Desperezose la inmensa vega bajo el resplandor azulado del amanecer , ancha faja de luz que asomaba por la parte del Mediterráneo . Los últimos ruiseñores , cansados de animar con sus trinos aquella noche de otoño , que por lo tibio de su ambiente parecía de primavera , lanzaban el gorjeo final como si les hiriese la luz del alba con sus reflejos de acero . De las techumbres de paja de las barracas salían las bandadas de gorriones como un tropel de pilluelos perseguidos , y las copas de los árboles empezaban a estremecerse bajo los primeros jugueteos de estos granujas del espacio , que todo lo alborotaban con el roce de sus blusas de plumas . Apagábanse lentamente los rumores que habían poblado la noche : el borboteo de las acequias , el murmullo de los cañaverales , los ladridos de los mastines vigilantes . Despertaba la huerta , y sus bostezos eran cada vez más ruidosos . Rodaba el canto del gallo de barraca en barraca . Los campanarios de los pueblecitos devolvían con ruidoso badajeo el toque de misa primera que sonaba a lo lejos , en las torres de Valencia , esfumadas por la distancia . De los corrales salía un discordante concierto animal : relinchos de caballos , mugidos de vacas , cloquear de gallinas , balidos de corderos , ronquidos de cerdos ; un despertar ruidoso de bestias que , al sentir la fresca caricia del alba cargada de acre perfume de vegetación , deseaban correr por los campos . El espacio se empapaba de luz ; disolvíanse las sombras , como tragadas por los abiertos surcos y las masas de follaje . En la indecisa neblina del amanecer iban fijando sus contornos húmedos y brillantes las filas de moreras y frutales , las ondulantes líneas de cañas , los grandes cuadros de hortalizas , semejantes a enormes pañuelos verdes , y la tierra roja cuidadosamente labrada . Animábanse los caminos con filas de puntos negros y movibles , como rosarios de hormigas , marchando hacia la ciudad . De todos los extremos de la vega llegaban chirridos de ruedas , canciones perezosas interrumpidas por el grito que arrea a las bestias , y de vez en cuando , como sonoro trompetazo del amanecer , rasgaba el espacio un furioso rebuzno del cuadrúpedo paria , como protesta del rudo trabajo que pesaba sobre él apenas nacido el día . En las acequias conmovíase la tersa lámina de cristal rojizo con chapuzones que hacían callar a las ranas ; sonaba luego un ruidoso batir de alas , e iban deslizándose los ánades lo mismo que galeras de marfil , moviendo cual fantásticas proas sus cuellos de serpiente . La vida , que con la luz inundaba la vega , iba penetrando en el interior de barracas y alquerías . Chirriaban las puertas al abrirse , veíanse bajo los emparrados figuras blancas que se desperezaban con las manos tras el cogote , mirando el iluminado horizonte . Quedaban de par en par los establos , vomitando hacia la ciudad las vacas de leche , los rebaños de cabras , los caballejos de los estercoleros . Entre las cortinas de árboles enanos que ensombrecían los caminos vibraban cencerros y campanillas , y cortando este alegre cascabeleo sonaba el enérgico « ¡ arre , aca ! » animando a las bestias reacias . En las puertas de las barracas saludábanse los que iban hacia la ciudad y los que se quedaban a trabajar los campos . — ¡ Bòn día mos done Deu ! . — ¡ Bòn día ! Y tras este saludo , cambiado con toda la gravedad propia de una gente que lleva en sus venas sangre moruna y sólo puede hablar de Dios con gesto solemne , se hacía el silencio si el que pasaba era un desconocido , y si era íntimo , se le encargaba la compra en Valencia de pequeños objetos para la mujer o para la casa . Ya era de día completamente . El espacio se había limpiado de tenues neblinas , transpiración nocturna de los húmedos campos y las rumorosas acequias . Iba a salir el sol . En los rojizos surcos saltaban las alondras con la alegría de vivir un día más , y los traviesos gorriones , posándose en las ventanas todavía cerradas , picoteaban las maderas , diciendo a los de adentro con su chillido de vagabundos acostumbrados a vivir de gorra : « ¡ Arriba , perezosos ! ¡ A trabajar la tierra , para que comamos nosotros ! ... » En la barraca de Tòni , conocido en todo el contorno por Pimentó , acababa de entrar su mujer , Pepeta , una animosa criatura , de carne blancuzca y flácida en plena juventud , minada por la anemia , y que era sin embargo la hembra más trabajadora de toda la huerta . Al amanecer ya estaba de vuelta del Mercado . Levantábase a las tres , cargaba con los cestones de verduras cogidas por Tòni al cerrar la noche anterior entre reniegos y votos contra una pícara vida en la que tanto hay que trabajar , y a tientas por los senderos , guiándose en la obscuri dad como buena hija de la huerta , marchaba a Valencia , mientras su marido , aquel buen mozo que tan caro le costaba , seguía roncando dentro del caliente estudi , bien arrebujado en las mantas del camón matrimonial . Los que compraban las hortalizas al por mayor para revenderlas conocían bien a esta mujercita que antes del amanecer ya estaba en el Mercado de Valencia , sentada en sus cestos , tiritando bajo el delgado y raído mantón . Miraba con envidia , de la que no se daba cuenta , a los que podían beber una taza de café para combatir el fresco matinal . Y con una paciencia de bestia sumisa esperaba que le diesen por las verduras el dinero que se había fijado en sus complicados cálculos , para mantener a Tòni y llevar la casa adelante . Después de esta venta corría otra vez hacia su barraca , deseando salvar cuanto antes una hora de camino . Entraba de nuevo en funciones para desarrollar una segunda industria : después de las hortalizas , la leche . Y tirando del ronzal de una vaca rubia , que llevaba pegado al rabo como amoroso satélite un ternerillo juguetón , volvía a la ciudad con la varita bajo el brazo y la medida de estaño para servir a los clientes . La Ròcha , que así apodaban a la vaca por sus rubios pelos , mugía dulcemente , estremeciéndose bajo una gualdrapa de arpillera , herida por el fresco de la mañana , volviendo sus ojos húmedos hacia la barraca , que se quedaba atrás , con su establo negro , de ambiente pesado , en cuya paja olorosa pensaba con la voluptuosidad del sueño no satisfecho . Pepeta la arreaba con su vara . Se hacía tarde , e iban a quejarse los parroquianos . Y la vaca y el ternerillo trotaban por el centro del camino de Alboraya , hondo , fangoso , surcado de profundas carrileras . Por los ribazos laterales , con un brazo en la cesta y el otro balanceante , pasaban los interminables cordones de cigarreras e hilanderas de seda , toda la virginidad de la huerta , que iban a trabajar en las fábricas , dejando con el revoloteo de sus faldas una estela de castidad ruda y áspera . Esparcíase por los campos la bendición de Dios . Tras los árboles y las casas que cerraban el horizonte asomaba el sol como enorme oblea roja , lanzando horizontales agujas de oro que obligaban a taparse los ojos . Las montañas del fondo y las torres de la ciudad iban tomando un tinte sonrosado ; las nubecillas que bogaban por el cielo coloreábanse como madejas de seda carmesí ; las acequias y los charcos del camino parecían poblarse de peces de fuego . Sonaba en el interior de las barracas el arrastre de la escoba , el chocar de la loza , todos los ruidos de la limpieza matinal . Las mujeres agachábanse en los ribazos , teniendo al lado el cesto de la ropa por lavar . Saltaban en las sendas los pardos conejos , con su sonrisa marrullera , enseñando , al huir , las rosadas posaderas partidas por el rabo en forma de botón ; y sobre los montones de rubio estiércol , el gallo , rodeado de sus cloqueantes odaliscas , lanzaba un grito de sultán celoso , con la pupila ardiente y las barbillas rojas de cólera . Pepeta , insensible a este despertar que presenciaba diariamente , seguía su marcha , cada vez con más prisa , el estómago vacío , las piernas doloridas y las ropas interiores impregnadas de un sudor de debilidad propio de su sangre blanca y pobre , que a lo mejor se escapaba durante semanas enteras , contraviniendo las reglas de la naturaleza . La avalancha de gente laboriosa que se dirigía a Valencia llenaba los puentes . Pepeta pasó entre los obreros de los arrabales que llegaban con el saquito del almuerzo pendiente del cuello , se detuvo en el fielato de Consumos para tomar su resguardo — unas cuantas monedas que todos los días le dolían en el alma — , y se metió por las desiertas calles , que animaba el cencerro de la Ròcha con un badajeo de melodía bucólica , haciendo soñar a los adormecidos burgueses con verdes prados y escenas idílicas de pastores . Tenía sus parroquianos la pobre mujer esparcidos en toda la ciudad . Era su marcha una enrevesada peregrinación por las calles , deteniéndose ante las puertas cerradas ; un aldabonazo aquí , tres y repique más allá , y siempre , a continuación , el grito estridente y agudo , que parecía imposible pudiese surgir de su pobre y raso pecho : « ¡ La lleeet ! » Jarro en mano bajaba la criada desgreñada , en chancleta , con los ojos hinchados , a recibir la leche , o la vieja portera , todavía con la mantilla que se había puesto para ir a la misa del alba . A las ocho , después de servir a todos sus clientes , Pepeta se vió cerca del barrio de Pescadores . Como también encontraba en él despacho , la pobre huertana se metió valerosamente en los sucios callejones , que parecían muertos a aquella hora . Siempre , al entrar , sentía cierto desasosiego , una repugnancia instintiva de estómago delicado . Pero su espíritu de mujer honrada y enferma sabía sobreponerse a esta impresión , y continuaba adelante con cierta altivez vanidosa , con un orgullo de hembra casta , consolándose al ver que ella , débil y agobiada por la miseria , aún era superior a otras . De las cerradas y silenciosas casas salía el hálito de la crápula barata , ruidosa y sin disfraz : un olor de carne adobada y putre facta , de vino y de sudor . Por las rendijas de las puertas parecía escapar la respiración entrecortada y brutal del sueño aplastante después de una noche de caricias de fiera y caprichos amorosos de borracho . Pepeta oyó que le llamaban . En la puerta de una escalerilla le hacía señas una buena moza , despechugada , fea , sin otro encanto que el de una juventud próxima a desaparecer ; los ojos húmedos , el moño torcido , y en las mejillas manchas del colorete de la noche anterior : una caricatura , un payaso del vicio . La labradora , apretando los labios con un mohín de orgullo y desdén para que las distancias quedasen bien marcadas , comenzó a ordeñar las ubres de la Ròcha dentro del jarro que le presentaba la moza . Ésta no quitaba la vista de la labradora . — ¡ Pepeta ! — dijo con voz indecisa , como si no tuviese la certeza de que era ella misma . Levantó su cabeza Pepeta ; fijó por primera vez sus ojos en la mujerzuela , y también pareció dudar . — ¡ Rosario ! ... ¿ eres tú ? Sí , ella era ; lo afirmaba con tristes movimientos de cabeza . Y Pepeta , inmediatamente , manifestó su asombro . ¡ Ella allí ! ... ¡ Hija de unos padres tan honrados ! ¡ Qué vergüenza , Señor ! ... La ramera , por costumbre del oficio , intentó acoger con cínica sonrisa , con el gesto excéptico del que conoce el secreto de la vida y no cree en nada , las exclamaciones de la escandalizada labradora . Pero la mirada fija de los ojos claros de Pepeta acabó por avergonzarla , y bajó la cabeza como si fuese a llorar . No ; ella no era mala . Había trabajado en las fábricas , había servido a una familia como doméstica , pero al fin sus hermanas le dieron el ejemplo , cansadas de sufrir hambre ; y allí estaba , recibiendo unas veces cariños y otras bofetadas , hasta que reventase para siempre . Era natural : donde no hay padre y madre , la familia termina así . De todo tenía la culpa el amo de la tierra , aquel don Salvador , que de seguro ardía en los infiernos . ¡ Ah , ladrón ! ... ¡ Y cómo había perdido a toda una familia ! Pepeta olvidó su actitud fría y reserva da para unirse a la indignación de la muchacha . Verdad , todo verdad ; aquel tío avaro tenía la culpa . La huerta entera lo sabía . ¡ Válgame Dios , y cómo se pierde una casa ! ¡ Tan bueno que era el pobre tío Barret ! ¡ Si levantara la cabeza y viese a sus hijas ! ... Ya sabían en la huerta que el pobre padre había muerto en el presidio de Ceuta hacía dos años ; y en cuanto a la madre , la infeliz vieja había acabado de padecer en una cama del Hospital . ¡ Las vueltas que da el mundo en diez años ! ¿ Quién les hubiese dicho a ella y a sus hermanas , acostumbradas a vivir en su casa como reinas , que acabarían de aquel modo ? ¡ Señor ! ¡ Señor ! ¡ Libradnos de una mala persona ! ... Rosario se animó con la conversación ; parecía rejuvenecerse junto a esta amiga de la niñez . Sus ojos , antes mortecinos , chispearon al recordar el pasado . ¿ Y su barraca ? ¿ Y las tierras ? Seguían abandonadas , ¿ verdad ? ... Esto le gustaba : ¡ que reventasen , que se hiciesen la santísima los hijos del pillo don Salvador ! ... Era lo único que podía consolarla . Estaba muy agradecida a Pimentó y a todos los de allá porque habían impedido que otros entrasen a trabajar lo que de derecho pertenecía a su familia . Y si alguien quería apoderarse de aquello , bien sabido era el remedio ... ¡ Pum ! Un escopetazo de los que deshacen la cabeza . La moza se enardecía ; brillaban en sus ojos chispas de ferocidad . Resucitaba dentro de la ramera , pasiva bestia acostumbrada a los golpes , la hija de la huerta , que desde que nace ve la escopeta colgada detrás de la puerta y en las festividades aspira con delicia el humo de la pólvora . Después de hablar del triste pasado , la curiosidad despierta de Rosario fué preguntando por todos los de allá , y acabó en Pepeta . ¡ Pobrecita ! Bien se veía que no era feliz . Joven aún , sólo revelaban su edad aquellos ojazos claros de virgen , inocentones y tímidos . El cuerpo , un puro esqueleto ; y en el pelo rubio , de un color de mazorca tierna , aparecían ya las canas a puñados antes de los treinta años . ¿ Qué vida le daba Pimentó ? ¿ Siempre tan borracho y huyendo del trabajo ? Ella se lo había buscado , casándose contra los consejos de todo el mundo . Buen mozo , eso sí ; le temblaban todos en la taberna de Copa , los domingos por la tarde , cuando jugaba al truco con los más guapos de la huerta ; pero en casa debía ser un marido insufrible ... Aunque bien mirado , todos los hombres eran iguales . ¡ Si lo sabría ella ! Unos perros que no valían la pena de mirarlos . ¡ Hija ! ¡ y qué desmejorada estaba la pobre Pepeta ! ... Un vozarrón de marimacho bajó como un trueno por el hueco de la escalerilla . — ¡ Elisa ! ... Sube pronto la leche . El señor está esperando . Rosario empezó a reir de ella misma . Ahora se llamaba Elisa : ¿ no lo sabía ? Era exigencia del oficio cambiar el nombre , así como hablar con acento andaluz . Y remedaba con rústica gracia la voz del marimacho invisible . Pero a pesar de su regocijo , tuvo prisa en retirarse . Temía a los de arriba . El vozarrón o el señor de la leche podían darle algo malo por su tardanza . Y subió veloz por la escalerilla , después de recomendar mucho a Pepeta que pasase alguna vez por allí , para recordar juntas las cosas de la huerta . El cansado esquilón de la Ròcha repiqueteó más de una hora por las calles de Valencia . Soltaron las mustias ubres hasta su última gota de leche insípida , producto de un mísero pasto de hojas de col y desperdicios , y al fin Pepeta emprendió la vuelta a su barraca . La pobre labradora caminaba triste y pensativa bajo la impresión de aquel encuentro . Recordaba , como si hubiera sido el día anterior , la espantosa tragedia que se tragó al tío Barret con toda su familia . Desde entonces , los campos que hacía más de cien años trabajaban los ascendientes del pobre labrador habían quedado abandonados a orilla del camino . Su barraca , deshabitada , sin una mano misericordiosa que echase un remiendo a la techumbre ni un puñado de barro a las grietas de las paredes , se iba hundiendo lentamente . Diez años de continuo tránsito junto a aquella ruina habían conseguido que la gente no se fijase ya en ella . La misma Pepeta hacía tiempo que no había parado su atención en la vieja barraca . Ésta sólo intere saba a los muchachos , que , heredando el odio de sus padres , se metían por entre las ortigas de los campos yermos para acribillar a pedradas la abandonada vivienda , romper los maderos de su cerrada puerta , o cegar con tierra y pedruscos el pozo que se abría bajo una parra vetusta . Pero aquella mañana , Pepeta , influída por su reciente encuentro , se fijó en la ruina y hasta se detuvo en el camino para verla mejor . Los campos del tío Barret , o mejor dicho para ella , « del judío don Salvador y sus descomulgados herederos » , eran una mancha de miseria en medio de la huerta fecunda , trabajada y sonriente . Diez años de abandono habían endurecido la tierra , haciendo brotar de sus olvidadas entrañas todas las plantas parásitas , todos los abrojos que Dios ha criado para castigo del labrador . Una selva enana , enmarañada y deforme se extendía sobre aquellos campos , con un oleaje de extraños tonos verdes , matizado a trechos por flores misteriosas y raras , de esas que sólo surgen en las ruinas y los cementerios . Bajo las frondosidades de esta selva minúscula y alentados por la seguridad de su guarida , crecían y se multiplicaban toda suerte de bichos asquerosos , derramándose en los campos vecinos : lagartos verdes de lomo rugoso , enormes escarabajos con caparazón de metálicos reflejos , arañas de patas cortas y vellosas , hasta culebras , que se deslizaban a las acequias inmediatas . Allí vivían , en el centro de la hermosa y cuidada vega , formando mundo aparte , devorándose unos a otros ; y aunque causasen algún daño a los vecinos , estos los respetaban con cierta veneración , pues las siete plagas de Egipto parecían poca cosa a los de la huerta para arrojarlas sobre aquellos terrenos malditos . Como las tierras del tío Barret no serían nunca para los hombres , debían anidar en ellas los bicharracos asquerosos , y cuantos más , mejor . En el centro de estos campos desolados , que se destacaban sobre la hermosa vega como una mancha de mugre en un manto regio de terciopelo verde , alzábase la barraca , o más bien dicho , caía , con su mon tera de paja despanzurrada , enseñando por las aberturas que agujerearon el viento y la lluvia su carcomido costillaje de madera . Las paredes , arañadas por las aguas , mostraban sus adobes de barro crudo , sin más que unas ligerísimas manchas blancas que delataban el antiguo enjalbegado . La puerta estaba rota por debajo , roída por las ratas , con grietas que la cortaban de un extremo a otro . Dos o tres ventanillas , completamente abiertas y martirizadas por los vendavales , pendían de un solo gozne , e iban a caer de un momento a otro , apenas soplase una ruda ventolera . Aquella ruina apenaba el ánimo , oprimía el corazón . Parecía que del casuco abandonado fuesen a salir fantasmas en cuanto cerrase la noche ; que de su interior iban a partir gritos de personas asesinadas ; que toda aquella maleza era un sudario ocultando debajo de él centenares de cadáveres . Imágenes horribles era lo que inspiraba la contemplación de estos campos abandonados ; y su tétrica miseria aún resaltaba más al contrastar con las tierras próximas , rojas , bien cuidadas , llenas de correctas filas de hortalizas y de arbolillos , a cuyas hojas daba el otoño una transparencia acaramelada . Hasta los pájaros huían de aquellos campos de muerte , tal vez por temor a los animaluchos que rebullían bajo la maleza o por husmear el hálito de la desgracia . Sobre la rota techumbre de paja , si algo se veía era el revoloteo de alas negras y traidoras , plumajes fúnebres de cuervos y milanos , que al agitarse hacían enmudecer los árboles cargados de gozosos aleteos y juguetones piídos , quedando silenciosa la huerta , como si no hubiese gorriones en media legua a la redonda . Pepeta iba a seguir adelante , hacia su blanca barraca , que asomaba entre los árboles algunos campos más allá ; pero hubo de permanecer inmóvil en el alto borde del camino , para que pasase un carro cargado que avanzaba dando tumbos y parecía venir de la ciudad . Su curiosidad femenil se excitó al fijarse en él . Era un pobre carro de labranza , tirado por un rocín viejo y huesudo , al que ayudaba en los baches difíciles un hombre alto que marchaba junto a él animándole con gritos y chasquidos de tralla . Vestía de labrador ; pero el modo de llevar el pañuelo anudado a la cabeza , sus pantalones de pana y otros detalles de su traje , delataban que no era de la huerta , donde el adorno personal ha ido poco a poco contaminándose del gusto de la ciudad . Era labrador de algún pueblo lejano : tal vez venía del riñón de la provincia . Sobre el carro amontonábanse , formando pirámide hasta más arriba de los varales , toda clase de objetos domésticos . Era la emigración de una familia entera . Tísicos colchones , jergones rellenos de escandalosa hoja de maíz , sillas de esparto , sartenes , calderas , platos , cestas , verdes banquillos de cama , todo se amontonaba sobre el carro , sucio , gastado , miserable , oliendo a hambre , a fuga desesperada , como si la desgracia marchase tras de la familia pisándole los talones . En la cumbre de este revoltijo veíanse tres niños abrazados , que contemplaban los campos con ojos muy abiertos , como exploradores que visitan un país por vez primera . A pie y detrás del carro , como vigilando por si caía algo de éste , marchaban una mujer y una muchacha , alta , delgada , esbelta , que parecía hija de aquélla . Al otro lado del rocín , ayudando cuando el vehículo se detenía en un mal paso , iba un muchacho de unos once años . Su exterior grave delataba al niño que , acostumbrado a luchar con la miseria , es un hombre a la edad en que otros juegan . Un perrillo sucio y jadeante cerraba la marcha . Pepeta , apoyada en el lomo de su vaca , les veía avanzar , poseída cada vez de mayor curiosidad . ¿ Adonde iría esta pobre gente ? El camino aquel , afluyente al de Alboraya , no iba a ninguna parte . Se extinguía a lo lejos , como agotado por las bifurcaciones innumerables de sendas y caminitos que daban entrada a las barracas . Pero su curiosidad tuvo un final inesperado . ¡ Virgen Santísima ! El carro se salía del camino , atravesaba el ruinoso puente de troncos y tierra que daba acceso a las tierras malditas , y se metía por los campos del tío Barret , aplastando con sus ruedas la maleza respetada . La familia seguía detrás , manifestando con gestos y palabras confusas la impresión que le causaba tanta miseria , pero en línea recta hacia la destrozada barraca , como quien toma posesión de lo que es suyo . Pepeta no quiso ver más . Ahora sí que corrió de veras hacia su barraca . Deseosa de llegar antes , abandonó a la vaca y al ternerillo , y las dos bestias siguieron su marcha tranquilamente , como quien no se preocupa de las cosas ajenas y tiene el establo seguro . Pimentó estaba tendido a un lado de su barraca , fumando perezosamente , con la vista fija en tres varitas untadas con liga , puestas al sol , en torno de las cuales revoloteaban algunos pájaros . Era una ocupación de señor . Al ver llegar a su mujer con los ojos asombrados y el pobre pecho jadeante , Pimentó cambió de postura para escuchar mejor , recomendándola que no se aproximase a las varitas . Vamos a ver , ¿ qué era aquello ? ¿ Le habían robado la vaca ? ... Pepeta , con la emoción y el cansancio , apenas pudo decir dos palabras seguidas . « Las tierras de Barret ... Una familia entera ... Iban a trabajar , a vivir en la barraca . Ella lo había visto . » Pimentó , cazador de pájaros con liga , enemigo del trabajo y terror de la contornada , no pudo conservar su gravedad impasible de gran señor ante tan inesperada noticia . — ¡ Recontracordóns ! ... De un salto puso recta su pesada y musculosa humanidad , y echó a correr sin aguardar más explicaciones . Su mujer vió cómo corría a campo traviesa hasta un cañar inmediato a las tierras malditas . Allí se arrodilló , se echó sobre el vientre , para espiar por entre las cañas como un beduíno al acecho , y pasados algunos minutos volvió a correr , perdiéndose en aquel dédalo de sendas , cada una de las cuales conducía a una barraca , a un campo donde se encorvaban los hombres haciendo brillar en el aire su azadón como un relámpago de acero . La huerta seguía risueña y rumorosa , impregnada de luz y de susurros , aletargada bajo la cascada de oro del sol de la mañana . Pero a lo lejos sonaban voces y llamamientos : la noticia se transmitía a grito pelado de un campo a otro campo , y un estremecimiento de alarma , de extrañeza , de indignación , corría por toda la vega , como si no hubiesen transcurrido los siglos y circulara el aviso de que en la playa acababa de aparecer una galera argelina buscando cargamento de carne blanca . Cuando en época de cosecha contemplaba el tío Barret los cuadros de distinto cultivo en que estaban divididas sus tierras , no podía contener un sentimiento de orgullo , y mirando los altos trigos , las coles con su cogollo de rizada blonda , los melones asomando el verde lomo a flor de tierra o los pimientos y tomates medio ocultos por el follaje , alababa la bondad de sus campos y los esfuerzos de todos sus antecesores al trabajarlos mejor que los demás de la huerta . Toda la sangre de sus abuelos estaba allí . Cinco o seis generaciones de Barrets habían pasado su vida labrando la misma tierra , volviéndola al revés , medicinando sus entrañas con ardoroso estiércol , cuidando que no decreciera su jugo vital , acari ciando y peinando con el azadón y la reja todos aquellos terrones , de los cuales no había uno que no estuviera regado con el sudor y la sangre de la familia . Mucho quería el labrador a su mujer , y hasta le perdonaba la tontería de haberle dado cuatro hijas y ningún hijo que le ayudase en sus tareas ; no amaba menos a las cuatro muchachas , unos ángeles de Dios , que se pasaban el día cantando y cosiendo a la puerta de la barraca , y algunas veces se metían en los campos para descansar un poco a su pobre padre ; pero la pasión suprema del tío Barret , el amor de sus amores , eran aquellas tierras , sobre las cuales había pasado monótona y silenciosa la historia de su familia . Hacía muchos años , muchos — en los tiempos que el tío Tomba , un anciano casi ciego que guardaba el pobre rebaño de un carnicero de Alboraya , iba por el mundo , en la partida del Fraile , disparando trabucazos contra los franceses — , estas tierras fueron de los religiosos de San Miguel de los Reyes , unos buenos señores , gordos , lustrosos , dicharacheros , que no mostraban gran prisa en el cobro de los arrendamientos , dándose por satisfechos con que por la tarde , al pasar por la barraca , les recibiera la abuela , que era entonces una real moza , obsequiándolos con hondas jícaras de chocolate y las primicias de los frutales . Antes , mucho antes , había sido el propietario de todo aquello un gran señor , que al morir depositó sus pecados y sus fincas en el seno de la comunidad ; y ahora ¡ ay ! pertenecían a don Salvador , un vejete de Valencia , que era el tormento del tío Barret , pues hasta en sueños se le aparecía . El pobre labrador ocultaba sus penas a su propia familia . Era un hombre animoso , de costumbres puras . Los domingos , si iba un rato a la taberna de Copa , donde se reunía toda la gente del contorno , era para mirar a los jugadores de truco , para reir como un bendito oyendo los despropósitos y brutalidades de Pimentó y otros mocetones que actuaban de gallitos de la huerta , pero nunca se acercaba al mostrador a pagar un vaso . Llevaba siempre el bolsillo de su faja bien apretado sobre el estómago , y si bebía , era cuando alguno de los gananciosos convidaba a todos los presentes . Enemigo de comunicar sus penas , se le veía siempre sonriente , bonachón , tranquilo , llevando encasquetado hasta las orejas el gorro azul que justificaba su apodo . Trabajaba de noche a noche ; cuando toda la huerta dormía aún , ya estaba él , a la indecisa claridad del amanecer , arañando sus tierras , cada vez más convencido de que no podría con ellas . Era demasiado trabajo para un hombre solo . ¡ Si al menos tuviera un hijo ! ... Buscando ayuda , tomaba criados , que le robaban trabajando poco , y finalmente los despedía , al sorprenderles durmiendo dentro del establo en las horas de sol . Influído por el respeto a sus antepasados , quería reventar de fatiga sobre sus terrones , antes que consentir que una parte de ellos fuese cedida en arrendamiento a manos extrañas . Y no pudiendo con todo el trabajo , dejaba improductiva y en barbecho la mitad de su tierra feraz , pretendiendo con el cultivo de la otra mantener a la familia y pagar al amo . Fué este empeño una lucha sorda , desesperada , tenaz , contra las necesidades de la vida y contra su propia debilidad . No tenía mas que un deseo : que las chicas ignorasen sus preocupaciones ; que nadie se diese cuenta en la casa de los apuros y tristezas del padre ; que no se turbase la santa alegría de aquella vivienda , animada a todas horas por las risas y las canciones de las cuatro hermanas , cuya edad sólo se diferenciaba de un año . Y mientras ellas , que ya comenzaban a llamar la atención de los mozos de la huerta , asistían con pañuelos de seda nuevos , vistosos , y planchadas y ruidosas faldas a las fiestas de los pueblecillos , o despertaban al amanecer para ir descalzas y en camisa a mirar por las rendijas del ventanillo quiénes eran los que cantaban les albaes o las obsequiaban con rasgueos de guitarra , el pobre tío Barret , empeñado cada vez más en nivelar su presupuesto , sacaba , onza tras onza , todo el puñado de oro amasado ochavo sobre ochavo que le había dejado su padre , aca llando así a don Salvador , viejo avaro que nunca tenía bastante , y no contento con exprimirle , hablaba de lo mal que estaban los tiempos , del escandaloso aumento de las contribuciones y de la necesidad de subir el precio del arrendamiento . No podía haber encontrado Barret peor amo . Gozaba en toda la huerta una fama detestable , pues rara era la partida de ella donde no tuviese tierras . Todas las tardes , envuelto en una vieja capa , que llevaba hasta en primavera , con aspecto sórdido de mendigo , y acompañado de las maldiciones y gestos hostiles que dejaba a su espalda , iba por las sendas visitando a los colonos . Era la tenacidad del avaro que desea estar en contacto a todas horas con sus propiedades , la pegajosidad del usurero que siempre tiene cuentas pendientes que arreglar . Los perros ladraban al verle de lejos , como si se aproximase la muerte ; los niños le miraban enfurruñados ; los hombres se escondían para evitar penosas excusas y las mujeres salían a la puerta de la barraca con la vista en el suelo y la mentira a punto para rogar a don Salvador que tu viese paciencia , contestando con lágrimas a sus bufidos y amenazas . Pimentó , que en su calidad de valentón se interesaba por las desdichas de sus convecinos y era el caballero andante de la huerta , prometía entre dientes algo así como pegarle una paliza y refrescarlo después en una acequia ; pero las mismas víctimas del avaro le disuadían hablando de la importancia de don Salvador , hombre que se pasaba las mañanas en los Juzgados y tenía amigos de muchas campanillas . Con gente así siempre pierde el pobre . De todos sus colonos , el mejor era Barret : aunque a costa de grandes esfuerzos , nada le debía . Y el viejo , que lo citaba como modelo a los otros arrendatarios , cuando estaba frente a él extremaba su crueldad , se mostraba más exigente , excitado por la mansedumbre del labrador , contento de encontrar un hombre en el que podía saciar sin miedo sus instintos de opresión y de rapiña . Aumentó , por fin , el precio del arrendamiento de las tierras . Barret protestó , y hasta lloró recordando los méritos de su familia , que había perdido la piel en aquellos campos para hacer de ellos los mejores de la huerta . Pero don Salvador se mostró inflexible . ¿ Eran los mejores ? ... Pues debía pagar más . Y Barret pagó el aumento . La sangre daría él antes que abandonar estas tierras que poco a poco absorbían su vida . Ya no tenía dinero para salir de apuros ; sólo contaba con lo que produjesen los campos . Y completamente solo , ocultando a la familia su situación , teniendo que sonreir cuando estaba entre su mujer y sus hijas , las cuales le recomendaban que no se esforzase tanto , el pobre Barret se entregó a la más disparatada locura del trabajo . Olvidó el sueño . Parecíale que sus hortalizas crecían con menos rapidez que las de los vecinos ; quiso él solo cultivar todas las tierras ; trabajaba de noche a tientas ; el menor nubarrón de granizo le ponía fuera de sí , trémulo de miedo ; y él , tan bondadoso , tan honrado , hasta se aprovechaba de los descuidos de los labradores colindantes para robarles una parte de riego . Si su familia estaba ciega , en las barra cas vecinas bien adivinaban la situación de Barret , compadeciendo su mansedumbre . Era un buenazo , no sabía « plantarle cara » al repugnante avaro , y éste lo iba chupando lentamente hasta devorarlo por entero . Y así fué . El pobre labrador , agobiado por una existencia de fiebre y demencia laboriosa , quedábase en los huesos , encorvado como un octogenario , con los ojos hundidos . Aquel gorro característico que justificaba su mote ya no se detenía en sus orejas ; aprovechando la creciente delgadez , bajaba hasta los hombros como un fúnebre apagaluz de su existencia . Lo peor para él era que este exceso de cansancio insostenible sólo le permitía pagar a medias al insaciable ogro . Las consecuencias de su locura por el trabajo no se hicieron esperar . El rocín del tío Barret , un animal sufrido que le seguía en todos sus desesperados esfuerzos , cansado de trabajar de día y de noche , de ir tirando del carro al Mercado de Valencia con carga de hortalizas , y a continuación , sin tiempo para respirar ni desudarse , verse enganchado al arado , tomó el partido de morir , antes que permitirse el menor intento de rebelión contra su pobre amo . ¡ Entonces sí que se consideró perdido irremisiblemente el pobre labrador ! Con desesperación miró sus campos , que ya no podía cultivar ; las hileras de frescas hortalizas , que la gente de la ciudad consumía con indiferencia , sin sospechar las angustias que su producción hace sufrir a un pobre padre en continua batalla con la tierra y la miseria . Pero la Providencia , que nunca abandona al pobre , le habló por boca de don Salvador . Por algo dicen que Dios saca muchas veces el bien del mal . El insufrible tacaño , el voraz usurero , al conocer su desgracia le ofreció ayuda con una bondad paternal y conmovedora . ¿ Qué necesitaba para comprar otra bestia ? ¿ cincuenta duros ? Pues allí estaba él para ayudarle , demostrando con esto cuán injustos eran los que le odiaban y hablaban mal de su persona . Y prestó dinero a Barret , con el insignificante detalle de exigirle una firma — los negocios son negocios — al pie de cierto pa pel en el que se hablaba de interés , de acumulación de réditos , de responsabilidad de la deuda , mencionando para esto último los muebles , las herramientas , todo cuanto poseía el labrador en su barraca , incluso los animales del corral . Barret , animado por la posesión de un nuevo rocín joven y brioso , volvió con más ahinco a su trabajo , a matarse sobre aquellos terruños , que parecían crecer según disminuían sus fuerzas , envolviéndolo como un sudario rojo . La mayor parte de lo que cosechaba en sus campos se lo comía la familia , y los puñados de cobre que sacaba de la venta del resto en el Mercado de Valencia desparramábanse , sin llegar a formar nunca el montón necesario para acallar a don Salvador . Estas angustias del tío Barret por satisfacer su deuda sin poder conseguirlo acabaron por despertar en él cierto instinto de rebelión , haciendo surgir de su rudo pensamiento vagas y confusas ideas de justicia . ¿ Por qué no eran suyos los campos ? Todos sus abuelos habían dejado la vida entre aquellos terrones ; estaban regados con el sudor da la familia ; si no fuese por ellos , por los Barret , estarían las tierras tan despobladas como la orilla del mar ... Y ahora venía a apretarle la argolla , a hacerle morir con sus recordatorios , aquel viejo sin entrañas que era el amo , aunque no sabía coger un azadón ni en su vida había doblegado el espinazo ... ¡ Cristo ! ¡ Y cómo arreglan las cosas los hombres ! ... Pero estas rebeliones eran momentáneas ; volvía a él la sumisión resignada del labriego , el respeto tradicional y supersticioso para la propiedad . Había que trabajar y ser honrado . Y el pobre hombre , que consideraba el no pagar como la mayor de las deshonras , volvía a sus faenas cada vez más débil , más extenuado , sintiendo en su interior el lento desplome de su energía , convencido de que no podía prolongar esta lucha , pero indignado ante la posibilidad tan sólo de abandonar un palmo de las tierras de sus ascendientes . Del semestre de Navidad no pudo entregar a don Salvador mas que una pequeña parte . Llegó San Juan , y ni un céntimo . La mujer estaba enferma ; para pagar los gastos hasta había vendido el « oro del casamiento » las venerables arracadas y el collar , de perlas , que eran el tesoro de familia , y cuya futura posesión provocaba discusiones entre las cuatro muchachas . El viejo avaro se mostró inflexible . No , Barret , aquello no podía continuar . Como él era bueno ( por más que la gente no lo creyese ) , no podía consentir que el labrador siguiese matándose en este empeño de cultivar unas tierras más grandes que sus fuerzas . No lo consentiría ; era asunto de buen corazón . Y como le habían hecho proposiciones de nuevo arrendamiento , avisaba a Barret para que dejase los campos cuanto antes . Lo sentía mucho , pero él también era pobre ... ¡ Ah ! Y por esto mismo le recordaba que habría que hacer efectivo el préstamo para la compra del rocín , cantidad que con los réditos ascendía á ... El pobre labrador ni se fijó en los miles de reales a que subía su deuda con los dichosos réditos : tan turbado y confuso le dejó la orden de abandonar sus tierras . La debilidad , el desgaste interior pro ducido por la abrumadora lucha de varios años , se manifestó repentinamente . Él , que no había llorado nunca , gimoteó como un niño . Toda su altivez , su gravedad moruna , desaparecieron de golpe , y arrodillose ante el vejete pidiendo que no le abandonase , pues veía en él a su padre . Pero buen padre se había echado el pobre Barret . Don Salvador se mostró inflexible . Lo sentía mucho , pero no podía hacer otra cosa . Él también era pobre , debía procurar por el pan de sus hijos ... Y continuó embozando su crueldad con frases de hipócrita sentimiento . El labrador se cansó de pedir gracia . Fué varias veces a Valencia a la casa del amo para hablarle de sus antepasados , de los derechos morales que tenía sobre aquellas tierras , a pedirle un poco de paciencia , afirmando con loca esperanza que él pagaría , y al fin el avaro acabó por no abrirle su puerta . La desesperación regeneró a Barret . Volvió a ser el hijo de la huerta , altivo , enérgico e intratable cuando cree que le asiste la razón . ¿ No quería oirle el amo ? ¿ Se negaba a darle una esperanza ? ... Pues bien ; él en su casa esperaba ; si el otro quería algo , que fuese a buscarle . ¡ A ver quién era el guapo que le hacía salir de su barraca ! Y siguió trabajando , aunque con recelo , mirando ansiosamente siempre que pasaba algún desconocido por los caminos inmediatos , como quien aguarda de un momento a otro ser atacado por una gavilla de bandidos . Le citaron al Juzgado y no compareció . Ya sabía él lo que era aquello : enredos de los hombres para perder a las gentes de bien . Si querían robarle , que le buscasen allí , sobre los campos que eran pedazos de su piel , y como a tales los defendería . Un día le avisaron que por la tarde iría el Juzgado a proceder contra él , a expulsarlo de las tierras , embargando además para pago de sus deudas todo cuanto tenía en la barraca . Aquella noche ya no dormiría en ella . Tan inaudito resultaba esto para el pobre tío Barret , que sonrió con incredulidad . Eso podría ser para los tramposos , para los que no han pagado nunca ; pero él , que siempre había cumplido , que nació allí mismo , que sólo debía un año de arrendamiento ... ¡ quiá ! ¡ Ni que viviera uno entre salvajes , sin caridad ni religión ! Pero en la tarde , cuando vió venir por el camino a unos señores vestidos de negro , fúnebres pajarracos con alas de papel arrolladas bajo el brazo , ya no dudó . Aquel era el enemigo . Iban a robarle . Y sintiendo en su interior la ciega bravura del mercader moro que sufre toda clase de ofensas , pero enloquece de furor cuando le tocan su propiedad , Barret entró corriendo en su barraca , agarró la vieja escopeta que tenía siempre cargada detrás de la puerta , y echándosela a la cara plantose bajo el emparrado , dispuesto a meterle dos balas al primero de aquellos bandidos de la ley que pusiera el pie en sus campos . Salieron corriendo su mujer , enferma , y las cuatro hijas , gritando como locas , y se abrazaron a él , intentando arrancarle la escopeta , tirando del cañón con ambas manos . Y tales fueron los gritos de este grupo , que luchando y forcejeando iba de un pilar a otro del emparrado , que empezaron a salir gentes de las vecinas barracas , y llegaron corriendo , en tropel , ansiosas , con la solidaridad fraternal de los que viven en despoblado . Pimentó fué el que se hizo dueño de la escopeta y prudentemente se la llevó a su casa . Barret iba detrás , intentando perseguirle , sujeto y contenido por los fuertes brazos de unos mocetones , desahogando su rabia contra aquel bruto que le impedía defender lo suyo . — ¡ « Pimentó » ! ... ¡ Lladre ! ... ¡ Tórnam la escopeta ! ... Pero el valentón sonreía bondadosamente , satisfecho de mostrarse prudente y paternal con este viejo rabioso ; y así fué conduciéndole hasta su barraca , donde quedaron él y los amigos vigilándolo , dándole consejos para que no cometiese un disparate . ¡ Mucho ojo , tío Barret ! Aquella gente era de justicia , y el pobre siempre pierde metiéndose con ella . Calma y mala intención , que todo llegará . Y al mismo tiempo los negros pajarracos escribían papeles y más papeles en la barraca de Barret , revolviendo impasibles los muebles y las ropas , inventariando hasta el corral y el establo , mientras la esposa y las hijas gemían desesperadamente y la multitud agolpada a la puerta seguía con terror todos los detalles del embargo , intentando consolar a las pobres mujeres , prorrumpiendo a la sordina en maldiciones contra el judío don Salvador y aquellos tíos que se prestaban a obedecer a semejante perro . Al anochecer , Barret , que estaba como anonadado , y tras la crisis furiosa parecía caído en un estado de sonambulismo , vió a sus pies unos cuantos líos de ropa y oyó el sonido metálico de un saco que contenía sus herramientas de labranza . — ¡ Pare ! ... ¡ pare ! — gimotearon unas voces trémulas . Eran las hijas , que se arrojaban en sus brazos ; tras ellas , la pobre mujer , enferma , temblando de fiebre ; y en el fondo , invadiendo la barraca de Pimentó y perdiéndose más allá de la puerta obscura , toda la gente del contorno , el aterrado coro de la tragedia . Ya les habían hecho salir para siempre de su barraca . Los hombres negros la habían cerrado , llevándose las llaves . No les quedaba otra cosa que los fardos que estaban en el suelo , la ropa usada , las herramientas : lo único que les habían permitido sacar de su casa . Y las palabras eran entrecortadas por los sollozos , y volvían a abrazarse el padre y las hijas , y Pepeta , la dueña de la barraca , y otras mujeres lloraban y repetían las maldiciones contra el viejo avaro , hasta que Pimentó intervino oportunamente . Tiempo quedaba para hablar de lo ocurrido ; ahora , a cenar . ¡ Qué demonio ! No había que gemir tanto por culpa de un tío judío . Si el tal viera todo esto , ¡ cómo se alegrarían sus malas entrañas ! ... La gente de la huerta era buena ; a la familia del tío Barret la querían todos , y con ella partirían un rollo si no había más . La mujer y las hijas del arruinado labrador fuéronse con unas vecinas a pasar la noche en sus barracas . El tío Barret se quedó allí , bajo la vigilancia de Pimentó . Permanecieron los dos hombres hasta las diez sentados en sus silletas de esparto , a la luz del candil , fumando cigarro tras cigarro . El pobre viejo parecía loco . Contestaba con secos monosílabos a las reflexiones de aquel terne , que ahora las echaba de bonachón ; y si hablaba , era para repetir siempre las mismas palabras : — ¡ Pimentó ! ... ¡ Tórnam la escopeta ! Y Pimentó sonreía con cierta admiración . Le asombraba la fiereza repentina de este vejete , al que toda la huerta había tenido por un infeliz . ¡ Devolverle la escopeta ! ... ¡ En seguida ! Bien se adivinaba en la arruga vertical hinchada entre sus cejas el propósito firme de hacer polvo al autor de su ruina . Barret se enfurecía cada vez más con el mozo . Llegó a llamarle ladrón porque se negaba a devolverle su arma . No tenía amigos ; todos eran unos ingratos , iguales al avaro don Salvador . No quería dormir allí : se ahogaba . Y rebuscando en el saco de sus herramientas , escogió una hoz , la atravesó en su faja y salió de la vivienda , sin que Pimentó intentase atajarle el paso . A tales horas nada malo podía hacer el viejo : que durmiese al raso , si tal era su gusto . Y el valentón , cerrando la barraca , se acostó . El tío Barret fué derechamente hacia sus campos , y como un perro abandonado , comenzó a dar vueltas alrededor de la barraca . ¡ Cerrada ! ... ¡ cerrada para siempre ! Aquellas paredes las había levantado su abuelo y las renovaba él todos los años . Aún se destacaba en la obscuridad la blancura del nítido enjalbegado con que sus chicas las cubrieron tres meses antes . El corral , el establo , las pocilgas , eran obra de su padre ; y aquella montera de paja , tan alta , tan esbelta , con las dos crucecitas en sus extremos , la había levantado él de nuevo , en sustitución de la antigua , que hacía agua por todas partes . Y obra de sus manos era también el brocal del pozo , las pilastras del emparrado , las encañizadas , por encima de las cuales enseñaban sus penachos de flores los claveles y los dompedros . ¿ Y todo aquello iba a ser propiedad de otro , porque sí , porque así lo querían los hombres ? ... Buscó en su faja la tira de fósforos de cartón que le servían para encender sus cigarros . Quería prender fuego a la paja de la techumbre . ¡ Que se lo llevase todo el demonio ! Al fin era suyo , bien lo sabía Dios , y podía destruir su hacienda antes que verla en manos de ladrones . Mas al ir a incendiar su antigua casa sintió una impresión de horror , como si tuviese ante él los cadáveres de todos sus antepasados , y arrojó los fósforos al suelo . Continuaba rugiendo en su cabeza el ansia de destrucción , y para satisfacerla se metió con la hoz en la mano en aquellos campos que habían sido sus verdugos . ¡ Ahora las pagaría todas juntas la tierra ingrata causa de sus desdichas ! Horas enteras duró la devastación . Derrumbáronse a puntapiés las bóvedas de cañas por las cuales trepaban las verdes hebras de las judías tiernas y los guisantes ; cayeron las habas partidas por la furiosa hoz , y las filas de lechugas y coles saltaron a distancia a impulsos del agudo acero , como cabezas cortadas , esparciendo en torno su cabellera de hojas ... ¡ Nadie se aprovecharía de su trabajo ! Y así estuvo hasta cerca del amanecer , cortando , aplastando con locos pataleos , jurando a gritos , rugiendo blasfemias ; hasta que al fin el cansancio aplacó su furia , y se arrojó en un surco llorando como un niño , pensando que la tierra sería en adelante su cama eterna y su único oficio mendigar en los caminos . Le despertaron los primeros rayos del sol hiriendo sus ojos y el alegre parloteo de los pájaros que saltaban cerca de su cabeza , aprovechando para su almuerzo los restos de la destrucción nocturna . Se levantó , entumecido por el cansancio y la humedad . Pimentó y su mujer le llamaban desde lejos , invitándole a que tomase algo . Barret les contestó con desprecio . « ¡ Ladrón ! ¡ Después que se había quedado con su escopeta ! ... » Y emprendió el camino hacia Valencia , temblando de frío , sin saber adónde iba . Al pasar ante la taberna de Copa , entró en ella . Unos carreteros de la vecindad le hablaron para compadecer su desgracia , invitándole a tomar algo , y él se apresuró a aceptar . Quería algo contra aquel frío que se le había metido en los huesos . Y él , tan sobrio , bebió uno tras otro dos vasos de aguardiente , que cayeron como olas de fuego en su estómago desfallecido . Su cara se coloreó , adquiriendo después una palidez cadavérica ; sus ojos se vetearon de sangre . Se mostró con los carreteros que le compadecían expresivo y confiado ; casi como un ser feliz . Les llamaba hijos míos , asegurándoles que no se apuraba por tan poco . No lo había perdido todo . Aún le quedaba lo mejor de la casa , la hoz de su abuelo : una joya que no quería cambiar ni por cincuenta hanegadas de tierra buena . Y sacaba de su faja el curvo acero , puro y brillante : una herramienta de fino temple y corte sutilísimo , que , según afirmaba Barret , podía partir en el aire un papel de fumar . Pagaron los carreteros , y arreando sus bestias alejáronse hacia la ciudad , llenando el camino de chirridos de ruedas . El viejo aún estuvo más de una hora en la taberna , hablando a solas , advirtiendo que la cabeza se le iba ; hasta que , molestado por la dura mirada de los dueños , que adi vinaban su estado , sintió una vaga impresión de vergüenza y salió sin saludar , andando con paso inseguro . No podía apartar de su memoria un recuerdo tenaz . Veía con los ojos cerrados un gran huerto de naranjos que existía a más de una hora de distancia , entre Benimaclet y el mar . Allí había ido él muchas veces por sus asuntos , y allá iba ahora , a ver si el demonio era tan bueno que le hacía tropezar con el amo , el cual raro era el día que no inspeccionaba con su mirada de avaro los hermosos árboles uno por uno , como si tuviese contadas las naranjas . Llegó después de dos horas de marcha , deteniéndose muchas veces para dar aplomo a su cuerpo , que se balanceaba sobre las inseguras piernas . El aguardiente se había apoderado de él . Ya no sabía con qué objeto había llegado hasta allí , tan lejos de la parte de la huerta donde vivían los suyos , y acabó por dejarse caer en un campo de cáñamo a orillas del camino . Al poco rato sus penosos ronquidos de borracho sonaron entre los verdes y erguidos tallos . Cuando despertó era ya bien entrada la tarde . Sentía pesadez en la cabeza y el estómago desfallecido . Le zumbaban los oídos , y en su boca empastada percibía un sabor horrible . ¿ Qué hacía allí , cerca del huerto del judío ? ¿ Cómo había llegado tan lejos ? Su honradez primitiva le hizo avergonzarse de este envilecimiento , e intentó ponerse en pie para huir . La presión que producía sobre su estómago la hoz cruzada en la faja le dió escalofríos . Al incorporarse asomó la cabeza por entre el cáñamo y vió en una revuelta del camino a un vejete que caminaba lentamente , envuelto en una capa . Barret sintió que toda su sangre le subía de golpe a la cabeza , que reaparecía su borrachera , y se incorporó , tirando de la hoz ... ¿ Y aún dicen que el demonio no es bueno ? Allí estaba su hombre ; el mismo que deseaba ver desde el día anterior . El viejo usurero había vacilado mucho antes de salir de su casa . Le escocía algo lo del tío Barret ; el suceso estaba reciente y la huerta es traicionera . Pero el miedo de que aprovechasen su ausencia en el huerto de naranjos pudo más que sus temores , y pensando que dicha finca estaba lejos de la barraca embargada , púsose en camino . Ya alcanzaba a contemplar su huerto , ya se reía del miedo pasado , cuando vió saltar del bancal de cáñamo al propio Barret , y le pareció un enorme demonio , con la cara roja , los brazos extendidos , impidiéndole toda fuga , acorralándolo en el borde de la acequia que corría paralela al camino . Creyó soñar ; chocaron sus dientes , su cara púsose verde , y le cayó la capa , dejando al descubierto un viejo gabán y los sucios pañuelos arrollados a su cuello . Tan grandes eran su terror y su turbación , que hasta le habló en castellano . — ¡ Barret ! ¡ hijo mío ! — dijo con voz entrecortada — . Todo ha sido una broma : no hagas caso . Lo de ayer fué para hacerte un poquito de miedo ... nada más . Vas a seguir en las tierras ... Pásate mañana por casa ... hablaremos . Me pagarás como mejor te parezca . Y doblaba su cuerpo , evitando que se le acercase el tío Barret . Pretendía escurrirse , huir de la terrible hoz , en cuya hoja se quebraba un rayo de sol y se reproducía el azul del cielo . Como tenía la acequia detrás de él , no encontraba sitio para moverse , y echaba el cuerpo atrás , pretendiendo cubrirse con las crispadas manos . El labrador sonreía como una hiena , enseñando sus dientes agudos y blancos de pobre . — ¡ Embustero ! ¡ embustero ! — contestaba con una voz semejante a un ronquido . Y moviendo su herramienta de un lado a otro , buscaba sitio para herir , evitando las manos flacas y desesperadas que se le ponían delante . — ¡ Pero Barret ! ¡ hijo mío ! ¿ qué es esto ? ... ¡ Baja esa arma ... no juegues ... Tú eres un hombre honrado ... piensa en tus hijas . Te repito que ha sido una broma . Ven mañana y te daré las lla ... ¡ Aaay ! ... Fué un rugido horripilante , un grito de bestia herida . Cansada la hoz de encontrar obstáculos , había derribado de un solo golpe una de las manos crispadas . Quedó colgando de los tendones y la piel , y el rojo muñón arrojó la sangre con fuerza , salpi cando a Barret , que rugió al recibir en el rostro la caliente rociada . Vaciló el viejo sobre sus piernas , pero antes de caer al suelo , la hoz partió horizontalmente contra su cuello , y ... ¡ zas ! cortando la complicada envoltura de pañuelos , abrió una profunda hendidura , separando casi la cabeza del tronco . Cayó don Salvador en la acequia ; sus piernas quedaron en el ribazo , agitadas por un pataleo fúnebre de res degollada . Y mientras tanto , la cabeza , hundida en el barro , soltaba toda su sangre por la profunda brecha y las aguas se teñían de rojo , siguiendo su manso curso con un murmullo plácido que alegraba el solemne silencio de la tarde . Barret permaneció plantado en el ribazo como un imbécil . ¡ Cuánta sangre tenía el tío ladrón ! La acequia , al enrojecerse , parecía más caudalosa . De repente , el labriego , dominado por el terror , echó a correr , como si temiera que el riachuelo de sangre le ahogase al desbordarse . Antes de terminar el día circuló la noticia como un cañonazo que conmovió toda la vega . ¿ Habéis visto el gesto hipócrita , el regocijado silencio con que acoge un pueblo la muerte del gobernante que le oprime ? ... Así lloró la huerta la desaparición de don Salvador . Todos adivinaron la mano del tío Barret , y nadie habló . Las barracas hubiesen abierto para él sus últimos escondrijos ; las mujeres le habrían ocultado bajo sus faldas . Pero el asesino vagó como un loco por la huerta , huyendo de las gentes , tendiéndose detrás de los ribazos , agazapándose bajo los puentecillos , escapando a través de los campos , asustado por el ladrido de los perros , hasta que al día siguiente lo sorprendió la Guardia civil durmiendo en un pajar . Durante seis meses sólo se habló en la huerta del tío Barret . Los domingos iban como en peregrinación hombres y mujeres a la cárcel de Valencia para contemplar a través de los barrotes al pobre « libertador » , cada vez más enjuto , con los ojos hundidos y la mirada inquieta . Llegó la vista del proceso , y le sentenciaron a muerte . La noticia causó honda impresión en la vega ; curas y alcaldes pusiéronse en movimiento para evitar tal vergüenza ... ¡ Uno del distrito sentándose en el cadalso ! Y como Barret había sido siempre de los dóciles , votando lo que ordenaba el cacique y obedeciendo pasivamente al que mandaba , se hicieron viajes a Madrid para salvar su vida , y el indulto llegó oportunamente . El labrador salió de la cárcel hecho una momia , y fué conducido al presidio de Ceuta , para morir allá a los pocos años . Disolviose su familia ; desapareció como un puñado de paja en el viento . Las hijas , una tras otra , fueron abandonando las familias que las habían recogido , trasladándose a Valencia para ganarse el pan como criadas ; y la pobre vieja , cansada de molestar con sus enfermedades , marchó al Hospital , muriendo al poco tiempo . La gente de la huerta , con la facilidad que tiene todo el mundo para olvidar la desgracia ajena , apenas si de tarde en tarde recordaba la espantosa tragedia del tío Barret , preguntándose qué sería de sus hijas . Pero nadie olvidó los campos y la ba rraca , permaneciendo unos y otra en el mismo estado que el día en que la justicia expulsó al infortunado colono . Fué esto un acuerdo tácito de toda la huerta ; una conjuración instintiva , en cuya preparación apenas si mediaron palabras ; pero hasta los árboles y los caminos parecían entrar en ella . Pimentó lo había dicho el mismo día de la catástrofe . « ¡ A ver quién era el guapo que se atrevía a meterse en aquellas tierras ! » Y toda la gente de la huerta , hasta las mujeres y los niños , parecían contestar con sus miradas de mutua inteligencia : « Sí ; a ver . » Las plantas parásitas , los abrojos , comenzaron a surgir de la tierra maldita que el tío Barret había pateado y herido con su hoz la última noche , como presintiendo que por culpa de ella moriría en presidio . Los hijos de don Salvador , unos ricachos tan avaros como su padre , creyéronse sumidos en la miseria porque el pedazo de tierra permanecía improductivo . Un labrador habitante en otro distrito de la huerta , hombre que las echaba de guapo y nunca tenía bastante tierra , sintiose tentado por el bajo precio del arrendamiento y apechugó con unos campos que a todos inspiraban miedo . Iba a labrar la tierra con la escopeta al hombro ; él y sus criados se reían de la soledad en que les dejaban los vecinos ; las barracas se cerraban a su paso , y desde lejos les seguían miradas hostiles . Vigiló mucho el labrador , presintiendo una emboscada ; pero de nada le sirvió su cautela , pues una tarde en que regresaba solo a su casa , cuando aún no había terminado la roturación de sus nuevos campos , le largaron dos escopetazos , sin que viese al agresor , y salió milagrosamente ileso del puñado de postas que pasó junto a sus orejas . En los caminos no se veía a nadie . Ni una huella reciente . Le habían tirado desde alguna acequia , emboscado el tirador detrás de los cañares . Con enemigos así no era posible luchar ; y el valentón , en la misma noche , entregó las llaves de la barraca a sus amos . Había que oir a los hijos de don Salvador . ¿ Es que no existían gobiernos ni seguridades para la propiedad ... ni nada ? Indudablemente era Pimentó el autor de la agresión , el que impedía que los campos fuesen cultivados , y la Guardia civil prendió al jaque de la huerta , llevándolo a la cárcel . Pero cuando llegó el momento de las declaraciones , todo el distrito desfiló ante el juez afirmando la inocencia de Pimentó , sin que a aquellos rústicos socarrones se les pudiera arrancar una palabra contradictoria . Todos recitaban la misma lección . Hasta viejas achacosas que jamás salían de sus barracas declararon que aquel día , a la misma hora en que sonaron los dos tiros , Pimentó estaba en una taberna de Alboraya de francachela con sus amigos . Nada se podía contra estas gentes de gesto imbécil y mirada cándida , que rascándose el cogote mentían con tanto aplomo ; Pimentó fué puesto en libertad , y de todas las barracas salió un suspiro de triunfo y satisfacción . Ya estaba hecha la prueba : todos sabrían en adelante que el cultivo de aquellas tierras se pagaba con la piel . Los avaros amos no cejaron . Cultivarían la tierra ellos mismos ; y buscaron jornaleros entre la gente sufrida y sumisa que , oliendo a lana burda y miseria , baja en busca de trabajo , empujada por el hambre , desde lo último de la provincia , desde las montañas fronterizas a Aragón . En la huerta compadecían a los pobres churros . ¡ Infelices ! Iban a ganarse un jornal ; ¿ qué culpa tenían ellos ? Y por la noche , cuando se retiraban con el azadón al hombro , no faltaba una buena alma que los llamase desde la puerta de la taberna de Copa . Los hacían entrar , los convidaban a beber y luego les iban hablando al oído con la cara ceñuda y el acento paternal y bondadoso , como quien aconseja a un niño que evite el peligro . Y el resultado era que los dóciles churros , al día siguiente , en vez de ir al campo , presentábanse en masa a los dueños de las tierras . — Mi amo : venimos a que nos pague . Y eran inútiles todos los argumentos de los dos solterones , furiosos al verse atacados en su avaricia . — Mi amo — respondían a todo — : semos probes , pero no nos hemos encontrao la vida tras un pajar . No sólo dejaban el trabajo , sino que pasaban aviso a todos sus paisanos para que huyesen de ganar un jornal en los campos de Barret , como quien huye del diablo . Los dueños de las tierras pidieron protección hasta en los papeles públicos . Y parejas de la Guardia civil fueron a correr la huerta , a apostarse en los caminos , a sorprender gestos y conversaciones , siempre sin éxito . Todos los días veían lo mismo : las mujeres cosiendo y cantando bajo las parras ; los hombres en los campos , encorvados , con la vista en el suelo , sin dar descanso a los activos brazos ; Pimentó tendido a lo gran señor ante las varitas de liga , esperando a los pájaros , o ayudando a Pepeta torpe y perezosamente ; en la taberna de Copa unos cuantos viejos tomando el sol o jugando al truco . El paisaje respiraba paz y honrada bestialidad ; era una Arcadia moruna . Pero los del gremio no se fiaban ; ningún labrador quería las tierras ni aun gratuitamente , y al fin los amos tuvieron que desistir de su empeño , dejando que se cubriesen de maleza y que la barraca se viniera abajo , mientras esperaban la llegada de un hombre de buena voluntad capaz de comprarlas o trabajarlas . La huerta estremecíase de orgullo viendo cómo se perdía aquella riqueza y los herederos de don Salvador se hacían la « santísima » . Era un placer nuevo e intenso . Alguna vez se habían de imponer los pobres y quedar los ricos debajo . Y el duro pan parecía más sabroso , el vino mejor , el trabajo menos pesado , imaginándose las rabietas de los dos avaros , que con todo su dinero habían de sufrir que los rústicos de la huerta se burlasen de ellos . Además , aquella mancha de desolación y miseria en medio de la vega servía para que los otros propietarios fuesen menos exigentes , y tomando ejemplo en el vecino no aumentaran los arrendamientos y se conformasen cuando los semestres tardaban en hacerse efectivos . Los desolados campos eran el talismán que mantenía íntimamente unidos a los huertanos , en continuo tacto de codos : un monumento que proclamaba su poder sobre los dueños ; el milagro de la solidaridad de la miseria contra las leyes y la riqueza de los que son señores de las tierras sin trabajarlas ni sudar sobre sus terrones . Todo esto , pensado confusamente , les hacía creer que el día en que los campos de Barret fueran cultivados la huerta sufriría toda clase de desgracias . Y no se imaginaban , después de un triunfo de diez años , que pudiera entrar en los campos abandonados otra persona que el tío Tomba , un pastor ciego y parlanchín , que , a falta de auditorio , relataba todos los días sus hazañas de guerrillero a su rebaño de sucias ovejas . De aquí las exclamaciones de asombro y el gesto de rabia de toda la huerta cuando Pimentó , de campo en campo y barraca en barraca , fué haciendo saber que las tie rras de Barret tenían ya arrendatario , un desconocido , y que « él » ... « ¡ él ! » — fuese quien fuese — estaba allí con toda su familia , instalándose sin reparo ... « ¡ como si aquello fuese suyo ! » Batiste , al inspeccionar las incultas tierras , se dijo que había allí trabajo para largo rato . Mas no por esto sintió desaliento . Era un varón enérgico , emprendedor , avezado a la lucha para conquistar el pan . Allí lo había « muy largo » , como decía él , y además se consolaba recordando que en peores trances se había visto . Su vida pasada era un continuo cambio de profesión , siempre dentro del círculo de la miseria rural , mudando cada año de oficio , sin encontrar para su familia el bienestar mezquino que constituía toda su aspiración . Cuando conoció a su mujer , era mozo de molino en las inmediaciones de Sagunto . Trabajaba entonces « como un lobo » — así lo decía él — para que en su vivienda no faltase nada ; y Dios premió su laboriosidad enviándole cada año un hijo , hermosas criaturas que parecían nacer con dientes , según la prisa que se daban en abandonar el pecho maternal para pedir pan a todas horas . Resultado : que hubo de abandonar el molino y dedicarse a carretero , en busca de mayores ganancias . La mala suerte le perseguía . Nadie como él cuidaba el ganado y vigilaba la marcha . Muerto de sueño , jamás se atrevía , como los compañeros , a dormir en el carro , dejando que las bestias marchasen guiadas por su instinto . Vigilaba a todas horas , permanecía siempre junto al rocín delantero , evitando los baches profundos y los malos pasos ; y sin embargo , si algún carro volcaba era el suyo ; si algún animal caía enfermo a causa de las lluvias era seguramente de Batiste a pesar del cuidado paternal con que se apresuraba a cubrir los flancos de sus bestias con gualdrapas de arpillera apenas caían cuatro gotas . En unos cuantos años de fatigosa peregrinación por las carreteras de la provincia , comiendo mal , durmiendo al raso y sufriendo el tormento de pasar meses enteros lejos de la familia , a la que adoraba con el afecto reconcentrado de hombre rudo y silencioso , Batiste sólo experimentó pérdidas y vió su situación cada vez más comprometida . Se le murieron los rocines y tuvo que entramparse para comprar otros . Lo que le valía el continuo acarreo de pellejos hinchados de vino o de aceite perdíase en manos de chalanes y constructores de carros , hasta que llegó el momento en que , viendo próxima su ruina , abandonó el oficio . Tomó entonces unas tierras cerca de Sagunto : campos de secano , rojos y eternamente sedientos , en los cuales retorcían sus troncos huecos algarrobos centenarios o alzaban los olivos sus redondas y empolvadas cabezas . Fué su vida una continua batalla con la sequía , un incesante mirar al cielo , temblando de emoción cada vez que una nubecilla negra asomaba en el horizonte . Llovió poco , las cosechas fueron malas durante cuatro años , y Batiste no sabía ya qué hacer ni adónde dirigirse , cuando en un viaje a Valencia conoció a los hijos de don Salvador , unos excelentes señores ( Dios les bendiga ) , que le dieron aquella hermosura de campos , libres de arrendamiento por dos años , hasta que recobrasen por completo su estado de otros tiempos . Algo oyó él de lo que había sucedido en la barraca , de las causas que obligaban a los dueños a conservar improductivas tan hermosas tierras ; pero ¡ iba transcurrido tanto tiempo ! ... Además , la miseria no tiene oídos ; a él le convenían los campos , y en ellos se quedaba . ¿ Qué le importaban las historias viejas de don Salvador y el tío Barret ? ... Todo lo despreciaba y olvidaba contemplando sus tierras . Y Batiste sentíase poseído de un dulce éxtasis al verse cultivador en la huerta feraz que tantas veces había envidiado cuando pasaba por la carretera de Valencia a Sagunto . Aquello eran tierras : siempre verdes , con las entrañas incansables engendrando una cosecha tras otra , circulando el agua roja a todas horas como vivificante sangre por las innumerables acequias y regadoras que surcaban su superficie como una complicada red de venas y arterias ; fecundas hasta alimentar familias enteras con cuadros que , por lo pequeños , parecían pañuelos de follaje . Los campos secos de Sagunto recordábalos como un infierno de sed , del que afortunadamente se había librado . Ahora se veía de veras en el buen camino . ¡ A trabajar ! Los campos estaban perdidos ; había allí mucho que hacer ; pero ¡ cuando se tiene buena voluntad ! ... Y desperezándose , este hombretón recio , musculoso , de espaldas de gigante , redonda cabeza trasquilada y rostro bondadoso sostenido por un grueso cuello de fraile , extendía sus poderosos brazos , habituados a levantar en vilo los sacos de harina y los pesados pellejos de la carretería . Tan preocupado estaba con sus tierras , que apenas si se fijó en la curiosidad de los vecinos . Asomando las inquietas cabezas por entre los cañares o tendidos sobre el vientre en los ribazos , le contemplaban hombres , chicuelos y hasta mujeres de las inmediatas barracas . Batiste no hacía caso de ellos . Era la curiosidad , la expectación hostil que inspiran siempre los recién llegados . Bien sabía él lo que era aquello ; ya se irían acostumbrando . Además , tal vez les interesaba ver cómo ardía la miseria que diez años de abandono habían amontonado sobre los campos de Barret . Y ayudado por su mujer y los chicos , empezó a quemar al día siguiente de su llegada toda la vegetación parásita . Los arbustos , después de retorcerse entre las llamas , caían hechos brasas , escapando de sus cenizas asquerosos bichos chamuscados . La barraca aparecía como esfumada entre las nubes de humo de estas luminarias , que despertaban sorda cólera en toda la huerta . Una vez limpias las tierras , Batiste , sin perder tiempo , procedió a su cultivo . Muy duras estaban ; pero él , como labriego experto , quería trabajarlas poco a poco , por secciones ; y marcando un cuadro cerca de su barraca , empezó a remover la tierra ayudado por su familia . Los vecinos burlábanse de todos ellos con una ironía que delataba su sorda irritación . ¡ Vaya una familia ! Eran gitanos como los que duermen debajo de los puentes . Vivían en la vieja barraca lo mismo que los náufragos que se aguantan sobre un buque destrozado : tapando un agujero aquí , apuntalando allá , haciendo verdaderos prodigios para que se sostuviera la techumbre de paja , distribuyendo sus pobres muebles , cuidadosamente fregoteados , en todos los cuartos , que eran antes madriguera de ratones y sabandijas . En punto a laboriosos , eran como un tropel de ardillas , no pudiendo permanecer quietos mientras el padre trabajaba . Teresa la mujer y Roseta la hija mayor , con las faldas recogidas entre las piernas y azadón en mano , cavaban con más ardor que un jornalero , descansando solamente para echarse atrás las greñas caídas sobre la sudorosa y roja frente . El hijo mayor hacía continuos viajes a Valencia con la espuerta al hombro , trayendo estiércol y escombros , que colocaba en dos montones , como columnas de honor , a la entrada de la barraca . Los tres pequeñuelos , graves y laboriosos , como si comprendiesen la grave situación de la familia , iban a gatas tras los cavadores , arrancando de los terrones las duras raíces de los arbustos quemados . Duró esta faena preparatoria más de una semana , sudando y jadeando la familia desde el alba a la noche . La mitad de las tierras estaban removidas . Batiste las entabló y labró con ayuda del viejo y animoso rocín , que parecía de la familia . Había que proceder a su cultivo ; estaban en San Martín , la época de la siembra , y el labrador dividió la tierra roturada en tres partes . La mayor para el trigo , un cuadro más pequeño para plantar habas y otro para el forraje , pues no era cosa de olvidar al Morrut , el viejo y querido rocín . Bien se lo había ganado . Y con la alegría del que después de una penosa navegación descubre el puerto , la familia procedió a la siembra . Era el porvenir asegurado . Las tierras de la huerta no engañaban ; de allí saldría el pan para todo el año . La tarde en que se terminó la siembra vieron avanzar por el inmediato camino unas cuantas ovejas de sucios vellones , que se detuvieron medrosas en el límite del campo . Tras ellas apareció un viejo apergaminado , amarillento , con los ojos hundidos en las profundas órbitas y la boca circundada por una aureola de arrugas . Iba avanzando lentamente , con pasos firmes , pero con el cayado por delante tanteando el terreno . La familia le miró con atención . Era el único que en las dos semanas que allí estaban se atrevía a aproximarse a las tierras . Al notar la vacilación de sus ovejas , gritó para que pasasen adelante . Batiste salió al encuentro del viejo . No se podía pasar : las tierras estaban ahora cultivadas . ¿ No lo sabía ? ... Algo de ello había oído el tío Tomba ; pero en las dos semanas anteriores había llevado su rebaño a pastar los hierbajos del barranco de Carraixet , sin preocuparse de estos campos ... ¿ De veras que ahora estaban cultivados ? Y el anciano pastor avanzaba la cabeza haciendo esfuerzos para ver con sus ojos casi muertos al hombre audaz que osaba realizar lo que toda la huerta tenía por imposible . Calló un buen rato , y al fin comenzó a murmurar tristemente : « Muy mal ; él también , en su juventud , había sido atrevido : le gustaba llevar a todos la contraria . ¡ Pero cuando son muchos los enemigos ! ... Muy mal ; se había metido en un paso difícil . Aquellas tierras , después de lo del pobre Barret , estaban malditas . Podía creerle a él , que era viejo y experimentado : le traerían desgracia . » Y el pastor llamó a su rebaño , le hizo emprender la marcha por el camino , y antes de alejarse se echó la manta atrás , alzando sus descarnados brazos , y con cierta entonación de hechicero que augura el porvenir o de profeta que husmea la ruina , le gritó a Batiste : — Creume , fill meu : ¡ te portarán desgrasia ! ... De este encuentro surgió un motivo más de cólera para toda la huerta . El tío Tomba ya no podía meter sus ovejas en aquellas tierras , después de diez años de pacífico disfrute de sus pastos . Nadie decía una palabra sobre la legitimidad de la negativa de su ocupante al estar el terreno cultivado . Todos hablaban únicamente de los respetos que merecía el anciano pastor , un hombre que en sus mocedades se comía los franceses crudos , que había visto mucho mundo , y cuya sabiduría , demostrada con medias palabras y consejos incoherentes , inspiraba un respeto supersticioso a la gente de las barracas . Cuando Batiste y su familia vieron henchidas de fecunda simiente las entrañas de sus tierras , pensaron en la vivienda , a falta de trabajo más urgente . El campo haría su deber . Ya era hora de pensar en ellos mismos . Y por primera vez desde su llegada a la huerta , salió Batiste de las tierras para ir a Valencia a cargar en su carro todos los desperdicios de la ciudad que pudieran serle útiles . Aquel hombre era una hormiga infatigable para la rebusca . Los montones for mados por Batistet se agrandaron considerablemente con las expediciones del padre . La giba de estiércol , que formaba una cortina defensiva ante la barraca , creció rápidamente , y más allá amontonáronse centenares de ladrillos rotos , maderos carcomidos , puertas destrozadas , ventanas hechas astillas , todos los desperdicios de los derribos de la ciudad . Contempló con asombro la gente de la huerta la prontitud y buena maña de los laboriosos intrusos para arreglarse su vivienda . La cubierta de paja de la barraca apareció de pronto enderezada ; las costillas de la techumbre , carcomidas por las lluvias , fueron reforzadas unas y sustituídas otras ; una capa de paja nueva cubrió los dos planos pendientes del exterior . Hasta las crucecitas de sus extremos fueron sustituídas por otras que la navaja de Batiste trabajó cucamente , adornando sus aristas con dentelladas muescas ; y no hubo en todo el contorno techumbre que se irguiera más gallarda . Los vecinos , al ver cómo se reformaba la barraca de Barret , colocándose recta la montera , veían en esto algo de burla y de reto . Después empezó la obra de abajo . ¡ Qué modo de utilizar los escombros de Valencia ! ... Las grietas desaparecieron , y terminado el enlucido de las paredes , la mujer y la hija las enjalbegaron de un blanco deslumbrante . La puerta nueva y pintada de azul , parecía madre de todas las ventanillas , que asomaban por los huecos de las paredes sus cuadradas caras del mismo color . Bajo la parra hizo Batiste una plazoleta , pavimentada con ladrillos rojos , para que las mujeres cosieran allí en las horas de la tarde . El pozo , después de una semana de descensos y penosos acarreos , quedó limpio de todas las piedras y la basura con que la pillería huertana lo había atiborrado durante diez años , y otra vez su agua limpia y fresca volvió a subir en musgoso pozal , con alegres chirridos de la garrucha , que parecía reirse de las gentes del contorno con una estridente carcajada de vieja maliciosa . Devoraban los vecinos su rabia en silencio . ¡ Ladrón , más que ladrón ! ¡ Vaya un modo de trabajar ! ... Aquel hombre parecía poseer con sus membrudos brazos dos varitas mágicas que lo transformaban todo al tocarlo . Diez semanas después de su llegada , aún no había salido de sus tierras media docena de veces . Siempre en ellas , la cabeza metida entre los hombros y el espinazo doblegado , embriagándose en su labor ; y la barraca de Barret presentaba un aspecto coquetón y risueño , como jamás lo había tenido en poder de su antiguo ocupante . El corral , cercado antes con podridos cañizos , tenía ahora paredes de estacas y barro , pintadas de blanco , sobre cuyos bordes correteaban las rubias gallinas y se inflamaba el gallo , irguiendo su cabeza purpúrea ... En la plazoleta , frente a la barraca , florecían macizos de dompedros y plantas trepadoras . Una fila de pucheros desportillados pintados de azul servían de macetas sobre el banco de rojos ladrillos , y por la puerta entreabierta — ah , fanfarrón — veíase la cantarera nueva , con sus chapas de blancos azulejos y sus cántaros verdes de charolada panza : un conjunto de reflejos insolentes que quitaban la vista al que pasaba por el inmediato camino . Todos , en su furia creciente , acudían a Pimentó . ¿ Podía esto consentirse ? ¿ Qué pensaba hacer el temible marido de Pepeta ? Y Pimentó se rascaba la frente oyéndoles , con cierta confusión . ¿ Qué iba a hacer ? ... Su propósito era decirle dos palabritas a aquel advenedizo que se metía a cultivar lo que no era suyo ; una indicación muy seria para que « no fuese tonto » y se volviera a su tierra , pues allí nada tenía que hacer . Pero el tal sujeto no salía de sus campos , y no era cosa de ir a amenazarle en su propia casa . Esto sería « dar el cuerpo » demasiado , teniendo en cuenta lo que podría ocurrir luego . Había que ser cauto y guardar la salida . En fin ... un poco de paciencia . Él , lo único que podía asegurar es que el tal sujeto no cosecharía el trigo , ni las habas , ni todo lo que había plantado en los campos de Barret . Aquello sería para el demonio . Las palabras de Pimentó tranquilizaban a los vecinos , y éstos seguían con mirada atenta los progresos de la maldita familia , deseando en silencio que llegase pronto la hora de su ruina . Una tarde volvió Batiste de Valencia , muy contento del resultado de su viaje . No quería en su casa brazos inútiles . Batistet , cuando no había labor en el campo , buscaba ocupación yendo a la ciudad a recoger estiércol . Quedaba la chica , una mocetona que , terminado el arreglo de la barraca , no servía para gran cosa , y gracias a la protección de los hijos de don Salvador , que se mostraban contentísimos con el nuevo arrendatario , acababa de conseguir que la admitiesen en una fábrica de sedas . Desde el día siguiente , Roseta formaría parte del rosario de muchachas que , despertando con la aurora , iban por todas las sendas con la falda ondeante y la cestita al brazo camino de la ciudad , para hilar el sedoso capullo entre sus gruesos dedos de hijas de la huerta . Al llegar Batiste a las inmediaciones de la taberna de Copa , un hombre apareció en el camino saliendo de una senda inmediata y marchó hacia él lentamente , dando a entender su deseo de hablarle . Batiste se detuvo , lamentando en su interior no llevar consigo ni una mala navaja , ni una hoz , pero sereno , tranquilo , irguiendo su cabeza redonda con la expresión imperiosa tan temida por su familia y cruzando sobre el pecho los forzudos brazos de antiguo mozo de molino . Conocía a aquel hombre , aunque jamás había hablado con él . Era Pimentó . Al fin ocurría el encuentro que tanto había temido . El valentón midió con una mirada al odiado intruso , y le habló con voz melosa , esforzándose por dar a su ferocidad y mala intención un acento de bondadoso consejo . Quería decirle dos razones : hacía tiempo que lo deseaba ; pero ¿ cómo hacerlo , si nunca salía de sus tierras ? — Dos rahonetes no més ... Y soltó el par de razones , aconsejándole que dejase cuanto antes las tierras del tío Barret . Debía creer a los hombres que le querían bien , a los conocedores de las costumbres de la huerta . Su presencia allí era una ofensa , y la barraca casi nueva un insulto a la pobre gente . Había que seguir su consejo , e irse a otra parte con su familia . Batiste sonreía irónicamente mientras hablaba Pimentó , y éste , al fin , pareció confundido por la serenidad del intruso , anonadado al encontrar un hombre que no sentía miedo en su presencia . « ¿ Marcharse él ? ... No había guapo que le hiciera abandonar lo que era suyo , lo que estaba regado con su sudor y había de dar el pan a su familia . Él era un hombre pacífico , ¿ estamos ? pero si le buscaban las cosquillas , era tan valiente como el que más . Cada cual que se meta en su negocio , y él haría bastante cumpliendo con el suyo sin faltar a nadie . » Luego , pasando ante el matón , continuó su camino , volviéndole la espalda con una confianza despectiva . Pimentó , acostumbrado a que le temblase toda la huerta , se mostraba cada vez más desconcertado por la serenidad de Batiste . — ¿ Es la darrera paraula ? — le gritó cuando estaba ya a cierta distancia . — Sí ; la darrera — contestó Batiste sin volverse . Y siguió adelante , desapareciendo en una revuelta del camino . A lo lejos , en la antigua barraca de Barret , ladraba el perro olfateando la proximidad de su amo . Al quedar solo , Pimentó recobró su soberbia . « ¡ Cristo ! ¡ Y cómo se había burlado de él aquel tío ! » Masculló algunas maldiciones , y cerrando el puño señaló amenazante la curva del camino por donde había desaparecido Batiste . — Tú me les pagarás ... ¡ Me les pagarás , morral ! En su voz , trémula de rabia , vibraban condensados todos los odios de la huerta . Era jueves , y según una costumbre que databa de cinco siglos , el Tribunal de las Aguas iba a reunirse en la puerta de los Apóstoles de la Catedral de Valencia . El reloj de la torre llamada el Miguelete señalaba poco más de las diez , y los huertanos juntábanse en corrillos o tomaban asiento en los bordes del tazón de la fuente que adorna la plaza , formando en torno al vaso una animada guirnalda de mantas azules y blancas , pañuelos rojos y amarillos o faldas de indiana de colores claros . Llegaban unos tirando de sus caballejos con el serón cargado de estiércol , contentos de la colecta hecha en las calles ; otros en sus carros vacíos , procurando enternecer a los guardias municipales para que les dejasen permanecer allí ; y mientras los viejos conversaban con las mujeres , los jóvenes se metían en el cafetín cercano , para matar el tiempo ante la copa de aguardiente , mascullando su cigarro de tres céntimos . Toda la huerta que tenía agravios que vengar estaba allí , gesticulante y ceñuda , hablando de sus derechos , impaciente por soltar ante los síndicos o jueces de las siete acequias el interminable rosario de sus quejas . El alguacil del tribunal , que llevaba más de cincuenta años de lucha con esta tropa insolente y agresiva , colocaba a la sombra de la portada ojival las piezas de un sofá de viejo damasco , y tendía después una verja baja , cerrando el espacio de acera que había de servir de sala de audiencia . La puerta de los Apóstoles , vieja , rojiza , carcomida por los siglos , extendiendo sus roídas bellezas a la luz del sol , formaba un fondo digno del antiguo tribunal : era como un dosel de piedra fabricado para cobijar una institución de cinco siglos . En el tímpano aparecía la Virgen con seis ángeles de rígidas albas y alas de menudo plumaje , mofletudos , con llameante tupé y pesados tirabuzones , tocando violas y flautas , caramillos y tambores . Corrían por los tres arcos superpuestos de la portada tres guirnaldas de figurillas , ángeles , reyes y santos , cobijándose en calados doseletes . Sobre robustos pedestales exhibíanse los doce apóstoles ; pero tan desfigurados , tan maltrechos , que no los hubiera conocido Jesús : los pies roídos , las narices rotas , las manos cortadas ; una fila de figurones , que más que apóstoles parecían enfermos escapados de una clínica mostrando dolorosamente sus informes muñones . Arriba , al final de la portada , abríase , como gigantesca flor cubierta de alambrado , el rosetón de colores que daba luz a la iglesia , y en la parte baja , en la base de las columnas adornadas con escudos de Aragón , la piedra estaba gastada , las aristas y los follajes borrosos por el frote de innumerables generaciones . En este desgaste de la portada adivinábase el paso de la revuelta y el motín . Junto a estas piedras se había aglomerado y confundido todo un pueblo ; allí se había agitado en otros siglos , vociferante y rojo de rabia , el valencianismo levantisco , y los santos de la portada , mutilados y lisos como momias egipcias , al mirar al cielo con sus rotas cabezas , parecían estar oyendo aún la revolucionaria campana de la Unión o los arcabuzazos de la Germanías . Terminó el alguacil de arreglar el tribunal y plantose a la entrada de la verja , esperando a los jueces . Iban llegando , solemnes , con una majestad de labriegos ricos , vestidos de negro , con blancas alpargatas y pañuelo de seda bajo el ancho sombrero . Cada uno llevaba tras sí un cortejo de guardas de acequia , de pedigüeños que antes de la hora de la justicia buscaban predisponer el ánimo del tribunal en su favor . La gente labradora miraba con respeto a estos jueces salidos de su clase , cuyas deliberaciones no admitían apelación . Eran los amos del agua ; en sus manos estaba la vida de las familias , el alimento de los campos , el riego oportuno , cuya carencia mata una cosecha . Y los habitantes de la extensa vega cortada por el río nutridor , como una espina erizada de púas que eran sus cana les , designaban a los jueces por el nombre de las acequias que representaban . Un vejete seco , encorvado , cuyas manos rojas y cubiertas de escamas temblaban al apoyarse en el grueso cayado , era Cuart de Faitanar ; el otro , grueso y majestuoso , con ojillos que apenas si se veían bajo los dos puñados de pelo blanco de sus cejas , era Mislata ; poco después llegaba Rascaña , un mocetón de planchada blusa y redonda cabeza de lego ; y tras ellos iban presentándose los demás , hasta siete : Favara , Robella , Tormos y Mestalla . Ya estaba allí la representación de las dos vegas : la de la izquierda del río , la de las cuatro acequias , la que encierra la huerta de Ruzafa con sus caminos de frondoso follaje que van a extinguirse en los límites del lago de la Albufera , y la vega de la derecha del Turia , la poética , la de las fresas de Benimaclet , las chufas de Alboraya y los jardines siempre exuberantes de flores . Los siete jueces se saludaron como gente que no se ha visto en una semana . Luego hablaron de sus asuntos particulares junto a la puerta de la Catedral . De vez en cuando , abriéndose las mamparas cubiertas de anuncios religiosos , esparcíase en el ambiente cálido de la plaza una fresca bocanada de incienso , semejante a la respiración húmeda de un lugar subterráneo . A las once y media , terminados los oficios divinos , cuando ya no salía de la Basílica mas que alguna devota retrasada , comenzó a funcionar el tribunal . Sentáronse los siete jueces en el viejo sofá ; corrió de todos los lados de la plaza la gente huertana para aglomerarse en torno a la verja , estrujando sus cuerpos sudorosos , que olían a paja y lana burda , y el alguacil se colocó , rígido y majestuoso , junto al mástil rematado por un gancho de bronce , símbolo de la acuática justicia . Descubriéronse las siete « acequias » , quedando con las manos sobre las rodillas y la vista en el suelo , y el más viejo pronunció la frase de costumbre : — S'òbri el tribunal . Silencio absoluto . Toda la muchedum bre , guardando un recogimiento religioso , estaba allí , en plena plaza , como en un templo . El ruido de los carruajes , el arrastre de los tranvías , todo el estrépito de la vida moderna pasaba , sin rozar ni conmover esta institución antiquísima , que permanecía allí tranquila , como quien se halla en su casa , insensible al paso del tiempo , sin fijarse en el cambio radical de cuanto le rodeaba , incapaz de reforma alguna . Mostrábanse orgullosos los huertanos de su tribunal . Aquello era hacer justicia ; la pena sentenciada inmediatamente , y nada de papeles , pues éstos sólo sirven para enredar a los hombres honrados . La ausencia del papel sellado y del escribano aterrador era lo que más gustaba a unas gentes acostumbradas a mirar con miedo supersticioso el arte de escribir , por lo mismo que lo desconocen . Allí no había secretarios , ni plumas , ni días de angustia esperando la sentencia , ni guardias terroríficos , ni nada más que palabras . Los jueces guardaban las declaraciones de los testigos en su memoria y sentenciaban inmediatamente , con la tranquilidad del que sabe que sus decisiones han de ser cumplidas . Al que se insolentaba con el tribunal , multa ; al que se negaba a cumplir la sentencia , le quitaban el agua para siempre y se moría de hambre . Con este tribunal no jugaba nadie . Era la justicia patriarcal y sencilla del buen rey de las leyendas saliendo por las mañanas a la puerta del palacio para resolver las quejas de sus súbditos ; el sistema judicial del jefe de cabila sentenciando a la entrada de su tienda . Así , así es como se castiga a los pillos y triunfa el hombre honrado y hay paz . Y el público , no queriendo perder palabra , hombres , mujeres y chicos estrujábanse contra la verja , retrocediendo algunas veces con violentos movimientos de espaldas para librarse de la asfixia . Iban compareciendo los querellantes al otro lado de la verja , ante aquel sofá tan venerable como el tribunal . El alguacil les recogía las varas y cayados , considerándolos armas ofensivas , incompatibles con el respeto al tribunal . Los empujaba luego hasta dejarlos plantados a pocos pasos de los jueces , con la manta doblada sobre las manos ; y si andaban remisos en descubrirse , de dos repelones les arrancaba el pañuelo de la cabeza . ¡ Duro ! Á esta gente socarrona había que tratarla así . Era el desfile una continua exposición de cuestiones intrincadas , que los jueces legos resolvían con pasmosa facilidad . Los guardas de las acequias y los « atandadores » encargados de establecer el turno en el riego formulaban sus denuncias , y comparecían los querellados a defenderse con razones . El viejo dejaba hablar a los hijos , que sabían expresarse con más energía ; la viuda acudía acompañada de algún amigo del difunto , decidido protector que llevaba la voz por ella . Asomaba la oreja el ardor meridional en todos los juicios . En mitad de la denuncia del guarda , el querellado no podía contenerse . « ¡ Mentira ! Lo que decían contra él era falso y malo . ¡ Querían perderle ! » Pero las siete acequias acogían estas interrupciones con furibundas miradas . Allí nadie podía hablar mientras no le llegase el turno . Á la otra interrupción pagaría tantos sueldos de multa . Y había testarudo que pagaba sòus y más sòus , impulsado por una rabiosa vehemencia que no le permitía callar ante el acusador . Sin abandonar su asiento , los jueces juntaban sus cabezas como cabras juguetonas , cuchicheaban sordamente algunos segundos , y el más viejo , con voz reposada y solemne , pronunciaba la sentencia , marcando las multas en libras y sueldos , como si la moneda no hubiese sufrido ninguna transformación y aún fuese a pasar por el centro de la plaza el majestuoso Justicia , gobernador popular de la Valencia antigua , con su gramalla roja y su escolta de ballesteros de la Pluma . Eran más de las doce , y las siete acequias empezaban a mostrarse cansadas de tanto derramar pródigamente el caudal de su justicia , cuando el alguacil llamó a gritos a Bautista Borrull , denunciado por infracción y desobediencia en el riego . Atravesaron la verja Pimentó y Batiste , y la gente aún se apretó más contra los hierros . Veíanse en esta muchedumbre muchos de los que vivían en las inmediaciones de las antiguas tierras de Barret . Este juicio tardío iba a ser interesante . El odiado novato había sido denunciado por Pimentó , que era el « atandador » de la partida o distrito . Mezclándose en elecciones y galleando en toda la contornada , el valentón había conquistado este cargo , que le daba cierto aire de autoridad y consolidaba su prestigio entre los convecinos , los cuales le mimaban y le convidaban en días de riego para tenerle propicio . Batiste estaba asombrado por la injusta denuncia . Su palidez era de indignación . Miraba con ojos de rabia todas las caras conocidas y burlonas que se agolpaban en la verja . Luego volvía los ojos hacia su enemigo Pimentó , que se contoneaba altivamente , como hombre acostumbrado a comparecer ante el tribunal y que se creía poseedor de una pequeña parte de su indiscutible autoridad . — Parle vosté — dijo avanzando un pie la acequia más vieja , pues por vicio secular , el tribunal , en vez de valerse de las manos , señalaba con la blanca alpargata al que debía hablar . Pimentó soltó su acusación . Aquel hombre que estaba junto a él , tal vez por ser nuevo en la huerta , creía que el reparto del agua era cosa de broma y que podía hacer su santísima voluntad . Él , Pimentó , el « atandador » que representaba la autoridad de la acequia en su partida , había dado a Batiste la hora para regar su trigo : las dos de la mañana . Pero sin duda , el señor , no queriendo levantarse a tal hora , había dejado perder su turno , y a las cinco , cuando el agua era ya de otros , había alzado la compuerta sin permiso de nadie ( primer delito ) , había robado el riego a los demás vecinos ( segundo delito ) e intentado regar sus campos , queriendo oponerse a viva fuerza a las órdenes del « atandador » , lo que constituía el tercero y último delito . El triple delincuente , volviéndose de mil colores e indignado por las palabras de Pimentó , no pudo contenerse : — ¡ Mentira y recontramentira ! El tribunal se indignó ante la energía y la falta de respeto con que protestaba aquel hombre . Si no guardaba silencio , se le impondría una multa . Pero ¡ gran cosa eran las multas para su reconcentrada cólera de hombre pacífico ! Siguió protestando contra la injusticia de los hombres , contra el tribunal , que tenía por servidores a pillos y embusteros como Pimentó . Alterose el tribunal ; las siete acequias se encresparon . — ¡ Cuatre sòus de multa ! — dijo el presidente . Batiste , dándose cuenta de su situación , calló asustado por haber incurrido en multa , mientras sonaban al otro lado de la verja las risas y los aullidos de alegría de sus contrarios . Quedó inmóvil , con la cabeza baja y los ojos empañados por lágrimas de cólera mientras su brutal enemigo acababa de formular la denuncia . — Parle vosté — le dijo el tribunal . Pero en las miradas de los jueces se notaba poco interés por este intruso alborotador que venía a turbar con sus protestas la solemnidad de las deliberaciones . Batiste , trémulo por la ira , balbuceó , no sabiendo cómo empezar su defensa , por lo mismo que la creía justísima . Había sido engañado ; Pimentó era un embustero y además su enemigo implacable . Le había dicho que su riego era a las cinco ( se acordaba muy bien ) , y ahora afirmaba que a las dos ; todo para hacerle incurrir en multa , para matar unos trigos en los que estaba la vida futura de su familia ... ¿ Valía para el tribunal la palabra de un hombre honrado ? Pues esta era la verdad , aunque no podía presentar testigos . ¡ Parecía imposible que los señores síndicos , todos buenas personas , se fiasen de un pillo como Pimentó ! ... La blanca alpargata del presidente hirió una baldosa de la acera , conjurando el chaparrón de protestas y faltas de respeto que veía en lontananza . — Calle vosté . Y Batiste calló , mientras el monstruo de las siete cabezas , replegándose en el sofá de damasco , cuchicheaba preparando la sentencia . — El tribunal sentènsia ... — dijo la acequia más vieja ; y se hizo un silencio absoluto . Toda la gente de la verja mostraba en sus ojos cierta ansiedad , como si ellos fuesen los sentenciados . Estaban pendientes de los labios del viejo síndico . — Pagará el Batiste Borrull dos lliures de pena y cuatre sòus de multa . Esparciose un murmullo de satisfacción en el público , y hasta una vieja empezó a palmotear , gritando « ¡ vítor ! ¡ vítor ! » , entre las risotadas de la gente . Batiste salió ciego del tribunal , con la cabeza baja , como si fuera a embestir , y Pimentó permaneció prudentemente a sus espaldas . Si la gente no se aparta , abriéndole paso , seguramente hubiese disparado sus puños de hombre forzudo , aporreando allí mismo a la canalla hostil . Inmediatamente se alejó . Iba a casa de sus amos a contarles lo ocurrido , la mala voluntad de aquella gente , empeñada en amargar su existencia ; y una hora después , ya más calmado por las buenas palabras de los señores , emprendió el camino hacia su casa . ¡ Insufrible tormento ! Marchando junto a sus carros cargados de estiércol o montados en sus borricos sobre los serones vacíos , encontró en el hondo camino de Alboraya a muchos de los que habían presenciado el juicio . Eran gentes enemigas , vecinos a los que no saludaba nunca . Al pasar él junto a ellos , callaban , hacían esfuerzos para conservar su gravedad , aunque les brillaba en los ojos la alegre malicia ; pero según iba alejándose , estallaban a su espalda insolentes risas , y hasta oyó la voz de un mozalbete que , remedando el grave tono del presidente del tribunal , gritaba : — ¡ Cuatre sòus de multa ! Vio a lo lejos , en la puerta de la taberna de Copa , a su enemigo Pimentó , con el po rrón en la mano , ocupando el centro de un corro de amigos , gesticulante y risueño , como si imitase las protestas y quejas del denunciado . Su condena era un tema de regocijo para la huerta . Todos reían . ¡ Rediós ! Ahora comprendía él , hombre de paz y padre bondadoso , por qué los hombres matan . Se estremecieron sus poderosos brazos ; sintió una cruel picazón en las manos . Luego fué moderando el paso al acercarse a casa de Copa . Quería ver si se burlaban de él en su presencia . Hasta pensó — novedad extraña — entrar por primera vez en la taberna para beber un vaso de vino cara a cara con sus enemigos ; pero las dos libras de multa las llevaba en el corazón , y se arrepintió de su generosidad . ¡ Dichosas dos libras ! Aquella multa era una amenaza para el calzado de sus hijos ; iba a llevarse el montoncito de ochavos recogido por Teresa para comprar alpargatas nuevas a los pequeños . Al pasar frente a la taberna , se ocultó Pimentó con la excusa de llenar el porrón , y sus amigos fingieron no ver a Batiste . Su aspecto de hombre resuelto a todo imponía respeto a los enemigos . Pero este triunfo le llenaba de tristeza . ¡ Cómo le odiaba la gente ! La vega entera alzábase ante él a todas horas , ceñuda y amenazante . Aquello no era vivir . Hasta de día evitaba el abandonar sus campos , rehuyendo el roce con los vecinos . No les temía ; pero , como hombre prudente , evitaba las cuestiones con ellos . De noche dormía con zozobra , y muchas veces , al menor ladrido del perro , saltaba de la cama , lanzándose fuera de la barraca escopeta en mano . En más de una ocasión creyó ver negros bultos que huían por las sendas inmediatas . Temía por su cosecha , por el trigo , que era la esperanza de la familia , y cuyo crecimiento seguían todos los de la barraca silenciosamente con miradas ávidas . Conocía las amenazas de Pimentó , el cual , apoyado por toda la huerta , juraba que aquel trigo no había de segarlo su sembrador , y Batiste casi olvidaba a sus hijos para pensar en sus campos , en el oleaje verde que crecía y crecía bajo los rayos del sol y había de convertirse en rubios montones de mies . El odio silencioso y reconcentrado le seguía en su camino . Apartábanse las mujeres frunciendo los labios , sin dignarse saludarle , como es costumbre en la huerta . Los hombres que trabajaban en los campos cercanos al camino llamábanse unos a otros con expresiones insolentes que indirectamente iban dirigidas a Batiste , y los chicuelos , desde lejos , gritaban : « ¡ Morralón ! ¡ chodío ! » , sin añadir más a tales insultos , como si éstos sólo pudiesen ser aplicables al enemigo de la huerta . ¡ Ah ! Si él no tuviera sus puños de gigante , las espaldas enormes y aquel gesto de pocos amigos , ¡ qué pronto hubiera dado cuenta de él toda la vega ! Esperando cada uno que fuese su vecino el primero en atreverse , se contentaban con hostilizarle desde lejos . Batiste , en medio de la tristeza que le infundía este vacío , experimentó una ligera satisfacción . Cerca ya de la barraca , cuando oía los ladridos de su perro , que le había adivinado , vió un muchacho , un zagalón , que , sentado en un ribazo , con la hoz entre las piernas y teniendo al lado unos montones de broza segada , se incorporó para saludarle : — ¡ Bòn día , siñor Batiste ! Y el saludo , la voz trémula de muchacho tímido con que le habló , le impresionaron dulcemente . Poca cosa era el afecto de este adolescente , y sin embargo experimentó la dulce impresión del calenturiento al sentir la frescura del agua . Miró con cariño sus ojazos azules , su cara sonrosada cubierta por un vello rubio , y buscó en su memoria quién podía ser este mozo . Al fin recordó que era nieto del tío Tomba , el pastor ciego a quien respetaba toda la huerta ; un buen muchacho , que servía de criado al carnicero de Alboraya , cuyo rebaño cuidaba el anciano . — ¡ Grasies , chiquet , grasies ! — murmuró agradeciendo el saludo . Y siguió adelante , siendo recibido por su perro , que saltaba ante él , restregando sus lanas en la pana de los pantalones . Junto a la puerta de la barraca estaba la esposa , rodeada de los pequeños , esperando impaciente , por ser ya pasada la hora de comer . Batiste miró sus campos , y toda la rabia sufrida una hora antes ante el Tribunal de las Aguas volvió de golpe , como una oleada furiosa , a invadir su cerebro . Su trigo sufría sed . No había mas que verlo . Tenía la hoja arrugada , y el tono verde , antes tan lustroso , era ahora de una amarilla transparencia . Le faltaba el riego , la tanda que le había robado Pimentó con sus astucias de mal hombre , y no volvería a corresponderle hasta pasados quince días , porque el agua escaseaba . Y encima de esta desdicha , todo el rosario condenado de libras y sueldos de multa . ¡ Cristo ! ... Comió sin apetito , contando a su mujer lo ocurrido en el tribunal . La pobre Teresa escuchó a su marido , pálida , con la emoción de la campesina que siente punzadas en el corazón cada vez que ha de deshacer el nudo de la media guardadora del dinero en el fondo del arca . « ¡ Reina soberana ! ¡ Se habían propuesto arruinarles ! ¡ Qué disgusto a la hora de comer ! ... » Y dejando caer su cuchara en la sartén de arroz , lloriqueó largamente , bebiéndose las lágrimas . Después enrojeció con repentina rabia , mirando el pedazo de vega que se veía a través de la puerta , con sus blancas barracas y su oleaje verde , y extendiendo los brazos gritó : « ¡ Pillos ! ¡ pillos ! » La gente menuda , asustada por el ceño del padre y los gritos de la madre , no se atrevía a comer . Mirábanse unos a otros con indecisión y extrañeza , hurgábanse las narices por hacer algo y acabaron todos por imitar a la madre , llorando sobre el arroz . Batiste , excitado por el coro de gemidos , se levantó furioso . Casi volcó la pequeña mesa con una de sus patadas , y se lanzó fuera de la barraca . ¡ Qué tarde ! ... La sed de su trigo y el recuerdo de la multa eran dos feroces perros agarrados a su corazón . Cuando el uno , cansado de morderle , iba durmiéndose , llegaba el otro a todo correr y le clavaba los dientes . Quiso distraerse con el trabajo , y se entregó con toda su voluntad a la obra que llevaba entre manos : una pocilga levantada en el corral . Pero su trabajo adelantó poco . Ahogábase entre las tapias ; necesitaba ver su campo , como los que necesitan contemplar su desgracia para anegarse en la voluptuosidad del dolor . Y con las manos llenas de barro volvió a salir de la barraca , quedando plantado ante su bancal de mustio trigo . A pocos pasos , por el borde del camino , pasaba murmurando la acequia , henchida de agua roja . La vivificante sangre de la huerta iba lejos , para otros campos cuyos dueños no tenían la desgracia de ser odiados ; y su pobre trigo allí , arrugándose , languideciendo , agitando su cabellera verde , como si hiciera señas al agua para que se aproximara y le acariciase con un fresco beso . A Batiste le pareció que el sol era más caliente que otros días . Caía el astro en el horizonte , y sin embargo , el pobre labriego se imaginó que sus rayos eran verticales y lo incendiaban todo . Su tierra se resquebrajaba , abríase en tortuosas grietas , formando mil bocas que en vano esperaban un sorbo . No aguantaría el trigo su sed hasta el próximo riego . Moriría antes seco , la familia no tendría pan ; y después de tanta miseria , ¡ multa encima ! ... ¿ Y aún dicen si los hombres se pierden ? ... Movíase furioso en los linderos de su bancal . « ¡ Ah , Pimentó ! ¡ Grandísimo granuja ! ... ¡ Si no hubiera Guardia civil ! » Y como los náufragos agonizantes de hambre y de sed , que en sus delirios sólo ven mesas de festín y clarísimos manantiales , Batiste contempló imaginariamente campos de trigo con los tallos verdes y erguidos y el agua entrando a borbotones por las bocas de los ribazos , extendiéndose con un temblor luminoso , como si riera suavemente al sentir las cosquillas de la tierra sedienta . Al ocultarse el sol , experimentó Batiste cierto alivio , como si el astro se apagara para siempre y su cosecha quedase salvada . Se alejó de sus campos , de su barraca , yendo insensiblemente camino abajo , con paso lento , hacia la taberna de Copa . Ya no pensaba en la existencia de la Guardia civil y acogía con gusto la posibilidad de un encuentro con Pimentó , que no debía andar lejos de la taberna . Venían hacia él por los bordes del camino los veloces rosarios de muchachas , cesta al brazo y falda revoloteante , de regreso de las fábricas de la ciudad . Azuleaba la huerta bajo el crepúsculo . En el fondo , sobre las obscuras montañas , coloreábanse las nubes con resplandor de lejano incendio ; por la parte del mar temblaban en el infinito las primeras estrellas ; ladraban los perros tristemente ; con el canto monótono de ranas y grillos confundíase el chirrido de carros invisibles alejándose por todos los caminos de la inmensa llanura . Batiste vio venir a su hija , separada de las otras muchachas , caminando con paso perezoso . Sola no . Creyó ver que hablaba con un hombre , el cual seguía la misma dirección que ella , aunque algo separado , como van siempre los novios en la huerta , pues la aproximación es para ellos signo de pecado . Al distinguir a Batiste en medio del camino , el hombre fué retrasando su marcha y quedó lejos cuando Roseta llegó junto a su padre . Éste permaneció inmóvil , con el deseo de que el desconocido siguiese adelante , para conocerle . — ¡ Bòna nit , siñor Batiste ! Era la misma voz tímida que le había saludado a mediodía : el nieto del tío Tomba . Este zagal no parecía tener otra ocupación que vagar por los caminos para saludarle y metérsele por los ojos con blanda dulzura . Miró a su hija , que enrojecía bajando los ojos . — ¡ A casa , a casa ! ¡ Yo t'arreglaré ! . Y con la terrible majestad del padre latino , señor absoluto de sus hijos , más propenso a infundir miedo que a inspirar afecto , empezó a andar seguido por la trémula Roseta , la cual , al acercarse a su barraca , creía marchar hacia una paliza segura . Se equivocó . El pobre padre no tenía en aquel momento más hijos en el mundo que su cosecha , el trigo enfermo , arrugado , sediento , que le llamaba a gritos pidiendo un sorbo para no morir . Y en esto pensó mientras su mujer arreglaba la cena . Roseta iba de un lado a otro fingiendo ocupaciones para no llamar la atención , esperando de un momento a otro el estallido de la cólera paternal . Y Batiste seguía pensando en su campo , sentado ante la mesilla enana , rodeado de toda su familia menuda , que a la luz del candil miraba con avaricia una cazuela humeante de bacalao con patatas . La mujer todavía suspiraba pensando en la multa , y establecía sin duda comparaciones entre la cantidad fabulosa que iban a arrancarle y el desahogo con que toda la familia movía sus mandíbulas . Batiste apenas comió , ocupado en contemplar la voracidad de los suyos . Batistet , el hijo mayor , hasta se apoderaba con fingida distracción de los mendrugos de los pequeños . A Roseta , el miedo le daba un apetito feroz . Nunca como entonces comprendió Batiste la carga que pesaba sobre sus espaldas . Aquellas bocas que se abrían para tragarse los escasos ahorros de la familia quedarían sin alimento si lo de fuera llegaba a secarse . ¿ Y todo por qué ? Por la injusticia de los hombres , porque hay leyes para molestar a los trabajadores honrados ... No debía pasar por ello . Su familia antes que nadie . ¿ No estaba dispuesto a defender a los suyos de los mayores peligros ? ¿ No tenía el deber de mantenerles ? ... Hombre era él capaz de convertirse en ladrón para darles de comer . ¿ Por qué había de someterse , cuando no se trataba de robar , sino de la salvación de su cosecha , de lo que era muy suyo ? La imagen de la acequia que a poca distancia arrastraba su caudal murmurante para otros , era para él un martirio . Enfurecíale que la vida pasase junto a su puerta sin poder aprovecharla , porque así lo querían las leyes . De repente se levantó , como hombre que adopta una resolución y para cumplirla lo atropella todo : — ¡ A regar ! ¡ á regar ! La mujer se asustó , adivinando instantáneamente todo el peligro de tan desesperada resolución . « ¡ Por Dios , Batiste ! ... Le impondrían una multa mayor ; tal vez los del tribunal , ofendidos por la rebeldía , le quitasen el agua para siempre . Había que pensarlo ... Era mejor esperar . » Pero Batiste tenía la cólera firme de los hombres flemáticos y cachazudos , que cuando pierden la calma tardan mucho a recobrarla . — ¡ A regar ! ¡ á regar ! Y Batistet , repitiendo alegremente las palabras de su padre , cogió los azadones y salió de la barraca seguido de su hermana y los pequeños . Todos querían tomar parte en este trabajo , que parecía una fiesta . La familia sentía el alborozo de un pueblo que con la rebeldía recobra la libertad . Marcharon todos hacia la acequia , que murmuraba en la sombra . La inmensa vega perdíase en azulada penumbra ; ondulaban los cañares como rumorosas y obscuras masas , y las estrellas parpadeaban en el espacio negro . Batiste se metió en la acequia hasta las rodillas , colocando la barrera que había de detener las aguas , mientras su hijo , su mujer y hasta su hija atacaban con los azadones el ribazo , abriendo boquetes por donde entraba el riego a borbotones . Toda la familia experimentó una sensación de frescura y bienestar . La tierra cantaba de alegría con un goloso glu-glu que les llegaba al corazón a todos ellos . « ¡ Bebe , bebe , pobrecita ! » Y hundían sus pies en el barro , yendo encorvados de un lado a otro del campo , para ver si el agua llegaba a todas partes . Batiste mugió con la satisfacción cruel que produce el goce de lo prohibido . ¡ Qué peso se quitaba de encima ! ... Podían venir ahora los del tribunal y hacer lo que quisieran . Su campo bebía ; esto era lo importante . Y como su fino oído de hombre habituado a la soledad creyó percibir cierto rumor inquietante en los vecinos cañares , corrió a la barraca , para volver inmediatamente empuñando su escopeta nueva . Con el arma sobre el brazo y el dedo en el gatillo , estuvo más de una hora junto a la barrera de la acequia . El agua no pasaba adelante : se derramaba en los campos de Batiste , que bebían y bebían con la sed del hidrópico . Tal vez los de abajo se quejaban ; tal vez Pimentó , advertido como « atandador » , rondaba por las inmediaciones , indignado por el insolente ataque a la ley . Pero allí estaba Batiste como centinela de su cosecha , desesperado héroe de la lucha por la vida , guardando a los suyos , que se agitaban sobre el campo extendiendo el riego , dispuesto a soltarle un escopetazo al primero que intentase echar la barrera restableciendo el curso legal del agua . Era tan fiera su actitud destacándose erguido en medio de la acequia , se adivinaba en este fantasma negro tal resolución de recibir a tiros al que se presentase , que nadie salió de los inmediatos cañares , y bebieron sus campos durante una hora sin protesta alguna . Y lo que es más extraño : el jueves siguiente , el « atandador » no le hizo comparecer ante el Tribunal de las Aguas . La huerta se había enterado de que en la antigua barraca de Barret el único obje to de valor era una escopeta de dos cañones , comprada recientemente por el intruso con esa pasión africana del valenciano , que se priva gustoso del pan por tener detrás de la puerta de su vivienda un arma nueva que excite envidias e inspire respeto . Todos los días , al amanecer , saltaba de la cama Roseta , la hija de Batiste , y con los ojos hinchados por el sueño , extendiendo los brazos con gentiles desperezos que estremecían todo su cuerpo de rubia esbelta , abría la puerta de la barraca . Chillaba la garrucha del pozo , saltaba ladrando de alegría junto a sus faldas el feo perrucho que pasaba la noche fuera de la barraca , y Roseta , a la luz de las últimas estrellas , echábase en cara y manos todo un cubo de agua fría sacada de aquel agujero redondo y lóbrego , coronado en su parte alta por espesos manojos de hiedra . Después , a la luz del candil , iba y venía por la barraca preparando su viaje a Valencia . La madre la seguía sin verla desde la cama , para hacerle toda clase de indicaciones . Podía llevarse las sobras de la cena ; con esto y tres sardinas que encontraría en el vasar tenía bastante . Cuidado con romper la cazuela , como el otro día . ¡ Ah ! Y que no olvidase comprar hilo , agujas y unas alpargatas para el pequeño . ¡ Criatura más destrozona ! ... En el cajón de la mesita encontraría el dinero . Y mientras la madre daba una vuelta en la cama , dulcemente acariciada por el calor del estudi , proponiéndose dormir media hora más junto al enorme Batiste , que roncaba sonoramente , Roseta seguía sus evoluciones . Colocaba la mísera comida en una cestita , se pasaba un peine por los pelos de un rubio claro , como si el sol hubiese devorado su color , se anudaba el pañuelo bajo la barba , y antes de salir volvíase con un cariño de hermana mayor para ver si los chicos estaban bien tapados , inquieta por esta gente menuda , que dormía en el suelo de su mismo estudi , y acostada en orden de mayor a menor — desde el grandullón Batistet hasta el pequeñuelo que apenas hablaba — , parecía la tubería de un órgano . — Vaya , adiós . ¡ Hasta la nit ! — gritaba la animosa muchacha pasando su brazo por el asa de la cestita , y cerraba la puerta de la barraca , echando la llave por el resquicio inferior . Ya era de día . Bajo la luz acerada del amanecer veíase por sendas y caminos el desfile laborioso marchando en una sola dirección , atraído por la vida de la ciudad . Pasaban los grupos de airosas hilanderas con un paso igual , moviendo garbosamente el brazo derecho , que cortaba el aire como un remo , y chillando todas a coro cada vez que algún mocetón las saludaba desde los campos vecinos con palabras amorosas . Roseta marchaba sola hacia la ciudad . Bien sabía la pobre lo que eran sus compañeras , hijas y hermanas de los enemigos de su familia . Varias de ellas trabajaban en su fábrica , y la pobre rubita , más de una vez , haciendo de tripas corazón , había tenido que defenderse a arañazo limpio . Aprovechando sus descuidos , arrojaban cosas infectas en la cesta de su comida ; romperle la cazuela lo habían hecho varias veces , y no pasaban junto a ella en el taller sin que dejasen de empujarla sobre el humeante perol donde era ahogado el capullo , llamándola hambrona y dedicando otros elogios parecidos a su familia . En el camino huía de todas ellas como de un tropel de furias , y únicamente sentíase tranquila al verse dentro de la fábrica , un caserón antiguo cerca del Mercado , cuya fachada , pintada al fresco en el siglo XVIII , todavía conservaba entre desconchaduras y grietas ciertos grupos de piernas de color rosa y caras de perfil bronceado , restos de medallones y pinturas mitológicas . Roseta era da toda la familia la más parecida a su padre : « una fiera para el trabajo » , como decía Batiste de sí mismo . El vaho ardoroso de los pucheros donde se ahogaba el capullo subíasele a la cabeza , escaldándole los ojos ; pero a pesar de esto , permanecía firme en su sitio , buscando en el fondo del agua hirviente los cabos sueltos de aquellas cápsulas de seda blanducha , de un suave color de caramelo , en cuyo in terior acababa de morir achicharrado el gusano laborioso , la larva de preciosa baba , por el delito de fabricarse una rica mazmorra para su transformación en mariposa . Reinaba en el caserón un estrépito de trabajo ensordecedor y fatigoso para las hijas de la huerta , acostumbradas a la calma de la inmensa llanura , donde la voz se transmite a enormes distancias . Abajo mugía la máquina de vapor , dando bufidos espantosos que se transmitían por las múltiples tuberías ; rodaban poleas y tornos con un estrépito de mil diablos ; y por si no bastase tanto ruido , las hilanderas , según costumbre tradicional , cantaban a coro con voz gangosa el Padre nuestro , el Ave María y el Gloria Patri , con la misma tonadilla del llamado Rosario de la Aurora , procesión que desfila por los senderos de la huerta los domingos al amanecer . Esta devoción no les impedía que riesen cantando , y por lo bajo , entre oración y oración , se insultasen y apalabrasen para darse cuatro arañazos a la salida , pues estas muchachas morenas , esclavizadas por la rígida tiranía que reina en la familia la briega y obligadas por preocupación hereditaria a estar siempre ante los hombres con los ojos bajos , eran allí verdaderos demonios al verse juntas y sin freno , complaciéndose sus lenguas en soltar todo lo oído en los caminos a carreteros y labradores . Roseta era la más callada y laboriosa . Para no distraerse en su trabajo , se abstenía de cantar y jamás provocó riñas . Tenía tal facilidad para aprenderlo todo , que a las pocas semanas ganaba tres reales diarios , casi el máximum del jornal , con grande envidia de las otras . Mientras las bandas de muchachas despeinadas salían de la fábrica a la hora de comer para engullirse el contenido de sus cazuelas en los portales inmediatos , hostilizando a los hombres con miradas insolentes para que les dijesen algo y chillar después falsamente escandalizadas , emprendiendo con ellos un tiroteo de desvergüenzas , Roseta quedábase en un rincón del taller sentada en el suelo , con dos o tres jóvenes que eran de la otra huerta , de la orilla derecha del río , y maldito si les inte resaba la historia del tío Barret y los odios de sus compañeras . En las primeras semanas , Roseta veía con cierto terror la llegada del anochecer , y con él la hora de la salida ... Temiendo a las compañeras que seguían su mismo camino , entreteníase en la fábrica algún tiempo , dejándolas salir delante como una tromba , de la que partían escandalosas risotadas , aleteos de faldas , atrevidos dicharachos y olor de salud , de miembros ásperos y duros . Caminaba perezosamente por las calles de la ciudad en los fríos crepúsculos de invierno , comprando los encargos de su madre , deteniéndose embobada ante los escaparates que empezaban a iluminarse , y al fin , pasando el puente , se metía en los obscuros callejones de los arrabales para salir al camino de Alboraya . Hasta aquí todo iba bien . Pero después caía en la huerta obscura , con sus ruidos misteriosos , sus bultos negros y alarmantes que pasaban saludándola con un « ¡ Bòna nit ! » lúgubre , y comenzaban para ella el miedo y el castañeteo de dientes . No la intimidaban el silencio y la obscuridad . Como buena hija del campo , estaba acostumbrada a ellos . La certeza de que no iba a encontrar a nadie en el camino la hubiera dado confianza . En su terror , jamás pensaba , como sus compañeras , en muertos , ni en brujas y fantasmas . Los que la inquietaban eran los vivos . Recordaba con pavor ciertas historias de la huerta oídas en la fábrica : el miedo de las jóvenes a Pimentó y otros jaques de los que se reunían en casa de Copa : desalmados que , aprovechándose de la obscuridad , empujaban a las muchachas solas al fondo de las regaderas en seco o las hacían caer detrás de los pajares . Y Roseta , que ya no era inocente después de su entrada en la fábrica , dejaba correr su imaginación hasta los últimos límites de lo horrible , viéndose asesinada por uno de estos monstruos , con el vientre abierto y rebañado por dentro lo mismo que los niños de que hablaban las leyendas de la huerta , a los cuales unos verdugos misteriosos sacaban las mantecas , confeccionando milagrosos medicamentos para los ricos . En los crepúsculos de invierno , obscuros y muchas veces lluviosos , salvaba Roseta temblando más de la mitad del camino . Pero el trance más cruel , el obstáculo más temible , estaba casi al final , cerca ya de su barraca , y era la famosa taberna de Copa . Allí estaba la cueva de la fiera . Era este trozo de camino el más concurrido e iluminado . Rumor de voces , estallidos de risas , guitarreos y coplas a grito pelado salían por aquella puerta roja como una boca de horno , que arrojaba sobre el camino negro un cuadro de luz cortado por la agitación de grotescas sombras . Y sin embargo , la pobre hilandera , al llegar cerca de allí , deteníase indecisa , temblorosa , como las heroínas de los cuentos ante la cueva del ogro , dispuesta a meterse a campo traviesa para dar vuelta por detrás del edificio , a hundirse en la acequia que bordeaba el camino y deslizarse agazapada por entre los ribazos ; a cualquier cosa , menos a pasar frente a la rojiza boca que despedía el estrépito de la borrachera y la brutalidad . Al fin se decidía . Realizaba un esfuerzo de voluntad , como el que va a arrojarse de una altura , y siguiendo el borde de la acequia , con paso ligerísimo y el equilibrio portentoso que da el miedo , pasaba veloz ante la taberna . Era una exhalación , una sombra blanca que no llegaba a fijarse por su rapidez en los turbios ojos de los parroquianos de Copa . Pasada la taberna , la muchacha corría y corría , creyendo que alguien iba a sus alcances , esperando sentir en su falda el tirón de una zarpa poderosa . No se serenaba hasta escuchar el ladrido del perro de su barraca , aquel animal feísimo , que por antítesis sin duda era llamado Lucero , y el cual la recibía en medio del camino con cabriolas , lamiendo sus manos . Nunca le adivinaron a Roseta en su casa los terrores pasados en el camino . La pobre muchacha componía el gesto al entrar en la barraca , y a las preguntas de su madre , inquieta , contestaba echándola de valerosa y afirmando que había llegado con unas compañeras . No quería que su padre tuviese que salir por las noches al camino para acompañarla . Conocía el odio de la vecindad ; la taberna de Copa con su gente pendenciera le inspiraba mucho miedo . Y al día siguiente volvía a la fábrica , para sufrir los mismos temores al regreso , animada únicamente por la esperanza de que pronto vendría la primavera , con sus tardes más largas y los crepúsculos luminosos , que la permitirían volver a la barraca antes que obscureciese . Una noche experimentó Roseta cierto alivio . Cerca aún de la ciudad , salió al camino un hombre que empezó a marchar al mismo paso que ella . — ¡ Bòna nit ! Y mientras la hilandera iba por el alto ribazo que bordeaba el camino , el hombre marchaba por el fondo , entre los profundos surcos abiertos por las ruedas de los carros , tropezando en ladrillos rotos , pucheros desportillados y hasta objetos de vidrio , con los que manos previsoras querían cegar los baches de remoto origen . Roseta se mostraba tranquila : había co nocido a su compañero apenas la saludó . Era Tonet , el nieto del tío Tomba , el pastor : un buen muchacho , que servía de criado al carnicero de Alboraya , y de quien se burlaban las hilanderas al encontrarle en el camino , complaciéndose en ver cómo enrojecía , volviendo la cara , a la menor palabra . ¡ Chico más tímido ! ... No tenía en el mundo otros parientes que su abuelo ; trabajaba hasta en los domingos , y lo mismo iba a Valencia a recoger estiércol para los campos de su amo , como le ayudaba en las matanzas de reses y labraba la tierra o llevaba carne a las alquerías ricas . Todo a cambio de malcomer él y su abuelo y de ir hecho un rotoso , con ropas viejas de su amo . No fumaba ; había entrado dos o tres veces en su vida en casa de Copa , y los domingos , si tenía algunas horas libres , en vez de estarse en la plaza de Alboraya puesto en cuclillas como los demás , viendo a los mozos guapos jugar a la pelota , íbase al campo , vagando sin rumbo por la enmarañada red de sendas , y si encontraba algún árbol cargado de pájaros , allí se quedaba embobado por el revoloteo y los chillidos de estos bohemios de la huerta . La gente veía en él algo de la extravagancia misteriosa de su abuelo el pastor , y todos lo consideraban como un infeliz , tímido y dócil . La hilandera se animó con su compañía . Era más seguro para ella marchar al lado de un hombre , y más si éste era Tonet , que inspiraba confianza . Le habló , preguntándole de dónde venía , y el joven sólo supo contestar vagamente con su habitual timidez : « D'ahí ... d'ahí ... » Luego calló , como si estas palabras le costasen inmenso esfuerzo . Siguieron el camino en silencio , separándose cerca de la barraca . — ¡ Bòna nit y grasies ! — dijo la muchacha . — ¡ Bòna nit ! — y desapareció Tonet marchando hacia el pueblo . Fué para ella un incidente sin importancia , un encuentro agradable , que la había quitado el miedo ; nada más . Y sin embargo , Roseta aquella noche cenó y se acostó pensando en el nieto del tío Tomba . Ahora recordaba las veces que le había encontrado por la mañana en el camino , y hasta le parecía que Tonet procuraba marchar siempre al mismo paso que ella , aunque algo separado para no llamar la atención de las mordaces hilanderas ... En ciertas ocasiones , al volver bruscamente la cabeza , creía haberle sorprendido con los ojos fijos en ella ... Y la muchacha , como si estuviera hilando un capullo , agarraba estos cabos sueltos de su memoria y tiraba y tiraba , recordando todo lo de su existencia que tenía relación con Tonet : la primera vez que lo vió , y su compasiva simpatía por las burlas de las hilanderas , que él soportaba cabizbajo y tímido , como si estas arpías en banda le inspirasen miedo ; después , los frecuentes encuentros en el camino y las miradas fijas del muchacho , que parecían querer decirla algo . Al ir a Valencia en la mañana siguiente , no le vió ; pero por la noche , al emprender el regreso a su barraca , no sentía miedo , a pesar de que el crepúsculo era obscuro y lluvioso . Presentía la aparición del tranquilizante compañero , y efectivamen te , le salió al paso casi en el mismo punto que el día anterior . Fué tan expresivo como siempre : « ¡ Bòna nit ! » y siguió andando al lado de ella . Roseta se mostró más locuaz . ¿ De dónde venía ? ¡ Qué casualidad , encontrarse dos días seguidos ! Y él , tembloroso , cual si las palabras le costasen gran esfuerzo , contestaba como siempre : « D'ahí ... d'ahí ... » La muchacha , que en realidad era tan tímida como él , sentía sin embargo deseos de reirse de su turbación . Ella habló de su miedo , de los sustos que durante el invierno pasaba en el camino ; y Tonet , halagado por el servicio que prestaba a la joven , despegó los labios al fin , para decirla que la acompañaría con frecuencia . Él siempre tenía asuntos de su amo que le obligaban a marchar por la vega . Se despidieron con el laconismo del día anterior ; pero aquella noche la muchacha se revolvió en la cama , inquieta , nerviosa , soñando mil disparates , viéndose en un camino negro , muy negro , acompañada por un perro enorme que le lamía las manos y tenía la misma cara que Tonet . Después salía un lobo a morderla , con un hocico que recordaba vagamente al odiado Pimentó , y reñían los dos animales a dentelladas , y salía su padre con un garrote , y ella lloraba como si la soltasen en las espaldas los garrotazos que recibía su pobre perro ; y así seguía desbarrando su imaginación , pero viendo siempre en las atropelladas escenas de su ensueño al nieto del tío Tomba , con sus ojos azules y su cara de muchacha cubierta por un vello rubio , que era el primer asomo de la edad viril . Se levantó quebrantada , como si saliese de un delirio . Aquel día era domingo y no iba a la fábrica . Entraba el sol por el ventanillo de su estudi y toda la gente de la barraca estaba ya fuera de la cama . Roseta comenzó a arreglarse para ir con su madre a misa . El endiablado ensueño aún la tenía trastornada .