Nona Novela póstuma de D . José Selgas Madrid Imprenta de A . Pérez Dubrull Flor Baja , núm . 22 1883 Doña María de la Paz Pacheco y su buen esposo D . Martín , último barón de la ilustre casa de los Cañizares , jamás fueron los amantes de Teruel , ni Julieta y Romeo , ni siquiera Pablo y Virginia . Ella había visto a Martín desde los primeros años de su vida como la cosa más natural del mundo , ni más ni menos que como se veía a sí misma , sin que advirtiese prodigio ni portento alguno en que hubiese venido al mundo como es costumbre entre los mortales . Martín , por su parte , no distinguía en María de la Paz más que ojos bastante perspicaces para descubrir la primera manzana que maduraba en el árbol , y boca expedita para comérsela , porque , como buena hija de Eva , la manzana era su fruta predilecta . Ambos se encontraron en el camino de la vida a poco de haber nacido , y ningún género de admiración y asombro se causaron al verse por primera vez ; más bien pudiera creerse que se habían conocido antes de llegar a conocerse , que se habían visto muchas veces antes de verse por la vez primera . Juntos pasaron los primeros años de la vida , juntos corrían en las eras , juntos saltaban las acequias por donde el agua acude a regar los fecundos surcos de las huertas , y unas veces ella y otras veces él , según las circunstancias del caso , trepaban a lo más alto de los árboles en busca de los nidos que los pájaros esconden en lo más espeso de las hojas . Eso sí , se daban sus citas , y es preciso convenir en que eran puntuales , sobre todo en esas hermosas tardes de primavera en que el cielo y la tierra se visten de gala para solemnizar la fiesta de la naturaleza con todo el esplendor que Dios ha concedido a los climas meridionales . En esas tardes , apenas Martín volvía de la escuela y soltaba el libro en que empezaba a deletrear , provisto de una gran rebanada de pan moreno amasado en la casa y de buena ración de queso de la misma fábrica , salía como pájaro escapado de la jaula , y en cuatro saltos , entre bocado de pan y bocado de queso , se ponía en la misma esquina en que se doblaba la tapia del gran parador que formaba la parte posterior de la casa donde habitaban los padres de María de la Paz , y allí fruncía los labios de un modo particular , dejando escapar un silbido que cortaba el aire como una flecha . Y no caía en saco roto , porque a los dos minutos el postigo de la gran puerta del parador rechinaba bruscamente , y María de la Paz asomaba su cara risueña , veía a Martín apostado en la esquina , y se chupaba los dedos . Debe advertirse que no era Martín el dulce motivo que ponía a María de la Paz en el caso de chuparse los dedos . Era que traía entre manos una soberbia rebanada de pan , también moreno y amasado en la casa , cubierta de abundante capa de miel amarilla como el oro , cogida en las colmenas de los juncales , antigua propiedad de los señores de Pacheco , situada en la falda del monte , donde las abejas tenían romeros a manta de Dios , y tomillos a qué quieres boca . Una vez juntos , emprendían el camino de la Huerta , la cual se encontraba a doscientos pasos , al otro lado de las casas y tocando las tapias del pueblo . Allí aparecían una detrás de otra dos heredades , resguardadas por cerca de adobes sobre las que levantaban sus copas los árboles frutales , y asomaban sus ramos en revuelto desorden los rosales de cien hojas , los jazmineros dobles , las espesas pasionarias y las impacientes enredaderas , formando oleajes de todos colores . Estas dos heredades no eran más que dos huertos , dos canastillos de frutas cubiertos de flores , con sus altas palmeras que tendían en el aire las inquietas palmas , a modo de alas , como si quisieran volar , Dios sabe dónde . El primer huerto pertenecía a los Cañizares , el segundo a los Pachecos , de manera que Martín y María de la Paz entraban en ellos como en su casa . Antes que llegaran , los perros del contorno salían a la vereda a recibirlos , ante todo porque el perro es amigo del hombre , y después porque olían el queso de Martín a media legua y el pan de María de la Paz a legua y media . Así entraban , ya en uno , ya en otro huerto , y la primera operación de María de la Paz era coger la rosa más fresca , más grande y más encarnada que veían sus ojos , y prenderla de cualquier modo en su cabeza , sobre cuyos rizos negros llameaba la rosa como los relámpagos en las nubes en esas noches oscuras como boca de lobo que no se ven los dedos de las manos ; luego cogía una pasionaria , que sujetaba en el doblez del pañuelo entre la garganta y la cintura , algo inclinada hacia el lado izquierdo , y corría en busca de su compañero ; pero Martín no reparaba ni en la pasionaria ni en la rosa , porque las flores le importaban tres pitos . Además , toda su atención la absorbían los frutales , porque andaba buscando una fruta que se atreviera a decir « comedme » . Mas en punto a descubrir la más madura , María de la Paz se pintaba sola , y bien podía esconderse bajo siete estados de hojas , porque daba con ella en menos que canta un gallo . Sus ojos las descubrían , y las manos de Martín las alcanzaban , y una detrás de otra se las comían conforme las iban cogiendo . Cuando tropezaban con algún melocotón fugitivo , redondo como luna llena , encaramado en lo alto de las ramas , donde no era posible llegar , siempre encontraba María de la Paz una piedra , que ni hecha de molde , y que , puesta en las manos de Martín , iba derecha al grano , y el melocotón caía por su propio peso , como un pájaro herido en el aire . A esto le llamaban ellos « cazar al vuelo » . No era todo miel sobre hojuelas en las relaciones de estos dos personajes , pues solía haber entre ellos sus dimes y diretes , su dale que dale , y su erre que erre ; y a dos menos tres andaban a la greña por guinda de más o guinda de menos . Mas no llegaba la sangre al río , en razón a que ella se ablandaba luego que veía el asunto mal parado , y él , después de haberse salido con la suya , cedía siempre ; de modo que los dos quedaban contentos , él orgulloso del triunfo de su fuerza , ella satisfecha de obtener lo que deseaba ; y la guinda o la manzana origen de la disputa pasaba al fin de las manos del uno a las manos de la otra . Martín se la daba , diciéndole : - ¡ Anda ... fea ! Y María la tomaba con una mano , y limpiándose los ojos con el revés de la otra , se sonreía , contestándole a su vez : - ¡ Hum ! ... ¡ Tonto ! Después de esta borrasca , se serenaba el cielo , echaban pelillos a la mar , y vuelta a las andadas . Así trascurrieron algunos años , sin que el tiempo se detuviera ni un momento a contemplar estas escenas infantiles , y ambos avanzaban en la senda de la vida en una misma dirección , aunque por distintos caminos ; ella iba a ser mujer , y él empezaba a ser hombre . Leía Martín con bastante desparpajo , y , según el maestro de primeras letras , leía en el filo de una espada . En cuanto a escribir , se lo encontraba hecho , y sus planas servían de muestra en la escuela . Por lo que hace a contar , tenía en la uña las cuatro reglas de la aritmética , y a mayor abundamiento era muy capaz de contarle los pelos al diablo . No paraban aquí los progresos de su primera educación , porque el Sr . Cura , grande amigo de la casa de los Cañizares , lo había tomado por su cuenta , y quieras que no quieras , le metía en la cabeza velis nolis los elementos de la lengua latina , cierta tintura de geografía y algunas ideas generales , que , según el mismo Sr . Cura , no daban en piedra , de forma que el muchacho estaba en camino de llegar a ser casi un pozo de ciencia , tanto más , cuanto que había empezado a cobrarle afición a algunos libros de los que componían la biblioteca del Sr . Cura . Por lo demás , saltaba como un corzo , corría como una liebre , montaba en pelo la yegua de su padre , y , en fin , donde ponía el ojo ponía la piedra . Martín se hallaba ya en esa edad crítica en que la voz indecisa entre el niño y el hombre no sabe a qué carta quedarse , y prorrumpe en notas desacordadas , como si el niño y el hombre hablaran a un mismo tiempo por la misma boca . Coincidían estas desafinaciones de la voz con esa primera sombra con que el bozo se anuncia . El hombre , pues , hecho y derecho estaba a la vuelta de un dado . Para María de la Paz tampoco pasaba el tiempo a humo de pajas , pues sólo en un año había crecido los imposibles ; y aunque la señora de Pacheco no era un portento de estatura , el caso es que la hija estaba ya tan alta como la madre , y como quien no quiere la cosa , hoy por mí y mañana por ti , uno por otro , María de la Paz iba presentando en su persona todo aquel conjunto de detalles que ocasionó en su día la perdición del mundo . Aquella tez siempre tostada por el sol , empezaba a adquirir la blancura mate de los jazmines , empeñada en hacer resaltar lo negro de las cejas , de las pestañas y de los ojos ; la boca se había recogido , como si adivinara que ya era preciso medir las palabras , y los labios , encarnados como dos cerezas , parecían como avergonzados de lo que callaban . Subía de vez en cuando a sus mejillas un ligero color de rosa , y casi siempre que esto le sucedía bajaba los ojos . Un domingo que salían juntas de misa la señora de Cañizares y la señora de Pacheco , decía esta última : - Hija mía , la vida es un soplo : no se sabe cómo se pasa el tiempo . Ahí tienes a María de la Paz : ayer jugando en los huertos como una chicuela , hoy mujer hecha y derecha . ¿ Querrás creer que ya le está pequeño de todo el corpiño que le hice para la feria ? Nos echan del mundo . Yo , ya casi abuela . Ya ves : ¡ para lo que falta ! - ¿ Y vienes a mí con esas ( dijo la señora de Cañizares ) , cuando el varal de Martín no se sabe dónde va a parar ? ¡ Parece mentira ! Como el invierno se nos echa encima , le he achicado una capa de su padre ; pues mira tú : no he tenido que cortarle ni un dedo . Las excursiones a los huertos se fueron disminuyendo poco a poco , hasta que se acabaron del todo , porque María de la Paz no salía , ocupada cerca de su madre en los quehaceres de la casa , y Martín iba a paseo con su padre y con el señor Cura , o cogía la escopeta y andaba a tiros con las perdices del monte , o sacaba la yegua y corría la Ceca y la Meca . Pero algunos días de fiesta las familias de entrambos pasaban la tarde , ya en un huerto , ya en otro , y allí volvían a encontrarse Martín y María de la Paz . En una de esas tardes , Martín descubrió en lo alto de un peral un nido . - ¡ María ! - gritó desde el pie del árbol . - ¡ Qué ! - contestó ella . - Ven ... Un nido . - ¿ De qué ? - preguntó . - De jilgueros . - ¡ Ah ! ( exclamó ella , llegando al peral . ) ¡ Jilgueros ! ... ¡ Yo que ando muerta por uno ! ... Y olvidándose en aquel momento la niña de la mujer , se abalanzó al árbol , y comenzó a trepar , valiéndose de todos los recursos gimnásticos que los muchachos emplean en estos casos . No necesitó grandes esfuerzos para encaramarse sobre la cruz que formaban los dos brazos en que se partía el tronco del peral ; mas no era eso todo lo que se necesitaba para cantar victoria , porque el nido estaba mucho más alto , y era preciso escalar uno de los brazos para poder cogerlo con la mano . Martín contemplaba la agilidad de su compañera , sin interés y sin curiosidad : ¡ Ya se ve ! : la había visto tantas veces trepar a las copas más altas , que el espectáculo que presenciaba no le ofrecía novedad ninguna . En cuanto al éxito , era seguro ; el nido caería en sus manos . María de la Paz no se acordaba en aquel momento de que Martín estaba al pie del árbol siguiendo con ojos atentos todos los accidentes de la ascensión . Además , ¿ qué podía importarle ? ¡ La había visto tantas veces subirse a los árboles , que su presencia allí no era ninguna cosa extraordinaria ! Mas es lo cierto que ella no veía más que el nido , el nido a dos palmos sobre su cabeza , medio cubierto por las hojas , dentro del que aleteaban los polluelos , como si creyeran que era su madre la que se acercaba . María , pues , sin encomendarse a Dios ni al diablo , tiró sus líneas , recogió un poco la saya que embarazaba sus movimientos , y puso el pie sobre el nudo de un vástago , elevándose como en el aire . Era el momento supremo , puesto que sus dedos casi tocaban al nido ; pero momento en que a Martín , que no quitaba ojo , le entró tal tentación de risa , que , sin poderse contener , soltó la carcajada . La muchacha volvió la cabeza sorprendida , y viendo a Martín que se reía como un descosido , se puso encarnada como una amapola , y sujetando la saya como Dios le dio a entender , se echó abajo de un solo salto . Martín seguía riéndose , haciendo a la vez muchos visajes : cualquiera hubiera creído que había visto el cielo abierto . Ella , cada vez más encendida , lo miró con enojo , diciéndole : - Martín ... ¡ Vaya una gracia ! Y dejándolo con la risa en la boca , echó a correr , abandonando el nido de los jilgueros que tan locamente había deseado . No hay que darle vueltas : donde quiera que haya dos hombres , uno será más que otro , y , si no lo es , querrá serlo ; y si no alcanza a conseguirlo , tratará por lo menos de aparentarlo . Tal es el origen de todas las aristocracias , y esta propensión es tan propia de la naturaleza humana , que serán inútiles cuantos sacrificios se hagan por destruirla . Los Cañizares provenían de muy ilustre ascendencia . Oriundos de Andalucía , no desmintieron nunca su linaje , peleando en los tiempos de la Reconquista , unas veces contra el rey moro de Granada , otras veces contra el rey cristiano de Aragón , según caían las pesas , pero siempre con gran gloria de su nombre y crédito de sus hazañas . Descienden nada menos que del famoso Lope Cañizares , insigne andaluz que fue alcaide de la torre de Cartagena , en Algeciras , en los tiempos ¡ friolera ! del rey D . Pedro de Castilla , el Cruel según unos , y según otros el Justiciero . Sobre la gran puerta del caserón de los Cañizares se ve aún el escudo de piedra toscamente labrado , y son sus armas un campo de gules con ocho aspas de oro por orla . Calcúlese ahora si la familia de Martín tendría puestos sus cinco sentidos en el abolengo de la casa , y si en punto a pergaminos se las mantendría tiesas al lucero del alba . Remachaba el clavo de sus humos nobiliarios una circunstancia tradicional en la familia , que consistía en que nunca había contraído vínculos de parentescos matrimoniales más que con familias de noble linaje . Así se ve en el árbol genealógico sucederse la descendencia , propagándose por medio de alianzas siempre dignas de su alta alcurnia , unas veces con la casa de Rocamora , otras con la de Aroca , después con la de Ponce de León , luego con la de Montijo , más tarde con la de López de Moratalla , y por último con la de Pérez Monte y con la de Almela , todas nobles por los cuatro costados . Es verdad que los Cañizares habían venido a menos por lo que hace a bienes de fortuna , por causas que no es del caso relatar en este momento , y que , reducidos al beneficio de no muy pingües rentas , vivían apartados de las grandezas del mundo casi en el último rincón de la tierra , pegados al terruño , para conservar , junto con el honor de la familia , la poca hacienda que había quedado de su antigua opulencia . Eran , pues , labradores , y vivían entre el cielo y la tierra , ejerciendo la más noble , la más generosa , la más antigua de las industrias humanas , pero sin olvidar ni un momento que eran Cañizares . Martín formaba a la sazón el último anillo de tan ilustre abolengo , y se hallaba ya en la edad en que urgía pensar seriamente en la mujer que debía encargarse de prolongar la gloria de la estirpe , facilitando a la casa nuevos sucesores . La señora de Cañizares habría dado un dedo de la mano porque su hijo abrazara la carrera eclesiástica , y se le hacía la boca agua pensando en verlo canónigo , y se chupaba los dedos ante la idea de oírle un sermón , uno sólo , en cambio siquiera de tantos como ella le echaba todos los días . Pero el sueño de su ambición se desvanecía ante la necesidad de perpetuar el nombre de la casa , idea fija , inamovible del señor de Cañizares ; y ¡ ya se ve ! : como Martín era hijo único , y la buena señora estaba ya fuera de combate , la puerta se cerraba a toda esperanza , a no ser que Dios hiciese un milagro semejante al que hizo con Sara . La idea , pues , del canónigo sólo se presentaba a su imaginación como un bello imposible . No obstante , le sonreía cierta dificultad que se ofrecía al matrimonio de su hijo con mujer digna del caso ; porque ¡ vaya V . a buscarle novia al último de los Cañizares en un pueblo de cuatro casas , ni en veinte leguas a la redonda ! Y no era cosa de correr el mundo en busca de una madre ilustre , cuyos hijos no habían nacido todavía . Mas eran cuentas galanas , porque con la obcecación propia de todos los deseos tenaces , la señora de Cañizares no contaba con la huéspeda , y la huéspeda le estaba sacando los ojos . Allí , a dos dedos de su propia casa , dos calles por medio , casi en sus barbas ; más aún : en la intimidad de su trato , estaba la familia de los Pachecos , tan linajuda como la de los Cañizares , y tan en ello , que no daban su brazo a torcer en punto a pergaminos ni al más pintado . El mismo señor de Cañizares , que tenía al dedillo la antiquísima alcurnia de los Pachecos , solía decir alguna vez , aunque en voz baja , que un Pacheco valía tanto como un Cañizares . Nada menos que en tiempo de Julio César era ya noble y principal la familia de los Pachecos . Su primer ascendiente , Junio Pacheco , fue enviado por César contra los hijos de Pompeyo que sitiaban a Ula , hoy Úbeda , por ser buen caballero , natural de aquella tierra y muy respetado en toda ella , de forma que su alcurnia empieza , digámoslo así , saliendo por los cerros de Úbeda . La estirpe apareció luego en Portugal , donde los descendientes de Junio Pacheco fueron ricos hombres y señores de Ferreira . Un Pacheco se crió con el rey D . Alfonso de Portugal , y fue de los que por mandato del Rey hicieron matar a doña Inés de Castro , casada en secreto con el infante D . Pedro , hazaña cuyo honor no he podido averiguar todavía . En fin : los Pachecos fueron Maestres de Santiago , Alcaides , Gobernadores , Regidores , Capitanes de Guerra , Procuradores , cuanto había que ser ; y los restos de la familia , lo mismo que los de los Cañizares , ostentaban sobre la puerta principal de la casa el escudo de su preclara nobleza en campo de plata con dos calderos jaquelados de rojo y dos órdenes de escaques también rojos . Así constaba en la ejecutoria , pues el escudo puesto sobre la puerta de la casa era de yeso ennegrecido por la intemperie , sin más color que el que da el tiempo , desportillado en muchas partes , sobre el que flotaban como cortinas rasgadas finísimas telas de arañas , siendo el hueco del casco casa solariega de una larga generación de gorriones , que la heredaban de padres a hijos . Como se ve , los Pachecos podían escupir por el colmillo y mirar frente a frente a los Cañizares , cosa que al padre de Martín le parecía de perlas , y como hombre que no se duerme en las pajas , había resuelto a sorbo callado emparentar con los Pachecos , llevando in péctore la futura novia de su hijo ; y he aquí la huéspeda con que no contaba la madre del canónigo . El buen Cañizares vio acercarse el momento oportuno de tirar la manta y descubrir el pastel de su intento , y aunque no cejaba nunca en sus propósitos , consultaba con su mujer hasta los asuntos más arduos , porque los Cañizares habían sido siempre corteses con las damas : - Juana ( le dijo un día ): estos cincuenta y ocho años que llevo encima no han caído en saco roto . - No tanto ( le contestó ella , mirándolo atentamente ); porque aún se te ríen los huesos y no te faltan chicoleos para las mozas cuando llega el caso . - ¡ Mal año ! ( exclamó el señor de Cañizares . ) Mucha mies y poco trigo . Pero vamos al grano : el muchacho ya es hombre , y hay que pensar en casarlo . - ¡ Ave María ! ( exclamó a su vez ella santiguándose . ) No lo corren moros . ¿ Y qué sabe él de eso ? Mejor lo vería canónigo . ¡ Vaya una prisa ! Déjalo que vea mundo . - ¡ Mundo ! Ahí está el quid , Juana . - ¿ Y cuál es el quid , Diego ? - El quid es siempre el mismo . Si ve mundo , se me encalabrinará con la primera que le guiñe los ojos , y tendremos a Periquillo hecho fraile . - Fraile no ( replicó la señora de Cañizares ) . ¿ No sabe latín ? Pues bien : que sea canónigo . - Muy bien , señora ( dijo Diego Cañizares ) . Pero entonces , ¿ a dónde voy yo a buscar la descendencia de mi casa ? ¿ Quién , después de Martín , va a llevar el nombre de la familia ? Juana , has pensado muy tarde en tener un hijo canónigo , puesto que no tenemos más que un solo hijo . Juana se mordió los labios , sin duda por no decir lo que tenía en la punta de la lengua . Sabía muy bien la buena señora que no era suya la culpa . - Bueno ( dijo al fin ); cásalo . Pero dime : ¿ te ha caído la novia por la chimenea ? - Sí . Hace tiempo que la tengo escogida en la casa de los Pachecos . - ¡ Una Pacheca ! - exclamó la madre de Martín . - Justo ( insistió su marido ) . Familia ilustre , con escudo de armas y ejecutoria . ¡ Pachecos ! , ¿ eh ? ¡ Cuántos quisieran ! ¡ Es una novia de cajón , y el matrimonio se cae de su peso ! A mí me gusta el llanto sobre el difunto ; así es que te vas a echar el manto , y un pie detrás de otro , vas a ir a la casa de la viuda de Pacheco , y lisa y llanamente le pides la mano de María de la Paz para el último descendiente de la casa de los Cañizares . Antes de que la madre de Martín tuviese tiempo para replicar , el padre había desaparecido , dejando como una orden terminante sus últimas palabras , orden que se hacía preciso cumplir al punto y al pie de la letra , porque D . Diego era así , condescendiente , bonachón , pero testarudo , y , sobre todo , ejecutivo . Mientras la buena mujer se echaba encima la basquiña de alepín de los días que repican recio y el manto de las grandes solemnidades , un mundo de inconvenientes se levantaba en su imaginación , porque ella era también así , humilde , bondadosa , pero viva de genio , y , sobre todo , tenaz como la gota de agua que taladra la piedra . La primera dificultad que se le ofrecía era que la viuda de Pacheco torciera el gesto y la echara de gran señora , porque al fin la hacienda de los Cañizares no era ninguna cosa del otro mundo , y la Pacheca podía muy bien pensar para su hija en algún príncipe destronado , y eso que entonces la especie no se hallaba tan propagada como ahora ; pero ¡ vaya V . a ponerle puertas al campo ! La segunda dificultad consistía en que a María de la Paz se le hubiese puesto en el moño otro matrimonio , y , por último , quedaba el recurso de que Martín se hiciera de pencas , y a lo menos se ganaría tiempo . Dando vueltas a estos pensamientos , llegó a la casa de la viuda , encontrándose las puertas de par en par abiertas , como si estuvieran esperando su visita . Subió uno a uno los anchos peldaños de la escalera , y al llegar al último , se encontró manos a boca con la viuda , que también parecía que la estaba esperando , aunque de toda confianza , porque la Pacheca llevaba ceñido a su ancha cintura un delantal de los que llaman allí de dos azules , y las mangas del vestido remangadas hasta el codo , y un manojo de llaves en la mano , que ni las de San Pedro . - ¡ Válgame Dios , Juana ! ( dijo la Pacheca . ) ¡ Tú por aquí ! ... Y mira cómo me encuentras . ¡ Ya se ve ! : las amas de casa no tenemos más remedio que estar sobre un pie , porque si no , todo se haría sal y agua , y el ojo del amo engorda al caballo . Aquí me tienes que acaban de llegar los cuatro labradores que tenemos en el campo ; vienen por simiente , porque dicen que la tierra la está pidiendo a gritos , y ha sido preciso abrir el granero y la despensa , porque esos hombres algo han de cenar . Y comen que es una bendición . ¡ Qué bocas ! ... : no tienen suelo . ¡ Pobrecillos ! ; trabajan mucho , y quieras que no quieras , he tenido que empezar el último jamón de este año . Pero , ¿ qué aires te traen tan de tiros largos ? ... - Tenemos que hablar a solas - le dijo la de Cañizares . - Entra , entra ( añadió la viuda , abriendo una puerta que tenía a la mano ) . Aquí hablaremos lo temporal y lo eterno sin que lo entienda la tierra . Las dos entraron . Era el cuarto que servía de despacho a la Pacheca . Una mesa , un armario , cuatro sillas , todo de pino , y un gran tintero , era todo el menaje del cuarto . Allí despachaba la señora de Pacheco los asuntos de su casa ; allí recibía a sus labradores , hacía sus ajustes , tomaba sus notas y llevaba sus cuentas . - Vamos ( siguió diciendo ) . Siéntate , y habla ; desembucha , porque me tienes en brasas . - La cosa es muy seria ( dijo la señora de Cañizares ) . Hazte cuenta que a Diego se le ha metido en la cabeza la idea de casar a Martín . - Muy bien pensado ( añadió la viuda ) , porque al fin no se ha de quedar para vestir imágenes . - Y me envía ( continuó Juana ) , a pedirte la mano de María de la Paz para su hijo . La señora de Cañizares se dejó caer sobre el respaldo de la silla , como quien descansa de penosa tarea , y al mismo tiempo la Pacheca se irguió cuanto pudo , frunció ligeramente la boca como quien medita , entornó ligeramente el ojo derecho como si se dijera algo a sí misma , echó sobre la mesa el manojo de llaves que tenía en la mano , y comenzó a bajarse las mangas del corpiño que conservaba remangadas ; después cruzó las manos sobre su abundante cintura , y volviéndose a su amiga , le dijo : - Malo es que a tu marido se le haya metido eso en la cabeza , y si es así , casorio tendremos . ¡ Qué vamos a hacerle ! Mi María le da media vuelta a la casa en menos que canta un gallo , y sabe sacar jugo de una piedra . Martín no bailó en Belén , y entrará por el aro . Los dos son nobles hasta la pared de enfrente ; pan no ha de faltarles , conque ... a la iglesia , y santas pascuas . Éste es el mundo . - Sí ( replicó la madre de Martín , mordiéndose los labios ) . Pero , ¡ ya ves ! , ¡ son tan jóvenes ! - Miren qué falta les puso ... Pues qué , ¿ no han de casarse hasta que tengan nietos ? - Bueno ( insistió Juana ); pero no se ha de matar al sastre en una hora . Dejemos que se traten , que se conozcan . - ¡ Ave María Purísima ! ( exclamó la Pacheca . ) Pues , mira , hija mía , si ya no se conocen de pe a pa , no sé cuándo diablos van a conocerse . Era pleito perdido , o más bien matrimonio hecho , y la señora de Cañizares salió de la casa despidiéndose para siempre de la tenaz imagen de su soñado canónigo . El tonto de Martín se casaría como un borrego , y María de la Paz , ¡ qué había de hacer más que casarse ! ¿ Saben hacer otra cosa las mujeres ? Mas no era todo oro y azul en el asunto , porque el demonio , que no duerme , había cogido la ocasión por un cabello , y andaba haciendo de las suyas . Era el caso que desde la intempestiva risa de Martín al pie del peral , en el momento en que María de la Paz iba a coger el nido de jilgueros , ésta había calado el capote , y no le pasaba Martín de los dientes adentro . Huía de él cielos y tierra , y de seguro allá en su pensamiento le hacía la cruz , ni más ni menos que si viera al demonio en persona . Daba la fatalidad de que Martín desde aquella misma tarde no veía a María de la Paz una vez sin que , viniera o no a cuento , dejara de soltar la misma carcajada , y la muchacha volvía a ponerse encarnada como rosa de mayo , y aunque bajaba los ojos , como si quisiera echar un velo sobre su alma , bien claro dejaba ver que la procesión andaba por dentro . Y esta ojeriza iba subiendo de punto , porque Martín , una vez tentado de la risa , andaba siempre tras de María de la Paz , sin dejarla ni a sol ni a sombra , sin más fin que el de echarle la vista encima y soltar la carcajada . Siempre que se veían ocurría lo mismo ; él echaba a vuelo las campanas de sus risotadas , y ella , como si acabara de bajarse del peral , se le encendía el rostro y se mordía los labios , como si quisiera coserse la boca . Como se ve , había entre los dos poco menos que un abismo , y era muy de temer que María de la Paz se pusiera en lo firme y contestara a la petición de los Cañizares con unas calabazas como templos . Si la Pacheca advirtió alguna vez la aversión de su hija al último vástago de los Cañizares , no debió darle importancia , porque al día siguiente de la petición llamó a María , y como la cosa más natural del mundo , le dijo : - Muchacha , vas a casarte . - ¿ Con quién , madre ? - preguntó . - Con Martín Cañizares - le contestó la señora de Pacheco . María de la Paz se puso encarnada al oír el nombre del que se le destinaba para marido ; pero en vez de morderse los labios , los dejó sonreírse . - Bueno ( dijo ) . Me casaré con Martín . Esta resolución inesperada , ¿ fue pura obediencia o propósito de antemano concebido ? Jamás se supo . Ello es que la noticia se esparció por el pueblo , corrió por la huerta , y llegó hasta los últimos límites del campo , sonando de boca en boca como el anuncio de un fausto suceso . Porque , ¡ ya se ve ! ; la unión de las familias habría de celebrarse con toda la pompa propia del caso : Cañizares y Pachecos echarían la casa por la ventana , y habría pan largo para todos los pobres . Así como así , la cosecha había sido a pedir de boca , y los graneros estaban reventando de trigo . Cada uno quería llevar a la fiesta el óbolo de su alegría , y en la casa de los Cañizares , como en la casa de los Pachecos , no se daba abasto a recibir presentes . Corderos recentales , cabritos mamones , cántaras de aceite , de vino y de leche , orzas de aceitunas adobadas con limón , hinojo y sal , ollas reventando de arrope espeso y oloroso , tortas amasadas con manteca y escarchadas de azúcar , o bañadas en miel ; pasas sazonadas en racimos a la sombra de los parrales , higos curados al sol y al aire como Dios cría las flores . Y a todo esto , en los corrales de una y otra casa entraban , como Pedro por su calle , las gallinas que todo lo escarban , los pollos que todo lo pican , los gallos que todo lo cantan ; pavos impasibles , conejos del campo y perdices del monte . Aquello era el fin del mundo . Los labradores y los colonos de una y otra familia se habían dado de ojo y echaban el resto . La boda no se hizo esperar : al amanecer ya estaban los novios en la iglesia ; allí confesaron y comulgaron , el cura les echó la bendición , y quedaron unidos para siempre . Desde allí pasó la comitiva a la casa de los Pachecos ; la comitiva era todo el pueblo . Mesa en el parador , mesa en la cocina , mesa en la sala principal de la casa ; no faltó cubierto para nadie , porque cuando la viuda de Pacheco abría la mano , había para todos . Con el fin de hacer más popular la boda de su hija , dispuso que ésta vistiera un vistoso traje de aldeana . Así es que la reina de la fiesta estaba hecha un ascua de oro , y se llevaba detrás , primero los ojos y después las voluntades . Y la cosa no era para menos , porque lucía un zagalejo de color de naranja , bordado en terciopelo , que después de ceñir la estrecha cintura , dejando adivinar los contornos de la cadera , bajaba en copiosos pliegues hasta el tobillo , para que pudiera verse un pie pequeño , encerrado primero en una media de seda calada y luego en un zapato de raso blanco , desde donde los ojos podían remontarse a las más locas conjeturas . El talle se descubría íntegro encerrado en un corpicho de terciopelo , abrochado con botones de plata , dentro del que el pecho oprimido hacía esfuerzos inútiles por escaparse . Las mangas , ajustadas hasta la muñeca , no disimulaban ni uno siquiera de los bellos contornos del brazo . Añada V . a esto un pequeño pañuelo de crespón bordado en oro , intentando cubrir la garganta , dos grandes arracadas de plata con diamantes , alhaja inmemorial de la familia de los Pachecos , dos grandes rizos negros como el ébano sobre las dos sienes y una gran trenza doblada y sujeta sobre la cabeza , cuya parte inferior caía sobre la espalda , como cae la noche sobre el día ; y añada V . un par de ojos meridionales , dos cejas que ni pintadas , y una boca como un clavel que empieza a abrirse , sobre una cara blanca , blanquísima , como Dios hizo la nieve , y dígaseme si la novia no estaba en punto de caramelo . Sentada en la parte principal de la sala , mirando a hurtadillas , sonriendo con media boca , y hablando en voz baja , con la cabeza ligeramente inclinada sobre el pecho , se la veía como quien espera ; mientras Martín iba y venía , entraba y salía , subía y bajaba , como quien busca . Llegó el momento en que , según costumbre antigua en el pueblo , los convidados hacen sus regalos , depositándolos en la falda de la novia . Allí se echa de todo , dulces , flores , abanicos , pañuelos , dinero , todo ... El cura empezó , echando un pañuelo de seda de muchos colores , que llevaba atada a una de sus puntas la friolera de una onza de oro . Hecha la recolección de los regalos , empezaron los bailes ; baile en el parador , baile en la cocina , baile en la sala ; las guitarras , las bandurrias y las castañuelas sonaban a la vez en las tres partes : el mundo se venía abajo ; de allí a la gloria . No se sabe cómo los novios desaparecieron , cosa bien natural , puesto que estaban de pie desde el primer canto del gallo , y ya era tarde , y a Martín se le caía el cuerpo a pedazos . Al otro día por la mañana , María de la Paz Pacheco de Cañizares se levantó temprano , dejando a Martín dormido como un gusano de seda . La cara de la novia , de suyo pálida , apareció ligeramente sonrosada , los ojos como nunca brillantes y la boca risueña como nunca . Mientras Martín dormía , ella tomó posesión del manejo de la casa . Ya muy entrado el día , apareció Martín restregándose los ojos con los puños , tropezando con los quicios de las puertas , y arrastrando los pies como si cada uno le pesara una arroba . María de la Paz lo vio , y acudió a él , le quitó las manos de la cara , y mirándolo fijamente , le dijo : - Ahora , Martín , ya puedes reírte todo lo que quieras . De la manera que sucintamente queda relatada , se unieron en las personas de Martín y María de la Paz las ilustres familias de Cañizares y Pacheco . Y no se dirá que tan ruidosa boda vino a ser el término de un drama interesante , ni siquiera de un tierno idilio . No hubo entre ellos más promesas que las que mutuamente se hicieron al pie del altar , y puede decirse que no fueron novios más que el día de la boda . Después de haber pasado la vida juntos , se encontraban al volver la esquina del matrimonio como si nunca se hubieran visto , como dos pájaros en el aire , como dos nubecillas en el cielo , como dos flores en un mismo tallo . Nada tenían que confiarse de la vida pasada ; ni deseos ni esperanzas , ni celos ni desdenes . El amor empezaba en ellos precisamente donde tantas veces acaba ; empezaba en el mismo día de la boda . Ningún esfuerzo tuvieron que hacer aquellos corazones para acercarse y para unirse ; vírgenes uno y otro , nada tenían que descubrirse ni nada que ocultarse ; el último Cañizares y la última Pacheca se encontraban sin haberse buscado ; nunca pensaron en casarse ; pero una vez unidos por el vínculo del matrimonio , se hallaban como el pez en el agua , y se veían como hechos el uno para el otro , sin haber caído antes en la cuenta . La poesía enfermiza , escéptica , llorona y patibularia de nuestros tiempos pasaría junto a esta pareja sin advertirla , porque la estética trascendental que nos domina necesita como primera materia algún crimen que justificar , alguna pasión desordenada que enaltecer , algún vicio siquiera que redimir , ni más ni menos que si las deformidades morales fuesen ya el único objeto del arte y el único encanto del genio . Como no hay en el mundo dicha cumplida , antes de que terminara el año de la boda , la madre de Martín cayó enferma ; y aunque la dolencia no presentó síntomas alarmantes , ella se dio por muerta , y aprovechando una ocasión oportuna , atrajo hacia sí a María de la Paz , que no se separaba de la cama , y le dijo : - Mira , hija mía ; éste es el mundo : hoy uno y mañana otro . Óyeme : tú eres buena , y Martín es un cordero ; yo lo quería para canónigo ; pero Dios ha dispuesto otra cosa , y está en buenas manos . A ti te lo encomiendo ; eres su mujer ; sé también su madre , porque los hombres no acaban nunca de ser niños . Háblale de mí todos los días para que no me olvide ... , y guarda esas lágrimas , porque empiezas a vivir ahora , y ya verás si tienes en qué emplearlas . Ahora , con mucho disimulo , le dices al señor cura que entre , y nos dejas solos . Cuando el buen Cañizares se enteró de que su mujer estaba resuelta a morirse , se llevó las manos a la cabeza , exclamando : - ¡ Malo ! ... ¡ Malo ! La conozco , y si se le ha metido en la cabeza , lo hará . Lo de siempre ... : hay que engañarla . Y , dicho y hecho , se entró de sopetón en el aposento de la enferma , diciendo : - ¡ Válgame Dios , Juana ! ¿ Qué prisa es ésta ? ¿ Te parece a ti que no hay más que decir ahí te quedas , mundo amargo ? Espérate ; pronto vamos a ser abuelos , y yo no me he de quedar aquí para simiente . Vamos , di : ¿ qué locura es ésta ? Juana alzó los párpados que la muerte empezaba a cerrar , y miró a su marido con triste sonrisa : la afligía dejarlo , y al mismo tiempo se alegraba su alma al ver en los ojos del Sr . de Cañizares dos lágrimas como dos garbanzos : aquel sentimiento era su consuelo . Así , hasta el último momento de la vida , suelen acompañarnos la alegría y la pena . Sin duda comprendió la enferma que debía abreviar tan doloroso trance , y oprimiendo ligeramente la mano de su marido , que tenía asida , cerró los ojos para siempre . - ¡ La Unción ! - dijo el señor Cura . Y todos los circunstantes rodearon la cama , cayendo de rodillas . Salió el duelo de la casa , y se extendió por el pueblo , y el luto se esparció por toda la comarca , pues los colonos y labradores de las dos familias pusieron en sus vestidos negras señales de tristeza . - ¡ Ha muerto ! - decían unos . - Sí ( contestaban otros ); pero ha muerto como una santa . Cañizares sollozaba como un chiquillo , y siempre decía lo mismo : - ¡ Terca ! ¡ Terca ! ( exclamaba . ) Es la primera jugarreta que me ha hecho en veinticinco años de matrimonio ... No ha querido esperarme ... Bien ; quiere decir que yo apretaré el paso . ¡ Qué he de hacer yo solo en este valle de lágrimas ! ¡ Parece mentira ! : es la única vez que no he podido engañarla . Todas las tardes daba su vuelta por el cementerio , unas veces solo , otras con el señor Cura , otras con su hijo y con el señor Cura . A los tres , vestidos de negro , se les veía al oscurecer salir del campo santo , lo mismo que tres sombras . Se había advertido que el viudo iba muy deprisa y volvía muy despacio ; y el pueblo , que encuentra siempre el nombre propio de las cosas , le había puesto el novio de la muerte . Y , en efecto , Cañizares iba deprisa hacia el cementerio ; en su genio pronto y ejecutivo no cabían dilaciones ; había dicho que apretaría el paso , y lo apretaba . Nada hacía para no vivir , solamente esperaba a la muerte , y como no llegaba pronto , él iba a buscarla todas las tardes . Un día llamó a su hijo , y poniéndole las manos sobre los hombros , lo miró fijamente , diciéndole : - Martín , no olvides nunca que eres Cañizares . Ese nombre que honradamente recibí de mis padres y honradamente te confío , te obliga a ser mejor que los demás hombres . Eres noble por los cuatro costados ; pero ten siempre presente que los pobres son tus hermanos . El que tiene hambre tiene tanto derecho como tú al pan que te comes . Ésa es la ley que Dios nos ha impuesto . No adules al poderoso , porque te envileces ; no ultrajes al desvalido , porque te infamas . Los que labran tus tierras , y vendimian tus viñas , y trillan tus mieses , son , como tú , hijos del que todo lo ha creado ; no los oprimas , no los estreches , no los angusties , porque sus brazos son tu sustento . Los despilfarros arruinan ; pero la avaricia será siempre odiosa . Eres fuerte , te sobran puños y no te falta corazón ; ayuda al que trabaja , y ampara al menesteroso . La ley divina nos obliga más que las leyes humanas ; primero Dios , y luego el Rey , porque antes has sido hombre que súbdito . Respeta para ser respetado . No imites jamás el ejemplo de esa nobleza opulenta que se degrada en las disipaciones de las grandes ciudades ; es árbol seco que no da ya ni sombra ; es la plebe de la antigua nobleza . Si deshonras mi nombre , te maldeciré , sea donde quiera donde me encuentre , y tu madre no será bastante a taparme la boca . Cañizares siempre , nunca palaciego . Dicho esto , abrazó a su hijo y le volvió la espalda , limpiándose los ojos con el revés de la mano . La muerte , que se había llevado a Juana , vino al fin por Cañizares , y ella , que los había separado , los unió de nuevo en el cementerio bajo la humilde bóveda de una misma sepultura . Y el caso es que a la Pacheca le entró también la nostalgia de la otra vida ; y aunque aseguraba que estaba resuelta a vivir hasta el último día de su vida , siempre andaba a vueltas con el otro mundo . Alguna vez se desprendían de sus ojos lágrimas como cuentas de rosario ; pero la habitual jovialidad de su semblante no se alteraba , ni su apetito disminuía , ni su salud daba señales de tener con la vida resentimiento alguno . En esto María de la Paz dejó entender que un ser desconocido y nunca visto , que hacía nueve meses llevaba ella en su pensamiento , llamaba con cierta prisa a las puertas del mundo , y cate V . a la casa toda puesta en movimiento . Unos suben , otros bajan , entran y salen , van y vienen . Los amigos llegan , los vecinos acuden . Cada uno trae su receta , su amuleto , su reliquia ; la vela de San Ramón arde delante de una estampa del Santo ; y en medio de dudas , de temores , de esperanzas , todos se miran y todos esperan . - ¿ Cómo va ? - pregunta una vecina que llega . - A escape - le contesta otra vecina que sale . - ¡ Silencio ! - dicen de repente . Y en medio del silencio se oye un gemido , el gemido de un esfuerzo supremo ; y después resuena distintamente el llanto de un niño . Todos respiran . - ¿ Qué es ? - preguntan desde fuera . - ¿ Qué ha de ser ? ( contestan desde dentro . ) Una niña como un ternero . La ansiedad se convierte en gozo , en plácemes , en bendiciones y en alegría : sólo el que nace llora . El bautizo se hizo sin fiesta , porque las casas de los Cañizares y de los Pachecos estaban de luto ; pero tan triste circunstancia no impidió que la iglesia se llenara de gente . La madrina levantaba el velo que cubría a la recién nacida , y las mujeres se arremolinaban alrededor por verla , y se santiguaban llenas de asombro , porque jamás habían visto una criatura más hermosa . Tenía los grandes ojos negros de su madre , una boca como un madroño , y una blancura que excedía a la de la misma nieve . - Es muy hermosa ( decía una mujer del pueblo contemplándola ) . Dios la bendiga ; pero está muy seria . No parece que ha venido al mundo muy contenta . - Yo de su madre ( añadía otra ) , hubiera hecho hincapié en que fuese muchacho . - ¡ Toma , toma ! ( replicó una tercera . ) Al que le dan no escoge ; y todo se andará , que en buenas manos está el pandero . Por lo que hace a la viuda de Pacheco , reventaba de satisfacción , y no ocultaba su alegría , diciendo a boca llena a todos los que querían oírla : - Aquí me tienen Vds . ; ya soy abuela . Desde este momento , se puede decir que la viuda desapareció del siglo ; entregó a su hija las llaves de los graneros , de las despensas , todo el pequeño archivo de sus cuentas domésticas y de sus apuntes caseros , y renunciando a la actividad previsora de ama de casa , que había sido la única vanidad de su vida , se consagró al cariño y al cuidado de la recién nacida . Abdicó en su hija para no pensar más que en su nieta . Muchas veces , sentada junto a la cuna y meciendo a la niña dormida , hablaba sola y se decía a sí misma : - ¡ Vaya V . a entender estas cosas ! Un ángel del cielo deteniendo a una pobre mujer en la tierra . Porque , eche V . por donde quiera , yo me encontraría muy a mis anchas a la hora presente descansando de la barahúnda de este mundo ; pero , ¿ quién se muere cuando esta cara de serafín me sale al camino y me corta el paso ? ¡ Vamos ! : sea lo que Dios quiera ; no hay más remedio que seguir viviendo . En rigor no puede decirse que la abuela se rejuveneciese por la especial virtud del nacimiento de la nieta ; pero era indudable que había retrocedido muchos años en su vida , y que , sin perder las señales exteriores que el paso del tiempo iba marcando en su persona , bien dejaba traslucir que había vuelto a la primera edad . El alma , sobreponiéndose a los deterioros del cuerpo , parecía también que acababa de venir al mundo ; todos sus pensamientos eran infantiles ; habría dado la mitad de su hacienda por un juguete , y la mitad de su vida por una sonrisa de aquella niña , que , avara de sus gracias , sonreía muy pocas veces . Pasaba las horas muertas meciéndola en su anchuroso regazo , enseñándole con incansable paciencia el pon , pon , o cantándole los cuatro lobitos . Sus conversaciones con la nieta eran interminables . ¡ Qué cosas le decía ! ¡ Qué cosas le contaba ! Y para hacerse entender más fácilmente , le hablaba en esa media lengua con que los niños balbucean las primeras palabras . Adivinaba sus deseos , y se anticipaba a sus caprichos . Eran dos niñas , una que empezaba a envejecer y otra que empezaba a vivir . De esta manera se unían la mañana que despunta y la tarde que cae , la infancia que florece y la ancianidad que se deshoja , la cuna y el sepulcro . La niña se llamaba Aurora ; Cruz la anciana . La munificencia de la abuela no conocía límites : le otorgaba a manos llenas las más altas jerarquías , los más grandes honores , los títulos más retumbantes . Era ángel de gloria , estrella de la mañana , reina , princesa , emperatriz , grano de oro , rayo de sol , mañana de abril , botón de rosa ... Y si el entusiasmo subía de punto , añadía unas veces madre del cielo , y otras , hija del Obispo . La niña atraía ciertamente las miradas con su belleza y los corazones con su inocencia ; pero la pasión de la abuela por la nieta se imponía a todas las voluntades , y no había más remedio que adorarla , complacerla y bendecirla . Aún no hablaba , y ya era el oráculo de la familia , porque todos estaban pendientes de sus sonrisas o de sus lágrimas ; aún no tenía deseos , y ya ejercía el imperio de sus caprichos . La niña lo resumía todo ; no había otra cosa de que hablar en la casa , ni otra cosa que ver en el pueblo ; traía al mundo revuelto ; desde que había nacido , nadie vivía . Martín dirigía la doble hacienda de las dos casas , reunidas en una misma familia ; y María de la Paz , puesta al frente de los quehaceres domésticos , era a la vez madre de familia y ama de llaves . El último descendiente de la ilustre casa de los Cañizares no se desdeñaba de presenciar las faenas del campo , de ayudar con sus propias manos a los trabajadores , de sentarse a la mesa de sus colonos , de partir con ellos el pan , la fatiga y el descanso . Era el padrino nato de todos los bautizos y de todos los matrimonios de sus labradores ; dirimía sus contiendas , apaciguaba sus enemistades , socorría a los enfermos y acompañaba a los muertos hasta dejarlos en la sepultura . María de la Paz , por su parte , hacía más que todo eso : le quitaba el pecho a su hija para dárselo al primer pequeñuelo que lloraba en la cuna lejos de su madre ; así es que les seguían por todas partes cariño , bendiciones , respeto y alabanzas . Eran los señores feudales de aquellos corazones sencillos ; reinaban , en fin , por un derecho , cuya legitimidad no será jamás discutida . A los dos años de haber nacido Aurora , según decía la abuela , ya estaba otra vez la pelota en el tejado ; y si María de la Paz no daba un cuarto al pregonero , tampoco hacía empeño en ocultar que , en efecto , había moros en la costa . Fue preciso despechar a Aurora , que aún mamaba ; la abuela no podía llevar con paciencia esta usurpación , y hablando con la nieta , le decía : - ¡ Qué padres tienes , hija ! ¡ Qué padres ! ¡ Vaya una prisa de traer a la casa quien te quite el pan de la boca ! La noticia de que iba a aumentarse la familia no sorprendió a nadie ; la cosa se caía de su peso , y se esperaba ; solamente la abuela no contaba con que había de venir un nuevo vástago a disputarle a Aurora el privilegio de ser única , y llamaba a su hija madrastra precisamente porque iba a ser dos veces madre . ¿ Qué sería ? En este punto se hallaban conformes todos los deseos , y había unanimidad de pareceres . Un Cañizares era lo que hacía falta en la casa ; después de una niña , un niño ; ¿ qué cosa más natural ? Eso se ve todos los días ; y , ¡ es claro ! : los hombres van siempre detrás de las mujeres . Era un niño sin duda ninguna ; las doctoras en esta materia habían descubierto señales inequívocas , y una gitana , viendo a María de la Paz , había dicho : « Buena estrella ; el sol nace después de la aurora . » Con semejantes datos se tenía por cosa segura que sería niño el huésped que se esperaba . A Martín le sonreía la idea de un muchacho sano , fuerte y robusto a quien legar su nombre ; María de la Paz se gozaba en su interior pensando en un pequeño Cañizares , que había de ser forzosamente el vivo retrato de su padre ; hasta la misma abuela , visto lo inevitable del caso , prefería que su preciosa nieta tuviese un hermano más bien que una hermana . De tejas abajo estaba decidido que el segundo fruto de este matrimonio había de ser varón ; ninguna ley de la naturaleza se oponía a ello , y lo era ya por aclamación . Aún no había nacido , y ya se buscaba el nombre con que había de ser conocido en el mundo ; y como lo que se busca con más afán no es lo que más pronto se encuentra , se repasó muchas veces el almanaque , sin que se diera con un nombre a gusto de todos . De repente corrió por la casa la fausta noticia . « Ya está ahí » , dijo uno , y « ahí está » , repitieron todos . En efecto : los gemidos de un llanto sin consuelo anunciaron que un nuevo ser acababa de entrar en el mundo . Pero ¡ qué desencanto ! ... No era varón ; ¡ era otra niña ! ... Martín se encogió de hombros , como quien dice « ¡ paciencia ! » ; María de la Paz la acogió en su regazo y la aplicó a su pecho , como diciendo : « ¡ Bah ! ... También es mi hija . » Y en aquel momento , oyendo la abuela llorar a Aurora , salió en su busca ; y rodeándola con sus brazos , como si quisiera defenderla de alguna desgracia , la besó , diciéndole : - No , hija mía , no llores ; tú sola eres mi nieta . A las gentes de la casa parecía que se les había caído el alma a los pies . Experimentaban el desaliento que origina el desengaño . « ¡ Otra niña ! ¡ Ni al demonio se le ocurre ! ... Esto va a ser un convento de monjas . » - ¿ Qué nombre se le pone a la recién nacida ? - ¡ Nombre ! Uno . - ¿ Cuál ? - Uno cualquiera . ¿ Qué más da un nombre que otro ? Se consultó al Almanaque ; había nacido en el día de San Bernardo , y se la bautizó con el nombre de María Bernarda . Es verdad que la segunda hija de Cañizares no era tan hermosa como la primera ; en este punto la ventaja de Aurora resultaba incontestable , y la abuela se complacía en hacer ver la diferencia a todo el mundo . ¡ Pobre niña ! ¿ Qué daño había hecho para ser recibida con tanto despego ? ¿ Comprendía ella algo del efecto que causaba su presencia ? Seguramente no ; pero es el caso que su boca sonrosada sonreía a todo el que la miraba . Las sonrisas que su hermana escaseaba tanto , ella las tenía siempre en la boca . Un día , la niñera encargada del cuidado de Bernarda la acercó a Aurora , que jugaba sobre las rodillas de su abuela . Las dos hermanas se encontraron frente a frente , y la menor tendió los brazos como si quisiera abrazar a su hermana , sonriendo con la más dulce sonrisa de su boca . Aurora la miró fijamente , frunció su infantil entrecejo , y , tendiendo la mano , agarró la mejilla de su hermana , clavando en ella sus uñas diminutas . Bernarda hizo un puchero , y rompió en amargos sollozos : la niñera la apartó bruscamente , diciendo sin poder contenerse : - Niña mala ... ¡ Mire V . qué gracia ! ¡ Lástima de azotes ! - ¡ Hola ! ( exclamó la abuela . ) ¡ Cómo se entiende ! Tú tienes la culpa , por haberla acercado . ¿ Qué sabe ella lo que se hace ? Aurora miró a su abuela , y señalando a su hermana , dijo en su media lengua : - Nona , Nona . - Sí , princesa ( añadió la abuela ) . Llora , llora : es una niña muy llorona . Desde entonces siempre que Aurora veía a su hermana la señalaba con el dedo , diciendo : « Nona , Nona » ; y esta palabra , muchas veces repetida , llegó a ser un nombre , dejando Bernarda de ser Bernarda para ser Nona . ¡ Desventurada criatura ! Parecía que la abandonaba hasta el Santo de su nombre . Digámoslo sabiamente : no hay solución de continuidad . El género humano se empalma por generaciones , y no acaba una sin que esté ya en el mundo la que ha de sucederle , y aquí se halla el único orden que los hombres no han podido trastornar todavía , sin que se haga uso , para conservarlo , de más fuerza que la fuerza de una ley que es inviolable , pura y simplemente porque es indiscutible . De la cuna al sepulcro : he ahí todo el camino que ha andado la especie humana en el corto espacio de seis mil años . Por lo tanto , no es posible andar mucho tiempo por el camino de la vida sin tropezar una vez , y caer para siempre . Por triste que nos parezca el caso , ello es que la sepultura abierta va siempre delante de nosotros , como un asilo que , más tarde o más temprano , ha de recibirnos . No hay manera de salvar ese pequeño abismo ; y , échese por donde se quiera , siempre vendremos a parar en la muerte . La abuela de Aurora no se hallaba exenta de esta contingencia ; pues si bien la hermosa nieta había podido contenerla por algún tiempo en las inquietudes de la vida , es lo cierto que no poseía el singular privilegio de eternizarla sobre la tierra . Es muy posible que , sin abandonar del todo la idea del otro mundo , la buena Pacheca hubiera aplazado el tránsito inevitable para una época más lejana , a lo menos para la época en que Aurora , adornada con todas las galas de la juventud y de la belleza , pudiese contraer un matrimonio digno de su ilustre ascendencia . En tal caso , sólo habría pedido una corta prórroga , la necesaria para recibir en sus brazos al primer hijo de su adorada nieta . Pero , ¡ ya se ve ! , el cuerpo se cansa también de la asidua tarea de la vida ; y como no le es permitido suspender el trabajo continuo de vivir , ni por un momento , para cobrar nuevas fuerzas , llega un día en que desfallece , la sangre comienza a circular lentamente por las venas , los músculos pierden la elasticidad que es su fuerza , los ligamentos se aflojan , los jugos , manantiales misteriosos de la vida orgánica , se agotan , late el corazón más despacio , como si no quisiera llegar tan pronto al término del viaje , las principales funciones de la máquina se entorpecen ; y como si se hubiese aumentado poderosamente la atracción del centro de gravedad , los pies se arrastran , las manos pesan , las rodillas vacilan , el cuerpo se encorva y la casa amenaza ruina . No se hallaba la Pacheca en este extremo que marca una edad avanzada ; pero desde el nacimiento de Aurora había abandonado la actividad de la mujer casera . Aquel subir y bajar de la despensa al granero , del parador a la cocina ; aquella tarea continua de los quehaceres domésticos era su vida , y al recluirse cerca de la cuna de la nieta , parecía que había renunciado voluntariamente a seguir viviendo . Para la Pacheca , el mundo era su casa , el reposo era la muerte . La inacción en que vivía minó poco a poco el edificio de su salud ; empezó a experimentar la pesadez del cuerpo que pierde fuerza , y quieras que no quieras , se fue apoderando de ella esa postración que viene a ser la muerte sin acabar de perder la vida , esa especie de intervalo que suele establecerse entre morir y ser enterrado . En aquel cuerpo , cada vez más inerte , se había reconcentrado la vida en un solo sentimiento . Aurora : he ahí la gota de aceite que mantenía aún viva la llama en la lámpara de su vida . Pero ¡ qué diablura ! Aurora había cumplido ya seis años , su corazón y su entendimiento empezaban a agitarse dentro de su ser , y , ¡ vamos ! , no era la viuda el objeto especial de su pensamiento . Por un instinto cruel de la vida , huía de su abuela , como si hubiese advertido en ella las primeras sombras de la muerte . Semejante al pájaro que ha probado la ligereza de sus alas , abandonaba el árbol inmóvil que lo había acogido , dejándole en memoria el triste recuerdo del nido vacío . La Pacheca , en vez de quejarse , la disculpaba ; la seguía con su corazón y se resignaba a no verla más que en su pensamiento , porque la nieta , ligera como una mariposa , se escapaba siempre de las pesadas manos de su abuela , lo mismo que los pájaros se escapan de las jaulas . No se ocultaba a su ciego cariño el fruncido entrecejo de Aurora cuando pretendía retenerla algunos momentos a su lado , y al besarla tomaba la precaución de cerrar los ojos para no ver a la nieta limpiarse apresuradamente la mejilla donde se había estampado el beso de la abuela . Esta ingratitud , digámoslo a la moderna , inconsciente , era como echar leña al fuego , porque servía de pábulo al cariño de la Pacheca , por ese nuevo atractivo que adquieren a nuestros ojos las cosas que nos abandonan . Ella decía : - ¡ Qué ha de hacer ! ... ¿ Se ha de convertir a los seis años en Hermana de la Caridad ? ¿ Qué culpa tiene de que yo no pueda correr y saltar como ella corre y salta ? ¡ No faltaba más , sino que al cabo de mis años me hiciera yo verdugo de esa hermosa criatura que empieza a vivir ! Reflexionaba así a sus solas , como si dijéramos de puertas adentro , queriendo convencerse a sí misma de la razón de sus propias palabras . Algo sentía en el fondo de su corazón que le hacía hablar de esa manera ; alguna voz oiría resonar en lo íntimo de su alma que la obligaba a salir a la defensa de Aurora . Y hablaba así con enojo , con toda la cólera de que era capaz su alegre y pacífica naturaleza . María de la Paz pasaba junto a su madre las horas que las ocupaciones de la casa la dejaban libres , y solía echar de menos a Aurora , y preguntaba por ella . - Déjala ( le decía la abuela ) . Estará regando las macetas de la terraza , es su juego favorito . Le gusta estar sola : ¡ ya se ve ! ; como que no tiene compañera . - No es cariñosa ( advertía la madre ): es más bien arisca . Tengo ese sentimiento . No juega con las niñas de su edad , como hemos hecho todas . - ¡ Dale ! ( replicaba la abuela . ) Es formal ; sabe más que la justicia ; no se le escapa nada . ¿ Qué quieres ? ¿ Que se pase el día desgreñada por esas calles de Dios apedreando perros con los muchachos de la vecindad , hecha un marimacho ? Tú , como has sido de la piel del demonio , crees que no se pueden tener pocos años sin andar encaramada en los perales cogiendo nidos . No te rías ahí a sorbo callado , ni te pongas colorada , porque eso es lo que has hecho toda tu vida . - Bueno ( insistía María de la Paz ) . Eso está muy bien ; pero ¿ cuántas veces ha entrado hoy a verla a V . ? - Ciento y la madre ( se apresuraba a decir la abuela ) . ¡ Ya lo creo ! No deja la ida por la venida . María de la Paz movía entonces la cabeza en señal de duda , y la abuela añadía enojada : - ¡ Cómo ! ¿ No sé yo lo que me pesco ? ¡ Cuidado con decirle una palabra más alta que otra ! Yo soy la que la echa de aquí , la que le prohíbe que venga ; es dócil , y obedece : si el pájaro vuela , es porque yo misma le abro la jaula . La excelente mujer del difunto Pacheco no había mentido en su vida , porque aquel corazón , sano como una manzana , nada tuvo jamás que ocultar a nadie ; pero entonces mentía , en razón a que se pasaban los días enteros sin que Aurora apareciera por el cuarto de su abuela . En cambio no se echaba de ver que Nona , en cuanto ponía los pies en el suelo , corría a ver a la madre Cruz , se acercaba a la cama , y empinándose sobre las puntas de los pies , presentaba las mejillas y recibía en su boca siempre risueña un beso indiferente , casi inadvertido , un beso de cajón , uno de esos besos que quieren decir : « Bueno ; está bien ; hasta mañana . » Tampoco se advertía que la pequeña Nona se deslizaba por el cuarto de la madre Cruz , se sentaba en el suelo al pie de la cama o al pie del balcón , y allí se pasaba las horas enteras haciendo y deshaciendo muñecas con los trapos inútiles que recogía en la casa , hablando sola en voz tan baja , que nadie la oía , como si se la hubiese impuesto el más riguroso silencio . Y cuando la abuela se quejaba al hacer algún movimiento , Bernarda abandonaba sus muñecas , y salía a todo correr , diciendo : « Madre Cruz no duerme . » Nadie hacía alto en estos pormenores , ni la abuela misma reparaba en ellos , pues nunca los puso en boca . ¡ Y quién sabe si los inocentes cuidados de Nona la mortificaban , haciendo resaltar , no precisamente la ingratitud , pero sí el desvío de Aurora ! El cariño no suele ser ciego porque no ve , sino porque cierra los ojos para no ver . ¡ Quién sabe si la buena Pacheca veía en la presencia asidua de Bernarda una acusación contra Aurora ! ... Mas no penetremos en estos abismos del corazón humano . Ello es que la viuda partía su vida entre la cama y el gran sillón de vaqueta que arrastrado junto al balcón del aposento le dejaba ver el cielo que se perdía a lo lejos por detrás de los tejados de las casas vecinas , al otro lado de las huertas coronadas de árboles que se extendían por la llanura y más allá todavía , sobre los contornos de la sierra que en airosas ondulaciones cortaban la bóveda azul del horizonte . Desde allí distinguía la señora de Pacheco , en medio de la vida de la naturaleza , las cuatro paredes del cementerio , dentro de las que se levantaban las cruces de las sepulturas con los brazos abiertos en señal de redención y de misericordia , al mismo tiempo que los cipreses erguían sus copas solitarias , como dedos fantásticos , señalando en la inmensidad de los cielos la eternidad de la vida . Allí acudían , saltando en incesante movimiento , los astutos gorriones que anidaban en los aleros de los tejados de toda la vecindad , atraídos por las migajas de pan que la abuela les echaba sobre el piso del balcón . Antes de la hora acostumbrada para estas diarias prodigalidades , el balcón se cubría de pájaros , y unos subían y otros bajaban , iban , venían , y piando como quien llama , parece que querían decir : « ¡ Eh , abuela ; ya estamos aquí ! » Pronto se estableció entre la enferma y los pájaros la más íntima familiaridad . Ella los maltrataba diciéndoles : « Pícaros , que no dejáis flor a vida , ni fruta sana , ni sementero en paz , ni granero tranquilo . Tomad , hambrones : ¡ lástima de gracia de Dios que os metéis en el buche ! » Ellos no replicaban ; pero si los dedos torpes de la madre Cruz tardaban en desmenuzar el pan , los más audaces solían picarlo al vuelo en sus propias manos . Medio oculta detrás del sillón , con los ojos de par en par , y la boca risueña , solía Nona presenciar estas escenas , muda e inmóvil para no espantar a los pájaros que la miraban con recelo , como quien no las tiene todas consigo , porque estos diablillos emplumados , como les llamaba la abuela , no sabían distinguir bien la diferencia que existe entre un gato y un niño . Así pasó la primavera de aquel año , llevándose el secreto con que da vida a tantas generaciones de flores , y llegó el verano con sus mieses doradas a fuego por el ardiente sol que ilumina el cielo de los climas meridionales . Y comienza la siega , y mientras las espigadoras buscan las espigas abandonadas en los surcos del rastrojo , la mies , cargada en carros , que rechinan sobre las cansadas ruedas , es conducida a la era . Los pares dispuestos para esta faena relinchan , la parva se tiende y la moza más resuelta se planta en el trillo , derecha y firme como una estatua , lanzando sus yeguas impacientes sobre las ondas de la mies extendida . Aquello es verla y no verla ; da vueltas incesantes con rapidez fantástica : se creería la aparición de una hada , si el aire que hace flotar su zagalejo de rayas azules no descubriera de vez en cuando el contorno de una pierna desnuda , redonda y maciza , asegurando que allí no hay más que una mujer de carne y hueso . Sus ojos brillan animados por la rapidez de la carrera , su boca sonríe como una granada que se abre , su voz canta , su mano tostada por el sol hace crujir el látigo , y pasa arrebatada por la circunferencia de la era lo mismo que una flecha . Los mozos han enganchado también sus trillos y se arrojan en su seguimiento ; la buscan , la envuelven , la rodean , la estrechan , pero ¡ bah ! , todo es inútil : ella se escapa por el ojo de una aguja . No hay manera de cortarle el paso , porque se revuelve como un torbellino , y en el momento supremo les vuelve la espalda , dejándolos burlados ; entonces se ríe a carcajadas , y con la mayor inocencia del mundo canta una copla que es toda malicia . ¡ Vamos ! , no pueden con ella . Y el caso es que cuando no la siguen , los incita , y cuando no la buscan , los provoca , porque lo mismo sobre un trillo y a la intemperie , que sobre ricas alfombras y bajo el artesonado de los salones , la mujer es siempre Eva . Y entre tanto su voz es la que mejor canta , su látigo el que más cruje , y su trillo el que más vuela . Y a todo esto el sol abrasa , el aire quema , y el grano , libre de la cárcel de la espiga , se esconde presuroso bajo la paja despedazada . También pasó el verano , y el cielo comenzó a coronarse con las primeras nubes del otoño . A la siega siguió la cogida de la aceituna , que ya empezaba a caerse de los olivos , y a la trilla siguió la vendimia ; la vida de las eras se trasladó a las almazaras y a los lagares , y al mismo tiempo la reja del arado surcaba la tierra , preparándola para la siembra . Martín no tenía un momento de reposo . Presenciaba todas estas faenas , y estaba a la vez en todas partes . La gente apetecía su presencia , porque significaba siempre más pan en las meriendas , más vino en las comidas , más vida en los bailes . A su vez , María de la Paz no se estaba mano sobre mano . Con su pañuelo de seda de vivos colores rodeado a la cabeza , con los brazos desnudos hasta más arriba del codo , con un delantal blanco como la nieve , con su cara risueña , con sus pies ligeros , ya aparece en el granero , ya en la despensa , ya en la bodega . Ella misma amasa el pan que han de comerse sus labradores , y la ilustre descendiente de Junio Pacheco no se desdeña de servirles la comida y escanciarles el vino . Recibe a los que llegan con una nube de preguntas , y despacha a los que se van con un diluvio de encargos . - ¡ Hola , Melchor ! ; ¿ y tu hija ? - Periquillo , entra el carro . - ¿ Cocea aún la Torda ? ¿ Cuándo te casas ? - Aquí está Bartolo hecho una bola : ¿ qué buena vida , eh ? - Tío Bellido , ¿ ponen mucho las gallinas ? - Juanote , ¿ conque te guiña el ojo la Tuerta ? ¿ Se come bien ? ¿ Se baila mucho ? - ¿ Cuándo se hace dos la Roja ? Al despedirlos les dice : - Mira , los del lagar que se laven bien antes de pisar la uva . - Toma estos bollos para los muchachos ; esa torta de manteca para la viuda del Cano . - Dadle este hato a la Roja para lo que nazca . - A la tía Receta que le den una fanega de trigo , que es pobre y está vieja . - Oye , Benito : que me rieguen el huerto . - Al amo que se cuide , que no duerma al relente , ni al sol , ni a la sombra de las higueras , que da dolor de cabeza . Ella está en todo , y lleva sus cuentas ; lo que recibe lo apunta , y lo que da lo olvida . ¡ Ah ! : también pasó el otoño . La madre Cruz , sentada junto al balcón en su gran sillón de vaqueta , lo había visto pasar llevándose las últimas hojas de los árboles . En medio de la naturaleza desnuda de sus pomposas galas , sólo los cipreses del cementerio conservaban su vestido , como quien espera ; la lluvia , empujada por ráfagas de aire pasajeras , golpeaba los vidrios del balcón como quien llama ; y la sombra del invierno , que se venía con sus nubes cenicientas y su sol desmayado , parecía reflejarse en el semblante de la Pacheca : su cuerpo se hacía cada vez más pesado . Se le había sorprendido al médico un gesto y una palabra . Frunciendo las cejas , se había dicho a sí mismo : « Ya están aquí los estancamientos . » Su plan curativo consistía en dar a la enferma todo el movimiento posible ; así es que había hecho poner ruedas al sillón para poder moverla más fácilmente . Llegó un día en que costó más trabajo vestirla , mucho más trabajo colocarla en el sillón de vaqueta , y en que el movimiento al trasladarla desde el pie de la cama al pie del balcón , le produjo congojas , desvanecimientos , angustias . La muerte está de tal manera en nuestra pobre naturaleza humana , que a cualquier accidente , a cualquiera dolencia aparece retratada en el semblante . María de la Paz vio la muerte en el rostro de su madre ; pero no era mujer que se abandonaba fácilmente al desconsuelo y a las lágrimas . Para ella lo primero era socorrerla con el último esfuerzo , y después le quedaba toda la vida para llorarla . - ¡ El médico ! ... ¡ El médico ! ... La urgencia con que fue repetida esta palabra esparció la consternación en la casa . El médico llegó : ya nada tenía que hacer , y , no obstante , hizo algo . Después del médico llegó el cura , que lo hizo todo . Donde acaba la ciencia , empieza la fe ; Dios es el último refugio , la última esperanza , el último consuelo , el último remedio . Arrancar a Dios de nuestro corazón es abandonarnos a las horrorosas soledades de la muerte . No conozco un crimen semejante . María de la Paz , de rodillas delante de su madre , asida a una de sus manos que besaba dulcemente , seguía con mirada atónita el curso tranquilo de aquella pacífica agonía . Detrás de María de la Paz estaba Martín , con los ojos hinchados y las manos cruzadas . La gente de la casa , agrupada junto a la enferma , contemplaba con silenciosa aflicción la dolorosa escena . ¿ Y Nona ? Nona se encontraba allí medio oculta por el respaldo del sillón ; miraba alternativamente a su abuela y a su madre , y el llanto inundaba sus mejillas : su boca era un gemido mudo ; lloraba sin sollozos . Los ojos de la moribunda buscaban la puerta que daba entrada a la habitación ; esta puerta entornada se abrió lentamente , y apareció Aurora . Adelantó su preciosa cabeza coronada de rizos negros , y miró con asombro infantil el cuadro que tenía delante . El dolor embargaba los ánimos , y por primera vez , en los seis años de su vida , nadie reparó en ella . Entonces su boca hizo un gesto incomprensible , y retrocedió , desapareciendo detrás de la puerta . La moribunda la siguió con los ojos , movió los labios queriendo pronunciar alguna palabra , pero no pudo pronunciarla . La vida hizo el último esfuerzo , y la muerte cerró para siempre los párpados de la enferma , dejando en ellos dos lágrimas como únicos restos de la vida . Aquellos ojos tan alegres , se cerraron por última vez llorando . Todos de rodillas , con voces ahogadas por los sollozos , rezaron delante del cadáver la oración de los difuntos . María de la Paz amortajó a su madre . Siempre será un misterio impenetrable ese último pensamiento que el moribundo se lleva al pasar de esta vida a la otra . Algo queda por decir en ese momento solemne , que la muerte impide que se diga . En vano se ha pretendido encontrar en los yertos ojos del cadáver la última imagen que se ha reflejado en ellos . Inútilmente se interroga a la muerta expresión del rostro inanimado , buscando el rastro del último pensamiento que ha pasado por el alma del que acaba de morir . El arcano es siempre impenetrable , porque si la vida es así , frívola , ligera , inconstante , que a lo mejor nos vuelve la espalda , dejándonos con la palabra en la boca , la muerte , mil veces más seria que la vida , guarda acerca del secreto del último instante eterna reserva . Este punto psicológico , digámoslo así , se ventilaba en la cocina de la casa de Cañizares entre la gente de escalera abajo . La vieja Marta , antigua cocinera de la Pacheca , jubilada ya en razón de su edad y sus achaques ; Prisca , cocinera a la sazón , sin rival en el arroz con pollo y en el jamón frito con tomate ; la Gila , niñera y moza de trabajo , de cara mofletuda y carnes apretadas , dispuesta siempre lo mismo para un fregado que para un barrido ; el tío Ginés , mayoral de la casa , cachazudo como un poste , fiel como un perro , duro como la piedra ; y , en fin , el mozo de mulas conocido por Chucho en toda la comarca por su habilidad en imitar el ladrido de los perros , discurrían de esta manera : - ¡ Lástima de ama ! ... ( exclamaba Marta . ) ¡ Más buena que el pan ! - ¡ Toma ! ( añadía el tío Ginés arqueando las cejas . ) Como que era la madre de los pobres . - Ya se ve que sí ( decía Prisca ) . Y no hay quien me quite de la cabeza que algo se ha llevado al otro mundo entre pecho y espalda . Gila confirmaba el parecer de la cocinera , diciendo : - Yo no le quité ojo , y no se me olvidará mientras viva la cara que puso después de muerta ... ¡ Qué dolor tan grande ! Chucho echaba también su cuarto a espadas , decía , rascándose la cabeza con las dos manos : - Cuando se murió la Valerosa , que en paz descanse , partía el alma verla . Se le iban los ojos detrás del pienso de la yegua , y miraba como una persona al rincón de la cuadra donde están los collerones . No le faltaba más que lengua para decir : « ¡ Válgame Dios ! , ¡ ya no tiraré yo más del carro ! » Aquí el mayoral dejó caer su sentencia favorita : - Los animales ( dijo ) , mejorando lo presente , son también de carne y hueso . - Ése es mi tema , tío Ginés ( añadió Chucho ) . Si los animales hablaran como los cristianos , no se hubiera ido la Valerosa a la otra banda sin decirle a alma viviente sus sentimientos . - ¡ No seas bestia , Chucho ! ( gritó Marta . ) Los demonios tienes en el cuerpo sacando a relucir a la Valerosa cuando hablamos de la muerte del ama . - Él se explica ( advirtió Gila ); y si yerra ... Prisca la interrumpió con estas palabras : - Ya salió la defensora . Dejadla , que ella te dará un cuarto al pregonero . - Tío Ginés ( dijo Chucho ); sea V . testigo de que yo no quise agraviar a ninguna de las difuntas que pudren tierra . - Bueno ( contestó el tío Ginés ) . El vivo en su casa , y el muerto en la sepultura ; pero el ama se fue al otro barrio llevándose algo en el buche . Yo también tengo eso entre ceja y ceja . Ahí está la cara de la difunta que no me dejará mentir . No se reía del mundo como hacen los muertos en cuanto cierran el ojo . Yo la vi cuando la llevamos al campo santo , y decía con la cabeza no , no , no . Su boca no chistaba , porque la procesión iba por dentro . Chucho oía al tío Ginés con ojos atónitos , y cuando acabó , dejó escapar un gruñido que hizo erizar el lomo de los gatos que andaban merodeando por la cocina . Ese gruñido era la expresión de su entusiasmo : quería decir en el lenguaje de los perros : « ¡ Oh , cuánto sabe ! » Prisca metió su cucharada , diciendo filosóficamente : - Sí , tío Ginés : los difuntos hablan también después de muertos , aunque sea mala comparación , como las personas ; solamente que hay que estudiar con el diablo para entenderlos . - No tanto ( replicó el mayoral ) . El demonio es el padre de la mentira , y el que estudie con él , nunca irá a derechas . A más que cuando Dios quiere , con todos los aires llueve . El ama se murió : ¡ Dios la tenga en su gloria y por allá nos espere muchos años ! En vida no se mordía la lengua , porque llevaba siempre el corazón en la boca ... Pues ... vino la nieta , y le cogió el pan debajo del brazo , y ahí está el busilis . - ¿ Qué busilis ? - preguntó Marta con cierta mezcla de curiosidad , de interés y de asombro . - ¡ Toma ! ( contestó el tío Ginés . ) Vengo de la viña : si aciertas lo que traigo , te doy un racimo . ¡ Qué busilis ha de ser , tía Marta ! El busilis de la cosa . - No hable en latín ( dijo Prisca , torciendo la boca ) , porque nos vamos a quedar en ayunas . Aquí el mayoral no pudo contener la sonrisa de suficiencia satisfecha que hormigueaba en sus labios . Ni la vieja Marta con su experiencia , ni Prisca con su malicia , ni Gila que canta en la mano , ni Chucho que interpreta a los animales , lo entendían . ¿ Qué más pudiera apetecer la vanidad de su entendimiento ? ¿ Acaso no consiste en la ignorancia del vulgo el triunfo de muchos filósofos y el éxito de muchos sabios ? En realidad , ¿ no es lo que más se aplaude aquello que menos se entiende ? No era el tío Ginés hombre del todo indiferente a la satisfacción de las glorias humanas , pues si bien estaba seguro de no haber sido el que inventó la pólvora , allá en los estrechos límites de la comarca , entre las gentes sencillas del campo , aspiraba buenamente a pasar por hombre que veía crecer la hierba . - Vamos ( dijo , después de saborear la curiosa expectación de su auditorio ) . No se necesita mucho pesquis para ponerse al cabo de la calle . Se murió la difunta ; yo mismo ayudé a meterla en la sepultura con estas manos que se ha de comer la tierra ; pero entre unas y otras se nos fue sin hacer testamento . - ¿ Qué testamento ? - preguntó Marta . El tío Ginés la miró , asombrado de tanta ignorancia , y le contestó al golpe : - Testamento es el papel que hace el escribano , donde el difunto dice esto quiero , esto no quiero . - ¡ Y bien ! ¡ Qué ! ... - insistió Marta . - Que como no hubo testamento , porque al ama se le quedó en el tintero , la nieta ha perdido de una mano a otra la mejora del tercio y quinto : y ahí está con sus pelos y señales lo que la muerta se llevó al otro mundo , sin poder decir esta boca es mía , porque cuando pensó en ello , la boca del ama estaba ya con los difuntos . Por eso iba diciendo por el camino : « No , no , no ... ; otra me queda dentro . » La tía Marta se limpió los ojos con la punta del pañuelo de luto que cubría su cabeza , y dando al aire un gran suspiro , dijo : - Tío Ginés , está V . en Babia . - Puede ( replicó el mayoral ) , que de menos nos hizo Dios ; pero si la muerta no le dijo a V . al oído lo que le escarabajeaba en sus adentros , lo que yo digo está bien dicho . Marta hizo un movimiento de impaciencia , pues a pesar de los años y los achaques conservaba la viveza de su genio pronto ; y su fisonomía , triste por el luto del ama y arrugada ya por sesenta navidades , no había perdido las líneas expresivas que daban a sus gestos poderosa elocuencia . En el momento en que estamos tomó el misterioso aspecto de las grandes revelaciones . Sin duda alguna iba a confundir al Mayoral con razones nunca oídas . Algo sabía ; pero se contuvo , reprimió el primer impulso , bajó los ojos y no pronunció ni una palabra . - Hable V . , tía Marta ( le dijo Prisca ) , para que el tío Ginés , que todo lo escarba , sepa que aquí no comulgamos con ruedas de molino . - No hablaré ( le contestó ) . No quiero hablar . Los secretos de los muertos no son de este pícaro mundo , y nadie debe meterse en averiguar la vida de los que cubre la tierra . Así como así , hace más de cuarenta años que como el pan de la casa , y no dirá la santa que está en el hoyo que se le han ido los pies a la lengua de la tía Marta . Lo que hay , Dios lo sabe . La sonrisa burlona del Mayoral daba a entender bien a las claras que ponía muy en cuarentena las palabras de la tía Marta . Entonces ella , por un movimiento que no pudo contener , se llevó la mano al pecho , e introduciéndola profundamente por debajo del pañuelo , sacó un relicario que pendía de su cuello por medio de un cordón de seda , y presentándolo en la palma de la mano , dijo : - Aquí está el secreto . Aquí hay todo lo que Dios ha querido que haya . De aquí puede salir la voz de la difunta el día menos pensado . El relicario , de forma ovalada , no ofrecía mayor diámetro que el de medio duro ; era de plata sobredorada , y detrás del cristal que cubría una de las caras se veía una pequeña cruz de ébano . Todos eran ojos : Prisca lo contemplaba con curiosidad , Gila con sorpresa , el Mayoral con calma , Chucho con asombro . Este último no pudo reprimir los impulsos de su admiración , y alargó la mano para cogerlo . - ¡ No lo toques ! - le gritó la tía Marta . Y el pobre muchacho , aturdido por la vehemencia de aquel mandato , retiró el brazo con la misma precipitación que si hubiese ido a tocar la cabeza de una serpiente . - Bien ( dijo Prisca ) . Es un relicario ; pero ¿ qué quiere decir ese relicario ? - ¿ No lo has oído ? ( le replicó Gila . ) Hace hablar a los muertos . - Sí ( afirmó Marta ): este relicario puede hacer que algún día hable la difunta . Chucho miró al tío Ginés fijamente , como quien consulta un libro ; pero el tío Ginés tenía la boca fruncida , reflexionaba , y no se reía . Realmente el caso era digno de la expectación que causaba . La tía Marta habría sido alegre en su juventud , porque los pocos años son siempre alegres , y aún conservaba la fama de haber cantado como una calandria , y en cuanto a bailar , ninguna moza de su tiempo pudo ponerle la ceniza en la frente ; los mozos se perdían por bailar con ella , porque se zarandeaba con toda la sal del mundo , y las castañuelas en sus manos sonaban a gloria , y aquel repiqueteo era como tocar a rebato . Pero todo había pasado como un torbellino , y a los cuarenta años la tía Marta no movía los pies más que para andar , ni cantaba más que a sus solas en los quehaceres de la cocina . A los sesenta era una mujer seria , verdaderamente seria ; su formalidad estaba reconocida por todo el pueblo . Jamás mentía , y en este punto tenía muy bien sentada la baza , pues era público y notorio que no se había casado con un buen partido , siendo ya talluda , por no mentir . Tampoco le faltaba entendimiento para poner las cosas en su punto , y no le estorbaba lo negro , porque sabía leer y aun escribir , lo cual para las mozas del pueblo no tenía gracia ninguna , en razón a que era hija de un maestro de escuela , que murió a lo mejor , dejándola huérfana . El relicario brillaba en la palma de su mano , atrayendo las miradas atónitas de los cuatro personajes que ya conocemos , y cada uno se hacía cruces interiormente , sin acertar a explicarse la razón de aquel prodigio . El tío Ginés fue el primero que rompió el silencio . Antes se rascó la oreja derecha , tosió después para aclarar la voz de suyo algo parda , se limpió luego la boca con el revés de la mano , y por último arqueó las cejas , diciendo : - Si no se me ha traspuesto la memoria , ese relicario lo he visto yo puesto al cuello de la difunta cuando estaba de cuerpo presente . - Júrelo V . , tío Ginés ( dijo Marta ) , porque yo misma , con estas manos que Dios me conserve , se lo puse antes de espirar para descanso de su alma . Gila exclamó santiguándose : - ¡ Y la enterraron con el relicario puesto ! - No ( contestó Marta ) . Volvió a mis manos antes de que el ama fuese enterrada . - ¿ Cómo ? - preguntó Prisca . - Yo misma ( le dijo ) lo saqué del cuello de la difunta y lo guardé en mi pecho . En esta especie de interrogatorio le tocó su vez al mayoral , y preguntó , diciendo : - Bueno , tía Marta ; V . le puso el relicario y V . se lo quitó . Para ese viaje no se necesitan alforjas . Pero hablemos a palmos : si era del ama , ¿ por qué lo guarda V . ahora como cosa suya ? Un relámpago de cólera pasó por los ojos de Marta , relámpago pasajero , puesto que el rayo pronto a estallar se detuvo en su boca . - Lo guardo ( dijo tranquilamente , ocultando de nuevo el relicario en su pecho ) , porque así me lo encargó la difunta . - ¡ La muerta ! ... - exclamó Chucho en el colmo del espanto . - ¿ Y para qué ( insistió Prisca ) le hizo a V . ese encargo el ama difunta ? - Ése es el secreto que quisierais saber para ir por toda la vecindad con conversaciones de puerta de calle , echando las campanas a vuelo ; pero dais en piedra , porque la hija de mi madre se arrancará la lengua antes de que se le escape una palabra : mi boca será una sepultura . La conversación que estamos oyendo se había entablado de sobremesa entre los personajes que intervienen en ella . Todavía , sin embargo , las manos de Chucho y de Gila no dejaban la ida por la venida , picando , ya en las aceitunas partidas , ya en los higos secos , ya en las almendras mollares tostadas en el horno de la casa , que eran los postres de la comida durante el invierno . Luego que la tía Marta pronunció las palabras que le hemos oído , cruzó las manos sobre la mesa , rezó la oración de gracias , y aplicó un Padrenuestro por el eterno descanso del ama difunta . Al tío Ginés , a pesar de su calma , no se le cocía el pan con aquel embrollo del relicario ; no sabía a qué carta quedarse , y se le hacía la masa vinagre por coger aunque no fuese más que un hilo de aquel enredo . - Tía Marta ( dijo ); eso está muy bien ; en boca cerrada no entran moscas ; pero nadie lleva la vida en la faja , y cuando menos uno se piensa , cate V . a Periquillo hecho fraile . Su Divina Majestad puede enviarle a V . un torozón que se la lleve a mejor vida sin poder decir ¡ Jesús me valga ! Y entonces , ¿ qué nos hacemos aquí con el relicario ? Los ojos de la tía Marta , pardos y grandes , se iluminaron con resplandor repentino ; dio a su semblante toda la expresión de su natural energía ; y poniéndose de pie , dijo con voz segura , con la voz del más íntimo convencimiento : - No , tío Ginés , no . Mientras yo lleve sobre mi corazón el secreto que guarda este relicario , no puedo morir , y no moriré . Dicho esto , abandonó la mesa ; y erguida y con paso firme , como si de pronto hubiese adquirido la juventud pasada y la salud perdida , salió de la cocina , dejándolos con la boca abierta . Prisca se encogió de hombros , arrimó a la pared la mesa en que habían comido , guardando en el cajón el pan y los postres que quedaban sobre el mantel . Después acudió a soplar la lumbre del fogón , porque era ya más de media tarde , y detrás de la comida venía la cena . Interiormente exclamaba : - ¡ Un relicario ! ... ¡ Y de oro ! ... A Gila le tocaba barrer la cocina y fregar los platos ; y absorta en esta faena , se preguntaba a sí misma muchas veces : - ¿ Qué demonios habrá dentro de ese bendito relicario ? Por lo que hace al tío Ginés , tomó la puerta que daba al parador , pensando en lo mismo y sacando por consecuencia de sus razonamientos estas dos conclusiones : - O el relicario es una brujería , o la tía Marta se ha vuelto loca . Pero el mayor asombro donde se encontraba era en la cabeza de Chucho . No habiendo en ella capacidad para contener más de una imagen , la del relicario llenaba todo su entendimiento , y repetía una y otra vez el nombre del maravilloso enigma con la terquedad de una idea fija , y con la inutilidad del que golpea una puerta que no quiere abrirse . Así entró en la cuadra ; y encarándose con el macho que había sustituido a la Valerosa , le dio una gran palmada en el lomo , gritándole : - ¡ Ceja atrás ... relicario ! ... Sin duda alguna es cosa muy natural que la madre muera antes que la hija , aunque ocurra con frecuencia todo lo contrario ; mas es lo cierto que las cosas más naturales no suelen ser las más consoladoras . Así es que María de la Paz , que no había contado nunca con el privilegio de conservar eternamente sobre la tierra a la madre Cruz , no encontró en su corazón lágrimas bastantes para llorar su muerte . Esta desgracia esperada no fue por eso menos sentida , porque el temor no nos acostumbra a la realidad de lo que tememos , y no hay nadie que al ver morir a una persona querida no crea firmemente que aún tenía días en que vivir . Eso de no tener la muerte plazo fijo , la hará siempre a nuestros ojos intempestiva . No vaya a creerse que María de la Paz andaba hecha una Magdalena , ostentando a la faz del mundo el desconsuelo de un llanto inagotable . Lloraba , sí , señor ; pero lloraba a solas . Escondía sus lágrimas en los rincones de la casa por no afligir el corazón de su marido con el espectáculo continuo de su dolor ; más aún : sonreía dulcemente , siempre que venía a cuento , para alegrar ( si es posible decirlo así ) a los ojos de Martín el luto que oscurecía su alma . Su pena no era nube de verano que se deshacía en lágrimas y se desvanecía en sollozos ; antes bien , era tan justa , tan legítima , tan verdadera , que no la derrochaba malgastándola en lloriqueos inútiles , más propios de la sensibilidad momentáneamente excitada que del sentimiento permanente . Su dolor era más activo que pasivo , y en la sencilla piedad que formaba el fondo de su alma había encontrado manera de acercarse a su madre , a pesar de la muerte , abriendo entre la madre y la hija estrechas comunicaciones . Aún más : había conseguido hacer vivir a la viuda después de muerta , perpetuando en la memoria de la familia y en el orden de la casa sus gustos , sus costumbres , sus deseos . Sí , la Pacheca vivía después de enterrada . A María de la Paz nunca se le habían pegado las sábanas ; los primeros rayos del sol la encontraban siempre despierta ; pero desde la muerte de su madre , después de trascurridos los nueve días del duelo oficial , se levantaba todas las mañanas antes de amanecer , y envuelta en su manto negro salía de casa , y paso tras paso se encaminaba a la iglesia , cuyas puertas el Sacristán soñoliento acababa de abrir bostezando , demasiado temprano para el sueño del Sacristán ; pero ¡ qué había de suceder ! : el bolsillo de Cañizares se abría de vez en cuando , y los sacristanes necesitan para vivir , como los demás mortales , hacer por la vida . No se hacía esperar el sacerdote , y en el altar de la Virgen de la Aurora se decía una misa en sufragio por el alma de la Pacheca , misa que la hija oía entera de rodillas . Este acto piadoso venía a ser una cita con su madre . Allí hablaba con ella , le comunicaba sus inquietudes , le daba cuenta de sus esperanzas , le pedía consejo y reclamaba su auxilio ; y sin que ninguna voz humana llegara a su oído , sin que ninguna señal externa hablara a sus ojos , dentro de sí misma , en el fondo tranquilo de su alma sencilla , encontraba respuesta a sus temores , aliento a sus esperanzas , consejo a sus dudas y auxilio en sus inquietudes ; y contento su corazón , bendiciendo al Dios que humilla y ensalza , que aflige y consuela , que castiga y perdona ; al Dios de la suprema justicia y de la inmensa misericordia , se volvía a su casa , saliendo a recibirla a las mismas puertas de la iglesia la mañana iluminada con los primeros rayos del sol , el movimiento del pueblo que despertaba y el ruido de la vida . Siempre que salimos de la iglesia , si hemos meditado , si hemos orado al pie de los altares donde la fe venera al Dios vivo , encontramos el cielo más esplendoroso , la naturaleza más rica , el ambiente más puro , la vida menos triste y las gentes más buenas . Sacamos de allí algo en nuestro corazón que todo lo embellece , que todo lo purifica , que todo lo ama . El templo es la casa de Dios , y por lo tanto el único hospedaje digno del hombre . Cerradnos esa puerta augusta por donde el mundo se comunica con la eternidad , y no tendremos refugio a que acogernos en nuestras adversidades , en nuestros desconsuelos , en nuestras tribulaciones , ni en nuestros triunfos , ni en nuestras alegrías . María de la Paz entraba en su casa con el alma tranquila ; y los quehaceres domésticos distraían su ánimo y dulcificaban su tristeza , pues jamás hizo de las penas excusa de los deberes . Lo primero que encontraba era a Nona , vestida de luto , con su boca risueña y sus ojos alegres , que le salía al encuentro presentando la cara , como el pobre la mano , esperando la limosna de un beso . María de la Paz la besaba , y seguía adelante . Aurora estaba aún en la cama ; dormía , y nadie se hubiera atrevido a despertarla : ése era encargo de su madre . ¡ Cuántas veces ésta se detenía delante de la cama de su hija , contemplando envanecida la singular belleza de su rostro ! ¡ Cuántas veces retrocedía silenciosa por no interrumpir su sueño ! Pero no entraba en sus costumbres semejante condescendencia . Recordaba entonces que su madre la obligaba a madrugar desde muy pequeña , y volvía a acercarse a la cama con firme propósito de despertarla . Un beso estampado en la frente de la niña dormida y un « hija mía » pronunciado con blanda dulzura eran los medios que adoptaba la severidad de la madre para sacar a la hija de la pereza del sueño . Aurora abría sus ojos negros , grandes y hermosos , echando a su alrededor esa mirada de disgusto y de fastidio con que miramos al que nos despierta en lo mejor de nuestro sueño ; después dejaba caer los párpados , coronados de largas , negras y espesas pestañas . - Vamos , hija ( le decía María de la Paz ) . Ya es tarde , y hace un día muy hermoso : las flores de las macetas preguntan por ti ; los pájaros te llaman desde el amanecer , y no sabes cuántas mariposas vuelan por la terraza . La niña fruncía el gracioso entrecejo , se restregaba los ojos con impaciencia , y bostezaba . Quería decir sencillamente : - ¡ Ay , qué impertinencia ! ... Entonces María de la Paz acercaba a la cama las prendas del vestido de Aurora , y ella misma empezaba a vestirla : los caprichos de la hija ponían a prueba la paciencia de la madre : « Esas medias no ; quiero las otras . » « Esos zapatos son viejos , no me gustan , no me los pongo . » « El pañuelo de algodón es feo ; yo quiero el pañuelo de seda . » La madre no oponía resistencia ; había de ceder ; ¿ a qué resistirse ? ¡ Era tan hermosa ! ... ; además , ¡ estaba tan profundamente dormida ! ... ¡ Ya se ve ! ¿ Qué niño no tiene caprichos ? ... Entre tanto Nona había hecho su habitual residencia de la habitación de la abuela . Estaba el sillón de vaqueta cerca del balcón , en el mismo sitio en que se hallaba cuando espiró la madre Cruz . La urna del niño Jesús , colocada sobre la cómoda , se veía adornada con flores frescas , renovadas todos los días , porque allí la naturaleza da flores todo el año sin auxilio de estufas ni de invernaderos . La cama se encontraba hecha , intacta , y por debajo de la guarnición blanca y plegada que adornaba la cubierta de percal azul adamascada , asomaban los zapatos de orillo de la difunta Pacheca . El cuadro de los Dolores en que el corazón de la Virgen se ve atravesado por siete espadas , se destacaba sobre la pared ; a su pie la mesa de nogal que desde muy antiguo servía de altar al cuadro , y sobre la mesa la lámpara , siempre encendida , con que la viuda de Pacheco tributaba el homenaje de su devoción a la Madre de los pecadores . Todo estaba en su sitio , todo de la misma manera en que se hallaba antes que pasara por allí la muerte ; sólo faltaba la que no pertenecía al mundo de los vivos ; pero andaba por allí su sombra ; parecía que se escuchaba el ruido ahogado y lento de sus pasos ; no se podía mirar a la puerta sin creer que iba a entrar . María de la Paz había hecho del nombre de su madre la autoridad definitiva en todas las cosas ; todo se había de hacer como lo hacía su madre ; todo debía estar lo mismo que cuando su madre vivía ; los labradores preferidos eran aquellos a quienes su madre mostró preferencia . A Marta se la consideraba como a persona de la familia , porque había sido la criada de su íntima confianza . Había muerto , es verdad ; pero vivía , estaba allí , se sentía en todo su mano invisible , y se encontraba a la vez en todas partes . Mas el cariño de la hija no se contentaba con mantener viva la memoria de su madre dentro de los límites de la familia ; quería además perpetuarla fuera de la casa , para lo que dobló el valor de las limosnas , de cuyas resultas se aumentó el número de los pobres que diariamente acudían en busca de socorro . Ninguna desgracia llamaba a la puerta que no fuese remediada . Los pobres eran socorridos en nombre de la difunta , de manera que salían de la casa bendiciendo la memoria de la Pacheca , que aun después de muerta tenía manos para ponerles el pan en la boca . Dios había venido a verlos llevándose a mejor vida a la viuda de Pacheco , porque aquella caridad póstuma era el pan nuestro de cada día de todos los que no tenían sobre qué caerse muertos . Un detalle verdaderamente pueril se había escapado a la solicitud de María de la Paz . Consistía este detalle en la costumbre que tenía la difunta de echar migajas de pan a los pájaros que acudían al balcón espesos como los dedos de las manos . Mas no había caído del todo en saco roto ; porque para eso estaba allí Nona : cabalmente era su juego favorito . Ya he dicho que pasaba la mayor parte del día en el cuarto de la abuela , y allí , sin más compañía que la de sus risueños pensamientos , alegres mariposas de la primavera de la vida , repasaba la cartilla , en la que empezaba a conocer las letras , o armada de su aguja cosía los vestidos de las muñecas , como mujer hacendosa , a punto largo . Por privilegio especial , sólo concedido a la infancia , cuanto había a su alrededor se animaba , formando ese mundo particular que únicamente cabe en la cabeza de los niños . Hablaba con los muebles , le sonreía al cuadro de la Virgen , le enviaba besos al niño Jesús de la urna , llamándole « pequeño de la casa » , acariciaba a las muñecas , y solía enfadarse con el hilo que se escapaba de la aguja . Alguna vez , repasando la cartilla , decía : « A ... A ... ¿ Por qué será A ? ... » Después de comer traía su gran miga de pan , la desmenuzaba entre los dedos , y entonces era ella , porque los gorriones se deshacían saltando sobre los hierros del balcón y piando como si gritaran « a mí » , « a mí » , « a mí » . Las migajas del pan desaparecían en cuanto llegaban al suelo , y saltando tras de ellas llegaban los pájaros más atrevidos hasta picar los pies de Nona ; ella se reía con toda su alma , pero se reía en silencio , para no espantarlos . Cuando los más audaces despojaban a los demás de la parte que les correspondía , se enojaba con ellos . Había uno más pardo que los otros , con el bozo más negro , la cabeza más gorda y el pico más duro : miraba de soslayo , moviendo a uno y otro lado la cabeza , con la insolencia del camorrista ; listo , ágil , impetuoso , era el jaque de la compañía , el matón de la cuadrilla ; en una palabra : era el que cobraba el barato . Nona le distinguía entre todos , y lo señalaba con el dedo , diciendo : « Ése es el malo . » Como vamos viendo por el conjunto de pormenores que se nos va presentando , el recuerdo de la difunta viuda se hacía cada vez más inolvidable : si es posible sobrevivirse , la Pacheca sobrevivía . Mas , aún tributaba otro culto María de la Paz a la memoria de su madre . Ya sabemos que Aurora fue , desde el momento mismo de nacer , el ídolo de su abuela , de modo que la preciosa niña venía a ser como el testamento vivo que contenía la última , la única voluntad de la madre Cruz . Contrariar los gustos de Aurora , torcer sus caprichos , corregir sus inclinaciones , equivalía a mortificar el alma de aquella que estaba ya fuera de las tristezas del mundo . Y he aquí que María de la Paz añadió a su natural cariño de madre la sagrada herencia del ciego cariño que la abuela profesaba a la nieta : aquel cariño constituía un mandato , y la severidad de la madre se convertía toda en dulzura cuando se trataba de Aurora , porque detrás de la nieta estaba siempre la sombra protectora de la abuela . Así es que Aurora continuaba siendo el ojo derecho de la casa y el objeto especial de todos los cariños de la familia . La naturaleza le había concedido una hermosura realmente admirable y atractiva ; pero había algo de aridez en su alma , algo de impenetrable en su carácter , algo de sombra que se reflejaba en su semblante iluminado por el pleno resplandor de la belleza . La extremada blancura de su tez aparecía bañada por un fulgor luminoso semejante al brillo de las estrellas en las noches serenas ; su boca siempre seria dejaba admirar la pureza de su perfecto dibujo ; los ojos contenían miradas insondables . Bien comprendía su madre que era imperiosa , poco indulgente y muy amiga de sus caprichos ; pero eso era la niña ; la mujer sería otra cosa . - ¡ Se cambia tanto ! - ¡ Quién le había de decir a ella cuando cogía manzanas en los huertos y nidos de pájaros en los árboles , que a la vuelta de unos cuantos años había de ser la mujer de su marido , el ama de su casa y la madre de sus hijos ! Poco a poco iría trasformándose el carácter de Aurora ; su genio díscolo se ablandaría , porque al fin el mundo doma mucho ; la vida es una lima sorda que va gastando las inclinaciones y los resabios . Y Aurora tiene talento , perspicacia , penetración . Ahora no es más que una niña . De esta manera discurría la madre pensando en la hija y pensando en la abuela , y se prometía ir suavizando insensiblemente aquellos defectos tan propios de los pocos años , y que los años mismos corrigen . Ella habría empleado la severidad maternal propia del caso ; pero se trataba de Aurora , de su primera hija , de la que había sido la gloria , el amor y el orgullo de la abuela , y empleaba toda la dulzura de su cariño de madre . Y por ese movimiento natural de los contrastes , conforme los defectos de carácter se iban acentuando en Aurora , María de la Paz iba siendo cada vez más dulce , más condescendiente , más débil . De modo que , para Aurora , la madre Cruz no había muerto . Esto lo veía la gente de la casa como la cosa más natural del mundo . Solamente Marta movía la cabeza , dando a entender que no se conformaba ; sin embargo , comprimía los labios , y su boca era una piedra . Nona pasaba la vida como hemos visto : bien pudiera presumirse que su instinto de niña la hacía traslucir que no se la echaba de menos en ninguna parte , y se ocultaba . En el cuadro de la familia asomaba su faz siempre risueña , desapareciendo detrás de su hermana . El invierno era crudo , las escarchas se sucedían , blanqueando las desnudas ramas de los árboles , las pendientes de los tejados y los surcos de los sementeros : las cumbres de la sierra de Espuña aparecían nevadas . Bajo la influencia de este frío imprevisto , se desarrolló en la población una verdadera epidemia de constipados ; en las calles tosían hasta las esquinas , en las casas hasta las puertas y en las iglesias hasta los Santos . María de la Paz cogió también el suyo , pues había uno para cada vecino , y el médico ordenó un día de cama . Sí ; ¡ un día de cama ! , ¡ que si quieres ! : la buena madre de familia no tiene tiempo para estar constipada . Martín apeló al recurso de ponerse serio , y no hubo más remedio que doblar la cabeza . La naturaleza de la mujer de Cañizares era fuerte , y por lo mismo dócil : le habían mandado que sudara , y sudaba sin consuelo . El balcón que daba a la calle , la ventana que caía al parador y la puerta , se hallaban cuidadosamente entornadas , cubriendo la habitación de sombras silenciosas ; porque cuando hace mucho frío parece que la oscuridad abriga . María de la Paz no dormía ; con la imaginación estaba en todas las cosas de la casa ; pensaba en su madre , en su marido , en Aurora , en la despensa , en el granero , en la cocina . Estaba en todo . De repente gimieron los goznes de la puerta . Era Nona que entraba sigilosamente , andando sobre las puntas de los pies . Su madre no distinguía bien la pequeña sombra que se acercaba a la cama , y preguntó : - ¿ Eres tú , hija mía ? Nona se detuvo ; y con ese dulce timbre que Dios ha puesto en la voz de los niños como recuerdo de la voz de los ángeles , contestó diciendo : - No , madre ; soy yo . María de la Paz se sentó en la cama , permaneciendo algunos instantes muda y pensativa ; después pasó los extremos de los dedos por los párpados , porque sentía los ojos cuajados de lágrimas . Hablando Martín Cañizares con el Cura , se explicaba de esta manera : - Le digo a V . , Padre Capellán , que hay que besar por donde ella pisa . Sí , señor ; es una santa , muy capaz de contarle los pelos al diablo . Cuando muchacha era de la piel del demonio ; lo mismo se encaramaba en los árboles que los gatos . Me acuerdo un día , y ya era moza , que apareció un nido de jilgueros en el peral grande del huerto de abajo , y sin encomendarse a Dios ni a Santa María , trepó a lo alto como una enredadera . Yo estaba al pie del tronco , y ella arriba ... ¿ Se hace V . cargo ? Me parece que la estoy viendo . Pero aquello fue ver y no ver , porque cayó en la cuenta , y aunque yo era todo ojos , saltó furiosa del árbol , y me dejó con un palmo de narices . Y me la guardó hasta que nos casamos . Aquí se detuvo para reírse , haciendo después con la boca el movimiento necesario para dejar entender que se chupaba mentalmente los dedos . Y es el caso , que el señor Cura también se sonreía . Pagado este tributo a aquel pícaro recuerdo , siguió diciendo : - Pues bien : ahí la tiene V . ; no duerme , ni descansa ; se está matando . Desde la muerte de su madre , ¡ tres años hace ! , parece que le han agujereado las manos : ya la fanega de trigo , ya el celemín de harina , ya el saco de arroz ; aquí el puñado de garbanzos , allá el puñado de judías . « Estas pasas para los hijos de la vecina . » « Aquellos higos para la hermana del ciego . » « ¡ Eh ! : la gallina para la pobre enferma . » « El pedazo de jamón para la infeliz viuda . » Por aquí medio pan , por allí un pan entero ... En mi ropa es un saqueo continuo . « Eso ya no te sirve . » « Esto está ya muy viejo . » Y allá van mis pantalones , mis chalecos , mis camisas ... Un día me encuentro sin capa que ponerme . ¿ Y cree V . que gastamos más de lo que gastábamos antes ? No , señor ; yo echo mis cuentas , y , talán balán , a fin de año salimos lo mismo . ¿ De dónde lo saca ? Yo se lo pregunto , y ¿ sabe V . lo que me contesta ? Me sacude con el dedo en la punta de la nariz , y me dice : « ¡ Calla , tonto , que Dios da ciento por uno ! » ; y hay que dejarla que tire la casa por la ventana . - Doña María de la Paz ( dijo el señor Cura ) es un alma buena , y la bendición de Dios la acompaña por todas partes . - Pues oiga V . ( continuó Cañizares ) . Con los labradores es una risa . No me gusta que se retrasen en el pago de las rentas , porque , en vez de hacerles un favor , es perderlos , y yo sigo a mi padre , que en paz descanse , al pie de la letra . Cuando el año es malo , abiertos tienen mis graneros y mi bolsillo ; pero cuando la tierra responde , la formalidad es antes que todo . Yo aprieto , el labrador se resiste , ella interviene , y se trampea la cosa . Si me pongo en lo firme , entonces ella , sin que yo lo sepa , les facilita el dinero para que me paguen ; después se entiende con ellos , y nunca pierde . De lo cual resulta que yo soy el tirano y ella el paño de lágrimas . A mí , sí , señor , me quieren , me respetan ; pero a ella la bendicen . Al señor Cura no le cogía de nuevas lo que estaba oyendo , pero escuchaba complacido . - ¿ Qué dirá V . ( siguió diciendo Cañizares ) que ha descubierto ahora ? No se le escapa nada . Ha descubierto que mi pobrecilla Nona es también hija nuestra , que es humilde como una malva y buena como el pan bendito ; y dice muy formalmente que no debe haber diferencia ninguna entre las dos hermanas . - Y dice muy bien - añadió el señor Cura . - Por supuesto ; pero a Aurora no le hace gracia el descubrimiento . Yo en esas cosas ni entro ni salgo . Si fuesen muchachos , me entendería con ellos , y andarían derechos como pinos . Han tenido la ocurrencia de ser chicas las dos , ¡ qué hemos de hacerle ! ... A la madre es a la que le toca bregar con ellas . ¿ No es esto , Padre Cura ? - Eso mismo , Sr . D . Martín . - Además , yo me paso la mayor parte del año en el campo . Hace poco que vine del Juncar Hondo , que está al pie de la sierra , donde he plantado unos almendros que van a estar allí como en su casa , y ya la escarda me está llamando a voz en grito . Las escarchas han tenido a la simiente encerrada en la tierra ; pero en cuanto el tiempo ha empezado a abonar , se han desatado los sementeros , y están que da gozo verlos . - ¿ Buena cosecha , ¡ eh ! , Sr . Cañizares ? - Buena , Padre Cura , buena . Si Dios no envía una plaga que nos deje con la miel en los labios , no ha de faltar pan para el invierno . - En cambio doña María de la Paz ( añadió irguiendo la cabeza y ahuecando la voz ) es una Pacheca que honra la casa de los Cañizares . - Así es ( dijo el señor Cura ) . Y me parece ( añadió , mirando al cielo por los vidrios del balcón ) que nuestro paseo se aguó esta tarde . - ¡ Cómo ! ( preguntó Cañizares ): ¿ va a llover ? - ¡ Quia ! No se ve una nube por un ojo de la cara . Lo que quiero decir es que ya va el sol de capa caída , y que a esta hora salta el cierzo que viene de la sierra . - No se ha perdido gran cosa ( añadió Cañizares ): casualmente cuando hace frío , en ninguna parte se está mejor que al amor de la lumbre . Media vida es la candela ... Hablando así , echó en el gran hueco de la chimenea ramas de olivo y sarmientos secos que avivaron la lumbre , y siguió diciendo : - Ahora que nos entre el cierzo . Y no es eso todo . Tenemos en la casa ( añadió en tono confidencial ) un chocolate capaz de resucitar a un muerto , y toda la tarde estoy oliendo como a tortas con manteca . De seguro esta mañana han salido del horno , y estarán diciendo « comedme » . Vamos a probarlas . En la cara redonda y apacible del señor Cura se vio claramente que le era agradable lo que acababa de oír , y restregándose las manos y encogiéndose de hombros , se acercó a la chimenea , mientras Cañizares abría la puerta y sacaba la cabeza , haciendo resonar su voz por el largo corredor de la casa con estas palabras ; - ¡ Prisca ! ... ¡ Gila ! ... ¡ Marta ! ... Después fue a sentarse frente a frente del señor cura al amor de la lumbre . Marta acudió la primera , y entró diciendo : - Buenas tardes , señor Cura . - ¡ Hola , buena Marta ! ¿ Cómo andan esas fuerzas ? - Padre Capellán , muy firmes ; estoy hecha un roble ; aquellos alifafes volavérunt , y no puede conmigo un terremoto . - ¡ Bravo ! - Es preciso vivir , Padre Cura ; porque cuando una tiene algo que hacer en el mundo , hay que decirle a la muerte que se espere ... - Eso está muy bien ( dijo Cañizares ) , y por mi parte , te doy desde ahora licencia para que vivas hasta el día del juicio . Entre tanto , lo que importa es que le digas al ama que hay aquí dos amigos dispuestos a matar el tiempo tomando chocolate . ¡ Eh ! espera : chocolate con tortas de manteca ... ¡ Oye ! Si viene alguna rodaja del salchichón que aquí usamos , no le haremos ascos . ¡ Escucha ! Agua de la fuente , y ¡ mira ! , para el agua bizcochos blancos de los que mandan las monjas . ¡ Aguarda ! Al Padre Capellán le gusta el chocolate espeso . Marta salió con paso ligero y ágil . Se le habían quitado diez años de encima lo menos desde la última vez que la vimos . El señor Cura se arrellanó en el sillón en que estaba sentado , y cruzando las manos , dijo : - Soy nuevo , como V . sabe , en este curato ; mas , por lo que voy viendo , el pueblo debe ser rico . - Debía serlo ( añadió Cañizares ); pero las sequías nos matan . Bien pudiéramos disfrutar el beneficio de aguas seguras y constantes si las obras no fuesen tan costosas : aquí no hay capitales para emprenderlas ; y ¿ quién se acuerda de este rincón del mundo ? - Dígame V . , Sr . D . Martín ( preguntó el Cura ): ¿ V . no ha sido nunca alcalde ? - Ni Dios lo permita ( le contestó ) . No se puede ser hombre de bien y alcalde al mismo tiempo . - ¡ Pero , hombre ! ( exclamó el señor Cura . ) ¿ No son Vds . electores ? ¿ No eligen Vds . los diputados ? ... - ¡ Eligen ! ( repitió Cañizares , arqueando las cejas . ) No , señor ; a nosotros , pobres contribuyentes , no se nos deja más elección , que la del árbol en que hemos de ahorcarnos . Los gobernadores son bajaes de tres colas ; no quiero nada con ellos . Yo me arreglo con mis labradores muy sencillamente . Cuando llega el caso , averiguo quién es el candidato , y les digo : « Ése es un tunante » , y no lo votan ; o les digo : « Éste me parece un hombre regular » , y entonces votan . Muchas veces me veo obligado a decirles : « No lo conozco ; no sé de dónde ha salido este hombre . » Y ellos echan sus cuentas , y votan o no , según les parece . No se puede hacer otra cosa . Nos han vuelto la espalda , y así anda el mundo . No sé qué habría contestado el Cura que oía atentamente al Sr . Cañizares , si en aquel momento no hubiese entrado Marta , sosteniendo entre ambas manos gran bandeja de antiguo uso , sobre la que humeaban dos enormes jícaras de chocolate , blancas y resplandecientes , que formaban parte de la mejor vajilla de la casa , dos vasos anchos y hondos , rebosando de agua más trasparente que el cristal en que se hallaba contenida , un platillo con rodajas de salchichón por cuya masa apretada asomaban granos enteros de pimienta , bollos calientes amasados con manteca , ansiosos del chocolate que hervía en las jícaras , y bizcochos blancos , esponjosos , sedientos del agua contenida en los vasos . Además , traía la bandeja dos rebanadas de pan moreno heñido aquel mismo día por las manos de María de la Paz y cocido en el horno del Parador , caldeado con haces de oloroso romero recién traído del monte , donde ya empezaba a florecer . Al entrar la bandeja se perfumó la estancia . - Aquí ( dijo Cañizares , acercando una silla a la chimenea ): aquí . Marta colocó la bandeja donde su amo le indicaba , no sin recelo de alguna catástrofe , porque el asiento de la silla no ofrecía bastante espacio para contenerla . - Ya tenemos aquí el gaudeamus , Padre Cura ( exclamó Cañizares ) . Ahora vamos a dar de él la debida cuenta . - ¡ Todo sea por Dios ! - añadió sencillamente el Cura , desdoblando su servilleta , mientras el autor del gaudeamus hacía lo mismo con la suya . Las servilletas resplandecían de puro blancas , olían a limpio y eran grandes como manteles . Estaban hechas de lino cogido en los bancales del Juncar , hilado en la casa y curado al sol y al sereno , tejido a conciencia , formando esa labor menuda que llaman allí granillo de trigo ; dos listas azules marcaban en los extremos la anchura de la urdimbre , y en los ángulos contrapuestos había pequeñas iniciales bordadas al traspaso con hilo encarnado : en uno se leía M . C . , y en el otro M . P . : Martín Cañizares y María Pacheco eran inseparables ; sus nombres andaban juntos por todas partes . El doble escudo de la casa estampado sobre aquella tela un poco brusca , pero limpia y sana , habría hecho muy buen efecto ; pero ¡ qué diablo ! , no les había ocurrido semejante cosa . Los dos amigos empezaron a matar el tiempo tendiendo sobre las rodillas sus respectivas e inmensas servilletas . - Muy mal andan las cosas , - dijo el señor Cura , hundiendo un bollo en las profundidades de la jícara . - Muy mal andan , - añadió Cañizares , sepultando en su boca otro bollo entero bien calado de chocolate . Marta , de pie , gallardamente plantada , con los brazos cruzados y a cierta respetuosa distancia , seguía atentamente los movimientos de las manos , que saliendo de las jícaras iban siempre a parar a las bocas . Mataban el tiempo , ¡ cosa bien singular ! , haciendo por la vida . En esto apareció en la puerta que Marta se había dejado abierta el risueño semblante de Nona . - ¡ Hola ! ( exclamó el señor Cura viéndola . ) Muy bien venida . Entra , hija mía , entra . Nona entró , dirigiéndose al Cura , a la vez que éste decía : - Ahí tiene V . : las moscas acuden a la miel y los niños a las tortas de manteca . Y cogiendo un bollo de la bandeja , se lo dio a Nona , que al tomarlo le besó la mano , y él le dijo : - Dios te haga una santa . A la vez apareció en la puerta María de la Paz , y con ella Aurora ; pero Aurora , en la que los primeros indicios de la mujer empezaban a contornear las formas de la niña . Aurora impaciente , todavía crisálida , que , ansiosa de volar , no sé por qué jardines imaginarios , hace tentativas por convertirse en mariposa ; movimiento misterioso en el que la naturaleza , anticipándose a la edad , anuncia la llegada de la juventud antes de haber terminado la infancia . Pudiéramos decir : el boceto que quiere ser cuadro ; el botón que pretende ser rosa . Y , no hay por qué ocultarlo , esta trasformación tímida , indecisa , pudorosa , comenzaba a insinuarse por medio de las más bellas indicaciones . Nunca el nombre de Aurora le había caído más propiamente , pues era , en efecto , el primer resplandor de la mañana que amanece , o , lo que viene a ser lo mismo , la mujer clareando entre las últimas sombras de la inocencia ; Eva un momento antes de consumarse la perdición del género humano . En cuanto el Cura vio a la Pacheca asomar por la puerta de la habitación , intentó ponerse de pie para recibirla dignamente ; pero el plato que tenía en una mano , el bollo que tenía en la otra , la jícara que estaba sobre el plato , y la servilleta que cubría sus rodillas , embarazaban de tal modo sus movimientos , que no acertaba a levantarse . Notando Cañizares la dificultad en que se veía , lo detuvo , diciéndole : - Quieto , señor Cura , quieto . Doña María de la Paz no ha sido nunca en esta casa persona de cumplimiento . - Ya se ve que no ( añadió María de la Paz , con la boca llena de risa ) . El señor Cura sabe que está en su casa , y que aquí se le recibe siempre con los brazos abiertos . - Ahora , Padre Capellán ( dijo Cañizares ) , corresponda V . a ese agasajo del ama de la casa poniendo las tortas en las nubes . - ¡ Oh ! ... - exclamó el Padre Cura levantando los ojos al cielo . Quería decir : « ¡ De aquí a la gloria ! » Aún podía recoger la satisfacción de María de la Paz un testimonio no menos fehaciente , que consistía en que el plato en que habían ido las tortas estaba vacío . - ¡ Vaya ! ( dijo con ingenua alegría ): creí que se me había ido la mano en la manteca ; pero , gracias a Dios , han salido buenas . Hasta entonces el señor Cura no había reparado en Aurora ; mas de pronto fijó en ella sus miradas apacibles con ingenuo asombro . - ¡ Ah ! ( exclamó . ) ¡ Qué alta está ! A esta niña se la ve crecer . ¡ Y es hermosa como un lucero ! Sostuvo Aurora con terca firmeza la mirada benévola del señor Cura , y como si fuese inaccesible hasta a las alabanzas , permaneció muda , seria e inmóvil como una estatua que se contempla a sí misma . Sus pequeños pies se apoyaban graciosamente sobre el suelo como los del resto de los mortales , y , sin embargo , debía creerse elevada sobre no sé qué pedestal , desde donde todo lo miraba por encima del hombro . Nona se acercó a su hermana ofreciéndole el bollo que le había dado el señor Cura y que conservaba entero . Aurora lo rechazó bruscamente , y el bollo , desprendido de las manos de Nona , rodó por el suelo , mientras ella decía : « No lo quiero . » - ¡ Hola ! ( exclamó Cañizares con acento enojado . ) ¿ Qué es esto ? Nona se encogió de hombros , como si hubiese querido esconderse en el centro de la tierra , a la vez que Aurora se irguió como si pretendiera hacer frente a las palabras de su padre . Éste , más asombrado que colérico , añadió :