Este libro , publicado en 1896 , es mi primera novela : afortunadamente , la prensa apenas habló de ella , la edición fué corta y mi esfuerzo pasó inadvertido . Aunque ogaño la presento muy corregida , el lector sorprenderá en sus páginas candores y balbuceos de principiante , descripciones borrosas , retratos que mi mano bisoña no supo dejar rotunda y gallardamente concluídos , momentos psicológicos que el temor de parecer machacón y difuso , dejó mal alumbrados . Conste así en desagravio de la labor que luego he hecho . E . Z . Madrid , Junio 1903 . Consuelito Mendoza despertó presa de un ligero acceso de fiebre : toda la noche estuvo viendo danzar ante ella varios personajes cubiertos de sangre y con heridas horribles por las cuales asomaban entrañas palpitantes . Las primeras claridades matutinas causáronla inmenso bien , al ahuyentar aquel mundo fantástico y rojo ; mas la penosa impresión de la pesadilla y la falta de reposo , la dejaron rendida . Aún permaneció largo rato echada , sin atreverse a mover pie ni mano , bostezando nerviosamente , tiritando a pesar de la agradable temperatura de la habitación y sintiendo en sus oídos un raro y sostenido murmujeo . Estaba silenciosa , acurrucada en un ángulo de su gran cama matrimonial , paseando miradas indiferentes de un sitio a otro : primero sus ojos repararon en el abrigo de pieles que había dejado la víspera sobre una silla . ¡ Pícara camarera , no acordarse de llevarlo a su sitio ! ... Aplicóse a examinarlo fijamente , por hacer algo y distraerse , batallando por buscarle semejanza con otro objeto , pero sin conseguirlo ; siempre le parecía lo que era : un abrigo de pieles . Mas luego la endiablada imaginación empezó a triunfar de los sentidos , y lo que los ojos no pudieron ver lo vió el alma descomponiendo la realidad a través de los misteriosos cristales imaginativos : una arruga se la antojó un sombrero de copa antiguo , ancho de arriba y estrecho de abajo : aquello ya era algo , pero no todo : el sombrero , sí , era perfecto ; mas , ¿ dónde estaba la cabeza ? Continuó mirando ... y , nada ; la realidad se obstinaba en no doblegarse al capricho . — Pues yo he de conseguirlo — murmuró la joven esbozando un mohín picaresco . Frunció los ojos y miró con uno de ellos a través de su mano derecha medio cerrada a guisa de telescopio : así quedóse inmóvil , embelesada , observando siempre : la autosugestión continuó y pronto la visión rebuscada surgió de golpe , con claridad indudable . Bajo el gran sombrero de copa , negro y peludo , había una cara redonda , mofletuda y riente ; aquel rostro tenía un ojo hinchado y la nariz torcida ; una nariz ciranesca , insolente y sensual . Consuelo se echó a reír recordando a Gelasio , el cochero de una amiga suya , cuando iba en el pescante bajo su pelerina de pieles , con el sombrero encajado hasta las orejas y los carrillos amoratados por el frío . Siguió mirando y la imagen tornó a descomponerse : el sombrero de copa se prolongaba convirtiéndose en hocico ; la cara , formada por un trozo de piel blanca , parecía el terrible pechazo de un animal , las patas se bosquejaron en la sombra . Consuelo quiso reconocer al cochero y ya no pudo : Gelasio se había trocado en un oso negro , enorme , que por momentos adquiría mayores visos de objetividad . La joven lanzó un grito ; la fiera no se movió ; entonces ella encogióse más aún , presa de un temblor nervioso que estremecía el lecho moviendo hasta los cortinajes de muselina : al fin , sacando bríos de su propio terror y flaqueza , y con desatinados aspavientos , apoderóse de un zapatito que la víspera quedó olvidado sobre la mesilla de noche y lo arrojó violentamente contra la quimera : el fantasma del oso se deshizo y el zapatito cayó al suelo , reapareciendo el abrigo de pieles . Pero Consuelo estaba tan nerviosa que no podía sosegar , y quiso distraerse examinando las figuritas de porcelana que exornaban su tocador , y estudiando la razón de que se reflejasen en el techo del gabinete las sombras de las personas que ambulaban por la calle . No podía distinguir si eran hombres o mujeres , mas sí la dirección que llevaban , lo que bastó a entretenerla algunos momentos . Cuando aquel juego ya la aburría quiso cambiar de actitud , mas la cama estaba tan fría que no supo moverse . Volvióse boca arriba y empezó a bostezar , desperezándose lentamente , con esa lasciva parsimonia de los gatos : sus blancos brazos extendiéronse hacia arriba , luego se abrieron en cruz y acabaron desplomándose pesadamente sobre el embozo de las colchas . — Cuando venga Alfonso — murmuró cerrando los ojos — le diré : " Señor Sandoval , ¿ cómo me tiene usted tan abandonada ? ¿ No me quiere usted ya ? ... Y le daré muchos besos , muchos ... y un abrazo muy apretado " . Tornó a bostezar y sus párpados se llenaron de agua ; mareada por sus propios antojos y por aquel interminable desfile de sombras que recorrían el techo con sempiterno vaivén , apoyó un timbre ; un prolongado repiqueteo metálico vibró en los aposentos interiores de la casa . Después resonaron pasos cautelosos . Cuando Alfonso penetró en la alcoba , Consuelito Mendoza parecía dormir . — ¿ Qué quiere mi dueña ? — preguntó él socarronamente , acercándose . Ella no contestó , pero al sentirse abrazar hizo un violento esfuerzo para desasirse y escondió la cabeza bajo las almohadas . Alfonso , a quien ya no sorprendían aquellos humorismos de su mujer , intentó reconquistarla con lagoterías y discretas razones de amante ducho . Ella mantúvose inexorable . ¡ No , aquella vez no le perdonaba aunque se pusiera de rodillas y en cruz ! ... Vaya , irse y dejarla sola , sabiéndola enferma ; ¿ cuándo se vió entre buenos enamorados nada igual ? ... Alfonso sonreía ; ella , por fin , abrió los ojos , con los labios y las cejas fruncidas y la expresión agria del muchacho revoltoso que se ha enfadado . — Ande usted , bicho indómito — exclamó él bromeando y alargando una mano — ; bese usted aquí . — ¿ Qué hora es ? — No sé ; bese usted humildemente aquí y se le contestará . — He preguntado qué hora es — gritó Consuelo muy irritada — . ¡ Jesús , hijo ! ... ¿ Estás sordo ? Alfonso la dió un cachetito en la mejilla y ella se echó a reír : hasta entonces no comprendió que se había irritado un poco sin querer . Sandoval abrió completamente las hojas de madera del balcón , y descorrió las cortinas ; la claridad gris de la mañana invadió el dormitorio . Eran las diez . — No debes levantarte — aconsejó — ; llueve y el aire húmedo podría perjudicarte . Mas ella quiso llevarle la contraria : sí , señor ; se levantaría a todo trance , aunque en ello se jugase la vida . — Es un capricho que merecías pagar caro ; tienes los labios fríos , la frente ardiendo ... Consuelo rompió a llorar . — ¡ Qué desgraciada soy , qué desgraciada ! — repetía — ; ¡ tampoco quieren dejarme andar tranquila por mi cuarto ! ... Preciso fué complacerla : Alfonso cogió una bata y con mil trabajos consiguió que la enferma metiese los brazos por las mangas . — Corre , muchacha — repetía — ; si andas con esa cachaza atraparás un enfriamiento . — No importa ; cuando quise , tú no quisiste ; ahora que quieres , no quiero yo . ¡ Ea , chúpate ésa ; para que aprendas ! Quedóse sentada al borde del lecho , con las ropas medio subidas y las piernas colgando , y una encantadora carita de mal humor . Sandoval acomodóse en el suelo , sobre la alfombra pintarrajeada de negro y amarillo , apercibido a calzarle a su mujer los zapatos : antes de hacerlo la besó los pies , esbozando al mismo tiempo , para obligarla a reír , extravagantes pamplinerías y visajes ; después la tomó en brazos y la puso de pie , echándola , para mayor abrigo , un pañuelo de seda por la cabeza y un mantón peludo sobre los hombros . Consuelito Mendoza se acercó a un espejo . — ¡ Mala jeta tengo ! — exclamó — ; me parece que el Día del Juicio no he de tenerla peor . Sí , queridito ; voy a morirme muy pronto . Pasados algunos segundos de autoinspección y religioso recogimiento , acercóse a la ventana con el semblante descompuesto por la fiebre . Del cielo plomizo atravesado por los hilos de una red telefónica , semejante a un pentagrama gigantesco , caía una lluvia fina y compacta ; la calle Arenal y parte de la Puerta del Sol , estaban casi desiertas : bajo el balcón , los caballos de los coches de alquiler formados a lo largo de la acera , sacudían sus arreos moviendo resignadamente la cabeza para quitarse el agua que les corría orejas adentro ; mientras , los cocheros , envueltos en sus viejos capotones de pardo paño , cabeceaban soñolientos bajo sus paraguas de algodón . Consuelo seguía ensimismada , mirando hacia afuera , los ojos medio cerrados , como meciendo su alma en brazos del ensueño : luego sus labios se agitaron y palideció intensamente . Sandoval corrió a ella . — ¿ Te sientes peor ? — inquirió solícito — . ¿ Quieres acostarte ? Hizo ella un signo afirmativo , y él , cogiéndola entre sus brazos robustos , la volvió al lecho sin esfuerzo , ensabanándola después con cariño y compasión maternales . Transcurrieron quince o veinte minutos . El calorcillo reparador de los cobertores fué disipando el malestar de la mimada y su semblante picaresco tornó a sonreír sobre el embozo . — ¡ Hola , mosquita — exclamó Alfonso — , parece que vuelves a la vida ! ... ¿ Reconoces ya cómo tu empeño de levantarte era un disparate ? — Pero ya estoy tan famosa . — Gracias a mí . — Y a mí , que soy de buena madera . — El refrán lo dijo : bicho malo ... — Bien podías — repuso ella — contarme un cuento . — ¡ Un cuento ! ... ¡ lindo compromiso ! ... Sabía muchos , pues era gran aficionado a leer , y cuando no recordaba ninguno los inventaba sobre la marcha , poquito a poco , según hablaba , de suerte que en una inmensa mayoría de casos estaba tan ignorante del desenlace de la narración como su auditorio . Esto hacía que los cuentos fuesen unas veces cortos y otras excesivamente largos , según el ingenio y la vena del narrador . En aquella ocasión , teniendo la memoria vacía de argumentos , empezó a inventar uno . Reducíase éste a la prolija enumeración de las aventuras , malandanzas y pesadumbres sufridas por tres soldados ingleses a quienes apresaron los salvajes habitantes de un país que , desde luego , suponíase clavado en el corazón del africano continente . Las primeras peripecias ocurrían a orillas de un lago rodeado de selvas vírgenes impenetrables , a la puesta del sol , hora precisa en que los elefantes , hipopótamos , cocodrilos y demás respetables huéspedes del bosque , iban a refocilarse remojando sus cuerpos en las verdosas aguas del pantano , y en que las manadas de leones hambrientos acechaban en los claros del bosque la llegada de las tímidas jirafas . Estas relaciones infantiles , soporíferas de puro inverosímiles , transportaban a Consuelito Mendoza a un mundo de aventuras y desatinos del cual no quería volver ; siendo lo más chistoso que si no la petaba el hilo del cuento ella misma se erigía en autora y lo modificaba : este episodio no estaba bien y convenía suprimirlo , o buscar otro , pues de lo contrario se negaba a seguir escuchando : también los personajes habían de llevar nombres simpáticos ... Aquella vez Sandoval , a costa de esfuerzos mentales inimaginables , consiguió urdir una fábula de bastante interés , bautizó bien sus héroes , supo elegir episodios y arribó con toda felicidad y gallardía al término de su relato después de hablar sin interrupción más de una hora ; él mismo quedó admirado de su locuacidad y fértil ingenio de cuentista , y Consuelo Mendoza , que compartía su sorpresa , permaneció silenciosa , saboreando las escenas oídas . Cuando llegó la hora de almorzar la joven obligó a Alfonso a comer allí , pues no quería quedarse sola : él accedió . El resto de la tarde lo pasaron sin salir del cuarto , refiriendo cuentos y tarareando aires populares y trozos de ópera al compás de una guitarra que Alfonso solía pulsar medianamente . Habían dado órdenes terminantes a las criadas de no recibir a nadie , y siempre que sonaba el timbre de la escalera , Consuelo se incorporaba , procurando conocer por la voz a la persona que llegaba . Después , al oír que el importuno se iba , dejábase caer en el lecho retorciéndose de risa . — ¡ Qué cara llevará ! — decía — ; el muy tontísimo vendría aterido y calado hasta los calzoncillos pensando rejuvenecerse al amor de la chimenea , de los pasteles y de las copitas de Jerez . ¡ Pues , hijo , límpiate por hoy ! ... Así te caigas al salir de aquí y llegues a tu casa embarrado y hecho un adefesio , y los porteros no quieran dejarte pasar ... Y , ¿ qué más diré ? ... Que encuentres la sopa fría , y tu mujer te arañe ... Ensartaba disparates , sin poder contenerse , como obedeciendo a un impulso irrefrenable , hasta que Sandoval , aturdido , acordaba cerrarla los labios a besos . A media tarde Alfonso , cansado de no hacer nada entretenido , rindióse al sueño . Despertó ya de noche ; la luz de los faroles callejeros bañaba gran parte de la habitación , y otra vez danzaban por el techo las sombras de los transeúntes que iban o venían : levantóse perezosamente , corrió las cortinas y encendió el quinqué de la chimenea . Al volver a la alcoba , sus pies tropezaron una silla : el ruido despertó a Consuelo . — ¡ Ay ! — exclamó ésta lanzando un suspiro de liberación — . ¡ Afortunadamente es mentira ! ¡ Oye ! ... Una pesadilla horrible ... Soñaba que un hombre ... cuya cara no recuerdo ... extendía los brazos para cogerme ; yo huía y aquellos brazos se alargaban detrás de mí ; eran negros ... parecían dos cuerdas llenas de nudos ... Su cuerpo tiritaba de espanto ante la presencia imaginaria de aquel fantasma que pretendía abrazarla . Tenía la frente ardiendo , las mejillas arreboladas , la mirada brillante , el pulso insólito . — ¡ Diablo ! — murmuró Sandoval contrariado — ; nunca te vi tan sobresaltada como esta noche . Sentóse a los pies de la cama y quedó pensativo , maldiciendo en su interior la tardanza de Gabriel , a quien esperaba desde el mediodía . Consuelo le observaba con ojos febriles , paladeando mucho , cual si su seca garganta no pudiese deglutir la saliva . Pasó otra media hora ; el timbre de la escalera volvió a sonar ; Consuelo , que se había quedado traspuesta , abrió los ojos . — Han llamado — dijo . Alfonso se levantó ; la voz de la doncella preguntaba desde el pasillo : — Señorito , ¿ puede pasar el doctor ? Sandoval miró a su mujer , inquieto . — Diríase — murmuró — que le presentiste en tu pesadilla ... Gabriel Montánchez abrió la puerta y allí se detuvo , esperando a que su amigo saliera a recibirle . — Adelante , querido — dijo Alfonso — , y ve a Consuelo ; no sé qué tiene . — ¿ Jaqueca ? — Jaqueca y mimo , de todo un poco . — ¡ Bah ! El mimo y los celos , achaques son de recién casadas . Consuelo hizo un gesto de mal humor y escondió los brazos bajo las sábanas . Gabriel Montánchez era alto , representaba cuarenta años y sus ademanes y actitudes tenían naturalidad y sencillez encantadoras ; era hermoso , con esa arrogancia y satisfecha osadía de los retratos antiguos : la frente desembarazada , pobladas las cejas , la nariz correcta , los labios finos , las mejillas siempre pálidas , sin barbas ni bigote . Pero lo más notable de su fisonomía eran los ojos ; ojos pardos muy obscuros , que miraban fijamente , con expresión punzante , cual si fuesen capaces de leer a través de los cuerpos opacos ; su fascinadora atracción llegaba a ser insoportable ; era la mirada del hombre de genio que todo lo sabe , y también la del aventurero audaz que a todo se atreve . — Hay algo de fiebre — afirmó Montánchez pasados algunos momentos de silenciosa observación — , ¿ qué siente usted ? — Nada — repuso Consuelo — , sino son muchas ganas de comer golosinas . Pero , sí ... me duele bastante la cabeza y hasta parece que la habitación gira en torno mío . — Yo creo — interrumpió Alfonso viendo que su mujer no acertaba a explicarse — que a ese cuerpo le falta algún resorte esencialísimo , y de ahí que los demás órganos funcionen mal . A ratos y sin motivo , sufre fríos horribles , contra los cuales fracasan cuantos medios de calefacción se empleen , y que sólo yo puedo curar contando cuentos o discurriendo tonterías extravagantes : ¿ qué te parece ? Y otras , un calor extraño que la sofoca hasta bañarla en sudor . A veces la atormentan ridículos terrores , o se vuelve irritable y antojadiza ... En fin , que la niña es un manojito de estrafalarios caprichos y de rarezas . Montánchez encendió un fósforo y aproximándolo al rostro de la joven : — Míreme usted — dijo — de frente , sin pestañear . Consuelo sostuvo aquel examen cinco o seis segundos y empezó a parpadear . — Estése usted quietecita — exclamó Gabriel sonriendo — ; así no puedo observarla los ojos . — Ni falta — repuso ella con su habitual mohín de desdén y atropellando todo género de miramientos — ; no quiero que me mire usted ; me hace usted daño . — ¿ Dónde ? — Concho , en todo el cuerpo ... Montánchez la examinó el interior de los párpados y las encías . — ¿ Tiene usted palpitaciones ? — inquirió . — No sé tampoco ; a ratos me duele el corazón . — ¿ Mucho ? — Mucho : es decir , regular ... No sé ... — ¿ En qué quedamos ? — ¡ Ea , ya lo dije ! ... en que no sé . El médico continuó preguntando lentamente , interrumpiéndola a cada momento para reflexionar . — ¿ Siente usted , de cuando en cuando , un cuerpo extraño , a guisa de bola , que sube del estómago y se detiene en la garganta cual si no pudiera pasar de allí ? — Psch ... ¡ no recuerdo ! — ¿ Y no experimenta usted vahídos al levantarse después de haber permanecido mucho tiempo sentada ? — Tampoco — replicó Consuelito Mendoza con aquella vaguedad que ponía en todas sus respuestas — : es decir , vahídos , sí ... muchas veces , cada lunes y cada martes ... — ¿ Se la hinchan los pies ? — Nunca , ¡ concho , qué miedo ! ... A cada nueva contestación Gabriel Montánchez , perplejo , enarcaba las cejas . Concluyó marchándose sin recetar . Entonces Consuelito Mendoza se enfureció ; estaban ofendiéndola y su marido lo permitía . Hola , ¿ conque todos menospreciaban sus dolores ? Pues ella sabría de qué modo comportarse en lo sucesivo : desde aquel momento quedaba libre para hacer cuanto se la ocurriese , comería lo que quisiera , iría al teatro sin permiso de nadie , y , sobre todo , no consentiría que volviesen a hablarla de aquel médico cazurro y antipático ... Sandoval , que había salido a despedir a Montánchez , le interrogó acerca de la enfermedad de Consuelo . — Por ahora — repuso el médico — , el daño es insignificante , pero puede ser germen de perturbaciones gravísimas . Al principio , creí habérmelas con un desarreglo cardíaco , pero no , el corazón funciona perfectamente . Aquí todo el mal radica en el cerebro , o por decir mejor , en la médula espinal : los nervios son los causantes de esos vahídos y palpitaciones que sufre , y los conturbadores únicos de su carácter . Consuelo es extraordinariamente impresionable , parece una sensitiva o una balanza de precisión , y el menor disgusto , el accidente más nimio , la alteran : el color de sus cabellos , la expresión de su mirada , la palidez y suavidad de la piel , todo acusa un desarrollo neurológico excesivo ; y los desmanes de esos nervios es lo que importa corregir . Para ello debes evitarla todo clase de emociones ; las emociones son un veneno para los enfermos del corazón o del cerebro . Prohíbela el uso de perfumes , no la lleves al teatro cuando representen dramas demasiado vehementes , ni a la ópera , porque la música , según Goncourt , es el haschisch de las mujeres y las vuelve locas ; no la contradigas nunca abiertamente , para que la contradicción no la excite irritándola , y distráela cuanto puedas : los nervios son a modo de sutilísimos hilos telegráficos que siempre están vibrando , y ya que no se les puede reducir al reposo absoluto , procuremos , al menos , que vibren agradablemente . Por ahora , nada de medicamentos . El agua de azahar sólo la procuraría alivios pasajeros , y el bromuro es un calmante demasiado enérgico . Más adelante , si la enfermedad se mostrase rebelde , recurriremos a las duchas o al hipnotismo , único sistema que puede emplearse con éxito en la curación de los padecimientos nerviosos . Con esto se fue Montánchez , y Alfonso regresó al dormitorio donde su mujer continuaba llorando , muy pesarosa de que nadie creyera en la gravedad de su estado . En días sucesivos la joven experimentó alguna mejoría . Por las mañanas su refugio predilecto era el despacho ; un cuarto grande y bien empapelado , con dos ventanas a un patio espacioso . A un lado de la habitación había un retrato de Víctor Hugo , ya viejo , con sus dulces ojos azules y su melena blanca ; debajo estaba la mesa de escribir adornada por un tintero de plata que Sandoval conservaba como recuerdo de familia : los demás testeros los decoraba una rica estantería de caoba repleta de libros cuidadosamente colocados ; los grandes a un lado , los chicos a otro , los encuadernados ocupaban sitios preferentes , los en rústica los lugares menos visibles . Sobre aquellos estantes varios bustos de hombres célebres levantaban sus escorzos inmóviles : Cervantes y Calderón , junto a Demóstenes y a Esquilo ; Byron y Shakespeare , frente a Confucio y a Marco Aurelio ; así , todos revueltos , como celebrando desde lo alto de los armarios un congreso misterioso a despecho de los siglos y de la muerte . Allí era donde Consuelito Mendoza pasaba las mañanas , cosiendo junto a la ventana hasta la hora de almorzar ; a ratos apoyaba la frente sobre el cristal para sentir una impresión de frialdad que aliviaba los ardores de su cerebro , y permanecía embelesada , mirando las paredes del patio renegridas a trechos por grandes manchas de humedad , y oyendo las voces de los vecinos o el adormecedor murmullo de la lluvia . Entonces su espíritu parecía desligarse del cuerpo ; éste yacía inmóvil , conservando la actitud que adoptó al sentarse , mientras el otro se disipaba en lo infinito o era absorbido por ese " no ser " que en las horas de reflexión y recogimiento flota sobre nuestras cabezas : sus ojos abiertos , apenas veían el objeto reflejado en la retina , el tímpano vibraba transmitiendo al cerebro ecos indefinidos ... El alma , como el mundo , tiene sus desiertos , infinitamente más grandes que los terrestres ; arenales inmensos , piélagos sin playas por las cuales vuela el pensamiento sin hallar una idea seductora . Cuando Consuelo Mendoza , harta de mirar hacia abajo , levantaba los ojos para complacerse viendo caer la nieve , apreciaba la velocidad con que descendían los copos a pesar de su extraordinaria rapidez , y entonces seguía mirando con nuevo ahinco , hasta que aquella multiplicación interminable de puntitos blancos empezaba a trastornarla : sucedíala con ellos lo que a los viajeros de un tren , para quienes los árboles , los postes telegráficos y los pueblos enteros corren hacia atrás , cuando son ellos los que caminan hacia adelante . Viéndolos caer , Consuelo pensaba subir . Esta ascensión comenzaba poco a poco , luego su rapidez aumentaba y al fin convertíase en carrera furiosa , trasportándose a través del abismo cual si fuese una pluma ; y si no se estrellaba la cabeza contra el techo , era porque su casa y todas las adyacentes ascendían también con el mismo anhelo y premura con que los copos de nieve bajaban . Cuando la joven podía reconocer oportunamente su alucinación , apartaba los ojos del objeto que tan fuertemente la atraía ; pero si el embeleso cobraba apariencias de realidad no podía substraerse a él , y muchas veces la hallaron junto a la ventana , la cabeza caída hacia atrás , jadeante , mirando al cielo con ojos alocados , cual si un hipnotizador sobrehumano la sugestionara desde la inmensidad del vacío . Otras mañanas , hallándose con verdaderos deseos de trabajar , se entretenía repasando la ropa de su marido , examinando cada prenda una por una , y cuando muy a despecho suyo reconocía que todo estaba bien , arrancaba los botones de un chaleco para procurarse el gusto de ponérselos otra vez ; o bien deshacía una camisa y luego empezaba a recoserla , poniendo todo su empeño en concluir aquella labor antes de que Alfonso volviese : lo importante , pues , era estar haciendo algo que aludiese a su marido , en quien no dejaba de pensar . El origen de aquel desarreglo nervioso , que el tiempo y los azares y tropezones de la vida fueron desarrollando , nadie lo supo . Consuelo era hija única de don Felipe Mendoza y Sorero , anciano militar que lidió en la primera guerra civil y se reintegró al tranquilo hogar cuando el reuma y las heridas le inutilizaron : su mujer murió de sobreparto y Consuelo quedó al cuidado de una tía solterona que la amparó desde muy pequeña y veló por ella con solicitud maternal . Su niñez deslizóse plácidamente en una casita del barrio Pozas , que tenía ventanas a un vasto solar donde las vecinas iban por las tardes a tender ropa . Consuelito salía a las cinco y media de un colegio situado en la calle Don Evaristo , junto a la de Ferraz , y con dos o tres amiguitas de su edad íbase a rondar el solar , atisbando por entre las tablas mal unidas que lo circuían , la ocasión propicia de penetrar en él . En aquel espacio cubierto de hierba lozana , que servía de pasto a las vacas de las lecherías inmediatas , había una casuca con techumbre de teja y chimenea de ladrillo , y agrandada en sus fachadas anterior y posterior por dos viejísimos soportales de madera . En aquella choza reinaba como omnipotente y única soberana la señora Daniela , viejecilla pequeña y canija como las brujas de Teniers . Vivía con su marido , que siempre estaba borracho , y por tanto impotente para nada útil , y con una hija , ya moza ; pero ésta tampoco la ayudaba en sus quehaceres porque tenía un señorito que la compraba pendientes finos de oropel , y vestidos y zapatos de charol y camisas de treinta pesetas ... Todo , menos mantenerla y casarse con ella . Daniela , por tanto , era la administradora única de aquellos dominios : ella fué quien impuso a las vecinas que llevaban su ropa a secar allí , cinco céntimos de contribución , y diez o veinte , según las circunstancias y la abundancia de pastos , a los dueños de las vacas y burras de leche ; la que regaba el solar con agua sacada de un pozo , hacía calceta por las noches , y barría y repasaba lo más apremiante de lo roto que tenían las ropas de su marido y las suyas ; ella , finalmente , era propietaria de un copioso enjambre de pollitos culones y vivarachos , hechizo de Consuelo y de sus amigas . Desde la ventana de su cuarto , Consuelito Mendoza los veía correr por el solar , moviendo las inteligentes cabecitas y riñendo sobre los montones de estiércol : todos eran hermanos , y cuando a la caída del sol su madre los llamaba , acudían en tropel a guarecerse bajo el soportal trasero de la casa . Poseer uno de aquellos pollitos , dormir con él y comérselo a besos , constituía la mayor ilusión de Consuelo . Resuelta a dar satisfacción a este deseo , espió pacientemente la oportunidad de allanar los dominios de la señora Daniela : pasaron más de quince días sin que la anhelada coyuntura se presentase ; ¡ qué mala suerte ! ... los pollitos serían , cuando ella los cogiese , casi unos gallos . Pensando así la pobre niña lloró mucho , perdió el apetito y fué necesario llamar al médico . Cuando los tan codiciados animalitos crecieron , aquel antojo quedó repentinamente olvidado . Esta volubilidad de carácter presidió la psicología , toda la psicología , de Consuelo Mendoza . A los diez y siete años , la joven sufrió un accidente que puso en riesgo su vida . Una tarde , yendo con su padre , varios granujillas intentaron prenderla en el abrigo una obscena figura de papel : don Felipe , justamente irritado contra el atrevimiento de los chicuelos , quiso aplicarles una buena mano de azotes que , sin romperles hueso , les escociese , cuando se vió detenido por un hombre que , luego de insultarle groseramente por lo que llamó " cobardía y barbaridad " , intentó agredirle con un cuchillo . Afortunadamente , varias de las personas allí reunidas mediaron en la cuestión , evitando que ésta tuviese mal desenlace ; pero Consuelo , que desde los primeros momentos comenzó a sentirse muy excitada , al ver brillar el arma dió un grito espantoso y cayó al suelo sin conocimiento . Este accidente , complicándose con las manifestaciones primeras de la pubertad , provocó una violentísima fiebre que la hizo delirar varias noches consecutivas y de la cual tardó mucho tiempo en reponerse . Desde entonces su naturaleza quedó resentida : adelgazó , perdió el color , sus ojos se agrandaron , su mirada fué más profunda y brillante , y su carácter adquirió una irritabilidad morbosa . Todo llamaba su atención y de todo se aburría ; sus cuadernos de dibujo estaban llenos de esbozos y figuras a medio terminar , y al piano farfullaba seguidamente los trozos musicales más opuestos , sin acabar ninguno : sus labores inconcluídas , la pluralidad de libros que empezó a leer y que rodaban de una silla a otra con las hojas a medio cortar , el desorden de sus conversaciones y propósitos , todo descubría un carácter inconstante , sujeto a crisis nerviosas y a inmotivados accesos de ternura . Pero , como el ataque primitivo no volvió a repetirse , los médicos opinaron neciamente que todo ello desaparecería con los años y el matrimonio , y dejaron que la enfermedad , al parecer dormida , siguiese echando mejores y más profundas raíces . Dos años después conoció a Sandoval , un muchacho de muy buena familia que acababa de salir de la Universidad , y que , falto de obligaciones y no necesitando de su carrera para vivir , divertía agradablemente el tiempo en viajes o riendo con amigos y pecadoras de buen humor . Aquel noviazgo formó una pareja perfecta : ella de regular estatura , cabello negro y ondeado , ojos soñadores , un poco fruncidos , como los del árabe que explora el desierto ; las curvas abultadas , breve la cintura , las manos y los pies aniñados ; él , alto , vigoroso , alegre , con el ilusionado corazón siempre propicio a enamorarse de todo lo noble y digno de aplauso . Las relaciones fueron cortas , y tras un viaje de novios más empalagoso que un idilio de Mosco , los nuevos cónyuges se establecieron en un cuartito entresuelo de la calle Arenal . Poco después murió el padre de Consuelo , y la pérdida de aquel ser querido reforzó los lazos que ya la unían apretadamente a su esposo . El idilio de la niñez había terminado y empezaba la novela de la juventud . Jorge Sand dijo que " una mujer no puede amar al hombre a quien considere inferior a ella , porque el amor sin veneración y sin entusiasmo sólo es amistad " . Con este idolátrico , ciego y bienhechor frenesí , quería Consuelito Mendoza a Sandoval : más fuerte que ella , dominándola por la amplitud y serenidad de su pensamiento y la entereza de su resolución . Alfonso era condescendiente , benévolo , fácil siempre a la súplica y al perdón ; pero a ratos , en los asuntos de riesgo y trascendencia , sabía desenvolver su voluntad inexorable , probando cuán recta y dura eran su orientación y su temple . A despecho de tales rozaduras , acaso por este mismo antagonismo de caracteres , ambos se amaban locamente . Consuelo reconocía ciertamente que Alfonso Sandoval era muy celoso , pues no la permitía salir sola a ninguna parte , y hasta dió a entender a sus amigos que las puertas de su casa no se abrían con gusto para ninguno de ellos , creyendo fundadamente que , si bien hay mujeres en quienes puede tenerse absoluta seguridad por lo que a ellas atañe y concierne , de los hombres , aun de los más fieles y allegados , debe siempre desconfiarse : mas aquel exceso de pasión halagaba el amor propio de la joven , y como no quería nada fuera de su hogar , no sintió el peso de tales prohibiciones . Vivía consagrada a su marido , con exclusión rotunda de todo otro afecto ; y , sin procurarlo , imitó su manera de hablar , sus gestos , sus frases favoritas : le adivinaba en el modo de pisar , de toser , de subir la escalera ; y a obscuras , sólo por el olor , reconocía sus ropas , aun cuando estuviesen recién lavadas , en algo simpático que sólo ella percibía . Hallándose sola , esperándole , solía suceder que su corazón , de pronto , latiese con más violencia . — ¡ Ahí viene ! — exclamaba corriendo a la ventana . Y ¡ cosa rara ! su agudo instinto de mujer enamorada jamás la engañó : había necesariamente entre ellos un flúido que les ponía en relación constante , permitiendo que se buscaran sin verse , por la misma ley magnética que mueve a la aguja imantada a señalar al norte . En lo que Alfonso Sandoval mostrábase absolutamente intransigente era en cuanto a la salud de su mujer concernía : a verla sana y fuerte , aspiraban sus empeños . — Acerca de esto procederé según mi criterio y mi conciencia me aconsejen — decía — ; Montánchez , que , como médico y como amigo , está interesado en curarte , me aconseja evitarte toda clase de malas impresiones , que no te deje llorar ni reír con exceso ... y yo , que cumplo fielmente estas cuerdas prescripciones , inmolando muchas veces mi voluntad y mis deseos a tu bien , ¿ consentiré que nadie , sea quien fuere , llegue con su imbecilidad a destruir mi obra ? A pesar de tan prolijos cuidados , la flaca salud de Consuelito Mendoza no mejoraba ; el diablillo inapresable de la neurosis mordía sus nervios ; sus risas y sus lágrimas sucedíanse caprichosa e inesperadamente , como las grupadas en los días vernales o de otoño . Una tarde , después de almorzar , el matrimonio pasó al gabinete a tomar el café . Era aquella una habitación cuadrangular , ricamente alfombrada . Sandoval arrimó su butaca a la chimenea , cruzó una pierna sobre otra y encendió un tabaco . — Acércame el café , niña , ya que estás ahí — dijo con su tono cariñoso habitual . Ella apresuróse a obedecerle trayendo un velador con dos tazas . Alfonso cogió la suya y bebió un sorbo . — ¡ Uy , qué rico está ! — dijo . Aquel era uno de sus mayores caprichos ; el de fumar y beber café al amor de la lumbre , sin discurrir nada serio , abandonándose a una pereza enervante . Entonces reconocíase completamente feliz ; el adormecedor aroma del tabaco , el humo que caracoleaba alrededor de sus dedos y luego subía en líneas sinuosas girando sobre sí mismo en caprichosas espirales por el ambiente tibio , el sonsonete continuo de la lluvia y el cálido chisporroteo de la madera quemada inspirábanle un placer tranquilo , soporífero , paradisíaco . Consuelo , sentada delante de él sobre el brazo de una butaca , le contemplaba silenciosa , cubriéndole bajo una mirada de amor : tenía el pelo graciosamente recogido , un pañuelo rojo de seda ceñía su cuello mórbido y blanco ; el vestido negro realzaba los contornos ondulantes , exquisitamente pomposos , de su cuerpo ; cuerpo juvenil , de carnes frías y apretadas . Su frente pequeña , sus ojos grandes , la afilada nariz y el tinte pálido del semblante y de los labios , daban a su fisonomía la expresión dulce de esos retratos de mujeres hebreas que publican las revistas ilustradas ... De pronto Sandoval miró su reloj ; eran las tres , la hora de ir al Casino para desentumecerse haciendo gimnasia o tirando al florete . — ¿ Te vas ? — preguntó Consuelo . Alfonso repuso indeciso : — Psch ... ¿ Llueve mucho ? Ella corrió al balcón y levantando los visillos : — ¡ Qué atrocidad — dijo — , no se ve a cuatro metros ! ¡ Qué modo de caer agua ! ... En toda la Puerta del Sol hay dos personas . Pero , chico , si los tranvías parecen submarinos y los pobrecitos caballos tienen un canalón en cada oreja ... Dejó caer la sutil cortinilla y fué a sentarse sobre las rodillas de Sandoval . — ¿ Conque , vas a salir ? — ¡ Diantre ... no sé ! ... Consuelo sintió uno de aquellos vehementes arrebatos mimosos que la transfiguraban en otra mujer . — Bien mío , no salgas , complace esta vez a tu mujercita . El tiempo es malo , llegas al Casino mojado de pies a cabeza , manchado de barro , tiritando de frío ... ¿ y para qué ? Para ganar o perder una partida de tresillo : mientras que aquí estás abrigadito , con los pies calientes y , sobre todo , junto a mí , que te adoro . Verás : jugaremos al tute , al ajedrez , me contarás cuentos ... ¿ verdad que sí ? ¡ Concho , hijo , cuánto tardas en responder ! ... Di , ¿ te quedas ? ... ¿ Eh ? ... ¿ Te quedas ? ... Realmente Sandoval ya estaba decidido a quedarse , pero no quiso rendirse tan pronto . — Acceder a esto — dijo — no es cuestión de cariño , porque las pequeñeces no merecen tenerse en cuenta . Lo que te quiero lo sabrás algún día , si llega el caso . Yo me quedaría , ¡ pero eso de no ir al Casino , ni un ratito siquiera , es horrible ! ... La vida de Círculo llega a ser para ciertos hombres , para mí , verbigracia , una segunda naturaleza . Consuelo hizo un gesto impaciente . — ¡ Qué Casino ni qué concho ! Siempre estás mortificándome ; es lo primero que te pido y luego ... — Digo esto — agregó él complaciéndose en verla apurada — , porque prescindir del Casino equivale a renunciar a la tertulia de mis amigos , al riquísimo café que allí se bebe , a la sonrisa del criado que está en el guardarropa y me ayuda a quitarme el gabán , a los asaltos que riñen los aficionados en la sala de armas ... y a otra multitud de atractivos ; ¡ celebraría que las mujeres tuvieran también sus círculos para que apreciases cuánto vale todo esto ! ... Pero el hombre es débil , y Hércules , hilando a los pies de Onfala , es el ejemplo que mejor demuestra cuán grandes son el imperio y poderío que las faldas tienen sobre los pantalones ; por eso yo , que te quiero tanto o más que Hércules a Onfala , también me rindo a tus súplicas , bribonzuela , y con tal de verte alegre renuncio a todo y ... ¡ me quedo ! Ella , enajenada de gozo y no sabiendo cómo demostrar su regocijo , acomodóse en el suelo entre las piernas de él , los brazos apoyados sobre sus rodillas , besándole las manos . Alfonso sonreía satisfecho , acariciando aquella frente preciosa cubierta de abundantes cabellos negros que ponían a su cara un marco de azabache . Luego estuvieron contemplándose , dictando con sus miradas un idilio mudo . — ¿ Me quieres mucho ? — preguntó Consuelo . — Más que el primer día de casados , y nunca he sido tan feliz como hoy : creo que ni en el paraíso cristiano , con sus santos repletos de teología y sus once mil vírgenes insulsas y rezadoras , ni en el edén musulmán poblado de huríes ardientes , puede estarse mejor que aquí : esto es un ensueño de opio y hasta me creo un sultán vestido a la europea , y tú una sultana más hermosa y discreta que Schéhérazade . — ¿ Se te quitará el mal humor ? ¿ Serás bueno y tolerante para mí ? ¿ No volverás a reñirme ? ... — Tonta ; defendiendo tu bienestar soy para los demás una fiera ; para ti , siempre seré un niño . Consuelito , aburrida de permanecer en el suelo , quiso cambiar de posición , mas no acertaba a colocar cómodamente las piernas . — ¡ Concho , siempre me lastimo ! Harta de removerse inútilmente , acabó por estirarlas , dejando al descubierto sus pantorrillas : tenía medias negras . — ¡ Qué vergüenza ! — exclamó Alfonso tapándose los ojos — ; ¿ le parece a usted eso decente ? — ¿ El qué , concho ? — Esas dos cosas negras que te asoman por debajo de las faldas . — Y , ¿ qué importa ? — ¿ Cómo ? ... ¿ No es un delito tenerme siempre el ánimo en pecado mortal ? Ella , bruscamente , se levantó . — ¡ Ah , está bien — dijo — , te disgustan ! ... Pues no volverás a verlas en toda tu vida , lo juro . Eso ya no es para nadie . Parecía enfadada y corrió a echarse en el sofá , al otro extremo del gabinete . Después , sin saber por qué , comenzó a ponerse seria , muy seria ; sus cejas se fruncieron ; plegó los labios gravemente . El crepúsculo fué breve y la noche cerró en seguida ; la luz de los faroles atravesaba los cristales del balcón dejando en el techo ligeros resplandores que se movían en indeciso aquelarre . Como la joven no depusiese su actitud esquiva , Sandoval la llamó . — Acércate , quiero descubrirte un secreto al oído ... La requerida continuó impasible ; él agregó incomodándose : — ¿ Para eso me retuviste con tus ruegos ? ¿ Para luego ponerte a ensayar mojigangas ? — Pues ... ¿ por qué no quieres verme las piernas ? — Vaya , basta de tonterías , chiquilla mal criada . — No haberlo dicho . — Tonta . — Mejor que mejor . — Si quieres reconciliarte conmigo , ven aquí . — ¡ No , ven tú ! — ¡ Eres más empalagosa que un tarro de almíbar ! ¿ Qué ? ¡ Haces lo que mando o me marcho y no vuelvo hasta la madrugada ! Consuelo reanudó su llanto , lanzando a cortos intervalos largos y entrecortados suspiros . Alfonso , compadecido , acercóse a ella ; seguía tendida con abandono delicioso ; bajo su traje negro , sencillo como el de una colegiala , se bocetaban las formas lujuriantes del cuerpo , y estaba tentadora , con esa seducción irresistible que tienen las mujeres bonitas cuando lloran de amor . — Niña , no te excites , procura serenarte — dijo Sandoval — ; levanta la cabeza ; ya me tienes aquí . Ea , ¿ qué ? ... ¿ te pasó el mal humor ? — No . ¿ Por qué me llamaste empalagosa ? Hijo , yo debo de darte náuseas ; las cosas muy dulces repugnan . Decía esto abriendo mucho los ojos y arqueando las cejas con adorable expresión inocente : Alfonso la abrazó conmovido , murmurando : — ¡ Pobre enfermita ! — No estoy enferma ; ésas son calumnias que el mundo inventa para atormentarme . Lloro porque me tratas muy mal , porque no me quieres , porque te aburre en mí todo lo que antes te divertía , porque soy para ti menos que una esclava ... Menos , sí ; pues yo he oído contar que muchos hombres quieren a sus esclavas como a sus propias mujeres ... — ¡ Loca ... locuela ... loquilla ! ... — Eso querría yo , eso ... porque prefiero morir loca a que me abandones . Desgraciadamente no será así . Me lo aseguran tu manera de comportarte conmigo , tus miradas , tus atenciones , que más parecen dictadas por el deber que por el cariño ; tu conversación ... Sandoval estaba perplejo , no sabiendo si entristecerse y tomar la cuestión por su lado serio , o si reír . — ¡ Ay , maridito mío ! — exclamó de repente Consuelo — : yo tengo muchas ganas de llorar . — ¡ Cómo , tontuela ! ¿ qué motivo tienes ? — No sé , quizá ninguno , pero siento sobre el pecho un peso muy grande que me impide respirar , y estoy cierta de quitármelo llorando . — Pues llora . — Es que no puedo ... Volvió a reclinarse en el sofá , prorrumpiendo en sollozos fingidos ; luego se sentó , oprimiéndose el pecho ; pero las lágrimas no corrían , y tal fué su desesperación que llegó a pegarse un vigoroso cachete en la cara . El dolor permitió que los ojos se humedecieran momentáneamente , pero en seguida volvieron a secarse . — ¡ Virgen , qué nerviosa estoy ! ... Alfonso , dime algo , hazme algo , para que llore ... Se retorcía los brazos como un reo en la tortura . Sandoval la llevó al lecho , pero Consuelito Mendoza , insensible a sus halagos , dejóse caer en la cama , sollozando furiosamente , pugnando por derramar aquellas lágrimas rebeldes que se obstinaban en no correr . Su excitación nerviosa fué aumentando , empezó a revolcarse y llegó a tirarse del pelo . — ¡ No seas imbécil ! — gritó Alfonso realmente irritado — ; vas a lastimarte . — Eso quiero . — Pues cuida de que no te haga llorar de veras aplicándote unos buenos azotes . El semblante de Consuelo expresó alegría inmensa . — ¡ Sí , por Dios , sí ... dámelos ! — No instes , porque cumplo lo ofrecido . — Bueno , pues , sí ; anda pronto ... — Que van a escocerte ... — Lo que quieras , tirano mío ; pégame cuanto gustes , tuyos son mi espíritu y mi cuerpo , pero no dejes de amarme . Mírame a merced tuya , sumisa , gozando ya con el castigo ... ¡ Pégame , Alfonso , pégame ! ... Ella misma se tendió boca abajo , la cara sobre la almohada , esperando impaciente . Toda aquella flagelación envolvía una voluptuosidad extraña . Sandoval , sin otros ambages , sofaldó a la joven y cogiendo una chinela levantó el brazo sobre aquellas carnes turgentes que parecían vibrar de placer bajo la fina tela de la camisa . Consuelo permanecía inmóvil , suspirando dulcemente , esperando el castigo , deleitándose con él : al fin recibió el primer golpe y su cuerpo tembló más de sensualidad que de dolor ; luego recibió otro y seguidamente cinco o seis más , muy fuertes ... Después Sandoval , condolido , acarició la parte azotada . Consuelito le abrazó diciendo : — ¡ Esposo mío , piedad para mí , no me pegues más , basta , por Dios ! ... Tenía los ojos colorados y las lágrimas corrían abundantes por sus mejillas . Pero Alfonso , comprendiendo la refinada voluptuosidad de aquel capricho , quiso extremarlo , y desasiéndose de la joven continuó macerando sañudamente aquellas carnes blancas y duras ; ella sollozaba ; después , juzgándola bastante castigada , se acostó a su lado para consolarla . Consuelo se dejaba acariciar besándole y riendo y llorando al mismo tiempo , complaciéndose en rendirse a su propio verdugo ; y cuando estuvo completamente tranquila acabó por confesarle , y aun lo juró por su padre muerto , que desde aquel momento le quería más y que los azotes mejores fueron los últimos . Aquella noche , acobardados los dos por el frío , se acostaron temprano : Consuelo tenía miedo ; ese miedo a lo indeterminado y remoto que sólo conocen los nerviosos : la seguridad de sufrir el asalto de alguna pesadilla horrible , oprimía su ánimo . — ¿ Qué tienes ? — inquiría Alfonso sintiéndola temblar . — ¡ Ay , no sé , pero ... no me sueltes ... se me antoja que van a llevarme ! ... Al fin , tras muchos esfuerzos , logró dormirse ; el temido ensueño , efectivamente , no tardó en llegar disfrazado bajo sus vagarosas hopalandas negras y grises ... ... Era una tarde de invierno ; ella vivía en aquella misma casa , pues todas las estancias guardaban entre sí idéntica disposición , pero las habitaciones eran inmensas , las paredes de color plomizo se balanceaban alejándose o acercándose cual si tramoyistas invisibles las pusieran en movimiento por medio de mágicos resortes ... Consuelo andaba por allí calladamente , sorprendida de que sus pasos no tuvieran eco y de la prolongada ausencia de Alfonso : también maravillábase de la pequeñez de los muebles y de la gran altura a que fueron colocados los cuadros : la cama no llegaba a sus rodillas , la mesita de noche apenas levantaba dos palmos del suelo . Alarmada por tanto silencio salióse al pasillo y llamó a la camarera ; a sus voces sólo contestó un eco lejano , un quejido moribundo semejante al del viento penetrando por una abertura estrecha . Entonces recorrió el corredor , las alcobas , la cocina ; todo estaba desierto : en la despensa , encaramado sobre un queso de bola , había un ratoncillo gris , de largos y blancos bigotes . Siguió adelante y se detuvo frente a la puerta del despacho ; aplicó el oído a la cerradura y no oyó nada ; llamó ligeramente con la yema de los dedos ... y nadie respondió . Animándose a entrar empujó la puerta , y al comprender lo que en la habitación sucedía , quiso huir ; una fuerza invencible se lo impidió . Delante de la chimenea y alrededor de un hombrecillo de pelo rojo , se hallaban repantigadas en sendos butacones de cuero claveteado , varias personas : el hombrecillo era un gnomo ; los demás , las estatuas del despacho que habían dejado sus pedestales : todas tenían sus hermosas cabezas de yeso asentadas sobre pequeños cuerpos vestidos con jubones acuchillados , gregüescos y gola , y sus voces resonaban temerosamente como si saliesen de una caverna o del fondo de una tinaja vacía . Consuelo colocóse sin ruido tras una cortina para no llamar la atención de los misteriosos personajes . La conversación de éstos llenóla de espanto ; hablaban de ella , querían buscarla , prenderla , llevarla maniatada a un paraje lejano , a un mundo chiquitín que brillaba en medio del espacio ... Quien entonces usaba de la palabra era Cervantes , y le respondían Quevedo y Marco Aurelio . Byron callaba , mirándoles con sus ojos sin luz . Todos ellos , y éste fue un detalle que no sorprendió a Consuelo , se expresaban fácilmente en correcto castellano . Entonces estuvo a punto de salir de su escondrijo diciendo a gritos : — Concho , ¿ qué es eso ? ... ¡ Fuera de aquí , espíritus y desatinos mágicos ! ¡ Zape ! ¡ Cada mochuelo a su olivo ! ... Mas se contuvo , sobrecogida de curiosidad y de miedo . El gnomo hechicero acababa de levantarse ; iba vestido de encarnado , como el Mefistófeles de Fausto , y después de dar una cabriola en el aire , empezó a describir con su mano izquierda movimientos cabalísticos y a pronunciar palabras en un idioma desconocido . Obedeciendo a su irresistible llamamiento , penetraron por la ventana muchos espíritus revestidos de formas extrañas y tan pequeños , que el más grande , que tenía cabeza de elefante y cuerpo de pescado , no era mayor que una sopera . Aquellos diablejos trabaron entre sí reñida batalla : un sapo que volaba por la habitación montado en un plumero , atravesó con su espadín a otro espíritu con trazas de zorro ; dos escarabajos horripilantes trepaban cachazudamente por las flacas y torcidas piernas del gnomo , quien subido sobre un tambor , continuaba dirigiendo con los movimientos de su mano zurda la espantosa bataola ; las estatuas dejaron los butacones para volver a sus sitiales respectivos . Consuelo las veía trepar por inseguras escalerillas de cuerda , pendientes del techo , apreciando las violentas contracciones musculares de sus brazos y de sus piernecillas negras , impotentes para soportar el peso abrumador de sus cabezotas ; y por entre aquel perpetuo flujo y reflujo de figurillas disparatadas , de ratonzuelos que corrían por el suelo empujando quesos de bola , de machos cabríos , de lagartos verdes que se arrastraban por las paredes cazando tortugas con alas de murciélago , los ilustres padres del habla castellana , del romanticismo moderno y de la grave filosofía estoica , continuaban trepando en busca de sus pedestales vacíos . La joven les observaba atentamente , deseando verles arribar sanos y sin magulladuras al término de sus afanes . Cervantes llegó el primero ; luego Calderón ; al recobrar su puesto sus cuerpecillos desaparecían y tornaban a ser las pacíficas estatuas que ella misma compró por doce o quince pesetas a un mercader italiano . Pero Marco Aurelio fué menos afortunado que los otros : al llegar a la cornisa del estante , un condenado diablillo que andaba por el suelo jugando al trompo , quiso subir por la escalerilla en que , desde hacía diez minutos , realizaba prodigios de agilidad el desgraciado emperador y filósofo romano , y aquélla empezó a oscilar . Consuelo hubiera deseado ahuyentar al maligno espíritu , mas como no podía moverse , tuvo que resignarse a permanecer inactiva . No obstante las importunas sacudidas del demoncejo revoltoso , el autor de " Los doce libros " estaba a punto de salvarse : ya había afianzado su pie izquierdo en la cornisa y reconcentraba todas sus energías para separarse con un último esfuerzo de la escala fatal , cuando una lagartija que huía de un repugnante sapo armado de adarga y lanza , tropezó con tal violencia al desventurado filósofo , que le arrebató el equilibrio . Consuelo le vió vacilar , inclinarse hacia atrás , dar una vuelta de campana y caer pesadamente al suelo , saltando en añicos . Al quedar la venerable cabezota de Marco Aurelio reducida a un montón de pedacitos de yeso , la joven lanzó un grito . Entonces desaparecieron por ensalmo los detalles de aquel aquelarre y la joven permaneció inmóvil , creyendo que la llamaban : luego aquella audición fue más clara ; parecía la voz de Alfonso . — ¿ Qué es eso ? — murmuró . — Despierta , mujer ; tienes una pesadilla . — Es que el pobrecito Aurelio se ha roto la cabeza ... Sus ideas tornaban a confundirse y calló . — ¿ Qué dices , loca ? ... Vuelve en ti ; no sueñes . Era otra vez la voz de Alfonso . Consuelito Mendoza oyó que la hablaban casi al oído , un aliento tibio rozó su cara , manos vigorosas la sacudieron . Despertó sobresaltada , frotándose los ojos . — Alfonso — balbuceó . — ¿ Qué ? — ¿ Pasó ya ? — Sí ; era una pesadilla ; como te empeñas en acostarte del lado izquierdo ... Ahora duerme y déjame en paz ; tengo mucho sueño . — ¡ Hijo ... qué miedo tan grande ! ... ¡ Si vieras ! Dió media vuelta , abrazándose al cuello de Sandoval . — ¿ Qué hora es ? — preguntó . No dijo más y volvió a dormirse . Transcurridos algunos minutos , la pesadilla se reanudó . Estaba con su marido en un palco del teatro Real , viendo una ópera cuyo argumento desconocía . De pronto tuvo frío y se levantó para vestirse el abrigo que había dejado en el antepalco : éste era una alcoba , su dormitorio de la calle Arenal , con su otomana , su mesa de noche y su cama matrimonial vestida de blanco . Sentóse en el lecho a reposar ; tenía jaqueca ; las notas llegaban a sus oídos debilitadas , tenues , remedando suspiros . De pronto reapareció el gnomo con su luenga barba gris , su caperucita roja y una linterna en la mano . Corría de un lado a otro callado y sin ruido , como buscando algún pequeño objeto extraviado . Consuelo no tuvo ganas de seguir mirándole . — Este hombre — pensó — es un pillo . ¿ A qué vendrá esta noche aquí ? Seguramente entró por el cristal roto de alguna ventana , como hacen las brujas , o por la puerta , bajo las faldas de alguna señora : como es tan chiquitín ... Pero , ¿ a qué habrá venido , a qué ? ... Yo antes lo sabía y la idea está aquí ; se va ... se me escapa , no consigo agarrarla bien . ¡ Ah , sí ... ya sé ... ahora recuerdo ! ... Lo que pretende es organizar una reunión de diablos para que bailen un poquito al son de la música . Reapareció el gnomo : sin fijarse en ella atravesó el cuarto y procuró ocultarse bajo la otomana : después de tenderse de pecho al suelo comenzó a estirarse alargando los miembros , doblegándose de diferentes modos con una suavidad de movimientos semejante a la de los gatos cuando quieren meterse por debajo de una puerta . Consuelo le observaba fijamente : el misterioso espíritu pasó primero la cabeza , luego la mitad del busto , en seguida la otra mitad , las piernecillas también fueron entrando poco a poco hasta desaparecer enteramente : y entonces sólo vió el reflejo de la linterna que continuaba luciendo bajo la otomana , iluminando su vientre , convirtiéndola en un gigantesco gusano de luz . De pronto las miradas de Consuelo repararon en una puertecilla que acababan de abrir y por la cual entró un hombre muy pálido , sin pelo de barba , con las mejillas arreboladas , las orejas grandes y separadas del cráneo , los labios descoloridos , el pelo áspero y cortado a rape , la mirada inmóvil y sin expresión , las manos exangües como las de un muerto , el cuerpo vestido con un burdo traje de tafetán verde ; aquel extraño antojo avanzaba lentamente , sin mover los brazos ni las piernas , como patinando ... La joven comenzó a tiritar de miedo : no podía huir , ni gritar , ni defenderse ; la espeluznante aparición ejercía sobre ella una atracción fascinante . Entretanto , la sombra fatídica se acercaba sin ruido , sin movimientos , sin voz , extendiendo hacia su víctima sus brazos y sus labios . Consuelo sintió que aquellos brazos la enlazaban con un anillo de hielo . El fantasma maldito tenía la fuerza de una realidad espantable : la boca del horrible engendro oprimió la suya con un beso mortal , mientras una mano , fría como el mármol , la palpaba bajo las faldas . Estaba tendida en el suelo , sin poder desasirse , jadeante , a punto de ser vencida ... Entonces la expresión del hombrecillo del traje de tafetán empezó a cambiar : sus apagados ojuelos fueron transformándose en otros grandes , expresivos , penetrantes , de color pardo o verde muy obscuro , sombreados por largas pestañas negras . Consuelo , que había visto aquellos ojos en otra parte , miró mejor ... El muñeco había desaparecido y en su lugar estaba Montánchez . La vergüenza y su dignidad de esposa sublevaron el valor de Consuelo , que empezó a defenderse . — ¿ Qué hace usted ? — exclamó . — Nada , no se apure usted — repuso él con su acostumbrada finura — ; vamos a representar la última escena de la ópera . — No , no ... puede venir Alfonso y enfadarse conmigo . Espere usted a que yo se lo diga ; vuelvo pronto ... Hombre , ¿ usted no dice que deben evitarme las impresiones fuertes ? ... ¡ No me irrite usted ! — Señora — insistía Montánchez sin soltarla — , tenga usted paciencia ; concluímos en seguida . — Suélteme usted , se lo ruego , porque si Alfonso nos ve aquí solos y abrazados , es capaz de matarnos . ¡ Oh ! ... Si él supiera que un hombre me ha tenido entre sus brazos , me daba un tiro ... Suélteme usted ... oigo pasos ... ¡ es él ... es él ! ... Ya no percibía la música del teatro , ni los rumores de la sala , ni las voces de los cantantes : la decoración había cambiado . En aquel momento apareció Sandoval . Consuelo le vió dar un paso atrás , ponerse horriblemente pálido y coger un cuchillo , una faca enorme , cuya hoja brillaba a la luz siniestramente ; la faca , tal vez , con que quisieron matar a don Felipe : luego caminó hacia ellos ... Montánchez no se movió : hubiérase creído que esperaba resignado el golpe , o que poseía algún medio oculto y sobrenatural para conjurar el peligro y detener el brazo agresor . Mas Consuelo no pudo contenerse y lanzó un grito . — ¡ Yo no quería ! — exclamó — ; ¡ es ... él ! ... Iba subiendo la voz . Luego oyó la de Sandoval , y el trágico caramillo se disipó . — Es Montánchez — repetía la joven . Abrió los ojos y vió que ya amanecía . Alfonso la riñó duramente ; no le había dejado dormir en toda la noche . — ¡ No te enfades , hijito ! — repuso ella — . ¿ Ves ? ... yo no soy responsable de mis males . Es que he tenido pesadillas horribles . Creí que un muñeco de estuco , vestido de verde , me abrazaba , y después aquel monigote se convirtió en Gabriel Montánchez , que quería representar conmigo la última escena de una ópera ... Y volvió a temblar , recordando aquellas quimeras . Poco a poco , sin embargo , tornó a quedarse dormida . Tenía el semblante pálido , sus ojos cerrados temblaban ligeramente , los labios se movían balbuceando palabras que no llegaban a ser inteligibles ... Al día siguiente , y sin otro contratiempo o motivo , Consuelito Mendoza amaneció tiritando otra vez bajo las garras de la calentura . Gabriel Montánchez vivía en un piso tercero de la calle Hortaleza , sin otra familia que una vieja sirvienta y un hermoso perrazo negro que agonizaba de viejo y de gordo . La primera juventud de Montánchez fué borrascosa . Cuando cursaba el cuarto año de Medicina se enamoró de una modista vecina suya , y fué correspondido ; su familia , sabiendo que el joven pagaba largamente las mercedes de la muchacha y que la pasión amorosa le quitaba la del estudio , intentó romper el idilio . La escena entre el padre y el hijo fué violentísima y se separaron sin avenirse . Al día siguiente Gabriel corrió al Monte de Piedad a empeñar su reloj , sus sortijas y cuantas alhajas tenía , malbarató sus libros y algunos trajes , pidió dinero a varios amigos de posición holgada , aguzó el ingenio hasta conseguir que un prestamista conocido le facilitase dos mil reales , y con más de cuatrocientos duros en la bolsa , y en compañía de la moza que le había vuelto el juicio , emigró a París : fué un viaje relámpago , salpicado de peripecias interesantes , de escenas imprevistas . Los primeros meses pasados en la ciudad del Sena no fueron malos . Embriagados Montánchez y su coima de amor y de libertad , no miraron al porvenir hasta que su caja de caudales estuvo casi vacía . Entonces recordaron que ninguno de ellos era hijo de millonarios , y alarmados por tan razonable observación procuraron contener a la miseria con su trabajo : ella buscó quehacer en un obrador ; él pidió dinero prestado a un viejo corredor de vinos con quien hubo de intimar en sus días de prosperidad y bonanza , y con aquel dinero y el que pudo allegar dando lecciones de español , pudo continuar evitando la bancarrota definitiva algunos meses más . La situación , no obstante , fué agravándose : la patrona , sospechando que nunca vendría de España aquella letra de dos mil pesetas con que sus huéspedes parecían pretender engatusarla eternamente , empezó a desconfiar ; púsoles mala cara y acabó negándose a mantenerles si no satisfacían su deuda . Ante esta dificultad que las circunstancias hacían insuperable , Gabriel Montánchez procedió con el acierto y resolución que siempre fueron los rasgos sobresalientes de su carácter ; obligó a su querida a ponerse unos sobre otros sus vestidos ; él hizo lo mismo ; y una mañana escaparon dejando a la patrona , por todo recuerdo , una maletilla vieja llena de piedras cuidadosamente envueltas en papeles para que no sonasen unas contra otras . Esta aventura fué como la introducción o prólogo que el Destino maleante quiso poner a los muchísimos enredos en que más tarde el aventurero había de verse preso y trabado . Gabriel y su amiga descendieron los últimos peldaños del moral rebajamiento : la miseria corrompió sus costumbres y su amor ; ella llegó a vivir de la prostitución ; él , cuando la veía regresar a su boardilla despeinada y oliendo a vino , se encogía de hombros despreciativamente , feliz de que nunca le faltase tabaco con que llenar su pipa . Una noche la pobre mujer no volvió : al día siguiente Montánchez supo , por los periódicos , que la habían asesinado en una taberna de los arrabales . No tardó Montánchez en consolarse de aquel descalabro , y al fin , libre de la malhadada pasión que en un momento de fiebre le robó a su familia y a su patria , decidió regresar a Madrid , lo que hubiera hecho si el Destino no hubiese dispuesto el curso de los acontecimientos de muy distinta manera . La esposa de un alemán de quien Montánchez era íntimo amigo , tuvo el imperdonable antojo de enamorarse del joven español a los cuarenta años cumplidos : fué una pasión tardía , pero abnegada y generosa , que proporcionó al antiguo estudiante ganancias pingües . Más tarde la mujer de un sueco , recién venido a París de agregado a la embajada de su país , cautivó el corazón del arriscado mozo , arrastrándole a nuevos azares . En este tercer enredo Montánchez fué menos afortunado . El marido , sospechando la verdad , le desafió , y Gabriel recibió una estocada que puso en gravísimo riesgo su vida . Cuando salió del hospital , como París le inspirase repugnancia invencible , resolvió emigrar sentando plaza en un batallón de zuavos que salía para la guerra de Argel . Al año siguiente , cansado de la vida del campamento y comprendiendo que ni su carácter ni sus antiguas disipaciones le permitían resistir aquellos trabajos , desertó , y merced a un pasaporte falso pudo embarcarse con rumbo a Sicilia . Luego pasó a Italia y en Roma vivió dos años , endulzando con su amor las soledades de una rica viuda genovesa . Más tarde marchó a Grecia , recorrió el Asia Menor y , finalmente , volvió a París , donde conoció a Sandoval , de quien no tardó en ser muy camarada . Aquélla fué para Montánchez una era de paz . Se colocó de traductor en una casa editorial , y los ratos que sus ocupaciones y sus devaneos le dejaban libres , los consagró al estudio de la Medicina . Por aquel entonces las teorías criminalistas de Lombroso y el hipnotismo empezaban a estar en boga ; diariamente hablaban los periódicos y las revistas profesionales de los descubrimientos hechos en un sentido o en otro , y Montánchez , cediendo a ese impulso innato que arrastra a la juventud hacia lo desconocido , aceptó inmediatamente las teorías defendidas por la flamante escuela . Los misterios de la ciencia hipocrática y los nuevos vastísimos horizontes extendidos ante sus ojos , le sedujeron : los trabajos de Charcot , relativos al origen y desarrollo de los padecimientos mentales , le aficionaron al estudio de la psicología fisiológica ; leyó a Wund y a Lotze , oyó las explicaciones de Cullerre y de Luys , concurrió asiduamente a la escuela de Medicina y a los hospitales , y bien pronto figuró entre los alumnos más aventajados : su espíritu , hasta entonces adormecido por los placeres , despertó súbitamente , adquiriendo en pocos meses un copioso caudal de conocimientos . Aquel otoño Sandoval y su amigo regresaron a Madrid , donde Gabriel Montánchez tuvo la desgracia de saber muchas y muy amargas novedades : su padre había muerto poco después de su fuga , y su madre , aniquilada por tantos disgustos , vivía en una calle de las afueras , consagrada a sus recuerdos y a la educación de una sobrina . La reconciliación entre la anciana y el hijo pródigo fué completa y dulcísima ; pero Montánchez , para no tener nada que coartase su fanático amor a la libertad , quiso vivir solo , y no sosegó hasta hallar un cuarto al cual se fué a vivir con una antigua sirvienta de su familia . Una vez establecido , tomó posesión de la parte que le correspondía de la herencia de su padre , que era considerable , y tres años después se graduaba doctor en Medicina ; hecho lo cual compró aparatos de física y química , retortas , alambiques , dialisadores , balanzas de precisión , cajas de reactivos , pilas de Bunsen , una máquina eléctrica de Ramsden y una soberbia biblioteca que importó más de cinco mil duros y en la cual reunió lo más notable que en aquellos últimos años se había publicado relativo a la ciencia de curar . En aquella casa pasaba Gabriel casi todo el día y gran parte de la noche estudiando a sus autores favoritos , sacando notas , escribiendo Memorias , entregado a una labor incesante que ocupaba todas sus horas , y disfrutando una vida anómala , más propia de un monomaníaco que de un hombre cuyos tornillos razonadores estuviesen bien apretados . Asustado de sus antiguas calaveradas y de los años perdidos en torpes aventuras , odiaba al tiempo con todas las fuerzas de su alma , y a tener forma corporal se hubiera batido con él . — Es el único enemigo que me ha hecho temblar — decía . Y le odiaba porque le temía , seguro de que contra la eterna sucesión de las cosas no se puede luchar . Cuando el amor al estudio transformó a Gabriel Montánchez en otro hombre , el antiguo aventurero , parapetado en su gabinete sin más entretenimientos que sus autores y sus recuerdos , echó una ojeada a su alrededor considerando lo que fué , lo que era , lo que podía ser ... Nueve años eran pasados desde que una mujer le robó con el amor de sus padres el aprecio de sí mismo ; aquellos años huyeron veloces y sus deleites podían compendiarse en estas palabras : amar y maldecir del objeto amado para volver a enamorarse de otros ídolos tan falsos como el caído y renegar de ellos también . Evocó aquella dichosa juventud que se cubría bajo un cendal de poéticos encantos según se alejaba , recordó su presente lleno de hastío y las nieves que coronarían los años venideros , y quedó horrorizado ante los progresos del tiempo , ese monstruo que los días hermosos se presenta con cara de risa y los nublados con ceño de demonio , pero a quien siempre recibimos con gusto porque trae cabalgando sobre cada amanecer una nueva esperanza . Gabriel Montánchez , no queriendo envejecer ni morir , soñó con ser inmortal . Para lograrlo propúsose descubrir un elixir , que mantuviese la juventud perpetuamente , de modo que los cabellos no blanqueasen , ni los ojos perdieran su brillo , ni las carnes su tersura , ni el cuerpo se encorvara , ni el corazón dejase de alentar los divinos entusiasmos de la edad primera ; quería , en fin , llegar a los treinta o treinta y cinco años , edad en que el desarrollo ha terminado definitivamente , y no pasar de allí . Y este propósito de substraerse a la muerte , de vivir en el mundo contrariando la más inquebrantable de sus leyes al conservar para sí la vida que la Naturaleza exige a todo lo que nace , era la ambición más grande , el desvarío más original y prodigioso , que ningún espíritu cultivado pudo concebir . Gabriel Montánchez trabajó en su empresa cuanto supo ; revolvió libros , consultó autores , practicó experimentos en animales vivos y compuso multitud de combinaciones químicas sin hallar la bebida que , reuniendo todos los elementos constitutivos de los tejidos orgánicos , tuviese la facultad de eliminar las substancias calizas que los años acumulan sobre los órganos . Al fin se convenció de que el tiempo era más fuerte que él , y ya no pensó más en disputarle aquella vida miserable que se escapaba . Pero el deseo de inmortalidad había logrado preocuparle tan hondamente , que aun después de reconocerse vencido no quiso saber la duración de su suplicio , y para conseguirlo apeló a un procedimiento original . Cerró cuidadosamente las ventanas de sus habitaciones , tapando con burletes y argamasa cuantos intersticios pudieran servir de paso a la luz exterior ; extendió , para mayor seguridad de no ser nunca sorprendido en su refugio por un rayo de sol , grandes cortinajes de damasco sobre las ventanas y encendió magníficas lámparas en todos los cuartos ; de este modo , permaneciendo sumido en una noche perpetua , ignoraba la sucesión de los días . Para realizar más cumplidamente su alejamiento del mundo , vendió todos los relojes , esos chismes fatales que amarran la humana existencia al rítmico girar de sus manecillas ; los almanaques , que cuentan los días , los meses y los años , y cada una de cuyas hojas , al caer , deposita sobre el corazón una gotita de hielo ; los termómetros , que al marcar la temperatura recuerdan indirectamente el nombre de la estación ; los periódicos , que cada veinticuatro horas compendian en sus páginas los ecos todos de la opinión y de la vida , y los espejos , que al reflejar nuestra imagen nos obligan a comparar involuntariamente lo que fuimos y lo que somos ... Y para estar más libre aún , su ama de llaves quedó encargada de recibir al casero y a cuantos importunos pudiesen recordarle que estaba en el mundo y que era esclavo de sus impertinencias . Al principio este nuevo plan de vida no dió los resultados apetecidos , porque el hambre , el sueño y los ruidos que subían de la calle , le recordaban vagamente las horas ; mas poco a poco la realidad mundana fué borrándose , la casa pareció un retiro encantado , los quinqués siempre estaban encendidos , el silencio era casi completo , sobre las habitaciones pesaba una noche eterna . Montánchez vivió así tres meses consecutivos , pasados los cuales vió con satisfacción que no recordaba fijamente ni la hora , ni el día , ni el mes en que vivía . Después empezó a salir a la calle y se hizo socio del casino a que concurría Sandoval , pero procurando siempre mantenerse alejado del movimiento de la vida . Si al salir de su casa encontraba la luz del sol o la de los faroles , o veía casualmente algún reloj , como no sabía ni el día ni el mes en que estaba , aquellas impresiones no le causaban efecto ninguno : cuando tenía que hacer alguna visita , su ama de llaves cuidaba de avisarle de un modo especial , previamente convenido , y de ventilarle bien las habitaciones durante sus ausencias , cerrándolas antes de que él volviese , para que las encontrase según las dejó , y de servirle las comidas a horas estrafalarias y desordenadamente . Merced a estas sapientísimas precauciones , el encanto duraba . La última fecha conservada en la memoria del médico era la del cinco de diciembre , día en que se parapetó en su casa con el propósito firme de renunciar al mundo : a partir de allí , la realidad y la ficción se fundían en inextricable laberinto y , como sus paseos eran poco frecuentes , la ilusión persistió . La única persona que de tarde en tarde le visitaba , era Alfonso Sandoval , su amigo íntimo . Éste procuró arrancarle de la cabeza aquel inútil " odio al tiempo " , hablándole de su próximo enlace con Consuelo Mendoza , recordándole las bellezas del mundo y la posibilidad de matrimoniar con una joven guapa y rica , que le colmase de comodidades y de muchachos . — Hay que cumplir los preceptos divinos — decía Sandoval — , y ya que no estamos en edad de crecer , debemos multiplicarnos para dejar a Dios contento . Montánchez , indiferente , alzábase de hombros . — El mundo — decía — me hizo mucho daño ; no quiero saber de él . Así vivía , retraído , a solas con sus autores y sus ensueños de sabio , luchando , ya que no por la inmortalidad del cuerpo , sí por la del hombre , en aquella mansión fantástica , remedo exacto de la eternidad , rodeado de libros y de objetos inmutables . Este cambio radical de costumbres modeló notablemente los principales rasgos fisonómicos del médico . Tenía los labios finos , la nariz aguileña , la cara cuidadosamente afeitada , conservando aún la fresca gallardía y desenvoltura de sus buenos tiempos de galán , pero sin olvidar la sangre fría y el aplomo propios del hombre de mundo . Pero donde los efectos del trabajo mental se revelaron más poderosamente , fué en su mirada enérgica , fascinante , dotada de una fuerza magnética irresistible : había en ella algo sobrenatural y misterioso que infundía miedo , horizontes inmensos , relampagueos deslumbrantes de genio y de luz . Todas las actividades de su cuerpo estaban concentradas en los ojos : el fuego y las pasiones de la juventud dieron a su mirada la expresión de la audacia y del desprecio ; la ciencia y el estudio , la mansedumbre y la profundidad ; era una mirada fría y dura , dotada de fijeza mortificante , que acariciaba sondeando . Aquellos ojos eran el terror de Consuelito Mendoza ; eran los ojos que tenía el muñeco vestido de tafetán verde de su pesadilla , y los que algunas veces vió en sus horas de ensueño . A su juicio , el poseedor de tales ojos no podía ser bueno . Aquella mañana , Sandoval salió de su casa en busca de Montánchez : caía una lluvia menudita , que el viento pulverizaba . Al cruzar la Puerta del Sol miró el reloj del ministerio de la Gobernación ; eran las ocho . Cambió el paraguas a la mano izquierda y llevóse la derecha a la boca para alentar sobre ella e infundirla calor ; después la guardó en el bolsillo del pantalón apretando mucho los dedos unos contra otros . Al entrar en la calle Montera oyó una voz estentórea que pregonaba : " ¡ Café caliente ! ... " Y vió un grupo de vendedores de periódicos , colilleros , barrenderos y agentes de orden público , reunidos alrededor de un hombrecillo regordete que sacaba un brevaje obscuro y humeante de una no muy limpia cantimplora de hojalata , colocada sobre un braserillo . Aquel cuadro de costumbres madrileñas trajo a Sandoval recuerdos de otros tiempos . Iba caminando maquinalmente hacia la calle de Hortaleza y abarcando los detalles del cuadro . A su lado pasaban algunos obreros de prisa , con la gorra sobre las cejas , la nariz amoratada por el frío , la americanilla abrochada , los brazos cruzados sobre el pecho y las manos bajo los sobacos , para calentárselas con el calor del propio cuerpo ; criadas madrugadoras que iban a la plaza envueltas en densos mantones a cuadros , y grupos de barrenderos que quitaban la nieve de la noche anterior con las mangas de riego y las escobas . Las puertas de los comercios se abrían con estrépito y a ellas salían los horteras , con sus redondas cabezas y sus semblantes inexpresivos , el centímetro alrededor del cuello y las tijeras en el bolsillo ; parados con las piernas abiertas y frotándose sin cesar sus manos cuajadas de sabañones , miraban ufanos a las mujeres transeúntes . Las porteras barrían sus zaguanes , quitando el barro y sacudiendo las paredes , y los visillos de algunas ventanas se corrían descubriendo caras macilentas que aún conservaban en las mejillas las señales de la almohada . Sandoval , agradablemente sorprendido por un espectáculo que , por perezoso y dormilón , veía pocas veces , ambulaba recomponiendo un mundo de memorias . Recordó los años en que su padre le obligaba a ir todas las mañanas a un colegio de primera enseñanza situado en la calle del Pez , esquina a la de Pozas , y donde tenían que habérselas , él y sus condiscípulos , con un cura que les abofeteaba y vejaba sin motivo . A las siete en punto la criada iba a despertarle : ¡ horrible iniquidad ! ... Él procuraba eludir la orden todo lo posible , seducido por el calor del lecho , la semiobscuridad encantadora de la habitación y el ruido de la lluvia ; pero a las siete y cuarto volvían a llamarle y luego a las siete y media ... A las ocho no había salvación ; su padre en persona iba a visitarle armado con un jarro lleno de agua recién sacada de la fuente , amenazándole con echársela por la espalda si no se levantaba en seguida . Después , tras un buen chapuzón , le vestían su trajecito marinero , le daban un pocillo de chocolate y una ensaimada , le ponían su boina , le terciaban a la espalda la cartera de los libros y le echaban a la calle . Y recordó también las noches que aprovechaba estudiando las lecciones de Gramática , de Historia o de Aritmética , del siguiente día ; el repaso que les daba camino del colegio , los cinco céntimos de castañas asadas que siempre compraba al salir de su casa , no sólo por el gusto de comerlas , sino para calentarse con ellas las manos ; el invariable mal humor del presbítero pedagogo , los insultos , los pescozones recibidos , muchas veces injustamente ; y luego las correrías hechas con otros chicos por las orillas del Manzanares , las riñas con las lavanderas , las peleas con los granujillas del barrio de Pozas y de la Moncloa , y la ovación que le tributaron sus compañeros de hazañas una tarde en que luchó y venció a dos pilletes en la Fuente de la Teja . De estas excursiones clandestinas regresaba entre seis y siete de la tarde , y a esa hora se iba por las calles de Fuencarral y Montera muy despacito , parándose embelesado ante los escaparates de las tiendas , con la gorrilla encasquetada , las manos en los bolsillos del pantalón y la bufanda muy levantada alrededor del cuello . Los comercios que más le cautivaban eran los de juguetes y los de cuadros , sobre todo si éstos representaban batallas o cacerías ; y luego , dentro de esos mismos establecimientos , se aficionó a determinados objetos . Había , por ejemplo , en la calle Caballero de Gracia , un cuadro representando una carga de coraceros franceses , que le gustaba apasionadamente ; la cara de los jinetes , la actitud de un oficial herido , la posición de los caballos , los accidentes del terreno , el color del cielo , de todos los detalles se acordaba : este grabado y un teatro de fantoches expuestos en la vidriera de Medel , fueron los dos mayores caprichos de su niñez . Habló de ellos en su casa , y como cuantas diligencias hizo por adquirirlos resultaron inútiles , hubo de resignarse a ver sus dos codiciados juguetes a distancia y a través de un cristal . La tarde en que uno y otro , teatro y cuadro , desaparecieron , fue para él tristísima ; perdió el apetito , la alegría y el color , se le marcaron las ojeras , recibió una azotaina paternal y hubo de tomar una purga . En este detalle , aunque con variantes leves , la niñez de Consuelito Mendoza y de Alfonso , se parecían . Cuando Sandoval llegó a casa del médico , supo que éste se había acostado pocas horas antes , y entonces pasó al despacho a esperar que fuese más tarde . El estudio del médico era un vasto salón con dos balcones a la calle Hortaleza , decorado con magníficos muebles de felpa , color verde musgo . Todos los detalles indicaban que la noche anterior el trabajo se prolongó hasta muy tarde : sobre la mesa había un manojo de cuartillas escritas y varios libros abiertos y con las márgenes plagadas de anotaciones ; el tintero estaba destapado , las plumas diseminadas aquí y allá , el depósito del quinqué casi vacío ; en todo el cuarto se percibía un fuerte olor a petróleo y al carbón quemado en la chimenea . Sandoval empezó a revolver cuartillas y vió que Gabriel se ocupaba en componer una Memoria acerca del medio mejor y más seguro de provocar el sueño hipnótico , y los peligros a que la ineptitud del operador expone a las personas sugestionadas . Los otros manuscritos también trataban asuntos puramente científicos . Entonces cogió un número de la revista " Ambos Mundos " y fué a sentarse junto a la chimenea ; sobre ésta vió una gran cabeza de cartón que explicaba el sistema frenológico de Gall , y el cráneo de un mono metido en una urna . Aparte de un magnífico cuadro al óleo que representaba a Cleopatra probando el poder de sus venenos en sus esclavas , las paredes estaban adornadas por cuadros anatómicos : uno de ellos figuraba un esqueleto en actitud de correr ; otro , los lóbulos del cerebro ; los demás un hombre de espaldas y sin epidermis , enseñando el complicado mecanismo de los músculos dorsales ; y otro de frente , con el pecho y el abdomen abiertos , y mostrando los órganos interiores ; bronquios , pulmones , diafragma , estómago , intestinos ; aquella figura , que presentaba la cabeza vuelta hacia un lado para descubrir mejor las venas y tendones del cuello , parecía exhalar un olor nauseabundo y tenía una expresión tan grande de dolor , que inspiraba asco y miedo . En un ángulo había un esqueleto verdadero y un armario abastado de órganos de cartón ; brazos , piernas y caderas que parecían manar sangre , y multitud de caras contraídas por muecas horribles . Cansado de estar solo , Alfonso decidió despertar a su amigo , y allanó el gabinete que Montánchez había convertido en laboratorio ; allí estaban las pilas de Volta , la máquina de Ramsden , metida en su funda de tela gris , un sillón-cama para operaciones y reconocimientos obstétricos , y buen número de vasijas de vidrio , frascos y tubos de reactivos colocados en hilera a lo largo de la pared ; una marmita de Papín , dos alambiques , varias retortas , barómetros , higrómetros y un estantito lleno de minerales , cada uno en su cajita de cartón y con su etiqueta correspondiente . Sandoval , sin fijarse en aquellos objetos , asomó la cabeza bajo los cortinajes . Al fondo , tendido sobre una amplia cama de hierro , dormía Montánchez : su rostro , habitualmente pálido , aparecía más delgado y largo que de costumbre , y las arrugas de las mejillas daban a su fisonomía la cansada expresión de los Cristos yacentes . Alfonso se acercó al lecho y exclamó alegremente cogiéndole la mano que tenía al descubierto : — ¡ Despierta , hombre ilustre , que la ciencia y la amistad te reclaman ! Montánchez se estremeció ligeramente y entreabrió sus ojos serenos y tranquilos . — ¡ Cuánto he trabajado ! — murmuró . Sentado al borde de la cama , Sandoval expuso compendiosamente y sin preámbulos el objeto de su visita : Consuelo estaba peor , de día en día sus males se agravaban , a ratos sus nervios se exacerbaban de tal modo , que había serios motivos para temer por la salud de su razón . Gabriel se había quedado muy serio y oía atentamente . — ¿ Ha sufrido en estos últimos meses alguna crisis violenta ? — preguntó . Sandoval comenzó a referir cuantos detalles recordaba que podían contribuir a esclarecer la índole de la enfermedad . Describió la niñez de Consuelo , el susto a que aquellos padecimientos parecían referirse , las ocupaciones a que se entregaba , su afición a la lectura y al teatro , sus ensueños y sus extravagantes supersticiones . Cuando refirió el ahinco que la joven puso en ser azotada , Montánchez no pudo abstenerse de sonreír . — Todo eso — comentó — es muy serio y muy interesante , y acusa los gérmenes de un grave desarreglo mental cuyos progresos debemos corregir antes que echen nuevas y más robustas raíces . La gran dificultad que ofrecen estas enfermedades es que ninguna de ellas presenta rasgos característicos constantes , sino que en su misma naturaleza va envuelta la vaguedad y multiplicidad de formas ; lo inestable , lo anómalo , lo que está fuera del curso natural de las cosas , es lo único que hay en ellas de permanente . En estos casos los pobres médicos caminamos sin luz , expuestos a caer a cada paso , de misterio en misterio , y es evidente que el diagnóstico de la enfermedad no puede hacerse en tanto no haya una base segura de dónde partir . Sandoval agregó nuevos pormenores . — Todos son datos que merecen tenerse en cuenta — dijo Montánchez — , pues aun cuando considerados aisladamente valgan poco , su conjunto constituye la historia de una enfermedad . Consuelo es una desequilibrada ; su cerebro nació defectuoso o ha sufrido una alteración por efecto del susto de que antes hablabas , y los síntomas de ese desequilibrio son los que necesito conocer para remontarme por derechos caminos al origen o matriz de la enfermedad . Alfonso continuó narrando minuciosamente la vida íntima de su hogar , no omitiendo ninguna particularidad , ni aun las más secretas y calladas , con la confianza ciega del que habla delante del médico y del amigo . Montánchez le escuchaba , murmurando como si dialogase consigo mismo : — ¡ Es extraño todo eso ! ... Y añadió : — ¿ Sabes si tiene alguna manía constante ? — Manías tiene muchísimas , pero permanente creo que ninguna . — ¿ No sorprendiste en ella alguno de esos extravismos del gusto que impulsan a ciertos enfermos a comer pedacitos de barro o granos de café ? ... ¿ O si muestra deseo o aversión inmotivada hacia determinados objetos o personas ? Sandoval vaciló . — Hasta hoy nada he notado , pero en lo sucesivo me fijaré ... Aunque ahora se me ocurre una idea que confiaré sin rebozo , porque a ti poco debe importarte . Consuelo no te quiere . — ¿ No me quiere ? ... ¿ Cómo lo sabes ? — Ella misma me lo ha dicho ; no sólo no te quiere , sino que te aborrece con ese ardor salvaje que pone en sus menores afectos . — Pues no lo entiendo . — Y lo entenderás menos sabiendo que ella me confesó muchas veces que eres guapo y que tienes buen trato y mucho talento ; pues a pesar de comprender tus excelencias , sigue odiándote . — He ahí un mal precedente para que yo pueda curarla con fortuna — dijo Gabriel — , porque empezará a mostrarse rebelde a mis tratamientos , y el enfermo que aborrece a su médico es como el chico que detesta a su maestro , que no aprenderá nunca lo que éste pretenda enseñarle . Tu revelación me contraría mucho ; no por mí , sino por ella , pues tratándose de enfermedades nerviosas en las cuales las impresiones lo pueden todo , los peligros de la antipatía se multiplican en un cincuenta por ciento . — No importa — repuso Sandoval levantándose — , quiero que la veas antes que ningún otro médico ; ahora te dejo para volver a casa , donde te espero a las ... — Calla — interrumpió Montánchez — , ya sabes que los relojes y yo no nos entendemos ; explícaselo a mi ama de llaves y ella cuidará de llamarme . — ¿ Seguramente ? — Seguramente . Alfonso salió , corriendo los cortinones que separaban la alcoba del gabinete ; y Montánchez quedó sumido en esa semiobscuridad aliada poderosa del sueño ; luego encendió un cigarrillo y se puso a fumar sosegadamente mirando al techo . El humo producía en su cerebro , según las circunstancias , dos efectos contrarios ; unas veces le excitaba , otras le adormecía ; pero entonces el silencio y aquella atmósfera cargada de olor a tabaco , consiguieron emborracharle , las ideas perdieron su lucidez y la realidad desapareció lentamente bajo gasas impalpables . Montánchez tiró el cigarro a medio apurar . — ¿ Por qué me odiará esa mujer ? ... — dijo . Y se quedó profundamente dormido . Cuando Sandoval llegó a su casa encontró a Consuelo desayunándose . — Hola , flor de la maravilla — exclamó — , ¿ ya te levantaste a dar guerra ? — ¿ Dónde has ido ? — A la calle . — Necesito saber a qué sitio . — Aquí estamos perfectamente — dijo Alfonso acercando una butaca a la chimenea recién encendida — ; fuera hace un frío inaguantable . — ¡ Concho ! ... ¿ Quieres responder a lo que pregunto ? ... Estoy hablándote . — ¿ Me convidas a chocolate ? — Vaya usted a paseo . — Dame , una sopita siquiera , tragaldabas . — Hasta que no digas lo que has hecho , no te miro a la cara , eso mismo ... ni te dejo catar el chocolate . — ¡ Ah ! pues , tienes razón ... ¡ Pícara cabeza la mía ! ... He visto a Gabriel . — ¿ A ese albéitar indecoroso ? — Al mismo ; y no ponga usted esa carita porque no hay motivos para tanto . — ¡ Lástima de albarda ! — Sí , señora doña Consuelito Mendoza ; fuí a eso ; a decirle que te riña y te meta en cintura . — ¡ Pues que se ande con tiento ! — ¿ Qué ibas a hacerle ? — ¡ Reventarle , concho ! ... Mira ... si entrase ahora , le tiraba el pocillo a la cabeza . Yo no quiero ver más a ese tío , eso es ; porque ese hombre es un tío y quiera Dios que alguna vez no andes a trastazos con ese amigote de los infiernos . — Ya no hay remedio , princesa ; Montánchez vendrá dentro de algunas horas a tomarte el pulso y a mirarte la lengua ; le he referido nuestra vida íntima sin omitir un detalle , ¿ entiendes ? ni uno solo ... y el muy pillo se ha reído bastante . — ¡ Asqueroso ! Alfonso se acercó a ella y quiso darle un beso ; ella se defendió ; al fin , las dulces paces quedaron hechas . Entonces Consuelo se levantó muy solícita , le trajo una zapatillas para que se quitara el calzado húmedo y se abrigase bien los pies , y obligóle a vestirse una dulleta con cuello y bocamanga de pieles ; luego , por tenerle más cerca , le hizo sentar a su lado , en una banqueta . — Ponte aquí — dijo . Él obedeció , quedándose con las piernas extendidas casi horizontalmente , el cuerpo entre las rodillas de la joven y la cabeza caída sobre sus faldas . Viéndole en tal posición , Consuelo , presa de un violento acceso de ternura , empezó a despeinarle suavemente , besándole . — ¡ Qué guapo eres ! — decía — . ¡ Qué bien estás así ! ... No hay quien tenga tus cejas , ni tus ojos , ni tus pestañas , ni una nariz como la tuya ... Ese Apolo de que hablan los libros no valía lo que este mechón que tienes sobre la frente . ¡ Concho , si la señora Venus te hubiese cogido por su vereda , buenos ratos hubiera pasado contigo , diosa y todo ! ... Así te quiero yo , por supuesto , que estoy lela en cuanto te veo y no vivo si no es pensando en ti . ¿ Y tú , también me quieres mucho , verdad ? ... ¿ Y andarás siempre conmigo y no te juntarás con nadie , eh ? ... ¿ Verdad que no ? ... Bueno , ¡ concho , contesta pronto , ya me había asustado ! ... Parece que fué ayer cuando nos casamos . Entonces te quería mucho , muchísimo , ¡ ya lo creo ! como que pasaba las noches leyendo tus cartas a hurtadillas de mi padre ; pero ahora te amo más y con mayor tranquilidad , porque eres mío , mío sólo . ¡ Uy ! ... esto de poder llamarte Alfonso mío , maridito mío , delante de todo el mundo , me llena la boca y el corazón . ¡ Quia ! tú no sabes lo que te quiero ; vosotros , los hombres , por muy apasionados que seáis , siempre tenéis en el pecho un pedacito de corcho . Y añadió : — ¡ Quién te quiere a ti ! Sandoval , que ya sabía la forma de este interrogatorio , repuso : — Mi burra . — ¿ Tu burra chiquinina ? ... — Ella solita . — ¿ Y tú , a quién quieres ? — A ti y a dos niñas que tengo en los ojos y son tan guapas y tan monísimas como tú . — Pues yo a ti y a los Alfonsitos de mis pupilas . Dios mío , ¿ por qué no tendré muchas bocas para besarte al mismo tiempo en muchos sitios ? Y esta pasión que por ti siento es contagiosa , pues la extiendo a los objetos de tu propiedad ; y así quiero más a tus trajes viejos que a los recién traídos de la sastrería , con los cuales aún no tengo confianza . ¡ Esto sí que es querer ! ... Tengo celos de tu camisa , de tu chaleco , de tu corbata , de todo , concho , lo que llevas encima ; ninguno de esos chismes se separa de ti , te acompañan a todas partes , corretean las calles contigo , van al casino ... ¡ Quién fuera petaca o botón de camisa para custodiarte y fisgarlo todo ! ... Hay el inconveniente de que cuando una elástica se rompe se tira , pero no importa ... Yo cambiaría treinta años de vida por cinco , con tal de pasar éstos pegadita a tu cuerpo como una pieza de punto ... Volvió a besarle los ojos y la boca . — ¡ No hay en el mundo nadie como tú ; nadie , nadie ! ... Sandoval se dejaba mimar , sonriendo y sin devolver aquel diluvio de caricias . — Oye , Alfonsito — dijo de pronto la joven — , ¿ quieres referirme un cuento ? — ¡ Un cuento ! — exclamó él aterrado — . ¡ Para romances tengo la cabeza ! ... — ¿ Entonces , lo cuento yo ? Y eso que , según vosotros , la mía está medio descompuesta . — ¡ Bravo , me parece muy requetebién ! ¡ Desembucha ! — Te advierto que es largo . — No importa ; aunque tenga más rabo que el diablo , lo oiré con gusto . — Bueno , verás qué bonito es ... pero no vayas a reírte , porque entonces no lo concluyo y te dejo con las ganas de saber el desenlace . — Espera a que encienda este cigarrillo . Sandoval se acordaba en tales momentos de la vida en Persia y Arabia , porque , a pesar de la estación y de la capa de nieve que cubría las calles , había en aquel cuadro algo orientalesco , que hacía soñar con las solitarias palmeras del desierto y los harenes musulmanes . — Pues , señor — empezó Consuelo — , una mañana supo el gallo Pinto que su amigo Periquito se casaba y quiso ir a la boda : para ello se lavó de patas a cresta , se arregló las plumas y salió al campo ; en la misma puerta del corral encontró un cajón muy grande , lleno de trigo . — Concho — pensó el gallo — ; si como trigo se me ensuciará el pico y los que me vean comprenderán que soy un tragón y se reirán de mí . Pero pudo más el hambre que sus escrúpulos , y picotazo va , picotazo viene , dejó la caja sin un solo granito , pensando que ya tendría ocasión favorable de limpiarse el pico por el camino . Conque siguió andando , hasta que vió una malva y dijo : — Malva , limpia el pico del gallo Pinto para ir a la boda de Periquito . Y la malva no quiso . Entonces continuó caminando muy triste , y a poco rato encontró un borrego y le dijo : — Borrego , cómete la malva que no quiso limpiar el pico del gallo Pinto para ir a la boda de Periquito . Y tampoco quiso . Prosiguió su camino , y al ver un lobo le dijo : — Lobo , muerde al borrego que se negó a comer la malva que no quiso limpiar el pico del gallo Pinto para ir a la boda de Periquito . Y tampoco quiso ... Y por este estilo continuó hilvanando una retahila de nombres : sucesivamente el gallo , héroe de tan conmovedora narración , fué encontrando un perro , un palo , un haz de leña ardiendo , un río y un burro , y a cada nuevo tropiezo volvía a repetir todo el rosario de palabras que precedían , lo cual causaba efectos soporíferos decisivos . Era una historia infantil que aprendió siendo niña , cuando iba al colegio , y que frecuentemente se complacía en recordar para distraer a su marido . Alfonso cerró los ojos , dando muestras evidentes de cuán poco le importaba saber lo que le acaeció al gallo del cuento en su accidentada peregrinación . Cuando Consuelo acabó de hablar , él parecía dormir ; ella contemplóle en silencio , después le rodeó la cabeza con sus brazos y empezó a apretársela contra el pecho , mientras le prodigaba cariñosos epítetos ; pasado este segundo arrebato de ternura , abrió los brazos separándose para mejor ver al amado , que continuaba con los ojos herméticos : la joven lanzó un grito y Sandoval se incorporó sobresaltado . — ¿ Qué sucede , mujer ? — dijo — . Me has dejado sin sangre en el cuerpo . — ¡ Jesús , concho — repuso ella lloriqueando — , qué susto tan grande ! Como te di un abrazo tan largo y tan fuerte ... Pensé haberte ahogado . La miró sonriendo , pero se convenció de que hablaba formalmente , porque estaba pálida y con las manos frías . Por la tarde , a la hora de costumbre , Sandoval cogió el gabán y el sombrero para salir , y ella , contra lo que en semejantes ocasiones sucedía , no opuso la menor resistencia : acompañóle hasta la puerta de la escalera , puso la frente para recibir el beso de despedida , y retiróse al gabinete después de dar orden a su doncella de no recibir a nadie . Aquellas horas de soledad y recogimiento eran su delicia , pues podía discutir consigo misma los mil proyectos que bullían en su cabeza , y fantasear a su antojo . Allí nadie la forzaba a seguir ésta o la otra conversación , podía discurrir libremente , sin aguardar a que su interlocutor hablase para responder ella , ni que observar cierto comedimiento en las palabras : allí no había estorbos ; estaba sola , entregada a su albedrío , con un mundo de quimeras por delante . La soñadora se fastidiaba porque ni sabía seguir con paciencia el lento curso de los acontecimientos naturales , ni podía doblegar el mundo a sus caprichos . Sabiendo que esta imposibilidad duraría lo que su vida , hizo lo que los filósofos idealistas : fabricar un mundo arbitrario para refugiarse dentro de él cuando lo estimara conveniente y vivir feliz . Consuelito Mendoza quedó largo rato sin pensamientos , perdido el magín en un vacío infinito , la cabeza inclinada sobre el pecho y los ojos cerrados : después levantó la frente y sus miradas se fijaron en el espejo situado sobre la chimenea , fronterizo al sofá . Allí , dentro de la luna , había otra muchacha , otra Consuelo envuelta , como ella , en un mantón negro , y como ella peinada con los cabellos sobre la frente . — Ésa soy yo — dijo la joven — ; porque es indudable que lo que ahí veo es mi propia imagen . Agitó un brazo en el aire cerciorándose de que su sombra lo haría también , y pareció quedar más tranquila . — Estas cosas tan raras que me suceden — murmuró — , no sé si atribuirlas a que estoy medio chiflada , como dice Alfonso , o a que tengo mucho talento . A ratos creo que no vivo y que cuanto siento y pienso es pura invención mía , como le pasaba al famoso personaje de Calderón . Voy por la calle y me pregunto : ¿ Andaré yo como las demás personas , vestiré lo mismo , no habrá sobre mi cuerpo nada estrafalario que haga volver la cabeza ? ... ¡ Quién se viera por detrás ! ... Si pudiese hacer lo que San Cristóbal , que cogió su propia cabeza después de cortada ... Si yo me encontrase a mí misma en la calle , ¿ me reconocería ? ... Seguramente , porque cuando me observo en un espejo sé que la figura aquella es otra yo . A veces pienso que mis palabras carecen de significado , que nadie me entiende y hasta que mis labios se mueven sin formular ningún sonido comprensible . ¿ Qué es una sílaba , qué es una palabra , qué es un idioma ? ... No acabo de entender por qué todos los hombres se mueven de la misma manera , aplican a cada objeto un nombre particular y argumentan de idéntico modo . Necesariamente esto se debe a algún convenio que celebraron nuestros abuelos , los cuales acordaron llamar sombrero a la prenda de vestir que se pone en la cabeza , y zapato a la destinada a abrigar los pies , y hombres ... a los hombres , vamos ... y mujeres , a nosotras . Tampoco comprendo por qué los franceses hablan de diferente modo que los rusos , y los españoles que los chinos . A mí me enseñan una carta geográfica y me dicen : este pedacito pintado de amarillo , es España ; y este otro muy largo y del mismo color , que parece una bota de montar , Italia ; el encarnado , Francia y el verdoso , Dinamarca . ¡ Concho ! Pues yo pregunto : ¿ Por qué los de aquí no hablarán como los de allá , y éstos tienen su bandera y aquéllos la suya , y los unos se llaman austriacos y los otros ingleses ? ... Todo en el mundo es convencional ; por eso a ratos dudo de mí y creo que la suerte me hizo diferente de los demás , y que parezco a los ojos de los que me rodean un bicho raro . Y el carácter ... ¿ qué será eso ? ... Siempre que se habla de una persona dicen que es de este modo o del otro , que tiene bueno o mal carácter ... De modo que el carácter es el humor o genio de cada quisque ; esto es claro . Pero , ¿ qué carácter es el mío ? ¿ En qué grupo debo clasificarlo ? ... ¡ Concho , qué pena tan grande ... si creo que no tengo ninguno ! ... Yo desearía ser algo , poseer algo exclusivamente mío : hay mujeres frías , chismosas , indiferentes , alegres , apasionadas ... y yo no siento ninguna de estas tendencias ; no tengo amor patrio , ni fe religiosa , ni entusiasmo por nada ; lo podré aparentar , pero , en el fondo , no es cierto , lo sé perfectamente . Es decir , según y cómo ; apasionada sí soy , ¡ qué concho ! ... no me lo vaya a quitar todo ahora , porque lo que es a Alfonsito le quiero con delirio ; pero en cuanto a sentir entusiasmo por mis semejantes ... que no puede ser , vaya ... Quedó silenciosa , contemplándose en el espejo con religioso arrobamiento , examinando su fisonomía con el prolijo cuidado del naturalista que escudriña los órganos de un insecto a través de los cristales de un microscopio . Primero reparó en su frente , un poco pequeña , orlada de cabellos ondulantes ; luego en sus grandes ojos adormecidos entonces por la pereza ; en su boca de labios finos , en sus mejillas un poco pálidas , en la parte superior de su busto redondo y esbelto ... — Soy guapa — dijo — ; lo reconozco aunque tengo el buen juicio de juzgarme sin apasionamiento : además , lo que dicen por ahí y los delirios que le inspiro a mi maridito , lo confirman . ¡ Lástima que no tenga la boca un poco más chica , concho ! ... ¿ En qué estarían pensando mi madre y padre ? ... Así , en esta posición , estaré el día en que me muera . No ... así mejor , con la cabeza caída sobre el hombro y las manos cruzadas ... ¡ Uy , si ahora me quedase muerta , valiente susto iban a pasar los que fuesen entrando ! ¿ Qué haría Alfonso ? ... Probablemente echaría unas cuantas lágrimas de cocodrilo o de viudo joven , que es lo mismo ; muy pocas , las indispensables para parecer bien ... y luego se consolaría con otra . ¡ Concho , si eso fuese verdad , resucitaba , y después de reventarle me volvería a morir tranquila ! ... Tendióse en el sofá y cerró los ojos , quedando con las manos cruzadas sobre el pecho . Insensiblemente experimentó en todo el cuerpo una extraña sensación de flojedad , una laxitud invencible y creciente , cual si algún mecánico desconocido fuese aflojándola uno tras otro los resortes y tornillos de su ser ; los órganos se independizaban poco a poco de la voluntad , los nervios se negaban a transmitir impresiones y la actividad cerebral decrecía paulatinamente según aquel agotamiento psíquico iba invadiendo las celdillas donde el pensamiento elabora sus maravillosas pulsaciones . Consuelo sentía que su yo se desdoblaba en dos personalidades o entidades distintas ; una material , de carne y hueso , que permanecía tendida en el sofá ; y otra aérea , vaporosa como un jirón de neblina , que flotaba en el aire yendo de un lado a otro cual si quisiera escapar por algún intersticio de las paredes o del techo , y que sólo se hallaba unida a la primera por un hilo sutilísimo . — Estoy medio muerta — pensó la joven — ; concho , lo que siento es haberlo procurado tan bien , porque voy a morirme de verdad ... y eso , francamente , me haría poquísima gracia . Me parece que dentro de mi cuerpo se ha roto algo y que por el agujerillo se escapa el alma sin pedirme consejo ... ¡ Eh , señora ! ... ¿ Dónde se camina tan diligente ? ... Ahora la veo flotar ; sí ... es ella ; concho , ¡ qué delgadita y qué blanca es ! ... y está prendida a mí por un rabo fino y muy largo ... como esas tenias que exhiben los boticarios , metidas en tubos de cristal . ¡ Qué lástima ! Si tuviese aquí una de esas redecillas con que los naturalistas salen al campo a cazar mariposas , la atrapaba . ¡ Ay , Virgen de la Soledad , Cristo de la Misericordia , qué miedo tengo ! ... Si esa lombriz se rompe , mi alma se escapa y quedo más muerta que mi abuela ... Cuidado si soy burra ; ¿ quién me mandaría abrir la boca para que el espíritu se escapara ? ... Vamos , eso de morirse sin motivo no tiene sentido común . Bien ; ahora la cuestión se arregla , y el alma , comprendiendo que fuera hace demasiado frío , vuelve a refugiarse dentro de mí : perfectamente , porque así , estando yo cierta de no correr ningún peligro , representaré mejor y con más tranquilidad mi papel de difunta ... Ya me han metido en el ataúd ; el maldito , por lo duro , parece de piedra : ¡ bien se conoce que los colchones de muelles no se hacen para los muertos ! Tengo las manos y los pies helados , circunstancia que ayuda mucho a encubrir mi superchería ; ¡ qué frío ! Por ahí debe de haber alguna puerta abierta ... Ya siento ruido de gente que se acerca y oigo voces , pero no puedo conocer quiénes son . Están dándome tentaciones de abrir un ojo un poquitín para ver lo que sucede ; estoy segura de que todos los asistentes vienen vestidos de negro , con unas caras muy compungidas y hasta pálidos , porque hay personas que tienen , como los camaleones , la capacidad de cambiar de color ; pero por dentro están perfectamente , deseando salir a la calle para charlar y reír a sus anchas ... ¡ Qué diablo ! Voy a mirar ; para eso me he muerto , para enterarme de lo que harán conmigo el día en que la cuestión vaya de veras . Ea , vamos allá ; ¡ uf , cuánta gente y qué serios están todos ! ... Allí está Alfonso ; ¡ oh , granuja ! ¿ Pues no está fumando y riéndose con aquel tipo de patillas rubias como si nada grave le hubiera sucedido ? ¿ Y quién será ese mamarracho ? Me revienta ; los rubios no deben asistir a los entierros . En ese grupo de hombres y mujeres sólo trato a dos o tres ... y ellas no son feas ... y miran a mi marido de una manera ... Lo que me molesta mucho a los ojos es la luz de los cirios ... y éste que tengo junto a mi cabeza está derritiéndose , y como me caiga una gota de cera en la cara voy a freírme . Esa maldita puertecita que dejaron abierta tiene la culpa ; si me quemo no podré contenerme y daré un grito . ¡ Puf ! ... ¿ No lo dije ? ya está aquí , en la frente ha sido ; menos mal que no he chillado . ¡ Concho , aquí están los de la funeraria ! ¡ Qué pantorrillas tan delgadas tienen ! ... Y me bajan sin acordarse de cerrar la caja ... me agarraré , porque , si no , estos bárbaros me matan sin remisión . Me llevan por unos pasillos muy anchos atestados de gente que mira con estúpida curiosidad ; no conozco a nadie : atravieso la antesala , en pies ajenos , se entiende , y empiezo a bajar la escalera . Lo dicho ; esta bromita me cuesta un riñón ; en un recodo he visto una anciana llorando , conmovida ; ¡ pobrecita , si supiera que todo esto es una farsa ! ... Eh , ¿ qué es eso ? ... Siento un ruido extraño de pasos que se acercan ; los de la funeraria no se mueven y mi ataúd ha quedado en el suelo ; tengo mucho frío y mucho miedo , y no me atrevo a abrir los ojos ... Dios mío , ¿ qué ocurrirá ? ... ¡ Ay ! Pretendo incorporarme y no puedo ; siento una opresión en el pecho que no me deja respirar y me duele el corazón . ¡ Aaa ... aaa ! ... este nudo que tengo en la garganta me ahoga ... No puedo desunir las manos ... las manos cruzadas y ... ¡ aaa ... aaa ! ... Un hombre se acerca muy de prisa , oigo sus pisadas , ya está aquí ; me toca , me sacude por un brazo , me acaricia ... ¡ No puedo moverme ni gritar ! ... Me toca el cuerpo con sus manos ardientes , ¡ qué horror , va a besarme ! ... Tiene su boca junto a la mía , su aliento roza mi cara ... ¿ Quién es ? ... No sé , no lo veo ... pero le presiento , le adivino y me infunde mucho miedo ... Ya le reconozco ; esa mirada ... esos ojos me aterrorizan y me atraviesan de parte a parte como cuchillos ; son los de Montánchez , es él ... ¡ Soo ... socoo ... rrooó ! ... Sí ... si ya le dije a usted las otras noches en el palco que no podía ser ... que no po ... po ... día ... La joven perdió la conciencia de su ensueño y empezó a luchar defendiéndose de aquella agresión imaginaria , hasta que su mano derecha tropezó violentamente contra la pared : el dolor físico la despertó . Era ya tarde : incorporóse en el sofá , y al tenue reflejo de los faroles de la calle vió su imagen dibujarse confusamente sobre el cristal del espejo como una mancha negra . En el silencio , el timbre de la puerta de la calle vibró largamente . Eran Sandoval y Gabriel Montánchez . La joven murmuró : — Os había presentido . — ¿ Estabas soñando ? — preguntó Alfonso . — Sí . Luego agregó , mirando al médico de soslayo y torvamente : — Esto parece una maldición . Le encuentro a usted en todas mis pesadillas ... El quinqué que Sandoval acababa de encender esparcía por la habitación una suave luz verdosa que realzaba las diversas expresiones de aquellos tres semblantes . Sentada entre los dos hombres , Consuelo miraba al médico con ojos muy abiertos y una expresión parecida a la de esos muchachos revoltosos que , para persuadir al maestro de que se fijan mucho en la explicación , le miran sin pestañeos . Sandoval la contemplaba ansiosamente , queriendo adivinar sus palabras antes de oírlas ; y Montánchez permanecía frío , siempre encerrado en sí mismo , midiendo el alcance de sus preguntas y aquilatando el valor de las respuestas , con los codos apoyados en los brazos del sillón y las manos cruzadas sobre el pecho , atento a las últimas particularidades . — ¿ Cómo se encuentra usted ahora ? — dijo . Consuelito Mendoza se palpó el cuerpo como si se tratara de algún dolor físico . — Ahora , bien — repuso . — ¿ No sufre nada ? — Nada , no , señor , absolutamente nada ; y es raro ... pues hace un momento me quedé dormida aquí y desperté con mucho dolor de cabeza y mal sabor de boca . Montánchez inició un hábil interrogatorio . Iba enumerando uno a uno los síntomas de la enfermedad que , según su criterio , padecía la joven , y después la preguntaba minuciosamente acerca de ellos . Su trabajo fué prolijo como el del juez que procura poner al reo en contradicción consigo mismo : hablaba repetidamente y de diverso modo de los mismos temas , unas veces preguntando y otras afirmando rotundamente , y en tanto que sus palabras y sus argumentos de médico experto obtenían confesiones de la enferma , sus ojos sagaces escudriñaban el semblante de Consuelo con tenacidad infatigable . La empresa , sin embargo , era difícil : las respuestas de la joven carecían de fijeza . — ¿ Suele usted sufrir mareos al levantarse de la cama o de la mesa ? — No , señor . — Repase bien su memoria : probablemente los ha experimentado usted más de una vez y más de dos ; ¿ qué digo ? ... lo aseguro , estoy persuadido de ello ; no lo niegue , porque es un síntoma muy característico . Consuelo tardó bastante en contestar ; quería complacer al médico demostrando que meditaba sus respuestas , pero en aquellos momentos la indócil imaginación vagaba muy lejos de allí . A pesar suyo no podía fijarse en nada : la distraían los semblantes de Sandoval y de su amigo , las arrugas de los cortinajes de la alcoba , la forma puntiaguda de la llama del quinqué , el sempiterno tic-tac del reloj ... Aquellas nimiedades ejercían sobre su espíritu atracción invencible ; no podía desecharlas , ni mirar a otro sitio , ni proponerse otro asunto ; era una manía , una obsesión de loca ; y cuando respondía procuraba hacerlo , no con arreglo a su criterio , pues en circunstancias tales carecía de voluntad y de pensamientos , sino del modo que más satisficiese a Montánchez . Éste llegó a comprenderlo . — Es imposible entenderse con usted — dijo severo — ; siempre contesta usted lo primero que se la ocurre y esa falta de sindéresis reporta dos males gravísimos : el de confundirme y el de engañarse a sí propia . Diga usted lo que sienta y no lo que yo quiero oírla decir , pues yo no quiero nada : vine a que usted me esclarezca respecto de un asunto para mí desconocido , y si por pereza , indiferencia o volubilidad de carácter , me lo oculta o desfigura , las consecuencias podrían ser fatales para usted . El semblante de Consuelito Mendoza reflejó vergüenza y arrepentimiento , y el esfuerzo brioso que sobre sí misma hacía para gobernar su atención . Pero su buena voluntad no tardó en decaer y sus ideas empezaron de nuevo a confundirse : el mundo de lo soñado volvió a surgir ante sus ojos ; su imaginación , harta de seguir paso a paso aquel interrogatorio odioso , atropelló todas las conveniencias . Miraba al médico sin verle , o sin poder apreciar , cuando menos , los rasgos de su cara ; le oía sin comprender claramente sus palabras y replicaba con la vaguedad del alumno que responde sin conciencia de lo que dice y movida sólo por la idea de complacer a su marido y a Montánchez , y de que la dejasen sola . En tal ocasión experimentaba con redoblada fuerza el indefinible malestar que sufría siempre que la examinaban con fijeza , pues los ojos del médico la sugestionaban . Al principio de la entrevista pudo mirarle con timidez , luego empezó a desconcertarse y una profunda turbación invadió su espíritu ; sus ideas se nublaron y acabó por no atreverse a levantar la vista del suelo ; a continuación sintió miedo y ese frío íntimo y penetrante de la calentura ; los ojos del médico la hormigueaban en las entrañas . De pronto , rompiendo aquel exótico embrollo de impresiones y de recuerdos , surgió una idea que murió casi al mismo tiempo de nacer , iluminando el obscuro abismo de la conciencia con una luz tenuísima de fuego fatuo ; pero aquella imagen reapareció más tarde , y entonces sus contornos fueron mejor definidos . Era algo soñado que pretendía armonizarse con la realidad ; un recuerdo , una figura misteriosa , un jirón de gasa o de niebla cuyos vagos perfiles iban acentuándose . En aquella forma incorpórea , Consuelo veía los rasgos de una persona que en otra ocasión la impresionara fuertemente , pero que entonces no recordaba bien ... — ¿ Sueña usted mucho ? — inquirió Montánchez . — Sí ; casi todas las noches . — ¿ Y se refieren sus pesadillas a asuntos determinados ? ... — No , señor ... es decir , no recuerdo ... — Insisto en ello — advirtió el médico — , porque el estudio de los sueños es interesantísimo , no desde el punto de vista profético , como afirmaban los antiguos y como aparentan creer las gitanas , sino por hallarse ligados a muchas enfermedades nerviosas ; y tan cierto es esto , que algunas afecciones cardíacas o espinales , van siempre unidas a determinados ensueños . — Pues mis pesadillas varían mucho — contestó Consuelo — , pero generalmente se refieren a lo que me ha impresionado durante el día . — ¿ Y en ellas no vió usted nunca unos objetos muy grandes y otros muy pequeños ? — No , señor , aunque ... espere usted ... ¡ Ah , sí ! ... he tenido un delirio horrible , que no puedo olvidar ... — Uno de los fantasmas que más activamente intervienen en las dislocadas imaginaciones de mi mujercita — observó Sandoval — , eres tú . — ¡ Yo ! — repuso el médico sorprendido . — Sí ; noches atrás , cuando la desperté , me dijo que querías representar con ella no sé qué ópera o qué belenes ... Estas palabras fueron para Consuelo una revelación ; se acordó de las quimeras que tanto la atormentaban , de aquellos brazos inconmensurables , largos y negros como alambres quemados , que una tarde soñó se extendían tras ella para sujetarla ; de la reunión de espíritus celebrada por un gnomo en un antepalco del teatro Real , y de aquel horripilante monigote de estuco vestido con traje de tafetán verde , que al abrazarla se convirtió repentinamente en Gabriel Montánchez ... Al recomponer este último detalle de su pesadilla , la imagen incolora que momentos antes surgiera en su cerebro , reapareció en toda su fuerza , y la vida ficticia de sus noches y la realidad se dieron la mano . El hombre que tenía delante era el mismo con quien tantas veces soñó en sus horas nocturnas de fiebre ; era el original de aquel fantasma que pretendió abrazarla so pretexto de representar una ópera desconocida ; aquellos ojos eran los mismos ojos verdes y penetrantes que en su pesadilla de la última siesta la observaban cuando ella iba hacia el Campo Santo en hombros de cuatro sepultureros imaginarios ; la mirada diabólica que registraba sus pensamientos más íntimos y gravitaba sobre ella como una maldición . Ante aquel hombre tan temido , su valor flaqueó , y tapándose la cara con un pañuelo rompió a llorar . Montánchez se levantó . — ¿ Qué es ello ? — dijo — . ¿ Se siente usted mal ? La joven no repuso y siguió llorando , dejando correr a lo largo de sus dedos gruesos lagrimones . El médico quiso pulsarla , mas ella le rechazó violentamente . — ¡ No , por Dios ... suélteme usted ! ... — Consuelo — exclamó Sandoval procurando obligarla a levantar la cabeza — : no te pongas así , ¿ qué tienes ? ... — ¡ Déjeme usted tranquila : no me toque usted ! — Pero si soy yo quien te habla ... ¿ no me conoces ? ... Ella le miró : estaba hermosa , con las mejillas encendidas y cubiertas de lágrimas y los ojos brillantes . Una sonrisa imperceptible alegró sus labios ; pero al ver a Montánchez que se había quedado un poco detrás , sus facciones volvieron a contraerse penosamente . Alfonso insistió : — ¿ Qué tienes ? — Nada , déjame en paz . — Consuelo , está aquí Gabriel , que se enfadará contigo y con razón . — ¡ No guardo contemplaciones a nadie ! — gritó la joven furiosa — ; eso es lo que quiero , que se enfade , que se vaya ... que no vuelva más ... Ea , ya lo dije bien clarito para que todos me entiendan ; ¿ lo ha oído usted ? ... pues me alegro mucho de que lo sepa . No le quiero ; sin saber la causa me pongo nerviosa en cuanto le siento ... No me es usted antipático , precisamente , pero le tengo miedo , muchísimo miedo ... Sandoval se había levantado y miraba estupefacto a su amigo ; mientras Montánchez , de pie y con los brazos cruzados sobre el pecho , según su costumbre , sonreía con sonrisa burlona imperceptible . — ¿ Pero quieres callar , imprudente ? — gritó Alfonso exasperado . — No , no ... quiero que se vaya ... Continuaba echada sobre el diván , tapándose los ojos con ambas manos . Gabriel , sin despedirse , dirigíase de puntillas hacia la puerta . Alfonso le siguió . Cuando llegaron al recibimiento , Sandoval preguntó : — ¿ Qué piensas de todo esto ? — Es un caso muy extraño — repuso el médico gravemente . — Es que te odia . — Sí , me odia y me teme : quizá la inspiro más miedo que aborrecimiento . — ¿ Y qué opinas de su mal ? — No he conocido ningún temperamento tan original como el suyo : es un carácter incomprensible que tan pronto está de un modo como de otro ; o más exactamente : son diez o doce caracteres diferentes arracimados en un solo espíritu . Desde que me hablaste de ella hasta ahora , he pensado mucho en su enfermedad , y con lo que me dijiste y lo que acabo de presenciar , creo conocerla bien . Consuelo tiene un temperamento extraordinariamente sensible ; el menor accidente la contraría , el obstáculo más insignificante la asusta ; a solas se atreve a todo , en el terreno de los hechos no es capaz de nada ; su voluntad , por tanto , es una actividad puramente subjetiva , que no trasciende al exterior , que no sale fuera de su propio ser y se limita a elaborar ideas que , por no tener cimiento sólido , son siempre descabelladas , y a voliciones que ceden y se desvanecen al primer asomo de peligro . Consuelo es una persona doble , o lo que es lo mismo : entre sus muchas manías , cada una de las cuales constituye un carácter distinto , hay dos determinadas y permanentes . En el seno del hogar , contigo o con otra persona que la inspire confianza , debe de ser alegre , decidora , resuelta y hasta un tantico amiga de imponer su voluntad ; en cambio , cuando se halla entre extraños , parece cohibida y acobardada . Al principio de la consulta me miraba familiarmente ; luego advertí en ella señales de turbación que fueron aumentando hasta provocar el desenlace que hemos visto y del cual la pobrecilla no es responsable : y es que se turba ; que en su cerebro debilitado desde aquel susto que me referiste , las ideas se confunden y la falta de aplomo en los pensamientos origina esas vacilaciones y esos terrores pueriles cuyo origen desconoce ella tanto como nosotros . Su falta de carácter lo atestigua su modo de mirar ; Consuelo no puede sostener la mirada porque carece de voluntad . — ¿ Y será fácil su curación ? — Creo que sí , y debemos intentarla en seguida , antes que el daño crezca . Hablaron del plan curativo . — Yo emplearía el hipnotismo — dijo Montánchez — ; es mi panacea para toda clase de males . Además , el magnetismo no deja en el cuerpo , como el mercurio , señales de su paso : el imán , cual la luz , obra sin manchar . El hipnotismo es la gran terapéutica del espíritu : impón a Consuelo tu voluntad , domínala , enséñala a tener firmeza en sus deseos y conciencia de sus actos , tonifica mediante esa gimnasia espiritual los resortes de su carácter relajado , y verás cómo esas veleidades ridículas desaparecen . — Pues , en ese caso — contestó Sandoval estrechando la mano de su amigo , que ya se marchaba — , quedas en libertad de obrar según te acomode ; ven cuando gustes y procederemos al primer ensayo . Despidióse Montánchez , y Alfonso volvió al gabinete donde Consuelo le esperaba arreglándose los cabellos . Al verle entrar , la joven corrió a echarse en sus brazos . — Concho , ¿ de qué habéis hablado tanto ? ... Hijo , desde aquí no oía más que el " muu " de la conversación ; parecíais dos moscones . — Contento me tienes — repuso Alfonso sentándose y afectando gran seriedad — ; ¿ es disculpable lo que has hecho esta tarde ? ... ¿ Qué dirá ese hombre de nosotros ? Vamos a ver , ¿ qué dirá ? Pues dirá que eres una niña incorregible que no debió salir nunca de la escuela y que mejor estaría en un convento estudiando el abecé , que casada ; y yo , un marido bonachón , un ablandahigos sin medio adarme de sentido común para distinguir lo bueno de lo malo , y sin fuerza de voluntad para hacerme respetar ni aun de las muñecas como tú . Ahí tienes , eso es lo que dirá , ¿ te parece bonito ... Consuelo sonreía comprendiendo que Alfonso no hablaba formalmente ; esto la tranquilizó . — Pero , hijo mío , si no lo pude remediar ; ese amigote de los demonios es muy antipático . — Pues , niña , bien guapo es . — ¡ Lo cual no impide que sea muy antipático , concho ! — Haces mal en odiar a Gabriel — dijo Alfonso — , cuando no hay razón para ello ; pues , como enseña un antiguo proverbio , necesitamos comer una fanega de sal con un hombre antes de conocerle . — No , señor ; yo le conozco muy bien , como si nos hubiésemos criado juntos ; y sé que es un infame , un bandido de mala ley ... ¡ ya ves si le conozco mejor que tú ! ... — No hay hombre que no tenga sus ribetes de bellaco . — ¡ Y además , tiene cara de bruto ! Sandoval se echó a reír . — No rías , que es la verdad ; de bruto ... y luego con aquellos bigotazos que parecen ... no sé qué ... — ¿ Bigotes Montánchez ? ¿ Gabriel con bigotes ? — exclamó Alfonso — ; muchacha , ¿ has perdido la chaveta ? — ¿ Que no tiene bigote ? ... — ¡ Qué ha de tener , si siempre anda afeitado como un inglés ! ... ¿ Pero tú , cómo miras a las personas que después no las recuerdas ? ... Apuesto a que si me vieras en la calle no ibas a conocerme tampoco . — Pues , no sé — dijo — , no me acuerdo ... Y así era . A la semana siguiente verificóse la primera prueba de hipnotismo que , como era de suponer , no dió ningún resultado . Practicóse el experimento en casa de Sandoval , una tarde . Acomodóse Consuelo en un sillón , de espaldas a la luz y con la cabeza echada hacia atrás ; delante de ella se puso Montánchez , y a un lado , y de modo que ella no podía verle , Alfonso . — El sueño hipnótico vendrá en seguida — dijo Gabriel disponiéndose a la operación — , porque este cuarto reúne inmejorables condiciones ; poca luz y mucho silencio . Usted procure no distraerse y cortarle los vuelos a la picara imaginación : de no hacerlo así , dificultaría usted mucho mi trabajo y nos cansaríamos todos inútilmente . Piense en lo que vamos a hacer ; esto es : en que se halla enferma , y que yo , para curarla , quiero dormirla ; que Alfonso también desea oírla roncar como una bienaventurada , y que usted procura dormir porque está rendida y tiene mucho sueño . Conque , veamos , ¿ lo hará usted así ? ... Ponga sus manos sobre las mías y míreme fijamente a los ojos , tratando de pestañear lo menos posible . Pero Consuelo , a quien la sola presencia de aquel hombre bastaba otras veces para ponerla de mal humor , no podía reprimir la risa ; una risa inmotivada y tonta que llenaba de lágrimas sus bellos ojos . — Ya sé lo que debo hacer — decía — ; pero no consigo mirarle seriamente : pone usted un semblante tan estrafalario que me río con toda el alma ; pero no de usted , concho , no sea que " papá " Sandoval lo oiga y luego haya sermón : es del hip ... no ... tizador , ¿ no se dice así ? ... Hip , hip , hip ... parece que acaba una de comer , que no hizo bien la digestión y que está hip ... hipando . Montánchez no respondió , esperando a que pasase aquel acceso de hilaridad . Cuando la comprendió más tranquila , volvió a cogerla de las manos . — Procedamos con formalidad — dijo — ; quizá de esto , que parece un juego de estudiantes , dependa su curación . — ¡ Pero si no estoy mala ! ... ¡ qué hombres éstos ... empeñarse en decir a todo el mundo que estoy enferma y que ellos van a curarme ! ... Vamos , ¿ se apuesta usted algo a que de los tres que estamos aquí quien primero se muere es usted , y que una de las mujeres que irán al entierro seré yo ? ... Ea , ¿ se apuesta usted algo ? ... Fue preciso desistir de la empresa , pues cuando Consuelo se hartó de reír , se levantó diciendo que no quería más mojigangas . A la tarde siguiente hubo otra sesión hipnótica . Esta vez Montánchez , para evitar los perturbadores efectos de la risa , acudió a otro procedimiento . En las garras del buitre disecado que colgaba del techo , ató un hilito del cual pendía un esferita de metal brillante . El hilo tenía la longitud necesaria para que la bolita metálica estuviese suspendida a media pulgada sobre el entrecejo de Consuelo , quien , como el día anterior , hallábase sentada en un sillón de espaldas a la luz . — Mire usted a esa esfera — dijo Montánchez — , y si se arma de paciencia , antes de cinco minutos dormirá como un lirón . La joven quiso obedecer . — ¡ Concho — exclamó pasados algunos segundos — , yo no sigo mirando ! — ¿ Por qué ? — Porque me duelen mucho los ojos . — Tenga usted calma , mujer , que ese desasosiego visual es el primer síntoma del sueño . Consuelo volvió a inclinarse hacia atrás mientras Alfonso y su amigo permanecían inmóviles , conteniendo la respiración . Durante algunos instantes sólo se percibió la tranquila respiración de la joven , el tic-tac del reloj , el sordo rumor de los coches rodando sobre el entarugado de la calle ... Sandoval miró al médico preguntándole con un gesto si la paciente dormía ; Montánchez se encogió de hombros , pero viendo que habían pasado cinco minutos , aproximóse a ella de puntillas . Consuelito Mendoza tenía las manos caídas sobre la falda , la boca entreabierta , los ojos cerrados y el aspecto de una persona dormida . — ¿ Duerme ? — preguntó Alfonso . — Ahora veremos . — Mejor será dejar que el sueño sea más profundo . — Sí ... mejor es . Entonces ella abrió sus grandes ojazos y lanzó sobre el médico una mirada burlona como una carcajada . — ¡ Yo no estoy dormida ! — ¿ Y por qué tenía usted los ojos cerrados , diablillo indómito ? — ¡ Concho , porque me dolían mucho ! Y , además , porque para mirar esa bola debo ponerme bizca y no tengo ganas de quedarme hecha un adefesio para toda la vida ... Entonces ya podía echarle un galgo corredor a mi maridito , que se iría por esos mundos a buscar mujeres que le mirasen con buenos ojos . Sandoval quiso reñirla por su falta de respeto y de juicio . — Vaya — exclamó Consuelo insinuando un mohín como si fuese a llorar — , te aseguro que por hoy no puede ser ; no te encalabrines , hombre , mañana será otro día ; ahora estoy muy distraída y os será imposible sacar partido de mí . ¿ Sabes de lo que estaba acordándome hace un rato ? ... Pues de aquella fábula que habla de un labrador que , estando sentado a la sombra de un guindo , se lamentaba de que las guindas no fuesen tan grandes como los melones ; y cuando ya empezaba a sentir humos de teólogo campestre y a decir que el mundo no estaba bien arreglado y que Dios no sabía un pitoche de eso de fabricar planetas , ¡ pum ! le cayó una guinda en la punta de la nariz ; lo cual le hizo comprender que bien están los melones cerquita del suelo . Y por eso yo pensaba : si conforme esta bola es una esferita que no pesa , fuese como un melón o un pepino , cualquiera me hacía estar debajo de ella ... — Pues mírese usted las narices — dijo Montánchez — , a mí , me es igual ... — Como a mí — interrumpió ella riendo — , que se mire usted las suyas , o que se las suene . — Lo digo porque los resultados son idénticos ; ese procedimiento y el de mirarse el ombligo eran los usados por los frailes medioevales . — ¡ Hoy no me parece nada bien ; mañana , mañana ! ... — gritó Consuelo . Montánchez se convenció de que la misma impresionabilidad de la joven , que al principio juzgó circunstancia favorable para emplear el hipnotismo como plan curativo , era el primer obstáculo que entorpecía sus planes . Consuelo Mendoza era una desequilibrada animada por un espíritu de protesta que la incitaba a rebelarse continuamente . Cuando comprendía que se trataba de un asunto serio sentía deseos de jugar , porque su alegría y su risa se excitaban ante la gravedad ajena ; y , por el contrario , si veía a los demás contentos , experimentaba súbitos accesos de tristeza . El único modo de dominarla era sorprenderla con lo desconocido , con lo que ella no pudiese prever ni esperar ; a traición exclusivamente se vencerían las asperezas de aquel carácter que sólo era consecuente en sus propias inconsecuencias . — Estoy seguro de subyugarla — decía Montánchez a su amigo — ; si bien necesitamos aprovechar la ocasión propicia . Siempre el primer experimento es el más difícil , porque aún el organismo no está predispuesto a recibir las influencias del sueño hipnótico , pero en los sucesivos se camina como por país conquistado . Aquella ocasión tardó mucho en presentarse . Aunque Alfonso dejó de ir al casino con tal de que Montánchez fuese a visitarle por las tardes , casi nunca Consuelo les acompañaba : se metía en sus habitaciones y ellos quedaban en el comedor , con los pies colocados sobre los morillos de la chimenea , las piernas envueltas en mantas , fumando y bebiendo café , adormecidos en la tibieza de la atmósfera . A veces Consuelo , cansada de estar sola , venía a acompañarles : ellos entonces sacudían su pereza oriental y hablaban de los asuntos del día , para distraerla : Sandoval refería chascarrillos o el escándalo de la última semana : Montánchez le escuchaba atentamente , porque aquéllos eran los ecos de un mundo que él desconocía . Las conversaciones de su amigo despertaban en su memoria gratos recuerdos de otros tiempos y de otros lugares , y su borrascosa juventud desfilaba ante sus ojos medio cerrados : él también había amado y reñido con maridos celosos , y recibido heridas por mujeres que no le importaban , y peleado , como Byron , por una patria que no era la suya , y sufrido miserias por el gusto de triunfar de todas y poder referirlas después ... Y entonces recordaba los años que fueron y le acometían súbitos deseos de desenterrar , charlando , detalles de su historia que sus amigos ignoraban ; y cuando Alfonso agotaba el tema de las comidillas callejeras , Gabriel hablaba de París , de Argel , de un carnaval pasado en Venecia , de la noche en que hirió , a la entrada de Atenas , a un marinero corso por una mora a quien había visto sólo un ojo y con la cual huyó después a Menidi ; de las noches pasadas al pie de las palmeras en los oasis , contemplando el fantástico espectáculo de la luna iluminando la arenosa inmensidad del desierto ; y de las orgías nocturnas celebradas en góndolas al pie del Vesubio , con napolitanas complacientes ... A Consuelo la divertían aquellos episodios que , por lo inverosímiles , parecían capítulos sacados de un folletín . Montánchez gozaba refiriéndolos , y como los recuerdos , cuando son muy vivos , caldean el cerebro , aquellas viejas memorias adquirían a sus ojos toda la fuerza de la realidad : entonces parecía que su alma misteriosa , deponiendo su habitual reserva , se desdoblaba para mostrarse mejor , y Consuelo le escuchaba embelesada , algunas veces con curiosidad , otras con grima , siempre con interés . Gabriel Montánchez , que vivió mucho en poco tiempo , era más viejo de lo que parecía y tenía una historia más larga de lo que sus amigos imaginaban . Aquel hombre cuyos ojos encerraban , como el mar , abismos insondables ; el médico que vivía encerrado en su estudio , emborrachándose con tinta , según la expresión de Flaubert , y arrancándole secretos al cuerpo humano con el microscopio y el bisturí ; aquel viejo de cuarenta años , tan frío y dueño de sí mismo , era en sus ratos de expansión , otro individuo . A pesar del empeño que siempre mostraba en no revelarse , la naturaleza o el temperamento vencían su voluntad , y el alma surgía . Su conversación era sencilla , su lenguaje claro , sus pensamientos ingeniosos o mordaces : todo lo refería llanamente , con un candor de niño grande que cautivaba , aun cuando tratase asuntos difíciles : los mayores delitos los refería claramente , sin rebuscar palabras que dulcificaran las durezas de la acción ni disculparse de las infamias cometidas . Aquellas confesiones provocaban las de Sandoval , reverdecía sus amores de estudiante , las graves deudas que contrajo y de las cuales hubo de librarle su padre , su viaje por Europa , en compañía de algunas pecadoras que se encargaron de embellecerle su estancia en Basilea , Munich y París , y otros pormenores de su antigua vida de soltero : Montánchez refería una historieta y él otra , y a veces contaban entre los dos una travesura en que ambos intervinieron . Consuelo les oía silenciosa , sin acordarse de su costura , pensando que su inocencia debía de ser muy grande cuando no tenía nada que referir : quería conocer bien los secretos del hombre a quien estaba unida por los vínculos del amor , de la religión y de la ley , y de aquel otro fantástico personaje que el Destino atravesaba en su camino . Pero en Alfonso jamás sorprendió nada aborrecible ; siempre fué el mismo calavera de buen tono , franco y valiente , que ella conoció ; mozo sin dobleces ni hipocresías , poeta por temperamento y artista de corazón , que necesitaba de la alegría y del amor , como del aire , para poder vivir . En Montánchez su fino instinto procuró ver la luz , y , no hallándola , retrocedió espantada ante las tinieblas pavorosas que rodeaban su espíritu gigante : aquel hombre , a pesar de su amabilidad y de la miel que destilaban sus labios , tenía una historia lúgubre , que se traslucía en las sencillas narraciones de su vida pasada . Lo más novelesco , los cuadros más interesantes y dramáticos , aquéllos donde existía un destello de pasión para disculpar los errores del hombre , eran los que Montánchez contaba ; pero tras estos episodios había otros cuidadosamente velados , lagunas enormes que el narrador no quiso o no supo llenar , contradicciones que envolvían misterios , viajes sin objeto , ciudades y personas cuyos nombres no pudo saber . A Sandoval le parecía su amigo un calavera afortunado y de talento , que , cansado de correr mundo , se retiró a la vida tranquila cuando su cerebro conservaba aún muchas energías para el estudio y su corazón mucho entusiasmo por la gloria ; para Consuelito Mendoza , Gabriel Montánchez era algo peor que un aventurero ; era un criminal ; y su imaginación , predispuesta siempre a ver las cosas abultadas y por su lado pésimo , creyó adivinar en el misterioso pasado de aquel truhán muchas páginas rojas . Su marido decía que Gabriel fué un loco de buena índole , porque él era bueno y no podía juzgar mal a nadie ; pero ella no pensaba así : Montánchez no trabajaba " por amor al estudio " , mentira ; quien tal cosa dijese , era un embustero o un tonto : estudiaba por distracción , por espantar algún remordimiento ineluctable : el trabajo era para él lo que el aguardiente para los borrachos o el opio para los chinos ; un medio de olvidar ... Gabriel Montánchez era alto , fornido , con un pechazo de atleta y un cuello de león . Cuando aquel cerebro privilegiado funcionó estimulado por la abrasadora sangre de la juventud , y a sus nervios , semejantes a hilos telegráficos , los contrajo la pasión , sus energías serían portentosas . Era , pues , un coloso que , si entonces se mostraba grande en sus libros y en sus rarezas , también lo fué antes en sus amores y en sus crímenes . Un amor desgraciado y un crimen horrendo : tal era , según Consuelo , el nudo más interesante de la historia del terrible médico . Prescindiendo de estas particularidades físicas , lo que más aterrorizaba a Consuelo era la aureola sobrenatural que , según ella , envolvía el nacimiento y la historia del arriscado desertor de las tropas argelinas . Montánchez era médico , conocía el mecanismo de los músculos y de los huesos , los secretos de la química y de la botánica , y dormir con los ojos e imponer su voluntad a la persona dormida , convirtiéndola en instrumento inconsciente y dócil de sus caprichos ; y además de este saber peligroso que adquiriera en las bibliotecas , había viajado mucho por Oriente , donde aprendió , quizá por boca de algún endiablado brujo , el secreto de componer venenos , decir sortilegios y preparar filtros mágicos . En suma : Montánchez era un bandido que , cual otro Judío Errante , recorrió el mundo bajo la nefasta influencia de su sino ; un corsario del siglo XV vestido a la moderna , un brujo rezagado de la última " misa negra " que se celebró antes del descubrimiento del gas ; un nigromante que , a usar bigote , hubiera tenido tres pelos del diablo en cada una de sus guías ; una mala persona de la que era prudente recatarse como de los espíritus infernales ... — Adviértele a Gabriel — dijo Consuelo a su marido una noche después que el médico se hubo marchado — , que no vuelva a contar más aventuras ; de oírle me pongo nerviosa ; es un hombre que da miedo , porque , si es malo lo que cuenta , peor es lo que calla . — ¿ Así que tú crees que Montánchez es uno de los pocos demonios que se libraron de las parrillas inquisitoriales ? — Poco menos . — Entonces , ¿ un Borgia con su correspondiente redomita de venenos en el pomo de la espada ? ... Pues aún le haces favor ... — Búrlate cuanto quieras — exclamó la joven — , pero ¡ ojalá que ese tío no sea nuestro ángel malo ! Alfonso sonrió . — ¡ Ay , cabecita , cabecita mía ! — dijo — , ¿ cuándo te acostumbrarás a ver las cosas como son ? ... Aquellas tardes de invierno pasadas con sus amigos y al amor de la lumbre , fueron una resurrección para el misantrópico carácter de Montánchez .