas las viudas de comandante . Viuda de un magistrado era doña Soledad . Muchas de aquellas señoras conservaban rasgos de su antigua posición . A veces las pobres ancianas contaban cosas de su vida que las hacían las señoras de la mesa en vez de las invitadas por caridad . Doña Soledad , había estado en Palacio , fué amiga de doña Isabel , y en su casa había un salón con muebles regalados por la Reina . Sus maridos y sus padres hablan hecho cosas trascendentales . Él de doña Remedios había pintado los techos del templo de la Asunción . Pero después de estos breves relámpagos , las buenas señoras volvían a caer en aquel marasmo de su insignificancia , en el que se las toleraba como figuras decorativas . Daban la sensación de que sólo comían aquel día en toda la semana , y esto les bastaba para mantenerse en los seis restantes . Para huir de aquellas gentes empezó a buscar ella sola trabajo . Recorría tiendas y talleres sin resultado ninguno . Se habían convenido todos para decirle que no . Algunos momentos tuvo esperanza , cuando empezaron un examen : « ¿ Conoce usted el oficio ? » « ¿ Dónde ha estado usted ? » Sonreían burlonamente al oirle decir que ella sabía coser y bordar y que con buena voluntad aprendería pronto . Cada uno creía su empleo un arte y le contestaba con un énfasis revelador de su molestia : — Estas cosas no se improvisan . Era necesario ser una obrera , una obrera que hubiese empezado paso a paso su aprendizaje , a fin de estar apta para ser admitida a gastar la flor de su juventud en una fábrica , un taller o una tienda , y ser desechada después por inútil . Fué en vano que implorase a todos los industriales y comerciantes . Los que se apiadaron de ella una vez no pudieron continuar , protegiéndola para no perjudicar sus intereses . Le dieron a iluminar tarjetas , y los primeros cientos los ejecutó con tal torpeza que no pudieron servir , En una tienda de la calle de la Montera la confiaron camisas , pagando a dos reales pieza . Lo hacía mal y gastaba dos días en cada una : resultaba imposible . Lo que más le repugnaba era buscar colocación en una casa particular . Pero cada día que pasaba se hacía , en su interior , una concesión nueva . Era la miseria apremiando cada vez más . Empezó a buscar los anuncios en la cuarta plana de los periódicos y acudir a todos los sitios donde hacía falta una costurera , una señorita de compañía o una doncella . Igual repulsa en todas partes . Por modesta que quería ir su aspecto , sus manos cuidadas , su porte todo denunciaba , que no era una obrera ni una sirvienta . La miraban con desconfianza y no faltó alguna dama que le dijese sin piedad : — Es usted demasiado señorita para ésto . Tropezaba de un lado con la mirada de los hombres , que parecían avalorarla para otorgarle protección : aquella humillación de la mujer joven , que ponía a contribución su belleza , de otro lado la hostilidad de las mujeres . Eran ellas , sobre todo las que se creían más virtuosas , más impecables , las más parapetadas en su situación ventajosa o en su independencia , las que se mostraban más crueles , más ensañadas , más enemigas de la mujer . El sueño huía de sus párpados con la zozobra creciente de su situación . ¿ Tendría que pedir limosna y dormir en los bancos públicos para que la recogieran como una perdida , una vagabunda , o dejarse morir de hambre ? Al fin una de sus amigas le había dado una carta para que fuese a ver al dueño de aquel Bazar , antiguo amigo de su padre . Don Prudencio era un hombre gordo , en forma de bola , tan pequeño y tan ancho que parecía rodar en vez de andar ; los bracillos delgados pegados al tronco y la cabeza unida al cuerpo por los tres pliegues de la colgante papada no destacaban de la masa del conjunto . La joven , acostumbrada a las continuas negativas , miró con terror el rostro grasiento y apoplético , en cuyo fondo brillaban dos ojillos iracundos enterrados en carne . Don Prudencio , que suplía su aspecto mezquino con un vozarrón de Júpiter Tonante , y hablaba siempre a gritos , con acento colérico , mezclando en cada docena de palabras un terno o una interjección violenta , la recibió con su natural brusquedad . — Vamos a ver : ¿ qué es lo que desea usted ... ? Acabemos ... Isabel entregó la carta que llevaba . — ¿ De quién es ésto ? No tengo tiempo ... ; la gente está despacio . — Es de doña Concha Azara … ; me recomienda ... ; soy ... — Con que recomienda ... ¿ eh ? Bien ; yo le contestare — interrumpió . No se había levantado del sillón y señalaba con el gesto la puerta a la joven , con un brusco ademán de despedida , creyéndose , como la mayoría de los señores , dispensado de toda cortesía con una muchacha pobre . — ... la hija de Adolfo Rodríguez , su antiguo amigo — acabó de decir Isabel . El hombrecillo pareció tranquilizarse y recordar . — De Adolfo Rodríguez ... hija de Adolfo Rodríguez el comisionista . ¿ Usted es hija de Adolfo ? — Sí , señor . — ¿ Y su madre de usted ? — Ha muerto también . — ¿ No tiene usted hermanos ? — No tengo a nadie . Había en su voz tal desgarramiento que la bola de carne se conmovió un poco . — Pero Adolfo era rico ; tenía una gran posición ... — Lo perdimos todo con su muerte y la enfermedad de mi madre , señor . — Y la imprevisión ... y el no tener cabeza ... y el no saber economizar — rugió de nuevo , como pesaroso de su momentánea bondad . Leyó la carta que había dejado a un lado , pareció meditar un momento , y al fin dijo : — Bueno ... probaremos ... Venga usted desde mañana . Hundió do nuevo , la cabeza en el pabellón colgante de su barba , y no contestó al saludo de despedida de la joven . Cuando ella alquiló aquel gabinete en el piso tercero de la vieja casa , se sintió feliz de verse dueña de un gran balcón , por el que entraba el sol y llenaba toda la estancia . Tanto como la casa la seducía el aire majestuoso , respetable y lleno de ternura de la dueña . Doña Nieves era una anciana alta , fuerte , de cuerpo erguido , tez fresca y cabellera blanca , que sabía ser insinuante y simpática . Debía haber sido en su juventud lo que se llama una buena moza . Se entresacaban de sus narraciones y los frecuentes recuerdos del pasado , repetidos sin cesar , los datos de su vida . Doña Nieves se vanagloriaba de haber nacido en Aragón , la tierra de savia más vigorosa de toda España ; pero cuando se casó , una niña aún , se fué a vivir a Sevilla , ocupando allí una espléndida situación , y perdiendo entre la molicie y el enervamiento del clima andaluz la afición al trabajo de aguja , que fué su primera ocupación juvenil . Después , muerto el marido y casada en Galicia su única hija , envejecida , incapaz de trabajar , había alquilado aquel piso , para ceder habitaciones , con lo que pagaba el arrendamiento y sacaba para mantenerse .. Lo que más le convenía eran los señores respetables y las muchachas ligeras . Unos y otras le proporcionaban épocas de esplendor , en las cuales podía hasta hacer economías . Claro que para eso había que ser amable , y a pesar de hablar tanto de su honradez y de su aire de respetabilidad , la buena señora tenía que hacer la vista gorda a muchas cosas . Unas veces iba a parar a su casa un señorón , que recibía la visita de parientas con cuyos maridos estaba reñido por causa de la política , y que entraban recatándose de ser vistas . Doña Nieves favorecía aquellas entradas , llenas de misterio ; era una guardiana atenta para saber si las señoras estaban vigiladas , y no se desdeñaba de ir al café a avisar una buena cena , contando con los restos , que le durarían dos días , o a mandar subir refrescos y chucherías , recibiendo en cambio buenas propinas . Otras veces eran mujeres de circo o bailarinas , que también tenían numerosa familia , pues las visitaban todos los días parientes diversos , tan reñidos entre sí que cuidaban de no encontrarse ; algunos iban de noche , y como doña Nieves esperaba cabeceando , envuelta en su mantoncillo , el final de la entrevista para bajar a abrir la puerta , casi siempre solía volver con un duro y el cabo de vela medio consumido en la mano . En los cuartos interiores albergaba a chicas de servir sin colocación , que pagaban todos los días sus dos reales , sin tener opción a salir de su habitación , ir a la cocina , ni gastar luz . Cuando estaban colocadas e iban a dormir , para recibir alguna visita le pagaban su condescendencia con los papeles de café , el azúcar , el aceite , los filetes y hasta el carbón que sisaban y le llevaban envuelto en el fondo de la cesta . Lo peor eran las temporadas en que había de estar atenida a las pensionistas , las empleadillas y las chicas honradas o hipócritas que no recibían visitas , aunque doña Nieves sospechaba que era porque las hacían ellas . Estas y las que recibían sin misterios siempre a la misma persona , que llegaba a ser denominado el señor , eran las que menos producían . El señor , en su estabilidad , solía dar pocas propinas , y como tampoco eran muy espléndidos con las modestas muchachas que los recibían , ellas se limitaban a dar , como gaje , una arroba de carbón al mes para que les tuviese agua caliente , o algún terrón de azúcar en el café del desayuno . Doña Nieves era avara y sucia hasta la exageración , y así hacía imposible que alguno de aquellos huéspedes comiese en la casa , en lugar de ir al restaurante , cosa que le hubiera reportado mayores beneficios . Guando alguno le había dado una peseta o cinco reales diarios por participar de su comida , doña Nieves lo había matado de hambre . A veces todo el menú lo componía un par de huevos fritos . A pesar de todos aquellos defectos , Isabel sentía una gran compasión por la anciana ; era como si la ancianidad , que le recordaba a la madre , la sedujese y le hiciese sentir la tragedia de la pobre mujer sola , quejándose constantemente de la ausencia y la separación dolorosa de su hija y de sus nietas , que la pobreza no dejaba venir a su lado . Hablaba de aquella hija única pintándola como modelo de belleza y compendio de todas las virtudes , que ahora se veía , con tres hijos , abandonada del marido , en una provincia del Norte de España , casi pidiendo limosna . — ¿ Si yo pudiera traerlas a mi lado ? — suspiraba la vieja sin cesar . — ¿ Pero cómo iban ustedes a vivir ? — solía objetarle algún huésped . — Trabajan araos todas juntas , y lo que fuera de una sería de las otras — contestaba doña Nieves — . Lo que yo quisiera era tenerlos cerca de mí . Por fin un día sus lamentaciones fueron atendidas por un periodista , que interesado por el relato de una bailarina , huésped de la anciana , le dió los billetes gratis en tercera clase y unos duros para el camino . Cuando todos esperaban verla contenta , notaron , llenos de admiración , que estaba anonadada . La aterraba la vuelta de la hija , con la que nunca se había entendido muy bien , según manifestaba ahora . Ella lo había pedido como el que pide un absurdo , sin esperanza de que se pudiera realizar jamás . En su interior se formulaba la pregunta que los otros le habían hecho : — ¿ Cómo vamos a vivir ? Sin embargo no se atrevió a asumir la responsabilidad moral del abandono de la hija , teniendo los medios de traerla a su lado , y , sobre todo , no se encontró con fuerzas para pasar a los ojos de sus huéspedes como una madre desnaturalizada . ¡ Era tan interesante el papel de madre dolorida ! ¡ Se justificaba tanto todo ! La maternidad , cantada líricamente como misión de grandes sacrificios , era un filón explotable . Quizá lo que más sentía era no poder continuar en sus quejas , en sus lamentos maternales , y en el panegírico de la hija ausente . La llegada fué un verdadero cataclismo para los huéspedes . Las escasas ventajas de paz de que gozaban desaparecieron . La hija de doña Nieves era una criatura vulgar , picuda , agresiva , de ojos redondos , desguarnecidos de pestañas , que miraban de un modo maligno y enconado . Se pasaba todo el día despeinada , en chancletas , envuelta en un matine pardo y tendida en un diván , al paso de todos , gritando sin cesar a su madre , a la que sólo llamaba la abuela , y a las muchachas , porque todo se lo arreglaba a voces . La hija mayor , en todo parecida a ella , era una niña pánfila e inútil , que destinaban para cupletista , con la secreta esperanza ele que pudiera llegar a inspirar un capricho lucrativo . Esta era la mimada de la abuela y la maltratada de la madre , porque Juanita , la hija de doña Nieves , se vengaba en su hija Matilde de todos los disgustos que su madre la había hecho pasar a ella cuando era soltera . — Como todos los gustos me los quitaba , ahora se los quito yo a mi hija , y en paz — solía decir . Fiel a su sistema , con razón o sin ella , exasperaba a la muchacha , que hostigada se hacía cada vez más huraña , más sucia y más inadaptable . El chiquillo , idiota , pasaba el día sentado en un rincón esperando que lo enviasen a algún mandado , y la niña pequeña , Nievecitas , con el cabello largo , amasado en polvo y sudor , los ojos pitarrosos y los vestidos semejantes a las rodillas de la cocina , iba de un cuarto a otro , haciendo huir de ella a los huéspedes , a pesar de la compasión que despertaba su edad infantil . Cretina , como su hermanillo , parecía inocente en su niñez . Sin saber hablar , sin ser capaz de coordinar ideas , sin comprender apenas , había aprendido el nombre de cada huésped , y lo pronunciaba con un balbuceo infantil para decir : — Te tero mucho . O — Eres muy monita . Consiguiendo así que le diesen algún pedazo de pan o alguna golosina , que corría a llevar a la abuela y a la madre , sin escarmentar al ver que éstas se la quitaban y la repartían entre todos . Era un espectáculo apiadable el de la pobre niña flácida , con vientre de hidrópica , anémica , revelando en los grandes ojos una fiebre ansiosa de hambrienta , que los miraba a todos como miran los perros maltratados a los que comen cerca de ellos , esperando que les arrojen algo . Poco a poco los huéspedes se habían ido marchando , hostigados por aquel ambiente desagradable . Isabel no dejó su gabinete porque en lo precario de su situación no se atrevía a soportar los gastos que le originaría su mudanza ; pero sentía una gran repugnancia hacia aquellas gentes y tenía que hacer un supremo esfuerzo para dominarse cuando veía a la hija maltratar a la madre , con crueldad tal que un día derribó a la anciana haciendo chocar su cabeza contra la puerta de la escalera . ¿ Y era aquélla la recompensa de los sufrimientos maternos ? Según alimentaba la miseria dominaba más claramente una especie de odio entre las dos . Tal vez la madre pensaba : — ¡ Si yo no hubiera tenido hijos ! Y la hija la recriminaba : — ¡ Traer hijos al mundo para envolverlos en la miseria es un crimen ! Sin pensar en los tres que ella había tenido y a los que amaba a su manera . Unas señoras de una Asociación de caridad habían dado leche para la niña durante unos cuantos meses ; pero en una de las visitas domiciliarias de investigación se habían enterado de que doña Nieves recibía huéspedes , y como si ésto fuese signo de opulencia le habían retirado su socorro . Un día Isabel se atrevió a aconsejarle : — ¿ Por qué la niña mayor no trata de hallar colocación como doncella en alguna casa y Juana busca también ... ? No pudo acabar . Habían hecho todos causa común frente a ella . — ¡ Qué había pensado ! ¿ Y su clase ? Era imposible pasar tal humillación . A toda costa querían conservar apariencias de señorío . Se advertía hasta en sus comidas . Cuando no tenían dinero se acostaban sin cenar , y cuando lograban una peseta , en vez de poner un cocido o un guiso reconfortante , preferían repartir un chorizo entre todos . Como si fuese un desdoro el atracarse de guisotes y de judías . — No puede prescindirse de lo que se tiene costumbre — repetían . Poco a poco se veía doblegarse a doña Nieves , extenuada , y vencida por la doble influencia del hambre y de los continuos disgustos . Su cabello , blanco y lustroso , con un brillo de plata , se tornaba fosco y mate ; su tez fresca se apergaminaba con un tinte amarillento ; caía su boca , marcando dolorosas comisuras en el semblante y el busto tan erguido se inclinaba al suelo y marcaba los hombros puntiagudos como si creciesen hacia arriba incrustando entre ellos la cabeza . Mientras su familia parecía no advertirlo , Isabel sentía pesar sobre su propia tragedia aquella otra tragedia tan dolorosa del fin de la anciana . Quizá en aquel sentimiento había una inquietud por su propia suerte . Aquel destino del Bazar no sólo la ponía a cubierto de la miseria , sino que hasta la colocaba en una especie de rango , de opulencia , comparativamente con lo que una mujer puede ganar trabajando . Con sus cuatro pesetas diarias , los deseados veinticuatro duros , podía vivir hasta , con apariencias de señorita y cierto decoro , sin estar sujeta a un trabajo demasiado penoso . Pero aquel destino no era un destino inamovible ; estaba a merced de la suerte o de la voluntad de don Prudencio , al que tanto temían todos los empleados cuando lo veían pasear entre las calles formadas por las hileras de vitrinas en que estaban expuestos los objetos . Un día , cuando más falta les hiciera , habrían de dejar aquel cargo cuya esclavitud bendecían como un bien . No había jamás ancianas empleadas en las casas de modas , ni en los bazares , ni en las tiendas . Las viejas pasaban como heridas por el fondo de la ciudad . Quizá es que no había viejas porque las mataba la miseria , el abandono sordo y lento en que se las dejaba . Era , sin duda , por la semejanza de sus destinos , por el lazo de su pobreza y sus temores por lo que Isabel y Agueda se habían unido tan entrañablemente . Llegaban por la mañana con alegría al Bazar para encontrarse , aunque allí no se podían hablar apenas , no por la falta de tiempo 3 ^ ocasión , sino porque hubiera desagradado a don Prudencio ver a las empleadas entretenidas . Pasaban todo el día de pie , vigilando el espacio encomendado a su custodia , sin poder hacer uso de la silla que en cumplimiento de la ley de protección a la mujer habían puesto los dueños a disposición de cada una de las empleadas . Tenían que espiar cómo los transeúntes del Bazar , especie de transeúntes de las calles con escaparates , pasaban y repasaban ante los objetos , Unas veces había que guiarlos a una sección que no encontraban ; otras , ayudarles en sus buscas , darles consejos para decidirse a elegir , y , por ultimo , si todo el tiempo empleado en estas tareas no resultaba vano , era preciso ir detrás de ellos llevándoles las compras para que abonaran el importe en la caja . Había de ser la suya una paciencia inagotable para sufrir todas las impertinencias y a veces las insinuaciones molestas de los compradores . Muchos las miraban como si ellas también fuesen objetos expuestos a la venta en el Bazar y fáciles de comprar . No podían rechazarlos mas que con una gravedad dulce , para no perjudicar los intereses del establecimiento . Estaban obligadas a , ser , en cierto modo , las amantes del público , al que era preciso sonreír y agradar . A veces , cuando la impertinencia era demasiado molesta , las dos amigas se miraban y se daban fuerza con sus ojos ; de modo que sin hablar se lo decían todo . Los hombres no sabían mirarlas a los ojos . En toda mirada de mujer encontraban únicamente el encanto de su sexo . Hada más . ¡ Si mirasen bien lo que hay en las miradas de las mujeres , en esas miradas en las que se hace más profundo el dolor y la demanda de auxilio ! Sentirían un gran respeto y una gran pena si en vez de mirarles los ojos superficialmente y de recoger lo de superficial que hay en ellos , miraran bien esos ojos dulces y heridos , ojos de condenadas a un sino triste . Asustaría contemplar desde un porvenir redento lo que hay de aciago en esos millares de ojos despavoridos de las mujeres esclavizadas , entre cuyo pavor aún se encontraba belleza y seducción bastante para deslumbrar a los que las hacían víctimas . La falta de comprensión que hallaban en todos les hacía refugiarse la una en la otra ; se miraban poniendo en sus ojos una muda queja o una protesta que aliviaba su pesar . La amistad que ambas se profesaban era quizá lo más grande en sus corazones . La amiga es para la amiga más que el amigo para el amigo . Su cariño no era el de las amigas , esa cosa algo falsa , de afectuosidad aparente , que se prodiga en las ; relaciones sociales ; era el sentimiento fuerte , sincero y fraternal , que les había hecho intimar porque las dos se sentían igualmente solas y abandonadas . Los que más las molestaban eran sus mismos compañeros , aquellos mocetones que pasaban el día detrás de los mostradores como ellas , o metidos en el cuchitril de la caja , afeminándose con el trabajo sedentario , entretenidos en mostrar los objetos de bisutería o los juguetes a las damas , y que hasta solían emplear la coquetería con las compradoras para atraerse mayor clientela , con una impudicia de la que ellas no hubieran sido capaces . Y las damas preferían comprarles a ellos , a los hombres fuertes que tenían abiertos todos los caminos , mejor que a las mujeres , cuyos puestos usurpaban . Volvía a notar siempre que el primer enemigo de la mujer que trabaja era la mujer misma . Desde los primeros días dé su estancia allí las otras compañeras , más antiguas que ella , trataron de equivocarla , de entorpecer sus tareas , y la hicieron objeto de celos mal disimulados y de burlas . Los compañeros , demasiado empalagosos al principio , se retiraban también molestos por la suave repulsa de Isabel , y se convertían en solapados enemigos . En aquella soledad hostil que se hacía al lado de cada una de ellas , las dos jóvenes se unían cada día más en su afecto , que parecía recompensarlas y defenderlas . Salían juntas a la hora de comer , y apoyadas la una en la otra se protegían para cruzar con más soltura las calles iluminadas . Era como si se encubrieran y de ese modo luciesen menos los brillos del vestido usado , el zapato casi roto , el velo pardo . Solas hubieran tenido mayor timidez , las hubieran molestado más todos los dicharachos que les dirigían los hombres que esperaban en las aceras el paso de las mujeres para hostigarlas , molestarlas y dedicarse a seguirlas y perseguirlas con galanteos que decían bien a las claras el poco respeto que inspiraba la mujer . Era como si aquellos hombres estuvieran desligados de todo cariño familiar con mujeres y de todo lazo femenino , según todos las empujaban por la rampa , sin pensar en que así hacían esta más pendiente y resbaladiza para sus hijas , sus esposas y sus madres . Las pobres mujeres tenían igual miedo a una calle solitaria que a verse entre la multitud . No se atrevían a tomar un tranvía , donde todas las miradas se fijarían en ellas con tanta insistencia como si no hubiese otras mujeres . En las plataformas tenían que aguantar las audacias de todos aquellos desconocidos , que contaban con su debilidad para quedar impunes . Hasta los cobradores buscaban la manera de rozar sus manos , tocar sus brazos , y hasta en ocasiones oprimir sus piernas , con excusa de dejar paso a un viajero . Era indigna aquella vejación a la que se sometía a todas las mujeres . Ellas no eran como una gran parte de las mujeres que , pervertidas ya por la galantería de los hombres , deambulaban por las calles en busca de aventuras fáciles y de una promiscuidad vergonzosa . Tan asqueadas estaban , que ni siquiera querían aceptar los novios de la calle ; parecía que esperaban que sus novios saliesen de su propio corazón , que no vinieran de fuera . Deseaban ya un tipo superior de hombre , el compañero de la mujer liberada ; aquellos novios de rostro vago estaban en ellas , los aguardaban , temiendo en el fondo no verlos llegar , por aquella frase que había engendrado su desconfianza : — Los hombres no quieren a las muchachas pobres para esposas . Sin embargo , seguían creyendo , esperando , y en aquel sentimiento , casi inconsciente , daban ya por hecho que sus novios serían dos amigos que se querrían como se querían ellas , para no separarse nunca . La mañana de sol le daba optimismo a Isabel ; ella , un poco perezosa los días de fiesta , se había levantado temprano . Abrió el balcón , que dejó pasar una ráfaga de aire mañanero y fresco , y fué a ver las dos macetas de geranios y helechos que cuidaba , poniendo en ellas un cariño semejante al que inspiran los niños pequeños , como si satisfacieran su deseo de dar expansión a una ternura protectora . Como todas las mañanas , se dirigió al armario ropero , en el que su escaso vestuario daba lugar a que sirviera de despensa , y para guardar la vajilla y las provisiones de sus cenas y sus desayunos , y sacó el infiernillo , disponiéndose a calentar el café , que tomaba con leche condensad a , con objeto de economizar azúcar . La puerta se abrió y entró Agueda . — Me creí que te iba a encontrar en la cama , y veo que hoy madrugas . — Más has madrugado tú . ¿ Qué sucede ? Venía a buscarte mi pobre tía ; trabaja hoy , a pesar de ser domingo , por la necesidad de acabar unos trajes para la señora , y al verme sola he pensado venir a buscarte para irnos al Retiro y desayunar allí . Hoy el día pide fiesta . Vaciló Isabel . — ¿ Para qué ese gasto ? Tengo ya el café hecho ; podemos tomarlo aquí y salir luego . — Es que se va a hacer tarde para ir a misa , y no he ido aún . ¿ No vas tú a misa ? — Casi nunca , y Dios me lo perdone — contestó Isabel — . Es el único día que tengo para limpiar mis cacharros , y necesito pasar la mañana de tarea : unas veces , lavar las blusas ; otras , plancharme la ropa ... Siempre hay que coser ó remendar algo ... Y , sobre todo , las medias ... ; las medias son el tormento ... ; no duran un día . — Dímelo a mí ... que estoy siempre asustada de llevar tomates en el talón o en la cara del pie ... Que se corran por arriba , importa poco . — Claro . Yo digo que las pobres no tenemos tiempo de ir a misa ni de meternos en ayunos y zarandajas . Eso es cosa de desocupadas que tienen dinero . — Es verdad ; pero eso son teorías de Joaquín . — ¿ Quién habla de mí ? — exclamó una voz dulce y varonil junto a la puerta . Las dos amigas dieron un leve grito . — Nos espiaba . — Éso no está bien . — No es culpa mía que ustedes hablasen alto y no ser sordo . Isabel se había abrochado precipitadamente su vestido y corrió a abrir la puerta . — Todo está revuelto ; pero pase usted y desayune con nosotras . Apareció , llenando todo el hueco de la puerta , la figura de un joven alto , con la barba negra y erizada , que ocultaba en su fosquedad la expresión de bondad piadosa que bañaba las facciones y los ojos de mirada profunda y melancólica . — Se está bien aquí — dijo — ; es la única habitación de la casa donde se encuentra un poco de calor de hogar , de feminidad atrayente . Soy capaz de aceptar si me dejan ustedes contribuir con unos bollos o unas ensaimadas . Las dos jóvenes se consultaron con la mirada y se decidieron al mismo tiempo : — ¡ Por tal de que usted se quede ! Sentían ambas una gran simpatía por aquel nuevo amigo , que conocían desde mucho tiempo antes , y que había pasado durante muchos meses a su lado sin dirigirles la palabra . Acostumbradas a la pegajosa intromisión de todos los hombres , la reserva de Joaquín les había interesado ; ellas lo designaban , por su aspecto reconcentrado y su rostro barbudo , con el nombre del Revolucionario . Le preguntaron a doña Nieves quién era el nuevo huésped , y la buena señora , que estaba enterada de la vida y milagros de todo el mundo , no supo decirles nada . Ella , cuya monomanía era saberlo todo e indagarlo todo , hasta el punto de que a pesar de su penuria se había permitido el lujo de pedir las partidas de bautismo de todas las cupletistas , bailarinas y artistas de fama . Sabía la edad de la Guerrero , la Imperio y la Chelito , año a año y mes a mes ; pero no podía conjeturar nada sobre don Joaquín , que ni recibía cartas ni visitas y pasaba la vida en su cuarto sin hablar con nadie . Le infundía tal respeto que no se atrevía a preguntarle . Cuándo se marcharon los demás huéspedes y quedaron únicamente Isabel y Joaquín su aislamiento pareció aproximarlos , y ambos empezaron a saludarse , a cambiar algunas frases triviales , hasta que poco a poco se hicieron amigos y pasaron ratos charlando , sobre todo cuando iba Agueda y hacían tertulia en el comedor , pieza común para el servicio de todos los de la casa . Mientras ellas le hacían espontáneamente la revelación de sus vidas , atraídas por algo de confesional que había en él , Joaquín esquivaba sus preguntas respecto a su pasado ; pero les infundía confianza con su palabra dulce , suave y afectuosa , y por la gran conmiseración que ponía en ella al tratar de los sufrimientos que le contaban . Las dos jóvenes parecían agradecerle , que él no fuera también un galanteador como todos los hombres que se les acercaban , como lo habían sido allí los otros huéspedes , los vecinos y todos los otros que las molestaban siguiéndolas en la calle , deslizando frases en su oido , mirándolas descaradamente . Estaban heridas de miradas y de pretensiones . A veces pensaban que por lo innumerables que eran las pretensiones tenían algo de cosa irresistible , una especie de fatalidad , y se sentían contentas de poder entregarse sin miedo a un afecto que no las obligaba a estar en guardia , recelosas y desconfiadas , como tenían que estarlo ante los demás hombres . El , por su parte , parecía acogerse también a su amistad como a una amistad libre de la doblez , de la asechanza , de la traición que había en el fondo de la amistad de las otras mujeres . El sentía la tragedia de las mujeres más que la sentían ellas mismas , A veces , como si quisiera consolarlas , les hablaba de sí mismas y de las otras , de todas las mujeres , las pobres mujeres , perdidas en estas ciudades en las que no hablan más que los hombres , patronos de algo , mientras que ellas mueren en silencio , en su vida mezquina , sorda , que es como una de esas pesadillas en las que se quiere gritar y no se puede . Les hablaba sólo de lo más cercano a ellas , de lo que les tocaba directamente ; la exhibición impúdica de las unas , la miseria agobiadora de otras ; el espectáculo bárbaro de las mujeres muertas por el despecho de los hombres ; de la humillación de hablarles sólo de su belleza , de aquella situación precaria de todas ellas , incapaces de rebelarse ; porque las grandes damas se hallaban contentas con su vida vegetativa , vana ; felices de pasear sus galas , como ídolos de madera , sin pupilas , sin corazón y sin alma . Las mujeres de la clase inedia estaban sujetas , fanatizadas , dormidas en un letargo que no les dejaba ver que la causa de la mujer era sólo una . Sólo las obreras , movidas por su miseria , veían la verdad ; pero a ellas les faltaba la cultura y los medios de defensa . Era todo mezquino en la vida de la mujer . Su bondad se hacía pequeña , insignificante , y su maldad resultaba también mezquina . Estaban rodeadas de maledicencia , acechadas ; tenían que refugiarse para vivir en sus propios corazones , esconderse en ellos . ¿ Pero qué tenían en su corazón las mujeres ? La atrofia de su abandono , de su incultura , su deseo de permanecer así . Eran ellas mismas las que rechazaban la liberación , las que se aferraban a la rutinaria remora de la sociedad . Las españolas no sentían la rebeldía como las mujeres inglesas , como las rusas , como las portuguesas mismas , tan cercanas a ellas . Se las contentaba con una falsa galantería , con concesiones infantiles para engañarlas y entretenerlas ; pero en el fondo latía un gran desprecio . Las escuelas para mujeres eran escasas , las cárceles hechas sin cuidado ; no las igualaba al hombre más Código que el Código penal , y no eran superiores a él más que en responsabilidades . Ellas , las más débiles , tenían que defender el honor , atacado constantemente por los más fuertes , y se las culpaba de su vencimiento . Aquellas ideas iban grabándose en las dos amigas , que miraban a Joaquín con la veneración de un maestro . Era el predicador ; ante él sentía el impulso dalas mujeres de Genesareth ; pero luego la impresión se borraba . Era como si por momentos brotase una luz en sus espíritus y se apagase repentinamente . Pero se aficionaban a escucharlo , y machas tardes Agueda acompañaba a Isabel a su casa con el deseo de oir hablar a Joaquín . Era el primer día que le invitaban a entrar en su habitación , y todos sentían el encanto de aquella naciente familiaridad . Isabel salió apresurada para que el muchacho idiota subiera unas pastas , y Agueda empezó diligente a preparar los cacharros ; porque como Isabel sólo tenía dos tazas , era preciso utilizar el vaso . Tenía aquella reunión en el modesto cuarto alegre y lleno de aire , ante el paisaje de los tejados ensolados , algo de fiesta y de día de campo que ponía contentos a los tres . Apenas habían empezado su colación , un débil ruido de la puerta , suavemente abierta , los obligó a volver la cabeza . La chiquitina Nievecitas , con su babero sucio y su cabellera enmarañada , estaba allí mirándolos con su mirada ansiosa de perro hambriento . Las jóvenes no pudieron contener un gesto de contrariedad ; pero Agueda la llamó : — Yen , Nievecitas . La chicuela no se movía . — Ven , nena , ven — añadió Isabel . La niña continuaba inmóvil , y las dos jóvenes adivinaron las miradas de la familia , que la empujaban hacia allí , al oir la voz de la abuela — Anda , niña , te llaman — y al ver la figura del idiota , esperando fuera las migajas que le pudieran tocar . Avanzó la pequeñuela , con pasos menuditos , como si no moviese los pies , con la cabeza baja y la mirada hacia arriba . Bolo cuando Agueda le cogió la mano mantecosa y blanda , con esa sensación do no tener huesos ni voluntad que hay en la mano de los niños , la pobre criatura balbuceó su cantinela con los ojos fijos en las pastas : — Eres muy monita ; te tero mucho . Y escapó en cuanto le entregaron un par de pastas , sin hacer caso de la recomendación de Agueda : — No te vayas ; cómetelas aquí , rica ; te las van a quitar . Pero la chicuela corría a reunirse con los suyos , más contenta de que la acariciasen para repartir el regalo que de gozar ella sola sus golosinas . Los tres se quedaron entristecidos . Joaquín , como si volviese a su idea fija , olvidada al lado de sus amigas , empezó a hablar de la miseria humana : ¿ Cómo no tenían miedo las mujeres de tener hijos ? Los padres , por más que quisieran , no podían ahorrar ; gastaban más de lo que podían en la vida diaria . Además , todo sería inútil . Las mujeres se arruinaban siempre , o las arruinaban sus esposos y sus administradores . — ¿ Qué hacer entonces ? — preguntó Isabel . El se enardeció y olvidó la prudencia que ponía en sus palabras . — ¿ Qué ? No tener hijos cuando no se pueden mantener , y educar a las mujeres de un modo distinto . El error era el educarlas para mantenerlas en la esclavitud , ocultarles la verdad de la vida por un falso pudor y confundir la ignorancia con la inocencia . Había que acabar con la desigualdad de las costumbres y dar a los dos sexos los mismos derechos y la misma libertad . Llevado de su entusiasmo siguió exponiendo la doctrina redentora , olvidándose de que estaba delante de dos pobres mujeres , que no lo entendían lo bastante para comprenderlo , pero sí para alarmarse de todas aquellas cosas cuyo radicalismo las asustaba . De pronto él se detuvo , contrariado de haberse dejado llevar de su impulso . Su deseo le había hecho creer a sus amigas superiores de lo que en realidad eran . Quizá él había pensado en redimir unos espíritus atrofiados por el medio y que le parecían superiores por su anhelo . Sin duda se había equivocado al tomar lo rectilíneo y severo de aquellas vidas como hijo de un movimiento libre de su voluntad , cuando no era más que rutina , sumisión a las costumbres , falta de decisión y de valentía , para quererse liberar . ¡ Eran irredentas ! Ellas , por su parte conocían desconcertadas el aire de , dolorosa decepción de su amigo y no sabían que decir . Cuando después de sostener una conversación frívola Joaquín las dejó , diciendo que iba a visitar a unos amigos , las dos se miraron de un modo receloso que ponía en sus ojos el reflejo de la interrogación que no se atrevían a dirigirse . El encanto estaba roto por ambas partes . Las infelices no se daban cuenta de que habían perdido la rara posibilidad de despertar a una vida superior al lado de aquel amigo que no tornaría más . Estaban hechas para tratar otra clase de hombres , los mismos hombres que por un instinto sano de su naturaleza parecían repugnarles , El alejamiento de Joaquín , después de su breve amistad , las había dejado más solas . Habían perdido al amigo y el amor no llamaba a sus corazones . Como todas las mujeres , ellas tenían a su alcance las conquistas fáciles de los tenorios callejeros y de esos hombres que parece que van al azar en pos de toda desconocida . Pero el hábito de su vida reflexiva , el trabajo que las agostaba , y quizá también la comparación involuntaria de Joaquín con los otros hombres , dificultaba esa entrega de la voluntad necesaria para dejar entrar el amor . La fealdad fosca y austera de Joaquín había llegado a ser como un prototipo de belleza que les hacía sentir disgusto ante el atildamiento de los otros . En su vida había mucho de mecánico , de obediencia a la costumbre . Del mismo modo que era una obligación el ir a desempeñar su empleo en el Bazar y acudían ya a él sin darse cuenta , iban las tardes de domingo , a dar su paseo por los parques , como las ovejas que salían a pacer al campo . Iban llenas de tristeza , de vacilaciones , solas y aburridas , sin saber qué hacer . Sentían perdida su personalidad entre la multitud . En vano trataban de distraerse contemplando a las otras mujeres que poblaban los paseos , como cosas sin objeto y sin destino , quizá tan perdidas en el fondo como ellas , a pesar de sus gestos y de sus risas , dentro de su vida sin finalidad . — Mira qué vestido más raro — solía decir una de ellas , ante la novedad o la extravagancia de un traje que atraía su atención . Pero las dos se quedaban silenciosas , pensando en que debían caminar por los senderos más apartados , a fin de que la excesiva luz no denunciase lo chafado de sus modestos atavíos . — ¡ Qué bonita blusa ! — exclamaban a veces . Y cualquiera de las dos respondía : — Yo necesito una así . A veces hería su sensibilidad la contemplación de un grupo de mujeres lujosas ; otras las alegres caras de muchachitas frescas y despreocupadas que pasaban como pajarillos cantores en aquella , dichosa inconsciencia que ellas habían ya perdido . En ocasiones eran parejas de enamorados , muy juntos y muy rendidos , que despertaban un eco de envidia involuntaria . Los cuadros de las familias felices , esposos con hijos pequeñuelos y madres ancianas , eran algo que les hacía daño a su pesar . Los hombres parecían pasar a su lado como pisándolas ; no se tomaban el trabajo de verles la cara , después de apreciar sus siluetas vulgares y sus pobres vestidos . La alegría de la tarde , con olor a manzanas , que cernía una luz de oro sobre el parque enflorado , contribuía a que la multitud lo invadiese todo . Se veía un mundo de mujeres en todas las calles . Los paseos estaban invadidos por aquel desbordamiento de mujeres , que entonces dominaban por su número sobre los hombres , aunque tan poca importancia se les concediera . Viéndolas , parecía como si no existiese la miseria . Todas hacían un esfuerzo por presentarse con elegancia . Una rima de blusas azules y rojas , de faldas claras , ponía en el paisaje algo de fiesta , una fiesta de garden-party burgués . Parecían rivalizar en lucir un atavío superior a su medio . Las criadas , que salían de paseo aquellas horas de la , tarde , iban vestidas con abrigos largos , que sustituían los clásicos mantones , y se tocaban con velo . Las hijas de padres obreros se engalanaban como señoritas ; las empleadas , las muchachas como ellas , que apenas tenían para comer , llevaban sombreritos y vestidos lujosos . ¿ Sería aquella la única rebeldía contra su suerte de que serían capaces las mujeres ? Sin duda todas veían en cada una de las otras un enemigo , según las miradas hostiles que seguían a cuantas pasaban . Todos los corazones rabiaban en la tarde bajo su apariencia de diversión . Varios caballeros y señoras las saludaron al pasar . Casi todos eran compradores del Bazar , que las conocían de verlas allí y les dirigían un saludo lleno de superioridad . Un sombrero que se alzaba en un saludo respetuoso llamó su atención . — ¿ Quién es ? — preguntó Agueda — . ¿ Lo conoces tú ? — Sí ... no recuerdo bien ... ¡ Ah ! Es uno que se sienta cerca de nosotras en el restaurante . Estaban cerca de una de esas básculas colocadas en los parques para invitar a los transeúntes a conocer su peso . — ¿ Quieres que nos pesemos ? — preguntó Isabel . — ¿ Para qué ? — repuso Agueda — . Es gastar diez céntimos en tonto . — Tienes razón . Se había convencido , aunque su amiga no expresó su idea . ¿ Para qué pesarse ? Era exponerse a sufrir un desengaño más . Aquella luz dorada del sol poniente que iluminaba con tanta claridad el paisaje dejaba ver las huellas del cansancio en sus rostros , un poco deshechos . Tenían el aspecto mustio y marchito de esas plantas de las habitaciones a las que la luz artificial y la falta de aire les roba lo más frondoso de su lozanía . Agueda tenía las ojeras tan profundas que Isabel pensó con inquietud si estaría enferma , al mismo tiempo que advertía la misma preocupación en el semblante de su amiga . — ¿ Te sientes mal ? — preguntó . — No ... No sé ... ¿ Me notas algo ? — No ... ; ¿ y tú a mí ? — Estás un poco pálida . — Como tú . — Debíamos tomar algún reconstituyente ... — Sí . Trabajamos demasiado , y esas comidas de restaurante ... Siempre se presentaba vivo en ellas el miedo a la enfermedad y el deseo de una medicina previsora que no podían comprar . Era una cosa inconfesable por miedo de oir ellas mismas su voz y experimentar el pánico de la amenaza de la enfermedad careciendo de todo recurso . Deseaban encontrar un banco donde reposar , cansadas del paseo , por su falta de costumbre de andar ; pero todos los bancos estaban ocupados , por mujeres en su mayor parte . Era como si en esa sensación de cansancio , de agobio , de no ver claro el porvenir , el banco público ofreciese un suave refugio . Las que se acogían a ellos parecían tener algo de cojas , de impedidas . Desde los bancos veían las cosas como desde un plano distinto , como ven la representación los espectadores que no tienen nada que ver con el espectáculo . Al fin vieron dos asientos desocupados ; pero al ir a acercarse , una mujer que estaba sentada llamó a dos niños que jugaban con el aro y la pelota a pocos pasos . Los dos , sin hacerse rogar , corrieron a ocupar sus asientos . Preferían privarse de sus juegos y su diversión por tal de fastidiar a las que necesitaban descanso . Aunque experimentaron una contrariedad , en el fondo no les desagradaba encontrar un pretexto para irse . Iba llegando la hora de volver , de dejar el paseo , como se deja un trabajo enojoso . Lentamente emprendieron el camino que conducía a la salida , resignadas ya con la facilidad del acostumbrado a ceder siempre , cuando al fin en una de las calles más sombrías encontraron un banco , sobre el que se dejaron caer , cansadas y llenas de desaliento . Una pareja de enamorados que se dibujó al extremo de la avenida atrajo su atención ; más al fondo se distinguía otra pareja tan semejante de color y línea que parecía una reproducción de la primera . — ¡ Elenita , y liosa ! — exclamó Agueda . Las conocía porque Isabel conservaba con ellas una gran amistad de compañeras de colegio ; pero sabía que en aquel momento fingirían no haberlas visto . Cuando las dos hermanas salían a pasear , a la Lora del crepúsculo , con sus eternos novios , no cruzaban el saludo con nadie . Asi , aunque pasaron rozándose con ellas , ni volvieron la cabeza ni las saludaron . Daba la impresión de que conducían a sus novios a través de la ciudad del mismo modo que si los llevasen con los ojos vendados , para que no pudiesen volver la cabeza ni mirar ni saludar a nadie . Daban la idea de los condenados que se conducen al suplicio . Isabel le contaba a Agueda el caso raro de aquellas dos hermanas pobres , feas , escurridas , que se habían hecho uno de esos tipos caricaturescos inconfundibles , a los que conoce toda la ciudad por como se destacan de la masa y , sin embargo , logran hacerse aceptar y llamar la atención . Tal vez había en ellas la gracia picante de exagerar los defectos , extremar el ridículo , estilizarlo . Se vestían con la menor tela posible : un descote grande dejaba ver las gargantas , en las que se reconcentraba toda la belleza , por su contraste con los rostros , cubiertos de la ova verdosa de su color hepático . El traje , ceñido , marcaba las caderas y descubría toda la línea del cuerpo como si lo dejara , en completa , desnudez y se detenía lo bastante alto para enseñar la pierna larga , nerviosa y fina , calzada con medias caladas y zapatos irreprochables , dando esa tentación de los bajos lujuriosos que saben explotar las feas . Rosa , la mayor , alta y huesuda , no podía ocultar su cercanía a los cuarenta , que delataban sus ojeras plegadas en acordeón en torno de los ojos , y tomaba una especie de aire maternal respecto a la otra que , más menuda y delgadita , podía aparentar veinte años menos . Elenita , como 1 . a llamaban siempre , tenía un cuerpo seductor y sabía hacer resaltar sus líneas , y disimular los defectos de la cara , amarillenta , flácida , con la nariz en pico , los ojos pitañosos y los dos dientes delanteros de la mandíbula superior salientes y colgantes como una inmensa blanca doble escapándose de los labios , que no bastaban a cubrir aquella colosal ficha de dominó . Hacía varios años que en su rondar callejero de todos los atardeceres , pasando por la calle de Alcalá y la Puerta del Sol a la hora de los pellizcos , cuando la aglomeración de gente favorecía las audacias de los hombres que buscaban el roce de una desconocida entre la multitud , habían encontrado aquellos dos novios ; dos chicuelos menores que ellas , y de los cuales se habían ido apoderando poco a poco . Las dos hermanas preparaban su conspiración matrimonial en la sombra de un modo malicioso y seguro . En el fondo de ellas debía existir la seguridad de que iban a realizar un engaño para cazar los maridos que les eran precisos a fin de asegurar su vida . Su obra era obra de aislamiento , de acaparamiento , de no dejarlos comparar . Su celo llegaba hasta el punto de indisponerlos entre sí de tal modo que el novio de Eleníta no saludaba al de Rosa ni éste saludaba a Elena . Las hermanas explotaban aquella situación de rivalidad creada por ellas para conseguir los regalos con que se vestían ambas . — Adolfito le ha regalado un corte de vestido de charmeuse a Elena — decía un día Rosa a su novio . Al mismo tiempo que Elena le decía al suyo : — Juanito le ha regalado un abrigo precioso a Rosa . Para no ser menos los dos jóvenes rivalizaban en comprar el mismo objeto a sus amadas , y como éstas pedían doble tela y se confeccionaban ellas mismas sus trajes , resultaba que podían vestirse ambas , y gracias a su habilidad hasta los zapatos y las medias eran regalo de los dos novios . Bien es verdad que ellas no dejaban pasar un día de santo de sus amados sin hacerles un regalo . Precisamente aquel año , el día de San « Juan , las dos hermanas habían ido casa de Isabel cuando aún dormía , y casi llorando le rogaron que les prestase dos duros para el regalo del novio de Rosa , con tal angustia , que les dió todo lo que poseía , y se hubiera quedado sin cenar todo el mes de no haber empeñado sus pendientes , que sabe Dios cuándo podría sacar , porque no esperaba la devolución . Sus amigas le parecían aún más pobres que ella . Sus veinticuatro duros , comparados con las ganancias de las mujeres que trabajan , eran una verdadera fortuna . Rosa y Elena no tenían nada más que seis duros que cobraba su madre de viudedad , pues había de partir la mitad de la pensión con una hija del primer matrimonio de su marido , y se hacía preciso vivir de su trabajo . Elenita , siempre débil y enferma , apenas hacía una tira de encaje al día , para ganar una peseta . Rosa , que había aprendido a coser de sastre , se pasaba desde las seis de la mañana hasta las seis de la tarde sin levantar cabezade la obra que le enviaban de la sastrería militar y que le pagaban de un modo inverosímil : a cincuenta céntimos cada guerrera , a veinticinco los pantalones y a quince el par de botines ; ¡ con lo que entretenían remates , ojales y botones ! Pero , ¡ y gracias que hubiese siempre trabajo ! En las temporadas de paro el hambre entraba en la casa , pues con el mísero jornal tenían que alimentar a la madre paralítica y clavada en su sillón desde hacía muchos años , al perro , a los dos gatos , al canario y a la vieja criada , acogida al lado de ellas como en un asilo , y que no sólo no cobraba su salario , sino que en los días de hambre salía a pedir fiado y buscaba a las amigas para lamentar con ellas sus apuros y la honradez de sus pobres señoritas , que la mitad de las noches se acostaban sin cenar ; ¡ y luego dicen que las mujeres se pierden ! La infeliz vieja no veía la sonrisa de burla en los labios de las personas a quienes dirigía sus quejas y escapaba feliz con los socorros que le daban para sus pobres señoritas , sin perjuicio de guardarse la mitad en el camino . — Sin embargo — decía Agueda contemplándolas — , ellas son más felices que nosotras . — Cuestión de carácter . E Isabel seguía explicando a su amiga cómo aquellas criaturas , cansadas de trabajar , tenían energía todas las tardes para vestirse y pintarse con esmero y salir a las siete en punto a reunirse con los novios , que esperaba cada uno en un extremo de la calle , y emprender la peregrinación , unos delante de otros , a través de los parques casi desiertos y de las calles más en sombra , deambulando hasta las nueve de la noche . Muchas veces su única cena eran las meriendas con que las obsequiaban los novios , y de las cuales procuraban guardar algo para las dos viejas que las esperaban en casa . Así se comprendía cómo las dos pobres mujeres se aferraban a los novios como a una esperanza de liberación , puesto que aunque el matrimonio no les diese en el hogar mas que el puesto de gobernantas y se acabase con él aquella especie de idilio sentimental que paseaban por las calles de Madrid , tendrían asegurada su vida , con ese triunfo social que supone el matrimonio , como una superioridad sobre las amigas , las cuales , por espíritu femenil , les ayudaban desinteresadamente , sin darse cuenta de la ingratitud con quo les corresponderían . Aquella mañana al llegar al Bazar notó cierta inquietud en el rostro de Agueda , algo como si deseara hablarle y a la vez esquivara sus miradas . El dependiente encargado de la sección de peines y esponjas le comunicó la orden de que subiera a ver al principal con una entonación gozosa , que le hizo presagiar algo desagradable . Subió la escalerilla y se detuvo en la puerta llamando quedamente . No respondió nadie . ¿ La habrían oído ? Estuvo indecisa diez minutos , sin atreverse a repetir la llamada , y al fin tocó otra vez con suavidad . Sonó el vozarrón al mismo tiempo que la bola de grasa venía rodando hacia ella . — ¿ No pueden esperar ... ? ¡ Tanta prisa ! Que pase quien sea . Al ver a Isabel pareció dulcificarse . — ¡ Ah ! ¿ Es usted ? Se quedó un rato silencioso , como si buscara la forma más dulce de explicarse , dentro de su violencia natural , y al fin dijo : — La llamo a usted porque ésto no puede continuar así . Hace una semana que viene usted tarde todas las mañanas ... ; me inmoraliza usted a todos los dependientes ... Las obligaciones son las obligaciones ... ; el que.no puede , lo deja ... Hay que ser puntual . Ella no sabía como disculparse . Don Prudencio enfocó el punto luminoso que brillaba entre la carne de sus mofletes sobre ella , y advirtiendo el cuidado de su traje y su cabellera añadió : — Estas coqueterías hacen perder el tiempo , y no son propias de las mujeres que trabajan . Luego hablan de las mujeres inglesas y se quieren comparar con ellas , ¡ Aquéllo son mujeres ! Con naturalidad ; parecen hombres , con toda su seriedad . Ustedes no pueden vivir sin el tocador , sin los polvos , sin los pelitos rizados ... y luego , ¡ claro ! El público se propasa , no las toma por personas decentes ... Tocias parecen cupletistas ... y eso no lo he de consentir . Iba excitándose por momentos , y descargó un puñetazo sobre la mesa . — No quiero tanto señorío ... Acabaré por poner de patitas en la calle a todas las señoritas . Isabel rompió a llorar . — ¿ Nervios encima ? Vaya , vaya ... No quiero escenas ... Dé usted gracias a que recuerdo el conocimiento que tuve con su padre . Márchese a su puesto , y que no vuelva a suceder ... Salió apresuradamente , con los ojos enrojecidos , y al cruzar entre sus compañeras notó las sonrisas burlonas de unas y otras . Algunas se dirigían frases mal intencionadas , cuya mala sorna adivinaba sin poderles contestar . — ¡ Parece que hace mal tiempo ! — decía una . — ¿ Ha estado usted casa de Pages ? — preguntaba un dependiente a otra de ellas . — No ; pero no venido en auto . Yo soy muy delicada — contestó . Isabel permaneció indiferente y fué a ocupar su puesto ; pero Agueda no se pudo contener . — Hoy tengo yo los nervios malos — dijo — , y no respondo de lo que suceda como oiga rebuznar . Todos los demás se callaron . Al medio día se reunieron para ir al restaurante , e Isabel le contó a su amiga lo que había pasado . Ella trató de consolarla . — No es lo de don Prudencio lo que más me apena — dijo Isabel — . Después de todo , ya estamos acostumbradas a que todo hombre constituido en amo se crea dispensado de ser cortés y bien educado con las mujeres ... — Y más vale así — atajó Agueda — ; peor son los que les imponen la galantería y las obligan a aguantarlos . ¡ Hay que sufrir tanto cuando se es mujer y pobre ! — Lo doloroso — siguió Isabel — son las compañeras . ¿ Qué les he hecho yo ? ¡ He procurado ser atenta y buena con ellas ! ¿ Por qué me odian ? — No te preocupes de eso . Es que son así con todas ; se irritan del bien de las demás . No creas que esto es de ahora . ¿ Yes Manuela ? Esa muchacha pintada , tan alegre , tan cursi y tan coqueta , que tiene siempre su lado lleno de jovencitos . Pues esa , antes de casarse ahora , se ha quedado dos veces con todo hecho ; una de ellas en la misma iglesia , gracias a los manejos de las otras . Este verano cogió un novio provinciano y sin dejarlo respirar se casó con él . ¿ Querrás creer que han tenido la maldad de enviarle a su marido , bajo sobre , la invitación para las bodas anteriores ? — ¿ Y quién ha hecho eso ? — Pues otra compañera : Encarnación ; esa vieja envidiosa y emperejilada que está cerca de la caja . — Es que a esa edad se vuelven asi ; se les agria la soltería . — No digas eso . Soltera pienso quedarme yo y no ser agria . Mi tía dice que las mujeres somos como el vino . Con los años unas se mejoran , adquieren más aroma y más valor , y otras se tuercen y se hacen vinagre . Además , la soltería de Encarnación no es más que oficial ; todas sabemos que tiene un protector viejo . — No digas eso . Quizá por lo mismo que ella no había delinquido era más condescendiente con las otras . Sabía que el problema de las mujeres solas no tenía ninguna solución . En la incertidumbre de todas , en las miradas que lanzaban al vacío , estaba siempre la duda de lo que podría ser de ellas . Todo aquel mundo de mujeres tenían que defender su vida por sí solas , y creían que sus adversarios , más que los hombres , eran las mismas mujeres las que les hacían la competencia y se volvían contra ellas . Eran el peligro . En vez de despertarse un espíritu de amor , una solidaridad , era todo lo contrario . Pero lo disculpaba todo . Veía su desdicha , la de sus compañeras en el Bazar ; sabía lo que era su porvenir y el de todas aquellas señoritas de almacén , que consumían su vida lejos ele la luz del sol , sin respirar el aire , sin la alegría del amor y de la libertad , y que fatalmente serían desechadas a su vejez en el mayor desamparo . Repetía su observación de que no había jamás viejas en los almacenes ni en las tiendas de modas . Entre las mismas señoritas del teléfono , que renunciaban a casarse por conservar el modesto empleo , que parecía una protección para la mujer soltera , no se encontraban ancianas . Tenían sólo las mujeres pobres una temporada efímera , breve , para conocer la alegría . ¿ Por qué no habían de prevalerse de ella ? No era justa la crítica acerba que caía sobre las que aprovechaban del modo que les era posible sus dotes de juventud para endulzar su situación de momento , y tal vez con la secreta esperanza de asegurar su porvenir . Hasta le parecían dignas de admiración las que , abandonadas a sí mismas , tenían que luchar de todas maneras y lograban salir vencedoras . ¡ Eran tan pocas ! Agueda no admitía su opinión . Era bueno ser condescendientes , pero no dejarse atropellar . El que ellas fuesen piadosas no les daba a las otras derecho a abusar . Pero Isabel ya , no la escuchaba ; desde que desembocaron en la calle sus ojos se dirigían a la puerta del restaurante , donde estaba parado un joven alto , delgado , con lentes y gran bigote a lo kaiser . Era el mismo que algunas semanas antes las había saludado en el parque . — Por eso tardas tanto ahora en componerte por las mañanas — le dijo Agueda , cariñosa . Isabel enrojeció . El joven las esperaba , y después de saludarse , subieron juntos la escalera y se sentaron ante la misma mesa , en aquel comedor chico y oscuro donde iban como a ocultarse los comensales más vergonzantes . Y sin embargo Isabel para ir allí se peinaba y se componía como si hubiese de asistir a un teatro . Ella , que jamás había amado la coquetería , se eternizaba ante el espejo . Se encontraba fea y sentía el descontento de su fealdad , sin recursos para disimularla con los trajes y los afeites . Trataba de arrastrar consigo a Agueda en aquellos nuevos deseos que la acometían . — La verdad es — decía — que la que está fea es porque no tiene dinero . ¿ Has visto cómo hay en las perfumerías recursos para todo ? — No hagas caso — respondía la otra — . Todo eso son embelecos y engaños para sacar dinero . No hay nada tan hermoso como lo natural ni que siente tan bien como el agua y el jabón . — Sí — respondía Isabel con disgusto — ; esa es la salida de todas las que no tenemos más remedio que aguantarnos y hacer creer que no nos sometemos , sino que estamos en lo cierto . Pero la tez de manzana de las campesinas seduce menos que la cara pintada de las cupletistas , y no se conserva tanto . Desengáñate . Influida por aquella idea se imponía sacrificios en su modesta comida y muchas noches , al llegar rendida de su tarea del Bazar , se lavaba ella misma su ropa para economizar unos céntimos y poderse comprar un frasco de aquellas cremas a la violeta , que a pesar de su módico precio le parecían un exceso de lujo y de refinamiento . Tenía un gran miedo a que las compañeras le conociesen el blancor que los albayaldes prestaban a su cutis y el rosado tenue que le comunicaba la bola ligeramente impregnada de carmín . Usaba aquellos artificios asustada por la influencia de las preocupaciones que pesan sobre una mujer trabajadora , dentro de unas costumbres que no le permitían ostentar con libertad la pintura como un adorno , sino que necesitaba mentir hipócritamente , valiéndose de ella , encantos naturales , cuidando do que no se conociese el engaño . La martirizaba también la forma de sus trajes y sobre todo la monotonía de pasar años y años inmovilizada , sin cambiar de silueta . Pensaba que Fernando estaría acostumbrado a ver mujeres bellas , deslumbradoras , y que la encontraría ridicula e insignificante en la comparación . El variar de traje era renovarse , convertirse en otra mujer , dar un interés de novedad a su figura y un encanto que ella no podía tener . Era una mortificación más añadida a su penuria , que no había sentido tan cruel hasta entonces . Se había refugiado toda su coquetería en el peinado . Durante mucho tiempo no había hecho más - que pasar el peine por aquella hermosa madeja de sus cabellos castaños y sedosos , para recogerlos de algún modo sobre la nuca , más como un estorbo que como un adorno . En ocasiones había suspirado : — Que felices son los hombres con los cabellos cortos , que no necesitan más que pasar el peine . En las mujeres es una esclavitud esto de los cabellos largos . Agueda le contestaba riendo : — Eso prueba que nosotras somos menos delicadas que ellos . Necesitamos todos los adornos para gustarles , y ellos nos gustan de cualquier manera . Hasta pueden ser calvos sin ser ridículos . — Pues todas debíamos tener la cabellera como ellos — decía Isabel . Y lo decía de buena fe , por el rato de trabajo enojoso que suponía el tenerse que acicalar y embellecer , hasta el punto de no sentir piedad de sacrificar su más bello adorno . Ahora se asustaba de aquella idea , que le parecía sacrílega . Su único encanto , su único adorno era el cabello . Quizá por primera vez , colocada frente al espejo , apreciaba ahora con deleite el lujo de que la vestían sus cabellos de un color castaño , hoja de tabaco ennegrecida y dorada al sol , que formaban la hermosa madeja larga y tupida , llena de majestad y realeza , de su espléndida cabellera . Era a la vez su lujo y su castigo . No sabía colocarlos con todo el arte necesario , ni darles esa ondulación natural de los peinados aristocráticos en vez del rizado de planchadora que adquirían bajo sus tenacillas inexpertas . A veces , nerviosa , tiraba de aquellas hebras , más preciadas que el oro , enredaba el peine en ellas , las enmarañaba y revolvía sin acertar a colocarlas y sujetarlas bien . Fernando parecía adivinar el esfuerzo que la joven realizaba en su peinado para agradarle , y tenía siempre una frase lisonjera para elogiarlo . Su peinado era costoso por los ratos que tenía que robar al descanso para hacerlo ; no podía nadie suponer el esfuerzo que le costaba a una muchacha trabajadora el poderse presentar arreglada y limpia , No sólo los céntimos dedicados al aseo , que en ellas resultaba una coquetería , sino los minutos se les regateaban . Aquel placer que sentía ahora al ver a Fernando esperándola y notar en su primera mirada la complacencia en su belleza la recompensaba de todos los sacrificios ; pero no se había dado cuenta de sus sentimientos hasta que las palabras de Agueda le hacían mirar en su propio corazón . ¿ Era cierto que estaba interesada por aquel hombre ? ¿ La amaría él ? ¿ Cómo lo había notado Agueda ? No se explicaba de qué modo se había establecido aquella amistad entre Fernando y ellas desde el día que las saludó en el Parque . Entonces se fijaron en él por la primera vez y recordaron que durante muchos meses lo habían visto cerca de su mesa en el comedor de todos . A Isabel le extrañaba no haberse fijado antes en él , que había sido tan correcto siempre , sin permitirse dirigirles aquellas miradas y aquellos piropos de mal gusto como los otros . Siguieron saludándose , cambiando frases , y acabaron por hacerse amigos . Un camarero les guardaba todos los días su mesa , y se sentían contentas de que la amistad de Fernando las pusiera a cubierto de los atrevimientos de los demás . Había venido a reemplazar cerca de ellas la amistad de Joaquín , y hasta creían haber ganado en el cambio , porque Fernando era un conversador amable y despreocupado de problemas trascendentales . — Es tonto ocuparse de lo que no se puede remediar — les decía — , El mundo es como es , y asi tiene que ser . Que cada uno piense lo que quiera y haga lo que le dé la gana , con tal de que guarde las formas debidas . Aquel lenguaje lo comprendían ellas mejor ; era más sensato , el respeto a todo lo establecido , la resignación fatalista . En vez de hablarles de la miseria de las mujeres y de atormentarlas con el desfile de mujeres sufrientes , agobiadas ; en vez de hacerles sentir la tragedia de sus dolores , las distraía con su conversación ligera , viva , animada , y hacía desfilar ante sus ojos figuras de mujeres bellas , atractivas , triunfadoras , que parecían reinar sobre la sociedad toda y entre las que se destacaban las grandes artistas , las millonarios célebres , como puntos luminosos en la gran masa de privilegiadas . Oyéndolo , se dejaba mecer en un ensueño de esperanza para lo porvenir . Aquel día Isabel permaneció turbada y silenciosa durante toda la comida . Estaba preocupada por las palabras de Agueda y experimentaba cierta molestia al ver cómo ésta , aprovechando su ensimismamiento , charlaba y reía con Fernando . Estaba desconcertada , y al quedarse de nuevo a solas con su amiga , no se atrevió a preguntarle nada . Era la primera vez que le ocultaba su pensamiento . Había pasado la noche intranquila , sin poder dormir , dando vueltas en su cerebro a las preguntas que le sugerían las dudas que se habían apoderado de su espíritu . Toda la casa estaba impregnada de un olor a drogas que dificultaba el respirar . Desde varios días antes doña Nieves se había visto obligada a guardar cama . La gran debilidad de su corazón , sin fuerzas para contraerse , producía frecuentes asistolias . Era como una bomba descompuesta , y se quedaría roto y abierto cuando menos lo pudieran esperar . Llamaron al médico de la Sociedad , esa Sociedad a la que se abonan todos los pobres en las grandes ciudades , como si convencidos de no poder asegurar el pan quisieran , tener seguro el entierro a su muerte . Hasta los dos días no acudió al llamamiento , y apenas examinó a la anciana dió su fallo , con esa especie de indiferencia de los módicos de las Sociedades , acostumbrados a ver la Humanidad como una congregación de enfermos que marchan hacia la muerte con su valija llena de males y miserias a cuestas . Módicos fracasados ellos también , en su mayor parte , tenían el convencimiento de la miseria de la Humanidad y el concepto de lo fatal de su sino . Hasta los que parecían sanos y contentos estaban minados por dentro . En las grandes capitales se amontonaban los enfermos pobres en los hospitales , y los más acomodados llenaban las clínicas , los consultorios y las antesalas de los especialistas . Aunque los médicos abundaban , había trabajo para todos . Si se iba a los dentistas se veia la gente esperando , formando enormes colas ; los especialistas del cáncer tenían las antesalas atestadas de sentenciados ; y lo mismo sucedía con los tuberculosos , los diabéticos , los atacados de escrófula y de terribles enfermedades secretas ... No se daban punto de reposo los oculistas , los dedicados a la especialidad de garganta , nariz y oídos . Todo eran tumores , llagas , úlceras . Entre aquella Humanidad doliente las más castigadas eran las mujeres , las contaminadas y las portadoras de los virus más temibles ; las que salían deshechas de su maternidad ; con hernias , con varices , con toda clase de enfermedades en la matriz . Pobres mujeres de cuerpos deformados , que habían perdido su belleza y envejecían entre promontorios de grasa o con una delgadez escuálida que las momificaba . Y no era la miseria . Los pobres morían de hambre ; los ricos de hartazgo . Lo que en los unos hacía la anemia , lo hacía en los otros la diabetes y el artritismo engendrado en el vicio , la molicie y el exceso de alimentación en una vida sedentaria . La gran ciudad mataba con la extenuación del trabajo de la fábrica y el desarrollo de la tuberculosis ; el campo destruía a las labradoras , agotadas en trabajos duros , al par que lactaban a una multitud de hijos que brotaban de sus vientres todos los años . Morían sin darse cuenta de sus males , sin sospechar , a veces , que estaban enfermas , como morían sus ovejas y sus cabras . Así , el facultativo recetó con algo de escepticismo para cumplir su deber . ¡ Si pudieran llevarla a un Sanatorio ... ! De no ser posible , que no la dejasen levantarse ... ; poco alimento ... ; unas píldoras de esparteína ... Cuando se despidió , la hija y la nieta dieron al aire sus lamentos . La abuela se moría . La hija pensó en que lo primero era poner bien su alma con Dios y aprovechar el donativo de tres duros que daban las señoras de la Parroquia a todo enfermo pobre sacramentado . Aquella recompensa hacía que muchas familias cuidasen de los auxilios espirituales de los suyos con un celo que de otro modo no hubieran tenido , y se contaban casos de personas que se habían fingido graves para recibir con el socorro del alma el socorro del cuerpo . A los dos días de tener a la enferma casi sin alimento , su falta de fuerzas se había agravado ; la mataba la inanición . En vano Isabel y los otros dos huéspedes que quedaban hablaron de la necesidad de alimentar a la enferma . Uno de ellos dió una peseta para leche a la afligida hija , que no hacía más que llorar y lamentarse de la desgracia de la pobre madre , tan buena , aunque tuviese su gomecillo , como cada una . Se contentó con subir diez céntimos de leche . — Los enfermos , por no comer no se mueren ; hay quien resiste ocho días . Los mantiene la fiebre . Así , engañándose ella misma , cometía el parricidio dejando morir a la anciana , que ya agotada nada pedía , y se apagaba lentamente en el reposo de su corazón , dominado por la asistolia . Iba Juanita de acá para allá , comentando lo que le sucedía y haciendo alarde ruidoso de su inquietud y su dolor , mientras hacía los preparativos para la ceremonia del Viático . Joaquín se indignó . — ¿ Cree usted — preguntó a Juana — que no es acelerar la muerte de una persona el hacerle sufrir la emoción de ver a un sacerdote al lado de la cama y todo ese solemne aparato de los Sacramentos , que es como un anticipo del entierro que se le hace a los enfermos . Lia mujer dudó un momento y luego repuso : — No . Don Serafín , el médico , dice que no ha visto morirse jamás a nadie por eso , y ya ve usted si el habrá visto morirse gente . — Claro . Como que no es capaz de averiguar la parte que esa emoción tuvo en la muerte de los pobres , que sin ella tal vez se hubieran salvado . — Eso lo dice usted por sus ideas , don Joaquín ; pero algunos enfermos se curan sólo por la alegría de recibir a Dios . Comprendió que era imposible insistir . La pobre mujer se moría sin enfermedad ; era la puñalada del hambre que la había herido en el corazón , y todas las ceremonias y las emociones la acabarían más pronto . Se marchó para no ser cómplice de todo aquello , mientras Juanita , llena de entusiasmo , colocaba un altar sobre la mesa de la cocina , que había colocado al lado de la cama , cubierta con una colcha de ramos , sobre la que caía el encaje de una sábana planchada con almidón . Encima del tablero puso dos jarras con flores de trapo y un cuadro de la virgen de los Dolores , arrimado a la pared , formando alrededor suyo una iluminación de velas de cera , colocadas en botellas envueltas en papel rosa . La enferma , que apenas se daba cuenta de nada , miraba deslumbrada el resplandor de las velas y se prestaba a la ceremonia aterrada , temblorosa , viendo en sil delicado cerebro la imagen de aquellos Hombres con faroles encendidos al pie del lecho , y la visión del cura , que le hacía las cruces de Oleo , como si con ellas desatase uno tras otro los lazos de su vida . Cuando entró Isabel tuvo un momento de lucidez . — ¡ Me muero , me muero ! — le dijo con espanto . Ella trató de tranquilizarla . — No hay que pensar en eso . Después de recibir a Dios se pondrá buena . No hay más que tener fe y tomar alimento . Pero la hija y las nietas habían cenado pan y jamón y habían subido una botellita de vino , para reparar las fuerzas después de tantas emociones . — Para sentir es menester comer . ¿ Qué pasaría si nos entregáramos todas ? . Cuando vino el médico encontró más animada a la enferma . — ¡ Quién sabe ! — dijo — . Esta noche le deben dar el alimento de dos en dos horas . Ya veremos . Un poco más consoladas con esta esperanza , y cansadas de llorar y del trajín , del día , la madre y la hija se quedaron dormidas en el comedor . A la mañana siguiente , apenas empezaba a dormirse Isabel escuchó la voz de la niña , que gritaba con espanto : — ¡ Madre ! ¡ Madre ! ¡ Da abuela se ha muerto ! La pobre vieja estaba ya fría . Entonces estallaron los gritos y los lamentos , que hicieron saltar a Isabel del lecho y correr a prestarles auxilio . — ¡ Qué pena ! ¡ Pobre madre ! ¡ Cuando parecía que estaba mejor ! Tan soñolientas y cansadas estaban , que les faltaba la fuerza para aparentar todo el desconsuelo que ellas creían que debían sentir . En el fondo , en vez de dolor desesperado experimentaban un alivio , como el peso de una carga menos ; pero Juana seguía gritando : — ¡ Madre de mi alma ! ¡ Pobrecita mía ! ¡ Al menos tengo el consuelo de que ha muerto a mi lado , sin que le falte nada ! Y la nieta fingía , excitada por los nervios , un ruidoso ataque de risa sardónica , que obligaba a las vecinas a llevarla a la cama y la libraba de seguir sosteniendo el duelo . Se habían dado aquella satisfacción de hacerse los vestidos claros , domingueros , que eran una escapatoria a lo que tenían de monacal los trajes severos y tristes que estaban obligadas a llevar en el Bazar . Sus trajes de vuela , a rayas azules y blancas el de Isabel , y blancas y violeta el de Agueda , tomaban en ellas una nota más aguda , más detonante , que hacía resaltar la amarillez de su cutis , las ojeras moradas y el aire de cansancio de sus facciones , los cuales rimaban mejor y pasaban más inadvertidos cerca de la severa sencillez de su traje oscuro . Sin embargo , las dos se encontraban engalanadas , enfloradas , sentían penetrar la Primavera en su corazón , merced a la alegría clara y transparente de la tela que las envolvía . Había sido muy laboriosa la elección de los trajes . El deseo del vestido claro y adornado luchaba con el consejo del buen juicio que las incitaba a la sencillez . — Ir siempre con un mismo vestido cuando es llamativo — decía Agueda — , es atraer demasiado la atención . Luego tropezaban con la dificultad de las telas caras ; las que les gustaban tenían un precio que no podían costear . Después de muchas concesiones llegaron a convenir en aquellas vuelas que se habían generalizado tanto que ya no las destacarían . Una a otra se animaban elogiando su elección . — Tiene un color muy limpio . — Y es una tela que tiene buena caída . — Parece seda . Lo peor era la hechura . No acababan de ponerse de acuerdo nunca . Compraron un figurín con patrones cortados , y durante varios días sometieron a deliberación su proyecto de traje . Unos le parecían demasiado complicados y otros demasiado sencillos . — Si tuviéramos para cambiar : pero un solo vestido , necesita cuidarlo mucho . Fue un martirio el hacer los trajes . Aunque les ayudaba la tía de Agueda , de noche cuando iba a descansar , no acababan de salir bien . Tenían algo , un no sé qué imposible de dominar por completo . No les sentaban bien ; la tela adquiría esa pesadez triste que no tiene en las manos de los grandes modistos . No estaban contentas y recibían con mal humor las observaciones que se hacían la una a la otra ; con mayor disgusto cuando más ciertas estaban de su verdad . — Otra vez — decía Isabel — , aunque no coma en quince días , se lo doy a una modista . Es un dinero que se debía besar . — Yo no puedo hacer más — replicaba la otra — . Cuando no se tiene para pagar hechuras hay que conformarse con que nos vista Mme . Manazas . Por fin , cuando estuvieron acabados , con sus combinaciones de listas horizontales , verticales y de través , con los botones forrados , empezaron a encontrarles bellezas y a sentirse satisfechas de su obra . Sin embargo , estuvieron más de dos semanas sin poderlos estrenar , porque los ahorros no alcanzaban para los zapatos , y eran éstos lo que tenía para ellas mayor importancia . Se había extendido tanto la coquetería del zapato que ya las gentes , en vez de mirar la cara , miraban primero los pies . — La bota ahorra medías — decía Agueda — ; pero ¡ es tan lindo el zapatito descotado ! — Y más nosotras , que tenemos los pies tan chicos — respondía Isabel . — Pies de española — interrumpía la tía de Agueda — Una vez estuve yo en Bayona , y todo el mundo quería verme los pies cuando supieron que era española . — Claro . No hay más que ver esas extranjeras que vienen aquí . No son pies , sino patas . — Es que nosotras somos como los caballos de buena raza — añadía la vieja convencida — , de cabos finos . Esa superioridad de los pies , que pedía un revestimiento digno de ella , excitaba más el deseo del calzado coquetón y gracioso . Contribuía también a su tentación el recuerdo de todos aquellos pies vistos en los parques sus días de paseo . Todos pequeños , juguetones , repiqueteadores , con sus zapatitos minúsculos , de punta fina , altos de empeine , con el artificio de la pala corta y del alto tacón . Masque recuerdos de mujeres , les quedaban recuerdos de pies y , destacándose de todos , los de Rosa y Elenita , tan provocativos , con toda la belleza demoniaca que reconcentraba en ellos la fealdad de sus dueñas . En los escaparates había zapatos que eran un amor . Salían las dos para recorrer todos los escaparates de las zapaterías de Madrid . ¡ Eran todos taxi caros ! De buena gana se hubieran llevado algunas docenas de ellos , según lo lindos que eran . — La tía tiene razón — decían — ; en ninguna parte hay un calzado como aquí . Era imposible aspirar a tener las joyas de las grandes zapaterías , que marcaban precios exorbitantes . Ellas buscaban las imitaciones en las zapaterías más modestas , y para no desanimarse , repetían frecuentemente : — A ver quién hace los otros de lujo . Estos pobres oficiales que luego trabajan por su cuenta . — Es que nos hacen pagar el lujo de las tiendas y de los escaparates . Al fin se enamoraron de unos zapatos grises de piel , todos de una pieza , que con media de seda gris serían un encanto . — Pero la media de seda — objetó Agueda más prudente — es demasiado para nosotras . — Como no es para ir al Bazar ... — repuso Isabel . Aquel capricho les costó caro . Sus ahorros no podían dar para tanto , y fué preciso ir con doña Petra , la tía de Agueda , a ver una de esas inmundas usureras que prestan a peseta por duro al mes , y que no sin grandes dificultades y haciendo valer su cariño a doña Petra , les prestó cinco duros a cada una , por los que tendrían que pagar diez pesetas mensuales , sin que en éstas hubiese parte de amortización , pues la deuda siempre se mantenía en pie años y años devengando su rédito . Y todavía las dos infelices salieron de allí contentas , agradeciendo el favor a aquella mujer antipática y grosera que les decía con aire de protección :