Gabriel Miró Las cererezas del Cementerio ( Inédita ) Barcelona E . Domenech , Editor 1910 Desde el primer puente del buque , contemplaba Félix la lenta ascensión de la luna , luna enorme , ancha y encendida como el llameante ruedo de un horno . Y miraba con tan devoto recogimiento que todo se lo figuraba en un santo remanso de silencio , todo quietecito y maravillado mientras emergía y se alzaba la roja luna . Y cuando ya estuvo alta , dorada , sola en el azul ; y en las aguas temblaba gozosamente , limpio , nuevo , el oro de su lumbre , aspiró Félix fragancia de mujer en la inmensidad , y luego le distrajo un fino rebullicio de risas . Volviose ; y sus ojos recibieron la mirada de dos gentiles viajeras cuyos tules , blancos , levísimos , aleteaban sobre el pálido cielo . Habían subido al barco llevando acompañamiento de amigos y empleados de la casa naviera . Se saludaron ; y pronto mantuvieron muy gustoso coloquio , porque la efusiva llaneza de Félix rechazaba el enfado o cortedad que suele haber en toda primera plática de gente desconocida . Cuando se dijeron que iban al mismo punto , Almina , y que en ésta misma ciudad moraban , admirose de no conocerlas siendo ellas damas de tan grande opulencia y distinción . Es verdad que él era hombre distraído , retirado de cortesanías , de teatros y de toda vida comunicativa y elegante . — Tampoco nosotras — le repuso la que parecía más autorizada por edad , siendo entrambas de peregrina hermosura , — sabemos de visitas ni de paseos . Yo nunca salgo ; y mi hija sólo algunas veces con su padre . Y , entonces , nombró a su esposo : Lambeth ; un naviero inglés , hombre rico , enjuto de palabra y de carne , rasurado , altísimo . Félix lo recordó fácilmente . ... Ya tarde , después de la comida , hicieron los tres un apartado grupo ; y se asomaron a la noche para verse caminar sobre las aguas de luna . La noche era inmensa , clara , de paz santísima , de inocencia , de creación reciente ... — ¡ Da lástima tener que encerrarnos ! — dijo la esposa del naviero . — ¡ No nos acostemos ! — le pidió Félix ; y su voz , temblando de gozo , parecía empañada de tristeza . Ellas le vieron inmóvil , escultórico , lleno de luna . Y la señora , sonriéndole como a un hijo murmuró : — ¡ Cuán impresionable es usted ! ... ¿ Félix ? ¿ Se llama usted Félix , verdad ? ¿ Deben emocionarle mucho los viajes ! — ¡ Oh , sí ! Soy muy nervioso . Siempre creo que va a sucederme algo grande y ... no me sucede nada ; siempre estoy contento , y contento y todo ... yo no sé qué tengo que me noto el latido de mi corazón en toda mi carne y ... lloraría . — ¡ Pero , hombre ! — dijo a su espalda una voz muy recia seguida de un trueno de risas . Y otra delgada voz añadió : — Estará enfermo , porque sí no ... ¡ a qué eso del latido que dice ! Eran esas palabras del señor comandante del barco , y de un pasajero bajito , ancho , tartarinesco , que traía la gorra torcida , un gabán muy ceñido , y en la diestra los guantes y un cañón de periódicos . — ¡ Pero , hombre ! — repitió el marino . — ¡ A usted le falta estar a mi lado algún tiempo ! ... ¿ qué le parece señor Ripoll ? — ¡ Sí que es verdad ! Y se fueron apartando . El jefe del buque era ya conocido , y aun algo amigo de Félix , desde otros viajes que éste hiciera de retorno de Barcelona , donde seguía los estudios de ingeniero mecánico , Y el señor Ripoll ... Le preguntaron a Félix sus amigas quién era el señor Ripoll . — Pues un político de Almina , un diputado lugareño ... ¡ Y yo que iba a decir cuando se acercaron , que viajar , pensar que viajo es para mí de emoción de grandeza , de felicidad , de ser muy poderoso ! ... Y esta noche , por serme ustedes desconocidas , y viéndolas entre ese bello misterio de velos y de luna , me traen la ilusión de la distancia , de lo remoto ; se me figura que vamos muy lejos , muy lejos , sin acordarme de que llegaremos pasado mañana a nuestro pueblo , ni de que aquí cerca está paseando el señor Ripoll . Después se despidieron las bellas viajeras . — ¡ Marcharse ! ¿ Se marchan ustedes ; serán capaces de acostarse como ... cualquier diputado provincial de Almina ? — Nosotras y usted también , Félix . Toque sus cabellos . Empapados de humedad ¿ no es eso ? ... De modo que ... a retirarnos : a su litera , muy callandito , delante de nosotras ... De estos donosos mandados de la señora reía y protestaba la hija . Y Félix resignose como un rapaz castigado . La obedeció . Y sí que se acostaron , y durmieron muy ricamente . Abriose la mañana con la gracia y lozanía de una flor inmensa . El barco se había acercado a la costa , cándida de humos de nieblas y de hogares , y rubia de sol reciente y bueno ... Félix y sus amigas se contemplaron con más detenimiento que en la pasada noche ; y sintiéronse íntimos , gozosos , comunicados de una gloriosa llama de alegría , de la beatitud de la hermosura del cielo y del mar . Princesas de conseja le parecieron al estudiante las dos mujeres . Vestían de blanco , y bajo sus floridos sombreros de paja , color de miel , desbordaban las cabelleras , apretadas , doradas , ondulantes como los sembrados maduros . Félix era alto , pálido , y más rubio que ellas ; llevaba una azulada boina , y por corbata un pañuelo de seda blanco , ceñido con graciosa lazada de artista o de niño . Hablaron de ellos mismos , de sus casas . La señora miraba a Félix con curiosidad enternecimiento . Le dijo su nombre : Beatriz ; y el de su hija : Julia . El de la madre dio a Félix sabor y perfume de mujer patricia y romántica . Parecíale llena de gracia y de misterio , y su palabra más dulce , cálida y sabrosa que los panales recién cortados . No le rindió la usada galantería de que la hubiese creído hermana de Julia , sino que las supuso lo que realmente eran , y que naturaleza había dado que una maravillosa juventud crease otra gemela , como dos flores de un mismo rosal que abriéndose en tarde distinta , tienen después la misma fragancia y hermosura . Beatriz le advirtió con suave ironía : — ¡ Ay , no siga , que por allí vienen el señor Ripoll y su amigo , el capitán ! Pasaron mucho tiempo distraídos contemplando los faros , que aparecían subidos a los abruptos peñascales de los cabos como columnas de cuajadas espumas , y algunos surgían de la llanura de la costa , humildes , mirándose sosegadamente en las aguas como rendidos cisnes . Félix , tendiendo su brazo , exclamó : — Ahora me impresionan esas torres blancas y solitarias lo mismo que me emocionó ayer este barco , mirado desde el muelle . Me parecía nave sagrada , y en sus costados , hechos para mis ojos de aquel santo y resplandeciente metal de Corintho de que nos hablan las Escrituras , veía yo copiarse el misterio y rareza de las gentes , de las tierras y de los bosques cuyos mares habrá hendido con la negra ala de su proa ... Pues ahora es la paz de los faros lo que me ilusiona y atrae , los faros que son pedazos de humanidad desamparada dentro del silencio de los cielos y de las aguas ... ¡ Miren aquel cabo vaporoso , blanco , suave como una ola que se hubiera muerto sin deshacerse , o una nube dormida encima del mar ! ¡ Y allá , en la tierra , aquella montaña que se levanta desde lo hondo del mundo para coronarse de azul y de sol ... y para mirarnos ! ... — ¡ Hombre , por Dios ! ... ¿ Para mirarnos dice ? — le interrumpieron el comandante y el diputado lugareño . Félix siguió ardientemente : — ¡ Yo siempre codicio estar donde no estoy ! ¡ Verdaderamente es dichoso el Señor estando en todas partes ! ... Pero cuando llego al sitio apetecido , no hallo toda la hermosura deseada , y es que lo que antes miraba lo dejo , lo pierdo acercándome . Esa misma sierra , delgada , purísima , cristalina a lo lejos , si caminásemos y fuésemos a su cumbre , acaso nos desilusionase , mostrándose distinta — ¡ Es muy natural ! — dijo el señor Ripoll . — ¡ Pero es una lástima ! ... Estar en todas partes , ya no sé si será tan deleitoso como antes imaginaba . Beatriz y Julia se miraban oyéndole , y le miraban conmovidas de su exaltación . Sentía Félix que los ojos de la señora le atraían sin tentaciones de impureza , que le acercaban infantilmente a ella y a su hija , encendiéndole el alegre prurito de decirles todas sus emociones y de fundirlas con las suyas , y penetrar en el claustro de sus almas . De pronto un pedazo de mar centelleó como cuajado de infinitos puñales de sol , como una malla de oro , trémula y ondulante . Y cerca , pareció que resplandecían unos alfanjes enormes y siniestros . Explicó el comandante que aquella red magnifica , dorada y viva , la hacían las « agujas » , espesadas y huyendo de los atunes , que eran esos peces que asomaban sus corvas espaldas . Félix , indignado , iracundo , le dijo a doña Beatriz ; — ¡ No odia usted esos animales tan gordos , tan voraces , tan feroces ! Le repuso el marino que más feroces eran los hombres , pues , aprovechándose de la ciega hambre del atún , lo matan clavándole garfios cuando está para engullirse aquel finísimo pescado , y más voraces todos nosotros , que luego nos comemos los atunes siendo tan crasos , y los comemos descansadamente . Y todavía añadió el señor de Ripoll , que sin la furia de los pobres atunes , tan aborrecidos de Félix , no habrían saltado las agujas sobre el mar . Más que de los atunes , maravillose Félix de la clara lógica del diputado . ¡ Ya casi ingeniero , y confesó que no había atinado a decirse esas verdades ! — Pero ¿ y no se le han ocurrido ? ¿ De veras que no se le han ocurrido ? — preguntole gravemente el señor de Ripoll . ¡ Y no ; no se le habían ocurrido ! Todo el barco sosegaba . Félix y doña Beatriz contemplaban la noche . Lejos , las aguas se iban llenando de luna de color vieja y muy triste . Se asomaron sobre la hélice que despedazaba al mar , dejándole un hondo rugido de espumas que parecían hechas de luciérnagas . Félix se estremeció ; y Beatriz quitose su precioso chal para abrigarle . — No , no ; ¡ si no es frío ! ... ¡ Qué impresión tuve al recibir la caricia de sus sedas ! ¡ Creí que era usted misma , transfigurada en niebla de la noche ! — ¡ Temblaba usted de frío ! — De frío no . Temblé porque sin apurarme con tristezas o melancolías de poeta , que no soy , se me mezclan muy raros pensamientos . En cada faceta de luz de las aguas miraba o se me aparecía un rostro , una cabeza de mujer ahogada ... ¿ no habrá sucedido aquí algún naufragio ? ¿ verdad ? ¡ Se imagina , vé usted los náufragos tendidos entre el mar , mirándonos con ojos devorados , mirándonos ! Ellos , Félix y Beatriz , fueron los que se contemplaron ahincadamente . Después , al separarse Beatriz para bajar a su cámara , donde Julia ya estaba recogida , balbució : — ¡ Es usted lo mismo que cuando era pequeño ! — ¡ Lo mismo ! ¿ Pero acaso me conocía usted ? — ¡ Mucho , Félix , mucho ! ... ¡ Y también usted a mil ... Apagábanse la luna . El horizonte de la tierra perdíase en negrura de abismo , y dentro , temblaba asustada la pupila de un faro . Solo quedó Félix , entregado a sus recuerdos , y diciéndose torpe , sandio , hasta oír pronunciada su palabra injuriosa como cuenta el señor de Montaigne , que le ocurría llamarse . Y es que sentía en los profundos de su ánima , la levadura del recuerdo de la silueta y de la voz de doña Beatriz , que le eran amigas a su corazón , y no lograba llegar al claro origen de este sentimiento . Nada más descubría que el atraerse ahora de modo tan efusivo y repentino , sin tropezar en violencia ni sorpresa , vendría de la escondida virtud de esa amistad de antaño . Y queriendo excavar en su pasado , se le desvanecía la imagen de la gentil señora y hasta de él mismo entre la azulosa y confusa de su ciudad de entonces , y de huertos , de un trozo de cielo por donde pasaba muy despacio , muy despacio una línea de aves errantes que se llamaban grullas , según le dijera tío Guillermo ; y veía esfumadamente los aposentos de su casa , sus padres , tía Dulce Nombre , criados viejos , amiguitos muertos , tío Guillermo su padrino ... Tío Guillermo , destacaba , resplandecía sobre todas sus memorias ... Pero ¿ cuándo , en qué instante debía aparecer Beatriz ? Retirose a su litera . Llegaba , desde muy hondo , la fragosa palpitación de las entrañas del buque . La escuchó Félix medrosamente , porque le llevó a seguir , a espiar el recio latido de sus sienes , de su oído , de su costado . No lograba dormirse . Se puso la mano encima del corazón . ¿ Estaría de veras muy enfermo , como había temido en Barcelona , y le contaban que lo estuvo siendo muchacho ? ... ¡ Señor ! ¿ se moriría , y lo echarían al mar , y sus ojos huecos , llenos de luna , en estas noches de tristeza romántica , seguirían el espectro de los barcos felices , donde viajan beldades como Doña Beatriz y Julia ? ... ¿ Qué pensaba , qué deliraba ? Se burló de sí mismo , y quiso aquietarse y reposar ; y su infantil angustia degeneró en un sentimiento compasivo . ¡ Aunque muriese , no lo sepultarían en las olas , porque Almina estaba ya cerca ! ¡ Almina , doloroso término de tan peregrino vivir que hasta le hiciera olvidarse de las ternuras de su hogar . Todavía llevaba la carta de su padre , que sabedor de los asomos y temores de un antiguo mal cardíaco , le pedía que abandonase la preparación de su último curso de estudios , que todo lo dejase y volviese . Y la amorosa mano terminaba su escrito , trazando los cuidados y agasajos familiares , y el sosiego campesino en « La Olmeda , » viejo , grande y rico solar de los Valdivias . ... Penetraba ya el alba por la redonda lucera de la cámara , a punto que Félix iba adormeciéndose . Luego comenzaron a difundirse voces de mujeres , y el llanto y alborozo de los rapaces de pasajeros humildes . En el saloncito de lectura , que estaba paredaño del camarote de Félix , sonaban cristalinas las risas de las elegantes . Félix despertó ; se irguió rápidamente . ¿ Se habría levantado doña Beatriz ? Bañose la cabeza , compuso su traje , y salió . Un mozo del comedor le dijo que la familia del naviero inglés , había subido al puente , y que allí avisaron que les sirvieran el desayuno . Beatriz y Julia departían con otras señoras , rodeadas del capitán y oficiales del barco . Acercose Félix a sus amigas ; las vio con los mismos vestidos , los mismos sombreros y tules que la tarde de su llegada a bordo . Y este atavío , y la visión de las torres y de los árboles de Almina , que ya empezaba a prorrumpir de la cercana costa , anticipó a su alma la sensación de la despedida . Bien imaginaba que en Almina era posible verse , y aun comunicarse con más frecuencia y espacio que en el buque , pero temía Félix que en Almina perdiese esta amistad el delicado hechizo que ahora la sublimaba , y quedase menuda , plebeya , con el hastío y pobres malicias que suele haber en el seguido trato de buenos lugareños . ... El barco rasgó en silencio las aguas verdes y dormidas de la dársena , en cuya paz se posaban y bullían las gaviotas , como hacen los palomos en los ejidos . Se alzó una de aquellas aves , grande , vieja , que recibió en sus alas el primer oro del sol ; pasó gritando fieramente sobre la mirada de Félix , y perdiose en las magnas soledades del cielo y del mar . Y Félix la envidió . Su herida , siempre abierta , de ansias d quimeras y aventuras , tuvo pronto dulce mitigación , viendo a su padre que le saludaba enternecido y jubiloso , desde la orilla del muelle . Apenas estuvo atado y quieto el barco , subió el anciano caballero don Lázaro Valdivia , que abrazó y contempló a su hijo muy amorosamente . El cual quiso que conociera a sus amigas . Y don Lázaro , varón sencillo y reposado , las saludó con desabrida ceremonia . Admirado y pesaroso quedó Félix de tan singular acogimiento . De nuevo se propuso acercarlos hablando a Beatriz de modo cordialísimo , para así manifestar a su padre su deseo de amistad . Creía que por serle desconocidas y por el continente prócer , altivo y fastuoso de Beatriz y Julia , había usado don Lázaro de tan secas palabras . Deshizo el padre todos los propósitos de su hijo llevándoselo del brazo luego de otro saludo breve y frío . — Tu madre y tu tía están padeciendo por tenerte a su lado . Aquí viene Román que cuidará de tu equipaje , y nosotros podemos adelantarnos . — Pero ¿ y esas señoras ? ¡ Yo he de des » pedirme de ellas ! — ¡ Ya lo hiciste ! ¡ Ahora quieres entretenerte ! Tu madre subió a la azotea para anticiparse con los ojos tu llegada ... ¡ Tía Dulce Nombre lloraba de contenta ! Y el señor Valdivia , mesurado hasta en su paso , hablaba y caminaba apresuradamente . Al bajar la escala volviose Félix . ¿ Le miraría doña Beatriz ? En las manos de Julia aleteaba un pañolito blanco como un pichón . Beatriz habló allegándose mucho a su hija ; y las dos se apartaron , perdiéndose en un espeso grupo dominado por la delgada y altísima figura de Lambeth , recién venido en un ligero esquife de caoba . ... En casa , durante la familiar comida , contó Félix de sus compañeras de viaje , y las alabó ardientemente , ganoso de que prendiera su entusiasmo en sus padres y tía Dulce Nombre . Las mujeres le escuchaban suspirando ; y don Lázaro distrajo la plática . Este primer día de reposo hogareño , pareciole de demasiada lentitud ; y al confesárselo , se reconvenía y exaltaba por su sequedad de corazón . ¡ Si es que solo gustaba de hablar y saber de doña Beatriz y Julia ; estaba hechizado , estaba poseído de la fragancia de sus palabras y de toda su hermosura ! A la siguiente mañana , muy temprano , buscó la casa de sus amigas . Pasó trémulo de gozo y de timidez . Una doncella extranjera le hizo aguardar en una sala clara , vasta , de sencillo ornato . Después salió Beatriz , y tendiéndole su mano , dijo : — ¡ No le esperaba ! — ¿ Que no me esperaba ? ¡ Si yo hubiese venido apenas nos separamos ! Ella sonrió . Le habló de la ciudad . Parecía distraída . Y él , no pudo domeñar su altivez , y levantose nervioso , arrebatado de despecho . — Pero ¿ qué tiene , que tiene ? — ¡ Que no es usted como en el mar ! ¡ Y me da rabia y lástima ! ¡ Y me voy ! Estremeciose doña Beatriz ; inclinó la mirada y dijo dulcemente : — ¡ Es tan violento , tan inquieto , tan criatura como su tío Guillermo ! — ¿ Como mi tío Guillermo ? ¿ Es que también le conoció usted ? Entonces la bella señora recordó que tío Guillermo fuera amigo predilecto de la casa . Muchas tardes traía un niño que jugaba y alborotaba en el huerto con Julita ; y este niño era él ; Félix . — ¡ Sí , sí ... ! ¡ El huerto de la « madrina ! » ¿ Usted , usted ... la madrina ? ... Desde esa tarde , ya no sufrió Félix rigores de antesala . Sumergiose en el delicioso regazo del cariño de doña Beatriz . Merendaba y retozaba en el huerto con su amiguita de antaño . Y la madre le cuidaba y regalaba , como si todavía fuese aquel rubio rapaz que tío Guillermo llevaba de la mano . Nada confesó a sus padres , barruntando la enemiga de entrambas familias , Padecía por averiguar la razón de ella , y gustaba de abandonarse a su secreto , cuyas nieblas , y las del apartamiento de la vida de Beatriz y Julia , no dejaban que su amistad se empobreciese y degenerase en la que suelen tenerse los sosegados y maldicientes vecinos de un mismo lugar provinciano . RENDIDO , Félix deshincado el azadón en la tierra . Tenía el cuello y los brazos húmedos y desnudos , y la cabeza nevada de florecillas caídas de los viciosos frutales . Desenterró los pies , que sacaron enredadas hierbas y raíces rotas y jugosas : y brincando , zahondando y cayéndose llegó a la suave firmeza de un sendero . Desde un sombráculo , hecho de higueras domadas hasta ayuntarse redondamente , miraba doña Beatriz el retorno del joven . — Le avisé que se cansaría pronto ; ¡ y usted se burlaba , terco y entusiasmado de hacerse labriego ! ¿ Todavía no sabe como es de tornadizo ? — ¿ Que me cansé pronto ? ¡ Pero , si he cavado medio bancal ! Estoy más contento que nunca , ¡ y llevo en mis ropas y aun dentro de mi carne olor de campo , de honradez , de salud , de vida primitiva ! — ¡ Venga , venga aquí , dios campesino ! ¡ Ay , si su pobre tía Dulce Nombre le viera tan sudado y desnudo ! Sentose Félix en un rubio sillón de mimbres ; y doña Beatriz alzose y le enjugó la frente y los cabellos con su primoroso delantal de randas . — ¡ Su cabeza es una tempestad de oro ! — le dijo maternalmente . Y Félix entornaba los ojos bajo la caricia del fino lenzuelo y de las manos de la hermosa señora , fragante de primavera , pareciéndole recién salida de un baño de zumos de frutas , de flores , de pámpanos y espigas en cierne , de acacias y árbol del Paraíso . — ¡ Doña Beatriz , usted no se perfuma como las demás mujeres ; usted huele a naturaleza gloriosa , a mañana y a tarde de los huertos ! ... ¡ Es usted mujer pagana y mujer bíblica , Ceres y Zulamita ! ... — ¡ Cuántas lindezas y locuras sabrá decirle usted , algún día , a su elegida ! — ¡ Ya vé que he comenzado diciéndoselas a usted ! Ella , entristecida , sonrió ; y descansó la cabeza en su mano pálida y delgada ; y su encendida boca se contrajo amargamente . Delante del cenador comenzaba una vieja escalera tupida , pomposa de yedras y jazmines , que llegaba a los primeros balcones del edificio espaciándose en solana ; y aquí vieron a Julia como una aparición blanca y santísima , que los buscaba mirando entre el follaje . Se apartó Beatriz de Félix , reclinándose en su rustica mecedora , un balancín de ramas cortezosas con respaldar de almohadas de China . Vino la hija rápida , infantil . Sus ropas cándidas y aladas , de pliegues de túnica , daban los inocentes resplandores de un mármol lleno de sol . — ¡ Ya estoy libre de alemán ! — gritaba aplaudiendo . — ¡ Casi nada ! He llegado hasta el adjetivo ... no sé cuantos . Ahora veréis : el sabio : Deir weise ; des weisen ; dem waisen ; die ... ¡ no ! den , dent weisen ... ¡ Bueno ! Félix , reduciéndose , doblándose en su crujiente asiento , la envolvía enteramente con su mirada , riéndose . — ¿ Te burlas de mí ? ¿ Qué hiciste tú ? A ver tu bancal cavado … Y sin dejar de increparle salió la doncella de la umbría de las higueras . El ástil de la azada relucía en mitad de la tierra de los frutales . — ¡ Anda , alfeñique , que te has cansado en seguida ! ¡ Pero , Señor , si tienes la camisa empapadita , aquí en la espalda y debajo de los brazos ! ¡ Sécate , abrígate ! — Ya lo hizo , Julia — deslizó la madre interrumpiendo sus cariñosos advertimientos . Y Félix , volviéndose a ella pronunció muy despacio ; — Me cuidaron sus manos , suaves y tibias como dos palomas . Julia los contempló ; y luego , les dijo : — ¿ Por qué no os tuteáis ? Sintió Beatriz una dulce llama en toda su sangre . Y arrebatada y graciosa le repuso : — Julia : él , es una criatura ; y yo he doblado ya el cabo de la Buena Esperanza de la mujer : los treinta años . No sé dónde he leído que Margarita de Navarra , cambiaba en las damas de esa edad el dictado de hermosas por el de buenas ... ¡ Reina más cruel ... ! Julia insistió : — Entonces , mamá , tú eres la que puedes y debes tutear a Félix ... — ¡ Por Dios , hija , que eso sería envejecerme demasiado ! — Y sonrió adorablemente de sí misma . Julia y Félix la rodearon pidiéndole que accediera . — Sí , sí , « madrina » , hábleme como a tu chiquito ... Yo gozo tanto queriendo , que ... padezco , porque exprimo y entrego mi vida . Pues sentir que me quieren , me es tan delicioso que oyéndolo parece que me duermo y todo , como un rapaz bebiendo del pecho de la madre . Amigos de mi padre , muy graves , desaprueban mi natural ; dicen que el hombre debe de ser tierno un momento , pero , luego fraguarse y endurecerse . Y eso es confundir la humanidad con la argamasa . ¿ Se ha fijado usted en la argamasa , que no cría ni musgo ? Julia y Félix quedaron contemplándose . Doña Beatriz los miró ; y pasando su brazo por la cintura de su hija , la llevó lentamente hasta perderse en la honda bóveda de un viejo parral . Subían las vides retorciéndose a la obediencia de rudas pilastras , y en lo alto se buscaban y trenzaban , cerrándose en ámbito recogido y silencioso . En medio blanqueaba una cisterna . Quedose Félix bajo el palio de olorosas higueras que cernían dulcemente la luz ; y sin . propósito de examen se recreaba comparando las figuras del precioso dúo femenino . Se imaginaba un príncipe , puesto por eficacia de brujería en este jardín de encanto , gozador de inocentes caricias de hadas buenas , y que luego salía del gustoso cautiverio para mejor comprender estas delicias y desear la tarde que lo volvía al infantil hechizo . Julia era tan alta como la madre , pero más delgada , con palidez mística de novicia , y donaires y alborozos de rapaza ; su carne y su alma daban la sensación y fragancia de la fruta en agraz . Beatriz era la fruta dorada que destila la primera lágrima de su miel , Julia , amaba las ropas holgadas , claras , vaporosas ; parecía sumergida en nieblas y nubes gozosas de horizontes de mañana en el mar , Beatriz prefería los vestidos que la ceñían suavemente ; y su cuerpo tentaba por su gentilísima opulencia , y contenía el más lascivo pensamiento por sus actitudes de castidad y señorío . La palabra , la risa , el andar y el continente de la doncella eran candorosos y picarescos . La mirada de la madre tenía rápidas centellas ; su voz , modulaciones pasionales , y a veces se adormecían y cansaban como después de mucho amor . Horas de quietud beatísima , de sabrosos coloquios , de exaltación de toda su alma : solaces , vagar , y aturdimientos de muchacho gozaba Félix asilándose , por las tardes , en esta casa que parecía olvidada de todas las gentes , aislada , lejos de ciudad estando dentro de Almina . De tiempo en tiempo , llegaba Lambeth , seco , rígido , aciago , sus ojos como dos chispas de ónix , su boca , fría como la muerte . Lambeth se apartaba con su hija por un paseo umbroso de castaños de Indias y macizos de lauredos y adelfas . Era este un lugar recogido en silencio y tristeza ; entre los negros verdores surgía la blancura de algunas estatuas mutiladas ; y acostado en el musgo , envuelto de paz , parecía dormir todo un pasado siglo . Muchas veces el extranjero se marchaba sin haber saludado a su esposa ni a Félix , que conversaban dichosamente bajo las frondas ruidosas del viento y de cigarras , o alborotaban dejando libre el agua de las acequias , que se derramaba por los bancales hortolanos . Porque doña Beatriz había logrado una maravillosa confusión de estilos y ambientes de jardinería y de campo ; y después de una avenida romántica y ducal , con sus medallones de céspedes y un abeto solitario y doblado como si esperase la nieve , aparecía la risueña amplitud de la huerta levantina con palmeras y grupos de cipreses que recuerdan los calvarios aldeanos , con frescos rumores de norias y regueras y zumbar de moscas y de abejas y un incendio de sol ; al lado de cenadores rústicos y floridos , bancos vetustos con yedras y sombras de cedros ; parrales profundos , espesura de olmos , fontanas arcaicas . En los sombráculos , divanes y reposteros de panas y sedas , labradas por las manos de la gentil señora ; y en el centro de una plazoleta yerma , un cactus monstruoso , erizado , como una araña ferocísima , puesta de pie , un viejo cactus-cereus de estupenda rareza que , según Félix , se parecía a un hombre flaco y hosco ; y mientras sus amigas se reían de la semejanza , él se acordaba de Lambeth . El grito de un pavo real le despertó . Cerca de las higueras pasó Julia ; después su padre leyendo un periódico muy grande . Saludó a Félix , y la dentadura del inglés brilló como una daga rota , y sus lentes resplandecieron , y fue su mirada lo mismo que si la hubiese dado el llamear del oro y del cristal , sin pupilas . Félix buscó a doña Beatriz . Estaba sola junto a la cisterna . Un haz de sol descendía entre los pámpanos hasta la frente de la mujer . La vio muy pálida , abandonada , contristada ... Y Félix perdió la quimera de imaginarse niño y príncipe hechizado en la molicie de perfumes y caricias ; y hallose fuerte , mayor que ella , custodio de ella ... Sonrieron , Y no se atrevieron a mirarse ni hablarse ; y padecían en el silencio ; y para no confesarse la turbación de sus almas se asomaron a la cisterna . Estaba el agua somera , clara , inmóvil , llena de júbilo del cielo y dejas parras . Apareció copiada la rubia cabeza de Félix , y luego doña Beatriz asomada a sus hombros . Y , ¡ oh prodigiosa visión del limpio , fresco y deleitoso espejo ! Beatriz se veía pálida y aniñada como su hija ; y la mirada que antes no osaron darse , la recibieron entrambos tan fuerte y seguida dentro de la guardada agua que creyeron rizado y roto el natural espejo , y fueron ellos los que se habían conmovido apasionadamente . PENSABA Félix que el entristecimiento , los ideales , los raptos y ansiedades del héroe , del santo , del sabio , acaso tendrían su principio en un desposeerse de lo presente , en alejarse de sí mismo viéndose entre un humo o vapor luminoso de gloria , de infortunio , de infinito , dentro de un pasado remoto , inmenso ; envueltos en un mañana sin límites , perdido , olvidado o malquerido el pobre cito instante de lo actual . La augusta serenidad divina emanaría de no salir , nunca del Hoy eterno . Y seguía diciéndose Félix que él , tan aturdido y espléndido de alegría cuando la vida se le deslizaba sucesivamente , pasaba a una ansia insaciada y misteriosa , quizás enfermiza , recordando lo pretérito o fingiéndose lo no llegado o desconocido en tiempos , tierras y placeres . ¿ Era esto prenderse alas a su ánima , ennoblecerse , sublimarse ? Pues , siéndolo , ¡ Señor ! , confesaba que lejos de probar el altísimo goce que viene de pulir nuestro espíritu , el suyo padecía y se apagaba . ¡ Cuánto no sufrirían los héroes , los místicos y genios ! ¿ O es que el sufrimiento cerca y penetra vorazmente a los que no pertenecen a esas elevadas estirpes y lo desean , originándose la casta infortunada de los artistas , infortunada por ese perpetuo tránsito del dolor al goce , por ese hundirse en lo pasado embriagándose de su rara y santa fragancia , y el perderse en lo no visto , queriéndolo tener , siendo nada , y no gozar la realidad viva y sabrosa ? Y aquí llegaba Félix en su pensamiento , cuando le asaltó la risa . Calló . Y volvió a reírse largamente . Apareció doña Beatriz ; miró asustada por todo el gabinete ; y al cabo balbució : — ¡ Qué miedo tuve , loco ! — ¡ Miedo ! ¿ Pues qué hice , « madrina ? » — ¿ Qué hiciste ? Sabía que estabas solo , que en todo este piso no había nadie ; y , de pronto , sonó tu risa ... ¡ Olvidé que Guillermo tenía , algunas veces , tus rarezas ... ! — ¡ Mis rarezas ! ... ¡ Guillermo ! Siempre me compara usted a tío Guillermo . En casa también ... — ¡ En tu casa ! ¿ En tu casa también ? — Sí . ¿ Qué tiene ? ¿ Tanto me parezco a mi padrino ? — ¡ Mucho , Félix , mucho ! — Y como doña Beatriz se retiraba diciéndolo , sus palabras se oían veladas y tristísimas . « ¡ Rarezas ! ... ¡ Pero si me reí de mis pobres ideas ! ¿ A qué venía ese ayer y ese mañana y el hoy divino y humano , y aquello del sabio , del santo , del héroe y del genio , con toda su niebla o vapor azul y luminoso de la gloria y de lo que está lejos ; y entristecerme y desbordar de mí mismo ... ? » Y todos estos menudos soliloquios , quizás se los motivase el no hallarse en el huerto , subiéndose a las parras , inquietando a los jardineros , a Beatriz , a los gorriones ; entrándose descalzo por la alberca ; estas imaginaciones tal vez se le adueñaban porque estaba en este aposento perfumado , suave como un estuche de joyas , y porque presenciaba diligencias y preparativos de un viaje , y había oído que se cerraría esta casa , torre de marfil , mansión dorada y placentera de su vida ... Sí ; debía de ser lo romántico y tibio de la estancia , y la inquietud por la pérdida del gustoso retiro , lo que le inducía a fingirse sediento y atormentado de idealidad ... Alguien ha dicho que ciertas doctrinas pesimistas han podido nacer del mal de ijada . de un filósofo . De nuevo vino doña Beatriz . De un cofrecito de palosanto sacó encajes y cintas y sedas . Consultaba muestrarios y dibujos . Doña Beatriz no vestía , esa tarde , según su estilo predilecto , de trusa y falda lisas , que revelaban castamente sus firmes y peregrinos contornos , sino sus ropas de mañana , blancas y delgadas como cendales , ropas de indolencia que piden cuidados exquisitos para traerlas señorilmente , y con ellas , hasta una mujer briosa y fuerte , puede suspirar llena de gracia : « ¡ Estoy tan cansada , tan enferma ! » Sus cabellos opulentos , de un apagado oro , los llevaba recogidos con sabio artificio de abandono , de tanto donaire , que hacía pensar en las rosas que desmayan y parecen que van a caerse deshojadas del búcaro ; y el olor de zumos de frutas y de flores que su carne exhalaba , creía Félix percibirlo ahora , pasando entre esencias de intimidades de armarios y tapices preciosos , como si fuese de una brisa de tarde campesina recibida desde una estancia abrigada y suntuosa . Todo el ornato de ésta era de blancura ; los doseles , la alfombra , los sillones y espejos . La luz , tamizada por los bordados tules de los vanos , hacía más pálidos los brazos , el cuello y las mejillas de doña Beatriz ... — No se afane , no trabaje más , « madrina » . Cuénteme , hábleme de tío Guillermo ... — ¡ Que yo te hable ! — Y le miró dentro de los ojos . Y Félix se dijo ; « Me ha mirado en lo hondo de mi vida ; estamos cerca , y mi . alma no ha padecido turbación . Y es ella misma la que sonríe y me cuida y juega conmigo en el huerto . Y una tarde , su mirada llegó a mí desde el frío del agua ; y ella me pareció desconocida , y los dos nos estremecimos ... » Beatriz murmuró : — ¿ Por qué no te hablan tus padres y doña Dulce Nombre ? ¿ Qué te dicen ellos de tío Guillermo ? — Ni mi madre ni tía Dulce Nombre me cuentan más de lo que yo recuerdo de la figura y de la voz de mi padrino . Me comparan con él por lo alegre y abandonado . Mi padre , sólo me ha dicho que su hermano murió trágicamente . Debió de amarle mucho , porque , algunas veces , al nombrarlo , desfallece su palabra , y llora . Estaban sentados en butaquitas de terciopelo , cuyos dorados pies , labrados en filigranas , se copiaban en las losas de mármol . Les separaba una arcaica consola , y entre los candelabros , bajo el muerto reloj de oro , un cáliz de Bohemia esparcía el delirante aroma de una florida rama de naranjo . Nunca se habían hallado en este recogido aposento de tan augusta pureza . Miraba Félix a doña Beatriz , y se imaginaba acompañado de Julia o le parecía que él y la gentil señora retrocedían al pasado permaneciendo él según actualmente era . Entraba la visión del huerto por las claras sedas de las cortinas , y se lo figuraba muy remoto , muy hondo y viejo . Hasta se contempló a sí mismo , y decíase que era él , pero después de haber gozado y sufrido intensa vida ; creíase rendido de apurar sus secretos y elegido para empresas de audacia , de grandeza y de amor . Su alma era como delgada ánfora llena de melancolías , abierta por una mano invisible , y el encerrado vino de la cepa madre de la ilusión se vertía , mezclando su ranciedad , fuerte y dulcísima , entre la sangre y los nervios de Félix . Imaginaba lo pasado y el mañana en bella esfumación de horizonte vago y callado de cuadro antiguo ; y ya no se rió , no hizo burla de su quimera ... Y pareciole que tío Guillermo emergía de la suave penumbra . Entonces , oyó a doña Beatriz , que decía : — Era Guillermo alto y delgado como tú , pero más rubio , y sus ojos más verdes que los tuyos . Brotaba en su alma una fuente de alegría siempre renovada , bulliciosa , limpia . Pero cuando se reclinaba en una butaca , y quedaba silencioso , inmóvil , soñando , parecía , como tú , entristecido , desgraciado , y su palidez de alabastro transparentaba enajenaciones de místico y de aventurero . Lo mismo que estás , lo mismo que te veo , lo he tenido y he visto muchas veces ... ¿ Qué sois ? ¿ Qué tenéis de funesto , de glorioso , de trágico , de misterio en vuestras frentes de hostia ? Beatriz venció un sollozo . Y Félix creyose una estatua , y llegó a sentir el frío hondo y fino de su mármol . « ¿ Sería el desventurado tío Guillermo que se le abrazaba por debajo de la piel y de la carne a sus huesos , a sus entrañas ? » — ... Le conocí en mi viaje de bodas ; hace veinte años ; yo tenía , entonces , diecisiete . También nos encontramos en un buque ; íbamos a Ceylan , para presentarme a los padres de mi esposo . Creí a Guillermo un poeta , un artista rico y glorioso que atravesaba el mundo sediento de pasiones ; en su frente , en sus ojos , en su boca tenía la ingenuidad y el desdén de un Byron . Pronto fue nuestro amigo predilecto , como lo fuiste tú cuando regresábamos mi hija y yo de un viaje de placer de Barcelona . Lambeth quería que yo aprendiese el inglés en demostración de sumiso cariño al hogar británico de sus padres , trasplantado a aquella isla remota , que yo me fingía cuajada de piedras preciosas . De mis lecciones secas , interminables , apiadose Guillermo ; y para aliviarme burlaba y hablaba locuras , y cuando Lambeth se enfurecía , Guillermo le trazaba negocios fabulosos , empresas lisonjeras de logro ; era verdaderamente un mago . ¡ Era que Guillermo había leído en el corazón de Lambeth toda su ciega codicia ! La última noche de travesía le conté , como una hermanita desgraciada , la pobre historia de mi casamiento . Mi padre fue un rico minero de Almería , demasiado sencillo y andaluz . Un director extranjero de cualquier sociedad o compañías de minas , era para él la suma de todas las virtudes y grandezas . Apareció Lambeth , terco y audaz en los negocios . Y mi pobre padre le entregó su confianza , su hacienda , y a mí . Y yo fui a las bodas con mucha ufanía ; pronto supe mi engaño ... Y llegué a Ceylan sin conocer apenas el inglés ; no me gustaba . Lo dije ; mi marido tembló de ira , y tu padrino se rió como un muchacho ... En Colombo sólo le vi una tarde , vestido de oriental ... Pasados diez meses volvimos a encontrarnos en París . Salía yo siempre escoltada por Lambeth y un holandés , albino y gordo como una vejiga de manteca ; se decía dueño de mucho caudal . Hablaban de asociarse ; mentaban cifras , cargamentos . Subían al coche , de regreso al hotel , embriagados de cerveza ; y entre sus frases de logreros , percibía otras que me avergonzaban ; mientras Koeveld , que así se llamaba el camarada de mi marido se reía produciendo un pastoso ruido con la lengua y miraba como un truhán mi pecho y mi cintura ... Lambeth palidecía estremecido de rabia ; pero por cobardía , por tentación de los millones que Koeveld ofreciera para empresas de entrambos , y por frialdad , Lambeth no reprimió tanta insolencia y bajeza . Y una vez les oí . « If , the figure be tempting , it is beatiful , but et has not wat is called ... gitanería ... » ¿ no lo has entendido ? ... Es que no debo decirlo bien , Conozco el inglés muy pobremente ... Pues se decían que yo era hermosa , mi cuerpo , lleno de tentación , pero que no tenía gitanería ... Beatriz y Félix se miraron , y sintieron vergüenza . Ella , sonriendo dolientemente , murmuró ; — Son muchos los extranjeros que buscan en las mujeres españolas , singularmente en las andaluzas , algo , yo no sé , algo picaresco , lúbrico , que Lambeth expresaba con esa palabra . La repetía el holandés babeando ; se alzaba dentro del coche como para hacer alguna danza obscena , mirándome , mirándome ; pero se derrumbaba en los almohadones , conmoviéndosele su grosura , y todo el carruaje vacilaba recrujiendo ... El cochero se volvía y me miraba riéndose , torciendo la boca con un gesto de rufián . ¿ Qué tienes , qué tienes , Félix ? ¡ Félix le besó las manos , y la llamó heroica y santa ! Beatriz lloró calladamente ... Después tranquilizada y alentada , contó la aparición de Guillermo . Fue en el hotel . Viéndolo perdió , despreció el miedo que le daba Koeveld cuyos profundos ojos huroneaban todo su cuerpo como hacía en la mesa al engullir los tasajos . Hasta Lambeth y el holandés parecieron ennoblecidos con la presencia y compañía de Guillermo , el cual por compasión a Beatriz , uniose a los propósitos de aquellos mercaderes ; y los dominó , los fascinó con su palabra de luz . Dieron obediencia a todos sus designios ; y fundaron un comercio fastuoso de lo más preciado y raro que el viejo Oriente produce . Allí había maderas labradas de cedro y sándalo , muebles de nácar , ámbar , esmaltes ; redomas con agua y peces de ríos sagrados ; de Arabia y Etiopía los perfumes , gomas y ungüentos de flores ; telas brescadas , el marfil y el ébano ; de la India y China , las pieles de Zapa , almizcles , cardamono , galanga , conchas de tortuga , arneses de caballo ; vinos de Armenia , cañas de Tylos . En los crepúsculos dejaban que los hondos salones sólo se alumbrasen con las llamas de los braseros y chimeneas . Los olorosos humos cercaban y enloquecían a la muchedumbre de galanes y damas de la aristocracia de la sangre y del pecado . Guillermo , entonces , llegaba a las más grandes audacias y locuras ; despedazaba troncos de sándalos y los tiraba a los encendidos hogares , volcaba en el fuego de los trípodes urnas enteras de perfumes , Lambeth gemía , maldiciéndolo e silencio . El holandés , quiso , una tarde , impedir esa perdición de los almacenados tesoros ; y Guillermo gritó delirantemente ; « ¡ Los sándalos o tú ! » , y lo empujó a las llamas , Beatriz le pidió angustiada que lo soltase , y Guillermo lo dejó murmurando : « Es verdad , olería demasiado a res , a sebo ! » Koeveld , muy pálido , lento , siniestro , desapareció entre estofas y armas resplandecientes . Acercose Guillermo a ella , y sonriendo le dijo : « ¿ Ha creído usted que hubiese yo quemado al « oso blanco » ? Beatriz le miró ansiosa , rendida , poseída por la mirada de aquel hombre . — No sé , aún no sé — exclamó Beatriz cruzando las manos como si orase — lo que para mí era y significaba tu tío Guillermo . A ti , Félix , nada más te he visto en esta vida de ciudad humilde , tan recogido y sencillo ; y te imagino en vida aventurera , y sin transfigurarte , eres como Guillermo . ¡ De todos los hombres , de todos mis recuerdos de todos los hombres , os ofrecéis vosotros como figuras milagrosas de hombres arcángeles ! ... ¡ En vuestras frentes , en vuestros ojos , en vuestros labios , en el andar y erguir la cabeza ladeándola , yo no sé qué tenéis de excelsitud y de tristeza divinas ! ... Cuando me miró aquella tarde penetraron sus ojos en mis entrañas , fervorizó dichosamente mi sangre y latía mí pobre vida según la pulsación de la suya que transmitía mirando . « Beatriz ¿ ha creído usted que hubiese yo quemado al « oso blanco » ? Le dije que sí . Y te juro , Félix , que abrasado Koeveld por Guillermo no me habría parecido maldad , sino el sacrificio de una res ofrecido por un héroe . Guillermo rió inocentemente como un niño , y añadió ; « Matarlo , todavía no . Sería asqueroso . Sólo quiero que la deje , qué los deje ... » Llegaba el instante de iluminarse los salones ; las luces estaban encerradas en fanales rojos y morados que hacían centellear siniestramente la pedrería de las armas , de los marfiles y estofas . No vino el hermoso tránsito de la iluminación sino el angustioso de un incendio ... ¡ Cuánta ferocidad presencié ! Guillermo nos salvó , y entre las llamas sonreía , gritando : « ¡ Ha sido Koeveld el incendiario ! ” — ¿ Murió mi padrino ? — exclamó Félix estremecido y blanco de ansiedad . — Entonces no . Humeante , con las manos llagadas , perdiose en París buscando al holandés . Nosotros , mi esposo y yo , regresamos a España . Y aquí en Almina , con el caudal heredado de mi padre se estableció Lambeth y alcanzó Ja fortuna que tenemos . Nada sabíamos de Guillermo , y si alguna vez lo nombraba yo , Lambeth comentaba el recuerdo menospreciándolo fríamente . ¡ Qué aborrecimiento , Félix , podéis hincar vosotros en algunas almas ! ... La mañana de fiesta santísima para mi vida , que le quité a Julita los pañales y le puse sus primeras ropitas cortas , presentose inesperadamente Guillermo en ese mismo huerto que tanto te agrada . Traía un niño , tan rubio y blanco que de dentro de sus cabellos y de su carne parecía exhalar una luz de estrellas . Ya te dije que ese niño eras tú , Félix ... Guillermo te enseñó a llamarme « madrina » . Muchas tardes os tuve a Julita y a ti juntos , en mi regazo , mientras él me contaba sus andanzas , su nomadismo genial , sus juegos con la muerte ... Hablaba mucho de la muerte , siendo él llama de amor y de vida . Como tú , la veía en el reflejo de la luna dentro de los estanques y del mar , en las nubes de los ocasos , en las siluetas de las montañas y de los árboles ... ¡ Oh , Félix , no hables , no la veas más como una amada , que se me figura que sois predestinados y tengo miedo de ser yo quien llegue a pensar en tu muerte lo mismo que imagino la de Guillermo ... ! Entonces , Félix sintió un apresuramiento helado de su sangre , y escuchó los pasos de otra vida , llegada del misterio , caminando encima de su alma . ¡ Señor , él también padecía la visión de la muerte en los vivos ... niños , viejos , mujeres placenteras , Julia , doña Beatriz , a todos se los representaba muertos , con las manos cruzadas sobre el vientre ! A su mismo padre lo había visto , y se le torcía el corazón de angustia por librarse de este mal de espectros ; era un instante de intenso padecimiento . Y ahora las palabras de Beatriz le removían esa ilusión fatídica ; y parecíale que tío Guillermo se abrazaba a él , dejándole el alma señalada de frío ... Quedó doña Beatriz contemplándole ; él le pidió que dijese toda la historia desventurada , y ella , con voz cansada y conmovida , prosiguió de este modo : — Guillermo pasaba temporadas en « La Olmeda » . Aun la habitaba su hermano Pedro , el « Santo » , según le llamaban las gentes por su mucha austeridad y devoción . Los patricios de Almina , estas buenas familias enriquecidas con salazones que tanto hieden , y las gentes humildes , todos murmuraron de mí , creyéndome culpable de amor . Mi marido sabía mi pureza ; yo , en cambio , estaba enterada de sus vicios , y como nunca nos quisimos , aprovechamos gustosos esas pobres malicias y nos separamos también externamente . Lambeth se trasladó al edificio de su despacho de naviero y almacenista . Sólo le veía cuando visitaba a Julia , y sólo estuvimos juntos durante dos viajes a Alemania . Sospecho que me llevaba por convenirle presentarme en otros hogares de banqueros . Un año permaneció Guillermo en Almina . Tu padre , tía Dulce Nombre , todos los hermanos le solicitaban , que se resignase ya a una vida quieta y recogida . Negábase él , riendo y trazando nueva peregrinación . Le auguraban grandes males . Todo me lo contaba Guillermo , haciendo cariñoso remedo de los avisos de su hermana Dulce Nombre , que le decía las mismas palabras que a ti : « ¡ Ay , hijo , esa alegría tuya , ese no meditar nada , no sé , no sé ! ... ¡ quiera el Buen Angel ! ... » — Sí ; la misma lamentosa amonestación escuchaba Félix . ¡ Que rara y fatal mixtura de sencillos agoreros , de místicos febriles , de caballeros poetas y vagabundos , de hidalgos mesurados y sedentarios , habían sellado espiritualmente su linaje ! — ... Vino la primavera ; y Lambeth decidió que fuésemos a Alemania , a esa magna región del viejo Brocklem , que Heine describe en un libro que tú me leíste . Yo , sin perversidad , sin querer avivar las inquietudes , las ansiedades de nómada y artista de tu padrino , ¡ oh , te lo juro , Félix ! le hablé de nuestro viaje , y Guillermo quiso venir y pisar la cumbre del monte de los abetos , y ver el romántico valle de la princesa Ilse ... En aquel paisaje sagrado , que pronto quedaría ungido de sangre de un hermano ideal , solo vi y hablé a Guillermo una mañana . Lambeth no estaba . Nos prometimos excursiones atrevidas , solitarias a los lugares cantados por Goethe , el grande , el divino , el elegido entre todos los hombres , según le llamaba Guillermo . Después me acompañó hasta los primeros cedros de nuestro hotelito . Seguí yo sola ; y junto a los setos que lo cercaban , de los macizos de lilas apareció un hombre que se me fue acercando muy despacio ; sonreía ferozmente ; sus mandíbulas y toda su cabeza parecía de un solo hueso azulado , brillante , grasiento . Era como un hombre desollado que se riese . ¡ Qué espanto y qué asco ! Grité . Me socorrieron los de casa , y el aparecido huyó ... Beatriz se retorcía las manos , y sollozó . Félix la miraba angustiadamente . Transida por el puñal de sus memorias , vertió las postreras hieles de su relato . — ... Por la noche llegó mi esposo . Sirvieron el té , y mientras lo tomaba sonreía como el espantoso hombre de la mañana . Después pronunció mi nombre ; su voz era blanda , fría , húmeda , parecía salir de una ola siniestra que se abriese ; y de improviso murmuró : « Los dos están muertos ; los he visto en la orilla del camino . Guillermo tenía el cuello mordido . ¿ No le llamabais el « oso blanco » a Wan Koeveld ? Pues el oso ha mordido a Guillermo ; y el oso también ha muerto ; él mismo se ha degollado . Félix gritó enloquecido de rabia y de dolor . La brocadura de la fiera le desgarraba a él su costado . Beatriz tuvo miedo de la mirada intensa de aborrecimiento que le dieron sus ojos . — ¡ Félix , Félix ! : . , ¡ ¡ así me miras ! ! Temblándole la boca , silbándole el aliento , balbució Félix : — A usted , no ; toda mi compasión es para su vida . ¡ Mataré a Lambeth ! — ¡ No tiene culpa , no tiene culpa ! — gimió la mujer desventurada . — Koeveld buscaba también la vida de mi esposo , y acaso la mía . ¡ No lo odies injustamente por ese crimen como ... tus padres y toda tu casa me maldicen y aborrecen ! Estaba acabándose la tarde . En el huerto se recogían cantando los gorriones . Llenábase el aposento de fragancia de magnolias y acacias . Doña Beatriz avanzó hacia las ventanas para recibir la felicidad de la luz del crepúsculo , que parecía deshilarse sobre un monte zarco y remoto . — ¿ Ha muerto , de veras ha muerto Koeveld ? — gritó Félix horriblemente . Ella volviose y rindió su cabeza . Luego , apagándose su palabra , repitió su lamento . — En tu casa me odian culpándome del martirio de Guillermo . ¡ Júzgame tú , Félix ! Ni fui pecadora de amor . ¡ Oh , pecado de amor cometido por Guillermo ! ¡ Antes de presentir que pudiera inclinarse a quererme , lo mataron ! Abrió los cristales y salió al crepúsculo . Y Félix percibió un grito convulsivo y rotor — ¡ Koeveld , es Koeveld , míralo ! Los recios balaustres se estremecieron por el acometimiento de Félix , Bajo las últimas palmeras de la silenciosa y ancha calle se alejaba una bella mujer ; detrás caminaba un hombre alto , craso , pálido , cabeceando pesadamente . HUNDIDO en una vieja butaca de cordobán , escuchaba Félix , muy risueño , la menuda y amorosa plática de su padre . Y no pudiendo seguir atado a tan largo silencio y quietud , alzose , miró al anciano de modo dulcísimo , y con suave ironía le dijo : — Lo que hasta aquí me has dicho « son documentos que han de adornar mi ánima ; » ahora sepamos los que han de servir para ornato y salud de mi cuerpo . Don Lázaro amohinose mucho , y no quiso proseguir . — ¡ Si es que tu predicación — exclamó el hijo — me trajo el recuerdo de los consejos del señor don Quijote a su criado ! ¡ Por Dios , no parece sino que emprendo un viaje a las Indias , para necesitar de tantos avisos ! — ¡ Todavía son pocos , que eres alborotado y distraído como no te quisiera ! Y dejando bromas , he de repetirte que , para llegar a « La Olmeda » , pasarás por Almudeles . — Si ya lo sé ; he de pernoctar en Almudeles . — Pasarás por Almudeles ... y déjame que acabe . En Almudeles , vive mi primo Eduardo . Desde tu regreso ya conoces la petición que me hace ; « mándame a esa criatura , y yo te la curtiré en la hacienda , que después no la conozcas de ancha , maciza y sana . » Pues ya que no vas a su campo sino al de tía Lutgarda , ¡ me parece ingratitud y descortesía que solo te detengas en su casa para dormir ! ... — Entonces iré a una fonda . Da lo mismo ... — Pero si lo que yo quiero es que te quedes a su lado algunos días , una semana al menos . — ¿ Una semana ? ... ¡ Una noche y gracias ! ¿ No te parece ? — ¿ Qué ha de parecerme ? Volvió Félix a su profundo asiento : movió los hombros , y murmuró pasmado : — ¡ No lo entiendo ! ¡ Qué maravillas guardará Almudeles , ni qué empresas habré de acometer en ese pueblo capaces de interrumpir un viaje que todos queréis precipitar ! ... — ¡ Si no es Almudeles ; es tu tío Eduardo ! — ¿ Qué tendrá tío Eduardo ? — ¡ Por nuestro Señor , Félix ! Pues qué , ¿ no conservas recuerdos de él y de tu prima y de doña Constanza , también algo tía tuya , y de Silvio , su hijo ? — Yo apenas los conozco ... Pasé un verano en su heredad siendo muchacho ; por fuerza he de resultarles un huésped ceremonioso . — ¿ Huésped ceremonioso , dices ? — gritó don Lázaro , y arrebatado de fierísimo enojo dio con su puño tan recio golpe en el vetusto escritorio de caoba , que derribó las plumas del cuenco de plata de la escribanía , donde descansaban , y estremeció las vidrieras del aposento que resonaron como bordones heridos . Levantose Félix y lo abrazó riéndose . — ¡ Todo , todo os lo consentimos , menos reñir y enfurecerse ! — Y besaba la pálida y alta frente del padre , cuyos cabellos lacios , de noble blancura , plateaban intensos bajo la encendida lámpara de aceite ; redondo , ancho y generoso lampión de refectorio o de hogar de residencia campesina , más que de estudio de hombre tan rico y autorizado como don Lázaro Valdivia . — ¡ Qué frente tienes ! ¡ augusta como una cúpula ! y deja suavidad y olor de santo , de ala de palomo blanco de árbol grande de ribera ... ¡ qué sé yo ! ... Y huele a padre , a ti ; es fragancia tuya nada más ... — ¡ Félix , Félix , déjame ! — gritaba don Lázaro . — ... ¿ Te has fijado en el aroma de tus sombreros , en donde ciñe tu cabeza ? Es el mismo de tu frente , ya apagado , ¿ verdad ? Olerlo da alegría y tranquilidad . ¡ Que lo diga , que lo diga mi madre ! — Y gozosamente la llamaba . Afanábase el señor Valdivia porque no se le fundiera la gravedad de su continente , pero dentro de su alma cantaba una inmensa y bendita aleluya de amor . Y para reprimir la risa , apretaba las mandíbulas y esclavizaba la mirada a la espantable labra del león de bronce de la escribanía . — ¡ Te harás daño si sigues mordiéndote ! — le avisó su hijo . Y entonces sonaron mezcladas las dos risas , grandes , ruidosas , de íntima ventura . — ¿ No te gustan y te remozan estas pendencias , que nos igualan hasta parecer dos muchachos , dos amigos , tú ¡ claro ! mayor que yo ? Pasó la madre seguida de tía Dulce Nombre para saber la venturosa contienda . — ¡ Esa tu eterna alegría ! ... quiera el Buen Ángel ... quiera el Buen Ángel ... — ¡ Quiéralo siempre , mi santa tía antañona ! ¿ pero qué ha de querer , que nunca lo dices ? — ¡ Yo no sé , no sé — rezongaba doña Dulce Nombre ; — pero esa licencia que hoy estilan los hijos con los padres , siendo aquellos tan mozos , no sé ! ... Recuerda , Lázaro , nuestra severa crianza . Antiguamente ... — ¡ No es licencia ! — le interrumpió , alborozado , Félix , — ¡ Toda estás llena de augurios y pesadumbres ! Hace dos siglos también hubieras dicho , amonestando a algún sobrino : Antiguamente ... ¡ Tú , que siempre has vivido como una bienaventurada , creíste con demasiado rigor todas las palabras de la Salve : « A ti llamamos los desterrados hijos de Eva ; a ti suspiramos , gimiendo y llorando en este valle de lágrimas ... » ¡ Ea , pues , señora tía , que los verdaderamente afligidos giman y lloren , pero ni tú ni yo lo somos ! ... — Félix , Félix ; deja en paz a tía Dulce Nombre , y no hagas donaire con lo sagrado , — dijo don Lázaro , y requirió papel , y sumergió la pluma en el pocillo de tinta de un talavereño , que el tintero de recio y tallado cristal de la escribanía , nunca perdió su original limpieza . Félix tomó las sequizas manos de la piadosa señora doña Dulce Nombre , y se entretuvo contando las encendidas huellas de los sabañones padecidos . Y murmuraba : — Doce , trece , catorce ... dieciocho ... ¡ infinitos , tía ! ¡ Válgate el Buen Ángel ! La madre , delgada , menuda y descolorida señora , le reprendía blandamente . Acabó don Lázaro su escrito ; fue posando la pluma encima de cada palabra . Luego hizo un adusto visaje y rasgó la hoja . Era el telegrama anunciando a tío Eduardo la salida de Félix . Y al saberlo , éste exclamó : — ¿ Y lo rompes porque te pasaste ? Toda la vida es un padecer ¿ verdad , doña Dulce Nombre ? — Lo rompo porque no aproveché las quince palabras . El señor Valdivia usaba y obedecía cabalmente el derecho y obligación , que todo es hábito en la vida , y adquiriéndolo en lo grande y en lo menudo , es fama que se alcanza las más altas y costosas virtudes . Pues el señor Valdivia rehizo el parte y lo leyó . Las mujeres inclinaron las cabezas , asintiendo . Después , don Lázaro y su hermana conversaron de « La Olmeda » , lugar de su infancia . ¡ Cuántos eran entonces , señor ! Las noches estivales se les permitía un rato de alborozo en las inmensas eras , ante la vigilancia de los padres , que se sentaban bajo el ancho soportal , rodeados de criados y labriegos . Los gritos de los muchachos venían repetidos de lo hondo de los montes que subían negros y pavorosos por detrás de la vieja casona . Entonces , Guillermo les contaba que sus voces las devolvía el Eco ; y que Eco — decía con grave daño de la ninfa helénica , — era un hombre cubierto de lutos que salta por los breñales y transpone los collados , y lleva en sus entrañas la voz de todas las criaturas , y les responde siempre ; y cuando una muere , siente el Eco un trozo de muerte , y cuando todas se acaben , él solo dará una gran voz que no será oída de nadie , y se deshará lo mismo que la niebla ... » Los hermanitos quedaban pasmados mirando los fantasmas de las sierras . Los grandes , sonriendo de burla , lo escuchaban con embelesamiento y miedo ... Y de esos seis niños tan unidos , tan felices bajo las frondas amigas de los olmos , quedaban ellos , Lázaro y Dulce Nombre , aquí , y Lucía que peregrinaba con su cíngulo de penitencia y caridad por los Hospitales de la India . Los demás , ¡ cuán distintos habían sido en vida y muerte ! Pedro , el primogénito , el heredero de « La Olmeda , » adornado de raras virtudes , dejó al morir , fragancia de santidad . Luis , un químico audaz , hosco y sabio , se abrasó los ojos y las manos , en su infernal estudio . Y Guillermo , el predilecto de todos , corazón aventurero , ascua de ideales , acabó asesinado en misterioso y espantable lance de amor . « ¡ Nuestra Olmeda ! » La vieja Olmeda ¡ qué silenciosa , qué remota y postrada se les aparecía ! Y los dos hermanos quedaron contristados , y su mirada , humedecida y levantada , viendo en su memoria el amado y santo paisaje natal . Doña Dulce Nombre balbució : — ¡ Y Posuna ! ¿ Te acuerdas de Posuna , el pueblecito de nuestra iglesia , con su cementerio rodeado de cerezos ? — ¡ Es verdad ; Posuna ! — gritó Félix . — ¡ No lo pensé ! Haciendo un rodeo en diligencia puedo llegar a Posuna , y de aquí a « La Olmeda » sin el temido paso de Almudeles . ¡ Es que guardo un desabrido recuerdo de la hermana de tío Eduardo ! ¡ Acordada la ruta por Posuna ! — ¡ Félix , por María Santísima ! — clamó el padre . — ¡ Félix , Félix ! — amonestábale la madre . — ¡ Válgame el Buen Ángel ; nunca hay sosiego ! — gemía doña Dulce Nombre . — ¡ Yo me arrepiento de mi pecado ! — dijo Félix ; y riendo besó aquellas abatidas cabezas , y salió , mientras la tía Dulce Nombre , suspiraba compungidamente ; — ¡ Esa su eterna alegría , no sé ... no sé ! ... Al pasar por la contigua sala , que estaba apagada , recibió Félix la visión del mar , quemado de luna grande , redonda ; ardía en las aguas un óvalo de luz rizada , muy pálida . Por el ancho cielo viajaba un humo tenue que cerca del astro vislumbraba como el nácar . La noche llevó muy remota la mirada de Félix , y le quitó de su alma la ruidosa alegría , dejándole un goce recogido de silencio y belleza ... Atraído por la inmensidad abandonó las ventanas , tomó su sombrero , y salió . En el ambiente parecían derretirse los perfumes de hierbas y flores de renovadas juncieras ; olía , también , la noche a mujer hermosa , a doña Beatriz , que Félix se imaginaba más desventurada , más entristecida y pálida que nunca ! Bajaban hacia el mar , blanco y quieto como un lago nevado , grupos de gentes placeras y regocijadas . Otros , iban a los huertos del contorno , que alumbrados de luna eran todos jardines de encantamiento , o huertos santos como el de Getsemaní , y de día mostraban la pobreza de sus tierras sedientas que llevan cebadas y arvejas mustias , alguna higuera retorcida , como maldita , y junto a las balsas verdes , lamosas , y los aljibes cegados de piedras y ortigas , sólo florecen los geranios , gordos , rojos , de fuego . Y las gentes , ebrias de la olorosa noche , que ellas no contemplaban , cantaban y brincaba mirando sus sombras lo mismo que los chivos enardecidos . Cruzáronse con Félix que les dejaba , sin darse cuenta , una sonrisa de dulce lástima de hermano ; y las buenas gentes no la recogían y retozaban muy contentas porque acaso llevaban cestos con guisos sabrosos , vino espeso y pan de reciente cochura para cenar en la escollera . De lejos venían brisas de música de un paseo costanero ; y allí flotaba dormidamente una niebla de luces y de polvo . En los portales de las casas , había hombres sentados que fumaban y contendían de arbitrios , y otros bostezaban . Pasó Félix delante de la entornada reja de un despacho humilde , con butacas raídas , y un facistol que mantenía un libro enorme de tapas verdes ; el escritorio parecía una jaula ; un niño muy descolorido rendía la cabeza siguiendo el dedo gordo y velludo de un hombre que repetía iracundo : « Si al dividendo le quitamos dos cifras , si al dividendo le quitamos dos cifras » , pero el hombre pronunciaba sifras . Y el niño se distraía mirando las moscas y mariposas que revolaban golpeándose sobre la luz del petróleo . La madre , con las ropas arrugadas y desceñidas , dormitaba en un viejo sillón de paja , y dentro de la negrura de la entrada , una onda de luna mojaba de lumbre blanca las losas . Félix huyó angustiosamente . ¡ Toda la gran noche olvidada ! La contempló ; y creyó que la noche se hacía muy alta , muy solitaria , y que tenía la palidez de doña Beatriz ! ... ¡ Las pobres gentes , que no alcanzaron la felicidad de una espiritual « madrina » como la suya , que lo arrebataba a una alta cumbre desde la cual veía siempre su vida dentro de una noche magna y sagrada d plenilunio ! Subió por una calle amplia y orillada de palmeras . Allí estaba su mansión , blanca , señorial , de saledizo balconaje y torre-miramar en la azotea que resaltaba sobre las elevadas frondas del huerto . Ya cerca de sus muros parose Félix . Lambeth y Julia aparecían en el rojo peldaño del vestíbulo . Luego se alejaron hacia el paseo de la fiesta . Desde el gran balcón Beatriz contemplaba a su hija . Antes que la señora lo descubriese entró Félix ; y una criada lo pasó al comedor . Era la rotonda del entresuelo ; tenía zócalo y artesonado de peregrinas y apagadas maderas como de coro o sala capitular de templo vetusto , y las paredes colgadas de tapices , copias de Teniers y de Goya . Casi toda la luz se recogía en la labrada plata , en la cristalería y primorosa cerámica de los aparadores ; goteaba luz la porcelana y el oro de los centros y los azafates y frascos de roca ; y más que producirse en la dorada lámpara semejaba manar de tan grande riqueza . Desde las abiertas ventanas , estuvo Félix contemplando el jardín dormido bajo cendales de luna . Vino doña Beatriz , que había dejado la cena para cuidar del atavío de Julia y mirarla desde los balcones . — ¿ Me perdona , « madrina » , esta visita ? La Luna me ha sacado de casa , y me ha guiado hasta aquí como a un niñito de cuento que se pierde en medio de un bosque . Ella le llevó a la mesa ; le sentó a su lado , y riéndose , dijo : — ¡ Pues , ya verás como ese cuento de miedo acaba con el premio a la pobre criatura ! Una doncellita , vestida de negro con puños y cuello de encajes blancos , trajo el helado que figuraba dos flores de color de fresa , servidas en rizadas y finísimas valvas de primorosa orificia . Después la mismísima « madrina » puso a Félix de un pastel de almendras redundado de almíbares y vino generoso ; y luego frutas de su huerto , que daban el mismo aroma de las manos de la señora . Notaba Félix esa noche , más que nunca , lo exquisito de la magnificencia que rodeaba a doña Beatriz , y que ella tenía y gozaba retraídamente , ajena a todo vanidoso pensamiento . Y , sin quererlo , comparaba el joven esta casa con la de sus padres . La cual , también era rica , hidalga y principal ; pero sus aposentos de mucha austeridad , y las criadas , limpias y zahareñas , con pañuelos cruzados en el talle a usanza aldeana ; y las piadosas visitas , y el suspirar de tía Dulce Nombre , no alejaban la fantasía más allá de los campos de « La Olmeda » . En cambio , la mansión de doña Beatriz , parecía de una reina en cautiverio fastuoso , y a él lo transfiguraba en héroe de nuevas y estupendas mitologías ... En su casa , también tomaban helados muy ricos ; pero , vamos , no siempre , y además procedían de las vulgares garrafas del Casino , de cuya junta directiva participaba el señor de Ripoll ; helados servidos en copas regordetas y azules , El helado de doña Beatriz se cuajaba en tubos de aluminio , que daban empañados resplandores de estrella , y lo presentaban en tembladeras de oro , rizados como las conchas . Félix hubiese llegado a un extremado fetichismo si Beatriz no se lo evitara , diciéndole : — Un amigo de tus padres enteró a otro nuestro de que anticipaban tu viaje a « La Olmeda » . — Es verdad ; saldré mañana , y voy contento imaginando mi vida campesina , ruda y en un lugar que ha de evocarme aquel raro espíritu de mi padrino . Y amándole tanto , yo me hubiese rebelado a ese viaje si usted se quedase en esta dorada prisión . ¡ No se marche ! Todavía es tiempo . ¡ Piense que son cuatro meses , los que ha de pasar entre esos irresistibles elegantes de playa ! — Lo sé ; ¡ y mejor que a ese fausto y ruido iría a cualquier rinconcito de « La Olmeda » ! Y doña Beatriz , ocultó una rebelde sonrisa , y evitó el decir más , levantándose para mirar el bello reposo del huerto . Quiso Félix subir al torreón para ver toda la noche . Ella consintió ; y luego fueron . Era el miramar una pieza amueblada con divanes azules , amplios como lechos ; mesitas de taracea , y un fanal escarchado ; las ventanas tenían la línea mística de las ojivas , y rodeaba externamente las paredes , una voladiza balconada . Desde allí viajaba anchamente sus ojos , pasando encima de la ciudad y entrándose en los campos , donde ahora blanqueaban los casales , de cuyos cercados surgían las negras lanzas de los cipreses y las dobladas copas de las palmeras . Más lejos , las montañas parecían de velos de novicias , o de espesos vahos que pudieran fundirse , disiparse , y se esperaba el descubrimiento de nuevos confines . Hacia Oriente espaciábase el mar como una lámina de plata empañada , y en la remoto se deshacían las aguas en el cándido misterio de un desierto polar . Inmóviles , callados , contemplaban Beatriz y Félix la santa noche . Creíanse subidos y asomados en la orilla de una estrella . Juzgábanse venturosos , y se sonreían con entristecimiento . Se miraron , y vieron dentro de sus retinas , luna , noche , inmensidad ; y temblaron recibiendo el recuerdo de la mirada en el claro y vivo espejo de agua de la cisterna . Sobre la helada lumbre del mar apareció la negra silueta de un vapor . Brillaban en sus mástiles dos lucecitas como dos gotas de luna . Y este buque , que sólo parecía llevar la suprema ruta de la belleza , conmovió a Félix , abriéndole en su alma la aflicción por la cercana ausencia . — ¡ Como ese barco se verá el de ustedes , porque aun habrá luna grande ! Y Beatriz dijo : — ¡ Tú estarás , entonces , en tus tierras ! Si quieres , nos saludaremos mirando a la misma hora , esa estrellita que tiembla junto a la luna . Acuérdate . — ¡ Madrina ! — y descansó su frente sobre el desnudo brazo de doña Beatriz , abandonado en la fría balaustrada . Los ojos de la señora recorrieron la dorada cabeza del hombre . Y de súbito se conmovió de dichoso y amargo desfallecimiento , Había sentido humedad y brasa de labios . Pareciole besado todo su cuerpo . Y fue esforzada : suavemente retiró su brazo de la caricia . Alzó los ojos y balbució : — ¡ Qué altos , qué cerca del cielo ! ¡ Como si el cielo fuese un mar que nos sorbiera ! Y hablando estremecida y dulce , con acento de niña , muy despacio , apartose y se refugió en las sombras del recinto . Félix miró todo el firmamento . La pureza , el silencio , la magnitud de la noche , le traspasaban hasta lo más escondido de su corazón , que sentía recibir un bautismo de santidad . Volviose a doña Beatriz , y la vio bañada de los colores de las ojivas que teñían la claridad de luna derramada en los divanes . Abrió las vidrieras , y apareció religiosamente la azulada palidez del espacio . Los fastuosos colores que vestían a la mujer , se deshicieron ; y quedó vestida de luz y blancura nupcial . Entonces , los brazos de Félix la ciñeron . Pareciole que estaban en el templo solitario de un astro , alumbrado suavemente para ellos . Y tuvo la divina sensación de que abrazaba un alma desnuda , alma hecha de luna y de jazmines , Y exclamaba : ¡ mirar el cielo y tenerla abrazada , Dios mío ! Extenuados y delirantes , se reclinaron sobre los amplios asientos de seda . Un rayo lunar los envolvía ... Toda la honda y clara noche fue lámpara y estrado de su amor . ... Después , al levantarse , todavía abrazados , vieron una nube blanca y resplandeciente de figura de Angel terrible como el que arrojó a Adán y Eva del Paraíso . Y los dos sollozaron . — ¡ Madrina mía ! ¡ Beatriz ! Salieron ; y se besaron castamente delante de toda la tierra , y de todo el cielo , y delante der Angel que se desvaneció entre nieblas y luna ! ... Las palabras de Maeterlinck resonaron en sus corazones : « Y si mirasteis las estrellas al abrazar a vuestra amada , no la abrazaréis de igual modo que si hubieseis mirado las paredes de vuestro aposento ! » COMENZABA a removerse un tren mixto , viejo y pesado , de Almina a Los Almudeles , cuando Félix logró subir al único departamento de primera que llevaba el convoy . Román , antiguo y celoso criado de los Valdivia , que se desesperó y rezongó furiosamente mientras Félix estuvo despidiéndose de su « madrina » , dejó en un asiento el equipaje de su señor ; éste lo puso en las mallas del coche ; y después , sentose rendido , enjugándose la bañada frente , y solo entonces reparó el viajero en otros dos que le estaban mirando . Apenas pudo saludarles , impresionado de la visión de una figura crasa , descolorida , de oblicuos y menudos ojos , y boca torcida por una mueca de espanto o de mal . ¡ Van Koeveld ! Sí ; Koeveld , pero el seudo Koeveld , que el feroz holandés había muerto verdaderamente ; y el Koeveld del vagón , era el mismo hombre que Beatriz y él vieran en un emocional crepúsculo , caminando despacio , detrás de su esposa . Al lado estaba la bella mujer . Su actitud , su palabra , su blancura , y hasta el liso peinado de sus cabellos negros y opulentos , la mostraban infortunada y medrosa . Contemplaba sumisamente al marido ; y sus pupilas , grandes , obscuras y aterciopeladas como las hojas del pensamiento , se llenaban de compasión ; y luego , sus ojos se apagaban , entristecidos , gastados . En fin , toda la faz de la señora , recordaba las pálidas y esfumadas efigies de los miniados esmaltes antiguos . Y este infantil y tímido aspecto hacía más insinuante y atrevida la linea valiente de su busto , cuya palpitación se le notaba por lo delgado del vestido primaveral . Levantose para ver un pueblecito blanco , que se bañaba en los jugosos verdores de los viñedos , y , ahora , se manifestó la completa y espléndida gentileza de su cuerpo . Pero , tan graciosas lozanías parecían mustiadas y oprimidas por miedos y pesares de su espíritu , y algunas veces , por la fuerza rechazadora y celosa de los ojos del marido . Mirábala el falso Koeveld , y todas las escondidas hermosuras de la esposa , se reducían humilladas , en actitud de un plebeyo cansancio , llegando a parecer vestida de ropas groseras y recias de fámula , de esas telas que aprietan , menoscaban y ahogan toda linea triunfal de la carne . Pronto recuperaba su donaire ; pasaba a embelesamientos tentadores , y de cuando en cuando , alzaba las manos para enmendar alguna rebeldía de su sombrero , y entonces , resaltaba el prodigio de su pecho , firme y redondo como de doncella y adivinábase el delicioso secreto de sus brazos . Admirábala Félix , con mucha limpieza de imaginación y aun con mancilla de que esos encantos fueran poseídos de « Koeveld » . Frecuentemente había de apartar y distraer los ojos , porque los del falso holandés celaban a la hermosa señora y al que sospechaba , quizás , ladrón codicioso de su goce . Este avizoramiento llegó a ser furiosísimo , porque ella asomose a la ventana de la portezuela , y en su cintura se hizo una preciosa curva . En seguida se retiró . El humo de la máquina había herido sus ojos ; y para aliviarse del escozor frotábase con un delicado pañolito que humedecía en la punta de su lengua , diminuta y encendida como una fresa , No es posible decir cuánta fue la cólera de Koeveld . Se le encajaban las mandíbulas ; y torpe , balbuciente , repitió : — ¿ Qué se te perdía fue ... ra , qué se te perdía ? Ella le envolvió en su mirada dulce y humilde . — ¿ Qué se te perdía ... qué se te perdía ... ? — ¡ Si no es nada ! ¡ Sucede eso frecuentemente ! — atreviose a mediar Félix sonriendo . — Bien ; pero , ¿ para qué , para qué sacar todo el cuerpo ? ¿ Qué se te perdía ? — Koeveld , a usted también le habrá ocurrido sin perderse nada ¿ verdad ? — ¡ Koeveld ! ¿ Dice Koeveld ? ¿ Pero qué ha dicho ? — ¡ Perdóneme ! ¡ Si usted es el señor Giner ... el señor Giner ! — Bueno ; servidor , servidor ... Y el señor Giner interrogaba a Félix con ojillos torcidos , que aun siendo foscos confesaban toda la flaqueza de su cráneo enorme y ralo . ... ¡ El señor Giner , el señor Giner ! ... « Giner y Ripoll » , decía la muestra de un almacén de cereales y salazones de la plaza de la Colegiata de Almina ... La madre de Giner , viuda , gorda y sagacísima señora , lince de la usura , fiera guarda de su hijo al que casó con una sobrina pobre del difunto Giner padre ; y murmurábase que la imponente viuda ordenaba rigurosa disciplina hasta en la cámara nupcial de sus hijos ... « La madre de Giner » la llamaban todos . Una lechuza tenía la querencia en el viejo eucaliptus de la plaza que derramaba su oloroso follaje sobre las ventanas de la madre Giner ... Sí ; « Giner y Ripoll » ; el Ripoll diputado ... » Ahora iba ensartando Félix sus recuerdos ... ¡ Y qué terco y sandio anduvo creyéndole Koeveld ! ¡ Válgame , ni aun le parecería ! sino que la trágica historia , tan rica en lances de audacia , de amor y de muerte , que le contara la « madrina » había puesto color de peligros y espectros hasta en la desdichada catadura del señor Giner . Y contempló a la viajera , toda solicitud y gracia para aquel hombre , que si no era un facineroso como Koeveld , seguramente la aventajaba en fealdad . ¡ Cuánta lástima florecía en el corazón de Félix , mirando a la mujer desventurada ! que así la juzgaba fingiéndose el constante suplicio de la beldad triste y lacia . Y como todo sentimiento , hasta el de la compasión , tenía en Félix algo de voluptuosidad , por lo intensísimo , se conmovió de alegría , de la generosa alegría que Adath dice a Lucifer : « el goce de esparcir la alegría , de comunicarla a los otros » ; y quiso mitigar , alborozar , siquiera en el breve discurso del viaje , esas dos vidas hundidas en el hastío de la nada de emociones . Les habló de gentes , de ciudades , de libros ; pero todo lo decía con demasiado apasionamiento , aunque cuidaba de mostrarse varón serio , diserto a la manera ripollesca , Y no debía conseguirlo según le observaba Giner , todo receloso de su vehemencia , y mirando , también , a su esposa tan sesgadamente , que las pupilas se le entraron y desaparecieron entre las blandas pieles de los párpados . ¡ Ni respondían a las palabras de Félix ! El cual intentó , de nuevo , deshacer el duro hielo de esos corazones . Les preguntó afablemente si marchaban muy lejos . Giner solo repuso que llegaban hasta Almudeles . — ¡ Como yo ! También yo voy a los Almudeles ... Y Giner añadió : — Nosotros seguimos a nuestras heredades : cerca de Posuna . En seguida murmuró trabajosamente al oído de su esposa . Ella , desplegó un periódico y comenzó a leérselo , muy despacio . Ante la malquerencia o frialdad de Koeveld , se redujo el piadoso propósito de Félix , Ya no se atrevió ni quiso decirles que en los contornos de Posuna , residiría , también él , todo el verano . Recogiose en el rincón de su asiento ; y arrinconose su espíritu . ¡ Aquel hombre se negaba a admitirle en su amistad ! Esquivó a los Koeveld . Entonces sólo doña Beatriz habitó dulcemente en su memoria . Extrajo de su cartera un delgado papel de seda azul , y de sus íntimos dobleces , un pedacito de pan mordido . Aquella mañana , cuando fuera a despedirse de Beatriz , ella y su hija estaban almorzando . La mirada de Julia , le penetró intensamente ; él , la contemplaba , oía su vocecita aturdida de pájaro en el alba , y padecía torsión dolorosísima para vencerse y no imaginarla entre el cendal de luna que había alumbrado la desnuda y rendida belleza de la madre . ¡ Y doña Beatriz le hablaba y le miraba como antes ! como su « madrina » , sin que sus ojos , su sonrisa , su palabra descubriesen y recordasen a la mujer poseída , a la amante sabida en todos los deliciosos misterios ! ¡ Y Félix que , viéndola al lado de la hija , tuvo miedo , por su natural tornadizo , de considerarla descendida , desvelada porque la conociera en su secreto de excelsitud y pecado ¡ comprendió entonces cuán inagotable es Amor ! Veía a doña Beatriz más deseable y hermosa , y envuelta en nuevas brumas que resistían las más fuertes evocaciones . La contemplaba enteramente , y toda la hallaba distinta y remota de la acariciada . ¡ No ; no había gozado en la intensidad y en la inmensidad de su hermosura y del amor ! Y el indiscreto , les pidió apasionadamente que no se fueran ; él , tampoco se marcharía . Doña Beatriz le reconvino con dulzura . — Tú , por tus padres y porque necesitas de aquella vida campesina ; nosotras , porque así conviene . Lo frío , sin menoscabo de lo cariñoso , y hasta lo vulgar de este consejo , todavía exaltó más al amante . Se levantó para despedirse . Doña Beatriz partía con sus dientes un pedacito de pan como un diminuto terrón de nieve , y Félix , enloquecido se lo quitó ; y volviéndose lo besó , y aún pudo gustar la humedad dejada por la fresca y encendida boca de la mujer . Beatriz , le había sonreído con tristeza ... Y esta era la adorable y gustosa reliquia , que ahora tocaba con ardimiento y voluptuoso fetichismo . Y al contemplarla y besarla mucho , notó que sabía a pan viejo , y que la menuda y perfumada huella de los blanquísimos dientes , estaba ya seca y rugosa . Y entonces tuvieron cumplimiento en Félix los avisos del abrasado carmelita Juan de la Cruz , y probó los malos dejos del apetito satisfecho . ¡ Mas , oh encontrada y movediza condición de este mozo sensual y místico , que con la boca amarga de las adelfas del libro del santo frailecico , no se atrevió a detenerse recordando a doña Beatriz para no padecer ... deseándola en vano ! Pesadez de hartura y comezón de hambre tejían su mal . ... En tanto la bella viajera seguía musitando la trabajosa lección del periódico ; Koeveld dormitaba , De tiempo en tiempo , entreabría los párpados , y una pupila blanda , untuosa , de pez muerto , se posaba en Félix . Félix , entregado a sus pensamientos , miraba distraído el paisaje . El viejo tren , aullaba y jadeaba subiendo un agrio desmonte , desde cuya altura un cabrerizo gritó riéndose y su hato huía espantado como del lobo . La pupila de Koeveld , tornaba a cegarse ; y la mujer leía , triste y cansadamente . Desde la ventanilla , reconoció Félix a don Eduardo o tío Eduardo , varón muy bondadoso , grueso y pálido , vestido de negro , corbata de tirilla de seda , sombrero de paja morena y de alas tan recogidas que tenía hechura eclesiástica . En sus manos femeninas o de prelado , siempre traía una caña de Indias con puño redondo de hueso , rajado de caérsele con frecuencia . A su lado estaba Silvio , hijo de su hermana , muy colorado y rollizo perito electricista que ministraba dos molinos harineros y otro de papel de tío Eduardo , Era mozo de reposado temperamento , hacía maravillas de marquetería y paseaba con graves señores . Silvio enrojeció más al ver a su primo . A punto de abrazarle se contuvo y apartose para que primeramente lo hiciera don Eduardo . Hasta la llegada a los Almudeles , sintió Félix la esperanza de que nadie saliese a recibirle , facultándole este descuido para olvidarse de los avisos de su padre y cenar y dormir en cualquier hospedería y buscar postas , que muy temprano , le llevasen al retiro de « La Olmeda » . Se había engañado : y se apesadumbró ; y sin poderlo evitar , saludoles con escaso afecto . Don Eduardo , enternecido de alegría , le preguntaba noticias de todos . El gesto de su boca , sombreada por canos y lacios mostachos , dos largos y mojados vellones , recordaba a Félix la expresión de su padre . — Pero criatura , hijo mío ¿ qué tienes ? ¿ Dónde está el bullicio que dicen ? ... ¡ Par a ir al campo mohíno y mustio , no ir ! El viajero trabajaba su voluntad por salir de su esquivez , y esta preocupación aún le reducía y cerraba más su ánimo . Es que notaba que en presencia de los felices , de los expansivos , entornábase su contento y hasta se le apagaba la palabra . Ahora no quería hablar y deseaba quererlo , siquiera por la semejanza al padre hallada en los labios de tío Eduardo . Y habló aturdidamente ; pero ocurriósele al dulcísimo señor nombrará doña Constanza , y al punto enmudeció Félix , lo mismo que el Roto de la mala figura , cuando por la reina Madasima le interrumpió en su historia el antojadizo hidalgo . Luego se le representó la casa extraña , un gabinete de familia , quizá con alguna tertulia ; doña Constanza desabrida y burlona ... Salieron de la estación , y apareció la libertad y hermosura del paisaje . El espíritu de Félix sumiose en el crepúsculo claro , limpio , pálido , de color de estrella . Entonces ansió besar el pan mordido por su madrina , y hasta tragarlo , comulgarlo , y escribirle diciéndoselo y pidiéndole que no fuesen a Portugal y Francia , sino que viniesen , que tía Lutgarda los aposentaría a todos con mucha indulgencia . — ¡ Mira , mira , ese bancal de avena ! — dijo don Eduardo cortando las arrebatadas imaginaciones del mancebo , — pues en su margen nos hemos tumbado aguardando el tren . Temíamos que llegara y te encontrases solito . ¡ Mira cómo vamos de hierbas y tierra mojada ! — Y volvió a abrazarle antes de subir a la vetusta tartana . Y entonces recogió Félix verdaderamente la ternura de aquel pecho amigo , y lo trajo a sus brazos . ¡ Olía a campo ! ¡ olía a tarde ! y su alma pasó a un goce suavísimo . Saltaba y se atollaba el carruaje . El cochero era un hombrecito seco , buido y moreno como una astilla . ¿ Qué alma encerraría tan ruin argadijo ? Veíala también Félix hecha de madera ; y se angustió . Y en tanto el hombrecito restallaba bravamente el látigo para espantar la nubada de chicos que acudía a la zancajera . No se cuidaba de la bestia . El cráneo del hombrecito , de pájaro rapaz desplumado , casi perdido en una ferocísima gorra de pellejo de liebre , nada más pensaba en alcanzar con la tralla piernas , brazos y posaderas de muchachos . Silvio y don Eduardo murmuraron de la mala crianza de los rapaces de Almudeles . Félix se hubiera tirado del coche para correr y gritar por los campos y ... subirse también al estribo . El camino era largo , y estaba arbolado . Lejos , las anchas copas de los olmos subían y se cerraban en bóveda negral . Llegaban las huertas hasta las orillas de la calzada , y el manso aire llevaba un grato olor de hierba recién regada , de establos calientes y mieses espesas y maduras . La quietud y suavidad del crepúsculo , la campesina fragancia , la santa y alabada sinfonía de los campanarios que teñían el Ángelus , todo emblandeció a Félix avivándole el generoso contento de amar , y aun le prendió el deseo de hallarse en la temida casa y de hablar como un hermanito a su prima Isabel . Recordaba sus cartas , tan llenas de dulzura y de pureza que le parecían escritas en el cáliz de un lirio de jardín monástico . Miró a don Eduardo , tan quietecito , pálido y sonriente , y recordó también aquellas palabras de su postrera carta : « ¡ Mándame a esa criatura , y yo te la curtiré en la hacienda que luego no la conozcas de ancha , maciza y sana ! » ¡ Pobre señor don Eduardo , todo blandura y mansedumbre ! ¡ Y pensaba y prometía curtirle ! Entraron en el pueblo por una calle angosta y torcida . Las luces de gas sacaban un estrecho espectro de la bestia del carruaje ; lo tendían en la tierra y en las paredes , lo doblaban , lo arrugaban entre las jambas , canales y fenestras , y lo hundían en los hoscos portales . El globo verde y panzudo de un escaparate de farmacia , tragose , como por arte secreta , la fantasma del haca . Hablábale Silvio ; preguntábale su tío . En una luminosa entrada ( la del señor alcalde , según apresurada noticia que entrambos le dieron ) , había un labrador y un guardia . Félix se distrajo mucho mirando el sombrero del collazo , ancho y empinado fieltro , hundido fragosamente . Le recordaba una montaña acrosa y cavada por fuertes torrenteras , que contemplara , desde el tren , y le había parecido un grandísimo sombrero abollado a puñetazos . Cruzaron más calles ; después una plaza desierta . Los faroles casi escondidos entre ramas de acacias , producían un suave nimbo , una lluvia de verde frescura . Sonaba el trémulo coloquio de una fuente . A lo hondo de una rinconada estaba la casa de tío Eduardo , viejo edificio con rejas saledizas , enorme balcón corrido y zaguán embaldosado , muy profundo . Don Eduardo puso a Félix delante de la portera , mujer añosa , alta , flaca y de rendidas espaldas , que ensartaba rosarios para una piadosa Congregación . Alzose la mujer muy despacio asiendo de las puntas de su delantal , en cuyo enfaldo estaban los trebejos , las cuentas y cruces de su faena . — Aquí la tienes — decía su señor al viajero , — desde aquel verano que pasaste con nosotros , no descansa de hablar y preguntar de ti . Yo creo que te quiere como si hubiese sido tu nodriza ... — ¡ Madre santísima ! — exclamó ella contemplando a Félix y tocando con sus manos de secas raíces las blancas y señoriles del forastero . — ¡ Se ha hecho un mozo como un pino de oro ! Descolorido sí que está , pero aun le da eso gracia ... Agradecía Félix la salutación , doliéndose a la vez de no haber pensado nunca en esta efusiva alma . Casi no la recordaba . Cerca del asiento de la portera comenzó a removerse una tortuga . Félix quiso verla . Y la mujer se la mostró , murmurando : — Es mi compaña . ¡ Ella y los señores me quedan en el mundo ! Arriba sonaban puertas y rumor de voces . Don Eduardo llevose a Félix . Seguíales el hijo de doña Constanza . Subieron los primeros peldaños ; y la mirada de Félix bajaba enternecida a la buena mujer que todavía musitaba comentarios y alabanzas , y bendecía al Señor . ¡ Oh , gustosamente se hubiera quedado con la humilde tortuga y la portera , que parecía una borrosa imagen de paramento ! Levantó la cabeza y recibió la sonrisa de Isabel . — ¡ Tu prima , Félix ! — dijo tío Eduardo mirándolos con dulce ufanía . — ¿ Esta doncella tan linda , tan espigada es la rapacita a quien yo llamaba por los campos como a una cordera ? ¡ Yo que me figuraba que aun podría besarte ! — ¡ Pues bésala , bésala , criatura ! — le repuso gozosamente el padre . Ella , muy encendida y quietecita , levantó su frente al admirado primo . Y Félix dejó un beso de hermano en los negros y trenzados cabellos de Isabel . Pasaron a una estancia donde había un viejo escritorio , butacas y sillas de velludo encarnado , y cuadros de estampas devotas . Tío Eduardo sentó a Félix en lugar de preferencia . Dio luz en las dos lamparitas eléctricas , y con grande alegría pronunció : — Isabel te recibe llevando su primer vestido largo . Y una voz delgada y fría como una campanilla de estrados , dijo entre los doseles de una puerta : — No crea el forastero , que vistió de largo la señorita para celebrar su llegada , que no es ese modo de hacerlo , aunque venga delicadito , según dicen ... Era doña Constanza , madre de Silvio . Alta , fina , de blancura de viejo marfil ; de facciones grandes , altivas , borbónicas ; el cabello muy abundoso y levantado como un obelisco cubierto de nieve . Había semejanza en los hermanos ; mas don Eduardo tenía la nariz y la boca pequeñas y femeninas , las mejillas redondas , y sus ojos dulces y apocados ; y en la señora estaba todo el continente brioso y austero . Traía siempre hábito negro y liso , con cíngulo de correa , y escudo de plata en el costado izquierdo . Saludó a Félix ; apagó una de las luces , la del escritorio : y sentose en la butaca que le cedió don Eduardo . Félix miraba el vestido de su prima . Los nobles pliegues de la graciosa falda , se rizaban y cambiaban obedeciendo con docilidad la nerviosa inquietud de la reciente mujer . Porque Isabel no sosegaba ; golpeaba breve y apresuradamente con sus pies la fresca estera de pita ; se recostaba , se erguía ; descansaba una mejilla en una mano , luego , en la otra ; y en seguida adquiría nueva actitud , indicios todos de que le sobresaltaba el seguido espionaje de Félix . ¡ Se le estaría burlando su primo ! Algo debió de barruntar y leerle el joven , porque , de improviso , le dijo : — ¡ Si supieras cuánto me ha impresionado lo de tu vestido largo ! — Quedamos — replicó doña Constanza , — en que no se lo puso por agasajo al forastero . — Mujer ¡ claro ! Fue coincidencia . Aquello lo dije porque ... vamos ... por ... ¡ claro ! ... — Y don Eduardo no logró explicar por qué lo dijera . Quiso divertir al joven del desabrimiento de la señora , y muy gozoso le ofreció que después tocaría el piano su prima para anticiparle algo del concierto que estaba preparando . — ¡ Pobrecita ! ¿ Un concierto ? — exclamó el joven . — ¡ Déjenla y no la preocupen tan pronto ! — ¿ Lo consideras demasiado lugareño , verdad ? ¡ Vosotros los que estudiáis y sabéis y veis tantas cosas ! Pues te advierto que esa fiesta la organiza la Buena Prensa . — ¿ La Buena Prensa ? — Si ; la Buena Prensa . Ya recordarás lo de Sevilla ... — No ; si yo nunca he estado en Sevilla . Doña Constanza y su hijo , se dijeron mirándose que Félix no sabía palabra de lo de la Buena Prensa . Y Silvio se lo preguntó . Félix no recordaba , no sabía nada . — ¡ Pero si eso lo saben los chicos de la Doctrina ! Prescindió Félix de las ironías y asperezas de la señora , y volviéndose a la doncella le propuso salir , después de la cena , al solitario camino de los árboles . Don Eduardo , abriendo paternalmente los brazos , exclamó ; — ¡ Criatura , hijo mío , si debes sentirte rendido ! ¡ Aquello está fosco y muy lejos ! — ¡ Admirable , tío ! Ustedes no vengan si no quieren , que yo solo me basto para custodio de su hija . Iremos . ¡ Ya verás los viejos y grandes árboles , qué fantásticos sobre fondo de estrellas , esperando la luna ! ¡ Iremos como dos hermanitos ! « ¡ Señor , él nunca había tenido hermanas ! » El padre consintió . — ¡ Pero , qué han de ir ! ¡ Por Dios ! — No , si yo lo dije ... vamos ... por ... — ¿ Y por qué no , señora ? — También lo saben los chicos del Catecismo , señor ingeniero ... Isabel , muy calladita , se entretenía pasando por sus dedos los anillos de oro de sus diminutas tijeras de labor . Su mirada descubría malicias de niña . De nuevo contemplábala Félix ; veía las trenzas de sus cabellos recogidos , subidos en peinado de señorita ; reparaba en su larga falda , por cuya fimbria salían descuidadamente dos zapatitos rubios . Halláronse sus miradas ; sorprendió la doncella la fina sonrisa de su primo ; examinose toda y recató sus pies . Y ahora vio Félix que asomaba la mujer en los ojos de su prima , y que se le alejaba , se hacía misteriosa ; y advirtió toda la trasfiguración de la carne y del alma de la amiga de su mocedad . ¡ Acaso esta mañana , mostraba mi prima las piernas ; y desde que prolongaron su falda , le cae una rigorosa honestidad hasta su calzado ! Doña Constanza abrió las cortinas del comedor ; y todos salieron . Acercose Félix a Isabel , y le susurró junto a sus sienes : — No iremos al camino ¿ verdad ? Tu tía no me quiere , y yo , me parece que tampoco a ella . ¿ Vive con vosotros ? — Casi ; vive arriba . Pero , sí que llegaréis a quereros . ¡ Es que es de mucha severidad , y como dicen que eres tan atolondrado ! — ¡ Yo obtuve de mí mismo abrir las puertas de la alegría de sentirme vuestro , y se me ha quedado el alma « con un disgustillo como quien va a saltar y le asen por detrás , que parece que cumplió su fuerza , y hállase sin efectuar lo que ella quería hacer » ! — ¡ Qué le vas murmurando ! — preguntole risueñamente don Eduardo . Y Félix siguió : — ¿ Yo atolondrado ? ¡ Mirad si soy bueno que le hablo a Isabel con palabras de una Santa doctora ! La sala del piano era de mucha sencillez ; las paredes enlucidas ; el suelo , de viejos manises , blancos y lustrosos ; la sillería , enfundada de lienzo , rígido de almidón ; los cuadros , tenían marcos anchos y lisos de palisandro , y vidrios opacos y verdosos como láminas de agua de mar , y bajo sus cuajadas ondas se esfumaban grabados idílicos de Berghem y retratos familiares . El piano era de un hermoso color de ámbar que hacía transparencias ; y en un rincón , prorrumpía , de un orondo cuenco de Talavera , una mata de lirios de paño , obra de monjas . La sala tenía una alcoba muy honda , en la que fue aposentado Félix . No salieron al camino de los olmos ; y temprano quedó en silencio toda la casa . Apenas se recogió Félix , miró cumplidamente las habitaciones , y creyó entonces hallarse muy remoto de su hogar y de su vida , en casa del todo ajena de algún escondido pueblo de Castilla y de Castilla la Vieja ; y tampoco de Castilla ni de España , sino en la casa de algún hidalgo español refugiado en Amberes , « ¡ Válgame el Buen Angel ! » ¡ y qué de quimeras se le sucedían sintiéndose forastero por enojos de doña Constanza ! Y desnudándose y aspirando las ropas de la alta cama , olorosas de arca , pensaba : « don Eduardo o tío Eduardo tiene grandísima hacienda , según dicen . Es mucho más rico que mi padre . Mi padre es humilde como un aldeano , y siéndolo ha permitido y gustado en nuestra casa de moderada elegancia , que resulta casi rudeza al lado de la que cerca a mi « madrina » , pero esta casa del pobre tío Eduardo , parece puesta ó arreglada con sujeción a censura o pragmática suntuaria dada por algún severísimo Abad . ¡ Oh , infortunada prima mía , si tú habitases como Julia y doña Beatriz ! » Acostose y apagó la vela , de cera rizada como de monumento . Y en el hondo silencio percibió , sobre el techo de su dormitorio , el cernidillo de una moza que asistía a doña Constanza . Del piano escapose un crujido , y un bemol se quedó lamentando . « ¡ Qué pensaría , qué sentiría cuando viniese aquí mi tío Guillermo ! » Una carcoma audaz y hambrienta , comenzó a morder ruidosamente la cornisa de un armario . Dentro de la negrura , pareciole a Félix que veía acercarse la obscuridad de la sala , todavía más densa , y , que al pegarse fríamente a las vidrieras de su dormitorio , se producía una sonrisa y una mirada . Y era lo insensato que estaban sin labios , ni ojos , ni cabeza , ni nadie ; solos el mirar y la sonrisa , como dos tenues lumbres de fosforescencia . Y después se apagaron ; y detrás de esos embrujados cristales , blanqueó un lacio bigote que expresaba inagotable bondad entristecimiento . Félix soñaba a su padrino y a tío Eduardo . Del cual diremos , en tanto que todos sosiegan , que tenía blando y reducido ánimo . Y era su pesadumbre , saberlo y no remediarlo , y todavía más triste flaqueza , el conocer que otra alma se le subía , y le trabajaba la suya , como se hace con la tierna masa para darle la forma de pan que se quiere . De pan era don Eduardo , y doña Constanza las manos que lo heñían , pintaban y cocían . Naturalmente era la señora celosa y seca , pero también de mucha prudencia y piedad . Su temprana viudez la hizo demasiada desconfiada , temerosa de que su hijo pudiera malograrse . De todo recelaba , y todo la enojaba , bien que sabía vestir el filo de sus intentos con elegante y comedida palabra , quizás aprendida de una pariente suya , prelada del convento de Almudeles . Cuando murió la espléndida y altiva esposa de don Eduardo , se adueñaron de esta apacible voluntad los manijeros de sus heredades , las criadas y hasta la doblada portera . Doña Constanza , que residía en Gandía , supo esa perdición , y trasladose a Los Almudeles , apoderándose a su vez del ánimo baldío del hermano , para remedio suyo y de la casa amenazada . Adivinó don Eduardo que le había llegado nuevo dueño y prometiose resistirlo , aunque admitiendo tiernamente su compañía . Vació las habitaciones altas de viejo mueblaje y de la oficina de sus negocios , Y pronto diose cuenta de que doña Constanza la estaba dando de todo el mando de su hogar y de su vida . Llegó a enfurecerse de su minoría . Pero tal vez reparó en que naturaleza había dotado a su hermana de facciones de mucha firmeza y arrogancia , y que a él le dejara los rasgos dulces y mujeriles . Y el caballero debió plegar los brazos , alzar los hombros y se resignó . En cambio tuvo el inefable goce de sentirse más fuerte que otra alma : la de su sobrino Silvio , entonces pequeño , y ya redondo , glotón y mazorral , siempre medrosico bajo la cálida y poderosa ala de la madre que lo empollaba grifándose ante el más leve peligro , como llueca fierísima . A doña Constanza le asistía también su ministro , un viejo hermano del que fue su esposo , que ejercía de notario en Almudeles , varón flemático , miope , y de anchas y copiosas barbas blancas , que cuando se las movía el viento o las escarmenaba con sus manos de santo rudo de piedra , aquel haz de lana parecía renovársele saliéndole constantemente de la boca . Doña Constanza después de contender y enmendar alguna empresa ó propósito de calzado , de servido , de viaje , de hacienda de su hermano , solía avisar al notario ; y apenas llegaba , prorrumpía la señora : « ¡ Pásmate , pásmate ! ¿ Adivinarás lo que pensaba nuestro Eduardo ? Yo no lo apruebo . » — Sepamos — decía el señor consejero , resollando estruendosamente . Y quitábase los anteojos y los esclarecía con gamuza de guante . Don Eduardo levantaba su tímida mirada a los inquisidores y aguardaba . En fin , el notario decía su parecer : « En puridad , sí , hay más conveniencia en el criterio de Constanza ... Real y verdaderamente . Y don Eduardo murmuraba perplejo : — ¡ No ; pero si yo lo sé ; si yo lo dije por ... vamos ... ¿ Comprendes ? En seguida le interrumpía su hermana , exclamando : — ¡ Me asusta , imaginar lo que puede ser esto el día de mañana , si Isabelita se casa sin acierto ! Don Eduardo salía por los corredores tropezando con los muebles ; y si por acaso hallaba al sobrinito Silvio comiendo azufaifas o madroños , a hurto de la madre , le apostrofaba así : « ¿ Tú crees que debes hacer lo que haces ? ¿ Tú lo crees ? » Silvio se ocultaba la cara con los puños cerrados y gemía : « ¡ Ay , tío ! ¡ Ay , tío ! » — Don Eduardo , asustado , le replicaba blandamente : « ¡ No ; sí yo te lo decía ... vamos ... por ! ... » — Y lo dejaba ; la reprensión estaba hecha ; la voluntad del niño había temblado penetrada de la suya . Por lo demás , que Silvio comiese azufaifas y madroños ¿ qué importaba , Señor ! Pues , cuando Félix estuvo en la heredad de don Eduardo , sus risas y alboroto y sus rebeldías al duro fuero de doña Constanza asombraban al hermano y — ¡ digamos monda y entera la verdad ! — y le dejaban un escondido contentamiento de candorosa venganza satisfecha . Doña Constanza malagoró del rapaz grandes pesadumbres . Silvio creció , se agrandó y no obstante su reciedumbre era plegadizo y humilde . La madre y su ministro le pusieron de gerente de los negocios de tío Eduardo . Después , la señora hizo que visitase con frecuencia a doña Lutgarda , la solitaria de « La Olmeda » ; y Silvio acabó por gobernar también ésta hacienda , Quedábale a doña Constanza el cumplimiento de su más alto designio . ¿ Con quién casaría al hijo ? ¿ Y a Isabelita ? ¡ Oh , si ellos quisieran ! ¡ El Señor proveería ! ... Dormitando sentía Félix que alguien se le allegaba suspiroso como otra tía Dulce Nombre , pero varón . Abriéronse los postigos de los balcones y el sol pasó locamente , tendiéndose encima de la cama , incendiando la rubia cabeza de Félix . Irguiose sobre los almohadones de lana ; — no eran de plumas como los de su casa y los perfumados de doña Beatriz ; — ensanchó los ojos , y vio a don Eduardo que le miraba con amorosa compasión : — ¡ Hijo , ya dieron las once ! ¡ Lástima de mañana ! ¡ Llevas doce horas durmiendo ! — ¡ Me han parecido un sueño , tío Eduardo ! — ¡ Félix , Félix ! ... Tu padre ha escrito . Tu padre temía que escapases a « La Olmeda » sin vernos , Hijo , ¿ pues qué te hicimos para que no nos quieras ? Y don Eduardo cuidó menudamente de si las felpudas tohallas y el lavabo estaban limpios . Cruzó las manos a la espalda y retirose silencioso , denotando aflicción . Félix tornó a acostarse y encendió un cigarro . ¡ Qué diría mi hermana — se preguntaba el cuitado tío , — si supiese las noticias que trae la carta de Lázaro ! A buen seguro que el mal que de Félix se delataba , redundaría en provecho de sus vaticinios , y le serviría de razón y fundamento para malquererlo . Porque don Lázaro le confidenciaba a su primo que el viaje de Félix no solo se decidiera por sanidad de su cuerpo , sino también para apartarle y limpiarle de la « amorosa pestilencia » de una mujer , maldición de los Valdivias , y « cuyos pies descendían , a la muerte y penetraban hasta los infiernos . » ¡ Gran desdicha ! suspiraba tío Eduardo ; y jurándose ocultarla llegó al aposento del viejo escritorio y hallose con su hermana que , de improviso , le salteó el secreto , diciéndole : — ¿ Tuviste carta del padre de Félix ? Isabel conoció la letra de Lázaro . — Carta , carta tuve y ... de Lázaro , sí , de Lázaro ... — Pues nada habías dicho . Grave asunto será el suyo cuando tu ... — ¡ Mujer ! yo no te dije nada por ... vamos ... Tómala , tómala ... Leyó la señora , y palideció , y sus labios se doblaron por sonrisa de tristeza y desdén .