J . M . DE PEREDA SOTILEZA MADRID IMPRENTA Y FUNDICIÓN DE M . TELLO IMPRESOR DE CÁMARA DE S . M . Isabel la Católica , 23 1885 Así Dios me salve como no he pensado en otros lectores que vosotros al escribir este libro . Y declarado esto , declarado queda , por ende , que a vuestros juicios le someto y que sólo con vuestro fallo me conformo . Perdone , pues , la crítica oficiosa si , por esta vez , le pierdo el miedo . No se fatigue arrastrando el microscopio y metiendo las pinzas y el escalpelo entre las fibras de estas páginas ; déjese , por Dios , de invocar nombres de extranjis para ver a qué obras y de quién de ellos y por dónde arrima mejor la estructura de la mía ; no se canse en meterme por los ojos la medida que dan ciertos doctores de allende en el arte de presentar casos y cosas de la vida humana en los libros de imaginación ; considere , una vez siquiera , que cada cual en su propia casa , siendo hacendosito y cuidadoso , puede arreglárselas con los recursos que tiene a mano , vivir tan guapamente y campar por sus respetos como el más runflante de sus vecinos , sin copiarle el modo de andar ni pedirle un real prestado , y entienda , por último , que este libro , de la misma veta que algún otro que llegó al mundo con muy buena suerte , y mucho antes de que en España se gastaran mares de tinta en encomiar modelos que ya apestan de tanto no venir al caso los encomios , es como es , no por parecerse a otros en su hechura , sino porque no puede ser de otra manera ; porque al fin y a la postre lo que en él acontece no es más que un pretexto para resucitar gentes , cosas y lugares que apenas existen ya , y reconstruir un pueblo , sepultado de la noche a la mañana , durante su patriarcal reposo , bajo la balumba de otras ideas y otras costumbres arrastradas hasta aquí por el torrente de una nueva y extraña civilización ; porque ciertos toques y perfiles , que desde lejos pudieran parecer alardes de sectario de una escuela determinada , no son otra cosa que el jugo y la pimienta del guisado : lo que da el estudio del natural , no lo que se toma de los procedimientos de nadie ; lo que pide la verdad dentro de los términos del arte , los cuales han de estar en la mente y en el corazón del artista y no en las cláusulas de los métodos de escribir novelas ( que a estos fines iremos a parar extremando otro poquito la pasión por los modelos ); porque lo que se busca , en una palabra , es que reaparezcan aquí aquellas generaciones con los mismos cuerpos y almas que tuvieron . Y tratándose de esto , ¿ a quién , sino a vosotros , que las conocisteis vivas , he de conceder yo la necesaria competencia para declarar con acierto si es o no su lengua la que en estas páginas se habla ; si son o no sus costumbres , sus leyes , sus vicios y sus virtudes , sus almas y sus cuerpos los que aquí se manifiestan ? ¿ Y quién , sino vosotros , podrá suplir con la memoria fiel lo que no puede representarse con la pluma : aquel acento en la dicción pausada , aquel gesto ceñudo sin encono , aquel ambiente salino en la persona , en la voz , en los ademanes y en el vestir desaliñado ? Y si con todo esto que yo no puedo representar aquí porque es empresa superior a las fuerzas humanas , y con lo que os doy representado , resultan completas , acabadas y vivas la figuras , ¿ quién , sino vosotros , es capaz de conocerlo ? Y si lo conocéis y lo declaráis así , ¿ qué aplauso puede resonar al fin de mi tarea , que mejor me cure del espanto de haberla cometido ? Ved aquí por qué doy tanta importancia a vuestro fallo en la ocasión presente , y por qué , y a pesar del grandísimo respeto que yo tengo a la crítica y a sus fueros indiscutibles , he de atreverme esta vez a mirarla sereno cara a cara , por muy ceñuda que me la ponga . Cierto que las obras de arte ofrecen , amén del aspecto indicado , otros muy principales también y cuya apreciación estética , por ser de sentimientos y no de seco raciocinio , cae bajo la jurisdicción de la crítica , por ignorante que sea en el asunto que haya inspirado la obra juzgada ; pero si es cosa resuelta ya , a lo que parece , que en la novela , que de seria presuma , no han de admitirse otros horizontes que aquellos a que estén avezados los ojos de la buena sociedad ; si no han de aceptarse como asuntos de importancia otros que los que giren y se desenvuelvan en los grandes centros urbanizados a la moderna ; si la levita y el boudoir , y el banquero agiotista , y el político venal , y el joven docto en todas las ciencias , pero , desdeñado de la fortuna ; el majadero elegante , y el problema del adulterio , y el importancia de la prostitución , y el de la virtud con caídas , y tantos otros problemas ... y hasta los indecentes galanteos del chulo del Imperial han de ser los temas obligados de la buena novela de costumbres , ¿ cómo he de aspirar yo a la conquista del aplauso general y al veredicto de la crítica militante , con un cuadro de miserias y virtudes de un puñado de gentes desconocidas , con accesorios de poco más o menos y fondos de la naturaleza , ya en su grandiosa tranquilidad , ya en sus cóleras desatadas ? Y vaya observando el lector distinguido y elegante , cómo , anticipándome a su fallo y acomodándome a su modo de ver y de sentir , confieso humildemente que no aspiro a escribir un libro al gusto de todos , con materiales sacados de las canteras de mi huerto ; y cómo me voy aproximando a declarar , si se me aprieta un poco , que importa menos en una estatua la obra del escultor , que la nombradía del monte en que se arrancó la piedra . Así , pues , y en virtud de esto y de lo otro y de todo lo demás que se entiende sin que yo lo puntualice , decidme vosotros cuando hayáis leído la última palabra de esta novela : - « Choca esos cinco , porque eres de nuestra calle ... » , y vengan penas después ... Y hasta puede que me atreviera entonces , con los alientos de ese aplauso , contando con que el público me niegue el suyo , a exclamar para mis adentros , puestos los ojos en las desdeñadas páginas del libro : - Pues por más que ustedes digan , no es para todos la tarea de hinchar perros de esta catadura . Santander , Diciembre 1884 . J . M . DE PEREDA POSDATA . - Al reimprimir esta novela , año y medio después de agotada la copiosa edición primera ( marzo de 1885 ) , lugar era éste bien a propósito , en mi entender , para decir yo cómo respondieron a la precedente dedicatoria los aludidos , y hasta los no aludidos en ella ; pero como la enumeración de los honores tributados a la humilde callealtera en tantas formas , desde tantas partes y por tantas y tan diversas gentes , pudiera traducirse por la malicia en pueril artificio de vanagloria , quédese , bien a pesar mío , esa cuenta sin ajustar en público , y válgales la advertencia a mis acreedores nobilísimos , por la más solemne declaración de lo muchísimo que les debo . J . M . DE P . Junio de 1888 . El cuarto era angosto , bajo de techo y triste de luz ; negreaban a partes las paredes , que habían sido blancas , y un espeso tapiz de roña , empedernida casi , cubría las carcomidas tablas del suelo . Contenía una mesa de pino , un derrengado sillón de vaqueta y tres sillas desvencijadas ; un crucifijo con un ramo de laurel seco , dos estampas de la Pasión y un rosario de Jerusalén , en las paredes ; un tintero de cuerno con pluma de ave , un viejo breviario muy recosido , una carpetilla de badana negra , un calendario y una palmatoria de hoja de lata , encima de la mesa ; y , por último , un paraguas de mahón azul con corva empuñadura de asta , en uno de los rincones más oscuros . El cuarto tenía también una alcoba , en cuyo fondo , y por los resquicios que dejaba abiertos una cortinilla de indiana , que no alcanzaba a tapar la menguada puerta , se entreveía una pobre cama , y sobre ella un manteo y un sombrero de teja . Entre la mesa , las sillas y el paraguas , que llenaban lo mejor de la estancia , y media docena de criaturas haraposas que , arrimadas a la pared , aplastando las narices contra la vidriera , o descoyuntadas entre dos sillas y la mesa , ocupaban casi el resto , trataba de pasearse , con grandísimas dificultades , un cura de sotana remendada , zapatillas de cintos negros y gorro de terciopelo raído . Era alto , algo encorvado , con los ojos demasiado tiernos , de lo cual , por horror a la luz , era obra la encorvadura del cuello ; y tenía un poco abultada y rubicunda la nariz , gruesos los labios , áspero y moreno el cutis y negra la dentadura . Entre todos aquellos granujas no había señal de zapato ni una camisa completa ; los seis iban descalzos , y la mitad de ellos no tenían camisa . Alguno envolvía todo su pellejo en un macizo y remendado chaquetón de su padre ; pocos llevaban las perneras cabales ; el que tenía calzones no tenía chaqueta , y lo único en que iban todos acordes era en la cara sucia , el pelo hecho un bardal y las pantorrillas roñosas y con cabras . El mayor de ellos tendría diez años . Apestaban a perrera . - Vamos a ver - dijo el cura , dando un coquetazo al del chaquetón , que se entretenía en resobar las narices contra los vidrios del balcón , el cual muchacho era morrudo , cobrizo , bizco y de cabeza descomunal - , ¿ quién dijo el Credo ? Se volvió el rapaz después de largar un hilo sutil de saliva a la vidriera por entre dos de sus incisivos , y respondió , encogiéndose de hombros : - ¡ Qué sé yo ! - Y ¿ por qué no lo sabes , animalejo ? ¿ Para qué vienes aquí ? ¿ Cuántas veces te he repetido que los Apóstoles ? Pero ab asino , lanam ... ¿ Cuántos dioses hay ? ... - ¿ Dioses ? - repitió el interpelado cruzando los brazos atrás , con lo que vino a quedar en cueros vivos por delante ; porque el chaquetón no tenía botones , ni ojales en que prenderlos aunque los hubiera tenido . Reparó el cura en ello y dijo , echando mano a las solapas y cruzando la una sobre la otra : - ¡ Tapa esas inmundicias , puerco ! ... ¿ Y los botones ? - No los tengo . - Los habrás jugado al bote . - Tenía una escota y la perdí esta mañana . El cura fue a la mesa y sacó del cajón un bramante , con el que a duras penas logró sujetar las dos remendadas delanteras del chaquetón , de modo que taparan las carnes del muchacho . En seguida le repitió la pregunta : - ¿ Cuántos dioses hay ? - Pues habrá - respondió el interpelado , volviendo a cruzar los brazos atrás - , a todo tirar , ocho o nueve . - ¡ Resurge de profundis ! ... ¡ Ánimas benditas , qué pedazo de animal ... Y personas , ¿ cuántas ? Miró el bizco , a su manera , de hito en hito al cura , que también le miraba a él como podía , y respondió con todas las señales de estar poseído de la mayor curiosidad : - ¡ Personas ! ... ¿ Qué son personas , usté ? - ¡ San Apolinar bendito ! - exclamó el sencillo clérigo haciéndose cruces - , ¿ conque no sabes qué son personas ... , lo que es una persona ? ... Pues ¿ qué eres tú ? - ¿ Yo ? ... Yo soy Muergo . - Ni tanto siquiera , porque los hay en la playa con más entendimiento que tú ... ¿ Qué son personas ? - repitió el cura , encarándose con el muchacho que seguía a Muergo por la derecha , también descamisado , pero con calzones , aunque escasos y malos , menos feo que Muergo y no tan bronco de voz . Este muchacho , no sabiendo qué responder , miró al más inmediato , el cual miró al que le seguía ; y todos fueron mirándose unos a otros , con las mismas dudas pintadas en la cara . - ¿ De modo - exclamó entonces el cura volviendo a encararse con el que seguía a Muergo - , que tampoco sabes qué eres tú ? - ¡ Eso sí , corflis ! - respondió el muchacho , creyendo ver una salida franca para sus apuros . - ¿ Pues qué eres ? - Surbia . - ¡ Eso te diera yo para que reventaras , animal ! - Y tú , ¿ qué eres ? - añadió el cura , dirigiéndose a otro , de media camisa , pero sin chaqueta y muy poco pantalón . - Yo soy Sula - respondió el interpelado , que era rubio , y delgadito , por lo cual descollaba en él , más que en el fondo tostado de sus camaradas , la roña de las carnes . De esta manera , y tratando de responder a la misma pregunta , fueron diciendo sus motes los otros tres muchachos que había en el cuarto , o séanse Cole , Guarín y Toletes . Acaso ninguno de ellos conocía su propio nombre de pila . El cura , que los tenía bien estudiados , no acabó de perder la paciencia por eso . Les descerrajó cuatro improperios y media docena de latines , y después les dijo en santa calma : - Pero la culpa me tengo yo , que me empeño en varear el árbol , sabiendo que no puede soltar más que bellotas . El que menos de vosotros lleva dos meses asistiendo a esta casa ... ¿ A qué , santo nombre de Dios ? ... Y ¿ por qué , Virgen María de las Misericordias ? Pues porque el padre Apolinar es un bragazas que se cae de bueno . « Pae Polinar , que este hijo está , fuera del alma , hecho una bestia ; pae Polinar , que este otro es una cabra montuna ... ; pae Polinar , que esta condenada criatura me quita la vida a disgustos ; que yo no puedo cuidar de él ; que en la escuela de balde no le hacen maldito el caso ... ; que éste , que el otro , que arriba , que abajo ; que usté que lo entiende y para eso fue nacido ... que enséñele , que dómele , que desásnele ... » Y tres que me ofrecen y cuatro que yo busco , cata la casa llena de muchachos ; y aguanta su peste , y explica y machaca ... y cébalos para que vuelvan al día siguiente , porque yo sé lo que sucediera de otro modo ... ; y házlo todo de buena gana , porque eso es tu obligación , pues eres lo que eres , sacerdos Domini nostri Jesuchristi , por lo cual digo con Él , sinite pueros venire ad me : dejad que los niños se acerquen a mí ... ; y ríase usted de la vecina de abajo y del padre de éste y de la madre del de más allá , que murmuran y corren y propalan que si salís de mis manos más burros de lo que vinisteis a ellas , como salieron otros muchachos que vinieron a mí antes que vosotros ... ¡ Lingua corrupta , carne mísera y concupiscente ! ... Ríase usted de eso , como yo me río , porque debo reírme ... Pero vosotros , alcornoques , más que alcornoques , ¿ qué hacéis para corresponder a los esfuerzos del padre Apolinar ? ¿ Cómo estamos de silabario al cabo de dos meses ? ... ¡ Ni la O , cuerno , ni la O se conoce en estas aulas si os la pinto en la pared ! Pues de doctrina cristiana , a la vista está ... Y como no quiero enfadarme , aunque motivos había para echaros uno a uno por el balcón abajo ... vamos a otra cosa , y alabado sea Dios per omnia saecula saeculorum , que lo demás es chanfaina . Tras este desahogo , pasó fray Apolinar , sin dejar de pasearse , casi en redondo , con las manos cruzadas atrás , a lo que él llamaba lo llano y de todos los días ; a preguntar a los granujas las oraciones más usuales y sencillas , para que no las olvidaran , lo único que había logrado meterles en la cabeza , aunque no bien ni del todo . Muergo no necesitó remolque más que tres veces en el Avemaría ; Cole dijo tal cual el Padrenuestro , y el que mejor sabía el Credo , entre todos ellos , no pasó , sin apuntador , del « su único Hijo » . En vista de lo cual , fray Apolinar no le dio a Sula más que media galleta dulce ; un botón del provincial de Laredo a Toletes y un higo paso a Guarín . - Del lobo un pelo , hijos - les dijo en seguida el pobre exclaustrado - ; otra vez será menos ... y peor . Y ahora ... ¡ hospa , canalla ! ... Pero aguárdate un poco , Muergo . Los muchachos , que ya se disponían a salir , se detuvieron . Y dijo el fraile a Muergo , alzándole las haldillas del chaquetón : - Esto no puede continuar así . Sin camisa , cuando hay chaqueta , vaya con Dios ; pero sin calzones ... ¿ Adónde han ido a parar los tuyos ? - Los puso antier mi madre a secar en las Higueras - respondió Muergo a tropezones . - ¿ Y no han secado todavía , hombre de Dios ? - Los royó una vaca mientras mi madre destripaba una merluza que agolía mal . - ¡ Castigo de Dios , Muergo ; castigo de Dios ! - dijo fray Apolinar rascándose el cogote - . Las merluzas que huelen mal , porque están podridas , se tiran a la mar , y no se limpian lejos de las gentes para vendérselas después , a medio precio , a los pobres como yo , que tienen buenas tragaderas . Pero ¿ no quedó nada de los calzones , hombre ? - La culera - respondió Muergo - , y ésa , en banda . - Poco es - repuso el exclaustrado , revolviéndose dentro de su ropa , movimiento que era muy habitual en él - . ¿ Y no hay otros en casa ? - No , señor . - ¿ Ni barruntas de dónde pueden venir ? - No , señor . - ¡ Cuerno con el hinojo ! ... Pues así no puedes continuar , porque aun cuando te sobra paño para envolverte , a lo mejor se rompe la driza ; tú no reparas en ello , y si reparas , lo mismo te da ... De modo que lo de siempre , hijo , lo de siempre : tú que no puedes , llévame a cuestas , padre Apolinar . ¿ No es eso ? ¿ No es la purísima verdad ? ¡ Cuerno si lo es ! Muergo se encogió de hombros , y fray Apolinar se metió en la alcoba . Oyésele pujar allá dentro y murmurar entre dientes algunos latinajos ; y no tardó en aparecer , alzando la cortina , con un envoltorio negro entre manos , el cual puso en seguida en las de Muergo . - No son cosa mayor - le dijo - ; pero , al fin , son calzones . Dile a tu madre que te los arregle como pueda , y que no los ponga a secar en las Higueras cuando tenga que lavarlos ; y si le parece poco todavía , que se consuele con saber que a la hora presente no los tiene mejores , ni tantos como tú , el padre Apolinar ... Conque ¡ vira , canalla , por avante ! Otra vez se revolvió el concurso , gruñendo y respingando como piaras de cerdos que huelen el cocino al salir de la pocilga , y se pintaba en todos los roñosos semblantes el ansia de llegar a la escalera para examinar la dádiva de fray Apolinar , la cual conservaba aún el calorcillo que le había chocado a Muergo en ella al entregársela el pobre exclaustrado , cuando se abrió la puerta y se presentaron en el cuarto dos nuevos personajes . El uno era un muchacho frescote , rollizo , de ojos negros , pelo abundante , lustroso y revuelto ; boca risueña , redonda barbilla , y dientes y color de una salud de bronce : representaba doce años de edad , y vestía como los hijos de « los señores » . Traía de la mano a una muchachuela pobre , mucho más baja que él , delgadita , pálida , algo aguileña , el pelo tirando a rubio , dura de entrecejo y valiente de mirada . Iba descalza de pie y pierna , y no llevaba sobre sus carnes , blancas y limpias , en cuanto de ellas iba al descubierto , más que un corto refajo de estameña , ya viejo , ceñido a la flexible cintura sobre una camiseta demasiado trabajada por el uso , pero no desgarrada ni pringosa , cualidades que se echaban de ver también en el refajo . Hay criaturas que son limpias necesariamente y sin darse cuenta de ello , lo mismo que les sucede a los gatos . Y no se tache de inadecuada la comparación , pues había algo de este animalejo en lo gracioso de las líneas , en el pisar blando y seguro , y en el continente receloso y arisco de la muchachuela . En cuanto la vio Muergo se echó a reír como un estúpido ; Cole soltó un taco de los gordos , y Sula otro de los medianos . La recién llegada remedó a Muergo con una risotada falsa , poniendo la cara muy fea , sin hacer caso maldito de los otros dos granujas , ni del mismo padre Apolinar , que alumbró un coquetazo a cada uno de los tres . - ¿ A qué vienen esas risotadas , bestia , y esas palabrotas sucias , puercos ? - dijo el fraile mientras largaba los coscorrones . - Es la callealtera ... , ¡ ju , ju , ju ! - respondió Muergo , rascándose el cogote , machacado por los nudillos de fray Apolinar . - La conocemos nusotros - expuso Cole , palpándose la greña . - Que de poco se ajuega , si no es por Muergo - añadió Sula . Muergo volvió a reírse estúpidamente , y la muchacha tornó a hacerle burla . - ¿ Y por eso te ríes , ganso ? - dijo el fraile , largándose otro coquetazo - . ¡ Pues el lance es de reír ! - Es callealtera ... - repitió Cole - , y estaba haciendo barquín-barcón en una percha que anadaba en la Maruca ... Yo y Sula estábamos allí tirándola piedras desde la orilla . Dimpués , allegó Muergo ... la acertó con un troncho , y se fue al agua de cabeza . - ¿ Quién ? - preguntó el fraile . - Ella - respondió Cole - . Yo pensé que se ajuegaba , porque se iba diendo a pique ... Y Muergo se reía . - Y yo - saltó Sula - , le dije , « ¡ Chapla , Muergo , tú que anadas bien , sácala , porque se está ajuegando ! » Y entonces se echó al agua y la sacó . Dimpués , la ponimos quilla arriba , y a golpes en la espalda , largó por la boca el agua que había embarcao . - Y eso ¿ es verdad , muchacha ? - preguntó a ésta el exclaustrado . - Sí , señor - respondió la interpelada , sin dejar de remedar a Muergo , que volvió a reír como un idiota . - Corriente-dijo el exclaustrado - . Pero ¿ a qué vienes aquí , y a qué vienes tú , Andresillo , y por qué la traes de la mano ? ¿ En qué bodegón habéis comido juntos , y qué pito voy a tocar yo en estas aventuras ? - Es callealtera - respondió muy serio el llamado Andresillo . - Ya me voy enterando , ¡ cuerno ! Tres veces con ésta me lo han dicho ya . ¿ Y qué hay con eso ? - La conozco del Muelle-Anaos - continuó Andrés - . Baja casi todos los días allá . Yo no sabía lo de la Maruca ... ¡ que si lo sé ! ( y enderezó a Muergo un gestecillo avinagrado ) , porque también conozco a éstos . - ¿ Del Muelle-Anaos ? - preguntó fray Apolinar , sin pizca de asombro . - Sí , señor - respondió Andrés - . Van muy a menudo . - Y él a la Maruca - añadió Guarín . - ¡ Cuerno con el rapaz , y qué veta saca ! ... Pero vamos al caso . Resulta , hasta ahora , que esta niña es callealtera , y que tú y esta granujería , a pesar de las respectivas vitolas , sois ... tal para cual ... ¿ Y qué más ? - Que esta mañana avisó a mi madre el talayero que quedaba a la vista la Montañesa ... y yo salí de casa para ir a San Martín a verla entrar ... y llegué al Muelle-Anaos . - ¡ Al Muelle-Anaos ! ... ¿ No vivís ya en la calle de San Francisco ? - Sí , señor . - ¡ Pues buen camino llevabas para ir a San Martín ! - Iba a ver si estaba allí Cuco y me quería acompañar . - ¡ Cuco ! ¿ También eres amigo de Cuco , de ese raquerazo descortés y grosero , que me canta coplas indecentes en cuanto me columbra de lejos ? ... ¡ Cuerno con la cría ! - Yo nunca le oigo esas cosas ... Malo , algo malo , es ; pero no hace daño a nadie . Anda en el bote del Castrejo , y me enseña a remar , y a echar coles y tapas , y a descansar de espaldas y de pie ... - Sí , y a birlar los puros a tu padre para regalárselos a él ; y a correr la escuela , y a andar en las guerras ... y a muchas cosas más que me callo ... ¡ Pues buenas tripas se le pondrían a tu padre si al entrar hoy con la corbeta te veía en las peñas de San Martín en compañía de tan ilustre camarada ! ¡ Cuerno , recuerno del hinojo ! Andrés se puso muy colorado , y dijo , con la cabeza algo gacha : - No , señor ... Yo no hago nada de eso , pae Polinar . - ¡ Como que te vas a confesar conmigo ahora ! - repuso el fraile con mucha sorna - . Pero , ¡ a mí de esas cosas , Andresillo ! ... En fin , ya hablaremos de esto en mejor ocasión . Ahora , sigue con el cuento . ¿ Qué te dijo Cuco en el Muelle-Anaos ? - A Cuco no le vi , porque andaba de flete con unos señores . Pero estaba ésta comiendo un zoquete de pan que le habían dado , de pura lástima , unos calafates , y me dijo que había dormido anoche en una barquía , porque la habían echado de casa . - Y , ¿ por qué ? - Porque le gusta mucho la bribia , y la pegaron . - ¡ Guapamente , cuerno ! ... ¡ Eso es lo que se llama una escuela de órdago para una mujer ! ¿ Cómo te llamas , hija ? - Silda me llamo - respondió secamente la interpelada . - Es callealtera - añadió Andrés . - ¡ Dale , y van cuatro ! - exclamó el presbítero . - No tié padre ... ¡ ju , ju , ju ! - graznó el salvaje Muergo . La niña le remedó , según costumbre . - Se ajuegó en San Pedro del Mar en la última costera del besugo - dijo Cole . - Ni madre tampoco tiene - añadió Sula . - La recogió de lástima un callealtero que se llama tío Mocejón - expuso Andrés . - ¡ Ta , ta , ta , ta ! ... - exclamó el padre Apolinar al oírlo - . Luego esta muchacha es hija del difunto Mules , viudo hacía dos años cuando pereció este invierno , con aquellos otros infelices ... ¡ Pues pocos pasos di yo , en gracia de la Virgen , para que te recogieran en esa casa ! ... Hija , no te conocía ya . Verdad que no recuerdo haberte visto más de dos veces , y ésas mal , como lo veo yo todo con estos pícaros ojos que no quieren ser buenos ... Corriente ; pero , ¿ de qué se trata ahora , caballero Andrés ? - Pues yo - respondió éste , dando vueltas a la gorra entre sus manos - la dije , al oír lo que me contó : « Vuélvete a casa . » Y ella me dijo : « Si vuelvo , me desloman ; y no quiero volver por eso . » Y dije yo : « ¿ Qué vas a hacer por aquí sola ? » Y dijo ella : « Lo que hagan otros . » Y yo le dije : « Puede que no te peguen . » Y dijo ella : « Me han pegado muchas veces ... ; todos son malos allí , y por eso me he escapado para no volver . » Y yo , entonces , me acordé de usté , y la dije : « Yo te llevaré a un señor que lo arreglará todo , si quieres venir conmigo . » Y ella dijo : « Pues vamos . » Y por eso la traje aquí . A todo esto , la niña , cuando no hacía gesto a Muergo , recorría con los ojos suelo , muebles y paredes , tan serena y tranquila como si nada tuviera que ver con lo que se trataba allí entre el padre Apolinar y el hijo del capitán de la Montañesa . - Es decir - exclamó el bendito fraile , cruzándose de brazos delante del protector y de la protegida - , que éramos pocos , y parió mi abuela . ¡ Cuerno con las gangas que le caen al padre Apolinar ! Desavénganse las familias ; descuérnense los matrimonios ; escápense los hijos de sus casas ; aráñense los dos Cabildos ; enamórese Juan sin bragas de Petra con mucha guinda ... ; húndase el pico de Cabarga y ciérrese la boca del puerto ... , aquí está el padre Apolinar , que lo arregla todo ; como si el padre Apolinar no tuviera otra cosa que hacer que enderezar lo que otros tuercen , y desasnar bestias como las que me escuchan . Y , ¿ quién te ha dicho a ti , Andresillo , que basta con querer yo que se recoja a esta muchacha en una casa honrada , para darla por recogida ya ? Y , ¿ qué sabes tú si , aunque eso fuera posible , querría yo hacerlo ? ¿ No lo hice ya una vez ? ¿ Ha servido de algo ? ¿ Me lo han agradecido siquiera ? Pues sábete que negocios ajenos matan al alma ; y de negocios ajenos estoy yo hasta la corona , ¡ hasta la corona , hijo ... y más arriba también ! ... ¡ Cuerno con el hinojo de mis pecados ! ... Aquí se dio dos vueltas el fraile por el cuarto , mientras las ocho criaturas se miraban unas a otras , o se desperezaban algunas de ellas , o se aburrían las más ; y , después de retorcerse dos veces seguidas dentro del vestido , detúvose delante de Silda y de Andresillo , y les dijo : - De modo que lo que vosotros queréis es que ahora mismo os acompañe a casa de Mocejón , y le hable al alma y le diga : aquí está el hijo pródigo , que vuelve arrepentido al hogar paterno ... - A mí , no - interrumpió Andrés con viveza - ; a ésta es a quién ha de acompañar usté . Yo me voy ahora mismo a San Martín a ver entrar a mi padre , que debe estar ya si toca o llega . - Y yo me voy contigo - dijo Silda con la mayor frescura - . Me gusta mucho ver entrar esos barcos grandes ... - Entonces , cabra de los demonios - repuso fray Apolinar , cuadrándose delante de ella - , ¿ para quién voy a trabajar yo ? ¿ Qué voy a meterme en el bolsillo con ese mal rato ? Si a ti no te importa lo que resulte del paso que me obligáis a dar , ¿ qué cuerno me ha de importar a mí ? ... ¡ Pues no voy , ea ! - A que sí , pae Polinar - le dijo Andrés , mirándole muy risueño . - ¡ A que no ! - respondió el fraile , queriendo ser inexorable . - A que sí - insistió Andrés . - ¡ Cuerno ! - replicó el otro , casi enfurecido - ; ¡ pongo las dos orejas a que no , y a retequenó ! Entonces , como si se hubieran puesto instantáneamente de acuerdo los ocho personajes que le rodeaban , gritaron unísonos y con cuanta voz les cabía en la garganta : - ¡ A que sí ! Y como vieron al fraile rascarse nervioso la cabeza y alumbrar un testarazo a Muergo , lanzáronse en tropel a la escalera , que , angosta y carcomida , retemblaba y crujía , y no pararon hasta el portal , donde se examinó el regalo del padre Apolinar . Después de convenir todos en que no era cosa superior , dijo Andrés a Silda : - Para cuando volvamos de San Martín , ya habrá estado pae Polinar en casa de tío Mocejón , o en otra casa ... De un brinco subo yo a preguntarle lo que haya pasado . Tú me esperas aquí , y bajo y te lo cuento . No te dé pena , que ya lo arreglaremos entre todos . Ahora , vámonos . La niña se encogió de hombros , y Muergo , apretándose el nudo de la driza del chaquetón , dijo enseñando los dientes y revirando mucho los ojos : - Yo voy también en cuanto deje estos calzones a mi madre . - Y yo también - añadió Sula . Silda llamó burro a Muergo ; Guarín , Cole y los demás dijeron que se iban , quién al Muelle-Anaos , quién a las lanchas , quién a otros quehaceres , y Muergo a dejar los calzones en su casa , y se separaron a buen andar . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Todo esto acontecía en una hermosa mañana del mes de junio , bastantes años ... muchos años hace , en una casa de la calle de la Mar , de Santander ; de aquel Santander sin escolleras ni ensanches ; sin ferrocarriles ni tranvías urbanos ; sin la plaza de Velarde y sin vidrieras en los claustros de la catedral ; sin hoteles en el Sardinero y sin ferias ni barracones en la Alameda segunda ; en el Santander con dársena y con pataches hasta la Pescadería ; el Santander del Muelle-Anaos y de la Maruca ; el de la Fuente Santa y de la Cueva del tío Cirilo ; el de la Huerta de los Frailes en abertal y del provincial de Burgos envejeciéndose en el cuartel de San Francisco ; el de la casa de Botín , inaccesible , sola y deshabitada ; el de los Mártires en la Puntida , y de la calle de Tumbatrés ; el de las gigantillas el día 3 de noviembre , aniversario de la batalla de Vargas , con luminarias y fuegos artificiales por la noche , y de las corridas en que mataba Chabiri , picaba el Zapaterillo , banderilleaba Rechina , y capeaba el Pitorro , en la plaza de Botín , con música de los Nacionales ; el Santander de los Mesones de Santa Clara , del Peso público y de Mingo , la Zulema y Tumbanavíos ; del Chacolí de la Atalaya y del cuartel del Reganche en la calle Burgos ; del parador de Hormaeche , y de la casa del navío ; el Santander de aquellos muchachos decentes , pero muy mal vestidos que , con bozo en la cara todavía , jugaban al bote en la plaza Vieja , y hoy comienzan a humillar la cabeza al peso de las canas , obra , tanto como de los años , de la nostalgia de las cosas veneradas que se fueron para nunca más volver ; del Santander que yo tengo acá dentro , muy adentro , en lo más hondo de mi corazón , y esculpido en la memoria de tal suerte , que a ojos cerrados me atrevería a trazarle con todo su perímetro , y sus calles , y el color de sus piedras , y el número , y los nombres y hasta las caras de sus habitantes ; de aquel Santander , en fin , que a la vez que motivo de espanto y mofa para la desperdigada y versátil juventud de hogaño , que le conoce de oídas , es el único refugio que le queda al arte cuando con sus recursos se pretende ofrecer a la consideración de otras generaciones algo de lo que hay de pintoresco , sin dejar de ser castizo , en esta raza pejina que va desvaneciéndose entre la abigarrada e insulsa confusión de las modernas costumbres . Estaba tentadora la Maruca cuando pasaron junto a ella los cuatro muchachos que se encaminaban a San Martín . Salía el agua a borbotones por el boquerón de la trasera del muelle , y regueros de espuma iban marcando el reciente nivel de la marea en el muro de la calzada de Cañadío y en la playa de la parte opuesta , cerrada por la fachada de un almacén que aún existe , y un alto y espeso bardal que empalmaba con ella en dirección al este , espacio ocupado hoy por la casa de los Jardines y la plaza del Cuadro , con cuantos edificios le siguen por el norte , hasta la pared de la huerta de Rábago . Esto era la Maruca de entonces , que comunicaba con la bahía por el alcantarillón que desembocaba en la punta del Muelle , antro temeroso que muy pocos valientes se habían atrevido a explorar , cabalgando en un madero flotante . Cuco aseguraba haber acometido esta empresa ; es decir , entrar por el boquerón de la Maruca y salir por el del Muelle , a media marea ; pero tales cosas contaba de tinieblas espesas , de ruidos espantosos , de ratas como cabritos y de ayes lastimeros , como de ánimas de pena , que me han hecho dudar después acá que fuera verdad la hazaña . Meter la cabeza en el negro misterio , pero sin abrir los ojos por no ver horrores , eso lo hicieron muchos , y yo entre ellos ; pero lo de Cuco ... ¡ bah ! ¿ Por qué no citaba testigos cuando lo afirmaba ? Y bien valía la pena de acreditarse así tal empresa , por ser la única que podía , ya que no compararse , ponerse cerca siquiera de otra , tan espantable de suyo , que ni en broma se atrevió ningún muchacho a decir que la hubiera acometido : dar cuatro pasos , no más , en la senda misteriosa que conducía al abismo en cuyo fondo flotaba el barco de piedra en que vinieron a Santander las cabezas de sus patronos , los mártires de Calahorra , San Emeterio y San Celedonio ; antro cuya puerta de entrada , baja y angosta , manchada de todo género de inmundicias y cerrada siempre , contemplaban chicos y grandes , con serios recelos , en el muro del Cristo , cerca ya de San Felipe , al pasar por la embovedada calle de los Azogues . Según la versión popular , lo mismo era penetrar allí una persona , que caer destrozada a golpes y desaparecer del mundo para siempre . Se habían dado casos , y nadie los ponía en duda , aunque sobre los quiénes y los cuándos no hubiera toda la claridad que fuera de apetecer . Repito que estaba tentadora la Maruca para los cuatro chicos que caminaban hacia San Martín . La marea , a más de dos tercios ( y eran vivas a la sazón ) , y todos los maderos flotando ; y además de las perchas de costumbre ( porque siempre había allí alguna ) , dos vigas que no estaban el día antes ; dos vigas juntas , amarradas una a otra y fondeadas con un arpón , cerca de la orilla del bardal . - ¡ Cosa de nada ! - como dijo Andrés respingando de gusto cuando las vio - . Descalzarme , remangar las perneras hasta los muslos y en un decir « Jesús » , atracar un poco las vigas , halando del cabo del arpón ; saltar encima de ellas , y con el palo que tengo escondido donde yo sé , bien cerca de aquí ... ¡ Recontra , qué barco más hermoso ! ... ¡ Y qué marea ! Lo mismo opinaban Sula y Muergo , y bien le tentaron para que no pasara de allí ; pero la fuerza que le movía hacia San Martín era más poderosa que la que trataba de detenerle en la Maruca ; y por eso , y porque Silda , acaso recordando el remojón consabido al ver la percha , que ya le había señalado Muergo con sus ojos bizcos y su risa estúpida , le apoyó con vehemencia , fue sordo en las seducciones de sus astrosos compañeros , y ciego a los atractivos que tenía delante . Así es que duró poco la detención allí , y muy pronto se les vio trepar a los prados en busca del camino de la Fuente Santa . Aunque Andrés había visto , al asomarse al Muelle , el sitio conveniente , que aún no se había puesto el gallardete amarillo sobre la bandera azul en el palo de señales de la Capitanía , prueba de que la corbeta avistada no abocaba todavía al puerto , llevaba mucha prisa ; porque resuelto a ver la entrada de su padre desde San Martín , creía que andaba el barco más que su pensamiento y temía llegar tarde . Mientras caminaba , siempre delante de los demás , éstos le acribillaban a preguntas , o le detenía alguno de ellos para ver cómo se revolcaba Muergo sobre los prados , o se bañaba algún chico entre las peñas cercanas a la Cueva del tío Cirilo , o rendía la bordada un patache buscando la salida con viento de proa , o remedaba Silda el mirar torcido y el reír estúpido de Muergo . - ¡ Buenas cosas traerá tu padre ! - dijo la muchacha a Andrés . - A veces las trae tal cual - respondió Andrés sin volver la cara . - ¿ Para ti también ? - Y para todos . Una vez me trajo un loro . - Mejor eran cajetillas - expuso Sula . - U jalea - añadió Muergo . - Para él las trae a cientos de Las tres coronas - dijo Andrés respondiendo a Sula . - ¡ Bien sé yo qué es jalea , puño ! - insistió Muergo relamiéndose - . Una vez la caté ... ¡ Ju , ju , ju ! Se lo dio a mi madre una señora del muelle ... Yo creo que lo trincó . ¡ Ju , ju , ju ! También yo se lo trinqué a ella una noche , y me zampé media caja ... ¡ Puño , qué taringa endimpués que lo supo ! - Puede que también traiga mantones de seda - dijo Silda , apretando la jareta de la saya sobre su cintura - . Si trae muchos , guárdame uno , ¿ eh , Andrés ? Volvióse éste hacia Silda asombrado del encargo que acababa de hacerle , y vio a Sula , cabeza abajo , agarrado con las manos a la hierba , y echando al aire , ora una pierna , ora la otra ; pero nunca las dos a la vez . Cabalmente el hacer pinos pronto y bien era una de las grandes habilidades de Andrés . Sintióse picado del amor propio al ver la torpeza de Sula , y alumbrándole un puntapié en el trasero , díjole para que se enteraran todos los presentes : - Eso se hace así . Y en un periquete hizo el pino perfecto , con zapateta y perneo , y la Y , y casi la T , y cuanto podía hacerse , sin ser descoyuntado volatinero , en aquella incómoda postura . Y tanto se zarandeó , animado por el aplauso de Silda y de Muergo , que se le cayó en el prado cuanto llevaba en los bolsillos , lo cual no era mucho : tres cuartos en dos piezas , un pitillo , un cortaplumas con falta de media cacha y unos papelejos . En cuanto Muergo vio el pitillo , le echó la zarpa y se apartó un buen trecho ; y antes que Andrés hubiera deshecho el pino y recogido del suelo los cuartos , papeles y navaja , ya él había sacado un fósforo de cartón que conservaba en el fondo insondable en un bolsillo de su chaquetón , y resobando el mixto contra un morrillo , y encendido el cigarro , dándole tres chupadas tan enormes , sin soltarle de la boca , y tan bien tapadas , que cuando se le fue encima el hijo del capitán de la Montañesa reclamando a piña seca lo que era suyo , Muergo , envuelta en humo la monstruosa cabeza , porque le arrojaba por todos los agujeros de ella y hasta parecía que por la mismas crines de su melena , sólo pudo entregar medio pitillo , y ése puerco y apestando . Así y todo , le consumió Andrés en pocas chupadas , pues si a Sula le vencía en hacer pinos , a taparlas no le ganaba Muergo . ¡ Como que le había enseñado a fumar Cuco , que era el fumador más tremendo del Muelle-Anaos , lo cual era tanto como decir el fumador más valiente del mundo ! Pues todavía alumbró Sula un par de bofetadas buenas a la colilla impalpable que tiró Andrés . En la Fuente Santa se encaramaron en el pilón y bebieron agua , sin sed los más de ellos , y Silda se lavó las manos y se atusó el pelo . Después echaron por el empinado callejón de la « fábrica de sardinas » , y salieron a los prados de Molnedo . Allí intentó Muergo hacer su poco de pino , quedándose rezagado para que no le vieran la prueba si le salía mal . En la brega para enderezar no más que el tronco sobre la cabeza , pues en cuanto a los pies , no había que pensar en despegarlos del prado , se le volvieron las faldas del chaquetón hasta taparle los ojos . En tan pintoresco trance le hallaron dos de sus camaradas , advertidos por Silda , que fue la primera en notar la falta del salvaje rapaz . Llegáronse todos a él muy queditos , y uno con ortigas y otro con una vara , y Silda con la suela entachuelada de un zapato viejo que halló en el prado , le pusieron aquellas nalgas cobrizas que echaban lumbres . - ¡ Págame el tronchazo , animal ! - le gritaba Silda , mientras le estampaba las tachuelas en el pellejo , cuando le dejaban sitio y ocasión la vara de Andrés y las ortigas de Sula . Bramidos de ira , y hasta blasfemias , lanzaba Muergo al sentirse flagelado tan bárbaramente ; pero sólo cuando imploró misericordia , logró que sus verdugos le dejaran en paz y rascarse a sus anchas las ampollas , que le abrasaban . Sula , ya que estaba allí , quiso acercarse al Muelluco . Andrés le dijo que hartas detenciones iban ya para la prisa que él llevaba ; pero Sula no tomó en cuenta el reparo y se bajó al Muelluco . En seguida empezó a gritar : - ¡ Congrio , qué hermosura ! ... ¡ Cristo , qué marca ! ¡ Madre de Dios , qué cámbaros ! ... ¡ Atracarvos , congrio ! Y no hubo más remedio que atracarse todos al Muelluco . Buena era , en efecto , la marea , mas no para tan ponderada ; y en cuanto a los cámbaros , los pocos que se veían , no pasaban de lo regular . Pero Sula estaba en lo suyo , y no podía remediarlo . El sol calentaba bastante ; el agua , verdosa y transparente , cubría en aquel sitio más de dos veces , y se podían contar uno a uno los guijarros del fondo . - Échame dos cuartos , Andrés - le dijo el raquero , piafando impaciente sobre el Muelluco - . ¡ Te los saco de un cole ! - No los tengo - contestó Andrés , que deseaba continuar su camino sin perder un minuto . - ¿ Qué no los tienes ? - exclamó admirado Sula - . ¡ Y te los cogí yo mesmo del prao cuando te se caeron de la faldriquera endenantes ! Andrés se resistía . Sula apretaba . - ¡ Congrio ! ... ¡ Échame tan siquiera el cuarto ! ¡ Vamos , el cuarto solo , que tamién tienes ! ... ¡ Anda , hombre ! ... Mira , le engüelves en uno de esos papelucos arrugaos que te metí yo mesmo en la faldriquera ... Y Andrés que nones . Pero terció Silda a favor del suplicante , y al fin la roñosa moneda , envuelta en un papel blanco fue echada al agua . Los cuatro personajes de la escena observaron , con suma atención , cómo descendía en rápidos zigzags hasta el suelo , y cómo se metió debajo de un canto gordo , movedizo , pero sin quedar enteramente oculta a la vista . - ¡ Contrales ! - dijo Sula , rascándose la cabeza y suspendiendo la tarea , que había comenzado , de quitarse su media camisa sin despedazarla por completo - . ¡ Puede que haiga pulpe allí ! Cosa que a Muergo le tenía sin cuidado , puesto que , en un abrir y cerrar de ojos , desató el bramante de su cintura , largó el chaquetón que le envolvía hasta cerca de los tobillos y se lanzó al agua , de cabeza con las manos juntas por delante . Tan limpio fue el cole , que apenas produjo ruido el cuerpo al caer , y sólo burbujitas y una ligera ondulación en la superficie indicaban que por allí se había colado aquel animalote bronceado y reluciente que buceaba , como una tonina , meciéndose , yendo y viniendo alrededor del canto gordo , con la greña flotante , cual si fuera manojo de porreto ; se le vio en seguida remover la piedra , mientras sus piernas continuaban agitándose blandamente hacia arriba , coger el blanco envoltorio , llevárselo a la boca , invertir su postura con la agilidad de un bonito , y , de dos pernadas y un braceo , aparecer en la superficie con la moneda entre los dientes , resoplando como un hipopótamo de cría . - ¿ Echas la mota ? - dijo a Andrés después de quitarse el cuarto de la boca y sosteniéndose derecho en el agua solamente con la ayuda de las dos piernas . - Ni la mota ni un rayo que te parta - respondió Andrés , consumido por la impaciencia - . ¡ Ni os espero tampoco más ! Y como lo dijo , lo hizo , camino de las Higueras , sin volver atrás la cara . Cuando la volvió , cerca ya de los prados de San Martín , observó que no le seguía ninguno de sus tres camaradas . En el acto sospechó , no infundadamente , que el cuarto adquirido por Muergo era la causa de la deserción . Sula y la muchacha querrían que se puliera en beneficio de todos . No le pesó verse solo , pues no le hacía mucha gracia andar en sitios públicos con amigos de aquel pelaje . Menos le pesó cuando al atravesar , por el podrido tablero , el foso del castillo , vio su batería llena de gente que le había precedido a él con el mismo propósito de asistir desde allí a la entrada de la Montañesa ; gente que le era bien conocida en su mayor parte , pues había entre ella marinos amigos de su padre , prácticos libres de servicio aquel día , a quienes había visto mil veces , no sólo en el muelle , sino en su propia casa ; el mismo dueño y armador de la corbeta , comerciante rico , que le infundía un respeto de todos los diablos ; las mujeres de algunos marineros de ella ; el mismísimo don Fernando Montalvo , profesor de náutica , maestro de su padre y de todos los capitanes y pilotos jóvenes de entonces , personaje de proverbial rigidez en cátedra , al cual temía mucho más que al amo de la Montañesa , porque sabía que estaba destinado a caer bajo su férula en día no remoto ; Caral , el conserje del Instituto Cántabro , que no perdía espectáculo gratis y al aire libre ; su amigo el Conde del Nabo , con su casacón bordado de plata , resto glorioso de no sé qué empleo del tiempo de sus mocedades , y la sempiterna queja de que no le alcanzaba la jubilación para nutrir el achacoso cuerpo , que ya se le quebrantaba por las choquezuelas ; don Lorenzo , el cura loco de la calle Alta , tío de un muchacho , amigo de Andrés , que se llamaba Colo y estaba abocado a matricularse en latín por exigencia y con la protección de aquel energúmeno ; Ligo , mozo que iba a hacer ya su segundo viaje de piloto , y a cuya munificencia debía él algunos puñados de picadura ... y no pocos coscorrones ; Aniceto , el sastre inolvidable ; Santoja , el famoso zapatero del portal del marqués de Villatorre ... y muchos curiosos más de diversas cataduras , algunos con sus catalejos enfundados , y no pocos con sus sabuesos de caza o su borreguito domesticado ... Porque en aquel entonces , la entrada de un barco como la Montañesa , de la matrícula de Santander , de un comerciante de Santander , mandado y tripulado por capitán , piloto y marineros de Santander , era un acontecimiento de gran resonancia en la capital de la Montaña , donde no abundaban los de mayor bulto . Además , la Montañesa venía de La Habana , y se esperaban muchas cosas por ella : la carta del hijo ausente , los vegueros de regalo , la caja de dulces surtidos , el sombrero de jipijapa , la letra de cincuenta pesos , la revista de aquel mercado , las noticias de tal cual persona de dudoso paradero o de rebelde fortuna , y , cuando menos , las memorias para media población y algunos indianos de ella , de retorno . La misma curiosidad , y por las mismas razones , excitaban la Perla , la Santander y muy pocas fragatas más de aquellos tiempos . Nadie ignoraba en la ciudad cuándo salían , qué llevaban , adónde iban ni por dónde andaban , como fuera posible saberlo . Sus capitanes y pilotos eran popularísimos , y sus dichos y sus hechos se grababan en la memoria de todos como glorias de familia . ¿ Quién de los que entonces tuvieran ya uso de razón y vivan hoy , habrá olvidado aquella tarde inverniza y borrascosa en que , apenas avistada al puerto una fragata , se oyó de pronto el tañido retumbante , acompasado , lento y fúnebre del campanón de los Mártires ? - ¡ A barco ! - exclamaron cientos y cientos de personas que conocían el toque . - ¡ La Unión ! - añadían consternadas , echándose a la calle , las que aún no habían salido de casa . Porque no ignoraba nadie , desde por la mañana , que la Unión era la fragata avistada y que venía corriendo un temporal furioso . Yo me hallaba en la escuela de Rojí al sonar el campanón , y ninguno preguntó allí : « ¿ Qué fragata es ésa ? » , cuando se nos dijo : « ¡ La Unión , que va a las Quebrantas ! » Todos la conocíamos , y casi todos la esperábamos . Con decir que en seguida se nos dio suelta , pondero cuanto puede ponderarse la impresión causada en el público por el suceso . Medio pueblo andaba por la calle , y el otro medio se desparramaba desde el castillo de San Martín al del Hano , viendo consternado , primero , cómo se salvaba la tripulación , casi por milagro de Dios , y , después , cómo daba a la costa el hermoso buque , y se despedazaba a los golpes del embravecido mar , y caía sobre sus despojos una nube de aquellos rapaces costeños , de quienes se contaba , y aún se cuenta , que ponían una vela a la Virgen de Latas , siempre que había temporal , para que fueran hacia aquel lado los buques que abocaran al puerto . No cabe en libros lo que se habló en Santander de aquel triste suceso , que hoy no llevaría dos docenas de curiosos al polvorín de la Magdalena . Y aún fue , pasados los años , tema compasible de muchas y muy frecuentes conversaciones ; y , todavía hoy , como se ve por la muestra , sale a colación de vez en cuando . Y con esto , vuelvo a las personas que dejamos en San Martín esperando la llegada de la Montañesa . A pesar de ser muchas , se hablaba muy poco entre ellas , lo cual acontece siempre que se aguarda un suceso que interesa por igual a todos los circunstantes , o están las gentes a cielo descubierto , delante de la naturaleza , que habla por los codos , sin dejar que nadie meta su cuchara en la conversación ... ¡ Y qué elocuente estaba aquel día ! La mar , verdosa y fosforescente , rizada por una brisa que yo llamaría juguetona , si el término no estuviera tan desacreditado por copleros chirles y por impresionistas cursis que quizá no han salido nunca de los trigos de tierra adentro ; el sol , despilfarrando alegre sus haces de luz , que centelleaba entre los pliegues de la bahía y en los rojos traidores arenales de las Quebrantas . Allá , en el fondo del paisaje , los azulados picos de Matienzo y Arredondo , y más cerca , las curvas elevadas y los senos sombríos de la cordillera que iba perfilando la vista desde el cabo Quintres y las lomas de Galizano , hasta los puertos de Alisas y la Cavada , transparentándose en una bruma sutil y luminosa como velo tejido por hadas con hilos impalpables de rocío ; y allí , al alcance de la mano , los cerros del Puntal recibiendo en sus cimientos arenosos los besos amargos de la creciente marea . Por todo ruido , el incesante rumor de las aguas al tenderse perezosas en la playa contigua , o al mojar con sus rizos , agitados por el aire , las asperezas del peñasco . No se veía el pulmón bastante henchido nunca de aquel ambiente salino , ni la vista se hartaba de aquella luz reverberante , parlanchina y revoltosa , que se columpiaba en la bruma , en las aguas y en las flores . No sé si irían precisamente por este lado todos los pensamientos de aquellas personas cuando discurrían de una a otra parte por la explanada del castillo , o se encaramaban en la paredilla del parapeto , o se tumbaban sobre la hierba de la braña exterior , sin hablar más de tres palabras seguidas y con la vista errabunda por todos los términos del paisaje ; pero puede apostarse a que , si por arte de hechicería se les hubieran puesto delante , en lugar del miserable castillejo , los mayores prodigios de la industria humana , o las maravillas de los palacios de Aladino , los hubieran contemplado sin el menor asombro ; señal , aunque sin darse cuenta de ello , de que , a sus ojos , valían mucho más las maravillas de la naturaleza . Andrés era el único de los espectadores que no paraba mientes en estas maravillas , ni las hubiera parado tampoco en las de la misma Pari-Banú , si allí se hubiera presentado para transformar de repente el castillo en un alcázar de oro con puertas de esmeraldas . Pensaba en la llegada de su padre , y el barco de su padre , y a lo más , en que toda aquella gente estaba allí para ver eso mismo que tanto le interesaba a él , por ser hijo de quien era ; es decir , del héroe de la fiesta . ¡ Si estaría hueco y gozoso y preocupado ! Ligo le había tomado por su cuenta , y después de andar con él de un lado para otro , haciéndole reír o ponerse colorado con las cosas que preguntaba al Conde del Nabo sobre la flojedad de sus choquezuelas , o a Caral acerca de su canoa ( sombrero ) , se habían acomodado juntos en lo más alto y saliente del promontorio . Al fin se oyeron muchas voces que exclamaron a un tiempo : - ¡ Ahí está ! Y allí estaba , en efecto , la Montañesa , que abocaba orzando , cargada de trapo hasta los topes , el pabellón ondeando en el pico de cangreja y con el práctico a bordo ya , pues que llevaba la lancha al costado . Apenas arribó sobre la Punta del puerto , ya se la vio pasar rascando la Horadada por el sur del islote , y tomar en seguida , como dócil potro bien regido , el rumbo de la canal . La brisa la empujaba con cariño , y sobre copos de blandos algodones parecían mecerse sus amuras poderosas . Cada movimiento del barco arrancaba un comentario de aplauso a los inteligentes de San Martín y producía un tumulto en el corazón de Andrés , que era el más interesado de todos en las valentías de la corbeta y en la llegada de su capitán . Así se fue acercando poco a poco , siguiendo inalterable su derrotero , como quien pisa ya terreno conocido , que es , además , camino de su casa ; y tanto y con tal destreza atracaba a la costa de los espectadores , que cualquier ojo ducho en estas maniobras hubiera conocido que el práctico que la gobernaba se había propuesto demostrar a los contramaestres de muralla que allí no se trabajaba a lo zapatero de viejo , sino que se hilaba mucho y por lo fino . ¡ Y vaya si el tío Cudón , que era el práctico que había tomado a la corbeta en el Sardinero , sabía , como el más guapo , meter como una seda el barco de mayor compromiso ! Y en esto continuaba arribando , con un andar de siete millas ; y llegó a oírse el rumor de la estela , y el crujir de la jarcia al rehenchirse la lona , y el resonar de la cadena al ser sacada de sus cajas , y plegadas a proa las brazas suficientes de ella para dar fondo en el momento oportuno ; algún espectador creía distinguir caras conocidas sobre el puente ; llegó a verse claro y distinto al piloto Sama , sobre el castillo de proa , con sus botas de agua , su chaquetón oscuro y su gorra de galón dorado ... , y Andrés , exclamando : « ¡ Mírale ! » , apuntó , con el brazo tendido , a su padre , de pie sobre la toldilla de popa , junto a la rueda del timón , y la diestra en la driza de la bandera , con la cual , momentos después , y al hallarse la corbeta casi debajo de la visual de los espectadores de San Martín , respondió a las aclamaciones y saludos de éstos , izándola tres veces seguidas , mientras se llenaba la borda de estribor de tripulantes y pasajeros que agitaban al aire sus gorras y jipijapas . Entonces pudieron gozarse a la simple vista todos los detalles de la corbeta ... ¡ La muy presumida ! ¡ Cómo había cuidado , antes de abocar al puerto , de sacudirse el polvo del camino y arreglarse todos sus perifollos ! Sus bronces parecían oro bruñido ; traía las vergas limpias de palletería y sin sus forros de lona , burdas y cantos de cofa ; oscilaba en la batayola el catavientos de pluma , que sólo se luce en el puerto , y flameaban en los galopes de la arboladura la grímpola azul con el nombre del barco en letras blancas , la contraseña de la casa y la bandera blanca y roja de la matrícula de Santander . Otra vez saludó el pabellón de la Montañesa , y otra vez más volvieron a cruzarse vítores , ¡ hurras ! y sombreradas entre la gente de a bordo y la de tierra ; y como si el barco mismo hubiera participado del sentimiento que movía tantos ánimos , haciendo crujir de pronto todo su aparejo , hundió las amuras en el agua hasta salpicar las anclas , que ya venían preparadas sobre el capón y boza , y se tendió sobre el costado de babor , dejando al descubierto en el otro , por encima de las lumbres de agua , más de una hilada de reluciente cobre . En esta posición gallarda , meciéndose juguetona en el lecho la hervorosa espuma que ella misma agitaba y producía , se deslizó a lo largo del peñasco , rebasó en un instante el escollo de las Tres hermanas , cargáronse en seguida sus mayores y se arriaron gavias , foques y juanetes ; y muy poco más allá , a la voz resonante y varonil de ¡ fondo ! que se dejó oír perceptible y clara sobre el puente , caía un ancla en el agua y se percibía el áspero sonido de los eslabones al filar por el escobén más de cuarenta brazas de cadena . Con lo que la airosa corbeta , tras un fuerte estremecimiento , quedó inmóvil sobre las tranquilas aguas del fondeadero de la Osa , como corcel de bríos parado en firme por su jinete a lo mejor de su carrera . Tío Mocejón , el de la calle Alta ( porque había otro Mocejón , más joven , en el Cabildo de Abajo ) , era un marinero chaparrudo , rayano con los sesenta , de color de hígado con grietas , ojos pequeños y verdosos , de bastante barba , casi blanca , muy mal nacida y peor afeitada siempre , y tan recia y arisca como el pelo de su cabeza , en la cual no entraba jamás el peine , y rara , muy rara vez , la tijera . Tenía los andares como todos los de su oficio , torpes y desaplomados ; lo mismo que la voz , las palabras y la conversación . El mirar , en tierra , oscuro y desdeñoso . En tierra digo , porque en la mar , como andaba en ella , o por encima o alrededor de ella veía cuanto en el mundo podía llamarle la atención , ya era otra cosa . El vil interés y el apego instintivo al mísero pellejo le despertaban en el espíritu los cuidados ; y no hay como la luz de los cuidados para que echen chispas los ojos más mortecinos . En cuanto a genio , mucho peor que la piel , que la barba , las greñas , los andares y la mirada ; no por lo fiero precisamente , sino por lo gruñón , y lo seco , y lo áspero , y lo desapacible . Unos calzones pardos , que al petrificarse con la mugre , el agua de la mar y la brea de la lancha , habían ido tomando la forma de las entumecidas piernas ; unos calzones así , atados a la cintura , con una correa ; unos zapatos bajos , sin tacones ni señal de lustre , en los abotagados pies ; un elástico de cobertor , o manta palentina , sobre la camisa de estopa , y un gorro catalán puesto de cualquier modo encima de las greñas , como trapo sucio tendido en un bardal , componían el sempiterno envoltorio de aquel cuerpo , pasto resignado de la roña y muy capaz hasta de pactar alianzas con la lepra , pero no de dejarse tocar del agua dulce . Pues con ser así tío Mocejón , no era lo peor de la casa , porque le aventajaba en todo la Sargüeta , su mujer , cuyo genio avinagrado y lengua venenosa y voz dilacerante , eran el espanto de la calle , con haber en ella tantas reñidoras de primera calidad . Era más alta que su marido , pero muy delgada , pitarrosa , con hocico de merluza , dientes negros , ralos y puntiagudos ; el color de las mejillas , rojo curado ; y lo demás de la cara , pergamino viejo ; el pecho hundido , los brazos largos ; podían contarse los tendones y todos los huesos de sus canillas , siempre descubiertas , y apestaba a parrocha desde media legua . Nunca se le conoció otro atalaje que un pañuelo oscuro atado debajo de la barbilla , muy destacado sobre la frente y caído hacia los ojos , para que no los ofendiera la luz ; un mantón de lana , también oscuro y también sucio , y hasta remendado , cruzadas sobre el pecho las puntas y amarradas encima de los riñones ; un refajo de estameña parda , y en los pies unas chancletas con luces a todos los vientos . Sin embargo , hay quien asegura que era más llevadera esta mujer inaguantable , que su hija Carpia , moza ya metida en los diecinueve , tan desaliñada y puerca como su madre , pero más baja de estatura , más morena , más chata , tan recia de voz y tan larga de lengua , y , además , cancaneada . Era de oficio sardinera , y cosa de taparse la gente los oídos y los ojos , y aun las narices , cuando ella pasaba con el carpancho lleno , encima de la cabeza , chorreando la pringue sobre hombros y espaldas , cerniendo el corto y sucio refajo al compás del vaivén chocarrero de sus caderas , pregonando a gañote limpio la mercancía . Ninguna sardinera ponía la nota final más alta ni tan bien sostenida ; se llegaba a perder la esperanza de que aquel grito áspero y penetrante tuviera fin . Pero que cualquier transeúnte le diera a entender esa sospecha con el menor gesto , o mostrara su desagrado con la más leve palabra ; que cualquier fregona inexperta , después de preguntarle desde el balcón de la cocina « ¿ A cómo ? » , no replicara a su respuesta , o replicara de malos modos , o que después de haber replicado , por ejemplo , « A tres » , y de haber dicho la sardinera : « Abaja » , la fregona no bajara , o tardara en bajar ... ; ¡ era cuando había que oír y que ver lo que decía y hacía Carpia entonces , con el carpancho en el suelo , en mitad de la calle , y la vista unas veces en su agresor , o en el sitio que éste había ocupado , si se retiró prudentemente a lo escondido temiendo la granizada , y otras en el primer transeúnte que cruzara a su lado , o en todos los transeúntes , o en todos los balcones de la calle ! Mirándola en aquel trance , se dudaba cuál era en ella más asombroso , entre la palabra , la idea , el gesto , la voz y los ademanes ; y todo ello junto parecía imposible que cupiera en una criatura humana , y del mismo sexo en el cual se vinculan el aseo y la vergüenza . Y , sin embargo , Carpia no estaba enfadada de veras : aquello no era más que un ligero desahogo que se permitía entre burlona y despechada , porque cuando se enfadaba , es decir , cuando reñía con todo el ceremonial del caso entre el gremio , que ha llegado a formar escuela y va a la hora presente en próspera fortuna ... ¡ Dios de bondad ! ... En fin , casi tan terrible como su madre , de quien tomó el estilo , ora oyéndola en la vecindad , ora aprendiendo con ella a correr la sardina , llevando por las asas el carpancho entre las dos . Carpia tenía un hermano llamado Cleto , de menos edad que ella . Salía este hermano más a la casta de su padre que a la de su madre . Era sombrío y taciturno , pero trabajador . Andaba ya a la mar , y no se llevaba bien con su hermana . La daba patadas en la barriga , o donde la alcanzaba , cuando llegaba el caso de responder a las desvergüenzas de la sardinera . No sabía hablarla de otro modo . Esta apreciable familia habitaba el quinto piso de una casa de la calle Alta ( acera del sur ) , que tenía siete a la vista , y cuya línea de fachada se extendía muy poco más que el ancho de sus balcones de madera . Digo que tenía siete pisos a la vista , porque entre bodega , cabretes , subdivisiones de pisos y buhardillas , llegaba a catorce las habitaciones de que se componía , o , si se quiere de otro modo más exacto , catorce eran las familias que se albergaban allí , cada una en su agujero correspondiente , con sus artes de pescar , sus ropas de agua , sus cubos llenos de agalla con arena para macizo , sus astrosos vestidos de diario y toda la pringue y todos los hedores que estas cosas y personas llevan consigo necesariamente . Cierto que los inquilinos que tenían balcón le aprovechaban para destripar en él la sardina , colgar trapajos , redes , medio-mundos y sereñas , y que tenían la curiosidad de arrojar a la calle , o sobre el primero que pasara por ella , las piltrafas inservibles , como si el goteo de las redes y de los vestidos húmedos no fuera bastante lluvia de inmundicia para hacer temible aquel tránsito a los terrestres que por su desventura necesitaban utilizarle ; y en cuanto a los cubiles que no tenían estos desahogaderos , allá se las componían tan guapamente sus habitadores , engendrados , nacidos y criados en aquel ambiente corrompido , cuya peste les engordaba . De todas maneas , ¿ cómo remediarlo ? No vivían mejor los inquilinos de las casas contiguas y siguientes , ni los de la otra acera , ni todo el Cabildo de Arriba ... Lo propio que el de Abajo en las calles de la Mar , del Arrabal y del Medio . Volviendo a tío Mocejón , añado que era dueño y patrón de una barquía , por lo cual cobraba de la misma dos soldadas y media : una y media por amo y una por patrón ; o , lo que es lo mismo ( para los lectores poco avezados en esta jerga ) , de todo lo que se pescara , hecho tantas partes como fueran los compañeros de la barquía , se tiraba él dos y media . Procedía de abolengo esta riqueza ( mermada en la mitad en manos de Mocejón , puesto que lo heredado por éste fue una lancha ); y nadie sabe la importancia que esta propiedad le daba entre todo el Cabildo , en el cual era rarísimo el marinero que tenía una parte pequeña en la embarcación en que andaba ; ni lo que influyó en la Sargüeta y en su hija Carpia para que llegaran a ser las más desvergonzadas y temibles reñidoras del Cabildo . Como tío Mocejón era bastante torpe en números y se mareaba en pasando la cuenta de la que él pudiera echar con los dedos de la mano , bien agarrados , uno a uno , con la otra , la patrona , es decir , su mujer , era quien cobraba cada sábado el pescado vendido durante la semana al costado de la barquía , al volver ésta de la mar ; lances en los cuales había acreditado , principalmente , la Sargüeta , el veneno de su boca , lo resonante de su voz , lo espantoso de su gesto , lo acerado de sus uñas y la fuerza de sus dedos enredados en el bardal de una cabeza de la Pescadería . Por eso , del cepillo de las Ánimas sacara una revendedora los cuartos , si no los tenía preparados el viernes por la noche , antes que pedir a la Sargüeta diez horas de plazo para liquidar su deuda . Aunque patronas se llaman todas las mujeres de los patrones de lancha , cobren o no por su mano las ventas de la semana , en diciendo « la patrona » del Cabildo de Arriba , ya se sabía que se trataba de la Sargüeta . ¡ Qué tal patrona sería ! Ya se irá comprendiendo que no le faltaban motivos a la muchachuela Silda para resistirse a volver a la casa de que huyó . En cuanto a las razones que se tuvieron presentes para que la recogieran en ella cuando se vio huérfana y abandonada en medio de la calle , como quien dice , no fueron otras que la de ser Mocejón marinero pudiente , y , además , compadre de Mules , por haber éste sacado de pila al único hijo varón de la Sargüeta . Que costó Dios y ayuda reducir a Mocejón y toda su familia a que se hiciera cargo de la huérfana , no hay necesidad de afirmarlo ; ni tampoco que el padre Apolinar y cuantas personas anduvieran con él empeñadas en la misma empresa caritativa , oyeron verdaderos horrores , particularmente de Carpia y de su madre , antes de lograr lo que intentaban ; lo cual no aconteció hasta que el Cabildo ofreció a Mocejón una ayuda de costas de vez en cuando , siempre que la huérfana fuera tratada y mantenida como era de esperar . Mocejón quiso , por consejo de su mujer , que la promesa del Cabildo « se firmara en papeles por quien debiera y supiera hacerlo » , pero el Cabildo se opuso a la exigencia , y como ya había más de una familia dispuesta a recoger a Silda por la ayuda de costas ofrecida , sin que se declarara en papeles la oferta , tentóle la codicia a la Sargüeta , convenció a los demás de su casa , contando con que a un mal dar , del cuero le saldrían las correas de la muchacha , diole albergue en su tugurio , y poco más que albergue , y mucho trabajo . Por de pronto , no hubo cama para ella : verdad que tampoco la tenían Carpia ni su hermano . Allí no había otra cama , propiamente hablando , y por lo que hace a la forma , no a la comodidad ni a la limpieza , que el catre matrimonial , en un espacio reducidísimo , con luz a la bahía , el cual se llamaba sala porque contenía también una mesita de pino , una silla de bañizas , un escabel de cabretón y una estampita de San Pedro , patrono del Cabildo , pegada con pan mascado a la pared . Carpia dormía sobre un jergón medio podrido , en una alcoba oscura con entrada por el carrejo , y su hermano encima del arcón en que se guardaba todo lo guardable de la casa , desde el pan hasta los zapatos de los domingos . A Silda se la acomodó en un rincón que formaba el tabique de la cocina con uno de los del carrejo , es decir , al extremo de éste y enfrente de la puerta de la escalera , sobre un montón de redes inservibles y debajo de un retal de manta vieja . ¡ Si la pobre chica hubiera podido llevarse consigo la tarimita , el jergón , las dos medias sábanas y el cobertor raído a que estaba acostumbrada en su casa ... Pero todo ello , y cuanto había de puertas adentro , no alcanzó para pagar las deudas de su padre . Después de todo , aunque Silda hubiera llevado su cama a casa de tío Mocejón , se habrían aprovechado de ella Carpia o su hermano , y , al fin , la misma cuenta le saldría que no teniendo cama propia . No sé si discurría Silda de esta suerte cuando se acostaba sobre el montón de redes viejas del rincón de la cocina ; pero es un hecho averiguado que tenderse allí , taparse hasta donde le alcanzaba la media manta y quedarse dormida como un leño , eran una misma cosa . Algo más que la cama extrañaba la comida . No era de bodas la de su casa ; pero la que había , buena o mala , era abundante siquiera , porque entre dos solas personas , repartido lo que hay , por poco que sea , toca a mucho a cada una . Luego , como hija única de su padre , que no se parecía en el genio ni en el arte a Mocejón , era , relativamente , niña mimada ; por lo cual , de la parte de Mules siempre salía una buena tajada para aumentar la de su hija , al paso que , desde que vivía con la familia de la Sargüeta , nunca comía lo suficiente para acallar el hambre ; y lo poco que comía , malo , y nunca cuando más lo necesitaba , y , de ordinario , entre gruñidos e improperios , si no entre pellizcos y soplamocos . Siempre era la última en meter la cuchara común en la tartera de las berzas con alubias y sin carne , y todos los de la casa tenían un diente que echaba lumbres ; de modo que , por donde ellos habían pasado ya una vez , era punto menos que perder el tiempo intentar el paso . ¡ Tenían un arte para cargar la cuchara ! ... Cada cucharada de Mocejón parecía un carro de hierba . Solamente su mujer le aventajaba , no tanto en cargarla , como en descargarla en su boca , que le salía al encuentro con los labios replegados sobre las mandíbulas angulosas y entreabiertas , y los dientes oblicuos hacia afuera , como puntas de clavos roñosos ; luego ... luego nada , porque nunca pudo averiguar Silda , que no dejaba de ser reparona , si era la boca la que se lanzaba sobre la presa , o si era la presa la que se lanzaba , desde medio camino , dentro de la boca : ¡ tan rápido era el movimiento , tan grande la sima de la boca , tan limpia la dentellada y tan enorme el tragadero por donde desaparecía lo que un segundo antes se había visto , chorreando caldo , a media cuarta de la tartera ! No eran tan limpios en el comer Carpia y su hermano , aunque sí tan voraces ; pero lo mismo los hijos que los padres , tenían la buena costumbre , antes de soltar en la tartera la cuchara que acababan de tener en la boca , de darla dos restregoncitos contra los calzones o contra el refajo , a fin de quitar escrúpulos al que iba a tomar con ella su correspondiente cucharada , por riguroso turno . Porque Silda no lo hizo así el primer día que comió en aquella casa , la llamó puerca la Sargüeta y le dio Carpia un testarazo . Cuando no había olla , cosa que no dejaba de ocurrir a menudo , si abundaban las sardinas , Silda consolaba el hambre con un par de ellas , asadas , con un gramo de sal , encima de las brasas ; si no había sardinas o agujas , o panchos , o raya , o cualquier pescado de poca estimación en la plaza ( de lo cual le daba la Sargüeta una pizca mal aliñada , o un par de pececillos crudos ) , una tira de bacalao o un arenque , por todo compaño , para el mendrugo de pan de tres días , o el pedazo de borona , según los tiempos y las circunstancias . Tal era su comida : fácil es presumir cómo serían sus almuerzos y sus cenas . Entretanto , tenía que andar en un pie a todo lo que se le mandara , si quería comer eso poco y malo con sosiego ; y lo que se le mandaba era demasiado , ciertamente , para una niña como ella . Por de pronto , ayudar a las mujeres de casa , dentro o alrededor de ella , en el aparejo de la barquía , es decir , componer las redes , secarlas , hacer otro tanto con las velas y con las artes de pescar , etc . etc ... Cuando toda la familia , hombres y mujeres , iban a la pesca de bahía , especialmente a la boga ( pescado que entonces abundaba muchísimo , y que desapareció por completo años después , debido , según dice la gente de mar , a la escollera de Maliaño , porque precisamente el espacio que ella encierra era donde las bogas tenían su pasto ) , a la pesca de bahía tenía que ir Silda también , y a trabajar allí , aunque niña , tanto o más que las mujeres , o que Carpia , pues la Sargüeta rara vez iba ya a la bahía con su marido ; a ella se encomendaba preferentemente la engorrosa tarea de sacar la ujana , hundiendo en la basa las dos manos , con los dedos extendidos , como las layas de los labradores , y virar luego la tajada , y deshacerla en pedacitos para dar con las gusanas , que iba echando en una cazuela vieja , o en una cacerolilla de hoja de lata , con arena en el fondo . Otras veces se la veía con un cestito al brazo , picoteando el suelo con un cuchillo , a bajamar , para dar con las escondidas amayuelas ; o en las playas de arena , sacando muergos con un ganchito de alambre . Pero , al cabo , estas tareas y otras semejantes , aunque penosas , sobre todo en invierno , le daban cierta libertad , y a menudo pasaba ratos muy entretenidos con niñas y muchachos de su edad , que también andaban al muergo y a la amayuela y a la gusana y al chicote . Esto fue siempre lo preferible para ella : coger la esportilla y largarse a la Dársena , al arqueo del chicote , de la chapita y del clavo de cobre . Allí conoció a Muergo , y a Sula , y a otros muchachos raqueros de la calle de la Mar , y sobre todo al famoso Cafetera ( cuya biografía en libros anda hace años ) , que aunque de la calle Alta , no asomaba por ella jamás , y a Pipa y a Michero , y a más de una chicuela que andaban con ellos a todo lo que salía . Siguiendo a esta tropa menuda , se aficionó al Muelle-Anaos y a la vida independiente y divertida que hacía en aquel terreno famoso , en que cada cual campaba por sus respetos , como si estuviera a cien leguas de la población y de todo país civilizado . Insensiblemente fue retardando la hora de volver a casa , y volvía casi siempre con la espuerta vacía . En ocasiones no volvió hasta por la noche ; y como lo mismo la sacudían el polvo por faltar una hora que por faltar todo el día , optó serenamente por lo último ; y al Muelle-Anaos acudía casi diariamente , aunque la mandaran a la Peña del Cuervo , y con los del Muelle-Anaos aprendió a la Maruca . Así la conoció Andrés . Es de advertir que Silda , aunque asistía a todas las empresas y a todos los juegos de la pillería del Muelle-Anaos , rara vez tomaba parte en ellos más que con la atención ; no por virtud seguramente , sino porque era de ese barro : una naturaleza fría y muy metida en sí . Sabía dónde se upaba el cobre y el cacao y el azúcar , y de qué manera , y dónde se vendía impunemente , y a qué precio ; sabía dónde se gastaban los cuartos , así adquiridos , en tazas de café con copa , y lo que se daba por un ochavo , y por un cuarto , y por dos cuartos , y hasta por un real ; sabía cómo se jugaba al cané ... y sabía muchísimas cosas más que se enseñaban en aquella escuela de cuantos vicios pueden arraigar en criaturas vírgenes de toda educación física y moral ; pero jamás en su espuerta entró cosa que no pudiera cogerse a vista de todo el mundo ; ni vendió en el barracón del tío Oliveros un triste clavo ni una hebra de cáñamo ; ni tomó en sus manos un naipe para el cané , ni una piedra en las guerras de Bajamar entre raqueros y terrestres , o entre raqueros de la calle Alta y raqueros de la calle de la Mar . Satisfacíase con asistir a todo y enterarse de todo cuanto hacían los pilletes , impávida e insensible , por carácter , como se ha dicho ya , no por virtud . Andrés tampoco tomaba parte en las empresas raqueriles de los muchachos del Muelle-Anaos ; pero sí en sus pedreas , en sus zambullidas , en sus juegos de agilidad , en sus intentos , casi siempre logrados , de atrapar un perro y arrojarle al agua con un canto al pescuezo . Sus diversiones de preferencia allí eran remar con Cuco en su bote , y pescar con un aparejillo que tenía , desde las escaleras del Paredón . Esto le gustaba mucho también a Silda ; y en cuanto Andrés calaba la sereña , ya estaba ella a su lado , muy calladita y con los ojos clavados en el aparejo . - ¡ Que pican ! - solía decir alguna vez que otra , muy por lo bajo , viendo que la sereña se estremecía . - Es picada falsa - respondía Andrés sin halar el aparejo . Y así se pasaban los dos larguísimos ratos . Cuando se trababa algún pancho , Silda ayudaba a Andrés a encamar los anzuelos ; y si los panchos eran dos , ella destrababa el uno . Y a todo esto , calladita , impasible , y siempre con la cara , las manos y los pies limpios como un sol . Era como la señorita de aquella sociedad de salvajes ; a Andrés le hacía por eso mismo mucha gracia , y tenía con ella consideraciones y miramientos que jamás usaba con las otras niñas desharrapadas que solían andar por allí . En cambio , ella no mostraba mayor inclinación al vestido y a los modales de Andrés , que a la basura y a la barbarie de los raqueros . Al contrario , el objeto de sus visibles preferencias parecía ser el monstruoso Muergo , el más estúpido , el más feo y el más puerco de todos sus camaradas . Mas estas preferencias no se revelaban en el hecho solo de acercarse a él muy a menudo , pues a otros muchos se acercaba también , siempre que le daba la gana , sino en que con ninguno era tan cariñosa como con Muergo . - ¡ Límpiate los mocos y lávate esa cara , cochino ! - solía decirle ; o - : ¿ Por qué no te esquilan esa greña ? ... Dile a tu madre que te ponga una camisa . Entre tantos puercos y descamisados como andaban por allí , solamente se dolía de la roña y de la desnudez de Muergo . Y Muergo correspondía a estas relativas delicadezas de Silda , riéndose de ella , dándola una patada , o arrimándola un tronchazo como el de la Maruca . ¡ Y la preferencia continuaba , por parte de Silda ! ¿ Por qué razón ? Vaya usted a saberlo . Acaso la fuerza del contraste ; la misma monstruosidad de Muergo ; un inconsciente afán , hijo de la vanidad humana , de domar y tener sumiso lo que parece indómito y rebelde , y de embellecer lo que es horrible ; hacer con Muergo lo que algunas mujeres , de las llamadas elegantes en el mundo , hacen con ciertos perros lanudos y muy feos : complacerse en verlos tendidos a sus pies , gruñendo de cariño , muy limpios y muy peinados , precisamente porque son horribles y asquerosos y no debieran estar allí . Más fácil de explicar es la inclinación de Andrés al Muelle-Anaos y a la pillería que en él imperaba . Hijo de marino y llamado a serlo , los lances de la bahía le tentaban , y el olor del agua salada y el tufillo de las carenas le seducían ; y escogió aquel terreno para satisfacer sus apetitos marineros , porque allí había botes de alquiler , y lanchas abandonadas , y barcos en los careneros , y ocasión de bañarse impunemente y en cueros vivos a cualquier hora del día , y correr la escuela , fumar con entera tranquilidad , y muy principalmente porque otros chicos de su pelaje andaban también por allí muy a menudo : ventajas todas que no podían hallarse reunidas ni en la Dársena ni en los cañones del Muelle . Sólo la Maruca las ofrecía alguna vez ; y por eso iba también , de tarde en tarde , a la Maruca . Por lo que hace a su amistad con los raqueros , no había otro remedio que elegir entre ella y la fatiga de entrar en su terreno por la fuerza de las armas , lo cual era algo pesado y expuesto para hecho diariamente . Por lo común , se hacía la primera vez . Después se firmaban las paces , y se vivía tan guapamente con aquella pillería , cuidando de tenerla engolosinada con cigarros y cualquier chuchería de la ciudad , especialmente a Cuco , que , por su corpulencia y barbarie , era el más temible en sus bromas , aunque , a su modo , fuera sociable y cariñosote . Y como Silda iba apegándose más y más a la vida regalona del Muelle-Anaos , y sus ausencias de casa eran más largas cada día , y el Cabildo no parecía acordarse de dar la ofrecida ayuda de costas , y la familia de Mocejón estaba resuelta a no mantener de balde a una chiquilla tan inútil y rebelde , ocurrió una noche lo de la tunda aquélla , que obligó a Silda , que tantas había sufrido ya , a largarse a la calle y a dormir en una barquía , por no querer aceptar la oferta que , al bajar , la hizo al oído el bueno del tío Mechelín , marinero que , con su mujer , tía Sidora , ocupaba la bodega , o sea la planta baja de la casa . Y como es preciso hablar algo de esta nueva familia que aparece aquí , y el presente capítulo tiene ya toda la extensión que necesita , quédese para el siguiente , en el cual se tratará de ese asunto ... y de otro más , si fuere necesario . Todo lo contrario de Mocejón y de la Sargüeta , así en lo físico como en lo moral , eran Mechelín y tía Sidora . Mechelín era risueño , de buen color , más bien alto que bajo , de regulares carnes , hablador , y tan comunicativo , que frecuentemente se le veía , mientras echaba una pitada a la puerta de la calle , referir algún lance que él reputaba por gracioso , en voz alta , mirando a los portales o a los balcones vacíos de enfrente , o a las personas que pasaban por allí , a falta de una que le escuchahead vra de cerca . Y él se lo charlaba y él se lo reía , y hasta replicaba , con la entonación y los gestos convenientes , a imaginarias interrupciones hechas a su relato . También era algo caído de cerviz y encorvado de riñones ; pero como andaba relativamente aseado , con la cara bastante bien afeitada , las patillas y pelo , grises , no precisamente hechos un bardal , y era tan activo de lengua y tan alegre de mirar , aquellas encorvaduras sólo aparentaban lo que eran : obra de los rigores del oficio , no dejadez y abandono del ánimo y del cuerpo . Entonaba no muy mal , a media voz , algunas canciones de sus mocedades , y sabía muchos cuentos . Su mujer , tía Sidora , también gastaba ordinariamente muy buen humor . Era bajita y rechoncha ; andaba siempre bien calzada de pie y pierna , vestida con aseo , aunque con pobreza , y gastaba sobre el pelo pañuelo a la cofia . Nadie celebraba como ella las gracias de su marido , y cuando la acometía la risa , se reía con todo el cuerpo ; pero nada le temblaba tanto al reírse como el pecho y la barriga , que , tras de ser muy voluminosos de por sí , los hacía ella más salientes en tales casos , poniendo las manos sobre las caderas y echando la cabeza hacia atrás . Pasaba por regular curandera , y casi se atrevía a tenerse por buena comadrona . Nunca había tenido hijos este matrimonio ejemplarmente avenido . Tío Mechelín era compañero en una de las cinco lanchas que había entonces en todo el Cabildo de Arriba , en el cual abundaron siempre más las barquías que las lanchas , y tía Sidora estaba principalmente consagrada al cuidado de su marido y de su casa ; a vender , por sí misma , el pescado de su quiñón , cuando no hubiera preferido venderlo al costado de la lancha , y acompañar , a jornal , en la Pescadería , a alguna revendedora de las varias que la solicitaban en sus faenas de pesar , cobrar , etc . El tiempo sobrante le repartía en la vecindad de la calle , recetando conocimientos aquí , restañando heridas allá , cortando un refajo para Nisia o frunciendo unas mangas para Conce ... o « apañando una criatura » en el trance amargo . Como no había vicios en casa , ni muchas bocas , tía Sidora y su marido se cuidaban bastante bien , y hasta tenían ahorradas unas monedas de oro , bien envueltas en más de tres papeles , y guardadas en lugar seguro , para « un por si acaso » . Los domingos se remozaban , ella con su saya de mahón azul oscuro ; medias , azules también , y zapatos rusos ; pañolón de seda negra , con fleco , sobre jubón de paño , y a la cabeza otro pañuelo oscuro . Él , con pantalón acampanado , chaleco y chaqueta de paño negro fino , corbata a la marinera , ceñidor de seda negra y boina de paño azul con larga borla de cordoncillo negro ; la cara bien afeitada , y el pelo atusado ... hasta donde su aspereza lo consintiera . Todas estas prendas , más una mantilla de franela con tiras de terciopelo , que usaban las mujeres para los entierros y actos religiosos muy solemnes , las conservaron hasta pocos años ha , como traje característico y tradicional , las gentes de ambos Cabildos de mareantes . Con una moza del de Abajo llegó a casarse ( ¡ raro ejemplar ! ) un hermano de Mechelín que era callealtero , como toda su casta . ¡ Bien se lo solfearon deudos , amigos y comadres ! « Mira que eso va contra lo regular , y no puede parar en cosa buena ! ¡ Mira que ella tampoco lo es de por suyo ni de casta lo trae ! ... ¡ Mira que Arriba las tienes más de tu parigual y conforme a la ley de Dios , que nos manda que cada pez se mantenga en su playa ! ... ¡ Mira que esto y que lo otro , y mira que por aquí y mira que por allá ! » Y resultó , andando el tiempo , lo anunciado en el Cabildo de Arriba ; no , a mi entender , porque la novia fuera del de Abajo , sino porque realmente no era buena « de por suyo » , y se dio a la bebida y a la holganza , hasta que el pobre marido , cargado de pesadumbres y de miseria , se fue al otro mundo de la noche a la mañana , dejando en éste una viuda sin pizca de vergüenza , y un hijo de dos años , que parecía un perro de lanas , de los negros . Mechelín y su mujer amparaban , en cuanto podían , a estos dos seres desdichados ; pero al notar que sus socorros , lo mismo en especie que en dinero , los traducía la viuda en aguardiente , dejando arrastrarse por los suelos a la criatura , desnuda , puerca y muerta de hambre , amén de echar pestes contra sus cuñados , por roñosos y manducones , y de que el chicuelo a medida que crecía se iba haciendo tan perdido y mucho más soez que su madre , cortaron toda comunicación con sus ingratos parientes . Así pasaron cuatro años , durante los cuales creció el rapaz y llegó a ser el Muergo que nosotros conocemos . Muergo , pues , era sobrino carnal de tío Mechelín , en cuya casa no recordaba haber puesto jamás los pies ; y su madre , la Chumacera , sardinera a ratos , había obtenido por caridad , de los que fueron compañeros de lancha de su difunto , la peseta diaria que gana una mujer por el trabajo de madrugar para la compra de carnada ( cachón , magano , etc . ) para la lancha , a los pescadores o boteros de la costa de la bahía . El miedo a perder la ganga de la peseta , la obligaba a ser fiel y puntual en este encargo , único que supo desempeñar honradamente en toda su vida . ¡ Con cuánto gusto tío Mechelín y su mujer hubieran llevado a su lado al niño , huérfano de tan buen padre , si hubieran creído posible sacar algo , mediano siquiera , de aquella veta montuna y bravía , y muy particularmente sin los riesgos a que les exponía este continuo punto de contacto con la sinvergüenza de su madre ! Porque el tal matrimonio se perecía por una criatura de la edad , poco más o menos , del salvaje sobrino , para que llenara algo de la casa , como la llenan los hijos propios , tan deseados de todos los que no los tienen . Así es que cuando comenzaron las negociaciones del padre Apolinar con tío Mocejón para que éste recogiera a Silda en su casa , los ojos se les iban a los inquilinos de la bodega detrás de la niña que jugaba en la calle ; y muy tentados estuvieron más de una vez , viendo bajar al fraile de mal humor , a tirarle del manteo para llamarle adentro y decirle por lo bajo : « ¡ Tráigala usted aquí , pae Polinar , que nosotros la recibiremos de balde , y muy agradecidos todavía . » Pero el acuerdo era cosa del Cabildo , que bien estudiado le tendría ; y , además , no querían ellos que en casa de Mocejón llegara a creerse que el intento de apandarse « la ayuda de costas » ofrecida , era lo que les movía a recoger a la huérfana . - ¡ Cuidao - decía Mechelín a tía Sidora - , que ni pintá en un papel resultara más al respetive de la comenencia ... ¡ Finuca y limpia es como una canoa de rey ! - En verdá - añadía tía Sidora - , que pena da considerar la vida que le aguarda allá arriba , si Dios no se pone de su parte . - ¡ Uva ! - añadía el marido , que usaba esta interjección siempre que , a su entender , un dicho no tenía réplica . Cuando Silda fue recogida en el quinto piso , tío Mechelín , que la vio subir , dijo a tía Sidora : - ¡ Enfeliz ! ... ¡ No tendrás tan buen pellejo cuando abajes ! ... ¡ Y eso que has de abajar pronto ! - Lo mismo creo - respondió la mujer , muy pensativa y con las manos sobre las caderas - . Pero tú y yo , agua que no hemos de beber , dejémosla correr ; y la lengua , callada en la boca , que más temo a esa gente de arriba que a una galerna de marzo . - ¡ Uva ! - concluyó Mechelín con una expresiva cabezada , guiñando un ojo , dándose media vuelta y poniéndose a canturriar una seguidilla , como si no hubiera dicho nada , o temiera que le pudieran oír los de arriba . Pero desde aquel momento no perdieron de vista a la pobre huérfana , que , a juzgar por su impasible continente , parecía ser la menos interesada de todos en la vida que arrastraba en el presidio a que se la había condenado creyendo hacerla un favor . Se condolían mucho de ella , viéndola en los primeros meses , de invierno riguroso , entrar en casa tiritando y amoratada de frío , con el cesto de los muergos al brazo , y con la cacerola de gusanas entre manos ; o bajar del piso con cardenales en la cara , y con el pañuelo del cuello por venda sobre la frente . Nunca la vieron llorar ni señales de haber llorado , ni pudieron sorprender entre sus labios una queja . En cambio , la lengua se le saltaba de la boca a tía Sidora con las ganas que tenía de sonsacar pormenores a la niña ; pero el miedo que tenía a los escándalos de la familia de Mocejón , la obligaba a contenerse . En ocasiones , al sentir que bajaba Silda , se atravesaba el pescador o la marinera , a la puerta de la calle , con un zoquete de pan , haciendo que comía de él , pero en realidad , por tener un pretexto para ofrecérsele . - ¡ Bien a tiempo llegas , mujer ! - le decía con fingida sorpresa - . A volver iba al arca este pan , porque no tengo maldita la gana . Si tú lo quisieras ... Y se le dejaba entre las manos , preguntándole al oído : - ¿ Qué tal andamos hoy de apetito ? - Una cosa regular - decía la niña , revelando , en el afán con que apretaba el zoquete , las ganas que tenía de devorarle . Pero no podían conseguir que se detuviera allí un instante , ni que al pasar les dijera una sola palabra de las que ellos querían oír . ¿ Era miedo que tenía la niña a las venganzas de sus protectores ? ¿ Era dureza y frialdad de carácter ? Ellos achacaban la reserva a lo primero , y esta consideración doblaba a sus ojos el valor de las prendas morales de aquella inocente mártir . Vieron , días andando , cómo ésta volvía tarde a casa , y averiguaron la vida que hacía fuera de ella , y los castigos que se le daban por su conducta , y las veces que había dormido a la intemperie , en el quicio de una puerta o en el panel de una lancha . - ¡ Y acabarán con la infeliz criatura , dispués de perderla ! - exclamaba tío Mechelín al hablar de ello - . Tan tiernuca y polida , déla usté carena por la mañana , lapo al megodía y taringa por la noche , con poco de boquibilis y no digo yo ella , una navío de tres puentes se quebranta ... ¡ Fuérame yo , en su caso , pa no golver en jamás ! - Como llegará a suceder - añadió la marinera - , si Dios antes no lo remedia . ¡ Eso tiene el poner , sin más ni más , la carne en boca de tiburones ! - ¡ Uva ! Una noche , después de haber resonado hasta en la bodega los horrores que vomitaban en el quinto piso las bocas de la Sargüeta y de Carpia contra la niña , que poco antes había llegado a casa , y dos ayes de una voz infantil , penetrantes , agudos , lamentosos , como si inopinadamente una mano brutal arrancara de un tirón a un cuerpo lleno de salud todas las raíces de la vida ; después de haberse asomado a la puerta de cada guarida algún habitante de ella , no obstante lo frecuentes que eran en aquella vecindad , más arriba o más abajo , las tundas y los alborotos , tío Mechelín y su mujer vieron a Silda que bajaba el último tramo de la escalera con igual aceleramiento que si la persiguieran lobos de rabia . La salieron al encuentro en el portal ( tía Sidora con el candil en la mano ) , y observaron que la niña traía las ropitas en desorden , el pelo enmarañado , los ojos humedecidos , la mirada entre el espanto y la ira , la respiración anhelosa y el color lívido . - ¡ Déjeme pasar , tía Sidora ! - dijo la niña a la marinera , al ver que ésta le cerraba el camino de la calle . - Pero ¿ aónde vas , enfeliz , a tales horas ? - exclamó la mujer de Mechelín , tratando de detenerla . - Me voy - añadió Silda , deslizándose hacia la puerta , no cerrada todavía - , para no volver más . ¡ Todos son malos en esa casa ! - ¡ Métete en la mía , ángel de Dios , siquiera hasta mañana ! - dijo el pescador , deteniendo con gran dificultad a la niña . - ¡ No , no ! - insistió ésta , desprendiéndose de la mano que blandamente la sujetaba - , que está muy cerca de la otra . Y salió del portal como un cohete . - ¡ Pero escucha , alma de Dios ! ... ¡ Pero aguarda , probetuca ! ... Así exclamaba tía Sidora viendo desaparecer a Silda en las tinieblas de la calle , sin resolverve a dar dos pasos en ella detrás de la fugitiva ; porque el mismo Mechelín , con tener buena vista , entre las mejores de los de su oficio , no pudo saber , por ligero que anduvo , si la niña había seguido calle adelante , hacia Rúa Mayor , o había tirado hacia el Paredón , o por la cuesta del Hospital . El lector sabe lo que fue de ella aquella noche y a la mañana siguiente , por habérselo oído referir a Andrés y haberla visto , tan descuidada y campante , en casa del padre Apolinar , junto a la Maruca , en la Fuente Santa y en los prados de Molnedo . No habría llegado a la Maruca con Andrés y su séquito de raqueros , cuando ya el padre Apolinar , con el sombrero de teja caído sobre los ojos , la cabeza muy gacha por miedo a la luz , y los embozos del pelado manteo recogidos entre sus manos cruzadas , restregando , alguna vez que otra , el cuerpo contra la camisa ( si es que no la había dado también , desde que salimos de su casa con el relato ) y carraspeando a menudo , atravesaba los Mercados del Muelle , con rumbo a la calle Alta . Sin ser visto , ¡ cosa rara ! , de la tía Sidora , cuando menos , pues estaba abierta de par en par la puerta de su bodega , llegó al quinto piso , y llamó con los nudillos de la mano , diciendo al mismo tiempo : - ¡ Ave María ! Una voz de mujer respondió una indecencia desde allá dentro ; pero con tal dejo , que el exclaustrado , sin soltar de sus manos cruzadas los embozos del manteo , se rascó dos veces seguidas las espaldas , por el procedimiento acostumbrado , y murmuró , después de carraspear : - ¡ Mucha mar de fondo debe haber aquí ! En seguida volvió a carraspear y a resobarse ; empujó la puerta , como la voz se lo había ordenado , y entró . Mocejón estaba a la mar ; pero estaban en casa , destorciendo filásticas de chicotes viejos , la Sargüeta y su hija , las cuales , aunque no esperaban seguramente la visita del bendito fraile , en cuanto le vieron delante sospecharon el motivo que le llevaba allí ; porque , con tener todavía entre dientes el suceso de la noche anterior , recordaron las insistencias del padre Apolinar para que se cumplieran los intentos del Cabildo respecto de la huérfana de Mules ; las torres y montones que les había ofrecido en cambio del amparo que les pedía ; la veces que le habían reclamado infructuosamente el cumplimiento de las ofertas ... En fin , que les dio el corazón que venía a lo de Silda ; y sin esperar a que acabaran de darle los buenos días , ya temblaba la casa . Tío Mechelín no había ido a la mar aquel día , porque había pasado la noche con un ladrillo , envuelto en bayeta amarilla , en el costado de estribor , para matar un dolorcillo que se le presentó poco antes de meterse en la cama ; obra , en su opinión y en la de su mujer , del disgusto que tomó , en seguida de la cena , con el suceso de Silda . El dolor se calmó mucho a la madrugada , y en dudas estuvo el enfermo , al oír en la calle el grito de ¡ arriba ! del deputao , que tiene esa obligación , y por ella cobra , de levantarse como todos los demás compañeros ; pero no se lo consintió su mujer , y se aguantó en la cama hasta bien entrado el día . Entonces se vistió ; desayunóse con una mediana ración de cascarilla con leche , y , por no aburrirse , se puso a torcer , a la teja , unos cordeles de merluza . No le llenaba del todo este procedimiento , pues era más recomendado , por más seguro , el de torcer a la pierna , es decir , sobre el muslo con la palma de la mano , en lugar de atar un casco de teja al extremo de la cuerda y hacerle dar vueltas en el aire . Pero notó tío Mechelín , al ponerse a trabajar , que al continuo sobar la cuerda con la palma de la mano sobre el muslo , se le despertaba el dolor con más crudeza que del otro modo , y optó por el cascote . Así estuvo trabajando hasta muy cerca del mediodía . Mientras él remataba la última braza de las noventa que pensaba dar al cordel que tenía entre manos , su mujer colocaba , pues sabía hacerlo primorosamente , un anzuelo grande , el único que lleva el aparejo de merluza , al extremo de la sotileza , o alambre fino en que debía terminar el cordel , y tenía convenientemente dispuesto el chumbao , o peso de plomo que se amarra en el empalme de la sotileza con el cordel , para que el aparejo , al ser calado , se vaya a pique . Por tales alturas andaba ya este negocio cuando en las de la escalera se oyeron las voces de la Sargüeta y de Carpia , que respectivamente decían a gritos : - ¡ Pegotón ! - ¡ Magañoso ! Y al mismo tiempo , el zumbar de otra voz áspera y varonil , y los golpes sonoros en los inseguros peldaños , como de zancas torpes que bajaran por ellos , saltándolos de tres en tres . El matrimonio de la bodega salió despavorido al portal , adonde no tardó en llegar , haciéndose cruces con una mano , agarrándose con la otra a la sucia barandilla y murmurando latines y fulminando conjuros , el padre Apolinar . - ¡ De ira proterva ... de iniquitatibus corum ... libera me ... libera me . Domine , et exaudi orationem meam ! ... ¡ Jesús , Jesús ... Jesús , María y José ! ... ¡ Furias , furias del averno ! ... ¡ Ufff ! ... ¡ Fugite ... fugite ! ... ¡ Carne mísera ! ... Tu palabra impía escandalizará a la Tierra ; pero el Señor te confundirá ... te confundirá ... ¡ Alabado sea su santísimo nombre ! Así bajaba exclamando el aturdido fraile , y así llegó al último peldaño , sin dejar de oírse las otras voces que desde allá arriba le apedreaban con amenazas y con improperios . - ¡ Farfallón ! - ¡ Piojoso ! Esto fue lo más blando y lo último que se le dijo al pobre hombre ... desde lo alto de la escalera ; porque , apenas callaron allí las voces , aparecieron en el balcón , más venenosas y desvergonzadas , contando las voceadoras con dar al fraile una corrida en pelo a todo lo largo de la calle . Mirándolas con espanto se quedó el infeliz , al oírlas de nuevo por allí , con los pies clavados en el portal y un latín cuajado en la entreabierta boca . ¡ Salir entonces ! ¡ Quién se lo mandara ! Pero no hubiera salido de ningún modo , porque para que no saliera sin hablar con ellos , se le habían puesto delante tía Sidora y su marido ; los cuales , haciéndole señas para que callara , le cogieron cada uno por un embozo del manteo y le condujeron a la bodega , cuya puerta cerraron después de entrar . Tenía esa habitación una salita con alcoba , a la parte del sur , con una ventana enrejada que las llenaba de luz , y aún sobraba algo de ella para alumbrar un poco una segunda alcoba , separada de la primera por un tabique con un ventanillo en lo alto , y entrada por el carrejo que conducía a la sala desde la puerta del portal . Cuando esta puerta se abría , se notaban ciertas señales de claridad en la cocina y dos mezquinas accesorias que caían debajo de la escalera . Cerrada la puerta , todo era negro allí , y no tenía otro remedio tía Sidora que encender un candil , aunque fuera al mediodía . Las puertas de las alcobas tenían cortinas de percal rameado ; las paredes estaban bastante bien blanqueadas , y en las de la sala había tres estampas : una de la Virgen del Carmen , otra de San Pedro , apóstol , y otra del arcángel San Miguel , con sus marcos enchapados en caoba . Debajo de la Virgen del Carmen había una cómoda , con su espejillo de tocador encima , algo resobado todo ello y marchito de barniz , pero muy aseado ; como las cuatro sillas de perilla y los dos escabeles de pino , y el cofre de cuero peludo con barrotes de madera claveteada , y hasta el cesto de los aparejos , que estaba encima de uno de los escabeles , y el suelo de baldosas que sostenía todos estos muebles y cachivaches . La cama , que se veía por entre las cortinas recogidas sobre sendos clavos romanos , algo magullados ya y contrahechos , llenando dos tercios muy cumplidos de la alcoba , no estaba mal de mullida , a juzgar por lo mucho que abultaba lo que cubría una colcha de percal , llena de troncos entretejidos , de gallos encarnados y azules , y de otros volátiles pintorescos . El tufillo que se respiraba allí , algo trascendía a dejo de pescado azul y humo reconcentrado ; pero , así y todo , una tacita de plata llena de pomada de rosas parecía aquella bodega , comparada con todas y cada una de las viviendas de la escalera . Y vamos al caso . Fray Apolinar fue conducido , del modo susodicho , hasta la salita . Allí se dejó caer en una silla que le preparó muy solícito tío Mechelín , y después de quitarse el sombrero , que puso sobre otra silla , y de pasarse por la cara un arrugado pañuelo de hierbas , continuó así sus interrumpidas lamentaciones . - ¡ Carne ... , carne mísera , frágil y pecadora ! ¡ Buff ! ... ¡ Qué sinvergüenzas ! ... ¡ Ni consideración al hombre de bien , ni respeto al sacerdote ... , ni temor de Dios ! ¡ Y seguirá el improperio a la luz del día ! ¡ Lenguas de serpiente ! A bien que yo nada debo y con nada pago . ¡ Magañoso ! ... Corriente : el hombre más honrado puede serlo como yo lo soy ... y como lo es ella , cuerno ; que bien magañosa es ... ¡ Farfallón ! ... porque ofrezco , en nombre de otro , lo que otro se resiste a dar ... porque no debe darlo ... ¿ Es merecido el epíteto ? Pues dígote ¡ pegotón ! ¡ Pegotón ! ¿ Por qué ? ¿ De quién ? Cierto que nadie lo creerá del padre Apolinar ... pero los que no le conozcan ... ¡ Y en qué ocasión ! Mira , hombre ... , ¡ y Dios me confunda si lo hago por bambolla ! ... ( Y se levantó la sotana hasta más arriba de las rodillas , dejando ver que sólo cubrían sus largas piernas unos calzoncillos de algodón y unas medias negras y recosidas , de estambre . ) Y perdona el modo de señalar , Sidora ; pero una hora hace tenía yo pantalones , aunque malos ... ¡ Mira si he prosperado de entonces acá ! ... ¡ Si seré pegotón ! ... ¡ Carne , carne concupiscente y corrompida ! ... Pero , en fin , más pasó Cristo por nosotros , con ser quien era ... , ¡ Desvergozadas ! ... Et dimite nobis , Domine , debita nostra , sicutnos dimitimus debitoribus nostris ... Porque yo os perdono con todo mi corazón , y si otra me queda , que con ella reviente ... ¡ Picaronazas ! ¿ Sigue el infierno vomitando escorias todavía , Miguel ? ... ¡ Oyes sus voces protervas en el balcón , Sidora , tú que tienes buen oído ? - Y a usté ¿ qué le importa que griten o que se callen ? - respondió la marinera , queriendo echar a broma aquel paso , que trascendía a prólogo de tragedia - . Hágales la cruz como al demonio y témplese los nervios ; que cuanto más solimán echen ahora , menos tendrán en el cuerpo para la otra vez . - ¡ Uva ! - añadió tío Mechelín , que no quitaba ojo al exclaustrado , ni perdía una palabra de las pocas , pero buenas , que llegaban a sus oídos desde el balcón del quinto piso , no obstante estar cerrada la puerta de la bodega - . ¡ Esa es la fija : proba a la cellisca , y vira por avante ! - Es que , si declaro mi verdad , ni en este puerto cerrado me creo seguro contra esos huracanes ... ¡ Si huelen que estoy aquí ! ... ¡ Cuerno ! ... Y no es que tiemble mi carne flaca , sino que temo a más de una mala lengua que a un bote de metralla . - Si agüelen que está usté aquí , pae Polinar - repuso en voz solemne tío Mechelín , preparándose como para decir una gran cosa - ; si agüelen que está uste aquí ... sera como si no lo agolieran ; porque a mi casa no atraca nadie cuando yo hago una raya en la puerta . - ¡ Bah ! ... - añadió tía Sidora con muchísimo retintín - . ¿ No hay más que querer asomar el hocico en casa de naide , pa salirse con la suya ? ... Échese , échese a la espalda , pae Polinar , esos cuidados , díganos , con dos pares de rejones que las entren de pecho a espalda , ¿ qué mil demonios ha tenido con ellas ? ¿ Qué mala ventisca le llevó hoy , santo de Dios , a caer entre las uñas de esas gentes ? - ¡ Uva , uva ! ... Eso es lo que hay que saber . - Pues , hijos de mi alma - dijo el exclaustrado después de enjugar blandamente los sanguinolentos bordes de sus párpados con un retal de lienzo fino que traía guardado para esos lances - , con dos palabras os mataré la curiosidad ... que se presenta en mi casa la niña ... - ¿ Qué niña ? - La del difunto Mules . - ¿ Silda ? - Así creo que se llama . - ¿ Cuándo se presentó ? - No creo que hace una hora todavía . - ¿ De aónde venía ? ... ¿ Ónde está ? - Cállate la boca , hombre ; que todo irá saliendo cuando deba salir ... Y dempués , pae Polinar , ¿ qué resultó ? - Digo que se me presenta la niña , o , para que el demonio no se ría de la mentira , me la presentan y se me dice : « Padre Apolinar , que anoche la golpearon y la maltrataron en su casa y se escapó de ella , y durmió en una barquía , y que ya no tiene más casa que la calle , con el cielo por tejado ... y que a ver cómo arregla usted este negocio ... » Porque ya sabéis , hijos míos , que al padre Apolinar se le encomienda , en los dos Cabildos , el arreglo de todas las cosas que no tienen compostura ... Ésa es mi suerte . No es cosa mayor ; pero las hay peores ... y , sobre todo , a mí no me toca escoger ... Que el padre Apolinar oye esto , y que , en bien de la niña desamparada , piensa acudir a casa de Mocejón , para oír ... , para saber ... , para implorar , si convenía ... Y que vengo , y que llamo , y que me mandan entrar , y que entro ... y que , en lugar de oírme , me injurian y vilipendian , porque intercedí para que recogieran a la muchacha y el Cabildo no les ha dado lo que les ofreció por otras bocas y por la mía ; y que me lo habré comido yo , y que me harán y que me desharán ... Y ¡ cuerno ! , que tuve que salir ahumando , por que no me devoraran aquellas furias ... Y ya sabéis del caso tanto como yo . Tía Sidora y su marido cambiaron entre sí una mirada de inteligencia ; y no bien acabó el padre Apolinar su relato , díjole aquélla : - ¿ De modo que , a la hora presente , Silda está sin amparo ? - Como no sea el de Dios ... - respondió el fraile . - Ése a naide falta - replicó la marinera - ; pero ayúdate y te ayudaré ... ¿ Y qué es de ella , la infeliz ? - No te lo puedo decir . De mi casa salió ... para ir a ver entrar la Montañesa , con el hijo del capitán ... ¡ Mira si la acongoja bien lo que le pasa ! ¡ Recuerno con la cría ! - Cosas de inocentes , pae Polinar . Dios lo hace . Y usté ¿ qué rumbo piensa tomar ? - El de mi casa en cuanto salga de aquí . - Digo yo respetive a la muchacha . - Pues respetive a la muchacha digo yo también . Después , daré cuenta de todo al alcalde de mar de este Cabildo , para que sepa lo que ocurre ; y allá se descuernen ellos ... Yo , lavo inter inocentes manos meas . - Y si en tanto le saliera a la pobre desampará un buen refugio - preguntó tía Sidora , mientras su marido confirmaba las palabras con expresivos gestos y ademanes - , ¿ por qué no le había de aprovechar ? - ¡ Uva ! - concluyó el tío Mechelín acentuando la interjección con un puñetazo al aire . - ¡ Un buen refugio ! - exclamó el fraile - . ¡ Qué más quisiera ella ! ¡ qué más quisiera yo ! Pero ¿ dónde está él , Sidora de mis pecados ? - Aquí - respondió con vehemencia cordialísima la marinera , sacando más pecho y más barriga que nunca - . En esta misma casa . - ¡ Uva ! - añadió tío Mechelín - . En esta misma casa . - ¡ Aquí ! - exclamó asombrado fray Apolinar - . Pero ¿ estáis dejados de la mano de Dios ? ¡ Tenéis la paz y buscáis la guerra ! - ¿ Por qué la guerra ? - ¿ Sabéis que es una cabra cerril esa chiquilla ? - Porque no ha tenido buenos pastores ; ahora los tendría . - ¿ Y las del quinto piso ? ... ¿ Pensáis que os darán hora de sosiego ? - Ya nos entenderemos con esas gentes : por buenas , si va por las buenas ; y si va por malas ... hasta para la mar hay conjuros , bien lo sabe usté . - Pues hijos - exclamó fray Apolinar , levantándose de la silla y calándose el sombrero de teja - , con tan buena voluntad , no ha de faltaros el auxilio de Dios . Mi deber era poneros en los casos ; y ya que os puse y no os espantan , digo que me alegro por el bien de esa inocente ; y como no digo más que lo que siento , ahora mismo me largo en busca de su rastro , sin más miedo a los demonios del balcón que a los mosquitos del aire ... Bofetones , afrentas y cruz sufrió Cristo por nosotros ... Ánimo , y a sufrir algo por Él . Y salió acompañado del honradote matrimonio . Al pasar por delante de la alcoba del carrejo , tía Sidora , alzando las cortinillas de la puerta , dijo deteniendo al fraile : - Mire y perdone , pae Polinar . Aquí pensamos ponerla . Se llevarán estas ropas de agua y todos estos trastos de la mar , que ocupan mucho y no agüelen bien , al rincón de adjunto la cocina ; se arreglará como es debido la cama , que ahora no tiene más que el jergón ; y hasta el dormir la oiremos nosotros desde la otra alcoba . ¡ Verá qué guapamente va a estar ! ... Como hubiera estado el lichón de mi sobrino si fuera merecedor de ello . - ¿ Qué sobrino ? - preguntó el fraile andando hacia la puerta del portal . - El hijo de la Chumacera , de allá abajo . - ¡ Ah , vamos ... , Muergo ! ... ¡ Buen pez ! Si va de la que va , te digo que hará buena a su madre . Carne , carne también , mordida del gusano corruptor ... ¡ Buen pez ! ... ¡ bueno , bueno , bueno ! Conque hasta luego : vaya , adiós , Miguel ; ea , adiós , Sidora . Los cuales le oyeron claramente murmurar estas palabras , en cuanto puso los pies en el portal : - ¡ Domine , exaudi orationem meam ! Porque sin duda iba pidiendo al Altísimo que le librara de las injurias que las del quinto piso quisieran lanzarle desde el balcón . Si hace la salida un minuto antes , el haber pasado , como pasó , desde aquel punto de la calle hasta la esquina de la cuesta del Hospital , sin oír una injuria , hubiera sido un verdadero milagro ; pues aún estaban entonces , de codos sobre la barandilla , echando pestes por la boca , la Sargüeta y su hija Carpia . No se le olvidaban a Andrés , con las glorias , las memorias . Había prometido a Silda ver al padre Apolinar al volver de San Martín ; y para cumplir su promesa , dejó el camino derecho que llevaba , un poco después del mediodía , por detrás del Muelle , y se dirigió a la calle de la Mar , atravesando una galería de los Mercados de la plaza Nueva . Sentada en el primer peldaño de la escalera del padre Apolinar , halló a Silda , muy entretenida en atarse , al extremo de su trenza de pelo rubio , un galón de seda de color rosa . Tan corta era la trenza todavía , que después de pasada por encima del hombro izquierdo , apenas le sobraba lo necesario para que los ojos alcanzaran a presidir las operaciones de las manos ; así es que éstas y la trenza y el galón y la barbilla , contraídos para no estorbar al visual de los ojos entornados , formaban un revoltijo tan confuso , que Andrés no supo , de pronto , de qué se trataba allí . - ¿ Qué haces ? - preguntó a Silda en cuanto reparó en ella . - Ponerme esta cinta en el pelo - respondió la niña , mostrándosela extendida . - ¿ Quién te la dio ? - La compramos con el cuarto que le echaste a Muergo . Él quería pitos y Sula caramelos ; pero yo quise esta cinta que había en una tienda de pasiegas , y la compré . Después me vine a esperarte aquí , para saber eso . - ¿ Está en casa pae Polinar ? - No me he cansado en preguntarlo - respondió Silda con la mayor frescura . - ¡ Vaya contra ! - dijo Andrés , puesto en jarras delante de la niña , dando una patadita en el suelo y meneando el cuerpo a uno y otro lado - . Pues ¿ a quién le importa saberlo más que a ti ? - ¿ No quedamos en que subirías tú y yo te esperaría en el portal ? Pues ya te estoy esperando ; conque sube cuanto antes . Andrés comenzó a subir de dos en dos los escalones . Cuando ya iba cerca del primer descanso , le llamó Silda y le dijo : - Si pae Polinar quiere que vuelva a casa de la Sargüeta , dile que primero me tiro a la mar . - ¡ Recontra ! - gritó desde arriba Andrés - . ¿ Por qué no se lo dijiste a él cuando estuvimos en su casa antes ? - Porque no me acordé - respondió Silda de mala gana , entretenida en la tarea de poner el lazo de color de rosa en su trenza de pelo rubio . No habría transcurrido medio cuarto de hora , cuando ya estaba Andrés de vuelta en el portal . - Estuvo en casa de tío Mocejón - dijo a Silda jadeando todavía - , y de por poco no le matan las mujeres . - ¿ Lo ves ? - exclamó Silda , mirándole con firmeza - . ¡ Si son muy malas ! ... ¡ Pero muy malas ! - Te van a llevar a una buena casa - continuó Andrés en tono muy ponderativo . - ¿ A cuál ? - preguntó Silda . - A la de unos tíos de Muergo . - ¿ Cómo se llaman ? - Tío Mechelín y tía Sidora . - ¿ Los de la bodega ? - Creo que sí . - ¿ Y ésos son tíos de Muergo ? - Por lo visto . - Buenas personas son ... pero ¡ están tan cerca de los otros ! - Dice pae Polinar que no hay cuidado por eso . - ¿ Y cuándo voy ? - Ahora mismo bajará él para llevarte . Yo me marcho a casa a esperar a mi padre , que desembarcará luego , si no ha desembarcado ya ... ¡ Contra , qué bien entraba la Montañesa ! ... ¡ Lo que te perdiste ! ... ¡ Más de mil personas había mirándola desde San Martín ! ... Adiós , Silda ; ya te veré . - Adiós - respondió secamente la niña , mientras Andrés salía del portal y tomaba la calle a todo correr . Bajó pronto fray Apolinar ; pero antes de que Silda le viera , ya le había oído murmujear entre golpe y golpe de sus anchos pies sobre los escalones . - ¡ Cuerno del hinojo con la chiquilla ! - decía al bajar el último tramo de la escalera - . ¡ Muy tumbada a la bartola , como si no la importara un pito lo que a mí me está haciendo sudar sangre ! ... Corra usté medio pueblo en busca de ella para que se averigüe que no ha ido a San Martín , sino que la han visto en la Puntida con dos raqueros ... ; vuélvase usted a casa , y fáltele el apetito para comer la triste puchera de cada día , y díganle a lo mejor que lo que busca y no halla , y por no hallarlo se apura , lo tiene en el portal , rato hace , sin penas ni cuidados ... ¡ Cuerno con el moco éste ! ... ¿ Por qué no has subido , chafandina ? - Porque esperaba a Andrés , que era quien había de subir . - ¡ Había de subir ! ... ¿ Y quién es la que está a la intemperie de Dios y necesita de un mendrugo de pan y de una familia honrada que se lo dé con un poco de amor ? ¿ No eres tú ? ... Y siéndolo , ¿ a quién le importa más que a ti subir a mi casa y preguntarme : « Pae Polinar , ¿ qué hay de eso ? ... » ¡ Moco , más que moco ! ... Vamos , deja ese moño de cuerno y vente conmigo . Mientras caminaban los dos hacia la calle Alta , el padre Apolinar iba poniendo en los casos a la chiquilla . Entre otras cosas , la dijo : - Y ahora que has encontrado lo que no mereces , poca bribia y mucha humildad ... Se acabó la Maruca y se acabó el Muelle-Anaos ... , porque si das motivo para que te echen de esa casa , pae Polinar no ha de cansarse en buscarte otra . ¿ Lo entiendes ? Tu padre , bueno era ; tu madre no era peor ; conmigo se confesaban . Pues tan buenas o mejores que ellos son las personas que te van a recoger ... De modo que si sales mala , será porque tú quieres serlo , o lo tengas en el cuajo ... Pero conmigo no cuentes para enderezar lo que se tuerza por tus maldades ... , ¡ cuerno ! , que harto crucificado me veo por ser tan a menudo redentor ... Porque ¡ mira que lo de esta mañana ! ... Y escucha a propósito de eso ; iremos por Rúa-Menor a la cuesta del Hospital . En cuanto lleguemos al alto de ella , te asomas tú a la esquina con mucho cuidado y miras , sin que te vean , a la casa de la Sargüeta . Si hay alguno asomado al balcón , te echas atrás y me lo dices ; si no hay nadie , pasas de una carreruca a la otra acera ; yo te sigo , y , pegados los dos a las casas , y a buen andar , nos metemos en la de Mechelín , que nos estará esperando ... ¿ Entiendes bien ? ... Pues pica ahora . No sospechaba Silda que se quisieran tomar tantas precauciones por lo que al mismo fray Apolinar interesaban , pues no tenía otra noticia que la muy lacónica que le había dado Andrés de lo que le había ocurrido en casa de Mocejón ; pero como a ella le importaba mucho pasar sin ser vista , cuando llegó el momento oportuno cumplió el encargo del fraile con una escrupulosidad sólo comparable al terror que la infundían las mujeres del quinto piso ; y no hallándose éstas en el balcón ni en todo lo que alcanzaba a verse de la calle , atravesáronla como dos exhalaciones el exclaustrado y la niña , y se colocaron en la bodega de tío Mechelín , cuya mujer barciaba la olla en aquel instante para comer , creyendo , pues era ya muy corrida la una de la tarde , que Silda no parecería tan pronto como había creído el padre Apolinar . No podía llegar la huéspeda más a tiempo . Recorrió serenamente con la vista cuanto en la casa había al alcance de ella , y se sentó impávida en el escabel que le ofreció con cariño tía Sidora , delante del otro sobre el cual humeaba el potaje de una fuente honda , muy arranciada de color , y algo cuarteada y deslucida de barniz , por obra de los años y del uso no interrumpido un solo día . Tío Mechelín , por su parte , y mientras le bailaban los ojos de alegría , ofreció a Silda un buen zoquete de pan y una cuchara de estaño , porque en aquella casa cada cual comía con su cuchara ; la oferta fue aceptada como la cosa más natural y corriente , y se dio comienzo a la comida sin que se notara en la muchachuela la menor señal de extrañeza ni de cortedad ; aprovechaba rigurosamente el turno que le correspondía para meter en la fuente su cuchara , y oía , sin responder más que con una fría mirada , las palabras cariñosas de aliento que tía Sidora o su marido la dirigían . Fray Apolinar creyó muy oportuna la ocasión para repetir a Silda lo que le había dicho por el camino , y aun para añadir algunos consejos más , y comenzó a ponerlo por obra ; pero tía Sidora le cortó el discurso diciéndole : - Todo eso y otro tanto hará ella , sin que se lo manden , por la cuenta que la tiene . ¿ No verdá , hija mía ? Ahora , come con sosiego ; llena esa barriguca , que bien vacía debes de tenerla ; duerme en buena cama y dispués ya habrá tiempo para todo : tiempo pa trabajar y tiempo pa divertirte como Dios manda . - ¡ Uva ! - exclamó tío Mechelín - . Al cuerpo no hay que pedirle más rema que la que puede dar de por sí ... Y usté , pae Polinar , que tiene buen pico y mano en todas partes , bueno sería que diera cuenta , a quien debe tomarla , de los mases y los menos que ha habido en este particular . - ¡ Vaya si estoy yo en eso , por la responsabilidad que me alcanza ! - respondió el fraile - . ¡ Si me mamaré yo el dedo ! - ¡ Uva ! ... Hoy es sábado ... Mañana habrá Cabildo motivao a socorros y otros particulares . - Mejor entonces - dijo padre Apolinar - ; yo pensaba ver solamente al Sobano cuando volviera de la mar esta tarde ; pero ya que tú me haces ese recuerdo , me acercaré mañana por acá y haré que el caso sea tratado en Cabildo . - ¡ Uva ! ... Pero na de sustipendio ni de socorro pa el caso ; aquí no se quiere más que autoridá y mano contra todo mal enemigo de lo que se hace con buen corazón ... - Entendido , Miguel , entendido ... ¡ Recuerno ! ... ¡ Pues no me va a mí parte en ello ! Cuando a ti te desuellen por lo que haces , buena me pondrían a mí la pelleja ... ¿ Tantas horas hace que lo has visto ? ... ¿ Eh ? ... ¿ Lo olvidaste ya ? Pues a mí todavía me tiemblan las carnes y me zumban los oídos . ¡ Lenguas , lenguas de sierpe y almas de perdición ! - Vaya - dijo medio en broma tía Sidora - , que tiene usté menos correa de lo que yo creía , pae Polinar . ¿ Quién se acuerda ya de eso , si no es para hacerle la cruz y pensar en otra cosa ? - Cierto , Sidora , cierto - respondió apresuradamente el fraile - , que ni por lo que son ellas ni por lo que yo soy , debiera haber vuelto a tomarlas en boca . Pero somos barro frágil , carne mísera , y se cae , se cae cien veces cada hora . Mi ejemplo debiera ser de fortaleza , y lo es de ... de chanfaina , Sidora , de chanfaina , porque no valemos un cuerno ... ¡ Domine , ni recordaris pecata mea ! Y con esto , si no mandáis otra cosa , me vuelvo a mis quehaceres ... Silda , lo dicho , dicho : has caído de pie ; te ha tocado la lotería . Si lo arrojas por la ventana , no merecerás perdón de Dios , ni cuentes conmigo , por mal que te vaya ... Conque , Miguel ; conque , Sidora , a la paz de Dios ... Creo que se podrá salir ... , digo yo , sin avería gruesa , ¿ eh ? ... ¿ Os parece a vosotros ? Tía Sidora se levantó , sonriéndose maliciosamente ; salió , llegó a la misma puerta de la calle , miró y escuchó desde allí y volvió a la salita diciendo al padre Apolinar : - No se ve un alma ni se oye un mosquito . - No tomes tan a pechos mi pregunta , mujer - dijo el fraile algo pesaroso de haberla hecho - , porque ya sabes que , cuando llega el caso , fray Apolinar tiene piel de hierro para las injurias ; pero , de todos modos , se te agradece la precaución , y Dios te lo pague . Tornó a despedirse , y se marchó . Momentos después preguntaba tía Sidora a Silda : - Y de equipaje , ¿ cómo estás , hijuca ? ¿ No tienes más que lo puesto ? - Y otra camisa limpia que se quedó allá - respondió Silda . - Pues no hay que pensar en sacarla , aunque juera de rasolís . Pero ya parecerá otra , ¿ no verdá , Miguel ? - Y lo que de menestes juere - respondió tío Mechelín - , que para cuando llegan los casos son los agorros . De pronto dijo Silda : - El que no tiene hilo de camisas es Muergo . - Buena la tendría si la mereciera - respondió tía Sidora . - Esta mañana - añadió Silda - tampoco tenía calzones , y pae Polinar le dio los suyos . - ¡ Bien de sobra los tenía ! - dijo la marinera con enojo visible hacia su sobrino . A lo que replicó en seguida la chica : - Le dio los que llevaba puestos , y yo creo que no le quedaron otros . Tía Sidora y su marido se miraron , recordando haber visto al fraile en calzoncillos . - Y bien , ¿ qué ? - preguntó a la niña tía Sidora . - Que más falta le hace a Muergo la camisa que a mí . Volvieron a mirarse Mechelín y su mujer , y preguntó aquél a la niña : - ¿ Y cuando te laven ésa , que buena falta le hace ya ? ... - Me estaré en la cama hasta que seque - respondió Silda , encogiéndose de hombros . - Pero ¿ de qué conoces tú a ese lichón de Muergo ? - preguntó la marinera . - De allá abajo . - ¿ Y por qué me cuentas a mí que anda sin camisa y sin calzones ? - Porque me dijo Andrés que era sobrino de usté . - ¿ Quién es Andrés ? - Un c ... tintas , hijo del capitán de la Montañesa . - ¿ Le conoces tú ? - El me llevó a casa de pae Polinar cuando yo estaba sola en el Muelle-Anaos esta mañana . - ¿ Para que te llevó ? - Para que hiciera por mí lo que ha hecho . Es bueno ese c ... tintas de Andrés . - ¿ Conoce él a Muergo ? - Mucho le conoce . - ¿ Y por qué no le da la camisa , ya que es rico ? - Le tiene enquina porque me tiró a mí a la Maruca de un tronchazo . - ¿ Quién te tiró ? - Muergo . - ¿ Y cómo saliste ? - Me sacó Muergo , porque se lo mandaron Sula y otro que se llama Cole . - De modo que si no se lo mandan ésos , ¿ te ahogas ? - Puede que sí . - ¿ Y con too y con eso pides camisa para él ? ¡ Un rejón que le parta ! - ¡ Da asco verle , de cómo anda ! Pero si le dan aquí camisa , que no la lleve si no se corta las greñas y se lava las patas . Es muy lichón , ¡ muy lichón ! ... ¡ y muy burro ! ... ¡ Y muy malo ! - Entonces , ¿ por qué mil demonios te apuras tanto por él ? - Por eso , porque da asco verle ... y su madre no tiene vergüenza ... Al llegar aquí Silda con la respuesta , una voz que de pronto se dejó oír hacia el extremo del carrejo , como si tuviera la fuerza material de una catapulta , la arrojó hasta lo más escondido de la alcoba . La voz era vibrante , desgarrada , con unos altibajos y unos retintines que estaban pidiendo camorra . - ¡ Ahí va ! - decía - . Para que se mude los piojos mañana , que es domingo ... , o pa rueños del carpancho , que en mi casa están de sobra ... , o pa gala del día que la caséis con un marqués de cadenas de oro ... , ¡ caraspia ! ... Porque las Indias nos van a caer en la bodega con esa inflanta que echemos ayer a la barredura con la escoba ... ¡ Puaa ! ... ¡ Toma , pa ella y pa el magañoso que vos vino con la princesa y con el cuentoooo ! ... ¡ Indecenteees ! Cuando la voz se fue alejando hacia la calle , salió de su escondite tía Sidora , con muchas precauciones , y halló en mitad del carrejo un envoltorio blanco . Recogióle , le deshizo , y vio que era una camisa de niña ; sin duda , la de Silda . Atreviéndose después a llegar al portal y a sacar la cabeza fuera de la puerta , vio a Carpia que se alejaba por el medio del arroyo , hacia abajo , los brazos en jarras , descalza de pie y pierna , cerniendo el refajo y con dos carpanchos vacíos sobre la cabeza . - ¡ Ya lo saben ! - dijo para sí - . Mejor que mejor ; eso tenemos adelantado . Les pica y empiezan a morder . Pues que muerdan . Ellas se cansarán . ¡ Bribonazas ! ¡ Borrachonas ! ¡ Sinvergüenzas ! Lo que entonces se llamaba Paredón de la calle Alta , existe todavía con el mismo nombre , entre la primera casa de la acera del sur de esta calle y la última de la misma acera de Rúa-Mayor . Solamente faltan el pretil que amparaba la plazoleta por el lado del precipicio y la ancha escalera de piedra que descendía por la izquierda hasta bajamar , atracadero de las embarcaciones de aquellos mareantes , hoy parte de un populoso barrio , con la estación del ferrocarril en el centro . Allí , en el Paredón , celebraba sus cabildos el de Arriba , al aire libre , si el tiempo lo permitía , y , si no , en la taberna del tío Sevilla , que era , como su holgadero , su lonja , su banco , su fonda , su tribuna y , más tarde o más temprano , el pozo de sus economías . Ya se sabe , porque lo dijo tío Mechelín en su casa , que al día siguiente habría Cabildo , « motivao a socorros y otros particulares » . Y le hubo , en efecto , concurridísimo . No faltaba un mareante con voz y voto , al sonar en el reloj del Hospital las nueve y media de la mañana . El Sobano , alcalde de mar , o , si se prefiere , presidente del Cabildo , dio el ejemplo , acudiendo de los primeros . Era hombre de pocas palabras y mucha sentencia ; y como había sido dos veces regidor del Ayuntamiento de la ciudad , en representación de ambos gremios de mareantes , aunque iba a la mar como cualquiera de ellos , y no los aventajaba mucho en rentas ni en calzones , había adquirido ese desparpajo o aire de suficiencia que da , entre ignorantes y pelones como él , el roce frecuente con personas de viso y de pesetas ; y más si estas personas están constituidas en autoridad ; y mucho más todavía si , como le ocurría al Sobano , había sido tan autoridad como cada una de ellas y participado de sus honores y magnificencias . Cierto que cuando los gremios le diputaron para tan alta magistratura , ya habrían visto en él prendas de entendimiento y de juicio y modales que no abundaban entre la gente de mar . Pero ¿ y lo que había observado y aprendido aquel hombre mientras ejerció dos veces , a dos años cada una , el cargo de regidor ? ¿ Quién de los mareantes santanderinos dejó de verle en la procesión del Corpus o en las de Semana Santa , o en los bancos curules de la catedral , con su traje negro , de rigurosa etiqueta , y con su medalla de concejal sobre el pecho , y sus guantes blancos ... , de algodón , porque no hubo modo de calzarle los de cabritilla en sus manazas encallecidas por el remo ? Pues , ¿ y cuando , durante la semana de su turno , presidía el teatro , desde aquel palco con colgaduras de terciopelo y oro , arrellanado en su sillón de seda , con sus policías de respeto detrás de la cortina del antepalco , y era dueño de enviar a la cárcel al primer caballerete que hiciera méritos para ello , y de complacer o no a aquella muchedumbre de gentes principales , volviendo o no volviendo cara abajo , sobre la barandilla del palco , el cartel de la función , para que se repitiera o no se repitiera alguna parte de ella muy aplaudida por el público ? ¿ Qué mareante de Arriba no vio esto desde la cazuela alguna vez , o no lo supo , siquiera , por relatos de los dichosos que lo habían visto ? Pero quizá diga algún boquirrubio de los de hogaño , imberbe aspirante a gobernador , si no a ministro , que ninguna de esas prerrogativas es cosa del otro jueves . Cierto ; y bien sé yo que , por ver , se han visto , como dice Mesio , hasta sastres con reloj ; pero véngase acá ese boquirrubio ; acérquese al Cabildo , que yo le resucito ahora en el Paredón de la calle Alta ; fíjese en aquel hombre atezado , áspero de barba , rudo de greña , cargado de espaldas , torpe de movimientos , abultado y velloso de manos , y no muy aventajado de calzones ; que le diga yo , apuntando al hombre aquél : « Ése es el que ha hecho todas esas cosas que a ti no te parecen del otro jueves » , y a ver si no hay motivo sobrado para que se asombre y para que las personas del mismo pelaje del héroe , que le rodean , se juzguen diez codos por debajo de él . Que es adonde íbamos a parar con el propósito , aunque el camino haya sido algo más largo de lo conveniente a la impaciencia de los lectores boquirrubios . Se reunía el Cabildo de Arriba : Porque de un momento a otro iba a sacarse una leva , y sacándose una leva , había que socorrer con ciento cincuenta reales a cada matriculado de los comprendidos en ella , por orden riguroso de matrícula . Porque el reparto de cuarenta reales por mareante cabeza de familia , y de diez por cada viuda , que debió haberse hecho en la semana anterior , a causa de no haber podido salir las lanchas a la mar en cerca de quince días de temporales , no se hizo en ocasión oportuna , ni por completo . Porque , de dos meses a aquella parte , había muchos descubrimientos en el tesoro del Cabildo , a consecuencia de no haber ingresado en él todas las soldadas que semanalmente habían de ingresar , a razón de una por cada lancha de pesca o de pasaje , pinaza , barquía , etcétera ... Porque el boticario del gremio había advertido que no admitiría nuevo asalareao , cuando terminara el vigente , si no se le daban cuarenta duros más al año , o se asalariaba el Cabildo con otro médico que recetara menos . Porque se acercaba el día de San Pedro , y urgía saber si , por la primera vez , desde tiempo inmemorial , dejaba el Cabildo de pagar el gasto de las fiestas , así religiosas como profanas : misa de tres , con música y sermón , y , entre otras menudencias de rúbrica , novillo de cuerda y el tamborilero de la ciudad durante dos días y tres noches . Porque había cinco enfermos socorridos por el Cabildo , que ni sanaban ni se morían . Y , por último , y sobre todo , porque el tesorero se declaraba incapaz de acudir a tantas necesidades , si los que más gritaban por no cobrar a punto los socorros no pagaban lo que debían al tesoro , o no se le autorizaba para meter mano a las reservas existentes para los grandes apuros y necesidades del gremio . Tales eran los principales puntos que iban a tratarse aquel día en Cabildo . La Junta , digámoslo así , compuesta de dos alcaldes de mar ( primero y segundo ) , tesorero y recaudador , ocupaba el sitio más visible , esparrancada en lo alto de la plazoleta , cerca del pretil , en cuyo lomo cabalgaban raqueros , o apoyaban ligeramente sus posaderas los congregados más viejos o más perezosos . Los demás se extendían en grupos por la explanada ; grupos que se hacían o se deshacían , según que no hablara o que hablara la presidencia , o fuera menos interesante o más interesante lo que expusiera un orador de la masa . Entretanto , se oía un rumor incesante de conversaciones a media voz , y sobre este rumor , el zumbido de Mocejón , que parecía un tábano por lo tenaz y molesto . Todo cuanto allí se decía o se acordaba , provocaba sus gruñidos ; y con su pipa rabona entre los dientes , los brazos cruzados sobre el pecho , la cabeza gacha y torcida , el gesto de ira y de tedio , y puerco y sin afeitar , iba , torpe y perezoso , de acá para allá , respondiendo a todo sin hablar con nadie y renegando hasta del sol que caldeaba la escena . Aunque no con la brusquedad salvaje de este hombre , abundaban allí los recelosos y descontentadizos ; y era muy curioso observar cómo aprovechaban precisamente la ocasión en que debían ser explícitos y dar la cara , para volverse de espaldas o , cuando menos , de costado , y murmurar una excusa maliciosa o una barbaridad cualquiera , hacia un colateral que no había desplegado sus labios . Decía el Sobano , por ejemplo , que blanco . - ¡ Yo digo que negro ! - respondía , empeñándose , un vejete . - ¿ Por qué ? - replicaba el alcalde de mar . - ¡ Porque sí ! - decía el otro , virando de costado ; y luego , haciendo un poco de barquín-barcón con la encorvada espalda , añadía , encarándose con los de atrás - . ¡ A mí con ésas ! ... ¡ Si cuando tú vas , ya estoy yo de vuelta , probetuco ... rasolís !