Vicente Blasco Ibáñez ARROZ Y TARTANA ( Novela ) 66.000 ejemplares PROMETEO Germanías , 33 . - Valencia ( Published in Spain ) A las tres de la tarde entró doña Manuela en la plaza del Mercado , envuelto el airoso busto en un abrigo cuyos faldones casi llegaban al borde de la falda , cuidadosamente enguantada , con el limosnero al puño y velado el rostro por la tenue blonda de la mantilla . Tras ella , formando una pareja silenciosa , marchaban el cochero y la criada : un mocetón de rostro carrilludo y afeitado que respiraba brutal jocosidad , luciendo con tanta satisfacción como embarazo los pesados borceguíes , el terno azul con vivos rojos y botones dorados y la gorra de hule de ancho plato , y a su lado una muchacha morena y guapota , con peinado de rodete y agujas de perlas , completando este tocado de la huerta su traje mixto , en el que se mezclaban los adornos de la ciudad con los del campo . El cochero , con una enorme cesta en la mano y una espuerta no menor a la espalda , tenía la expresión resignada y pacienzuda de la bestia que presiente la carga . La muchacha también llevaba una cesta de blanco mimbre , cuyas tapas movíanse al compás de la marcha , haciendo que el interior sonase a hueco ; pero no se preocupaba de ella , atenta únicamente a mirar con ceño a los transeúntes demasiado curiosos o a pasear ojeadas hurañas de la señora al cochero o viceversa . Cuando , doblando la esquina , entraron los tres en la plaza del Mercado , doña Manuela se detuvo como desorientada . ¡ Gran Dios ... ! ¡ cuánta gente ! Valencia entera estaba allí . Todos los años ocurría lo mismo en el día de Nochebuena . Aquel mercado extraordinario , que se prolongaba hasta bien entrada la noche , resultaba una festividad ruidosa , la explosión de alegría y bullicio de un pueblo que entre montones de alimentos y aspirando el tufillo de las mil cosas que satisfacen la voracidad humana , regocijábase al pensar en los atracones del día siguiente . En aquella plaza larga , ligeramente arqueada y estrecha en sus extremos , como un intestino hinchado , amontonábanse las nubes de alimentos que habían de desparramarse como nutritiva lluvia sobre las mesas , satisfaciendo la gigantesca gula de la Navidad , fiesta gastronómica , que es como el estómago del año . Doña Manuela permaneció inmóvil algunos minutos en la bocacalle . Parecía mareada y confusa por el ruidoso oleaje de la multitud ; pero en realidad , lo que más la turbaba eran los pensamientos que acudían a su memoria . Conocía bien la plaza ; había pasado en ella una parte de su juventud , y cuando de tarde en tarde iba al Mercado por ser víspera de festividad en que se encendían todos los hornillos de su cocina , experimentaba la impresión del que tras un largo viaje por países extraños vuelve a su verdadera patria . ¡ Cómo estaba grabado en su memoria el aspecto de la plaza ! La veía cerrando los ojos y podía ir describiéndola sin olvidar un solo detalle . Desde el lugar que ocupaba veía al frente la iglesia de los Santos Juanes , con su terraza de oxidadas barandillas , teniendo abajo , casi en los cimientos , las lóbregas y húmedas covachuelas donde los hojalateros establecen sus tiendas desde fecha remota . Arriba , la fachada de piedra lisa , amarillenta , carcomida , con un retablo de gastada es cultura , dos portadas vulgares , una fila de ventanas bajo el alero , santos berroqueños al nivel de los tejados , y como final , el campanil triangular con sus tres balconcillos , su reloj descolorido y descompuesto , rematado todo por la fina pirámide , a cuyo extremo , a guisa de veleta y posado sobre una esfera , gira pesadamente el pájaro fabuloso , el popular pardalòt con su cola de abanico . En el lado opuesto la Lonja de la Seda , acariciada por el sol de invierno y luciendo sobre el fondo azul del cielo todas las esplendideces de su fachada ojival . La torre del reloj , cuadrada , desnuda , monótona , partiendo el edificio en dos cuerpos , y éstos exhibiendo los ventanales con sus bordados pétreos ; las portadas que rasgan el robusto paredón , con sus entradas de embudo , compuestas de atrevidos arcos ojivales , entre los que corretean en interminable procesión grotescas figurillas de hombres y animales en todas las posiciones estrambóticas que pudo discurrir la extraviada imaginación de los artistas medievales ; en las esquinas , ángeles de pesada y luenga vestidura , diadema bizantina y alas de menudo plumaje , sustentando con visible esfuerzo los escudos de las barras de Aragón y las enroscadas cintas con apretados caracteres góticos de borrosas inscripciones ; arriba , en el friso , bajo las gárgolas de espantosa fealdad que se tienden audazmente en el espacio con la muda risa del aquelarre , todos los reyes aragoneses en laureados medallones , con el casco de aletas sobre el perfil enérgico , feroz y barbudo ; y rematando la robusta fábrica , en la que alternan los bloques ásperos con los escarolados y encajes del cincel , la apretada rúa de almenas cubiertas con la antigua corona real . Frente a la Lonja , el Principal , pobrísimo edificio , mezquino cuerpo de guardia , por cuya puerta pasea el centinela arma al brazo , con aire aburrido , rozando con su bayoneta a los soldados libres de servicio , que digieren el insípido rancho contemplando el oleaje de alimentos que se extiende por la plaza . Más allá , sobre el revoltijo de toldos , el tejado de cinc del mercadillo de las flores ; a la derecha , las dos entradas de los pórticos del Mercado Nuevo , con las chatas columnas pintadas de amarillo rabioso ; en el lado opuesto , la calle de las Mantas , como un portalón de galera antigua , empavesada con telas ondeantes y multicolores que las tiendas de ropas cuelgan como muestra de los altos balcones ; en torno de la plaza , cortados por las bocacalles , grupos de estrechas fachadas , balcones aglomerados , paredes con rótulos , y en todos los pisos bajos , tiendas de comestibles , ropas , drogas y bebidas , luciendo en las puertas , como título del establecimiento , cuantos santos tiene la corte celestial y cuantos animales vulgares guarda la escala zoológica . En este ancho espacio , que es para Valencia vientre y pulmón a un tiempo , el día de Nochebuena reinaba una agitación que hacía subir hasta más arriba de los tejados un sordo rumor de colosal avispero . La plaza , con sus puestos de venta al aire libre , sus toldos viejos , temblones al menor soplo del viento , y bañados por el rojo sol con una transparencia acaramelada , sus vendedores vociferantes , su cielo azul sin nube alguna , su exceso de luz que lo doraba todo a fuego , desde los muros de la Lonja a los cestones de caña de las verduleras , y su vaho de hortalizas pisoteadas y frutas maduras prematuramente por una temperatura siempre cálida , hacía recordar las ferias africanas , un mercado marroquí con su multitud inquieta , sus ensordecedores gritos y el nervioso oleaje de los compradores . Doña Manuela contemplaba con fruición este espectáculo . Tachábase en su interior de poco distinguida ; pero ... ¡ qué remedio ! por más que ella tomase a empeño el transformarse , y obedeciendo a las niñas revistiera un empaque de altiva señoría , siempre conservaba amortiguados y prontos a manifestarse los gustos y aficiones de la antigua tendera que había pasado lo mejor de su juventud en la plaza del Mercado . ¡ Qué tiempos tan dichosos los transcurridos siendo ella dueña de la tienda de Las Tres Rosas ! Si el dinero es la felicidad , nunca había tenido tanta como en los últimos años que pasó entre mantas e indianas , sedas y percalinas , arrullada a todas horas por el estrépito del Mercado y viendo por las mañanas , al levantarse , el pardalót de San Juan . Y obsesionada por estos recuerdos , doña Manuela permanecía inmóvil en la esquina , como asustada por el gentío , sin fijarse en las miradas poco respetuosas que alguno que otro transeúnte le dirigía . Estaba próxima a los cincuenta años , según confesión que varias veces hizo a sus hijas ; pero era tan arrogante y bien plantada , unía a su elevada estatura tal opulencia de formas , que todavía causaba cierta ilusión , especialmente a los adolescentes , que con la extravagancia del deseo hambriento sienten ante los desbordamientos e hinchazones de la hermosura en decadencia la admiración que niegan a la frescura esbelta y juvenil . La mitad de los polvos y menjurjes que sus niñas tenían en el tocador los consumía la mamá , que en la madurez de su vida comenzó a saber como se agrandan los ojos por medio de las rayas negras , cómo se da color a las mejillas cuando éstas adquieren un fúnebre tinte de membrillo , y cómo se combate el vello traidor que alevosamente asoma en el labio y en la barba cual película de melocotón , convirtiéndose después en espantosas cerdas . Acicalábase como una niña , guardando con su cuerpo atenciones que no había tenido en su juventud . ¿ Para quién se arreglaba ? Ni ella misma lo sabía . Era puro deseo de retardar en apariencia la llegada de la vejez ; precauciones , según propia afirmación , para no parecer la abuela de sus hijas y para sentir una indefinible satisfacción cuando en la calle echaban una flor descarriada a su garbo de buena moza . En cambio , su criada era poco sensible a la galantería callejera . Acogíala con un gesto de rústico desprecio , un fruncimiento de labios desdeñoso : algo que mostrase la indignación de una castidad hasta la rudeza , la insolencia de una virtud salvaje . Doña Manuela pareció decidida por fin a lanzarse en el viviente oleaje de la plaza . — Vamos , Visanteta , no perdamos tiempo ... Tú , Nelet , marcha delante y abre paso . Y el cazurro Nelet , siempre con aire de fastidio , comenzó a andar hendiendo la muchedumbre al través , contestando dignamente con sus brazos de carretero a los codazos y empujones y cubriendo con su corpachón a la señora y la criada . La multitud , chocando cestas y capazos , arremolinábase en el arroyo central ; dábanse tremendos encontrones los compradores ; algunos , al mirar atrás , tropezaban rudamente con los mástiles de los toldos , y más de una vez , los que con el cesto de la compra a los pies regateaban tenazmente eran sorprendidos por el embate brutal y arrollador del agitado mar de cabezas . Algunos carros cargados de hortalizas avanzaban lentamente rompiendo la corriente humana , y al sonar el pito del tranvía que pasaba por el centro de la plaza , la gente apartábase lentamente , abriendo paso al jamelgo que tiraba del charolado coche , atestado de pasajeros hasta las plataformas . Sobre el zumbido confuso y monótono que producían los miles de conversaciones sostenidas a la vez en toda la plaza , destacábanse los gritos de los vendedores sin puesto fijo , agudos y rechinantes unos , como chillido de pájaro pedigüeño , graves y foscos otros , como si ofreciesen la mercancía con mal humor . En medio de este continuo pregonar , entre la descarga de ofertas a grito pelado , destacábanse algunas voces melancólicas y tímidas ofreciendo « ¡ medias y calcetines ! » . Eran los sencillos aragoneses , golondrinas de invierno que , al caer las primeras nieves que dejan el campo muerto y el hogar sin pan , levantan el vuelo con su cargamento de lana , y desde el fondo de la provincia de Teruel llegan , a Valencia , ofreciendo lo que la familia fabrica durante el año . Eran los seres pacienzudos , honradotes y laboriosos a quienes la insolencia valenciana designa con el apodo de churros , título entre compasivo e infamante . Robustos , cargados de espalda , con la cabeza inclinada como signo de perpetua esclavitud y miseria , vélaseles pasar lentamente con su traje de paño burdo , estrecho pañizuelo arrollado a las sienes , y entre éste y el abierto cuello de la camisa el rostro rojizo , agrietado y lustroso , con espesas cejas y ojillos de inocente malicia . Colgando de los brazos o en el fondo de dos bolsones de lienzo , llevaban las medias de lana burda y asfixiante , los calcetines ásperos que un puñal no podría atravesar . Es el capital de su familia ; lo que la mujer y las hijas han hecho unas veces al sol , guardando las ovejas , y otras de noche , junto a los sarmientos humeantes de la cocina . En la venta del burdo género están las patatas y el pan para todo el año ; y soñando con la inmensa felicidad de volver a casa con una docena de duros , zapatos para las hijas y un refajo para la mujer , pasean tristes y resignados por entre el gentío , lanzando a cada minuto su grito melancólico como una queja : « ¡ Medias y calcetines ... ! ¡ el mediero ! » Doña Manuela iba mal por el arroyo . Causábanle náuseas los carros repletos del estiércol recogido en los puntos de venta : hortalizas pisoteadas , frutas podridas , todo el fermento de un mercado en el que siempre hay sol . — Vamos a la acera — dijo a sus criados — . Compraremos primero las verduras . Y subieron a la acera de la Lonja , pasando por entre los grupos de gente menuda que , con un dedo en la boca o hurgándose las narices , contemplaba respetuosamente los pastorcillos de Belén y los Reyes Magos hechos de barro y colorines , estrellas de latón con rabo , pesebres con el Niño Jesús , todo lo necesario , en fin , para arreglar un Nacimiento . Doña Manuela marchaba por el estrecho callejón que formaban las huertanas , sentadas en silletas de esparto , teniendo en el regazo la mugrienta balanza , y sobre los cestos , colocados boca abajo , las frescas verduras . Allí , los obscuros manojos de espinacas ; las grandes coles , como rosas de blanca y rizada blonda encerradas en estuches de hojas ; la escarola con tonos de marfil ; los humildes nabos de color de tierra , erizados todavía de sutiles raíces semejantes a canas ; los apios , cabelleras vegetales , guardando en sus frescas bucles el viento de los campos , y los rábanos , encendidos , destacándose como gotas de sangre sobre el mullido lecho de hortalizas . Más allá , filas de sacos mostrando por sus abiertas bocas las patatas de Aragón , de barnizada piel , y tras ellos los churros , cohibidos y humildes , esperando quien les compre la cosecha , arrancada a una tierra ingrata en fuerza de arañar todo un año sus entrañas sin jugo . Doña Manuela comenzó sus compras , emprendiendo con las vendedoras una serie de feroces regateos , más por costumbre que por economía . Nelet , levantando las tapas de la cesta , iba arreglando en el interior los manojos de frescas hortalizas , mientras la señora no dejaba tranquilo un solo instante su limosnero , pagando en piezas de plata y recibiendo con repugnancia calderilla verdosa y mugrienta . Ya estaba agotado el artículo de verduras ; ahora a otra cosa . Y atravesando el arroyo , pasaron a la acera de enfrente , a la del Principal , donde estaban los vendedores del casquijo , ¡ Vaya un estrépito de mil diablos ! Bien se conocía la proximidad de las escalerillas de San Juan , con sus lóbregas cuevas , abrigo de los ruidosos hojalateros . Un martilleo estridente , un incesante trac-trac del latón aporreado salía de cada una de las covachuelas , cuyas entradas lóbregas , empavesadas con candiles y farolillos , alcuzas y coberteras , todo nuevo , limpio y brillante , recordaban las lorigas de aceradas escamas de los legionarios romanos . Doña Manuela huyó de este estrépito , que la ponía nerviosa ; pero antes de llegar al Principal hubo de detenerse entre sorprendida y medrosa . En el arroyo , la gente se arremolinaba gritando ; algunos reían y otros lanzaban exclamaciones indecentes , chasqueando la lengua como si se tratara de una riña de perros . Asustada en el primer momento por las ondulaciones violentas de la muchedumbre que llegaban hasta ella , no sabía si huir u obedecer a su curiosidad , que la retenía inmóvil . ¿ Qué era aquello ... ? ¿ Se pegaban ? La multitud abrió paso , y veloces , con ciego impulso , como espoleadas por el terror , pasaron una docena de muchachas despeinadas , greñudas , en chancleta , con la sucia faldilla casi suelta y llevando en sus manos , extendidas instintivamente para abatir obstáculos , un par de medias de algodón , tres limones , unos manojos de perejil , peines de cuerno , los artículos , en fin , que pueden comprarse con pocos céntimos en cualquier encrucijada . Aquel rebaño sucio , miserable y asustado , con la palidez del hambre en las carnes y la locura del terror en los ojos , era la piratería del Mercado , los parias que estaban fuera de la ley , los que no podían pagar al Municipio la licencia para la venta , y al distinguir a lo lejos la levita azul y la gorra dorada del alguacil , avisábanse con gritos instintivos , como los rebaños al presentir el peligro , y emprendían furiosa carrera , empujando a los transeúntes , deslizándose entre sus piernas , cayendo para levantarse inmediatamente , abriendo agujeros en la masa humana que obstruía la plaza . La gente reía ante esta desbandada al galope , celebrando la persecución del alguacil . Nadie comprendía lo que era para aquellas infelices la pérdida de su mísera mercancía , la desesperada vuelta al tugurio paterno , donde aguardaba la madre dispuesta a incautarse del par de reales de ganancia o a administrar una paliza . Doña Manuela también rió un poco , siguiendo con la vista la ruidosa persecución que se alejaba , y entró después en el mercado de casquijo , buscando las golosinas silvestres que la gente rumia con fruición en Navidad , olvidándolas durante el resto del año . Los puestos de venta llegaban hasta las mismas puertas del Principal ; los compradores codeábanse con el centinela , y los dos oficiales de la guardia , con las manos metidas en el capote y las piernas golpeadas por el inquieto sable , paseaban por entre el gentío buscando caras bonitas . Andábase con dificultad , temiendo meter el pie en las esteras de esparto redondas y de altos bordes , en las cuales amontonábanse , formando pirámide , las lustrosas castañas de color de chocolate y las avellanas , que exhalaban el acre perfume de los bosques . Las nueces lanzaban en sus sacos un alegre cloc-cloc cada vez que la mano del comprador las removía para apreciar su calidad ; y un poco más adentro , como un tesoro difícil de guardar , estaba en pequeños sacos la aristocracia del casquijo , las bellotas dulzonas , atrayendo las miradas de los golosos . Acababa de hacer su compra doña Manuela , cuando hubo de volver la cabeza sintiendo en la espalda una amistosa palmada . Era un señor entrado en años , con un sombrero de cuadrada copa , de forma tan rara , que debía pertenecer a una moda remota , si es que tal moda había existido . Iba embozado en una capa vieja , por bajo de la cual asomaba una esportilla de compras , y por encima del embozo de raído terciopelo mostrábase su rostro lleno y colorado , en el que los detalles más salientes , aparte de las arrugas , eran un bigote de cepillo y unas cejas canosas , tan oblicuas , que hacían recordar los chinos de los abanicos . — ¡ Juan ! — exclamó doña Manuela . Visanteta dio con un codo al cochero y le habló al oído . Era don Juan , el hermano de la señora , aquel de quien todos hablaban mal en casa , aunque con cierto respeto , llamándole por antonomasia « el tío » . Los ojillos de don Juan , inquietos e investigadores , revolvíanse en sus profundas cuencas rodeadas de grietas . Mientras su mirada se perdía en el fondo del capazo que Nelet tenía abierto a sus pies , decía con la risita burlona que a doña Manuela , según confesión propia , le « requemaba la sangre » : — De compras , ¿ eh ... ? Yo también voy danzando por el Mercado hace más de una hora . ¡ Válgame Dios , cómo está todo ! Comprendo que los pobres no puedan comer ... Chica , si empiezas así vas a llevar a casa medio Mercado ... Eso son bellotas , ¿ verdad ? Comida de ricos ; quien puede gasta . Eso sólo lo compra la gente de dinero . — ¿ Que tú no compras ? — dijo doña Manuela sonriendo , a pesar de que no ocultaba el efecto que le producían las palabras de su hermano . — ¿ Quién ... ? ¿ yo ... ? ¡ Bueno va ! A mí nadie me estafa . Y al decir esto miró al vendedor con tanta indignación como si fuese un enemigo del sosiego público ; pero el palurdo , inmóvil y con las manos metidas en la faja , no se dignó reparar en la ferocidad agresiva del avaro . — Además — continuó don Juan — , ¿ para qué quiero yo eso ? Los que no tenemos dientes hemos de abstenernos de muchas cosas ; muchas gracias si uno puede comer sopas de ajos y tiene con qué pagarlas ... Algo he comprado : unas pocas castañas y nueces ; pero no para mí , son para Vicenta , que aunque ya es vieja tiene una dentadura envidiable . Poquita cosa . Ya ves tú ... para mí y la criada poco necesitarnos . Además , todo va por las nubes , y dinero hay poco ... ¡ Je , je ... ! Y el viejo reía como si gozase interiormente de repetir a su hermana en todos los tonos que era muy pobre . — Vamos , cállate — dijo doña Manuela con voz temblorosa , sin ocultar ya su irritación — . Me disgusto cada vez que te oigo hablar de pobreza ; sólo falta que me pidas una limosna . — Mujer , no te irrites ... No quiero hacer creer que necesito limosnas ; soy pobre , pero aún tengo para no morirme de hambre , y sobre todo , con orden y economía , sin querer aparentar más de lo que realmente se tiene , lo pasa cualquiera tan ricamente . Y estas palabras las subrayó el viejo con el acento y la mirada burlona que fijaba en su hermana . — Juan , toda la vida serás un miserable . ¿ De qué te sirve guardar tanto dinero ... ? ¿ Vas a llevarlo al otro mundo ? — ¿ Yo ... ? Pienso retardar todo lo posible ese viaje , y tiempo me queda para malgastar antes los cuatro cuartos que guardo ... No quiero que nadie se ría de mí después de muerto . Doña Manuela púsose seria , más que por lo que decía su hermano , por lo que adivinaba en su mirada . Tal vez por esto don Juan cambió de conversación . — Di , Manuela , ¿ y Juanito ? — En la tienda . Si tengo tiempo entraré a verle . — Dile que venga mañana . Aunque sea un grandullón , no quiero privarme del gusto de darle el aguinaldo como cuando era un chicuelo . El viejo , al decir esto , ya no mostraba la sonrisa irónica y parecía hablar con sinceridad . — También irán a verte las niñas y Rafael . — Que vengan — contestó don Juan , en quien reapareció la mortificante sonrisa — . Les daré una peseta de aguinaldos ; lo único que se puede permitir un tío pobre . — ¡ Calla , avaro ... ! Me avergüenzas . Eres capaz de morirte de hambre por no gastar un céntimo ... ¿ Por qué no vienes a comer con nosotros mañana ? El tono festivo y cariñoso con que ella dijo estas palabras alarmó más a don Juan que la seriedad irritada de momentos antes . — ¿ Quién ... ? ¿ yo ... ? Tengo hechos mis preparativos ; no quiero ofender a mi vieja Vicenta , que se propone lucirse como cocinera . Mira , también yo gasto , aunque soy un pobre . Y al decir esto , señalaba a un pillete mandadero , inmóvil a corta distancia , con un capón gordo y lustroso en los brazos . Doña Manuela avanzó el labio superior en señal de desprecio . — ¡ Valiente compra ! ¿ Y eso es para todas las Pascuas ? No te arruinarás ... ni llenarás mucho el estómago . — No todos son tan ricos como tú , marquesa , ni pueden ir a la compra con un par de criados . Únicamente los que tienen millones pueden ser rumbosos . Y tras estas palabras , que debían encerrar mortificante intención , don Juan se despidió , como si deseara que su hermana quedase furiosa contra él . — Adiós , Manuela ; que compres mucho y bien . — Adiós , avaro ... Y los dos hermanos se separaron sonriendo , como si cambiaran frases cariñosas y en su interior rebosase el afecto . La señora siguió adelante , pasando por entre los puestos de la miel , donde aleteaban las avispas , apelotonándose sobre el barniz de las pequeñas tinajas . Doña Manuela iba siguiendo los callejones tortuosos formados por las mesas cercanas al mercadillo de las flores . Allí estaba toda la aristocracia del Mercado , la sangre azul de la reventa , las mozas guapas y las matronas de tez tostada y espléndidas carnes , con su aderezo de perlas y pañuelo de seda de vivos colores . Doña Manuela continuaba haciendo sus compras , deteniéndose ante los productos raros y extraños para la estación que puede ofrecer una huerta fecunda , cuyas entrañas jamás descansan y que el clima convierte en invernadero . En lechos de hojas estaban alineados y colocados con cierto arte los pimientos y tomates , con sus rubicundeces falsas de productos casi artificiales ; los guisantes en sus verdes fundas ; todo apetitoso y exótico , pero tan caro , que al oír sus precios retrocedían con asombro los buenos burgueses que por espíritu de economía iban al Mercado con la espuerta bajo la raída capa . Los dos criados encontraban cada vez más pesadas sus cestas , y seguían con dificultad a la señora al través del gentío compacto e inquieto que se agitaba a la entrada del Mercado Nuevo , cuyos pórticos , en plena tarde de sol , tenían la lobreguez y humedad de una boca de cueva . Allí era donde resultaba más insufrible el monótono zumbido del Mercado . El techo bajo de los pórticos repercutía y agrandaba las voces de los compradores . Un hedor repugnante de carne cruda impregnaba el ambiente , y sobre la línea de mostradores ostentábanse los rojos costillares pendientes de garfios , las piernas de toro con sus encarnados músculos asomando entre la amarillenta grasa con una armonía de tonos que recordaba la bandera nacional , y los cabritos desollados , con las orejas tiesas , los ojos llorosos y el vientre abierto , como si acabase de pasar un Herodes exterminando la inocencia . Mientras tanto , las cestas de Nelet y Visanteta se llenaban hasta los bordes , y en el rostro de los dos criados iba marcándose el gesto de mal humor . ¡ Vaya una compra ! El bolso de doña Manuela parecía un cántaro sin fondo que iba regando de pesetas todo el Mercado . Abandonaron las carnicerías para entrar en el mercado de la fruta , entre los dos pórticos . La gente arremolinábase en las entradas , y allí fue donde doña Manuela se dio cuenta por primera vez de la molesta persecución que sufría . Había sentido varias veces una tímida mano deslizándose más abajo de su talle ; pero ahora era más : era un pellizco desvergonzado lo que venía a atormentarla audazmente en sus redondeces de buena moza . Volvió rápidamente la cabeza ... y ¡ mire usted que estaba bien ... ! ¡ Un señor venerable , con cara de santito , entretenerse en tales porquerías ! Doña Manuela lanzó una mirada tan severa al vejete de rostro bondadoso , que el sátiro retrocedió , levantando el embozo de la capa con sus audaces manos . Siguió adelante la ofendida señora , pero a los pocos pasos la detuvo el escándalo que estalló a su espalda . Sonó una bofetada y la voz de Visanteta gritando a todo pulmón : « ¡ Tío morra ! » , repitiendo la frase un sinnúmero de veces con la furia de una virtud salvaje que quiere enterar a todo el mundo de su ruda castidad . La gente parábase entre asombrada y curiosa , el cochero reía abriendo sus quijadas de a palmo , y el vejete , cabizbajo , como si todo aquello no rezase con él , escurríase discretamente entre el gentío . Era que la amazona de la huerta , al sentir el primer pellizco del viejo pirata , había contestado con una bofetada , contenta en el fondo de que alguien pusiera a prueba su virtud . La señora la hizo callar , muy contrariada por el escándalo , y siguieron la marcha , mientras Nelet , alegre por este incidente que rompía lo monótono de las compras , preguntaba como un testarudo a la muchacha en qué sitio la habían pellizcado , y sentía un escalofrío de gusto cada vez que ella , ruborizándose , le llamaba « animal » y « descarado » . La peregrinación prosiguió a lo largo de unas mesas en las cuales , bajo toldos de madera , estaban apiladas las frutas del tiempo : las manzanas amarillas con la transparencia lustrosa de la cera ; las peras cenicientas y rugosas atadas en racimos y colgantes de los clavos ; las naranjas doradas formando pirámides sobre un trozo de arpillera , y los melones mustios por una larga conservación , estrangulados por el cordel que los sostenía días antes de los costillares de la barraca , con la corteza blanducha , pero guardando en su interior la frescura de la nieve y la empalagosa dulzura de la miel . A un extremo del mercadillo , cerca del Repeso , los panaderos con sus mesas atestadas de libretas blancas y morenas , prolongadas unas , como barcos , y redondas y con festones otras , como bonetes de paje ; y un poco más allá , los « tíos » de Elche mostrando sus enormes sombreros tras la celosía formada por los racimos de dátiles de un amarillo rabioso . Cuando la señora y sus criados volvieron a la gran plaza , detuviéronse en la entrada del mercadillo de las flores . Un intenso perfume de heliotropo y violeta salía de allí , perdiéndose en la pesada atmósfera de la plaza . Doña Manuela estaba inmóvil , repasando mentalmente sus compras para saber lo que faltaba . La muchedumbre se agitó con nervioso oleaje , despidiendo gritos y carcajadas . Ahora , las chicuelas que vendían sin licencia corrían perseguidas hacia la calle de San Fernando , y otra vez el rebaño de la miseria , greñudo , sucio , con las ropas caídas , pasó azorado y veloz con triste chancleteo , arrollándolo todo , mostrando la palidez del hambre a la muchedumbre glotona y feliz . Doña Manuela dio sus órdenes . Podían regresar los dos a casa y volver Nelet con la espuerta vacía . Quedaba por comprar el pavo , los turrones y otras cosas que tenía en memoria . Ella aguardaría en la « tienda » . Y esta palabra bastó para que la entendieran , pues en casa de doña Manuela , la « tienda » era por antonomasia el establecimiento de Las Tres Rosas , y fuera de ella no se reconocía otra tienda en Valencia . Colocada entre la calle de San Fernando y la de las Mantas , en el punto más concurrido del Mercado , participaba del carácter de estas dos vías comerciales de la ciudad . Era rústica y urbana a un tiempo ; ofrecía a los huertanos un variado surtido de mantas , fajas y pañuelos de seda , y a las gentes de la ciudad las indianas más baratas , las muselinas más vistosas . Ante su mostrador desfilaban la bizarra labradora y la modesta señorita , atraída por la abundancia de géneros de aquel comercio a la pata la llana que odiaba los reclamos , ostentando satisfecho su título de Casa fundada en 1832 , y cifraba su orgullo en afirmar que todos los géneros eran del país , sin mezcla de tejidos ingleses o franceses . Doña Manuela detúvose al llegar frente a la tienda y abarcó su exterior con una ojeada . Del primer piso , y cubriendo el rótulo ajado de la casa , Antonio Cuadros , sucesor de García y Peña , colgaban largas cortinas formadas de mantas que parecían mosaicos , orladas con complicados borlajes y apretadas filas de madroños ; fajas obscuras , matizadas a trechos con gorros rojos y azules prendidos con alfileres ; pañuelos de seda con piezas de docena , ondulados como nacarado oleaje , y percales estampados , mostrando pájaros fantásticos y ramajes quiméricos con rabiosos colorines que conmovían placenteramente a las bellezas de la huerta . En el escaparate central estaba la muestra de la casa , lo que había hecho famoso al establecimiento : un maniquí vestido de labradora , con tres rosas en la mano , que al través del vidrio , mirando a los transeúntes con ojos cristalinos , les enviaba la sonrisa de su rostro de cera , punteado por las huellas de cien generaciones de moscas . Doña Manuela entró en la tienda . El mismo aspecto de otros tiempos , aunque con cierto aire de restaurada frescura . La anaquelería , de madera vieja , atestada de cajas ; sobre el mostrador telas y más telas extendidas sin compasión hasta barrer el suelo ; dependientes con el pelo aceitoso y las brillantes tijeras asomando por la abertura del bolsillo , y mujeres discutiendo con ellos , como si estuvieran en el centro del Mercado , abrumándolos con irritantes exigencias . — Voy al momento , Manuela . Siéntese usted . El que así hablaba era un hombre fornido , de áspero bigote , estrecha frente , pelo hirsuto y fuerte , rebelde a peines y cepillos , con las puntas hacia adelante , y quijada brutal , que se disimulaba un tanto bajo una sonrisa bondadosa . Estaba ocupado en vender un tapabocas a dos mujeres que llevaban de las manos a un chiquillo barrigudo , y era de admirar la paciencia con que aquel hombre , siempre sonriendo , sufría a las feroces compradoras , que por seis reales regateaban durante ¿ media hora . Doña Manuela atendía con interés las palabras de los compradores y no volvió la cabeza para ver quién abría la puertecilla de la garita — a la que pomposamente llamaban despacho — y saltaba velozmente el mostrador . — Siéntese usted , mamá . Era Juanito quien la hablaba , su hijo mayor , un muchacho nacido en la misma tienda , que seguía agarrado a ella « sin servir para nada » , como decía su madre , y sin querer ser otra cosa que comerciante . Estaba próximo a los treinta años . Era alto , enjuto , desgarbadote y algo cargado de espaldas ; la barba espesa y crespa se le comía gran parte del rostro , dándole un aspecto terrorífico de bandido de melodrama ; pero no era más que un antifaz , pues examinándolo bien , bajo la máscara de pelo veíase la cara sonrosada e inocente de un ruño , la mirada tímida y la sonrisa bondadosa de esos seres detenidos en la mitad de su crecimiento moral , que aunque mueran viejos son débiles y blandos , faltos de voluntad , incapaces de vivir sin el calor que presta el cariño . — ¡ Ah ! ¿ Eres tú , Juanito ... ? — dijo doña Manuela — . ¿ Qué hacías ? — Lo de siempre . Estaba trabajando en los libros de la casa , ordenando el trabajo para el próximo inventario de fin de año . Y Juanito , que hablaba con cierto entusiasmo de sus tareas , y en menos de veinte palabras mezcló varias veces el debe y el haber , viose interrumpido por su principal , don Antonio Cuadros , que tras media hora de regateo acababa de vender el tapabocas para el chicuelo panzudo . — Pero siéntese usted , Manuela ... a menos que quiera usted molestarse subiendo al entresuelo . Teresa se alegrará de verla . — No , Antonio ; otro día vendré con menos prisa : he entrado para esperar a Nelet y continuar las compras . — Pues entonces bajará ella ... ¡ Muchacho , avisa a la señora que está aquí doña Manuela ! Un aprendiz lanzóse a la carrera por una puertecilla obscura que se abría en la anaquelería : una de esas gargantas de lobo que dan entrada a pasillos y escaleras estrechas , infectas como intestinos , que sólo se encuentran en las casas donde las necesidades del comercio y la aglomeración de mercancías disputan a las personas el terreno palmo a palmo . Sentáronse los tres en sillas de lustrosa madera , y doña Manuela , por costumbre , habló de los negocios y de lo malos que estaban los tiempos ; eterno tema alrededor del cual giran todas las conversaciones de una tienda . Don Antonio sacaba a luz todo un arsenal de afirmaciones que , a fuerza de repetidas , habían pasado a ser lugares comunes . Mal iba todo , y la culpa la tenía el gobierno , un puñado de ladrones que no se preocupaban de la suerte del país . En otros tiempos se vendía bien el vino , tenían dinero los del arroz , y el comercio daba gusto ... ¡ Santo cielo ! ¡ Pensar el paño negro y fino que él había vendido a la gente de la Ribera , las mantas que despachaba , los mantones y pañuelos que se habían empaquetado sobre aquel mostrador ... ! ¡ Y todos pagaban en oro ... ! Pero ahora , ¡ las cosechas no tenían salida , no había dinero , el comercio iba de mal en peor y las quiebras eran frecuentes ! Él aún iba tirando ; pero sí la « cosa » continuaba de tal modo , acabaría por cerrar la tienda y morir en el Hospital . — ¡ Qué tiempos aquéllos , ¿ eh , Manuela ? cuando vivía el padre de éste — señalando a Juan — y yo era sólo primer dependiente ! Entonces , aunque me esté mal el decirlo , todos los años , al hacer el inventario , quedaban dos o tres mil duritos para guardar . ¡ Oh ! Aunque me esté mal el decirlo ... usted pilló los buenos tiempos ... ¿ No es eso , Manuela ? Pero Manuela se limitaba a callar y a sonreír . Todo aquello , aunque a don Antonio « le estaba mal el decirlo » , lo había dicho y repetido cuantas veces hablaba con la viuda de su antiguo principal . Y en cuanto a su muletilla « aunque le estaba mal el decirlo » , gozaba el privilegio de poner nerviosa a doña Manuela , que tenía por tonto rematado a su antiguo dependiente . Abrióse una portezuela del mostrador y entró en la tienda la esposa de don Antonio , una mujer voluminosa , con la obesidad blanducha y el cutis lustroso que produce una vida de encierro e inercia y que le ciaban cierto aire monjil . La bondad extremada hasta la estupidez retratábase en su eterna sonrisa y en la mirada de sus ojos claruchos . Lo más característico en su persona eran los relucientes rizos aplastados por la bandolina , que cubrían su ancha frente como una cortinilla festoneada , y la costumbre de cruzar las manos sobre el vientre , luciendo en los dedos un surtidor de sortijas falsas . Hubo besos y abrazos sonoros , pero notábase en las dos mujeres cierta desigualdad en el trato , como si entre ambas se interpusiera la ley de castas . La esposa del comerciante era sólo Teresa , mientras que ésta llamaba siempre doña Manuela a la madre de Juanito , y en sus palabras notábase un acento lejano de humilde subordinación . Los años y el frecuente trato no habían podido borrar el recuerdo de la época en que Teresa era criada en aquella tienda y el escándalo de los señores al verla casada con el dependiente principal . Además , Teresa no había ascendido un solo peldaño en la escala de la vanidad ; en presencia de doña Manuela revelábase siempre la antigua criada , y aceptaba como una confianza inaudita que la señora la tratase con las mismas consideraciones que a un igual . — Sí , doña Manuela ; Antonio y yo hace tiempo que pensarnos visitarla a usted y a las niñas ; ¡ pero estamos siempre tan ocupados ... ! ¡ Vaya , vaya ... ! ¡ Qué sorpresa ... ! ¡ Cuánto me alegro de verla ! Y con esto se agotó el repertorio de frases de la buena mujer , que se sentía cohibida en presencia de la señora , hablando poco por temor a decir disparates y atraerse el enojo del esposo , a quien admiraba como modelo de finura y bien decir . — Y ¿ cómo van las compras ? — apuntó don Antonio al notar el mutismo de su compañera — . Ésta ha salido por la mañana a hacer la provisión de Pascuas y ha encontrado los precios por las nubes . — ¡ Calle usted , Antonio ! Diez duros me he dejado en esa plaza , y aún me falta lo más importante . A propósito : cambíenme ustedes este billete de cincuenta pesetas . Y Juanito , que hasta entonces había permanecido silencioso , contemplando a su madre con la misma expresión de arrobamiento que si fuese un amante , se apresuró a cumplir su deseo , y casi la arrebató el ajado billete que había sacado del limosnero , corriendo después al mostrador . — ¡ Cómo la quiere a usted ese chico , Manuela ! — dijo el comerciante . — No puedo quejarme de los hijos . Juanito es muy bueno ... Pero ¿ y Rafael ? Cada vez estoy más orgullosa de él ... ¡ Qué guapo ! — Es el vivo retrato de su padre , el segundo marido de usted . Estas palabras de Teresa debieron halagar mucho a la señora , pues correspondió a ellas con una sonrisa . — Pero oiga usted , Manuela : tengo entendido que Rafael le da muchos disgustos . — Algo hay de eso ; pero ... ¿ qué quiere usted , Antonio ? Cosas de la edad . A la juventud hay que dejarla divertirse . Por eso es tan elegante y tiene buenas relaciones . — Pero no estudia ni hace nada de provecho — dijo el comerciante , con la inflexibilidad de un hombre dedicado al trabajo . — Ya estudiará ; talento le sobra para ser sabio . Su padre fue un tronera y vea usted adonde llegó . Y doña Manuela dijo esto con el mismo énfasis que si fuese la viuda de un hombre eminentísimo . Juan había vuelto con el cambio del billete en monedas de plata , y su presencia hizo variar la conversación . Doña Manuela habló de la cena que aquella noche daba en su casa . Las niñas , Rafael y Juanito , unos amigos de aquél ... en fin , un buen golpe de gente joven y alegre , que bailaría , cantaría y sabría divertirse sin faltar a la decencia , hasta llegar la hora de la misa del Gallo . También esperaba que fuese Andresito , el hijo de don Antonio , un muchacho paliducho y mimado , vástago único , que cursaba el segundo año de Derecho , hacía versos , y en compañía de Juanito iba muchas veces a casa de doña Manuela , con fines no tan ocultos que ésta no torciese el gesto manifestando disgusto . Y después de haber nombrado al hijo de la casa , volvía a insistir sobre los amigos de su Rafael , todos gente distinguida , chicos de grandes familias , que asistían a sus reuniones y organizaban fiestas con las que se pasaba alegremente el tiempo . — Esta época , amigo Antonio , es muy diferente de la nuestra . Ahora , a los veinte años se sabe mucho más y se conoce la vida . Hay que dar a la juventud lo que le pertenece , aunque rabien los rancios como mi hermano o el bueno de don Eugenio . Y a propósito : ¿ qué es de don Eugenio ? El hombre por quien preguntaba doña Manuela era el fundador de la tienda de Las Tres Rosas , don Eugenio García , el decano de los comerciantes del Mercado , un viejo que arrastraba cuarenta años en cada pierna , como él decía , y mostrábase orgulloso de no haber usado jamás sombrero , contentándose con la gorrilla de seda , que , según él , era el símbolo de la honradez , la economía y la seriedad del antiguo comercio , rutinario y cachazudo . La tienda había pasado de sus manos a las del primer marido de doña Manuela , y de éste a su actual dueño ; pero don Eugenio no había dejado de vivir un solo día en aquella casa , fuera de la cual no comprendía la existencia . Como un censo redimible sólo por la muerte , se habían impuesto los dueños de la tienda la obligación de mantener y dar albergue a don Eugenio , el cual , siguiendo sus costumbres independientes de solterón áspero y malhumorado , entraba y salía sin decir una palabra ; comía lo que le daban ; en los días que hacía buen tiempo paseaba por la Alameda con un par de curas tan viejos como él , y cuando llovía o el viento era fuerte , no salía de la plaza del Mercado e iba de tienda en tienda con su gorra de seda , su capita azul y su bastón muleta , para echar un párrafo con los veteranos del comercio reposado y a la antigua , cuyas excelencias eran el tema obligado de la conversación . Don Antonio sonrió al hacer doña Manuela la pregunta . — ¿ Don Eugenio ... ? No sé dónde estará , pero de seguro que no ha salido del Mercado . En días como éste le gusta presenciar las compras , y pasa horas enteras embobado ante las vendedoras , aunque lo empujen y lo golpeen . Sigue fiel a sus manías ; nunca dice adonde va , y eso que , aunque me esté mal el decirlo , aquí se le traía con las mayores consideraciones . Doña Manuela se levantó al ver en una de las puertas a Nelet , que volvía de casa con la espuerta vacía . — Buenas tardes . Aún tengo que hacer muchas compras . Adiós , Antonio ; un beso , Teresa ; y no olviden ustedes que esperamos a Andresito esta noche . Adiós , Juan . La esposa de Cuadros recibió con satisfacción infantil los dos sonoros besos de doña Manuela , y ella , lo mismo que Juanito , siguieron con amorosa mirada a la gallarda señora en su marcha entre el gentío del Mercado . Otra vez las compras ; pero ahora fuera de la plaza , en la calle del Trench . Allí estaban las gallineras en sus mesas empavesadas de aves muertas colgando del pico , con la cresta desmayada , y cayéndoles como faldones de dorada casaca las rubias mantecas . Las salchicherías exhalaban por sus puertas acre olor de especias , con cortinajes de seca longaniza en los escaparates y filas de jamones tapizando las paredes ; las tocinerías tenían el frontis adornado con pabellones de morcilla y la blanca manteca en palanganas de loza , formando puntiagudas pirámides de sorbetes , y los despachos de los atuneros exhibían los aplastados bacalaos que rezuman sal ; las tortugas , que colgantes de un garfio patalean furiosas en el espacio , estirando fuera de la concha su cabeza de serpiente ; las pintarrajeadas magras del atún fresco , y las ristras de colmillos de pez , amarillentos y puntiagudos , que las madres compran para la dentición de los niños . Doña Manuela estaba poseída de una embriaguez de compras , e iba de un punto a otro sin cansarse de derramar la plata ni de Henar la espuerta de Nelet , a cuyo fondo iban a parar el fresco solomillo , las ricas morcillas para la pantagruélica olla de Navidad , los legítimos garbanzos del Saúco comprados al choricero extremeño , y otros mil artículos para cuya adquisición era necesario sufrir los empellones y groserías de una muchedumbre famélica que parecía prepararse para las carestías de un largo sitio . Todavía faltaba lo más importante : el pavo , protagonista de la gastronómica fiesta ; y la señora y su cochero , empujados rudamente por la corriente humana , atravesaron una profunda portada semejante a un túnel , viéndose en el Clòt , en la plaza Redonda , que parecía un circo con su doble fila de balcones . Sobre el rumor del gentío , que encerrado y oprimido en tan estrecho espacio tenía bramidos de amor tempestuoso , destacábase el agudo chillido de la aterrada gallina , el arrullo del palomo , el trompeteo insolente del gallo , matón de roja montera , agresivo y jactancioso , y el monótono y discordante quejido del triste pato , que , vulgar hasta en su muerte , sólo conseguía atraerse la atención de los compradores pobres . Sobre el suelo , con las patas atadas , recordando tal vez en aquella atmósfera de sofocación y estruendo las tranquilas llanuras de la Mancha o las polvorientas carreteras por donde vinieron siguiendo la caña del conductor , estaban los pavos , con sus pardas túnicas y rojas caperuzas , graves , melancólicos , reflexivos , formando coro como conclave de sesudos cardenales y moviendo filosóficamente su moco inflamado , para lanzar siempre el mismo cloc-cloc-cloc prolongado hasta lo infinito . Doña Manuela buscó lo más raro y costoso del Mercado : tres pares de perdices , que bailoteaban con descoco dentro de una jaula , mostrando sus polonesas encarnadas . Visanteta las arreglaría para la cena de la noche . Después compró el pavo , un animal enorme que Nelet cogió con cariño casi fraternal , después de tentarle varias veces los muslos con una admiración que estallaba en brutales carcajadas . ¡ Fuera de allí ! La señora deseaba salir del Clòt , donde la gente se codeaba con la mayor grosería y por dos veces había estado su velo próximo a rasgarse . Ella y Nelet , que marchaban con cuidado para librar al pavo de tropezones , entraron otra vez en el Trench , buscando los postres , la tiendecilla del turronero establecido en un portal . Allí estaba el de Jijona , con sombrerón de terciopelo , traje de paño negro y el ancho cuello de la camisa sujeto por un broche de plata . Al lado la mujer , con su rostro redondo y sonrosado de manzana y el pelo estirado cruelmente hacia la nuca , cayendo en gruesa trenza por la espalda sobre la pañoleta de vistosos colores . La mesa blanca , de inmaculada pureza , sustentaba , formando columna , las cajitas de áspera película conteniendo el harinoso turrón , los cajones de peladillas y las uvas puntiagudas , hábilmente conservadas , lustrosas y transparentes , como de cera , y con un delicado color de ámbar . Cuando doña Manuela volvió a entrar en el mercado comenzaba a anochecer y la concurrencia aumentaba por momentos . Todas las bocacalles vomitaban gentío dentro de la plaza , en la que el crepúsculo sembraba a miles los puntos luminosos . Brillaba el gas en las tiendas ; las vendedoras importantes encendían sus grandes reverberos de latón , y las pobres huertanas contentábanse con una vela de sebo resguardada por un cucurucho de papel . — ¡ Qué bonito ... ! ¡ Mira , Nelet ! Y la señora permaneció algunos instantes contemplando el aspecto fantástico de la plaza con tan original iluminación . Una lluvia de estrellas había caído sobre el Mercado . Los empujones de la multitud la volvieron a la realidad . Fue a salir de la plaza , cuando otra vez la detuvo el escuadrón perseguido de chicuelas vendedoras . Ahora no corrían . Marchaban al paso , tímidas , anonadadas , haciendo comentarios en voz baja , siguiendo de lejos a una compañera infeliz que , retorciéndose y gritando como una fierecilla en el cepo , era arrastrada por un alguacil . El mísero rebaño pasó ante doña Manuela con triste chancleteo , y la señora no pudo reprimir un movimiento de repulsión ante aquellas cabelleras greñudas y encrespadas que servían de marco a rostros escuálidos y sucios , en los que la piel tomaba aspecto de corteza . ¡ Gran Dios , qué gente ! Y doña Manuela , viendo tales fachas , por una extraña relación de pensamientos , sujetó su bolso con las dos manos , como si alguien fuese a robarla . Después se tentó los bolsillos del gabán , y ... ¡ justo ! ¡ No eran falsas sus sospechas ! Le habían robado el pañuelo . Indudablemente habría sido mucho antes , entre la agitación y los empujones del gentío ; pero esto no impidió que la señora siguiese con la mirada iracunda el grupo sucio , maloliente y miserable que se alejaba , anonadado por el hambre y la pena , entre el oleaje de alimentos y de general alegría . Doña Manuela avanzó sus labios en señal de desprecio . ¡ Cómo estaba el mundo ! No había religión , orden ni autoridad , y ... ¡ claro ! era imposible que una persona decente saliese a la calle sin que la pillería le diera que sentir . En época pasada , aunque no remota , el Mercado de Valencia tenía una leyenda , que corría como válida en todos sus establecimientos , donde jamás faltaban testigos dispuestos a dar fe de ella . Al llegar el invierno , aparecía siempre en la plaza algún aragonés viejo llevando a la zaga un muchacho , como bestezuela asustada . Le habían arrancado a la monótona ocupación de cuidar las reses en el monte , y lo conducían a Valencia para « hacer suerte » , o más bien , por librar a la familia de una boca insaciable , nunca ahíta de patatas y pan duro . El flaco macho que los había conducido quedaba en la posada de Las Tres Coronas , esperando tomar la vuelta a las áridas montañas de Teruel ; y el padre y el hijo , con los trajes de pana deslustrados en costuras y rodilleras y el pañuelo anudado a las sienes como una estrecha cinta , iban por las tiendas , de puerta en puerta , vergonzosos y encogidos , como si pidiesen limosna , preguntando si necesitaban un criadico . Cuando el muchacho encontraba acomodo , el padre se despedía de él con un par de besos y cuatro lagrimones , y en seguida iba a por el macho para volver a casa , prometiendo escribir pasados unos meses ; pero si en todas las tiendas recibían una negativa y era desechada la oferta del criadico , entonces se realizaba la leyenda inhumana , de cuya veracidad dudaban muchos . Vagaban padre e hijo , aturdidos por el ruido de la venta , estrujados por los codazos de la muchedumbre , e insensiblemente , atraídos por una fuerza misteriosa , iban a detenerse en la escalinata de la Lonja , frente a la famosa fachada de los Santos Juanes . La original veleta , el famoso pardalòt , giraba majestuosamente . — ¡ Mia , chiquio , qué pájaro ... ! ¡ Cómo se menea ... ! — decía el padre . Y cuando el cerril retoño estaba más encantado en la contemplación de una maravilla nunca vista en el lugar , el autor de sus días se escurría entre el gentío , y al volver el muchacho en sí , ya el padre salía montado en el macho por la Puerta de Serranos , con la conciencia satisfecha de haber puesto al chico en el camino de la fortuna . El muchacho berreaba y corría de un lado a otro llamando a su padre . « ¡ Otro a quien han engañado ! » , decían los dependientes desde sus mostradores , adivinando lo ocurrido ; y nunca faltaba un comerciante generoso que , por ser de la tierra y recordando los principios de su carrera , tomase bajo su protección al abandonado y lo metiese en su casa , aunque no le faltase criadico . La miseria del hogar , la abundancia de hijos , y sobre todo la cándida creencia de que en Valencia estaba la fortuna , justificaban en parte el cruel abandono de los hijos . Ir a Valencia era seguir el camino de la riqueza , y el nombre de la ciudad figuraba en todas las conversaciones de los pobres matrimonios aragoneses durante las noches de nieve , junto a los humeantes leños , sonando en sus oídos como el de un paraíso donde las onzas y los duros rodaban por las calles , bastando agacharse para cogerlos . El que iba allá abajo , se hacía rico ; si alguien lo dudaba , allí estaban para atestiguarlo los principales comerciantes de Valencia , con grandes almacenes , buques de vela y casas suntuosas , que habían pasado la niñez en los míseros lugarejos de la provincia de Teruel guardando reses y comiéndose los codos de hambre . Los que habían emprendido el viaje para morir en un hospital , vegetar toda la vida como dependientes de corto sueldo o sentar plaza en el ejército de Cuba , ésos no eran tenidos en cuenta . Al hacer la estadística de los abandonados ante la veleta de San Juan , don Eugenio García , fundador de la tienda de Las Tres Rosas , figuraba en primera línea . Otros mostrábanse malhumorados y negaban rotundamente cuando se les suponía tal origen ; pero él lo ostentaba con cierta satisfacción , como queriendo hacer de ello un título de gloria . — Nada debo a nadie — exclamaba al regañar a sus dependientes — . A mí nadie me ha protegido . Los míos me dejaron como un perro en medio de esa plaza . Y sin embargo , soy lo que soy . ¡ Hubiera querido veros como yo , para que supierais lo que es sufrir ! Y siempre que podía asegurar una docena de veces que nada debía a nadie y comparar su abandono con el de un perro , quedaba tranquilo y satisfecho . Los principios de su carrera habían sido penosos . Aprendiz siempre hambriento , dependiente después en una época en que los mayores sueldos eran de cincuenta « pesos » anuales , a fuerza de economías miserables consiguió emanciparse , y con ayuda de sus antiguos amos , que veían en él un legítimo aragonés capaz de convertir las piedras en dinero , fundó Las Tres Rosas , tiendecilla exigua que en diez años se agrandó hasta ser el establecimiento de ropas más popular de la plaza del Mercado . Don Eugenio era , sin darse cuenta , el cronista de cuantas modificaciones y adelantos había experimentado aquella plaza , en la que nació a la vida del comercio y debía desarrollarse toda su existencia . Vio cómo una revolución echaba abajo los conventos de la Magdalena y la Merced ; cómo un motín quemaba el Mercado Nuevo , que era de madera , y cómo las tiendas , agrandando cada vez más sus puertas , saneando sus interiores , atraían al público con grandes escaparates , y en materia de alumbrado pasaban del aceite al petróleo y de éste al gas . Al poco tiempo de fundar su establecimiento , cuando aún la primera guerra carlista tenía en suspenso la suerte de la nación , don Eugenio se formó insensiblemente una tertulia junto a su mostrador , sobre el cual , como una antorcha simbólica de la rutina comercial , lucía un enorme velón de cuatro mecheros , fabricado con más de arroba y media de bronce . Todas las tardes , al anochecer , reuníanse allí los amigos de don Eugenio , la mitad de los cuales vestían sotana y pertenecían al clero de San Juan . A pesar de esto , la tal reunión era casi un club , que en épocas como aquélla tenía su carácter peligroso . Don Eugenio pertenecía a la Milicia Nacional , y aunque tomaba sus bélicas ocupaciones con tibio entusiasmo , no por esto dejaba de preocuparse del honor de la « tercera de Ligeros » . Cuando era preciso se calaba el chacó , martirizaba el pecho con el asfixiante correaje , y servía a la nación y a la libertad , yendo a pasar la noche en el Principal , donde comía melones en verano , se calentaba al brasero en invierno , en la santa y pacífica compañía de algunos otros comerciantes del Mercado , que , olvidándose de la marcialidad de su uniforme , pasaban las horas de la guardia hablando de las fábricas de Alcoy o del precio del azúcar y de la seda ; todo esto sin perjuicio de faltar a la ordenanza , abandonando el puesto con frecuencia para dar un vistazo a sus casas . En la tertulia de don Eugenio se hablaba de Martínez de la Rosa y de su malogrado Estatuto ; había quien audazmente elogiaba a Mendizábal y pedía el restablecimiento de la Constitución del 12 ; se gastaban bromitas contra los « serviles » , sin faltar a la decencia ; se comenzaba a decir con expresión respetuosa « don Baldomero » cada vez que se nombraba al general Espartero , y todos callaban para escuchar religiosamente a don Lucas , el beneficiado de San Juan , un cura que el 23 había emigrado a Londres por liberal , y que pronunciaba conmovedores discursos hablando del pobre Riego , a quien comparaba con Bravo , Padilla y Maldonado . Era , en fin , la tertulia una reunión donde se desahogaba el liberalismo inocente de unos revolucionarios que , en costumbres y preocupaciones , imitaban a sus enemigos , y a pesar de haber sufrido de la dinastía reinante toda clase de desdenes y persecuciones , mostrábanla una fidelidad canina , y siempre era para ellos Fernando VII el rey mal aconsejado , Cristina la augusta señora , e Isabel la inocente niña . En esta reunión estaban todos los afectos y alegrías de don Eugenio . Al encender por las noches el velón y ver entrar las sotanas y las gorras de sus colegas , experimentaba la misma impresión que si se encontrara rodeado de una cariñosa familia . De los de allá , de aquellos que le habían abandonado sin lágrimas ni desconsuelo , nunca se acordaba . Sus padres habían muerto , pero ya se encargaron de recordarle la patria y todas sus miserias el enjambre de primos , hermanos y sobrinos que cayeron sobre él tan pronto como circuló por el lugar la nueva de que hacía fortuna y tenía una tienda en el Mercado . Llegaban en grupos , escalonando sus viajes por meses , cual hordas hambrientas que con la mirada querían devorarlo todo . El pariente rico era para ellos una vaca robusta , cuyas ubres inagotables les pertenecían de derecho . No tenía mujer ni hijos ; ¿ para quién , pues , las fabulosas riquezas que aquellos miserables se imaginaban en poder de don Eugenio ? Las demandas eran interminables , no desmayando los pedigüeños ante la aspereza del comerciante , poco inclinado a la generosidad . El invierno había sido duro , las patatas pocas y malas , el macho estaba enfermo , los muchachos descalzos , un pedrisco lo había arrasado todo ; y tras estos preámbulos entraban en materia con la petición de veinte duros para pasar el mal tiempo , de una pieza de sarga para vestir a la familia , y otras demandas menos aceptables . Si don Eugenio ponía cara de perro a las peticiones , surgía la protesta en la rapaz parentela que tanto le quería . — ¡ Id allá , granujas ! — gritaba el comerciante — . ¿ Qué os debo yo para que vengáis a saquearme ? Nada tengo que agradeceros , como no sea haberme abandonado en medio de esa plaza . Entonces era de ver la indignación con que tíos y hermanos acogían lo del abandono . ¡ Otra que Dios ... ! ¿ Y aún se quejaba ? ¿ Pus si no le hubiesen abandonado sería él ahora comerciante con tienda abierta ? Cuanto más , estaría guardando el ganado de algún rico . A la familia , pues , debía lo que era . Y si la turba de descarados pedigüeños no llegaba a decir que todo cuanto tenía su pariente les pertenecía de derecho , ya se encargaban sus exigencias insolentes y sus rapaces miradas de manifestar que éste era su pensamiento . Producto de una de estas invasiones de vándalos con pañizuelo y calzón corto fue el entrar como aprendiz en la tienda de Las Tres Rosas un chicuelo , al que don Eugenio le fue tomando insensiblemente cierto afecto , sin duda porque recordando su pasado se contemplaba en él como en un espejo . Era de un pueblo inmediato al suyo ; pasaba por pariente , circunstancia poco extraña en un país donde las familias , residiendo siglos y siglos pegadas al mismo terruño , acaban por confundirse , y llamaba la atención por su aire avispado y la ligereza de sus movimientos . Entró en la tienda hecho una lástima , oliendo todavía a estiércol y a requesón agrio , como si acabase de abandonar el corral de ganado . La vieja criada que administraba el hogar de don Eugenio tuvo que valerse de ungüentos para despoblar de bestias sanguíneas el bosque de cerdas polvorientas que se empinaban sobre el cráneo del muchacho , y concluido el exterminio , el amo lo entregó al brazo secular de los aprendices más antiguos , los cuales , en lo más recóndito del almacén y sin pensar que estaban en enero , con un barreño de agua fría y tres pases de estropajo y jabón blando , dejaron al neófito limpio de mugre de arriba a abajo y con una piel tan frotada que echaba chispas . Con esto , el mísero zagalillo de las montañas de Teruel se convirtió en un aprendiz listo , aseado y trabajador , que , según las profecías de los dependientes viejos , llegaría a ser algo . A las dos semanas chapurreaba el valenciano de un modo que hacía reír a las labradoras parroquianas de la casa , y sin que la dureza del trabajo disminuyera para él , todos le querían y no sabía a quién atender , pues Melchor por aquí , Melchorico por allí , nunca le dejaban un instante quieto . Con sus borceguíes lustrosos , una chaqueta vieja del amo arreglada chapuceramente , la cabeza siempre descubierta , con pelos agudos como clavos y las orejas llenas de sabañones en todo tiempo , era Melchorico el aprendiz más gallardo de cuantos asomaban la cabeza a las puertas para llamar a los compradores reacios . Aquel acólito del culto de Mercurio , por su empaque desenfadado atraíase la mala voluntad de los pilluelos de la plaza , enjambre de diablejos que pasaban horas enteras ante la relamida figurilla llamándole ¡ churriquio ! con irritante tono de mofa , hasta que algún dependiente les amenazaba con la vara de medir . Pasaron los años sin que incidente alguno viniese a turbar la ascensión lenta y monótona del muchacho en la carrera comercial . Perdió de cuenta los cachetes y patadas que le largaron don Eugenio y los dependientes viejos , unas veces por entretenerse bailando trompos en la trastienda , otras por pillarle dando retales a cambio de altramuces o cacahuet . Empleó los domingos en que le daban suelta yendo al tiro del palomo en el cauce del río , o paseando gratis arrellanado como un príncipe en las estriberas de las tartanas , con la epidermis a prueba de traidores latigazos ; fue ascendiendo lentamente de burro de carga a aprendiz viejo ; por fin , a dependiente ; y al cumplir dieciocho años viose tan transformado , que , violentando sus instintos económicos , fortalecidos por las saludables enseñanzas del principal , se gastó cuatro pesetas en dos retratos que envió a los de « allá arriba » , a sus antiguos colegas de pastoreo , para que viesen que estaba hecho todo un señor . Los tirones de oreja y los palos con la vara de medir lo habían puesto erguido , borrando en su cuerpo la tendencia a cargarse de espaldas y a ser patiabierto , propio de todos los de su tierra ; sus pelos , a fuerza de peine y cosmético , habían llegado a domarse ; los desabridos y no muy abundantes guisos del ama de llaves daban cierta figura a su corpachón huesoso . Y además , como tenía su soldada anual , aunque corta , ya no vestía los desechos de don Eugenio y se hacía al año dos trajes , operación que antes de ser emprendida era objeto de serías y profundas meditaciones . Melchor Peña , al salir de la adolescencia , experimentó una transformación . Al mismo tiempo que en su labio apuntaba el bigote , en su cerebro apuntó la tendencia a lo romántico , a lo desconocido , el anhelo de cosas extraordinarias , de aventuras gigantescas , y fue un rabioso lector de novelas . Cuantos tomos enormes , roídos por el corte y forrados con papel grasiento , rodaban por los mostradores de las tiendas del Mercado , eran atraídos por sus manos , como si éstas fuesen un imán , y devorados rápidamente , unas veces por la noche , después de cerrar las puertas y robando horas al descanso , otras por la tarde , aprovechando ausencias de don Eugenio , en el fondo del almacén , a la dudosa claridad que se cernía en aquel ambiente cálido , impregnado del vaho de los tejidos y el tufo de la tintura química . Había leído más de veinte veces Los tres mosqueteros , y el fruto que sacó de esta lectura fue que los aprendices se burlasen de él viéndolo un día en el almacén , envuelto en un guiñapo colorado , con un rabo de escoba en la cadera y contoneándose como si fuese el mismo D'Artagnan con todas sus jactancias de espadachín . Después se apasionó , como toda la juventud de su época , por María o la hija de un jornalero ; y a pesar de que don Eugenio le enviaba a misa todos los domingos y a comulgar por trimestre , hízose un tanto irreligioso , y en su interior comenzó a mirar con desprecio a los curas pacíficos y bromistas que visitaban por la noche el establecimiento para jugar a la brisca con el principal ; y cuando cayó en sus manos El conde de Montecristo , paseábase por la trastienda , mirando los fardos apilados con la misma expresión que si en vez de paños , percales e indianas contuviesen un enorme tesoro , toneladas de oro en barras , celemines de brillantes , lo suficiente , en fin , para comprar el mundo . ¡ Y cómo se reía don Eugenio de la manía novelesca de su Melchorico , como cariñosamente le llamaba ... ! Él , que no había consultado otro libro en su vida que un cuadernillo donde estaban comparados los pesos y medidas de Cataluña , Aragón y Castilla , miraba al principio con cierto respeto el afán de lectura del muchacho ; pero después , al notar las extravagancias de su torcida imaginación , le acribilló con burlas y le colgó el apodo de Don Quijote , no porque el viejo comerciante hubiese leído la inmortal obra de Cervantes , sino por tener arriba en su comedor una litografía detestable , en la cual el hidalgo manchego , dormido y en camisa , daba de cuchilladas a pellejos de vino . Iguales bromas se permitía el Don Quijote que vegetaba en la obscuridad , midiendo telas en Las Tres Rosas . Podían atestiguarlo los pescozones con que don Eugenio había saludado a su querido dependiente un lunes en el almacén , cuando vio a Melchor que , recordando el drama El jorobado , se creía un Lagardére , y con una vara de medir ensayaba la gran estocada de Nevers , acribillando los fardos de un modo que hacía temblar por la integridad de los géneros . — Como sigas así — gritaba el buen comerciante , escandalizado — , te pongo en la puerta y ... ¡ buen viaje ! Me has engañado . Tú sirves para cómico , y a mí no me gustan farsas . Merchorico , por última vez lo digo . El año que viene entras en quinta ; o sientas esa cabeza o te abandono , y el demonio que se encargue de tu suerte . Junto a la imaginación exaltada del dependiente debía existir una enorme cantidad de sentido práctico capaz de sofocar todas las fantasías y caprichos , y a esto se debió , sin duda , que Melchor se reprimiera en sus románticas extravagancias , y en adelante , aunque sin abandonar la lectura de novelas , se dedicara con más asiduidad a sus quehaceres . Tenía don Eugenio un amigo antiguo que todos los días visitaba la tienda , y por profesar a Melchor algún afecto , unía sus exhortaciones de hombre práctico a las del principal . De todos los individuos que formaban la tertulia de Las Tres Rosas , don Manuel Fora era el más considerado , a causa de su fortuna sólida y cuantiosa y de respeto que gozaba en el comercio . Vivía en un enorme caserón cercano a las Escuelas Pías ; figuraba entre los primeros fabricantes de seda , y más de doscientos telares trabajaban para él , elaborando piezas de seda rayada , vistosa y sólida , y pañuelos de brillantes colores , que eran enviados a las más apartadas provincias de España y hasta la misma América , cosa que asombraba y producía cierto temor respetuoso entre el comercio a la antigua . De joven había sido novicio en una orden religiosa , pero ahorcó los hábitos el año 8 para batirse contra el francés , sacrificio que no le libró de ser conocido con el apodo de el Fraile entre los comerciantes y las gentes de su industria . Le suponían poseedor de millones , y era el banquero de todos los mercaderes menesterosos . Bastábale entrar en su alcoba para presentar en cartuchos de onzas cuanto dinero se le pedía , y a pesar de esto , fuera de los días de Corpus , en que sacaba del fondo del arca el frac de color castaña y el sombrero de seda , nadie le había visto con otro traje que un eterno pantalón de cuadros , chaqueta de fustán , chaleco de terciopelo rameado y gorra de ancho plato . Era el más fiel representante de la avaricia atribuida á los de su gremio , y en el Mercado se contaban de él cosas graciosísimas . La mañana pasábala en San Juan , pues el comercio no le había hecho olvidar sus aficiones a las cosas de la Iglesia . Tenía su puesto fijo en el banco de la Junta de Fábrica , y allí iban a buscarlo los que , necesitando con urgencia su auxilio , no reparaban en que estaba oyendo la décima misa y rezando el centésimo rosario . — Don Manuel — murmuraba el pedigüeño con voz misteriosa y arrodillándose cerca del Banco — , necesito al momento seis mil reales . — ¡ Déjame en paz ! — susurraba indignado el fabricante sin volver los ojos — . Ni la casa del Señor sabéis respetar . Búscame a la noche . — Don Manuel , ¡ por Dios ! que la letra vence hoy , y he de pagarla o se deshonra mi tienda . Seis mil reales al quince por ciento ; sálveme usted . — ¡ Largo ... ! No estoy ahora para asuntos mundanos . — Don Manuel ... aunque sea al veinte — decía el infeliz con esfuerzo supremo . — He dicho que no . Déjame en paz el alma . — Al veinticinco , don Manuel ... al veinticinco . Me esperan en casa para que pague . — Márchate , o llamo al sacristán . — Pues bien ; al treinta ... que sean al treinta por ciento , como la otra vez . — Todo sea por Dios — murmuraba suspirando dolorosamente — . No dejáis tiempo ni para salvar el alma . Espérame en casa , yo iré así que termine este rosario . Te cobraré el treinta por ser tú ... que bien sabe Dios que a mí no me gustan estos negocios . Esto se contaba del célebre fabricante de sedas ; pero aunque en ello entrase en gran parte la exagerada malevolencia de sus enemigos , lo cierto era que don Manuel , con el producto de sus doscientos telares siempre en actividad y los caritativos auxilios que prestaba desde el Banco de San Juan , iba formándose una fortuna , cuya cifra , por ser desconocida , rodeaba a su poseedor de cierto prestigio misterioso . El fabricante y el dueño de Las Tres Rosas eran antiguos amigos , y hasta se murmuraba que el primero había ayudado a éste con una generosidad extraña en los primeros tiempos de su comercio . Cuantos géneros de seda se despachaban en la tienda procedían de la fábrica de don Manuel , y de esto resultaba una continua comunicación entre el establecimiento de don Eugenio y el caserón del barrio de las Escuelas Pías , relaciones en las que servía de intermediario Melchor Peña , como dependiente de confianza . Él era quien iba al despacho de don Manuel a escoger pañuelos y piezas de seda , raso o terciopelo en aquellos armarios de roble con cerradura complicada , que databan del siglo anterior , y él también quien subía a los porches , donde con un tric-trac ensordecedor movíanse los telares y volaban las lanzaderas , haciendo surgir los ricos tejidos entre polvo y telarañas . Por efecto de las continuas visitas le trataron como amigo íntimo los de la familia de don Manuel . Éste era viudo y tenía dos hijos : Juan , un joven infatigable para el trabajo , meticuloso en los negocios , capaz , como su padre , de darse de cachetes por un ochavo , y Manolita , una muchacha hermosota , que a los diecisiete años tenía el aspecto de una matrona romana , y a quien don Manuel no quería encargar de la administración de la casa en vista del poco aprecio que mostraba al dinero . Otra persona formaba parte de la familia del Fraile ; pero los lazos que la unían a ella eran tan efímeros y débiles como los que atan una estrella errante a un sistema planetario . Era un estudiante de Medicina , famoso entre los de su Facultad como hábil tocador de guitarra , alegre confeccionador de chistes y calavera de los más audaces . El Fraile , avaro y sin entrañas hasta con sus hijos , sentía gran debilidad por el estudiante , tal vez por el contraste entre su carácter austero y regañón y la alegría desenfadada de aquel cabeza a pájaros . Era sobrino de don Manuel en grado lejano ; sus padres habían muerto , y el fabricante de sedas , en vista de su ingenio despierto , encantado por sus agudezas y recordando que lo sostuvo en la pila bautismal , hizo el inaudito sacrificio de recogerlo y darle carrera . Rafael Pajares venía a ser en la casa el punto vulnerable del huraño Fraile . Parecía imposible que éste soportase las travesuras del estudiante , que traía revuelta toda la casa , persiguiendo a las criadas , entreteniendo con chistes a los tejedores e introduciendo algunas veces en su cuarto ciertos compañeros de Facultad tan levantiscos como él , que al menor descuido saqueaban la despensa , y cuando no , hacían temblar los viejos pavimentos del caserón ensayándose a saltos en el manejo de la pandereta . Don Manuel , el hombre de las economías inauditas y las ruindades sin ejemplo , estremecíase de rabia al ver el uso que Rafael hacía de sus liberalidades . Regalábale una sotana nueva , y al punto la rasgaba en dos , quedándose con la parte del pecho y dando el espaldar a algún compañero pobre , con cuyo reparto iban ambos tan gallardos cubriendo con el manteo la desnuda trasera . Comprábale un tricornio flamante , y no acababa el día sin que el travieso muchacho le recortase los bordes caprichosamente hasta darle el aspecto de una fantástica cresta . Gustábale ir roto y sucio como los sopistas , y cada una de estas hazañas enfurecía al Fraile , haciéndole gritar que aquello era robarle el dinero , y que el mejor día de un puntapié en tal parte iba a poner en la calle al desvergonzado sobrino . Pero bastaba que el loco adorador de la tuna sacara algunas habilidades , para que el viejo se diera por vencido y asegurase que el muchacho tenía mucha gracia . Igual influencia ejercía Rafael sobre los demás individuos de la familia . El hijo del Fraile le toleraba , lo que no era poco , atendido su carácter , y en cuanto a Manolita , vivía pendiente de los labios de su primo . Aquella muchacha sencillota , a quien las amigas de la casa tenían casi por tonta y que no conocía más mundo que las tertulias de gente del Arte de la Seda , a las que la llevaba su padre , miraba a Rafael como la encarnación de lo extraordinario , de lo novelesco ; como un Don Juan , cuyo cariño le disputaban ocultas y poderosas rivales . Se amaban desde niños , pero con un amor extraño , incomprensible y preñado de incidentes . Él era informal , ligero , casquivano ; tenía novias en los cuatro distritos de la ciudad ; salía de noche para dar serenatas amorosas ; y ella , bajo su exterior abobado de muchacha tímida y devota , ocultaba un carácter varonil , un genio insufrible , el mismo estallido de nerviosidad iracunda y atronadora que se manifestaba en el Fraile cuando le salía mal un negocio o un deudor se negaba a pagarle . Las peleas en voz baja y el estar de monos días enteros eran hechos frecuentes en estos amores que el padre y el hermano no conocían ; pero bastaba para vencer el enojo de Manolita una palabra chistosa del estudiante , una irónica protesta , algo que la desarmase , haciéndola prorrumpir en carcajadas . ¡ Con un pillo así era imposible estar seria mucho tiempo ! Se necesitaba tener corazón de piedra para no conmoverse cuando , cogiendo la guitarra y poniendo los ojos en blanco , se arrancaba por el Fandanguito de Cádiz , entonando después melancólicamente el ¡ Triste Chactas ... ! que hacía llorar a todas las muchachas de la época , o aquello otro punteado y expresivo que comenzaba : No ; ella le quería , y aunque le diese algún disgusto , consideraba a Rafael , a pesar de su sotana mugrienta y su cara de granuja , como un rendido trovador de los que en aquella época de romanticismo hacían el gasto en todos los extravíos de imaginación femenil . Melchor Peña , entrando con frecuencia en la casa , estaba al tanto de cuanto ocurría en el seno de la familia y conocía el carácter de cada uno de sus individuos . Don Manuel le apreciaba como muchacho laborioso y económico , que tenía lo que él llamaba « sangre comercial » . Juan , primogénito del Fraile , simpatizaba con él como a cofrade en la orden del continuo trabajo y la conquista del céntimo . Manolita decía de él que era un chico simpático , aunque vulgarote , y Rafael , el famoso adorador de la tuna , tratábale siempre con un aire de desdeñosa protección , como si tuviese empeño en recordarle de continuo el abismo existente entre una futura lumbrera de la ciencia y un « gozquecillo » de mostrador . Melchor correspondía a este desprecio con una antipatía profunda . Y no es que le hiriesen honradamente las zumbas del estudiante ; su odio provenía del poco aprecio que éste mostraba a Manolita . Ser dueño de la voluntad de aquella mujer y corresponder a su afecto con infidelidades era un pecado imperdonable a los ojos del pobre Melchor , que amaba a Manolita en silencio , siempre en perpetua batalla interna , tan pronto dispuesto a declarar su pasión como arrepentido de su audacia . Habíase enamorado de la hija del Fraile , no repentinamente y a la primera mirada , como los protagonistas de aquellas novelas que con tanta fruición leía , su pasión se había formado lentamente , por escalones que poco a poco había ido subiendo . Un día se fijó en que Manolita tenía unas hermosas mejillas de melocotón con ligera película , más fina que el terciopelo de a cuatro duros vara ; otro , hizo la observación de que sus ojos eran « ardientes ascuas » , imagen del dominio común de todos los novelistas por él conocidos , una noche hasta llegó a pensar , revolviéndose en su menguada cama de dependiente , que la hija de don Manuel estaría admirablemente formada , a juzgar por su « exterior escultural » — otra frase cien veces leída — , y el resultado de estas y otras observaciones fue confesarse a sí mismo que era « esclavo » de Manolita y la amaría « hasta la muerte » . ¡ Qué adoración tan constante la del pobre muchacho ! Dos años estuvo lanzando tiernas miradas a la joven cada vez que por asuntos del comercio iba a casa del Fraile . Su imaginación novelesca soñaba un rapto , después de matar en desafío al infame estudiantón , con otras mil barbaridades por el estilo , y lo mejor del caso era que quien tales barrabasadas se sentía capaz de ejecutar temblaba como un niño en presencia del ídolo amado , y cien veces se le atragantó la declaración que tenía pensada y aprendida , sin faltar punto ni coma . Por fin , Manolita supo que Melchor la amaba gracias a una carta de éste , en la cual , conforme al patrón de todas las declaraciones , comparaba su corazón con el Vesubio , y comenzando con las consabidas frases : « Señorita : desde el móntenlo que la vi a usted » , etc . , terminaba : « Salve usted este corazón que está herido de muerte . » Manolita acogió burlescamente la declaración del dependiente , mas no por esto dejó de agradecerla , con esa satisfacción que causa en toda mujer el saber que es amada , y nada dijo a su familia ni a Rafael . Melchor esperó con paciencia inquebrantable , y un día fue Manolita la que le recordó su declaración , aceptándola . La hija del Fraile se había dejado llevar de un arrebato del carácter violento que mostraba en las grandes ocasiones . Su primo Rafael había terminado la carrera , abandonando las locuras de estudiante para revestirse de la gravedad del doctor , y cuando ella esperaba de un momento a otro que formulase ante el padre sus pretensiones , una buena alma la hizo saber que aquel calavera ya no limitaba sus infidelidades a serenatas amorosas o pasiones del momento , sino que tenía cierto « arreglo » en el barrio del Carmen con carácter permanente , y hasta se susurraba si había una criatura de por medio . El carácter enérgico de Manolita se sublevó al convencerse de la nueva infidelidad de Rafael . No ; ésta no la consentía , aunque el primo le pidiese perdón de rodillas y estuviese todo un año cantando romanzas sentimentales . Quiso vengarse , atormentar al infame , aunque para eso tuviese ella que sufrir , y nada le pareció mejor que aceptar las pretensiones de aquel tendero que la adoraba . El asunto se arregló con prontitud . Don Eugenio , que se sentía viejo y estaba dispuesto a traspasar Las Tres Rosas al dependiente predilecto , encargóse de hablar a su amigo el Fraile ; éste no tenía gran empeño en conservar en casa una hija que ignoraba el valor del dinero y gastaba mucho en trajes , según él decía ; y como el novio la aceptaba sin un céntimo de dote , la boda se arregló , y a los tres meses la señora de don Melchor Peña entró triunfalmente en sus dominios de la plaza del Mercado . Siete años duró el matrimonio , y su único fruto fue Juanito , a quien pusieron tal nombre por apadrinarle el hermano de Manolita , o más bien , doña Manuela , pues el estado de maternidad , ensanchando sus macizas carnes de matrona , habíanla dado un aspecto respetable y majestuoso . Aquel marido aceptado en un arrebato de ira , sí no llegó a inspirarla amor mereció la tierna simpatía del agradecimiento . Levantábase Melchor al amanecer , y después de arropar cuidadosamente a la señora , rogándola que no abandonase la cama antes de las nueve , bajaba a la tienda para vigilar a los dependientes en las primeras ocupaciones del día . Subía a la hora de comer , para reír como un loco con las gracias de Juanito y revolcarse muchas veces por el suelo , imitando a ciertos animales , para satisfacer las tiránicas exigencias de aquel monigote que traía revuelta toda la casa . Comía lo que le daban , acogía como indiscutibles todos los actos de su mujer , y curado ya de las manías románticas , sólo pensaba en los negocios y en conquistar una fortuna para que su esposa pudiese ver realizadas sus altas aspiraciones . Doña Manuela gozaba de una libertad absoluta , como jamás la había soñado . Salía cuando quería , bajaba a la tienda algunas veces , como quien va a un lugar de entretenimiento , a distraerse viendo gentes y caras nuevas , y era dueña absoluta de todo el dinero de la casa , con gran descontento de don Eugenio y del avaro Fraile . — Tú no conoces a mi hija — decía el suegro a Melchor — . Si sigues tan tolerante , poco adelantarás . Con Manolita hay que ser rígido y no permitirla que toque un ochavo . Es como todas las mujeres , que en trapos y cintajos derrocharían el Potosí si lo tuvieran en la mano . Créeme a mí , que conozco bien ese ganado . A la mujer hay que tratarla con entereza ; en una mano el pan y en la otra el palo . Pero Melchor se reía de las teorías brutales de su suegro . ¿ No marchaban bien sus negocios ? ¿ No cerraba con regulares ganancias el inventario del año ? Pues entonces nada debía negar a su mujer , de la que cada vez se sentía más enamorado , sin duda porque ella correspondía a sus caricias con una frialdad complaciente . Cierto que , a pesar de ser buenos los tiempos , adelantaba poco a causa de las prodigalidades de su mujer ; pero ... ¡ pobrecilla ! él la disculpaba , recordando su juventud monótona y aburrida al lado del tacaño padre , y además , decíase a sí mismo que alguna compensación había de merecer el resignarse a ser tendera una joven que podía aspirar a una posición más brillante . Y ella , aprovechando la tolerancia cariñosa del marido , gastaba con furor que escandalizaba a los buenos burgueses del Mercado . Seguía las modas con escrupulosidad costosa , y muchas veces aumentaba sus gastos hasta la locura , únicamente por el gusto de darles en las narices , como ella decía , al regañón de don Eugenio y al tacaño de su padre . Tenía en su vida motivos de sobra para ser feliz , pero a pesar de esto , dos cosas la entristecían . El andar a pie por las calles , signo , según ella , de pobreza y de degradación , y la vulgaridad de su marido , que se revelaba en sus maneras , en su modo de vestir , en la facilidad con que bromeaba con las criadas , como hombre acostumbrado a esos floreos de mostrador con que se halaga a las parroquianas , no pudiendo ver unas faldas lisas sin soltar cuatro requiebros inocentes y sin consecuencias . A pesar del concepto que le merecía su marido , doña Manuela fue honrada . Justamente el primo Rafael iba alcanzando algún renombre y los periódicos hablaban de él elogiándolo como médico . Varias veces , con su antigua audacia intentó aproximarse a Manolita para reanudar sus relaciones de amistad , buscando un final más íntimo ; pero la hija del Fraile era vengativa : no se borraba fácilmente de su memoria el recuerdo de una infidelidad , y acogió siempre al médico con una frialdad burlona . A pesar de esto , doña Manuela no quería consultar su voluntad ni revolver los recuerdos del pasado , pues sospechaba que todavía sentía algún afecto por aquel hombre . Un día murió el Fraile de apoplejía fulminante al convencerse de que en la quiebra de uno de sus corresponsales había perdido más de veinte mil duros . Sus negocios no marchaban bien en los últimos años de su vida . La industria de la seda iba arruinándose con la competencia que la hacían los franceses ; uno tras otro se cerraban los talleres montados a la antigua que durante un siglo habían sostenido la supremacía industrial de Valencia , y don Manuel , que a pesar de su buen sentido comercial tenía empeño en mantener testarudamente la lucha con el exterior , sufrió grandes pérdidas y murió de un berrinche antes que la ruina viniese a coronar su desesperada resistencia . Setenta mil duros aproximadamente heredaron en dinero , géneros e inmuebles cada uno de los hijos del Fraile , y mientras el primogénito se quedó con la casa solariega , contento con su posición y dispuesto a aumentar lo heredado , doña Manuela , al verse rica , sólo pensó en salir de su estado de tendera . Para ella , la sociedad estaba dividida en dos castas : los que van a pie y los que gastan carruaje ; los que tienen en su casa gran patio con ancho portalón y los que entran por estrecha escalerilla o por obscura trastienda . Quería subir , saltar de la clase de los parias dedicados al trabajo a la de las « personas decentes » ; y con el imperio y la concisión de la señora absoluta que no admite réplicas , expuso a su marido el futuro plan de vida . Puesto que el dependiente mayor , Antonio Cuadros , se había casado con Teresa , la criada , y por tener algunos ahorrillos pensaba establecerse , que se quedara con la tienda y con don Eugenio , que quería acabar su vida agarrado a ella como una lapa . El precio del traspaso ya lo iría pagando Antonio poco a poco , y ellos levantarían el vuelo inmediatamente para ir a formar un nido en una gran casa cerca del Mercado , una finca soberbia , con ancho portal , gran patio , cuadras profundas , y en el piso superior magníficas habitaciones ; inmuebles que el difunto Fraile había adquirido por poco dinero , prestando usurariamente a un conde tronado . Todo se realizó tal como lo dispuso doña Manuela , y ésta , a los pocos días , recordaba como un sueño la estancia de seis años en la tienda del Mercado , y se consideraba feliz pudiendo pasear en berlina por la Alameda y teniendo un lacayo a sus órdenes para enviar recaditos a las nuevas amigas , esposas de magistrados y militares , señoras a las cuales , por ser rica , trataba con aire protector . Lo único que la entristecía era su grandeza en el carácter del marido . ¡ Pobre don Melchor ! La riqueza purgábala como un delito , y su vida de rentista ocioso y de acompañante en paseos y ceremonias resultábale un infierno . Desde por la mañana tenía que endosarse el chaqué y el sombrero de copa , para estar dispuesto a acompañar a la señora ; oíase llamar torpe a todas horas porque en las visitas cerraba la boca , o si la abría era para soltar ingenuidades y franquezas que recordaban su origen ; y ... ¡ oh tormento insufrible ! Su Manolita no le permitía jamás que se quitara los guantes y hasta quería que comiese con ellos , para ir — según ella decía — acostumbrándose a los usos de la gente elegante . ¡ Y el diario paseo por la Alameda ... ! ¡ Dios , qué sonrojo ! Tenía ella empeño en entablar grandes amistades , y no pasaba cerca de su berlina autoridad o persona conocida sin que Melchor le saludase solemnemente con un sombrerazo hasta las rodillas , ruborizándose muchas veces al ver el gesto de extrañeza con que aquellas personas contestaban a la reverencia de un ente desconocido . Esto de que le mirasen como un pájaro raro no estaba en su carácter , pero tenía miedo a Manolita y a los iracundos pellizcos con que acogía sus desobediencias . ¡ Pobre don Melchor ! ¡ Cuan caro le costaba ser esposo de una mujer hermosa y rica ! Aburríase con el trato de unas personas a las que no podía entender , su esposa sólo le hablaba para proporcionarle nuevos tormentos , y únicamente se sentía feliz cuando , puesto de veinticinco alfileres , huía de casa , buscando en el Mercado a sus antiguos amigos . Aparentaba gran conformidad con su nueva posición . Amaba a Manolita y no quería decir la verdad sobre su carácter ; pero con el astuto don Eugenio no valían disimulos . — Mira , muchacho , tú nos engañas . No , no eres feliz ... aunque me lo jures . Tú tienes , como yo , sangre de comerciante , y el que nos saque de este mostrador y nuestras costumbres , nos mata . De seguro que ahora , siendo rico , levantándote tarde y paseando en carruaje , te acuerdas con envidia de los tiempos en que bajabas a barrer la tienda a las seis de la mañana y echabas un párrafo con las criadas que van a la compra . Yo sé bien lo que es eso ... ¡ Ah ! ¡ Esa Manuela ... ! ¡ Esa Manolita ! El otro día se lo decía yo a su hermano . Ella te ha de matar , y ya estás en camino . Tú no puedes tirar con una vida así ... Jaula nueva , pájaro muerto . Y estas profecías fúnebres , que , dichas con franqueza , a lo aragonés , espeluznaban al infeliz Melchor , se iban cumpliendo poco a poco . Don Melchor languidecía visiblemente . Su buen humor había desaparecido junio con los colores de su cara ; una obesidad grasosa y amarillenta hinchaba su cuerpo ; y al fin , un año después de abandonar la tienda , murió sin que los médicos supieran con certeza su enfermedad . Fue cosa del hígado , del corazón o del estómago ; sobre esto no se pusieron de acuerdo los doctores ; lo único indiscutible fue que cayó lánguidamente y sin ruido , como esos pájaros a quienes el lazo traidor arranca del espacio para encerrarlos en una jaula . Fue un luto estrepitoso el de doña Manuela . Misas a centenares , funerales a toda orquesta , limosnas a porrillo , y lágrimas y lamentos que afortunadamente tenía el poder de evitar con sus frases chistosas el doctor don Rafael Pajares , quien , como médico de alguna fama , había sido llamado en los últimos días de la enfermedad del marido , lo que aumentó la languidez de éste y su desesperado desaliento . Ya sabía doña Manuela que no era muy correcta la presencia del antiguo novio en los primeros días de su viudez . Pero al fin era su primo , y trataba con tanto cariño al huérfano Juanito , con tales cosas sabía alegrar al pequeñín , que éste no podía pasar sin el tío Rafael . Quien más murmuraba contra tales visitas era don Juan , el hermano austero , huraño y de pulcra rectitud ; pero sus quejas fueron , recibidas tan acremente , que acabó jurando no volver a poner los pies en aquella casa . Quedó el médico dueño del campo . Tan complaciente era , que para entretener al sobrino no vacilaba en despojarse de su dignidad profesional , y las criadas oían sonar en el salón una guitarra y la voz de don Rafael cantando las cancioncillas de sus buenos tiempos de estudiante . Primero sólo visitaba a la viuda por las tardes ; después prolongó las entrevistas , saliendo de la casa a media noche ; y por fin , llegó un día en que no salió . Don Eugenio y don Juan estaban escandalizados , diciéndose que el buen Fraile conocía perfectamente a su hija ; y aunque los dos tenían poco afecto al médico , experimentaron cierta satisfacción al saber que la viuda y el primo se casaban apenas transcurriera el plazo marcado por la ley . A los tres meses de casados tuvieron una niña , Conchita ; un año después un muchacho , al que pusieron por nombre Rafael , y por fin , la menor , Amparito , último fruto de unos amores que se extinguieron tras rápidas e intensas llamaradas . El matrimonio fue al poco tiempo de realizado un motivo de satisfacción para don Juan , que aunque no odiaba a su hermana se alegraba de sus desgracias , hijas de la imprevisión . El primo Rafael , amante rabioso de los placeres y obligado a reprimir sus deseos en la atmósfera de sórdida avaricia en que se había educado , lanzóse sin temor a saciar sus apetitos al verse dueño de la fortuna de su esposa . La supeditación amorosa de doña Manuela le hacía ser dueño absoluto de la casa , y no tardó en hacer sentir su tiranía . Egoísta hasta la brutalidad , era derrochador para sus placeres y tacaño feroz cuando se trataba de las necesidades de los demás . Encontró ridículos los gustos aristocráticos de su esposa , y los suprimió despóticamente . Vendió el carruaje y los caballos , y doña Manuela , que tan exigente se mostraba en materia de ostentación con su primer esposo , acató servil y gustosa las órdenes del segundo . Ignoraba que aquel hombre tan avariento en los gastos de la casa arrojaba el dinero fuera de ella , y cubriéndose con el velo de la hipocresía , llevaba una vida de calavera , tal como la había soñado en su juventud . La ceguera de la esposa duró algunos años . Cuando supo toda la verdad , tuvo un momento de indignación y de protesta valiente , como al dar su mano a Melchor ; pero ya era tarde para remediar el mal . El doctor había jugado fuerte , perdiendo miles de duros ; mantenía queridas costosas por pura ostentación y emprendía viajes divertidos por toda España con audaces compañeros de bureo . La fortuna de doña Manuela estaba casi destruida . Su marido , en momentos de expansión amorosa , cuando ella se sentía más supeditada , habíala arrancado firmas comprometedoras y tenía que pagar , so pena de ver sus bienes embargados . Para dar en la cabeza a su marido — según ella decía — volvió a sus antiguos gastos , a la ostentación falsa de una fortuna que no existía ; contrajo , por su parte , deudas y guiada por el engañoso pundonor de las gentes que se arruinan , en vez de vender fincas y ponerse a flote , prefirió gravar sus inmuebles con hipotecas y echarse en brazos de la usura , buscando préstamos con intereses aplastantes . Por fortuna , un sinnúmero de enfermedades provenientes de la vida crapulosa del doctor surgieron en su gastado organismo , y murió cuando ya su mujer , si no le odiaba , veíase separada para siempre de él por sus infidelidades y desvíos . La muerte del primo Rafael hizo que don Juan volviera a casa de su hermana y se dignase ocuparse en sus asuntos . Con su buen instinto de hombre práctico , puso orden en aquel maremágnum : vendió fincas , canceló hipotecas , pagó a los usureros con harto pesar de éstos , que querían ver correr los intereses hasta devorar al cliente , y al fin , un día pudo decir a su hermana : — Mira , chica , ya tienes libre y sano lo que te queda , pero te advierto que no eres rica . Tienes , a lo sumo , veinte mil duros , más ocho mil que pertenecen a Juanito , por ser la herencia de su padre . Se acabaron , pues , las locuras . Ahora mucho orden y mucha economía , y así podrás ir tirando . Sobre todo , no cuentes conmigo en los apuros . Si fueras pobre te tendería la mano ; pero tienes para comer , y a mí no me gusta amparar a los derrochadores . Se acabaron las berlinitas y los demás gastos con los que se aparenta lo que no se tiene . Una vida arreglada , gastando conforme a la renta , es lo decente y lo digno . Esa fanfarronería , ese afán de aparentar con cuatro cuartos lo que la gente llama « arroz y tartana » , es ridículo ... ¿ lo entiendes bien ? soberanamente ridículo . Doña Manuela sintióse impresionada por los consejos de su hermano , y por mucho tiempo los siguió escrupulosamente . Dedicóse a criar a sus hijos , es decir , a los hijos de su segundo matrimonio , pues el pobre Juanito siempre había sido tratado con falso cariño , con un desvío encubierto , como si doña Manuela quisiera vengar en el pobre chico el haber sido poseída por su difunto padre . Aquella mujer resultaba incomprensible . Al marido fiel y bondadoso apenas lo nombraba , como si su matrimonio hubiese sido de algunos días ; y en cambio , de aquel calavera que tanto la hizo sufrir habíase forjado después de muerto una figura ideal , y ya que no de sus virtudes , hablaba a todos de su talento , pintándolo como un sabio ilustre , cuya ciencia no había podido apreciar el mundo . El pobre hijo de Melchor , con su carácter apocado y dulce y su afán de cariño , era el paria de la casa . El doctor , viéndole siempre callado , contemplando a su madre con estúpida adoración , había declarado que el niño era tan bruto como su padre , y cuando más , podría servir para el comercio . Y como el muchacho , por su parte , le tenía gran afecto a don Eugenio y cierta querencia a Las Tres Rosas , que era donde habían transcurrido los primeros años de su vida , de aquí que Juanito , a los trece años , entrase en la tienda como aprendiz distinguido , con la ventaja de comer y dormir en su casa . En cambio , los hijos del doctor Pajares gozaron una niñez rodeada de atenciones . Las dos hijas estuvieron hasta los catorce años en un colegio y Rafaelito fue dedicado al estudio , pues doña Manuela v quería hacer de él una lumbrera médica como su padre . Estas predilecciones irritaban a don Juan , que había sentido un afecto fraternal por su primer cuñado , trabajador infatigable como él y amigo del ahorro . Además , Juanito era su ahijado . Pero callaba viendo que la hermana seguía sus consejos económicos y — según sus palabras — no estiraba el pie fuera de la sábana . Pero llegó el momento en que las niñas se convirtieron en unas señoritas , conservando sus relaciones amistosas con sus antiguas compañeras de colegio , y doña Manuela sintió el afán de ostentación de toda madre que tiene hijas casaderas . Renovó su mobiliario , abandonó las modistas anónimas , y en su afán de no andar a pie , si no tuvo berlina y tronco como en sus buenos tiempos , compró una galera elegante y ligerita y tomó como cochero a Nelet , el hijo de la nodriza de Amparo , un bárbaro de la , huerta , a quien puso por condición no tutear a la señorita menor y olvidarse de que era su hermano de leche . — ¡ Que rabie ese rancio ! — decía doña Manuela , indignada al saber la furia con que su hermano había acogido tales reformas — . ¿ Cree que toda la vida la hemos de pasar como unos miserables , con pan y cebolla y un vestido viejo ? Don Juan también hablaba , y había que oírle . — Tu madre está loca — decía algunas veces a Juanito en la puerta de Las Tres Rosas — . Si esto sigue más tiempo , todos iréis a pedir limosna . ¡ Ah , qué cabeza ... ! ¡ Parece imposible que sea mi hermana ! Para ella lo principal es aparentar , y del mañana que se acuerde el diablo . Lo que yo digo : « arroz y tartana ... » y trampa adelante . El primer día del año , a las ocho de la mañana , Concha y Amparo ya habían abandonado el lecho , extraña diligencia en ellas , que por lo común no se levantaban hasta las diez . Ligeritas de ropa a pesar de la estación , revoloteaban alegremente por su cuarto , que ofrecía el desorden del despertar , en torno de las dos camitas de inmaculada blancura , que en sus arrugadas sábanas guardaban el calor de los cuerpos jóvenes y ese perfume de salud y de vida que exhalan las carnes sanas y virginales . Gorjeaban alegremente , como pájaros que despiertan , pero sus trinos no podían ser más vulgares . — ¿ Dónde estarán mis botinas ? — Mis medias ... me falta una ... ¿ La has escondido tú ? — ¡ Ay , Dios ... ! ¡ Tengo una liga rota ! Y así continuaba el diálogo de exclamaciones sueltas , lamentos y protestas , mientras las dos jóvenes , en chambra y enaguas , mostrando a cada abandono rosadas desnudeces , iban de un lado a otro , como aturdidas por el ambiente cálido y pesado de la habitación cerrada . Luego pasaron al tocador , un cuartito en el que la luz de la ventana , después de resbalar sobre la luna biselada de un gran espejo , quebrábase en el cristal azulado o rosa de las polveras y los frasquitos de esencia . La pieza no era un modelo de curiosidad y delataba el desorden de una casa donde falta dirección . Los peines de concha guardaban enredadas en sus púas marañas de cabellos ; muchos frascos estaban desportillados , y el blanco mármol tenía pegotes formados por el amasijo de gotas de esencia con los residuos de polvos . Las dos muchachas soltaron sus cabellos , largos y ondeantes como banderas ; sacudiéronlos , haciendo caer sobre el mármol las horquillas como una lluvia metálica , y después , cual buenas hermanas , ayudáronse mutuamente en la difícil tarea del peinado de un día de ceremonia . La clara luna retrataba en su fondo ligeramente azulado las cabezas de las dos hermanas , con la cabellera suelta y vestidas de blanco , como tiples de ópera en el momento de volverse locas y cantar el aria final . Sus rostros no eran gran cosa ; hubieran resultado insignificantes a no ser por los ojos , unos verdaderos ojos valencianos que les comía gran parte de la cara , rasgados , luminosos , sin fondo , con curiosidad insolente algunas veces , lánguidos otras , y cercados por la ojera tenue y azul , aureola de pasión . La mayor , Conchita , veintitrés años , era la más parecida a su madre . Tenía su mismo aire majestuoso , y comenzaba a iniciarse en ella un principió de gordura , lo que la hacía parecer de más edad . En la casa gozaba fama de genio violento , y hasta doña Manuela la trataba con ciertas reservas para evitar sus explosiones iracundas ; pero fuera de esto era seductora , con su frescura de carnes a lo Rubens y las arqueadas líneas que a cada movimiento delatábanse bajo la blanca tela . La menor , Amparito , dieciocho años ; linda cabeza de bebé , boca graciosa , hoyuelos en la barba y las mejillas , un puñado de rizos sobre la frente y ojos que en vez de mirar parecían sonreír a todo , revelando el inmenso contento de ser joven y que la llamasen bonita . Era la toquilla de la casa , la señorita aturdida que aprende de todo sin saber hacer nada ; la que por la calle no podía ver una figura ridícula sin estallar en ruidosa carcajada ; la que tenía en sus gustos algo de muchacho y aseguraba muy formal que sentía placer en hacer rabiar a los hombres ; la que se escapaba a cada instante del salón , para ir a la cocina a charlar con las criadas , gozando en ser su amanuense , sólo por intercalar en las cartas al novio soldado terribles barbaridades , con las que estaba riéndose toda una semana . Profesábanse gran cariño las dos hermanas ; pero esto no impedía que algunas veces Amparo esgrimiese su carácter burlón contra Concha y ésta sacase a luz su impetuosidad iracunda ; conflictos que terminaban siempre yendo la pequeña en busca de la mamá , llorando , con la mejilla roja de un bofetón o un par de pellizcos en los brazos . Otras veces armábase la guerra por si la una se había puesto la ropa blanca de la otra o por si se habían robado objetos de su exclusiva pertenencia ; pero una ráfaga de autoridad pasaba por la madre : había bofetadas , llantos y pataleos ; las criadas reían en la cocina , y a la media hora todos tan contentos : Concha en el balcón , Amparo corría por la casa cantando como una alondra , y doña Manuela arrellanábase en su butaca con aire de soberana que acaba de administrar recta justicia . Las dos ofrecían un seductor grupo mirándose en el espejo del tocador , despechugadas , con los brazos al aire y oliendo a carne refrescada por una valiente ablución de agua fría . Sus cabelleras , fuertemente retorcidas , apelotonábanse sobre la testa con la forma del peinado frigio , y quedaba al descubierto , sobre el extremo de la espalda nacarada , cubierta de una película tenue y fina de melocotón sazonado , la nuca morena , de un delicioso color de ámbar , erizada de pelillos rebeldes y rizados que parecían estar puestos allí para estremecerse nerviosamente con los suspiros de amor . Al terminar el peinado comenzó el arreglo del rostro . ¡ Oh estupideces de la moda ! A las dos incomodábalas su color pálido de arroz , aquel color puramente valenciano que hace recordar las delicadas tintas de la camelia . « Tenemos caras de muertas » , se decían todas las mañanas al mirarse al espejo , y martirizaban su fresca y jugosa piel con los polvos cargados de plomo , el bermellón que teñía levemente las mejillas y los lóbulos de las orejas ; y como si sus ojos no fueran bastante grandes todavía enmendaban la plana a la Naturaleza , trazando leves líneas al extremo de los párpados . La frescura juvenil , la hermosura natural , era cursi ; la elegancia exigía careta . Y mientras llevaban a cabo este retoque criminal , eran las exploraciones sin término , las rebuscas furiosas sobre el mármol del tocador , al través del bosque de frascos y cajas , persiguiendo objetos que aturdidamente tocaban sin reconocerlos . ¿ Dónde estaba el polvo rosa ? ¿ Y el paño de Venus ? ¡ Adiós ! ¡ ya no quedaba una gota de « piel de España » ! La mamá , con la manía de embellecerse que la había acometido a última hora , era una calamidad para las niñas . Ella sola se llevaba medio tocador , y después , para hacerla entrar en la perfumería , había que importunarla toda una semana . La toilette acabó con poca alegría . Las deficiencias del tocador habían malhumorado a las dos hermanas . Lanzábanse miradas de sorda hostilidad . Amparo pensaba que , por ser la más pequeña y la más débil , tenía que contentarse con el sobrante de la otra , y Concha retocaba su moño nerviosamente , murmuraba y daba furiosas pataditas , mirando de soslayo , sin poder copiar el perfil gracioso del peinado de aquella muñeca . Por fin llegó el momento en que volvieron a su cuarto para ponerse los vestidos más bonitos . Eran los días de la mamá ; iban a tener visitas y había que estar presentables , para que las amigas , en vez de sonreírse compasivamente , se mordieran los labios . Cuando volvieron al tocador y se miraron en la clara luna , su alegría reapareció . Vamos , no estaban del todo mal ; y con un retoque al peinado y a la cara , un bouquet en el pecho y dos tirones al talle para que no hiciese arrugas , se dieron por satisfechas y se lanzaron al público . Eran ya cerca de las diez . La mamá estaba en el salón hablando con doña Clara , una señora antipática y ordinaria que la visitaba con frecuencia , y las niñas , huyendo de tal visita , pasaron al comedor . Hasta allí llegaban los preparativos de la fiesta . Sobre la mesa veíanse , formando círculo , varias bandejas con pasteles de espuma , blancos en su base , destilando almíbar , dorados suavemente en sus dentelladas crestas , y entre los cuales asomaba la tarjeta del que enviaba el dulce recuerdo ; dos grandes tortadas ostentando en su superficie de azúcar pulido como un espejo frutas confitadas en caprichosos grupos ; y en el centro de la mesa el ramillete de casa Burriel , arquitectura de turrón , y merengue que afectaba la forma de un castillo surgiendo de un montón de flores y rematado por una bailarina que , montada sobre un alambre , danzaba temblorosa sobre la obra maestra de confitería . En torno de la mesa , husmeando con aire goloso , estaba una diminuta perra inglesa , que , con su piel de porcelana , sus ojillos de cristal y las patas de alambre , parecía escapada de una tienda de juguetes . Al ver a sus amas , el liliputiense animal sacó la roja lengua , lanzando un ladrido que parecía un estornudo . — ¡ Miss ... ! ¡ mi querida Miss ! — gritó Amparito , queriendo tomarla en brazos . Pero ya Concha se había adelantado a tal deseo , apoderándose de ella , y desde lo alto de sus brazos enseñábale la mesa cubierta de pasteles , al mismo tiempo que la besaba en el hocico . Hubo brega entre las dos hermanas sobre el mejor derecho a la posesión de Miss , y Concha la dejó caer , con tan mala fortuna , que chocando sobre la mesa aplastó un par de pasteles , y manchada con la espuma del merengue emprendió una furiosa carrera hacia el salón . — ¡ Mi pobre perrita ! ¡ Animal ... ! ¡ la has muerto ! — gritó Amparito , como si hubiese ocurrido una desgracia . Y levantó su puño amenazante contra su hermana . Pero al ver la extraña figura que presentaba Miss con sus pegotes de merengue y corriendo medrosa , una carcajada de atolondramiento hinchó su lindo cuello , y como si nada hubiese sucedido , se agarró del talle de Concha , dándola un sonoro beso . — ¡ Qué gracioso ... ! ¿ eh ? ¡ Qué cara va a poner mamá cuando la vea entrar en el salón con esa facha ... ! Pero la intensa risa que esto la producía desvanecióse al oír un cacareo angustioso , un estertor de muerte que salía de la cocina . Allá fueron ellas , y al entrar vieron a Nelet el cochero en mangas de camisa , con un cuchillo en la mano , ocupado , con la gravedad de un sacrificador , en abrirle el gañote a un robusto capón que sostenía Visanteta por las patas . La otra criada de la casa , que la echaba de sensible y ejercía cerca de las señoritas las funciones de doncella , volvía la espalda al sacrificio y vigilaba las marmitas y cazuelas que hervían sobre los fogones del banco . Las dos hermanas , inclinadas y recogiéndose las faldas entre las piernas — para evitar rozamientos con el suelo grasoso — , contemplaban atentamente el degüello , contaban las convulsiones de la agonía y seguían las últimas gotas de sangre desde que asomaban a la herida , erizada de pelos coagulados , hasta que caían en una cazuela . Este trabajo ponía alegre a Nelet y excitaba su jocosidad brutal . — Qué gordito , ¿ eh ? — decía palpando la pechuga del cadáver — . Cuando lo pelen parecerá un canónigo ... Si yo fuera rico , todas las mañanas haría una muerte así . Vale más esto que limpiar el caballo . Y para completar sus gracias agitaba el capón en el aire como si incensase el rostro de las dos criadas , lo que las hacía correr asustadas por toda la cocina , con gran algazara de las señoritas . La broma cesó al aparecer doña Manuela , vestida con una bata de seda negra , amplia , con larga cola y mangas perdidas que completaba su apostura de reina de teatro . Se había librado de doña Clara , aquella posma que nunca terminaba relato alguno , saltando de una conversación a otra , lo que hacía sus visitas interminables . La mamá y las niñas volvieron al comedor y dieron vuelta a la mesa , leyendo las tarjetas que acompañaban a los regalos . Allí estaba la del tío don Juan . Siempre el mismo . El muy tacaño , a pesar de sus millones , se había contentado con media docena de pasteles : total , tres pesetas . No se arruinaría . El lindo ramillete era de don Antonio Cuadros y su señora , los propietarios de la tienda de Las Tres Rosas . — Ahí tenéis unas personas sin educación , pero que saben hacer bien las cosas . Y doña Manuela , después de esta reflexión hija del agradecimiento , siguió enseñando las tarjetas . Don Eugenio García , una tortada ... no estaba mal ; la otra era de « las magistradas » ; y los demás pasteles no llevaban señales de procedencia ; pero doña Manuela adivinaba que eran de Juanito , aquel hijo que la obsequiaba con tanto cariño como sí fuese su novia . — ¿ Y Juanito , dónde está mamaíta ? — En la tienda ; pero vendrá antes de las doce . Rafael también ha salido . En la puerta de la escalera sonó un campanillazo , que denotaba el tirón brutal de una mano burda . Nelet salió rápido de la cocina , y haciéndolo retemblar todo con sus zapatos , corrió a abrir . Hubo en la antesala exclamaciones como berridos y caricias que parecían golpes , cual si alguien riñese a brazo partido . — ¿ Qué es eso ? — dijo doña Manuela , avanzando hacia la puerta . Pero se detuvo al oír la voz cascada y chillona que sonó en la antesala . — ¡ Es el ama ... ! ¡ el ama ! — gritó Amparito con ingenua alegría . Pero inmediatamente se contuvo , ruborizada , como si hubiese cometido una terrible inconveniencia . Precedida de Nelet , entró en el comedor , balanceándose y atronándolo todo con sus chillones « ¡ buenos días ! » , una labradora gruesa y hombruna . Era la nodriza de Amparito , una huérfana de las inmediaciones de Alboraya , madre del cochero , y que había criado en su barraca a la señorita . Nelet era un retoño digno de tal árbol , pues en el rostro pecoso , mofletudo y de tirante piel que mostraba la tía Quica bajo su pañuelo de hierbas notábase la misma brutalidad jocosa y resuelta de su rústico vástago . Abultaban su volumen una docena de zagalejos bajo la rameada falda , y cuando se sentaba abría las piernas de tal modo , que , combándose las ropas , formábase entre sus muslos de yegua rolliza un abismo insondable . Iba siempre a todas partes con la cesta al brazo ; una enorme cesta , siempre blanca , que no soltaba ni al tomar asiento , y por lo íntimamente unida a su persona , parecía un nuevo miembro de su cuerpo . Abrumó a Amparito con abrazos asfixiantes y besos y lagrimones , que la arrebataron una parte del colorete ; y después de esta molesta expansión , que dejó aturdida a la niña e hizo torcer el gesto a doña Manuela , dejóse caer de golpe en una silla , que crujió tristemente bajo las gigantescas posaderas . Dio dos o tres bufidos de cansancio — sin soltar la cesta — , y rompió a hablar en un castellano fantástico , ya que en casa de doña Manuela no era permitido otro lenguaje . ¡ Cómo se cansaba una en Valencia ... ! Parecía imposible que las gentes quisieran vivir en semejante pudridero . Allá , en la huerta , se estaba bien , y por esto a ella le costaba mucho decidirse a entrar en Valencia . Había venido únicamente por felicitar a la señora en sus días , y eso haciendo un esfuerzo , pues su deber era no apartarse de su hermana menor , que vivía en una barraca inmediata a la suya . — ¡ Calle , siñora ! ¡ Cuan apurada está la pobre ! Su marido nos ha salido un borrachín , un bufao , que todos los domingos vuelve de la taberna de Copa a cuatro patas , como un burro , y lo han de meter en la cama para que duerma la mona un par de días . ¡ Y qué pausas , Virgen santa ! Mi pobre Pepeta pasa la vida de Santa Catalina de Sena , y la muy bestia , erre que erre , sin aborreser a ese pillo de Pimentó , que no vale ni un papel de fumar . Y en este tono seguía la tía Quica la relación de todas sus desdichas de familia ; pero a lo mejor deteníase , y al ver a Amparito , que la contemplaba silenciosa , prorrumpía en un « ¡ jilla meua ! » estruendoso ; y sin soltar la cesta — eso jamás — , volvía a abrazarla y besuquearla , llevándose en los labios los blancos polvos . ¡ Cuan guapa estaba ! Miradla ; parecía una reina . ¡ Quién podría figurarse , al verla con aquellos trajes , que la había tenido en su barraca , y en las tardes de sol jugaba en la cuadra con Nelet y otros chicos , entre el macho , el novillo y los dos cerdos ! Aún se acordaban todos de ella y eran muchos los que le preguntaban por su salud . No ; de aquel año no pasaba . Aunque se opusiera la mamá , ella se la llevaría a la fiesta mayor de Alboraya , para que todos vieran cómo estaba su Amparito y qué aire de señorío gastaba . Y ... a propósito ; el hijo del tío Pallús — ¿ te acuerdas , Amparito ... ? aquel chico que andaba a cuatro patas y hacía el burro para que tú le montases — , pues bien , ése venía ahora a Valencia con el carro a recoger el estiércol de las casas , y quería que Nelet le dejase limpiar la cuadra . Cuando viniese por el estiércol ya subiría a ver a Amparito , y de paso , si no les servía de molestia , podían darle cualquier cosilla : unos pantalones viejos de los señoritos , algo de ropa blanca , pues a los pobres todo les sirve . La tía Quica se dio cuenta del mal efecto que su conversación causaba en doña Manuela , y se apresuró a manifestar el objeto de su embajada , echando mano a la inseparable cesta . En ella llevaba algunas cosas para obsequiar a la señora en sus días ; regalos de pobre , pero que ofrecía con la mejor voluntad del mundo . Rosquillas de una pasta con cierto dejo amargo , cubiertas con una capa tersa de azúcar ; tortas que parecían de cartón , pegadas a un papel grasiento , y confites agridulces , que se deshacían en la boca y llevaban en la huerta el extraño nombre de suspiros . La señora dio las gracias , con una risita de conejo . Bien sabía lo que costaban esos productos de la confitería rústica . Ya lo decía su astuto padre : « El bollo del labrador cuesta cahizada de trigo . » Después que la tía Quica depositó majestuosamente sobre la mesa sus regalos , la señora , como compensación , metió en su cesta la media docena de pasteles que Miss había aplastado en su caída , y además le dio un duro , no sin antes luchar con la labradora , que juraba y perjuraba que nada quería , mientras en sus ojos brillaba la codicia . Cuando tuvo en su poder los regalos , entonó un interminable himno de gracias , desbordándose en elogios , que , en forma de consejos , dirigía a su hijo . — Mira , Nelet ; bien puedes servir a las siñoras . A ver si te portas bien ; tu padre , el tío Sentó , tendrá un disgusto si faltas a la obligasión . Bien puedes trabajar . Estando en casa , tendrías que ir en el carro a llevar vino , durmiendo mal y trabajando como los machos . ¿ Y aquí qué te hase falta ? Tienes papusa buena y segura , trabajas poco , vas vestido como un siñor ... Nelet , no seas bruto y a ver si das gusto a las siñoras ... Y así hubiese seguido desarrollando este capítulo de consejos , a no ser porque un campanillazo le cortó la palabra . Una visita . Doña Manuela y las niñas pasaron al salón , donde estaba don Eugenio García , el fundador de Las Tres Rosas . Por él no pasaban los años . Era el mismo viejecillo de siempre , regordete y sonriente , con el rostro colorado , la mirada viva y la cabecita blanca y sonrosada . Aseguraba que tenía gran semejanza fisionómica con Pío IX , y algo había en él que recordaba al difunto Papa , a pesar de su capita azul sin esclavina y del bastoncillo muleta , que no soltaba ni aun en las visitas . Besó a las niñas como sí fuese su abuelo , y a doña Manuela diole algunas palmadas en la espalda con una alegría de viejo campechano , asegurando que cada vez estaba más gorda y hermosota . Venía de oír misa de San Juan , su querida parroquia ; y cumpliendo la obligación de todos los años , quería saludar a Manuela y a las niñas , y desearles mil felicidades en el día del santo . Él no pensaba salir del próximo año ; en él caería , estaba seguro de ello , a pesar de que todos los años había dicho lo mismo . Y hablaba de la muerte con la serenidad de una vejez tranquila y honrada , bromeando , riéndose y dejando escapar agudos chillidos por entre sus encías desdentadas . Amparito escuchábale complacida , riéndose malignamente del ceceo del viejo y de sus preguntas . ¿ Que si tenían novio ? No , señor ; aún eran jóvenes y podían esperar . Concha sí que tenía algo , pero ella nada ... Nadie la quería ... ¡ era tan fea ... ! Y el travieso bebé experimentaba satisfacción al oírse llamar hermosa por aquella boca de ochenta años . — Pero quédese usted a comer , don Eugenio — dijo la señora — . Desde que salimos de la tienda , ningún año ha querido usted honrar nuestra mesa . — No puedo , Manolita . Soy ya muy viejo , y quien me saca de mis sopitas me mata . Además , vaya un regalo : un convidado de mi clase . Masco como una cabra , y 110 divierte ver un viejo entre la gente joven . A cada cual lo suyo . La visita se prolongó una media hora , y por fin , el viejo , con ayuda de su bastón , púsose en pie . — Me voy , hijas mías — dijo con expresión melancólica , a pesar de su carita siempre alegre — . El año que viene os acordaréis de mí al veros sin mi visita . Ya tendré entonces lo que me falta : el reposo eterno ... No digáis que no ... ¿ Creéis que no tengo ganas de descansar ... ? Pero mientras llega la hora , don Eugenio siempre firme en su tienda del Mercado . ¡ Comerciante hasta la muerte ! Y después de repetir estas palabras golpeándose el pecho , salió del salón escoltado por las señoras . La nodriza se había ido , y Nelet continuaba en la cocina ayudando a las muchachas . Era día de gran banquete . Don Juan , el tío de las señoritas , aquel erizo intratable , había accedido a comer en casa de su hermana , y eran de ver los preparativos . Juanito iría a las doce por el tío ; y Rafael , antes de salir , había sufrido un sermón de su madre recomendándole que estuviera en casa a la una en punto , hora de la comida . A los postres vendría Andresito Cuadros y algún amigo de Rafael . La campanilla de la escalera sonaba cada cinco minutos . Eran tarjetas de felicitación , que se amontonaban en el velador de la antesala , y sobre las cuales se abalanzaban las dos hermanas , ávidas de curiosidad . A las once , otra visita , Don Antonio Cuadros y su mujer , con la ropa de las grandes solemnidades . Teresa , con vestido negro de seda , grueso y crujiente , sólido aderezo con más oro que piedras , mantilla de blonda y los dedos cargados , como siempre , de sortijería barata . Él , de levita atrasada de tres modas , guantes negros , sombrero de copa con alas microscópicas y en el chaleco una verdadera maroma de oro . Los dos , tiesos , majestuosos , dentro de estos trajes que , al través de innumerables reformas , venían subsistiendo desde su boda y sólo salían a luz en visitas de días o entierros . El matrimonio tomó asiento en el sofá , lugar preferente del salón , honra que hizo enrojecer de orgullo a la antigua criada . — Pues sí , Manuela — dijo el marido — ; en un día como éste , nosotros no podíamos prescindir de hacer a ustedes la consabida visita . Gozamos de la felicidad de ustedes , porque , aunque me esté mal el decirlo , nosotros les apreciamos mucho . Y así seguía el tendero del Mercado , ensartando sus frases rebuscadas ante la admiración ingenua de su esposa , que veía en él un ser superior . Y mientras seguía su curso la conversación , sonaba a cada instante la campanilla de la puerta . Eran tarjetas de felicitación , que la señora miraba satisfecha , dejándolas sobre el velador de modo que pudiesen leerlas sus visitantes . La familia dio las gracias al señor Cuadros por el obsequio que había enviado . — Quédense ustedes a comer con nosotros . Hoy tenemos a la mesa a mi hermano Juan . Estas palabras hicieron que la conversación recayese sobre el hermano de la señora . El comerciante era irresistible cuando se lanzaba a hablar del prójimo . ¡ Vaya un señor raro el tal don Juan ! Para él no existían teatros ni diversiones . Se le calculaba una fortuna de más de cien mil duros , y sin embargo vivía como un hurón en la gran casa heredada de su padre , sin otra compañía que una vieja criada , y arrastrando su fastidio por los talleres abandonados , que parecían cementerios . Tenía manías , y la más principal era combatir la debilidad de la vejez con un régimen de continua actividad . Todas las tardes pasaba horas enteras visitando las obras del Ensanche , las reformas que el Municipio emprendía en los caminos vecinales . Los peones le conocían , como si fuese un contratista o maestro de obras ; y cuando le faltaban estas distracciones emprendía atroces caminatas : iba a pueblos distantes , andando siempre con una regularidad mecánica ; el cuadrado sombrero sobre las cejas , flotante el paleto , que no abandonaba ni aun en el verano , y bajo el brazo el bastón de su juventud , una caña vieja y resquebrajada , con puño redondo de marfil que casi era una bola de billar . Hablábase con misterio e interés de las preciosidades que amontonaba en sus polvorientos salones . Figuraba en todas las almonedas como comprador de fuerza , y si algún corredor le proponía la adquisición de alhajas antiguas o muebles raros — siempre , se entiende , con considerable ventaja — , aceptaba sin vacilación , pues no era dinero lo que faltaba en el enorme secrétaire del siglo pasado , que ocupaba todo un paño de su alcoba , mostrando el menudo mosaico de sus tres filas de cajoncitos . De este mueble también se hablaba con respeto en casa de doña Manuela . ¿ Quién podía saber todo lo que contenía ? De allí salían largos pendientes en forma de uva , cuajados de diamantes antiguos ; sortijones con brillantes como lentejas ; piedras sin montar , de valor considerable ; cincelados de gran mérito artístico ; todo adquirido a fuerza de calma y de regateos en el naufragio de las grandes fortunas . — Dice usted bien , Antonio . Mi hermano es un ente raro , un extravagante , que pudiendo estar bien con los suyos , prefiere vivir casi solo en aquella casa , contando sus miles de duros y adorándolos como si los hubiera de llevar a la fosa . Yo no viviría con tranquilidad ... Dicen que por la noche , al menor ruido , se levanta y recorre la casa con unas pistolas viejas ; pero aun así , es extraño que no le roben . Su tacañería me disgusta . Pero entre hermanos hay que vivir en paz , ¿ no es verdad ? y por esto sufro que a espaldas mías hable mal de mis costumbres . Afortunadamente , una tiene lo que necesita para pasarlo bien , y no se ve obligada a buscar los auxilios de ese avaro . Una nueva visita entró en el salón . Eran « las magistradas » , una mamá y tres hijas , íntimas de las niñas de la casa . El papá había muerto siendo magistrado , y esto bastaba para que en casa de doña Manuela , con el afán de grandezas que todos sentían , no designasen a la familia por su apellido , sino por el título del difunto . Los señores de Cuadros sentían una oculta satisfacción al rozarse con las amistades de doña Manuela , que para ellos eran gente de la clase más elevada . Teresa miraba con su respeto de antigua criada a aquellas señoras , y sonreía con bondad estúpida cada vez que alguna de ellas se dignaba mirarla . Las dos viudas hablaban afectuosamente , y doña Manuela , a pesar de que estaba bastante bien de salud , expresábase con cierta languidez que a ella le parecía la última palabra del buen tono . — Salgo poco , querida ; el frío y la lluvia me matan . Aún no he visto este año la feria de Navidad . Y eso que teniendo carruaje se puede salir de casa sin miedo al tiempo . Y lo de tener carruaje acentuábalo doña Manuela como si fuese la ejecutoria de la distinción , el signo único que marcaba la diferencia de castas . Las niñas hablaban entre sí , haciéndose preguntas sobre sus trajes o lo que habían hecho durante el día anterior , y nadie se acordaba del matrimonio Cuadros , que permanecía en el sofá como clavado , mirándose los pies y sin saber cómo salir de allí , por no molestar a los que hablaban . Amparo era la única que de vez en cuando volvía la cabeza para sonreírles . Por fin , se fueron . — Son unos antiguos amigos — dijo doña Manuela a « la magistrada » — . Buenas gentes , pero ordinarias . Nos están agradecidos : a él le protegió mucho mi primer marido . Cuando la familia dio por terminada su visita , doña Manuela y las niñas fueron hasta el rellano de la escalera , para cambiar allí los últimos besos . — Crea que me dan un disgusto no quedándose a comer . Desaparecía en los últimos peldaños el extremo de las elegantes faldas , cuando sonó una tos que todos conocían en la casa . Era el tío que llegaba , anunciándose , como siempre , con un carraspeo que le cortaba las palabras , y que , según doña Manuela , sólo tenía por objeto el darse tiempo para pensar las contestaciones . El cuadrado sombrero y el flotante paleto , que parecía una sotana , fueron remontando lentamente la escalera , con acompañamientos de golpes de bastón en cada peldaño . — ¡ Buenos días , tío ... ! Viose por fin desde el rellano la cara de don Juan , animada por su falsa risita , que recordaba la de los conejos . Iba de gran gala . Traje , el de siempre ; pero su chaleco escotado dejaba al descubierto una botonadura maciza , enorme , con diamantes antiguos de gran valía , y en los dedos sortijas pesadas , de complicada labor , que evocaban el recuerdo de los suntuosos marqueses del pasado siglo . — ¿ Me aguardabais , hijas mías ... ? ¡ Ejem , ejem ... ! Pues he sido puntual . Son las doce . Y mostraba su reloj , una joya rococó , que con sus esmaltes mitológicos hacía pensar en las fiestas pastoriles de Versalles . Tras él subía la escalera Juanito , el hijo mayor , con un enorme ramo de flores . — ¡ Este chico ... este chico ! — murmuró la señora , sin conmoverse gran cosa por el cariño extremado que Juanito le demostraba en todas ocasiones . Y se dejó besar por su hijo , que después corrió al comedor con el ramo , y no encontrando un jarrón capaz de sostener aquella pirámide de flores lo colocó entre dos sillas . Don Juan fue casi llevado en triunfo al salón por sus sobrinas . Tío por aquí , tío por allá ; la una le quitaba el sombrero , la otra tomaba su bastón , y las dos tiraban a un tiempo de su paleto , sonriendo ligeramente al ver el chaqué , que quedaba al descubierto , y que con sus cortos faldones dábale el aspecto de un pájaro desplumado . Las pobrecillas ya sabían vivir . Aquel tío era la esperanza de la familia ; representaba el cebo capaz de atraer novios con la tentación de una herencia , y aunque lo encontraban poco simpático , por su carácter y la ruindad de sus regalos , sonreíanle y le adulaban , con gran contento de la mamá . A pesar de esto , doña Manuela no se hacía ilusiones . Al único que quería él era a Juanito ; con los hijos de Pajares mostraba siempre cierta ironía , sin duda para darse el gusto de mortificar a su hermana . — Juan , quédate en el salón mientras yo voy a la cocina a vigilar los preparativos . Vosotras , niñas , entretened al tío . Ahora verás cuánto ha adelantado Conchita en el piano . La hija mayor levantó la tapa del instrumento , quedando al descubierto el blanco teclado , semejante a la dentadura de un monstruo . Sus dedos , larguiruchos y extremadamente abiertos por un continuo ejercicio , corrieron sobre las teclas , produciendo complicadas escalas . — ¿ Y tú , no tocas ? — preguntó don Juan a Amparo . — Nada , tío . El profesor dice que soy demasiado aturdida , y me ha declarado incapaz . La verdad es que yo quisiera tocarlo todo en seguida , y al ver que no puedo y que he de fastidiarme mucho con ejercicios y escalas , me enfurezco y me entran ganas de dar puñetazos al piano . Y el travieso bebé decía esto con tonillo irritado , levantando el puño . — Pero ahora — continuó en tono más dulce — , ya que no puedo ser pianista , me dedico al canto . Mamá dice que hay que hacer algo , para no estar en sociedad parada como una tonta . Ya canté el otro día en una reunión de « las magistradas » ... Ahora me oirá usted . Mientras tanto , doña Manuela expulsaba del comedor a Juanito . Aquel chico no desmentía su sangre ; era ordinario , y su mayor placer consistía en charlar con las criadas . — Juanito , hijo mío , deja a Visanteta que ponga la mesa . Marcha al salón . El tío se incomodará , porque te olvides de él . ¿ Olvidarse de su tío ? Ante tal suposición , le faltó el tiempo para correr en busca de don Juan . Visanteta acababa de tender el mantel adamascado , brillante de blancura , sobre la mesa del comedor , pieza de ebanistería moderna , tallada a máquina , que con su color obscuro imitaba al roble de un modo discreto . — ¿ Está todo bien preparado , Visanteta ? — Todo , señora . Nelet se ha encargado de que el capón no se queme ; sólo faltan unas cuantas vueltas . Adela cuida del puchero . La sopa la pondremos cuando avise la señora . Y continuó la conversación entre el ama y la sirvienta , mientras ésta , con delantal blanco y haciendo crujir los bajos almidonados y tiesos de su saya , iba del aparador a la mesa , colocando el centro de plata Meneses con sus grupos de flores , las pilas de platos de charolada blancura , las botellas talladas del agua y el vino , y las copas esbeltas , casi aéreas , con su pie azul , y tan frágiles , que sobre el mantel no trazaban sombra alguna . Aquella Visanteta , con su peinado de la huerta , su perpetuo ceño y sus contestaciones secas y desabridas , era una gran criada , que se ganaba a conciencia el salario . Lo mismo preparaba en la cocina una gran comida , que arreglaba una mesa « a estilo de fonda » , arte que había aprendido sirviendo a una familia inglesa . Al comedor llegaba la música que hacían en el salón las niñas de doña Manuela para entretener al tío . Amparo cantaba , y su vocecita fina , tenue y quebradiza como un hilo de araña soltaba una lamentación melancólica , en italiano , para mayor claridad : El tío se divertía , como hay Dios , oyendo a la sobrina cantar con su carita de Pascua estas atrocidades de la melancolía . « Vorrei moriré ! » , repetía la muchacha con acento de desesperación , saltando su voz sobre los trémolos del piano . ¡ Vaya un aperitivo para antes de la comida ! Doña Manuela hablaba a la criada distraídamente , oyendo aquella música que nunca podía comprender . — Hoy trabajarás mucho , Visanteta . Mi gusto hubiese sido encomendar , como de costumbre , un par de platos a la fonda . Pero tengo convidado a mi hermano , que es un rancio y me requema la sangre como si fuese una despilfarradora . Por esto he querido que la comida fuese casera . A ver si aun así encuentra motivo para murmurar . La mirada de doña Manuela iba tras las manos de la criada . ¡ Vaya una gracia la de aquella chica ! Cogía las servilletas adamascadas , rígidas por el planchado , y las doblaba caprichosamente con una rapidez de prestidigitador . Quedaban sobre las pilas de platos en forma de mitra , barco , bonete o flor , y en el centro , como toque maestro , colocaba un pequeño bouquet . La señora estaba orgullosa . Sólo en una casa como la suya había una criada capaz de arreglar la mesa con tanto arte . Visanteta , insensible a las miradas agradecidas del ama y contestando a sus palabras con gruñidos , seguía trabajando . Abrió el armario del aparador y puso sobre la mesa los entremeses : pepinillos destilando vinagre , aceitunas grises mezcladas con salitrosas alcaparras , sardinas de Nantes con su casaquilla plateada , rodajas de salchichón finas y transparentes , y frescos rábanos de encendido ropaje y tiesos moñetes de hojas , todo en verdes pámpanos de porcelana . Buen golpe de vista presentaba la mesa . Demasiado bueno , si se tenía en cuenta el carácter raro del que estaba allá dentro . Por esto doña Manuela dijo con expresión dolorosa : — Mira , Visanteta , no te extremes mucho . Mi hermano es capaz de comer de mala gana si ve aquí lo que él llama lujos . Con lo puesto hay bastante . Ahora saca del cajón los cubiertos de plata . Los antiguos , ¿ sabes ... ? no te equivoques . Cuando sirvan el pescado puedes sacar la pala de plata , pero no pases de ahí . Sería capaz de darnos un escándalo si viera lo demás que reservamos para los convidados de otra clase . Los cubiertos de plata antigua , piezas soberbias labradas a martillo y heredadas del Fraile , fueron colocados junto a los platos . Todo estaba bien . Visanteta a la cocina , a dar a la comida el último punto , y ella al salón , a mimar al hombre temible y preparar el golpe para después de la sobremesa . El piano seguía sonando ; pero ahora , de la romanza sentimental se había saltado a la ópera . Al entrar en el salón vio a Juanito contemplando al tío , y éste con la vista fija en el techo , contando sin duda las flores doradas que tenía el papel , como hombre que se aburre y busca desesperadamente la distracción . — Vaya , niñas , basta de cosas tristes . Cantadle al tío algo alegre . Don Juan hizo un gesto como indicando que le era igual y no valía la pena molestarse . — Pero mamá — dijo Amparo — , si esto que cantaba es el Aria de las joyas . Muy bonita ... — Pues fuera el aria . Canta algo más alegre . Eso de El dúo de la Africana , que gustó tanto en casa de « las magistradas » . — Bueno — exclamó Concha con rudeza — . Ahora El dúo . Una cosa que están cansados de tocar todos los organillos . — Pues sí señora , eso . Tu tío no va al teatro , y tendrá gusto en oírlo . Don Juan hizo el mismo gesto de antes . Para él , cualquier cosa estaba bien . Y volvió a mirar al techo , bostezando de vez en cuando y moviendo un pie con nervioso temblorcillo . Bueno ; pues a pesar de estas declaraciones que sobre su nacimiento hacía Amparito con su hilillo de voz y su expresión picaresca , el tío don Juan , aquel monstruo de aburrimiento y rudeza , no se conmovía , tal vez por estar mejor enterado de cómo había nacido que la propia interesada . E igual indiferencia mostró al oírla cantar que el puente tenía seis ojos , y ella dos « solamente » . Otra cosa le preocupaba y le hacía removerse en su sillón . Sacó su reloj , la hermosa pieza cincelada del siglo anterior , e interrumpiendo a la cantante dijo a doña Manuela : — Bien está todo ; pero ¿ a qué hora se come aquí ? — Cuando venga Rafaelito . A la una . — Ya es ; mira mi reloj . Te advierto que yo como siempre a las doce , y bastante sacrificio es esperar una hora . Con tales desarreglos se pierde el estómago , y eso en la vejez es llamar a la muerte . — ¡ Jesús , hombre ! No te incomodes por eso ... Niñas , basta de música . A comer . La graciosa sevillana paró en seco , y las dos niñas abandonaron el salón seguidas del tío , que se detuvo en la puerta del comedor sonriendo al ver el aspecto de la mesa . — Manuela , por lo que se ve , esto promete . Siempre has sido notable en estas cosas . Pero la señora estaba preocupada por la tardanza de su hijo menor y no podía contestar . — ¡ Este Rafaelito ... ! La una y cuarto y no viene . ¡ Habrá que empezar sin él ... ! Visanteta , la sopa . Todos se sentaron . Don Juan en la cabecera , con las dos niñas , y en el extremo opuesto doña Manuela , teniendo a la derecha a Juanito y a la izquierda la silla destinada a Rafael . La humeante sopera descansó en el centro de la mesa , con el cucharón de plata metido en las entrañas , y rápidamente se llenaron los platos . ¡ Soberbia sopa ! Flotaban en su superficie las lunas de grasa , y entre las rebanaditas de pan impregnadas de suculento líquido , los menudillos de la gallina , las tiernas yemas de color de ámbar y los negruzcos hígados , que se deshacían al entrar en la boca . Todos comían con apetito , especialmente don Juan , que , a pesar de su sobriedad de avaro , era un tragón terrible al entrar en mesa ajena . Finalizaba la sopa cuando entró Rafaelito , sudoroso , sofocado , como si hubiese corrido mucho para llegar a tiempo . — ¡ Vaya una hora de venir ! — dijo la mamá , frunciendo el ceño . Era un ser insignificante y de aspecto pretencioso . El cuerpo flacucho y pobre ; la cabeza charolada a fuerza de cosmético , partida por una raya que con rectitud geométrica iba desde la frente a la nuca ; en la cara enorme nariz , bigotillo afilado y patillas de chuleta , y bajo la barba , asomando por entre las dos alas de un cuello « a la pajarita » , esa protuberancia horrible llamada nuez , que parece la condecoración de la juventud raquítica . Afectaba en sus gestos y palabras la indolencia de un hombre cansado de la vida , para el cual el mundo nada nuevo puede ofrecer a los veintidós años ; miraba con insolente fijeza , y cuando escuchaba a alguien , lo hacía con aire protector y desdeñoso . Era el tiranuelo de la casa , y a este privilegio unía el de excitarle la bilis a su tío don Juan siempre que se ponía en su presencia . Hacía tres años que estaba abonado al segundo curso de la Facultad de Medicina , consecuencia heroica de la que no estaba arrepentido ; y tan amante era del trabajo y de la actividad , que por no estarse en los cafés charlando como un necio , pasaba los días y gran parte de las noches en los círculos recreativos , unas veces peinando barajas y otras sacrificando pesetas , para que no se dijera que en España todo decae , hasta el respetable gremio de los « puntos » . Fuera de esto , era un muchacho encantador ; y en caso de duda , bastaba con preguntarlo a su mamá . ¿ Quién llevaba con más garbo que él el gabán sin costuras , ancho y deforme como un saco ? ¿ Quién , en verano , iba más mono con el trajecito de franela y la marinera de paja ? ¿ Quién daba mejor sombrerazo rígido , moviendo al mismo tiempo la cabeza y levantando un pie ? Rafaelito , y nadie más que Rafaelito ; y para atestiguarlo estaban también las amigas de la manía , que se hacían lenguas en su presencia de lo elegante que era el chico . ¡ Estudiar ... ! Ya lo haría más adelante . Por ahora , era un muchacho distinguido , con buenas relaciones ; y en cuanto a saber , algo sabía , pues apenas se iniciaba una discusión sobre toreros o pelotaris , dejaba a todo el mundo con la boca abierta . Bajo su frente calva , adornada con las dos puntitas lustrosas del peinado , había algo , así como bajo los hombros de su americana había algo también : mucho pelote para suavizar lo puntiagudo de sus clavículas , que agujereaban la pobre piel . Al entrar saludó al tío con cierto desparpajo , sin querer fijarse en la sonrisita del viejo , y después se excusó con la mamá . Quería venir antes , pero en la feria le habían entretenido . El paseo estaba muy bien ; trajes magníficos , sobre todo abrigos . Y hacía una relación de periódico de modas ante sus hermanas , que prestaban oído sin dejar de engullir , y la mamá , que admiraba el talento de observación de su hijo y la gracia con que se burlaba de los defectos . Era el fiel retrato de su padre . Rafael , en cuatro cucharadas , se tragó su ración , poniéndose al nivel de los demás cuando salió el cocido , dos fuentes magníficas , que exhalaban un vaho consolador , un tufillo alimenticio que se colaba hasta el fondo del estómago . En la una , las patatas amarillentas , los reventones garbanzos sacando fuera del estuche de piel su carne rojiza , la col , que se deshacía como manteca vegetal , los nabos blancos y tiernos , con su olorcillo amargo ; y en la otra fuente las grandes tajadas de ternera , con su complicada filamenta y su brillante jugo ; el tocino temblón como gelatina nacarada ; la negra morcilla reventando , para asomar sus entrañas al través de la envoltura de tripa ; y el escandaloso chorizo , demagogo del cocido , que todo lo pinta de rojo , comunicando al caldo el ardor de un discurso de club . Nadie hablaba aún . Oíase únicamente el sordo ruido de las mandíbulas ; todos masticaban y engullían ; los tenedores verificaban correrías devastadoras sobre la mesa . Destrozábanse los panecillos , iban vaciándose los platos de los entremeses , y las copas de vino llenábanse , reflejando sobre el blanco mantel purpúreas e inquietantes manchas . Don Juan rumiaba , moviendo sus desdentadas encías a derecha e izquierda como una cabra vieja , y sus ojillos alegrábanse al ver comer a la familia , y especialmente a Juanito . Podían decir lo que quisieran ciertas gentes ; pero él , don Juan Fora , propietario y paseante perpetuo , sostenía que nada hay como la cocina casera y el comer en familia . ¡ Vaya un modo de tragar , hijos míos ! En una fonda estarían ya siendo objeto de críticas , y el dueño pondría mala cara al ver cómo ganaban el precio del cubierto ; las niñas se harían las interesantes , comiendo poco para no parecer feas , y él mismo tragaría a disgusto creyendo que se burlaban de su modo de mascar . Pero allí estaban en su casa , podían atracarse hasta el gañote con todo lo que iría viniendo , y nadie podría ir a contarle al vecino cómo se las arreglaban para hacer por la vida . Esto era la verdad ; lo demás pamplinas , modas estúpidas y sufrir ... ¡ Hola ! Ya se presentaba la gallina del puchero . ¿ Que quién la parte ? Juanito mismo . Y el buen muchacho , obediente a la voz de su tío , púsose en pie , y empuñando un enorme tenedor y el afilado trinchante , hizo una carnicería que elevó protestas . Doña Manuela le miró severamente . Pero ¡ cuán desmañado era ! Don Juan intervino , viendo que su sobrino se conmovía : — Vaya , otra vez lo hará mejor el chico , ahora ... a lo que estamos . Y pasaron a los platos los trozos de la gallina : la jugosa pechuga , el cuello cartilaginoso , los melosos muslos y el armazón chorreando grasa , que chupaba doña Manuela con un regodeo de gata golosa . La animación iba surgiendo en la mesa .