LLEGÓ á Pasajes Miguel , un viernes por la tarde . Al apearse del tren halló el esquife de Úrsula amarrado á la orilla . — Felices tardes , D . Miguel — le dijo la batelera , expresando en su rostro , cada vez más encendido por el alcohol , una alegría sincera . — Ya me pensaba que no le vería más ... — ¿ Pues ? — ¡ Qué sé yo ! ... eso de casarse lo entienden tan mal los hombres ... Pues mire usted , señorito , aquí en el pueblo todos se han alegrado mucho al saber la noticia ... Sólo algunas envidiosas no querían creerlo ... ¡ Jesucristo lo que voy á hacerlas rabiar esta noche ! Voy á recorrer el pueblo diciendo que yo misma le he llevado á casa de D . Valentín . — Déjate de hacer rabiar á nadie — repuso el joven riendo — y aprieta un poco más á los remos . — ¿ Tiene gana de ver á Maximina ? — ¡ Vaya ! Era la hora del oscurecer . Las sombras amontonadas en el fondo de la bahía subían ya á lo alto de las montañas . En los pocos buques anclados la tripulación se ocupaba en la carga y descarga , y sus gritos y el chirrido de las maquinillas era lo único que turbaba la paz de aquel recinto . Allá enfrente comenzaban á verse algunas luces dentro de las casas . Miguel no apartaba los ojos de una que fulguraba débilmente en la morada del ex capitán del Rápido . Sentía un anhelo grato y deleitable que estremecía de vez en cuando sus labios y hacía perder el compás á su corazón . Pero en el balcón de madera , donde tantas veces se había reclinado para contemplar la salida y entrada de los buques , nadie parecía ahora . Su rostro contraído denunciaba el afán que le embargaba . Úrsula sonreía mirándole fijamente sin que él lo advirtiese . Saltó en tierra , despidióse de aquella , subió la desigual escalera de piedra y se internó por la única y tortuosa calle del pueblo . Al llegar á la plazoleta de marras percibió en el balcón de la casa de su novia una figura que desapareció rápidamente . El joven sonrió de placer y á paso rápido se introdujo en el portal . Sin mirar siquiera al estanquillo , llamó á la puerta con los nudillos . — ¿ Quién ? — dijo de adentro en seguida una voz dulce y pastosa que sonó en su corazón como música celeste . — Servidor . Tiraron del cordel , empujó la puerta y vió en el primer descanso de la escalera á la misma Maximina con una bujía en la mano . Vestía un traje de cuadros blancos y negros y llevaba el peinado en trenza como siempre . Estaba un poco más pálida , y como testimonio de sus recientes inquietudes dibujábanse en torno de sus ojos garzos dos círculos levemente azulados . Presentóse sonriente y ruborizada á la vista de Miguel , quien de dos brincos salvó la distancia que le separaba de ella , y cogiéndole la cara le aplicó una razonable cantidad de besos , no sin que la niña protestase haciendo esfuerzos por separarse . — ¡ Eso lo veo yo ! — dijo una voz desde arriba . Era la de D . ª Rosalía . Á pesar del tono jocoso que había usado , Maximina se asustó tanto que dejó caer la bujía y quedaron enteramente á oscuras . D . ª Rosalía , sofocada de risa , vino con una lámpara ; pero ya su sobrina había desaparecido . — ¿ Ha visto usted qué criatura ? ... Se va á casar mañana , y se espanta lo mismo que si le conociese de ayer ... De seguro que ya está cerrada en su cuarto ... Le va á costar á usted trabajo hacerla salir . Miguel subió en efecto á la habitación de su novia y llamó á la puerta suavemente . No contestaron . — Maximina — dijo conteniendo á duras penas la risa . — ¡ No quiero ! ¡ no quiero ! — respondió la niña con cierta precipitación cómica . — Pero ¿ qué es lo que no quieres ? — No quiero salir . — ¡ Ah ! no quieres salir ... Pues mira , el cura no va á casarnos con tanta madera por el medio ... Hubo unos momentos de silencio . El hijo del brigadier arrimó la boca á la cerradura y dijo suavizando la voz : — ¿ Por qué no quieres abrir , tonta ? ... ¿ Te da vergüenza ? — Sí — articuló desde dentro la niña . — No tengas cuidado ; tu tía no está aquí . Al cabo de un rato y después de bastantes ruegos , se decidió á abrir . Aún estaba ruborizada hasta las orejas . Miguel se apoderó de sus manos , y le dijo reprendiéndola con mimo : — Anda , pícara , que no me has esperado al balcón ... Yo , mira que te mira hasta sacarme los ojos ; pero de Maximina ¡ ni rastro ! La chica bajó los ojos diciendo : — Sí , sí . — ¿ Qué quiere decir sí , sí ? ¿ Me has esperado ? — Desde que comimos no me he separado del balcón . Le he visto entrar en el bote ; le he visto hablar con Úrsula y reirse , después saltar en tierra , y por fin le vi desde el otro balcón llegar á la plazuela ... — Eso último ya lo sé ... Pero vamos á ver , ¿ cuándo piensas apearme el tratamiento ? ¿ Vas á tratarme de usted después de casados ? — ¡ Oh , no ! Bajaron á la sala . Estaban en ella D . Valentín , Adolfo y las niñas , que saludaron al viajero con efusión . La efusión del ex capitán era , por supuesto , la que correspondía á un cetáceo no muy comunicativo ; pero se traslucía bien que estaba satisfecho . Al instante llegó D . ª Rosalía , quien al ver á Maximina no pudo reprimir la risa , con lo cual , tanto se corrió la niña , que salió como un huracán por la puerta y subió á brincos otra vez la escalera . Miguel logró alcanzarla antes de llegar á su cuarto . Mientras procuraba hacerle volver á la sala por medio de súplicas , D . ª Rosalía , irritada por aquella huída , gritaba desde abajo : — Déjela usted , D . Miguel ; deje usted á esa tontuela mimosa ... ¡ No sé cómo hay quien la quiera ! ¡ Uf , qué mentecata ! Es inútil decir que con estos insultos Maximina se echó á llorar ; pero estaba allí Miguel para consolarla , y nadie en el mundo lo podría hacer con tan buen éxito . Al poco rato bajaron los prometidos y se formó en la sala una tertulia con los vecinos que fueron llegando á felicitarles . D . ª Rosalía no pareció en mucho rato desabrida sin duda con su sobrina por el grave delito de tener pudor . Lo que formaba el núcleo de la tertulia era una docena de jóvenes anhelantes por ver los regalos del novio ; el cual , sin fijarse en este deseo que apenas comprendía , las hizo pasar una hora lo menos de tortura ; hasta que la misma D . ª Rosalía le llamó aparte y le expresó la conveniencia de exhibirlos . Hízolo así nuestro joven arrastrando el baúl y una maletita de mano , donde traía algunas joyas , hasta el medio de la sala . Sacó los dos únicos vestidos que traía para su novia ; uno , el que debía vestir en el acto de la ceremonia nupcial ; otro , el que debía llevar en el viaje . Ambos fueron muy celebrados por lindos y elegantes . Lo mismo el rico aderezo de brillantes y perlas . No se hartaban las lugareñas de manosear aquellos objetos y loarlos , mostrando con sus hiperbólicas exclamaciones que estimaban como suprema felicidad en este mundo el poseer cosas parecidas . Maximina , detrás de todos , miraba con más estupor que curiosidad , abriendo mucho los ojos . Sus amigas le dirigían de vez en cuando miradas tan vivas como equívocas , á las cuales contestaba con una leve y forzada sonrisa , sin perder la expresión de susto que se pintaba en su rostro . Creció este susto cuando vió sacar del baúl el traje de boda , que era blanco y de seda y adornado con azahar . Se puso fuertemente colorada , y desde entonces no le abandonó el rubor y la inquietud en toda la noche . Pasáronla alegremente cantando y bailando al son de la guitarra . D . Valentín ¡ oh caso portentoso ! bailó con una buena moza que , á fuerza de instancias , le llegó á calentar los cascos ; mas hubo de retirarse al instante desesperado porque un vivo dolor reumático le paralizó la pierna derecha . Su dulce esposa le consoló diciendo : — ¡ Bien empleado te está ! ... ¡ Por fachenda ! Miguel también bailó , eligiendo con mucha frecuencia á Maximina por pareja . En los momentos de descanso se sentaban juntos allá por algún rincón de la sala y cambiaban pocas palabras , pero infinitas miradas . El hijo del brigadier , viendo sofocada á su novia , tomó un abanico y se puso á darla aire . Maximina , observando que los miraban y alguien sonreía , le detuvo suavemente diciendo : — No necesito aire , muchas gracias . Usted está más acalorado que yo ... — ¿ Cómo usted ? ¿ Estamos en esas ? — Bien , pues ... estás más acalorado que yo ... Abanícate . Á las diez se retiraron todos , despidiéndose de los novios con sonrisillas más ó menos maliciosas . — Hasta mañana , Maximina ... Que duermas bien . — La última noche de soltera , querida . Hazte cargo bien de ello , ¡ la última noche ! — dijo una anciana matrona que había tenido once hijos y seis malos partos . Maximina sonrió , acortada . — Adiós , adiós ... ¡ Qué pena nos va á dar cuando te marches ! Y algunas jóvenes la besaron repetidas veces con grandes extremos de cariño . — Niña , no olvides que es la última noche de soltera . Piénsalo bien , que el asunto es grave — dijo otra vez la matrona . Maximina volvió á sonreir . Entonces la vieja frunció la frente y dijo por lo bajo á la que estaba á su lado : — ¡ Esta chica se figura que va á una romería ! ¡ Ay , Dios ! Se necesita no tener pizca de sentido . El matrimonio es cosa muy seria ... muy seria . Y acerca de la seriedad de este vínculo fué disertando larga y eruditamente hasta su casa . Nuestros novios se quedaron con D . ª Rosalía y don Valentín . Los niños ya se habían ido á acostar ; el último , Adolfo , á quien su madre había tenido que llevar medio á rastras á la cama y con promesa de despertarle al día siguiente para asistir á la ceremonia . D . Valentín también les dió las buenas noches en seguida . Miguel y Maximina se sentaron en dos sillas bajas y se pusieron á cuchichear , mientras D . ª Rosalía , malhumorada aún , se decidió á coger la calceta reservándose el derecho de levantar la sesión antes de pocos minutos . Miguel observó que su novia estaba distraída y algo inquieta . — ¿ Qué tienes ? ... Te encuentro un nosequé en el semblante ... ¿ No estás contenta de ser mi mujer ? — ¡ Oh , sí ! No tengo nada . — Entonces , ¿ por qué esa distracción ? Bajó la cabeza sin contestar . Miguel insistió . — Vamos , díme , ¿ qué te pasa ? — Tengo que pedirle un favor ... — apuntó tímidamente . — ¿ Nada más que uno ? Quisiera que me pidieras cincuenta y que yo pudiese concedértelos . — Este sí puede ... Que me deje casarme con un vestido mío ... El joven quedó un instante suspenso . Después preguntó con tristeza : — ¿ No quieres casarte con el que yo te he traído ? — ¡ Me da mucha vergüenza ! — Pues es costumbre casarse con traje blanco ; sobre todo , las niñas como tú . — Aquí no es costumbre ... Me moriría de vergüenza . Miguel trató suavemente de persuadirla , pero en vano . Agotadas sus razones , que no eran muchas , no tuvo inconveniente en transigir . Mas D . ª Rosalía había percibido algo y , levantando la cabeza , preguntó : — ¿ Qué es eso ? ¿ Disputaban ustedes ? — Nada , D . ª Rosalía . Maximina no quiere casarse con el vestido blanco , porque le da vergüenza . Oir esto y ponerse furiosa la estanquera , fué todo uno . — ¿ Y usted hace caso de esa bobalicona ? ¿ Qué sabe ella lo que quiere y lo que no quiere ? ... ¡ Se habrá visto ! ... ¡ Un traje tan rico como usted ha traído , que habrá costado un dineral ! ... ¡ Pues estamos frescos ! ... ¿ Y qué quiere que se haga con ese vestido ? ... El hijo del brigadier , comprendiendo lo que pasaría por el interior de su amada , le tomó disimuladamente la mano y se la apretó fuertemente . Maximina , que estaba confusa y angustiada , cobró valor . — No hay por qué alterarse , D . ª Rosalía , pues la cosa no lo merece . Si Maximina no quiere casarse de blanco , es porque aquí no hay costumbre . La culpa ha sido mía por haberle traído el vestido sin consultarla . En cuanto á lo que se ha de hacer con él , ya Maximina me lo ha dicho : quiere que se regale á la Inmaculada de la iglesia de San Pedro . La chica , que no había dicho nada , le oprimió la mano dándole las gracias . D . ª Rosalía aspiraba á dar golpe en el pueblo con el traje de su sobrina . Así que aún insistió con vehemencia por que no se la hiciese caso ; pero Miguel se mantuvo firme dando la razón á su novia y defendiendo su derecho . Al fin D . ª Rosalía , sin poder disimular su despecho , se salió de la habitación dejándolos solos . Miguel se encogió de hombros , y dijo á la niña , que estaba muy alterada : — No te apures , querida . Tú puedes considerarte mi esposa , y á nadie tienes obligación de obedecer más que á mí . Maximina le dirigió una tierna mirada de agradecimiento . Y comprendiendo que no estaban bien sin compañía , se levantó manifestando deseos de ir á acostarse . Era preciso despertarse muy temprano . La ceremonia estaba señalada para las cinco y media de la mañana . Miguel se levantó también , aunque de mala gana , y su novia fué á buscarle una bujía á la cocina . Al tiempo de entregársela , le dijo aquél en son de broma : — ¿ Estás bien segura de que nos casamos mañana ? Maximina le miró con los ojos muy abiertos . — Pues cuidado , porque aún tengo tiempo á arrepentirme . ¡ Quién sabe si me escaparé esta noche , y mañana faltará para la boda la mitad de la gente ! Maximina sonrió forzadamente . Miguel , que adivinó su inquietud , le tomó la barba con los dedos , exclamando : — ¿ Cómo eres tan inocente , criatura ? ¿ Sería posible que yo tirase mi felicidad por la ventana ? Cuando por casualidad se encuentra en el mundo , es menester agarrarse bien á ella . Dentro de algunas horas no podrá separarnos nadie . Adiós ... esposa mía . El joven recalcó estas palabras alejándose . Desde lo alto de la escalera envió una sonrisa á la niña , que se había quedado inmóvil á la puerta de la sala , mostrando señales de hallarse todavía un poco turbada por la broma . — Hasta mañana , ¿ eh ? Maximina hizo un signo afirmativo con la cabeza . No fué aquella noche de insomnio para Miguel , como dicen que acontece en vísperas de boda . Ni un solo presentimiento triste cruzó por su mente ; ningún temor , ningún anhelo fogoso . Su determinación era tan firme y razonable , el entendimiento y el corazón le apoyaban tan vivamente , que no daba lugar á esa agitación malsana , á ese recelo que nos embarga en el momento de adoptar cualquier grave resolución . Por lo que se refería á Maximina , estaba seguro de ser feliz . Por lo que á él tocaba , cuidaría de serlo . Una vez despojado del deseo vanidoso de « hacer una boda brillante » , estaba convencido de que ninguna mujer le convenía como aquélla . Ni siquiera la fiebre de una pasión ardorosa y violenta le causaba desasosiego . Sentía un amor intenso , pero tranquilo ; ni espiritual ni sensual , sino tocado de ambas cosas á la vez . Se metió en la cama , estuvo algunos minutos pensando en su novia , y advirtiendo que el sueño venía á recogerle , apagó la luz y se durmió profundamente . Antes de las cinco le despertó la voz de la criada . Era noche cerrada , y para serlo un rato todavía . Encendió de nuevo la bujía y se vistió y aderezó en algunos minutos con mano un poco trémula . Al acercarse el momento solemne , no pudo negar su naturaleza nerviosa é impresionable . Cuando bajó á la sala , se encontró ya en ella bastante gente ; la misma que había estado por la noche y alguna más ; todos vestidos con los trapos más lucidos . D . ª Rosalía , que iba á ser la madrina , vestía un traje de merino negro y ostentaba algunas joyas de escaso valor . D . Valentín ( el padrino ) había sacado del fondo del baúl el frac con que se había retratado al hacerse piloto . Era un frac largo de talle , ancho de cuello y estrechísimo de manga . El ex capitán del Rápido lo llevaba con la misma gracia y soltura que una camisa de fuerza . En la planchada y rizada camisola brillaban dos gordas amatistas que le habían regalado el año cuarenta y dos en Manila . Por encima del chaleco , dando vuelta al cuello , pendía la cadena del reloj , que era de oro y con pasador guarnecido de ópalos . Pero donde D . Valentín había puesto los cinco sentidos era en los pies . Siempre había presumido su mujer ( porque él era incapaz de presumir de nada ) de que no hubiese otros en el pueblo tan breves y bien formados . Por lo cual el marino , en esta ocasión solemne , se creyó en el caso de dar lustre á las botas hasta dejarlas como lunas de Venecia ; mas sólo con el fin de proporcionar á la compañera de su vida una nueva y pura satisfacción . Faltaban entre los circunstantes algunas jóvenes , que , según le dijeron , estaban ayudando á vestir á la novia . No tardó ésta en aparecer con un modesto pero elegante vestido de lana , color azul oscuro , adornado con terciopelo negro . Traía puesto el rico aderezo del novio y en el pecho un ramito de azahar . Al entrar en la sala , todas las mujeres la besaron , exceptuando su tía , quien á la vista de aquel traje sintió abrirse la terrible herida de la noche anterior . Maximina la miró dos ó tres veces tímidamente y fué ella misma á besarla . Á quien no miró poco ni mucho fué á Miguel , que la devoraba en cambio con los ojos , comprendiendo perfectamente , á pesar de su fingida serenidad , el rubor de que estaba poseída . Las jóvenes artistas , que la habían aderezado , no acababan de estar satisfechas de su obra . Sentíanse al parecer atormentadas por esos vivos cuanto sutiles escrúpulos que al poeta ó pintor acometen siempre en los últimos momentos de la creación . Después de sentados todos , tan pronto se levantaba una y venía presurosa á prenderle el alfiler de brillantes más arriba , como llegaba otra y le daba un si no es más inclinación al ramo de azahar . Ésta le aliñaba el cabello con las manos , aquélla le desarrugaba el vestido , la otra le estiraba la gola . En fin , era un ir y venir incesante . Maximina les dejaba hacer , agradeciendo con una sonrisa estos cuidados . — Oiga usted , D . Miguel — dijo D . ª Rosalía . — ¿ Usted no se ha confesado todavía ? — Pues es verdad , que no me acordaba — respondió aquél levantándose con prisa . — ¿ Y Maximina ? — Ya lo ha hecho . — Pues hasta luego , señores . Y al salir volvió á clavar en Maximina una intensa mirada , que la niña fingió no advertir . Aún no se vislumbraban los primeros resplandores del día : verdad que la noche había sido tenebrosa y en toda ella no había cesado de llover . Con el paraguas abierto y rebujados en los abrigos atravesaron Miguel y D . Valentín la calle desierta . Ninguna noche estrellada y diáfana del mes de Agosto le pareció jamás tan bella á nuestro joven . Aquella madrugada fría , húmeda y triste quedó grabada en su corazón como la más risueña de su vida . La iglesia ofrecía un aspecto más tenebroso y más triste aún . Pasaron recado al cura , y no tardó en llegar . Era un señor anciano , que en gracia á la importancia de la boda , se había resignado á levantarse á tal inusitada hora . Llevóle suavemente de la mano á un rincón oscuro del templo y allí le confesó . Aún estaba arrodillado ante el confesor , cuando percibió el rumor de la comitiva nupcial que entraba en la iglesia con no poco estrépito ; y su corazón se estremeció , no de dolor de haber ofendido á Dios , digámoslo en su mengua , sino con anhelo dulce y placentero . Fuése el párroco , después de darle la absolución , á revestirse á la sacristía , y él se unió á la gente sin lograr echar la vista encima á su novia . Sólo cuando el sacristán les vino á decir que podían acercarse al altar mayor fué cuando la vió acompañada de su tía . Los amigos les fueron empujando hacia adelante y se encontraron , sin saber cómo , uno al lado del otro , cerca del altar y delante del cura . Contra lo que se esperaba , Maximina mostróse bastante serena durante la ceremonia y respondió á las demandas del sacerdote con voz clara , lo cual hubo de complacer tanto al buen señor , que exclamó : — ¡ Eso es ! Así se contesta ... no como esas melindrosas que están rabiando por casarse y luego no hay quien les saque las palabras del cuerpo . La salida era tosca ; pero los feligreses de San Pedro estaban acostumbrados á otras tales , y sonrieron con regocijo . El buen párroco les bendijo extendiendo sobre ellos las manos grave y majestuosamente , imitando en lo posible á Moisés al separar las aguas del mar Rojo . Después comenzó la misa . Hincáronse de rodillas los novios y los padrinos . Al llegar cierto momento , que D . ª Rosalía presumía muy bien de conocer , se levantó y prendió una cadena á la cabeza de Maximina , invitando á su marido á que hiciese lo mismo con el extremo opuesto en el hombro de Miguel . Cuando quedaron de este modo uncidos , el hijo del brigadier comenzó á moverse dando leves tirones á la cadena . Maximina no le había dirigido siquiera una mirada . Aguantó el primer tirón juzgándolo casual ; mas al segundo , sin levantar la vista , aunque sonriendo , le dijo en voz baja : — Estése quieto . Miguel tiró más fuerte . — ¡ Por Dios , que se va á desprender ! Cuando hubo terminado el oficio , los que asistían á él , que ya formaban una muchedumbre , los rodearon para darles en voz de falsete la enhorabuena . Apretones de manos furtivos , empujones discretos , risas disimuladas . Todo el mundo temía descomponerse en el templo . Al salir rayaba el alba . Algunos curiosos madrugadores se asomaban á las ventanas para ver pasar la comitiva . Miguel se había quedado rezagado entre un grupo de hombres , y perdió de vista nuevamente á Maximina , que había marchado delante con sus amigas . En la sala de la casa de D . Valentín les aguardaba una mesa más abundantemente provista de confites y licores que artísticamente aderezada . Miguel tomó chocolate con los testigos . La novia había ido á cambiar de traje , según le dijeron . Al poco rato fué él á hacer lo mismo . En un descanso de la escalera encontró á su mujer , á quien la criada estaba abrochando los botones de las botas . Ambos quedaron confusos . Maximina siguió con la vista fija en las manos de la doméstica . Miguel se detuvo un momento vacilante , y exclamó , por decir algo : — ¡ Ah ! ¿ ya estás vestida ? ... Voy á hacer lo mismo . Y como si algún enemigo le persiguiese de cerca , subió á brincos la escalera . Tornaron á reunirse poco después en la sala . Maximina estaba muy bien con su vestido gris de viaje y un sombrerito de última moda . Como se acercarse ya la hora de la partida , comenzaron las despedidas , y con ellas el torrente de las lágrimas , que en esta ocasión fué caudaloso como pocas veces . En el sexo femenino hubo un verdadero desbordamiento : hasta una joven quiso desmayarse . Tan sólo la novia aparecía serena y sonriente , lo cual indignó á D . ª Rosalía de un modo indecible , y le obligó á formar idea muy pobre de su sobrina , según confesaba después á sus comadres . — ¡ Qué falta de sentido ! Siquiera por el buen parecer ... Una amiguita se acercó á ella hecha un mar de lágrimas y la abrazó . — ¿ No lloras , Maximina ? — No puedo — contestó la niña . Sin embargo , cuando sus primas , las niñas de doña Rosalía , se abrazaron á sus rodillas , gritando : — ¡ No queremos que marches , Maximina ! — se puso fuertemente encarnada , y la sonrisa particular que contrajo sus labios indicaba , á quien la conociese , que no estaba lejos de soltar la llave . Hasta embarcar en el bote los acompañaron todos ó casi todos ; pero á la estación sólo fueron D . Valentín y otros dos amigos , que eran los que cabían en el esquife . Hay que advertir que con los novios iba á Madrid en calidad de doncella una chica del pueblo . Se llamaba Juana , y era una muchachona fresca , robusta y no enteramente desgraciada de rostro . Miguel , conociendo el carácter de Maximina , no había querido que su servidumbre fuese toda madrileña . Una vez en la estación y llamados al tren los viajeros por la voz estridente del mozo , D . Valentín se autorizó el lujo desusado de conmoverse . Abrazó á su sobrina estrechamente y la besó con efusión en los cabellos . Maximina también se mostró más agitada que hasta entonces lo había estado , aunque hacía esfuerzos por sonreir . Silbó la máquina . Partió el tren . Dentro del coche no había más viajeros que ellos . Los novios se colocaron uno frente á otro á un lado . Juana , por respeto , fué á sentarse en el extremo opuesto . Los ojos de los esposos se encontraron , y Miguel sintió un suave estremecimiento de gozo , algo inefable y celestial que hizo palpitar fuertemente su corazón . Y después de cerciorarse de que Juana estaba distraída mirando por la ventanilla , se apoderó de una mano de su mujer y la dió un beso furtivo , inclinando para ello todo el cuerpo . Pero la mano ¡ qué fastidio ! estaba enguantada . Al cabo de un instante la hizo seña de que se quitase el guante . Maximina , después de hacerse rogar por medio de muecas expresivas , se decidió , riendo , á despojarse de él ; y el joven dió porción de callados besos sobre la mano desnuda , observando con el rabillo del ojo á la doncella . La conversación se hizo general entre los tres . Juana , que no había pasado nunca de San Sebastián , se maravillaba de cuanto veía , y muy particularmente de los carneros . Las gallinas también le daban pie para muchas y graves reflexiones . Miguel se deshacía en atenciones con su mujer . — Maximina , si te incomoda el sombrero , quítatelo ... Trae , lo pondremos aquí ... así , para que no se caiga . — Mira , quítate también las botas . Aquí te traigo las zapatillas en el bolsillo ... se las he pedido á tu tía ... ¿ No quieres ? Pues haces mal : vas á tener frío en los pies ... Aguarda un poco ; entonces voy á liártelos con mi manta ... Y poniéndose de rodillas , le envolvió en efecto los pies con el mayor esmero . La alegría les hizo tan comunicativos , que al poco tiempo los señores y la criada charlaban y reían como buenos compañeros . Sin embargo , Maximina daba largos rodeos para no dirigir la palabra directamente á su marido , pues no quería llamarle de usted , y al propio tiempo le causaba vergüenza el tutearlo . Miguel comprendía los esfuerzos que estaba haciendo , pero no iba en su auxilio . Por fin , después de algún tiempo y de mucho vacilar , cuando aquél le preguntó : — ¿ Deseas que almorcemos ? — Como tú quieras — se resolvió á contestar tímidamente . Miguel levantó la cabeza vivamente , haciéndose el sorprendido . — ¡ Hola , señorita ! ¿ Qué confianza es ésa ? ¿ Ya me tuteas ? Maximina se puso colorada y , tapándose el rostro con las manos , exclamó : — ¡ Oh , por Dios , no me hable así , porque no vuelvo á hacerlo más ! — ¡ Qué tonta ! — dijo el joven separándole las manos cariñosamente . — ¡ Estaría gracioso eso ! Juana reía á carcajadas . DESPUÉS de almorzar , se encontraron sin agua . Maximina tenía sed . En la primer estación Juana se apeó , y vino con un vaso lleno . Durante su corta ausencia , se supone con algún fundamento que Miguel besó á su mujer en otro sitio distinto de la mano ; pero no podemos asegurarlo . En Venta de Baños entraron en el mismo coche otros cuatro viajeros , tres señoras y un caballero . Pasaban de los cuarenta todos . Eran hermanos , según se enteraron después , y hablaban con marcado acento gallego . Miguel pasó á ocupar el asiento al lado de su mujer , colocando á la doncella enfrente , y decidió aparecer circunspecto , á fin de que aquellos señores no conociesen que eran recién casados . Sin embargo , no pudo escapárseles esta circunstancia . Las miradas insistentes y la conversación secreta que los novios sostenían , los denunciaban claramente . Las señoras sonrieron primero , hablaron luego entre sí y , por último , pusieron los medios para trabar conversación , consiguiéndolo presto . No tardaron tampoco en informarse de cuanto deseaban saber ; con lo cual , se les despertó , sin saber por qué , una viva simpatía hacia Maximina , y procuraron demostrársela colmándola de atenciones . La niña , que no estaba avezada á ser objeto de ellas , mostrábase confusa y acortada , sonriendo con aquella apariencia vergonzosa que la caracterizaba . Esto concluyó de seducir á las gallegas . Decididamente la tomaban bajo su protección . Eran solteras todas , y el hermano lo mismo . Ninguno había querido casarse « por el dolor que les causaba la idea solamente de separarse » : esto afirmaban á una voz . Por lo demás , ¡ Virgen del Carmen , las proporciones que habían despreciado ! Una de ellas , Dolores , al decir de las otras dos , había estado en relaciones seis años con un estudiante de derecho , en Santiago . Al concluir la carrera , Dolores , sin saber por qué , cortó las relaciones , y el estudiante se fué á su pueblo , donde despechado se casó inmediatamente con una prima rica . Otra , Rita , había tenido unos amores contrariados por su papá . El joven que amaba era poeta ; estaba pobre . Nada pudo vencer la resistencia del papá á aceptarlo por yerno . Desesperado , desapareció , cuando menos se pensaba , de Santiago , después de haberse despedido tiernamente de Rita ( los pormenores románticos de esta despedida no quiso la interesada que se contasen ) , y no volvió á saberse más de él . Algunos aseguraban que había perecido entre las garras de un tigre , buscando en California una mina de oro . En cuanto á la tercera , Carolina , era una verdadera locuela . Nunca habían conseguido sus hermanos que sentase la cabeza . Cuando más creído tenían en casa que estaba enamorada y que la cosa iba seria , ¡ pum ! de la noche á la mañana dejaba plantado al novio , y lo reemplazaba con otro . Carolina , que tendría unos cuarenta y cinco años , mal contados , quiso ruborizarse al escuchar estas afirmaciones , y exclamó sonriendo graciosamente : — ¡ No haga usted caso , Maximina ! ¡ Qué tonta es esta niña ! ... Yo no puedo negar que me gusta la variación ; pero ¿ á quién no le gusta un poco ? Á los hombres hay que castigarlos de vez en cuando , porque son muy malos , ¡ muy malos ! No se enfade usted , Sr . Rivera ... Por eso yo me dije ... lo que es á mí no me la da ninguno . — Eso consiste — dijo Rita — en que todavía no te has enamorado de veras . — Podrá ser . Hasta ahora no he sentido esos afanes y esas fatigas que pasan los enamorados , según dicen . Ningún hombre me gusta más de quince días . — ¡ Qué horror ! — exclamaron riendo Dolores y Rita . — No digas esas cosas , loca . — ¿ Por que no he de decir lo que siento , Rita ? — Porque está mal visto . Las jóvenes deben tener cuidado con las palabras . — Vamos , Carolina — manifestó Miguel revistiéndose de gravedad , — yo , en nombre de la humanidad , le suplico que aplaque usted sus rigores y haga pronto á algún hombre feliz . — Sí , ¡ buenos pillos están ustedes ! — ¡ Muchacha ! — gritó Dolores . — Déjela usted , déjela usted — interrumpió Miguel . — Con el tiempo ya llegará á sentar esa cabecita . Tengo esperanza de que no tardará alguno en vengarnos á todos . — ¡ Ca ! ... Á todo esto , el hermano , que era un señor obeso con grandes bigotes blancos , roncaba como una foca . Maximina escuchaba sorprendida aquellas cosas , que apenas podía comprender , y miraba á Miguel de vez en cuando , tratando de inquirir si hablaba en serio ó se estaba burlando . Las señoritas de Cuervo ( que éste era su apellido ) iban á Madrid á pasar una temporada . Todos los años hacían lo mismo . El resto del invierno lo pasaban en Santiago , y el verano en una aldea muy pintoresca donde se espaciaban á su talante , corriendo como cervatillas por el campo , subiéndose á los árboles para comer las cerezas y los higos y las manzanas , bebiendo el agua en las manos , haciendo excursiones en borrico á las aldeas vecinas ( ¡ qué risa ! ¡ cuánto se divertían , madre mía ! ) , presenciando las faenas agrícolas y bebiendo la leche que el criado acababa de ordeñar . — Esta Carolina se pone insufrible en cuanto llegamos . Se sale por la mañana y nadie vuelve á saber de ella hasta la hora de comer . Con el bocado en la boca vuelve á salir , y hasta la noche . — ¡ Pues tú puedes hablar , Lola ! Yo me voy con las demás muchachas á buscar nidos ó á lavar la ropa al río ... Pero tú te pasas las horas muertas dando palique desde el corredor á los galanes que te hacen la rosca ... — ¡ Jesús , qué atrocidad ! Supongo , Sr . Rivera , que usted no creerá á esa aturdida , insustancial ... ¡ Figúrese usted que los galanes que allí hay son todos labradores ! ... — Eso no importa — manifestó Miguel . — También tienen los labradores corazón y pueden amar las cosas bellas . No dudo que usted tendrá mucho partido entre ellos . — En cuanto á eso — respondió Lola con rubor — si he de decir la verdad , sí , señor , me quieren mucho . Todos los años , en cuanto saben que vamos á llegar , se preparan los mozos para darme una serenata y cortan un arbolito para ponérmelo delante de la ventana . — La serenata no es á ti sola — interrumpió vivamente Carolina . — Es á todas . — Pero el árbol sí — respondió malhumorada Lola . — El árbol , bueno ; pero la serenata no — replicó aquélla un poco picada . Lola le dirigió una mirada penetrante y siguió : — Figúrese usted , Rivera , si tendrán pasión por mí , que cuando vinieron los ingenieros á construir un puente , yo dije que no me gustaba que lo pusiesen donde lo tenían marcado , sino más arriba . Pues en cuanto los mozos se enteraron de lo que yo había dicho , se presentaron á los ingenieros y les dijeron que el puente se había de hacer donde la señorita Lola quería , y que no se pensara en otro sitio , porque ellos lo estorbarían . Y como los ingenieros no quisieron variar el plano , así se está el puente sin construir hace ya cuatro años . — Todo eso — dijo Miguel , — no tanto le honra á usted como á esos inteligentes jóvenes . — ¡ Son tan buenos los pobrecillos ! — Nada santifica tanto el alma como el amor y la admiración — volvió á decir sentenciosamente Rivera . Lola dijo — ¡ Ah ! — y se ruborizó . Aquellas tres señoritas vestían de un modo inverosímil y , si podemos decirlo así , anacrónico . Sus trajes eran vistosos , pintorescos y hasta un si es no es fantásticos , como sólo se consiente á las niñas de quince años . Carolina llevaba el cabello partido en dos trenzas con lacitos de seda en las puntas , y apretaba su flaco y arrugado cuello una cinta de terciopelo azul , de donde pendía una crucecita de esmeraldas . Las otras , como un poco más formales , lo llevaban recogido , aunque no con menos perifollos . La noche ya había llegado tiempo hacía . La familia Cuervo propuso que se cenase , convidando galantemente á sus nuevos amigos con las viandas que llevaban : Aceptaron éstos presentando también las suyas , y en buen amor y compaña se pusieron á engullirlas , extendiendo previamente las servilletas sobre las rodillas . El hermano , que había despertado muy apropósito , comió como un elefante . Durante la cena dijo pocas frases , pero buenas . Una de ellas fué : — Yo , para el tomate , ¡ soy un águila ! Miguel se le quedó mirando un buen rato , y al cabo comprendió la profundidad que guardaba este concepto estrambótico . Había llegado á establecerse entre todos una confianza ilimitada . No siendo bastante llamar á Miguel por su nombre en vez del apellido , Dolores propuso á Maximina que se tratasen de tú . — Yo no puedo tener confianza con una amiga si no la tuteo ... Además , entre chicas es la costumbre . La joven sonrió avergonzada de aquella extraña proposición . Las gallegas , sin más preámbulos , comenzaron á menudear el segundo pronombre de lo lindo . Pero Maximina , aunque la serrasen viva , no podía corresponder al tuteo , y á la primera ocasión se le escapó el usted . Entonces las de Cuervo se mostraron ofendidas . La pobre niña se vió precisada á dar mil rodeos á fin de no hablarles directamente . Miguel , por vengarse alegremente de la molestia que ocasionaban á su esposa , comenzó á su vez á hablarles con gran familiaridad , lo cual no dejó de sorprenderlas al principio ; pero se acostumbraron pronto de buen grado . No contento con esto , al poco rato sacudió rudamente por el brazo al señor de los bigotes blancos : — Oyes , chico , no duermas tanto ... ¿ Quieres un poco de ginebra ? D . Nazario , que así se llamaba , abrió los ojos muy espantado , se echó al coleto la copa que le ofrecían , y volvió á quedar inmediatamente dormido . Ya era hora de hacer todos lo mismo . Miguel corrió la cortinilla del farol , y « para que les molestase menos la luz » , metió todavía un periódico doblado entre ambos . El coche quedó casi en tinieblas . Sólo por las ventanas entraba el pálido resplandor de las estrellas . Era una noche de Enero serena y fría como sólo se ven en las llanuras de Castilla . Acomodóse cada cual lo mejor que pudo en un rincón rebujándose en los abrigos y mantas . Rivera dijo á su esposa : — Reclina la cabeza sobre mí . Yo no puedo dormir en el tren . La niña obedeció á su pesar : creía molestarle . Todo quedó en silencio . Miguel tenía cogida una de sus manos y la acariciaba suavemente . Al cabo de un rato , inclinando la cabeza y rozando con los labios la frente de su mujer , le dijo muy quedo al oído : — Maximina , te adoro — y con más emoción volvió á repetir : — ¡ Te adoro , te adoro ! La niña no contestó , fingiéndose dormida . Miguel le preguntó con voz insinuante : — ¿ Me quieres tú ? ¿ me quieres ? La misma inmovilidad . — ¿ Me quieres , dí ? ¿ me quieres ? Entonces Maximina , sin abrir los ojos , hizo un leve signo de afirmación , y dijo después : — Tengo mucho sueño . Miguel sonrió advirtiendo el temblor de su mano , y repuso : — Pues duerme , hermosa . Y ya no se oyeron en el coche más que los ronquidos de D . Nazario , el cual era especialista en el ramo . Comenzaba generalmente á roncar de un modo acompasado , solemne , en períodos firmes y llenos . Poco á poco se iba precipitando , haciéndolos más concisos y enérgicos , y al mismo tiempo acentuando la nota gutural , que en un principio apenas se advertía . Desde las fosas nasales bajaba la voz á la garganta , volvía á subir , tornaba á bajar , y así por largo tiempo . Pero á lo mejor , dentro de aquel ritmo al parecer invariable , se dejaba oir un silbido agudo y penetrante como anuncio de tempestad . Y en efecto , al silbido contestaba prontamente un gruñido profundo y amenazador , y después otro más alto , y después otro ... Repetíase de nuevo el silbido aún más estridente , y al momento era ahogado por un confuso rumor de chiflidos discordantes que infundían pavura en el alma . Y este rumor iba creciendo , creciendo hasta que , sin saber por qué , se trasformaba súbito en tos asmática y perruna . Don Nazario daba un gran suspiro , descansaba breves momentos y cogía de nuevo el hilo de su oración en tono mesurado y digno . Miguel soñaba con los ojos abiertos . Á su imaginación acudían en tropel ideas risueñas , mil presagios de ventura . La vida se le presentaba con un aspecto suave y amable que hasta entonces no había descubierto . Se había divertido , había gozado de los placeres mundanales ; mas siempre detrás de ellos , y á veces enmedio , percibía un dejo amargo , la estela de tedio y de dolor que el demonio va trazando en la vida de sus adoradores . ¡ Qué diferencia ahora ! Su corazón le decía : « Has hecho bien , serás feliz » . Y su entendimiento , pesando escrupulosamente y comparando el valor de lo que abandonaba con lo que recogía , también le daba el pláceme . Por largo rato estuvo así despierto , sintiendo en el hombro el peso de la cabeza de su mujer . De vez en cuando la miraba de reojo , y aunque parecía tener los ojos cerrados , dudaba que durmiese . Al cabo prendióle á él el sueño . Cuando abrió los ojos entraba ya en el coche la claridad de la aurora . Miró á su esposa , y observó que estaba despierta . — Maximina — le dijo con voz de falsete para no turbar á los demás . — ¿ Hace mucho que estás despierta ? — No ; un poco — respondió la niña incorporándose . — ¿ Y por qué no te has levantado ? — Porque temía quitarte el sueño al moverme . — ¡ Pues qué más hubiera querido yo ! ¿ No sabes que tenía ya muchos deseos de hablar contigo ? Y los jóvenes entablaron un diálogo en voz tan apagada , que más se adivinaban que se oían ; mientras las señoritas de Cuervo , su hermano y Juana dormían en varia y original postura . ¿ De qué hablaron en aquellos momentos ? Ni ellos mismos lo sabían . Las palabras tenían un valor convencional , y todas ellas , sin exceptuar una , expresaban lo mismo . Miguel , huyendo de hablar de sí mismos porque advertía que á Maximina le causaba vergüenza , encauzaba la conversación hacia algún asunto alegre , y procuraba hacerla reir á fin de que desapareciese su natural embarazo . No obstante , se aventuró á decir una vez , mirándola fijamente : — ¿ Estás contenta ? — Sí . — ¿ No te pesa de ser mía ? — ¡ Oh , no ! ¡ Si supieras ! — ¿ Qué ? — Nada , nada . — Sí , algo ibas á decir ; habla . — Era una tontería . — Pues dímela ; tengo derecho ya á saber hasta lo más insignificante que cruce por tu imaginación . Necesitó instarla mucho y muy cariñosamente para lograr saberlo . — Vamos , dímelo bajito . Y la atrajo suavemente . Maximina depositó en su oído : — Ayer he pasado muy mala noche . — ¿ Por qué ? — Desde que me dijiste que tenías tiempo aún á dejarme , no pude pensar en otra cosa ... Se me figuró que me lo habías dicho con cierto retintín ... Toda me volvía dar vueltas en la cama ... ¡ Ay , madre mía , qué pena ! ... Me levanté antes que nadie en la casa y fuí descalza hasta tu cuarto ; puse el oído á la cerradura á ver si escuchaba tu respiración ; pero nada . ¡ Me dió una congoja ! Cuando la criada se levantó , le pregunté como quien no quiere la cosa si te había llamado . Me dijo que sí , y respiré . Pero aún no las tenía todas conmigo . Tenía miedo que al preguntarte el cura si me querías dijeses que no ... Cuando te oí decir sí , ¡ me entró una alegría ! y dije para mí : ¡ Ya estás cogido ! — ¡ Y bien que lo estoy ! — exclamó el joven besándola en la frente . El tren corría ya por los campos vecinos á Madrid . Las señoritas de Cuervo despertaron . La luz natural no favoreció gran cosa sus naturales gracias ; pero se apresuraron á venir en su ayuda con una serie de minuciosos trabajos que dejaban bien probadas sus inclinaciones artísticas . De un magno estuche de piel de Rusia sacaron peines , cepillos , pomada , horquillas , polvos de arroz y un frasquito de colorete . Y unas á otras se fueron aliñando y retocando escrupulosamente en medio de mil frases cariñosas y carocas infantiles . — Vamos , chica , estáte quieta ... Mira que te voy á pinchar ... ¡ Jesús , qué niña tan mala ! — Estoy nerviosa , Lola , estoy nerviosa . — Ya se conoce que vas á ver pronto á quien tú sabes y yo me callo . — ¡ Qué tonta ! Calla . Rivera se lo va á creer . Maximina contemplaba sorprendida , con los ojos muy abiertos , aquel repentino tocado . Las de Cuervo la invitaron á hacer lo mismo , y entonces salió de su estupor dando confusamente las gracias . En la estación aguardaban á nuestros viajeros la brigadiera Ángela y Julia . Ésta abrazó y besó repetidas veces á su cuñada . Aquélla le dió la mano y también la besó en la frente . Después de despedirse las gallegas con mil ofrecimientos amistosos , subieron á la carretela que la brigadiera había traído , colocándose ésta y Maximina en el sitio de preferencia por indicación de Julia , que no quitaba ojo á su nueva hermana y le tenía cogidas las manos apretándoselas á menudo con efusión . Ésta procuraba vencer su cortedad para mostrarse cariñosa ; y con gran trabajo lo conseguía . La madrastra se mostraba afable y atenta , mas sin que pudiera abandonarla aquella apariencia altiva y desdeñosa que siempre había caracterizado su persona . La joven esposa le echaba de vez en cuando rápidas y tímidas miradas . Al llegar á casa , Julia fué corriendo á enseñarle la habitación que les tenían destinada y que ella había arreglado con minucioso esmero . No faltaba un solo pormenor , ni se había visto jamás diligencia más fina para prevenir todas las necesidades de la vida de una dama , desde los ramos de flores y el estuche de costura hasta el abrochador de guantes y las horquillas . Desgraciadamente , Maximina no podía apreciar estos refinamientos de la elegancia y del buen gusto . Todo era para ella igualmente nuevo y hermoso . Miguel encontró á su hermana en un corredor . — ¿ Dónde está Maximina ? — La he dejado en su cuarto quitándose el abrigo . Aguarda á su doncella , que dice que le trae las zapatillas . — Yo también voy á quitarme el abrigo y á cepillarme un poco — dijo el joven algo vacilante . Julia le soltó una carcajada en las narices y echó á correr . Al entrar en el cuarto se despojó efectivamente del gabán , y dirigiéndose á su mujer , que ya estaba con su trajecito gris , la estrechó fuertemente contra su corazón y la dió repetidos besos . Después , llevándola por la mano hacia una silla , la sentó sobre sus rodillas y tornó á besarla apasionadamente . Maximina estaba roja como una cereza , y aunque entendía que todo aquello debía ser así , todavía procuraba con suavidad desasirse . Miguel , que también estaba turbado , la dejó levantarse y salir de la habitación , siguiéndola poco después . Era domingo y precisaba oir misa . Como la brigadiera y Julia ya la habían oído , salieron solamente Maximina , Miguel y Juana , y entraron en San Ginés . La criada , que jamás había transigido con no ver al cura de pies á cabeza , rompió por entre la gente y fué á colocarse cerca del altar . Los esposos se quedaron hacia atrás . Nunca le pareció tan bien á nuestro joven el incruento sacrificio ni asistió tan á su placer á él , aunque su imaginación no volaba precisamente hacia el Gólgotha ni sus ojos iban siempre derechos al oficiante . Pero el cielo , que es muy clemente con los recién casados , le ha perdonado ya estos pecados . Después de almorzar , Miguel propuso dar un paseo por el Retiro . La tarde , aunque fría , estaba serena y apacible . La brigadiera no quiso acompañarles . ¡ Con qué gozo pasó Julita á ocuparse en el adorno y tocado de su cuñada ! Ella eligió el traje que había de ponerse , y le ayudó á vestírselo , ella la peinó á la moda , ella le puso el aderezo y las flores en el pecho , y hasta ella misma le abrochó las botas . Estaba roja de placer ejecutando estos oficios . Luego que se vieron en la calle , marchaba ebria de orgullo llevando á su cuñada en el medio , como si fuese diciendo á la gente : « ¿ Ven ustedes esta jovencita , más niña que yo todavía ? ... ¡ Pues es una señora casada ! Respétenla ustedes » . Antes de llegar al Retiro , echando casualmente la vista atrás , acertó Miguel á ver muy lejano , muy lejano , desvaído en el ambiente de la calle de Alcalá , el perfil finísimo de Utrilla , aquel famoso cadete de marras , y dijo á su esposa con seriedad : — Aquí donde nos ves , Maximina , que parecemos simples particulares yendo á tomar el sol al Retiro , llevamos escolta . Julita se puso colorada . — ¿ Escolta ? No veo nada — contestó volviendo la cabeza . — No es fácil . Más adelante te daré los gemelos , á ver si logras distinguirla . Julita la apretó la mano , diciéndola por lo bajo : — ¡ No hagas caso de ese tonto ! Ya que estuvieron en el Retiro , el perfil de Utrilla se fué señalando mejor en la atmósfera serena , á modo de raya delicada . Maximina iba contemplando , con mezcla de sorpresa y de vergüenza , aquella balumba de caballeros y señoras que á su lado cruzaban , y que la miraban fija y descaradamente al rostro y al vestido , con esa expresión altiva é inquisitorial con que los madrileños suelen mirarse unos á otros en el paseo . Y hasta se le figuró escuchar á su espalda algunos comentarios acerca de su persona : « — El traje es rico , sí , ¡ pero qué mal lo lleva esa chica ! Parece una santita de aldea » . No le ofendió esto , porque estaba bien convencida de su insignificancia al lado de tanto gran señor y señora ; pero le causaba tristeza no hallar siquiera un rostro amigo , y se estrechaba á menudo contra su esposo , buscando refugio contra la vaga é injustificada hostilidad que en torno suyo percibía . Mas al volver los ojos á éste , observó que marchaba también con el entrecejo fruncido , reflejando en su fisonomia la misma indiferencia desdeñosa y el mismo tedio que todos los demás . Y se le apretó aún más el corazón , porque no sabía que el sentimiento á la moda en Madrid es el odio , y que si no se siente , como es de obligación , precisa aparentarlo , al menos , cuando nos hallamos en público . Pero de estos refinamientos de la civilización no era posible que estuviese enterada todavía nuestra heroína . Cuando hubieron dado unas cuantas vueltas , dijo Miguel á su hermana : — Oyes , Julita , ¿ por qué no se acerca Utrilla , ahora que no va mamá con nosotros ? — Porque yo no quiero — repuso aquélla inmediatamente y con gran decisión . — ¿ Y por qué no quieres ? — Porque no quiero . Miguel la miró un instante con expresión burlona y dijo : — Bien ... pues como quieras . Mientras duró el paseo , Utrilla trazó con increíble habilidad geométrica una serie de circunferencias , elipses , parábolas y otras curvas cerradas ó erráticas , de las cuales eran siempre foco nuestros amigos . Cuando volvieron á casa , tomó también la línea recta , si bien procurando en la medida de sus fuerzas que el contorno de su silueta se borrase en los confines del horizonte . Antes de retirarse , entraron en el reservado del Suizo á tomar chocolate . Estando allí , Rivera percibió , por un instante no más , el rostro del cadete pegado á los cristales . — Julita , ¿ me permites que salga á invitar á ese muchacho á tomar chocolate ? — ¡ No quiero ! ¡ no quiero ! — exclamó la joven , poniéndose muy seria . — Es que me da lástima ... — ¡ No quiero ! ¡ no quiero ! — volvió á exclamar en tono casi rabioso . No hubo más remedio que dejarla mortificar á su gusto al desdichado hijo de Marte . — ¿ A que no sabes , Maximina — dijo al entrar en casa la cruel madrileña — cómo se llaman estos chicos que nos siguen hasta el portal ? — ¿ Cómo ? — Encerradores . Y subió riendo la escalera . Se comió en buen amor y compaña . La brigadiera hizo sol aquel día , como solía decir Miguel ; habló bastante , autorizándose contar con su gracioso acento sevillano algunas anécdotas de las personas conocidas en Madrid . Pero al llegar los postres , Maximina comenzó á sentir algún desasosiego , porque se había convenido antes entre todos que aquella noche no saldrían y se retirarían temprano , no sólo por Miguel y por ella , sino también por la brigadiera y Julita , que á causa del madrugón necesitaban descanso . El problema de levantarse de la mesa y retirarse cada cual á su habitación se presentaba terrible y pavoroso para la niña de Pasajes . Por fortuna , la brigadiera estaba en vena y Julia también . La sobremesa se prolongaba sin advertirlo nadie más que ella . Según iban trascurriendo los minutos crecía su confusión y su temor , y sentía un temblor extraño que corría por el interior de su cuerpo y le impedía , bien á su pesar , tomar parte en la conversación . Y en efecto , así como lo temía , llegó un instante en que ésta comenzó á languidecer . Miguel , para ocultar también su migajita de vergüenza , procuró reanimarla , y lo consiguió por un buen cuarto de hora . Mas sin saber por qué feneció de pronto . La brigadiera bostezó dos ó tres veces . Julita levantó la vista hacia el reloj , que señalaba las nueve y media . Maximina clavó los ojos en el mantel jugando con el aro de la servilleta , mientras su marido , presa de cierta inquietud , hacía rechinar la silla . Al fin Julita se levantó bruscamente , salió del comedor , y volvió enseguida con una palmatoria en la mano , se acercó rápidamente á su cuñada y la besó en la mejilla diciendo : — Hasta mañana . Y salió otra vez corriendo , con la sonrisa en los labios , para ocultar la vergüenza que también ella sentía . — Vaya , niños — dijo la brigadiera levantándose con decisión , — podéis retiraros , que todos necesitamos descanso ... Isabel , encienda usted luz en el cuarto de los señoritos . Maximina , ruborizada , desfallecida casi de vergüenza , fué á besarla . Miguel , disfrazando con una sonrisa de hombre de mundo la inquietud verdadera que sentía , hizo lo mismo . AUNQUE no había hablado de ello , Miguel tenía resuelto vivir en casa aparte ; pero que fuese vecina á la de su madrastra . Cuando Julita supo esta decisión , experimentó grave disgusto y quiso indignarse contra su hermano . No tardó , sin embargo , en comprender que obraba cuerdamente . La brigadiera trataba á Maximina con toda la amabilidad de que era susceptible . Aquélla la abrumaba con atenciones y caricias ; y á pesar de todo , no era posible vencer su timidez . No se la oía pedir nada de lo que la hiciese falta , lo cual hacía presumir que muchas veces se quedaba sin ello . En la mesa , cuando deseaba alguna cosa , lo más que se autorizaba era hacer disimuladamente una seña á Miguel para que se la diese . Jamás ordenaba cosa alguna á los criados de la casa . Sólo con su doncella Juana se entendía para los mil menesteres de la vida . Miguel , con esto , andaba un poco inquieto , porque bien se le alcanzaba , á pesar del rostro alegre de su esposa , que no debía de estar muy á su gusto en la casa ; y aun la había reprendido suavemente por su falta de confianza . Un día , á los pocos de haber llegado , viniendo de la calle y disponiéndose á entrar en su cuarto , Juana le llamó aparte con mucho misterio y le dijo : — Señorito , voy á decirle una cosa para que la sepa ... La señorita tenía costumbre de merendar allá en su casa ... Aquí se conoce que no se atreve á pedirlo ... Hoy me ha mandado comprarle unas galletas ... Mire usted , aquí las tengo . — ¡ Ay , probrecita mía ! — exclamó Miguel con emoción . — ¡ Pero qué tonta ! — No vaya por Dios á decírselo , porque entonces ya no vuelve á tener confianza conmigo . — Pierde cuidado . Y se entró en el cuarto de su esposa diciendo : - Maximina , traigo el apetito muy despierto de la calle . No puedo aguardar la hora de comer . Anda , vé al comedor y dí que me traigan algo . — ¿ Qué quieres ? — Cualquier cosa ... Lo que tú hayas merendado . La niña se quedó suspensa . — Es que ... es que yo todavía no he merendado . — ¿ Cómo no ? — exclamó Miguel en el colmo de la sorpresa . — ¡ Pues si ya son cerca de las seis ! ... ¿ No te lo han traído ? ... Á ver , Juana , Juana ( á grandes voces ) , llame usted á la señorita Julia . — ¿ Qué vas á hacer ? ¡ por Dios ! ¿ qué vas á hacer ? — exclamó la chica llena de terror . — Nada , enterarme de por qué no te han servido el dulce , ó los pasteles , ó lo que tomes ... — ¡ Pero si no lo he pedido ! — No importa ; tienen obligación de servirte á la misma hora lo que acostumbres á tomar . — ¿ Qué querías , Miguel ? — preguntó Julia entrando . — Quería preguntarte por qué no han servido la merienda á Maximina , siendo ya cerca de la seis . Julia quedó á su vez confusa . — Es que ... es que Maximina no merienda . — ¿ Cómo que no merienda ? — exclamó estupefacto . — Se lo he preguntado el primer día y me dijo que no tenía costumbre . Miguel volvió los ojos á Maximina , que bajó los suyos ruborizada como si hubiese cometido un delito . — Pues yo te digo que sí — profirió en alta voz volviéndose á Julia con semblante severo . — Yo te digo que tiene esa costumbre , y has hecho muy mal , conociendo su carácter , en no insistir , ó al menos en no preguntármelo á mí . — ¡ Por Dios , Miguel ! — murmuró la esposa con acento de angustia . Julia se puso fuertemente colorada , y girando sobre los talones , se salió de la estancia . Maximina estaba petrificada . Su marido dió algunos pasos con semblante hosco , y salió también yendo derecho al comedor , donde halló á su hermana muy triste , sacando platos . Tomándole la barba entre los dedos y soltando una carcajada , le dijo : — Ya sabía que Maximina no merendaba . No hagas caso de lo que te he dicho . He querido ponerla en este apuro á ver si la curo de su timidez . — Pues mira , chico , te ha salido el tiro por la culata , porque á quien has puesto es á mí — respondió la joven , enojada realmente . — ¡ Ya se han concluído para mí los mimos ! — ¡ Hola ! ¿ Celos tenemos ? — ¡ Eso quisieras tú , fatuo ! — Vamos , confiesa que sí — dijo sujetándola por los brazos y dándola un mordisco en el cuello . — Confiesa que ya han parecido ... — ¡ Quita , tonto , retonto ! — contestó , forcejando por desasirse . — ¡ Que te estés quieto , Miguel ! ¡ Déjame , Miguel ! Y dando una fuerte sacudida , se zafó de sus manos y escapó airada de la habitación , mientras su hermano quedaba riendo . En los días siguientes pudo éste convencerse de que Maximina había caído en gracia á todos en la casa . Ni era posible que otra cosa sucediese dada su condición apacible , callada y modesta . Sin embargo , nuestro joven observó con cierto disgusto que de esta condición se abusaba en algún modo , pues no se la consultaba para nada , y se ordenaba el plan del día , las salidas al paseo , á los teatros , á las tiendas y á las visitas , sin preguntarle siquiera si deseaba quedarse en casa . Esto contribuyó mucho á que apresurase su traslación , decidiéndose por un cuarto principal de la vecindad , muy amplio y hermoso , aunque un poco caro para su fortuna ; pero contaba compensar el exceso privándose de otras cosas superfluas . Era para nuestro héroe gratísimo solaz el salir con su esposa á comprar los muebles que les hacían falta . Desgraciadamente , la brigadiera y Julia les acompañaban la mayoría de las veces , y entonces ya se sabía que ante aquélla todos perdían el derecho de elección y hasta el de emitir dictamen . Molestaba esto no poco á Miguel , y por eso siempre que podía evitaba el que su madrastra les acompañase ; pero , con sorpresa suya , Maximina no se mostraba ni más contenta ni más dispuesta á dar su opinión . Parecía que todo le era indiferente , y que aquel lujo que jamás había visto la impresionaba de mal modo . De vez en cuando apuntaba tímidamente que tal armario ó tal sofá eran bonitos , « pero caros » . Miguel se había impacientado en dos ó tres ocasiones viendo su indiferencia , pero se había arrepentido luego al notar el gran efecto que cualquier contestación seca causaba en su esposa , y había concluído por embromarla por sus tendencias á la economía . Lo que más le placía á Maximina en aquellas salidas era ir sola con su marido por las calles , y eso que no había consentido en apoyarse en su brazo de día , á pesar de los ruegos que le había dirigido . — Me da mucha vergüenza ; todo el mundo mira para nosotros ... — Es que les sorprende que me haya enamorado de una mocosuela tan fea ... Maximina levantaba hacia él sus grandes ojos tímidos y sonrientes , para expresarle su agradecimiento . — Yo también me sorprendo ... Ahora que veo tantas mujeres hermosas por todas partes , no sé cómo has podido fijarte en mí . — Porque siempre he tenido muy mal gusto . — Eso será . Miguel conmovido le apretaba con disimulo la mano . Por la noche ya era otra cosa . Entonces consentía en que fuesen de bracero , y no podía ocultar el inmenso placer que esto le causaba . Sólo al pararse delante de algún escaparate y quedar bañados en luz , buscaba pretexto para soltarse . Una noche al salir de casa , fuese por distracción ó por broma , Miguel no la ofreció el brazo . Al cabo de un rato , Maximina , como si adoptase una resolución enérgica después de grandes cavilaciones , se apoyó sobre él bruscamente . Miguel la miró sonriente . — ¡ Hola , qué bien has aprendido á tomar lo que te pertenece ! La niña bajó la cabeza ruborizada , pero no se soltó . La brigadiera encontraba muy de su gusto á la esposa del hijastro , por más que le doliese que hubiera descendido hasta ella . Así lo expresaba á sus amigas y á Julia . Á Miguel no le decía nada , mas no por eso dejaba de estar enterado de tan favorable opinión . Sin embargo , no acababa de tranquilizarse , porque observaba que su madrastra iba ejerciendo sobre la joven esposa el mismo poder omnímodo y tiránico que sobre Julia , y aun mayor si cabe , por la condición más tímida y apacible de aquélla . Ni podía ocultársele que la simpatía en caracteres como el de la brigadiera está siempre en razón directa del grado de sometimiento á que llegan las personas que con ellas se relacionan . Al salir Julia una tarde del cuarto de los esposos , exclamó Maximina en un momento de expansión : — ¡ Cómo me gusta tu hermana ! Miguel le clavó una mirada penetrante . — ¿ Y mamá ? — ... También — respondió la niña . No le hizo más preguntas ; pero aquel mismo día el hijo del brigadier avisó al administrador que no podía tomar el cuarto principal de aquella casa , y eligió otro en la plaza de Santa Ana . El pretexto que dió á su familia para este cambio fué que no podía vivir tan apartado de la redacción del periódico , ahora que iba á emprender una campaña más asidua . Y no le pesó , en verdad ; antes á los pocos días tuvo ocasión de confirmarse en su acuerdo y darse por él la enhorabuena . Sucedió que un día , viniendo de dirigir los trabajos de instalación en su nuevo cuarto , encontró á Maximina con los ojos un poco enrojecidos como de haber llorado . El corazón le dijo que había pasado algo , y le preguntó con ansiedad : — ¿ Qué tienes ? Has llorado . — No — contestó la niña sonriendo , — es que me he lavado hace un momento . — Sí , te has lavado , pero por haber llorado antes . Díme , díme pronto qué ha sido . — Nada . — Bien — replicó el joven con firmeza , — yo lo sabré . En efecto , Juana , aunque de un modo confuso , le enteró de lo ocurrido . — Mire usted , señorito , al parecer , la señora le dijo hace ya días á la señorita que no le gustaba que estuviese hasta tan tarde sin arreglarse , porque podían venir visitas . Todos estos días la señorita se ha aviado temprano ; pero hoy no sé cómo se descuidó y la señora la ha reprendido . — ¿ Qué le ha dicho ? — Yo no sé . La señorita no ha querido decírmelo ... pero ha llorado bastante . Miguel entró en su cuarto rojo de ira . — Maximina , avíate y arregla los baúles ... Nos vamos ahora mismo de esta casa ... Yo no consiento que nadie te haga llorar . La joven quedó mirando á su esposo con más expresión de susto que de reconocimiento . — ¡ Si nadie me ha hecho llorar ! ... He llorado sin saber por qué ... Me sucede muchas veces ... Puedes preguntárselo á mi tía ... — Nada , nada , ahora mismo nos vamos ... — ¡ Oh , Miguel , por Dios no hagas eso ! — ¡ Que sí , que nos vamos ! Maximina se arrojó en sus brazos llorando . — ¡ No hagas eso , Miguel , no hagas eso ! ¡ Enfadarte con tu madre por mi culpa ! ... ¡ Prefiero morir ! La cólera del joven fué cediendo y consintió al cabo en disimular su desabrimiento , si bien quedó decidido que al día siguiente irían á dormir á su casa . Así se realizó . Mas la brigadiera no se dejó engañar , y entendió bien los motivos que Miguel tenía para precipitar su traslación . No hay para qué decir que desde entonces Maximina perdió para ella gran parte de su valimiento . El cuarto de la plaza de Santa Ana estaba alfombrado , pero aún había pocos muebles . Sólo tenían arreglados , y no enteramente , el comedor , un gabinete y su alcoba . En el resto de la casa había algunas sillas diseminadas y tal cual armario ó espejo fuera de su sitio . Á pesar de eso , Miguel y Maximina lo hallaron delicioso . Al fin estaban solos , y eran dueños de sus acciones . La independencia les embriagaba de gozo . Aquel aspecto de interinidad seducía á Miguel como una cosa extraordinaria y original . Maximina quiso hacer la cama por sí misma ; pero ¡ ay ! el colchón pesaba tanto , que no podía moverlo . Viéndola forcejar hasta ponerse colorada , Miguel echó mano también y ayudó á batirlo , riendo á carcajadas sin saber de qué ; acaso de placer . Pero á nuestros esposos se les había olvidado una porción de cosas indispensables para la vida , entre ellas , las lámparas para alumbrarse . Cuando llegó la noche , Juana tuvo que ir apresuradamente á comprar bujías y unos candeleros , para poder comer . Aquella primer comida á solas fué deliciosa . Maximina tenía el apetito casi siempre despierto , lo cual era para ella un gran defecto , y procuraba ocultarlo , quedando casi siempre con ganas . Mas ahora , delante de su marido solamente y pensando que éste no se fijaba , echaba en el plato lo que bien le placía . Cuando terminaron , Miguel le dijo : — Has comido bien ; mucho mejor que estos días pasados en casa de mamá . Maximina se ruborizó como si le hubiesen descubierto un delito . Adivinando lo que pasaba en su interior , Miguel acudió inmediatamente en su auxilio . — Vaya , ahora comprendo que no comías allí por vergüenza ... Pues ten entendido que hoy es moda comer mucho ... Además , á mí no hay nada que me cause tanto placer como ver comer con apetito ; mucho más si es una persona querida . Por consiguiente , si quieres darme gusto , procura tenerlo siempre despierto ... Para estómagos malos , basta el mío en la casa . Aquella noche decidieron no salir á la calle . Se fueron desde el comedor al despacho , en donde no había mueble alguno , pues deseaba el joven amueblarlo con calma y á su gusto . Pero en el gabinete no había chimenea y allí sí . Juana la encendió y además un par de bujías . Miguel las apagó en seguida ; prefería quedar con la luz de la chimenea solamente . Quiso después ir á buscar al gabinete un par de butacas , pero Maximina le dijo : — Trae para ti solamente ... Verás ; yo me siento en el suelo y estoy más á gusto . Y como lo dijo lo efectuó , dejándose caer suavemente sobre el pavimento alfombrado . Su marido la miró sonriendo . — ¡ Ah ! pues entonces no voy por las butacas . No quiero ser menos que tú . Y se sentó á su lado : ambos delante de la chimenea cuya llama iluminaba la sonrisa feliz de sus rostros . El marido tomó las manos de la esposa , aquellas manos regordetas , endurecidas , mas no desfiguradas por el trabajo , y las besó con pasión repetidas veces . La esposa no quiso ser menos , y después de vacilar un poco , tomó las del marido y las llevó á los labios . Á Miguel le hizo gracia aquel rasgo de inocencia y sonrió . — ¿ De qué te ríes ? — le preguntó la niña mirándole sorprendida . — De nada ... de placer . — No ; te has sonreído con malicia ... ¿ De qué te ríes ? — De nada te digo ... Son aprensiones tuyas . — ¡ Cuando digo que te ríes de mí ! ¿ He hecho algo mal ? — ¡ Qué habías de hacer , tonta ! Me he reído porque no es costumbre que las damas besen las manos á los caballeros . — ¿ Lo ves ? ... ¡ Pero yo no soy una dama ! ... Y tú eres mi marido ... — Tienes razón — dijo él abrazándola , — tienes razón en todo lo que dices . Haz siempre lo que te salga del corazón como ahora , y no temas equivocarte . La luz azulada del cok saltaba alegremente por encima de los carbones , surgiendo y desapareciendo á cada instante , cual si acudiese á escuchar las palabras de los esposos , y se retirase solícita después á comunicarlas á algún gnomo vulcanio . De vez en cuando un pedacito de escoria se desprendía de la masa incandescente , atravesaba la reja y venía rodando á parar á sus pies . Entonces Maximina aguardaba un instante á que se enfríase , la cogía entre sus dedos y la arrojaba al cenicero . No se oía más que el rumor estridente de los coches que cruzaban hacia el teatro . La charla de los esposos era cada vez más viva y más íntima . Maximina iba perdiendo su cortedad , gracias á los esfuerzos incesantes de Miguel , y se atrevía á dirigirle preguntas acerca de su vida pasada , á las cuales el joven respondía con verdad unas veces , otras con mentira . Sin embargo de todo ello , dedujo la niña que su marido había hecho algunas cosas malas , y se asustó . — ¡ Ay , Miguel ! ¿ Cómo te has atrevido á dar un beso á una mujer casada ? ¿ No temes que Dios te castigue ? El rostro del joven se oscureció de pronto . Una arruga profunda , maldita , surcó su frente y se quedó un rato pensativo . Maximina le miraba con ojos extáticos , sin comprender la razón de aquel cambio de fisonomía . Al cabo , con voz un poco ronca , mirando para el fuego , dijo Miguel : — Si conmigo sucediese una cosa semejante , y lo averiguase , ya sé lo que había de hacer ... Lo primero sería poner á mi mujer en la calle , de día ó de noche , á cualquiera hora que lo supiese ... La pobre Maximina se conmovió ante aquella salida , tan brutal como inesperada , y exclamó : — Harías bien . ¡ Dios mío , qué vergüenza para una mujer verse arrojada así ! ... ¡ Cuánto más valdría morir ! La arruga de la frente de Miguel se desvaneció . Miró á su mujer amorosamente , y comprendiendo que aquella lección había sido tan inútil como inoportuna , le dijo besándole una mano : — ¿ Por qué hemos de hablar de las maldades que acontecen en el mundo ? Afortunadamente yo he hallado una tabla de salvación , que es esta mano . Á ella me agarro , seguro de ser bueno y honrado toda mi vida . — Debes pedir perdón á Dios . — Á Dios y á ti os lo pido . — El mío ya está concedido . — Y el de Dios también . — ¿ Qué sabes tú ... ¡ Ay , qué tonta ! Ya no me acordaba que te has confesado hace unos días . — Eso es — dijo Miguel , que tampoco se acordaba . Después hablaron de los pormenores domésticos , de los muebles , de los criados que necesitaban tomar . Maximina sostenía que bastaban Juana y una cocinera . Miguel quería además otra chica para la costura y la plancha . Con este motivo manifestó á su esposa los recursos de que podía disponer . — Me quedan cuatro mil duros de renta ; pero voy á dejar á mi hermana y á mamá mil para que puedan vivir decentemente ... Con tres mil duros nosotros podemos arreglarnos perfectamente . — ¡ Oh , ya lo creo ! ... ¿ Por qué no les dejas á tu mamá y á tu hermana la mitad ? Mira , ellas están acostumbradas al lujo , y yo no ... Yo con cualquier vestido me arreglo ... — Es que no quiero que te arregles con cualquier vestido , sino con el que corresponde á tu clase . — ¡ Si supieras qué gusto tan grande me darías cediendo á tu hermana la mitad ! — No puede ser ... Hay que pensar también en los hijos . — Aún te queda mucho . — ¡ Tú no estás enterada de lo que se gasta en Madrid , querida ! Después de reflexionar un instante añadió : — En fin , que no sea ni uno ni otro : partamos la diferencia . Les dejaré treinta mil reales , y nos quedaremos con cincuenta mil . Lo que sentiré es que me salga un cuñado pillo que se coma el capital . Así charlando , llegaron las diez de la noche , y decidieron irse á la cama . Miguel se levantó primero y ayudó á su esposa á ponerse en pie . Encendieron la palmatoria y se encerraron en su alcoba . Maximina bendijo , como de costumbre , la cama pronunciando una porción de oraciones aprendidas en el convento , y se entregaron tranquilamente al sueño . Allá hacia el amanecer , Miguel creyó oir á su lado un ruido singular , y despertó . Al instante observó que su esposa le besaba repetidas veces en el cuello , muy suavemente , con ánimo , sin duda , de no despertarle . Poco después oyó un sollozo . — ¿ Qué es eso , Maximina ? — dijo volviéndose bruscamente . La niña , por toda contestación , se abrazó á él , y comenzó á llorar perdidamente . — ¿ Pero qué tienes ? ... Díme pronto , ¿ qué tienes ? Sofocada por los sollozos , comenzó á decir : — ¡ Oh , acabo de soñar unas cosas tan malas ! ... Soñé que me arrojabas de casa . — ¡ Pobrecilla ! — exclamó Miguel cubriéndola de caricias . — Te has impresionado con lo que te he dicho esta noche ... ¡ Soy un estúpido ! — No sé lo que ... habrá sido ... ¡ Qué angustia , Virgen mía ! ... Creí morir ... Si no despierto me muero ... Pero tú no eres estúpido , no ... ¡ Soy yo ! — Bien , seremos los dos ... pero tranquilízate — dijo besándola . Al poco rato , ambos se quedaron otra vez dormidos . EN la redacción reinaba silencio inusitado . No se oía más que el crujir de las plumas de acero sobre el papel . Los redactores escribían en torno de una gran mesa forrada de hule , exceptuando dos ó tres colocados frente á unas mesillas de pino en los rincones de la sala . De pronto , uno de barba poblada y gris levantó la cabeza preguntando : — Diga usted , Sr . de Rivera , ¿ no estaba señalado para el día 18 el movimiento ? Miguel , que escribía en una de las mesitas privilegiadas , respondió sin levantar la cabeza : — No me cansaré , Sr . Marroquín , de recomendar á usted la discreción . Observe usted que nuestras cabezas peligran todas , desde las más humildes como la del Sr . Merelo y García , hasta las más severas y magníficas como la de nuestro dignísimo director . Los redactores sonrieron . Uno de ellos preguntó : — ¿ Y qué es de Merelo ? No ha venido todavía . — Hasta las doce no puede venir — contestó Rivera . — De diez á doce conspira siempre contra las instituciones en el café del Siglo . — Yo pensé que era en Levante . — No , en Levante es á última hora , de dos á tres . El primero que había hablado es aquel mismo señor Marroquín , de perdurable memoria , profesor de Miguel en el colegio de la Merced , enemigo nato del Supremo Hacedor y hombre hirsuto hasta donde un bípedo puede serlo . La razón de encontrarse allí es la siguiente : Un día , cuando estaba concluyendo de almorzar , pasaron á Miguel recado de que un caballero le aguardaba en el despacho . El caballero era Marroquín , que más parecía por la traza un mendigo . Tan pobre , sucio y raído estaba . Al ver á su discípulo se enterneció , aunque parezca extraño . Después le contó , con verdadera elocuencia , que no tenía una peseta , y se morían de hambre él y sus hijos , concluyendo por pedirle una plaza de redactor en La Independencia . — Yo no soy propietario del periódico , querido Marroquín . Lo único que puedo hacer por usted es darle una carta para el general conde de Ríos . En efecto , le dió la carta , y Marroquín se presentó con ella en casa del general ; pero tuvo la mala fortuna de llegar en la peor sazón , cuando aquél , hecho un energúmeno por los pasillos de su casa , recordaba el repertorio de juramentos en que tanto se había distinguido el sargento Ríos . La razón era que uno de sus pequeños se había bebido un frasco de tinta persuadido de que era Valdepeñas . Si tienen ó no los juramentos é interjecciones de los carreteros influencia decisiva en los envenenamientos , no lo sabemos ; pero el general los empleaba con la misma fe que si se tratase de un antídoto poderoso . El paciente inclinaba su cabecita pálida contra la pared derramando copioso llanto . — ¿ Qué trae usted ? — le preguntó el conde clavándole una mirada iracunda . — Una carta — contestó el pobre Marroquín presentándosela con mano trémula . — ¡ Vomita ! — gritó el general con los ojos llameantes . — ¿ Cómo ? — preguntó tímidamente el profesor . — Vomita , niño , vomita , ¡ ó te estrello ! — rugió el ilustre caudillo de Torrelodones sacudiendo á su hijo por el cuello . — ¿ Y qué dice la carta ? — Es del Sr . Rivera , pidiéndole una plaza de redactor en La Independencia para un servidor de V . E ... — ¿ No puedes ? ¡ Métete los dedos en la boca ! ... Ya sabe el Sr . Rivera sobradamente que no hay plaza , que todas están ocupadas , y que ya me duelen las orejas ... ¡ A ver si te metes los dedos , chiquillo , ó te los meto yo ! Marroquín obró prudentemente levantando el pestillo de la puerta y saliéndose con disimulo . Más adelante , Miguel habló al general en momento más propicio , y pudo conseguir que se le admitiese en la redacción con un sueldo mensual de veinticinco duros . En La Independencia , escribía , además de aquel redactor de fondos que ya conocemos , un cura apóstata y liberal que se había dejado crecer la barba hasta el pecho y contaba á sus compañeros los secretos de la confesión cuando venía un poco ó un mucho beodo . Era íntimo de Marroquín . Ambos tenían la misma ojeriza á la Divinidad , y ambos trabajaban con afán por libertar á la humanidad de su yugo . Sin embargo , un día estuvo á punto de enfadarse seriamente con el hirsuto profesor porque hizo chacota de la Eucaristía , lo cual confirmó á éste en su opinión de que « el cura siempre tira al monte » . Se llamaba D . Cayetano . Otro de los redactores era un joven rubio , bello y tímido , que se sentaba en uno de los rincones de la sala y sólo levantaba la cabeza al escuchar alguna frase brillante , por las cuales sentía pasión loca . Sus artículos eran siempre un empedrado de palabritas sonoras , fluidas , titilantes ( adjetivos que representaban gran papel en el repertorio de Gómez de la Floresta ) . Jugaba con ellas lo mismo que un saltimbanqui . El que quisiera verle contento no tenía más que decir alguna metáfora ó inventar algún adjetivo armonioso . Rivera , que conocía este flaco , solía darle por el gusto . — Esta tarde , señores , he visto una mujer cuya mirada brillaba como la hoja de un puñal damasquino . Gómez de la Floresta levantaba , rojo de placer , la cabeza y le dirigía una sonrisa de felicitación . — Eso es , una mirada fría y siniestra . — Tenía el cutis terso y ardiente con surcos marmóreos . Los cabellos caían como una cascada de oro sobre su cuello de cisne aprisionado por un collar de brillantes que parecían gotas de luz ... — ¡ Gotas de luz ! ¡ Qué bonito es eso , Rivera ! ¡ Qué bonito ! — Era una mujer á propósito para hacer un poco de tiempo vida oriental . — ¡ Eso es ! Refugiados en un minarete , aspirando los perfumes de la Persia , dejando que sus manos de nácar acaricien nuestros cabellos , libando en su boca de rosa el néctar de la voluptuosidad . — Veo con regocijo , Sr . de la Floresta , que está usted en lo firme . Hagamos punto , sin embargo . Se le han subido á usted las frases á la cabeza y preveo un desenlace fatal . El redactor sonreía avergonzado y continuaba su tarea . Un joven delgado , de pómulos salientes , ojos oblicuos y andar desgarbado entró haciendo mucho ruido y tarareando algunos compases de vals . Se acercó á la mesa donde escribía Miguel , y dándole una palmadita en el hombro , dijo con alegre entonación : — Hola , amigo Rivera . Este , sin levantar la cabeza , respondió muy gravemente : — Despacio , despacio , Sr . Merelo ; despacio , que no somos todos iguales . Los redactores rieron . Merelo , un poco acortado , exclamó : — ¡ Este Rivera siempre está de broma ! ... Pues señor — siguió , arrojando el sombrero sobre la mesa , — en este momento llego de la reunión arancelaria del Teatro del Circo ... — ¿ Quién habló ? ¿ quién habló ? — preguntaron varios . — Pues hablaron D . Gabriel Rodríguez , Moret y Prendergast , Figuerola y nuestro director ; pero el que mejor habló fué D . Félix Bona . — ¡ Hombre ! ¿ Y qué ha dicho ? — Pues empezó diciendo que él ... el más humilde de todos los que allí estaban ... — ¿ Y usted , Sr . Merelo , no ha protestado contra esa afirmación ? — preguntó Miguel desde su mesa . Merelo le miró sin comprender ; mas sintiendo al cabo el alfilerazo , hizo una mueca de disgusto y siguió , aparentando desprecio : — Que él venía á hablar allí en nombre del comercio al por menor ... — No , pero usted , amigo Merelo — interrumpió el ex cura , que gustaba mucho de embromar al noticiero , — debió haber protestado contra aquello de la humildad . Merelo transigía , hasta cierto punto , con las bromas de Rivera , en quien reconocía superioridad ; pero las del cura le crispaban los nervios . Así que , lleno de ira , juntó las manos como hacen los sacerdotes en misa y cantó : — ¡ Dóminus vobiscum ! Carcajada general de los redactores . El cura se puso colorado hasta las orejas ; y fuertemente desabrido quiso continuar la broma , aguzándola cada vez más ; pero el noticiero , que no tenía mucho ingenio , contestaba siempre : — ¡ Dóminus vobiscum ! Con entonación tan cómica y clerical , que los periodistas se desternillaban de risa . El cura se puso al fin amoscado . En vez de bromas , lo que dirigía á Merelo eran verdaderos insultos . Uno de ellos fué tan vivo y desvergonzado , que aquél se vió en la necesidad de alzar la mano y soltarle una soberana bofetada . Momentos de confusión y tumulto en la redacción . Varios individuos sujetan , á duras penas , á D . Cayetano , que con las tijeras de cortar sueltos en la mano declara en alta voz su propósito de sacar las tripas á Merelo . Éste , á quien no complace poco ni mucho tal declaración , ruega á sus compañeros que le suelten , « que él no tolera imposiciones de nadie » ; pero sus amigos comprenden que es pura retórica , y le sujetan cada vez con más cuidado . Al fin se logró calmar á los irritados contendientes , y vino un cuarto de hora de sosiego , durante el cual todos se aplicaron á escribir en silencio . Por fin levanta Miguel la cabeza y pregunta : — Oiga usted , Sr . Merelo , ¿ cuándo piensa usted ir á Roma ? — ¿ Á Roma ? ... ¿ Á qué ? — Á que le perdonen el pecado de haber puesto la mano en persona sagrada . Aquí no le pueden absolver . Se arma de nuevo una zambra de risa en la redacción . El cura furioso suelta la pluma , toma el sombrero y se va . Y en tales bromas y en otras semejantes , siendo el alma de ellas casi siempre nuestro Rivera , solían perder mucho tiempo los redactores de La Independencia . Á más de éstos había otros tres ó cuatro de menor cuantía , y un sinnúmero de meritorios que acudían solícitos por las noches á llevar al director su ofrenda de sueltos y artículos , la cual era despreciada la mayoría de las veces . Entre todos estos llamaba la atención un señorito aún no entrado en quinta , feo , raquítico y bien trajeado , que solía escribir artículos de crítica literaria , los cuales firmaba siempre con el pseudónimo Rosa de te . Era severísimo con los autores , y se creía siempre en el deber de darles sanos consejos acerca del arte que cultivaban . Á menudo les decía que esto no era humano , aquello verosímil , lo otro castizo . Hablaba mucho de la vida , que á su juicio ningún autor conocía , ni tampoco las mujeres . Sólo Rosa de te tenía una idea exacta del mundo y del corazón de la mujer . Al comenzar sus críticas cuidaba siempre de colocar al autor en el banquillo de los acusados , subiéndose él al sillón del presidente del tribunal . Desde allí interrogaba , reprendía , disertaba , sonreía sarcásticamente : « ¿ Dónde ha visto D . Fulano que una joven exclame ¡ cielos ! cuando le duelen las muelas ? ¡ Bien se conoce que D . Fulano no ha pisado mucho los salones aristocráticos ! La vida , D . Fulano , no es como usted la pinta : es necesario vivir dentro del medio social para aspirar á reflejarlo . Lo que no vemos tampoco en la obra de D . Fulano es el argumento . ¿ Y el argumento , D . Fulano , y el argumento ? ¿ Qué carácter tiene el protagonista de su obra ? En un capítulo dice que tiene mucho apetito , y se comería de buena gana una lata de sardinas de Nantes , y algunos capítulos más adelante dice que las sardinas le repugnan . ¿ Qué lógica es ésta ? Los caracteres en el arte han de ser bien definidos , lógicos , de una sola pieza . El protagonista de D . Fulano sólo toma en el curso de la obra , según nuestra cuenta , diez y nueve resoluciones . ¿ Le parecen bastantes resoluciones éstas á D . Fulano para un protagonista ? Ni siquiera nos parecen suficientes para un personaje secundario . Así que no tiene más remedio que resultar el carácter borroso , incoloro , falto de vida y energía . La energía en los caracteres es cosa que no me cansaré de recomendar á los autores dramáticos y novelistas . Además , procure D . Fulano ser más original . Aquella contestación que da Ricardo á la condesa en el capítulo sexto cuando dice : — ¡ Señora , no volveré á poner más los pies en esta casa ! — ya la habíamos leído antes en Walter Scott » . A Miguel le hacía mucha gracia este muchacho , á quien llamaba siempre sacerdote , por las muchas veces que hablaba en sus artículos del « sacerdocio de la crítica » . Rosa de te , tan bravo y altivo con los poetas y novelistas , era un santo Job para sufrir la vaya constante de Miguel y los demás redactores . Un día , sin embargo , tuvo la mala ocurrencia de censurar acremente á un poeta amigo de aquél , y Rivera , indignado , le llamó necio y badulaque en la cara , sin que el pobre Rosa la levantase para contestar . Cuando llegó Mendoza , irritado todavía , le dijo : — Vamos á ver , Perico , ¿ por qué consientes que escriba las revistas literarias ese chiquillo estúpido , que á cada momento está poniendo en ridículo el periódico ? Mendoza , según costumbre , guardó silencio . Pero Miguel insistió . — Quiero que me expliques por qué ... — No cobra los artículos — respondió aquél en voz baja . — ¡ Pues son muy caros ! Aunque sin mucha afición á la política , Miguel trabajaba con asiduidad en el periódico .