Sonata de Estío : Memorias del Marqués de Bradomín : las publica Don Ramón del Valle - Inclán . Madrid : MCMIII Imprenta de Antonio Marzo : San Hermene - gildo , 32 duplicado . Estas páginas son un fragmento de las « Memorias Amables » que empezó a escribir en la emigración el Marqués de Bradomín . ¡ Aquél viejo cínico , descreído y galante como un cardenal del Renacimiento . Quería olvidar unos amores desgraciados , y pensé recorrer el mundo en romántica peregrinación . ¡ Aún suspiro al recordarlo ! Aquella mujer tiene en la historia de mi vida un recuerdo galante , cruel y glorioso , como lo tienen en la historia de los pueblos Thais la de Grecia , y Ninon la de Francia , esas dos cortesanas menos bellas que su destino . ¡ Acaso el único destino que merece ser envidiado ! Yo hubiérale tenido igual , y quizá más grande , de haber nacido mujer : Entonces lograría lo que jamás pude lograr . A las mujeres para ser felices les basta con no tener escrúpulos , y probablemente , no los hubiera tenido esa quimérica Marquesa de Bradomín . Dios mediante , haría como las gentiles marquesas de mi tiempo que ahora se confiesan todos los viernes , después de haber pecado todos los días . Por cierto que algunas se han arrepentido todavía bellas y tentadoras , olvidando que basta un punto de contrición al sentir cercana la vejez . Por aquellos días de peregrinación sentimental era yo joven y algo poeta , con ninguna experiencia y harta novelería en la cabeza . Creía de buena fe en muchas cosas que ahora pongo en duda , y libre de escepticismos , dábame buena prisa a gozar de la existencia . Aunque no lo confesase , y acaso sin saberlo , era feliz , con esa felicidad indefinible que da el poder amar a todas las mujeres . Sin ser un donjuanista , he vivido una juventud amorosa y apasionada , pero de amor juvenil y bullente , de pasión equilibrada y sanguínea . Los decadentismos de la generación nueva no los he sentido jamás , Todavía hoy , después de haber pecado tanto , tengo las mañanas triunfantes , y no puedo menos de sonreír recordando que hubo una época lejana donde lloré por muerto a mi corazón : Muerto de celos , de rabia y de amor . Decidido a correr tierras , al principio dudé sin saber a dónde dirigir mis pasos : Después , dejándome llevar de un impulso romántico , fui a México . Yo sentía levantarse en mi alma , como un canto homérico , la tradición aventurera de todo mi linaje . Uno de mis antepasados , Gonzalo de Sandoval , había fundado en aquellas tierras el Reino de la Nueva Galicia , otro había sido Inquisidor General , y todavía el Marqués de Bradomín conservaba allí los restos de un mayorazgo , deshecho entre legajos de un pleito . Sin meditarlo más , resolví atravesar los mares . Me atraía la leyenda mexicana con sus viejas dinastías y sus dioses crueles . Embarqué en Londres , donde vivía emigrado desde la traición de Vergara , e hice el viaje a vela en aquella fragata « La Dalila » que después naufragó en las costas de Yucatán . Como un aventurero de otros tiempos , iba a perderme en la vastedad del viejo Imperio Azteca , imperio de historia desconocida , sepultada para siempre con las momias de sus reyes , entre restos ciclópeos que hablan de civilizaciones , de cultos , de razas que fueron y sólo tienen par en ese misterioso cuanto remoto Oriente . Aun cuando toda la navegación tuvimos tiempo de bonanza , como yo iba herido de mal de amores , apenas salía de mi camarote ni hablaba con nadie . Cierto que viajaba para olvidar , pero hallaba tan novelescas mis cuitas , que no me resolvía a ponerlas en olvido . En todo me ayudaba aquello de ser inglesa la fragata y componerse el pasaje de herejes y mercaderes . ¡ Ojos perjuros y barbas de azafrán ! La raza sajona es la más despreciable de la tierra . Yo contemplando sus pugilatos grotescos y pueriles sobre la cubierta de la fragata , he sentido un nuevo matiz de la vergüenza : La vergüenza zoológica . ¡ Cuán diferente había sido mi primer viaje a bordo de un navío genovés , que conducía viajeros de todas las partes del mundo ! Recuerdo que al tercer día ya tuteaba a un príncipe napolitano , y no hubo entonces damisela mareada a cuya pálida y despeinada frente no sirviese mi mano de reclinatorio . Érame divertido entrar en los corros que se formaban sobre cubierta a la sombra de grandes toldos de lona , y aquí chapurrear el italiano con los mercaderes griegos de rojo fez y fino bigote negro , y allá encender el cigarro en la pipa de los misioneros armenios . Había gente de toda laya : Tahúres que parecían diplomáticos , cantantes con los dedos cubiertos de sortijas , abates barbilindos que dejaban un rastro de almizcle , y generales americanos , y toreros españoles , y judíos rusos , y grandes señores ingleses . Una farándula exótica y pintoresca que con su algarabía causaba vértigo y mareo . Era por los mares de Oriente , con rumbo a Jafa . Yo iba como peregrino a Tierra Santa . El amanecer de las selvas tropicales , cuando sus macacos aulladores y sus verdes bandadas de guacamayos saludan al sol , me ha recordado muchas veces los tres puentes del navío genovés , con su feria babélica de tipos , de trajes y de lenguas , pero más , mucho más me lo recordaron las horas untadas de opio que constituían la vida a bordo de « La Dalila » . Por todas partes asomaban rostros pecosos y bermejos , cabellos azafranados y ojos perjuros . Herejes y mercaderes en el puente , herejes y mercaderes en la cámara . ¡ Cualquiera tendría para desesperarse ! Yo , sin embargo , lo llevaba con paciencia . Mi corazón estaba muerto , tan muerto , que no digo la trompeta del Juicio , ni siquiera unas castañuelas le resucitarían . Desde que el cuitado diera las boqueadas , yo parecía otro hombre : Habíame vestido de luto , y en presencia de las mujeres , a poco lindos que tuviesen los ojos , adoptaba una actitud lúgubre de poeta sepulturero y doliente . En la soledad del camarote edificaba mi espíritu con largas reflexiones , considerando cuán pocos hombres tienen la suerte de llorar una infidelidad que hubiera cantado el divino Petrarca . Por no ver aquella taifa luterana , apenas asomaba sobre cubierta . Solamente cuando el sol declinaba iba a sentarme en la popa , y allí , libre de importunos , pasábame las horas viendo borrarse la estela de la fragata . El mar de las Antillas , con su trémulo seno de esmeralda donde penetraba la vista , me atraía , me fascinaba , como fascinan los ojos verdes y traicioneros de las hadas que habitan palacios de cristal en el fondo de los lagos . Pensaba siempre en mi primer viaje . Allá , muy lejos , en la lontananza azul donde se disipan las horas felices , percibía como en esbozo fantástico las viejas placenterías . El lamento informe y sinfónico de las olas despertaba en mí un mundo de recuerdos : Perfiles desvanecidos , ecos de risas , murmullo de lenguas extranjeras , y los aplausos y el aleteo de los abanicos mezclándose a las notas de la tirolesa que en la cámara de los espejos cantaba Lilí . Era una resurrección de sensaciones , una esfumación deliciosa del pasado , algo etéreo , brillante , cubierto de polvo de oro , como esas reminiscencias que los sueños nos dan a veces de la vida . Nuestra primera escala en aguas de México , fue San Juan de Tuxtlan . Recuerdo que era media mañana cuando bajo un sol abrasador que resecaba las maderas y derretía la brea , dimos fondo en aquellas aguas de bruñida plata . Los barqueros indios , verdosos como antiguos bronces , asaltan la fragata por ambos costados , y del fondo de sus canoas sacan exóticas mercancías : Cocos esculpidos , abanicos de palma y bastones de carey , que muestran sonriendo como mendigos a los pasajeros que se apoyan sobre la borda . Cuando levanto los ojos hasta los peñascos de la ribera , que asoman la tostada cabeza entre las olas , distingo grupos de muchachos desnudos que se arrojan desde ellos y nadan grandes distancias , hablándose a medida que se separan y lanzando gritos . Algunos descansan sentados en las rocas , con los pies en el agua : Otros se encaraman para secarse al sol , que los ilumina de soslayo , gráciles y desnudos , como figuras de un friso del Parthenón . Por huir del enojo que me causaba la vida a bordo , decidíme a desembarcar . No olvidaré nunca las tres horas mortales que duró el pasaje desde la fragata a la playa . Aletargado por el calor , voy todo este tiempo echado en el fondo de la canoa de un negro africano que mueve los remos con lentitud desesperante . A través de los párpados entornados veía erguirse y doblarse sobre mí , guardando el mareante compás de la bogada , aquella figura de carbón , que unas veces me sonríe con sus abultados labios de gigante , y otras silba esos aires cargados de religioso sopor , una música compuesta solamente de tres notas tristes , con que los magnetizadores de algunas tribus salvajes adormecen a las grandes culebras . Así debía ser el viaje infernal de los antiguos en la barca de Carón : Sol abrasador , horizontes blanquecinos y calcinados , mar en calma sin brisas ni murmullos , y en el aire todo el calor de las fraguas de Vulcano . Cuando arribamos a la playa , se levantaba una fresca ventolina , y el mar , que momentos antes semejaba de plomo , empezaba a rizarse . « La Dalila » no tardaría en levar anclas para aprovechar el viento que llegaba tras largos días de calma . Solamente me quedaban algunas horas para recorrer aquel villaje indio . De mi paseo por las calles arenosas de San Juan de Tuxtlan conservo una impresión somnolente y confusa , parecida a la que deja un libro de grabados hojeado perezosamente en la hamaca durante el bochorno de la siesta . Hasta me parece que cerrando los ojos , el recuerdo se aviva y cobra relieve . Vuelvo a sentir la angustia de la sed y el polvo : Atiendo el despacioso ir y venir de aquellos indios ensabanados como fantasmas , oigo la voz melosa de aquellas criollas ataviadas con graciosa ingenuidad de estatuas clásicas , el cabello suelto , los hombros desnudos , velados apenas por rebocillo de transparente seda . Aun a riesgo de que la fragata se hiciese al mar , busqué un caballo y me aventuré hasta las ruinas de Tequil . Un indio adolescente me sirvió de guía . El calor era insoportable . Casi siempre al galope , recorrí extensas llanuras de Tierra Caliente , plantíos que no acaban nunca , de henequen y caña dulce . En la línea del horizonte se perfilaban las colinas de configuración volcánica revestidas de maleza espesa y verdinegra . En la llanura los chaparros tendían sus ramas , formando una a modo de sombrilla gigantesca , y sentados en rueda , algunos indios devoraban la miserable ración de tamales . Nosotros seguíamos una senda roja y polvorienta . El guía , casi desnudo , corría delante de mi caballo . Sin hacer alto una sola vez , llegamos a Tequil . En aquellas ruinas de palacios , de pirámides y de templos gigantes , donde crecen polvorientos sicomoros y anidan verdes reptiles , he visto por vez primera una singular mujer , a quien sus criados indios , casi estoy por decir sus siervos , llamaban dulcemente la Niña Chole . Me pareció la Salambó de aquellos palacios . Venía de camino hacia San Juan de Tuxtlan y descansaba a la sombra de una pirámide , entre el cortejo de sus servidores . Era una belleza bronceada , exótica , con esa gracia extraña y ondulante de las razas nómadas , una figura hierática y serpentina , cuya contemplación evocaba el recuerdo de aquellas princesas hijas del sol , que en los poemas indios resplandecen con el doble encanto sacerdotal y voluptuoso . Vestía como las criollas yucatecas , albo hipil recamado con sedas de colores , vestidura indígena semejante a una tunicela antigua , y zagalejo andaluz , que en aquellas tierras ayer españolas , llaman todavía con el castizo y jacaresco nombre de fustán . El negro cabello caíale suelto , el hipil jugaba sobre el clásico seno . Por desgracia , yo solamente podía verla el rostro aquellas raras veces que hacia mí lo tornaba , y la Niña Chole tenía esas bellas actitudes de ídolo , esa quietud estática y sagrada de la raza maya , raza tan antigua , tan noble , tan misteriosa , que parece haber emigrado del fondo de la Asiria . Pero a cambio del rostro , desquitábame en aquello que no alcanzaba a velar el rebocillo , admirando como se merecía la tornátil morbidez de los hombros y el contorno del cuello . ¡ Válgame Dios ! Me parecía que de aquel cuerpo bruñido por el ardiente sol de México se exhalaban lánguidos efluvios , y que yo los aspiraba , los bebía , que me embriagaba con ellos ... Un criado indio trae del diestro el palafrén de aquella Salambó , que le habla en su vieja lengua y cabalga sonriendo . Entonces , al verla de frente , el corazón me dio un vuelco . Tenía la misma sonrisa de Lilí . ¡ Aquella Lilí , no sé si amada , si aborrecida ! Descansé en un bohío levantado en medio de las ruinas , y adormecí en la hamaca colgada de un cedro gigantesco que daba sombra a la puerta . El campo se hundía lentamente en el silencio amoroso y lleno de suspiros de un atardecer ardiente . La brisa aromada y fecunda de los crepúsculos tropicales oreaba mi frente . La campiña toda se estremecía cual si acercarse sintiese la hora de sus nupcias , y exhalaba de sus entrañas vírgenes un vaho caliente de negra enamorada , potente y deseosa . Adormecido por el ajetreo , el calor y el polvo , soñé como un árabe que imaginase haber traspasado los umbrales del Paraíso . ¿ Necesitaré decir que las siete huríes con que me regaló el Profeta eran siete criollas vestidas de fustán é hipil , y que todas tenían la sonrisa de Lilí y el mirar de la Niña Chole ? Verdaderamente , aquella Salambó de los palacios de Tequil empezaba a preocuparme demasiado . Lo advertí con terror , porque estaba seguro de concluir enamorándome locamente de sus lindos ojos si tenía la desgracia de volver a verlos . Afortunadamente , las mujeres que así tan de súbito nos cautivan suelen no aparecerse más que una vez en la vida . Pasan como sombras , envueltas en el misterio de un crepúsculo ideal . Si volviesen a pasar , quizá desvaneceríase el encanto . ¡ Y a qué volver , si una mirada suya basta a comunicarnos todas las secretas melancolías del amor ! ¡ Oh románticos devaneos , pobres hijos del ideal , nacidos durante algunas horas de viaje ! ¿ Quién llegó a viejo y no ha sentido estremecerse el corazón bajo la caricia de vuestra ala blanca ? ¡ Yo guardo en el alma tantos de estos amores ! Aun hoy , con la cabeza llena de canas , viejo prematuro , no puedo recordar sin melancolía un rostro de mujer , entrevisto cierta madrugada entre Urbino y Roma , cuando yo estaba en la Guardia Noble de Su Santidad : Es una figura de ensueño pálida y suspirante , que flota en lo pasado y esparce sobre todos mis recuerdos juveniles el perfume ideal de esas flores secas que entre cartas y rizos , guardan los enamorados , y en el fondo de algún cofrecillo parecen exhalar el cándido secreto de los primeros amores . Los ojos de la Niña Chole habían removido en mi alma tan lejanas memorias , tenues como fantasmas , blancas como bañadas por luz de luna . Aquella sonrisa , evocadora de la sonrisa de Lilí , había encendido en mi sangre tumultuosos deseos y en mi espíritu ansia vaga de amor . Rejuvenecido y feliz , con cierta felicidad melancólica , suspiraba por los amores ya vividos , al mismo tiempo que me embriagaba con el perfume de aquellas rosas abrileñas que tornaban a engalanar el viejo tronco . El corazón , tanto tiempo muerto , sentía con la ola de savia juvenil que lo inundaba nuevamente , la nostalgia de viejas sensaciones : Sumergíase en la niebla del pasado y saboreaba el placer de los recuerdos , ese placer de moribundo que amó mucho y en formas muy diversas . ¡ Ay , era delicioso aquel estremecimiento que la imaginación excitada comunicaba a los nervios ! ... Y en tanto , la noche detendía por la gran llanura su sombra llena de promesas apasionadas , y los pájaros de largas alas volaban de las ruinas . Di algunos pasos , y con voces que repitió el eco milenario de aquellos palacios , llamé al indio que me servía de guía . Con el overo ya embridado asomó tras un ídolo gigantesco esculpido en piedra roja . Cabalgué y partimos . El horizonte relampagueaba . Un vago olor marino , olor de algas y brea , mezclábase por veces al mareante de la campiña , y allá , muy lejos , en el fondo oscuro del Oriente , se divisaba el resplandor rojizo de la selva que ardía . La naturaleza , lujuriosa y salvaje , aún palpitante del calor de la tarde , semejaba dormir el sueño profundo y jadeante de una fiera fecundada . En aquellas tinieblas pobladas de susurros nupciales y de moscas de luz que danzan entre las altas yerbas , raudas y quiméricas , me parecía respirar una esencia suave , deliciosa , divina : La esencia que la madurez del Estío vierte en el cáliz de las flores y en los corazones . Ya metida la noche llegamos a San Juan de Tuxtlan . Descabalgué y arrojando al guía las riendas del caballo , por una calle solitaria bajé solo a la playa . Al darme en el rostro la brisa del mar , avizoreme pensando si la fragata habría zarpado . En estas dudas iba , cuando percibo a mi espalda blando rumor de pisadas descalzas . Un indio ensabanado se me acerca : — ¿ No tiene mi amito cosita que me ordenar ? — Nada , nada ... El indio hace señal de alejarse : — ¿ Ni precisa que le guíe , niño ? — No preciso nada . Sombrío y musitando , embózase mejor en la sábana que le sirve de clámide y se va . Yo sigo adelante camino de la playa . De pronto la voz mansa y humilde del indio llega nuevamente a mi oído . Vuelvo la cabeza y le descubro a pocos pasos . Venía a la carrera y cantaba los gozos de Nuestra Señora de Guadalupe . Me dio alcance y murmuró emparejándose : — De verdad , niño , si se pierde no sabrá salir de los médanos ... El hombre empieza a cansarme , y me resuelvo a no contestarle . Esto , sin duda , le anima , porque sigue acosándome buen rato de camino . Calla un momento y luego , en tono misterioso , añade : — ¿ No quiere que le lleve junto a una chinita , mi jefe ? ... Una tapatia de quince años que vive aquí merito . Andele , niño , verá bailar el jarabe . Todavía no hace un mes que la perdió el amo del ranchito de Huaxila : Niño Nacho , no sabe ? De pronto se interrumpe , y con un salto de salvaje plántaseme delante en ánimo y actitud de cerrarme el paso : Encorvado , el sombrero en una mano a guisa de broquel , la otra echada fieramente atrás , armada de una faca ancha y reluciente . Confieso que me sobrecogí . El paraje era a propósito para tal linaje de asechanzas : Médanos pantanosos cercados de negros charcos donde se reflejaba la luna , y allá lejos una barraca de siniestro aspecto , con los resquicios iluminados por la luz de dentro . Quizá me dejo robar entonces si llega a ser menos cortés el ladrón y me habla torvo y amenazante , jurando arrancarme las entrañas y prometiendo beberse toda mi sangre . Pero en vez de la intimación breve é imperiosa que esperaba , le escucho murmurar con su eterna voz de esclavo : — No se llegue , mi amito , que puede clavarse ... Oírle y recobrarme fue obra de un instante . El indio ya se recogía , como un gato montés , dispuesto a saltar sobre mí . Pareciome sentir en la medula el frío del acero : Tuve horror a morir apuñalado , y de pronto me sentí fuerte y valeroso . Con ligero estremecimiento en la voz , grité al truhán adelantando un paso , apercibido a resistirle : — ¡ Andando o te dejo seco ! El indio no se movió . Su voz de siervo pareciome llena de ironía : — ¡ No se arrugue , valedor ! ... Si quiere pasar , ahí merito , sobre esa piedra , arríe la plata . Andele , luego , luego . Otra vez volví a tener miedo de aquella faca reluciente . Sin embargo , murmuré resuelto : — ¡ Ahora vamos a verlo , bandido ! No llevaba armas , pero en las ruinas de Tequil a un indio que vendía pieles de jaguar , había tenido el capricho de comprarle su bordón que me encantó por la rareza de las labores . Aún lo conservo : Parece el cetro de un rey negro , tan oriental , y al mismo tiempo tan ingenua y primitiva , es la fantasía con que está labrado . Me afirmé los quevedos , requerí el palo , y con gentil compás de pies , como diría un bravo de ha dos siglos , adelanté hacia el ladrón , que dio un paso procurando herirme de soslayo . Por ventura mía , la luna dábale de lleno y advertí el ataque en sazón de evitarlo . Recuerdo confusamente que intenté un desarme con amago a la cabeza y golpe al brazo , y que el indio lo evitó jugándome la luz con destreza de salvaje . Después no sé . Sólo conservo una impresión angustiosa como de pesadilla . El médano iluminado por la luna ; la arena negra y movediza donde se entierran los pies ; el brazo que se cansa ; la vista que se turba ; el indio que desaparece , vuelve , me acosa , se encorva y salta con furia fantástica de gato embrujado ; y cuando el palo va a desprenderse de mi mano , un bulto que huye y el brillo de la faca que pasa sobre mi cabeza y queda temblando como víbora de plata clavada en el árbol negro y retorcido de una cruz hecha de dos troncos chamuscados ... Quedeme un momento azorado y sin darme cuenta cabal del suceso . Como a través de niebla muy espesa , vi abrirse sigilosamente la puerta de la barraca y salir dos hombres a catear la playa . Recelé algún encuentro como el pasado y tomé a buen paso camino del mar . Llegué a punto que largaba un bote de la fragata , donde iba el segundo de a bordo . Gritele , y mandó virar para recogerme . Llegado que fui a la fragata , recogíme a mi camarote , y como estuviese muy fatigado , me acosté en seguida . Cátate que no bien apago la luz empiezan a removerse las víboras mal dormidas del deseo que desde todo el día llevaba enroscadas al corazón , apercibidas a morderle . Al mismo tiempo sentíame invadido por una gran melancolía , llena de confusión y de misterio . La melancolía del sexo , germen de la gran tristeza humana . El recuerdo de la Niña Chole perseguíame con mariposeo ingrávido y terco . Su belleza índica , y aquel encanto sacerdotal , aquella gracia serpentina , y el mirar sibilino , y las caderas ondulosas , la sonrisa inquietante , los pies de niña , los hombros desnudos , todo cuanto la mente adivinaba , cuanto los ojos vieran , todo , todo era hoguera voraz en que mi carne ardía . Me figuraba que las formas juveniles y gloriosas de aquella Venus de bronce florecían entre céfiros , y que veladas primero se entreabrían turgentes , frescas , lujuriosas , fragantes como rosas de Alejandría en los jardines de Tierra Caliente . Y era tal el poder sugestivo del recuerdo , que en algunos momentos creí respirar el perfume voluptuoso que al andar esparcía su falda , con ondulaciones suaves . Poco a poco cerrome los ojos la fatiga , y el arrullo monótono y regular del agua acabó de sumirme en un sueño amoroso , febril é inquieto , representación y símbolo de mi vida . Desperteme al amanecer con los nervios vibrantes , cual si hubiese pasado la noche en un invernadero , entre plantas exóticas , de aromas raros , afroditas y penetrantes . Sobre mi cabeza sonaban voces confusas y blando pataleo de pies descalzos , todo ello acompañado de mucho chapoteo y trajín . Empezaba la faena del baldeo . Me levanté y subí al puente . Heme ya respirando la ventolina que huele a brea y algas . En aquella hora el calor es deleitante . Percíbense en el aire estremecimientos voluptuosos : El horizonte ríe bajo un hermoso sol . Envuelto en el rosado vapor que la claridad del alba extendía sobre el mar azul , adelantaba un esquife . Era tan esbelto , ligero y blanco , que la clásica comparación con la gaviota y con el cisne veníale de perlas . En las bancas traía hasta seis remeros . Bajo un palio de lona , levantado a popa , se guarecía del sol una figura vestida de blanco . Cuando el esquife tocó la escalera de la fragata ya estaba yo allí , en confusa espera de no sé qué gran ventura . Una mujer viene sentada al timón . El toldo solamente me deja ver el borde de la falda y los pies de reina calzados con chapines de raso blanco , pero mi alma la adivina . ¡ Es ella , la Salambó de los palacios de Tequil ! ... Sí , era ella , más gentil que nunca , velada apenas en el rebocillo de seda . Hela en pie sobre la banca , apoyada en los hercúleos hombros de un marinero negro . El labio abultado y rojo de la criolla sonríe con la gracia inquietante de una egipcia , de una turania . Sus ojos , envueltos en la sombra de las pestañas , tienen algo de misterioso , de quimérico y lejano , algo que hace recordar las antiguas y nobles razas que en remotas edades fundaron grandes imperios en los países del sol ... El esquife cabecea al costado de la fragata . La criolla , entre asustada y divertida , se agarra a los crespos cabellos del gigante , que impensadamente la toma al vuelo y se lanza con ella a la escala . Los dos ríen envueltos en un salsero que les moja la cara . Ya sobre cubierta , el coloso negro la deja sola y se aparta secreteando con el contramaestre . Yo gano la cámara por donde necesariamente han de pasar . Nunca el corazón me ha latido con más violencia . Recuerdo perfectamente que estaba desierta y un poco oscura . Las luces del amanecer cabrilleaban en los cristales . Pasa un momento . Oigo voces y gorjeos : Un rayo de sol más juguetón , más vivo , más alegre , ilumina la cámara , y en el fondo de los espejos se refleja la imagen de la Niña Chole . Fue aquél uno de esos largos días de mar encalmados y bochornosos que navegando a vela no tienen fin . Sólo de tiempo en tiempo alguna ráfaga cálida pasaba entre las jarcias y hacía flamear el velamen . Yo andaba avizorado y errabundo , con la esperanza de que la Niña Chole se dejase ver sobre cubierta algún momento . Vana esperanza . La Niña Chole permaneció retirada en su camarote , y acaso por esto las horas me parecieron , como nunca , llenas de tedio . Desengañado de aquella sonrisa que yo había visto y amado en otros labios , fui a sentarme en la popa . Sobre el dormido cristal de esmeralda , la fragata dejaba una estela de bullentes rizos . Sin saber cómo resurgió en mi memoria cierta canción americana que Nieves Agar , la amiga querida de mi madre , me enseñaba hace muchos años , allá en tiempos cuando yo era rubio como un tesoro y solía dormirme en el regazo de las señoras que iban de tertulia al Palacio de Bradomín . Esta afición a dormir en un regazo femenino la conservo todavía . ¡ Pobre Nieves Agar , cuántas veces me has mecido en tus rodillas al compás de aquel danzón que cuenta la historia de una criolla más bella que Atala , dormida en hamaca de seda , a la sombra de los cocoteros ! ¡ Tal vez la historia de otra Niña Chole ! Ensoñador y melancólico permanecí toda la tarde sentado a la sombra del foque , que caía lacio sobre mi cabeza . Solamente al declinar el sol se levantó una ventolina , y la fragata , con todo su velamen desplegado , pudo doblar la Isla de Sacrificios y dar fondo en aguas de Veracruz . Cautiva el alma de religiosa emoción , contemplé la abrasada playa donde desembarcaron antes que pueblo alguno de la vieja Europa , los aventureros españoles , hijos de Alarico el bárbaro y de Tarik el moro . Vi la ciudad que fundaron , y a la que dieron abolengo de valentía , espejarse en el mar quieto y de plomo como si mirase fascinada la ruta que trajeron los hombres blancos : A un lado , sobre desierto islote de granito , baña sus pies en las olas el Castillo de Ulúa , sombra romántica que evoca un pasado feudal que allí no hubo , y a lo lejos la cordillera del Orizaba , blanca como la cabeza de un abuelo , dibújase con indecisión fantástica sobre un cielo clásico , de límpido y profundo azul . Recordé lecturas casi olvidadas que , niño aún , me habían hecho soñar con aquella tierra hija del sol : Narraciones medio históricas , medio novelescas , en que siempre se dibujaban hombres de tez cobriza , tristes y silenciosos , como cumple a los héroes vencidos , y selvas vírgenes , pobladas de pájaros de brillante plumaje , y mujeres como la Niña Chole , ardientes y morenas , símbolo de la pasión que dijo un cuitado poeta de estos tiempos . Como no es posible renunciar a la patria , yo , español y caballero , sentía el corazón henchido de entusiasmo y poblada de visiones gloriosas la mente , y la memoria llena de recuerdos históricos . La imaginación exaltada me fingía al aventurero extremeño poniendo fuego a sus naves , y a sus hombres esparcidos por la arena , atisbándole de través , los mostachos enhiestos al antiguo uso marcial , y sombríos los rostros varoniles , curtidos y con pátina , como las figuras de los cuadros muy viejos . Yo iba a desembarcar en aquella playa sagrada , siguiendo los impulsos de una vida errante , y al perderme , quizá para siempre , en la vastedad del viejo Imperio Azteca , sentía levantarse en mi alma de aventurero , de hidalgo y de cristiano , el rumor augusto de la Historia . Apenas anclamos sale en tropel de la ribera una gentil flotilla , compuesta de esquifes y canoas . Desde muy lejos se oye el son monótono del remo . Centenares de cabezas asoman sobre la borda de la fragata , y abigarrada muchedumbre hormiguea , se agita y se desata en el entrepuente . Hablase a gritos el español , el inglés , el chino . Los pasajeros hacen señas a los barqueros indios para que se aproximen : Ajustan , disputan , regatean , y al cabo , como rosario que se desgrana , van cayendo en el fondo de las canoas que rodean la escalera y esperan ya con los remos armados . La flotilla se dispersa . Todavía a larga distancia vese una diminuta figura moverse agitando los brazos , y se oyen sus voces , que destaca y agranda la quietud solemne de aquellas regiones abrasadas . Ni una sola cabeza se ha vuelto hacia la fragata para mandarle un adiós de despedida . Allá van , sin otro deseo que tocar cuanto antes la orilla . Son los conquistadores del oro . La noche se avecina . En esta hora del crepúsculo , el deseo ardiente que la Niña Chole me produce se aquilata y purifica , hasta convertirse en ansia vaga de amor ideal y poético . Todo oscurece lentamente : Gime la brisa , riela la luna , el cielo azul turquí se torna negro , de un negro solemne donde las estrellas adquieren una limpidez profunda . Es la noche americana de los poetas . Acababa de bajar a mi camarote , y hallábame tendido en la litera fumando una pipa , y quizá soñando con la Niña Chole , cuando se abre la puerta y veo aparecer a Julio César , un rapazuelo mulato que me había regalado en Jamaica cierto aventurero portugués que , andando el tiempo , llegó a general en la República Dominicana . Julio César se detiene en la puerta , bajo el pabellón que forman las cortinas : — ¡ Mi amito ! A bordo viene un moreno que mata los tiburones en el agua con el trinchete . ¡ Suba , mi amito , no se dilate ! ... Y desaparece velozmente , como esos etíopes carceleros de princesas en los castillos encantados . Yo , espoleado por la curiosidad , salgo tras él . Heme en el puente que ilumina la plácida claridad del plenilunio . Un negro colosal , con el traje de tela chorreando agua , se sacude como un gorila , en medio del corro que a su rededor han formado los pasajeros , y sonríe mostrando sus blancos dientes de animal familiar . A pocos pasos dos marineros encorvados sobre la borda de estribor , halan un tiburón medio degollado , que se balancea fuera del agua , al costado de la fragata . Mas he ahí que de pronto rompe el cable , y el tiburón desaparece en medio de un remolino de espumas . El negrazo musita apretando los labios elefancíacos : — ¡ Pendejos ! Y se va , dejando como un rastro en la cubierta del navío las huellas húmedas de sus pies descalzos . Una voz femenina le grita desde lejos : — ¡ Che , moreno ! ... — ¡ Voy , horita ! ... No me dilato . La forma de una mujer blanquea sobre negro fondo en la puerta de la cámara . ¡ No hay duda , es ella ! ¿ Pero cómo no la he adivinado ? ¿ Qué hacías tú , corazón , que no me anunciabas su presencia ? ¡ Oh , con cuánto gusto hubiérate entonces puesto bajo sus lindos pies para castigo ! El marinero se acerca : — ¿ Manda alguna cosa la Niña Chole ? — Quiero verte matar un tiburón . El negro sonríe con esa sonrisa blanca de los salvajes , y pronuncia lentamente , sin apartar los ojos de las olas que argenta la luna : — No puede ser , mi amita : Se ha juntado una punta de tiburones , ¿ sabe ? — ¿ Y tienes miedo ? — ¡ Qué va ! ... Aunque fácilmente , como la sazón está peligrosa ... Vea su merced no más ... La Niña Chole no le dejó concluir : — ¿ Cuánto te han dado esos señores ? — Veinte tostones : Dos centenes , ¿ sabe ? Oyó la respuesta el contramaestre , que pasaba ordenando una maniobra , y con esa concisión dura y franca de los marinos curtidos , sin apartar el pito de los labios ni volver la cabeza , apuntole : — ¡ Cuatro monedas y no seas guaje ! ... El negro pareció dudar . Asomose al barandal de estribor y observó un instante el fondo del mar donde temblaban amortiguadas las estrellas . Veíanse cruzar argentados y fantásticos peces que dejaban tras sí estela de fosforescentes chispas y desaparecían confundidos con los rieles de la luna : En la zona de sombra que sobre el azul de las olas proyectaba el costado de la fragata , esbozábase la informe mancha de una cuadrilla de tiburones . El marinero se apartó reflexionando . Todavía volviose una o dos veces a mirar las dormidas olas , como penetrado de la queja que lanzaban en el silencio de la noche . Picó un cigarro con las uñas , y se acercó : — Cuatro centenes , ¿ le apetece a mi amita ? La Niña Chole , con ese desdén patricio que las criollas opulentas sienten por los negros , volvió a él su hermosa cabeza de reina india , y en tono tal , que las palabras parecían dormirse cargadas de tedio en el borde de los labios , murmuró : — ¿ Acabarás ? ... ¡ Sean los cuatro centenes ! ... Los labios hidrópicos del negro esbozaron una sonrisa de ogro avaro y sensual : Seguidamente despojose de la blusa , desenvainó el cuchillo que llevaba en la cintura y como un perro de Terranova tomole entre los dientes y se encaramó sobre la borda . El agua del mar relucía aún en aquel torso desnudo que parecía de barnizado ébano . Inclinose el negrazo sondando con los ojos el abismo : Luego , cuando los tiburones salieron a la superficie , le vi erguirse negro y mitológico sobre el barandal que iluminaba la luna , y con los brazos extendidos echarse de cabeza y desaparecer buceando . Tripulación y pasajeros , cuantos se hallaban sobre cubierta , agolpáronse a la borda . Sumiéronse los tiburones en busca del negro , y todas las miradas quedaron fijas en un remolino que no tuvo tiempo a borrarse , porque casi incontinenti una mancha de espumas rojas coloreó el mar , y en medio de los hurras de la marinería y el vigoroso aplaudir de las manos coloradotas y plebeyas de los mercaderes salió a flote la testa chata y lanuda del marinero que nadaba ayudándose de un solo brazo , mientras con el otro sostenía entre aguas un tiburón degollado por la garganta , donde traía clavado el cuchillo . Tratose en tropel de izar al negro : Arrojáronse cuerdas , ya para el caso prevenidas , y cuando levantaba medio cuerpo fuera del agua rasgó el aire un alarido horrible , y le vimos abrir los brazos y desaparecer sorbido por los tiburones . Yo permanecía aún sobrecogido cuando sonó a mi espalda una voz que decía : — ¿ Quiere hacerme sitio , señor ? Al mismo tiempo alguien tocó suavemente mi hombro . Volví la cabeza y halleme con la Niña Chole . Vagaba cual siempre , por su labio inquietante sonrisa , y abría y cerraba velozmente una de sus manos , en cuya palma vi lucir varias monedas de oro . Rogome con cierto misterio que la dejase sitio , y doblándose sobre la borda las arrojó lo más lejos que pudo . En seguida volviose a mí con gentil escorzo de todo el busto : — ¡ Ya tiene para el flete de Carón ! ... Yo debía estar más pálido que la muerte , pero como ella fijaba en mí sus hermosos ojos y sonreía , venciome el encanto de los sentidos , y mis labios aún trémulos , pagaron aquella sonrisa de reina antigua con la sonrisa del esclavo , que aprueba cuanto hace su señor . La crueldad de la criolla me horrorizaba y me atraía : Nunca como entonces me pareciera tentadora y bella . Del mar oscuro y misterioso subían murmullos y aromas : La blanca luna les prestaba no sé qué rara voluptuosidad . La trágica muerte de aquel coloso negro , el mudo espanto que se pintaba aún en todos los rostros , un violín que lloraba en la cámara , todo en aquella noche , bajo aquella luna , era para mí objeto de voluptuosidad depravada y sutil ... Alejose la Niña Chole con ese andar rítmico y ondulante que recuerda al tigre , y al desaparecer , una duda cruel me mordió el corazón . Hasta entonces no había reparado que a mi lado estaba un adolescente bello y rubio , que recordé haber visto al desembarcar en la playa de Tuxtlan . ¿ Sería para él la sonrisa de aquella boca , en donde parecía dormir el enigma de algún antiguo culto licencioso , cruel y diabólico ? Con las primeras luces del alba desembarqué en Veracruz . Tuve miedo de aquella sonrisa de Lilí , que ahora se me aparecía en boca de otra mujer . Tuve miedo de aquellos labios , los labios de Lilí , frescos , rojos , fragantes como las cerezas de nuestro huerto , que tanto gustaba de ofrecerme en ellos . Si el pobre corazón es liberal , y dio hospedaje al amor más de una y de dos veces , y gustó sus contadas alegrías , y padeció sus innumerables tristezas , no pueden menos de causarle temblores , miradas y sonrisas cuando los ojos y los labios que las prodigan son como los de la Niña Chole . ¡ Yo he temblado entonces , y temblaría hoy , que la nieve de tantos inviernos cayó sin deshelarse sobre mi cabeza ! Ya otras veces había sentido ese mismo terror de amar , pero llegado el trance de poner tierra por medio , siempre me habían faltado los ánimos como a una romántica damisela . ¡ Flaquezas del corazón mimado toda la vida por mi ternura , y toda la vida dándome sinsabores ! Hoy tengo por experiencia averiguado que únicamente los grandes santos y los grandes pecadores , poseen la virtud necesaria para huir las tentaciones del amor . Yo confieso humildemente que sólo en aquella ocasión pude dejar de ofrecerle el nido de mi pecho al sentir el roce de sus alas . ¡ Tal vez por eso el destino tomó a empeño probar el temple de mi alma ! Cuando arribábamos a la playa en un esquife de la fragata , otro esquife empavesado con banderas y gallardetes , acababa de varar en ella , y mis ojos adivinaron a la Niña Chole en aquella mujer blanca y velada que desde la proa saltó a la orilla . Sin duda estaba escrito que yo había de ser tentado y vencido . Hay mártires con quienes el diablo se divierte robándoles la palma , y desgraciadamente , yo he sido uno de esos toda la vida . Pasé por el mundo como un santo caído de su altar y descalabrado . Por fortuna , algunas veces pude hallar manos blancas y piadosas que vendasen mi corazón herido . Hoy , al contemplar las viejas cicatrices y recordar cómo fui vencido , casi me consuelo . En una Historia de España , donde leía siendo niño , aprendí que lo mismo da triunfar que hacer gloriosa la derrota . Al desembarcar en Veracruz , mi alma se llenó de sentimientos heroicos . Yo crucé ante la Niña Chole orgulloso y soberbio como un conquistador antiguo . Allá en sus tiempos mi antepasado Gonzalo de Sandoval , que fundó en México el reino de la Nueva Galicia , no habrá mostrado mayor desvío ante las princesas aztecas sus prisioneras , y sin duda la Niña Chole era como aquellas princesas que sentían el amor al ser ultrajadas y vencidas , porque me miraron largamente sus ojos y la sonrisa más bella de su boca fue para mí . La deshojaron los labios como las esclavas deshojaban las rosas al paso triunfal de los vencedores . Yo , sin embargo , supe permanecer desdeñoso . Por aquella playa de dorada arena subimos a la par , la Niña Chole entre un cortejo de criados indios , yo precedido de mi esclavo negro . Casi rozando nuestras cabezas , volaban torpes bandadas de feos y negros pajarracos . Era un continuado y asustadizo batir de alas que pasaban oscureciendo el sol . Yo las sentía en el rostro como fieros abanicazos . Tan presto iban rastreando como se remontaban en la claridad azul . Aquellas largas y sombrías bandadas cerníanse en la altura con revuelo quimérico , y al caer sobre las blancas azoteas moriscas las ennegrecían , y al posarse en los cocoteros del arenal desgajaban las palmas . Parecían aves de las ruinas con su cabeza leprosa , y sus alas flequeadas , y su plumaje de luto , de un negro miserable , sin brillo ni tornasoles . Había cientos , había miles . Un esquilón tocaba a misa de alba en la iglesia de los Dominicos que estaba al paso , y la Niña Chole entró con el cortejo de sus criados . Todavía desde la puerta me envió una sonrisa . ¡ Pero lo que acabó de prendarme fue aquella muestra de piedad ! En la villa Rica de la Veracruz fue mi alojamiento un venerable parador que acordaba el tiempo feliz de los virreyes . Yo esperaba detenerme allí pocas horas . Quería reunir una escolta aquel mismo día y ponerme en camino para las tierras que habían constituido mi mayorazgo . Por entonces sólo con buena guardia de escopeteros era dado aventurarse en los caminos mexicanos , donde señoreaban cuadrillas de bandoleros : ¡ Aquellos plateados tan famosos por su fiera bravura y su lujoso arreo ! Eran los tiempos de Adriano Cuéllar y Juan de Guzmán . De pronto , en el patio lleno de sol apareció la Niña Chole con su séquito de criados . Majestuosa y altiva se acercaba con lentitud , dando órdenes a un caballerango que escuchaba con los ojos bajos y respondía en lengua yucateca , esa vieja lengua que tiene la dulzura del italiano y la ingenuidad pintoresca de los idiomas primitivos . Al verme hizo una gentil cortesía , y por su mandato corrieron a buscarme tres indias núbiles que parecían sus azafatas . Hablaban alternativamente como novicias que han aprendido una letanía , y recitan aquello que mejor saben . Hablaban lentas y humildes , sin levantar la mirada : — Es la Niña que nos envía , señor ... — Nos envía para decirle ... — Perdone vos , para rogarle , señor ... — Como ha sabido la Niña que vos , señor , junta una escolta , y ella también tiene de hacer camino . — ¡ Mucho camino , señor ! — ¡ Hartas leguas , señor ! — ¡ Más de dos días , señor ! Seguí a las azafatas . La Niña Chole me recibió agitando las manos : — ¡ Oh ! Perdone el enojo . Su voz era queda , salmodiada y dulce , voz de sacerdotisa y de princesa . Yo , después de haberla contemplado intensamente , me incliné . ¡ Viejas artes de enamorar , aprendidas en el viejo Ovidio ! La Niña Chole prosiguió : — En este mero instante acabo de saber que junta usted una escolta para ponerse en viaje . Si hiciésemos la misma jornada podríamos reunir la gente . Yo voy a Necoxtla . Haciendo una cortesía versallesca y suspirando , respondí : — Necoxtla , está seguramente en mi camino . La Niña Chole interrogó curiosa : — ¿ Va usted muy lejos ? ¿ Acaso a Nueva Sigüenza ? — Voy a los llanos de Tixul , que ignoro dónde están . Una herencia del tiempo de los virreyes , entre Grijalba y Tlacotalpan . La Niña Chole me miró con sorpresa : — ¿ Qué dice , señor ? Es diferente nuestra ruta . Grijalba está en la costa , y hubiérale sido mejor continuar embarcado . Me incliné de nuevo con rendimiento : — Necoxtla está en mi camino . Ella sonrió desdeñosa : — Pero no reuniremos nuestras gentes . — ¿ Por qué ? — Porque no debe ser . Le ruego , señor , que siga su camino . Yo seguiré el mío . — Es uno mismo el de los dos . Tengo el propósito de secuestrarla a usted apenas nos hallemos en despoblado . Los ojos de la Niña Chole , tan esquivos antes , se cubrieron con una amable claridad : — ¿ Diga , son locos todos los españoles ? Yo repuse con arrogancia : — Los españoles nos dividimos en dos grandes bandos : Uno , el Marqués de Bradomín , y el otro todos los demás . La Niña Chole me miró risueña : — ¡ Cuánta jactancia , señor ! En aquel momento el caballerango vino a decirle que habían ensillado , y que la gente estaba dispuesta a ponerse en camino si tal era su voluntad . Al oírle , la Niña Chole me miró intensamente , seria y muda . Después volviéndose al criado , le interrogó : — ¿ Qué caballo me habéis dispuesto ? — Aquel alazano , Niña . Véale allí . — ¿ El alazano rodado ? — ¡ Qué va , Niña ! El otro alazano del belfo blanco que bebe en el agua . Vea qué linda estampa . Tiene un paso que se traga los caminos , y la boca una seda . Lleva sobre el borrén la cantarilla de una ranchera , y galopando no la derrama . — ¿ Dónde haremos parada ? — En el convento de San Juan de Tegusco . — ¿ Llegaremos de noche ? — Llegaremos al levantarse la luna . — Pues advierte a la gente de montar luego , luego . El caballerango obedeció . La Niña Chole me pareció que apenas podía disimular una sonrisa : — Señor , mal se verá para seguirme , porque parto en el mero instante . — Yo también . — ¿ Pero acaso tiene dispuesta su gente ? — Como yo esté dispuesto , basta . Vea que camino a reunirme con mi marido y no quiera balearse con él . Pregunte y le dirán quién es el general Diego Bermúdez . Oyéndola , sonreí desdeñosamente . Tornaba en esto el caballerango , y quedose a distancia esperando silencioso y humilde . La Niña Chole le llamó : — Llega , cálzame la espuela . Ya obedecía , cuando yo arranqué de sus manos el espolín de plata é hinqué la rodilla ante la Niña Chole , que sonriendo me mostró su lindo pie prisionero en chapín de seda . Con las manos trémulas le calcé el espolín . Mi noble amigo Barbey D'Aurevilly hubiera dicho de aquel pie que era hecho para pisar un zócalo de Pharos . Yo no dije nada , pero lo besé con tan apasionado rendimiento , que la Niña Chole exclamó risueña : — Señor , deténgase en los umbrales . Y dejó caer la falda , que con dedos de ninfa sostenía levemente alzada . Seguida de sus azafatas cruzó como una reina ofendida el anchuroso patio sombreado por toldos de lona , que bajo la luz adquirían tenue tinte dorado de marinas velas . Los cínifes zumbaban en torno de un surtidor que gallardeaba al sol su airón de plata , y llovía en menudas irisadas gotas sobre el tazón de alabastro . En medio de aquel ambiente encendido , bajo aquel cielo azul donde la palmera abre su rumoroso parasol , la fresca música del agua me recordaba de un modo sensacional y remoto las fatigas del desierto y el deleitoso sestear en los oasis . De tiempo en tiempo un jinete entraba en el patio : Los mercenarios que debían darnos escolta a través de los arenales de Tierra Caliente empezaban a juntarse . Pronto estuvieron reunidas las dos huestes : Una y otra se componían de gente marcial y silenciosa : Antiguos salteadores que fatigados de la vida aventurera , y despechados del botín incierto , preferían servir a quien mejor les pagaba , sin que ninguna empresa les arredrase : Su lealtad era legendaria . Ya estaba ensillado mi caballo con las pistolas en el arzón , y a la grupa las vistosas y moriscas alforjas donde iba el viático para la jornada , cuando la Niña Chole reapareció en el patio . Al verla me acerqué sonriendo , y ella fingiéndose enojada , batió el suelo con su lindo pie . Montamos , y en tropel atravesamos la ciudad . Ya fuera de sus puertas hicimos un alto para contarnos . Después dio comienzo la jornada fatigosa y larga . Aquí y allá , en el fondo de las dunas y en la falda de arenosas colinas , se alzaban algunos jacales que entre vallados de enormes cactus asomaban sus agudas techumbres de cáñamo gris medio podrido . Mujeres de tez cobriza y mirar dulce salían a los umbrales , é indiferentes y silenciosas nos veían pasar . La actitud de aquellas figuras broncíneas revelaba esa tristeza transmitida , vetusta , de las razas vencidas . Su rostro era humilde , con dientes muy blancos y grandes ojos negros , selváticos , indolentes y velados . Parecían nacidas para vivir eternamente en los aduares y descansar al pie de las palmeras y de los ahuehuetles . Ya puesto el sol divisamos una aldea india . Estaba todavía muy lejana y se aparecía envuelta en luz azulada y en silencio de paz . Rebaños polvorientos y dispersos adelantaban por un camino de tierra roja abierto entre maizales gigantes . El campanario de la iglesia , con su enorme nido de zopilotes , descollaba sobre las techumbres de palma . Aquella aldea silenciosa y humilde , dormida en el fondo de un valle , me hizo recordar las remotas aldeas abandonadas al acercarse los aventureros españoles . Ya estaban cerradas todas las puertas y subía de los hogares un humo tenue y blanco que se disipaba en la claridad del crepúsculo como salutación patriarcal . Nos detuvimos a la entrada y pedimos hospedaje en un antiguo priorato de Comendadoras Santiaguistas . A los golpes que un espolique descargó en la puerta , una cabeza con tocas asomó en la reja y hubo largo coloquio . Nosotros , aún bastante lejos , íbamos al paso de nuestros caballos , abandonadas las riendas y distraídos en plática galante . Cuando llegamos la monja se retiraba de la reja : Poco después las pesadas puertas de cedro se abrían lentamente , y una monja donada toda blanca en su hábito , apareció en el umbral : — Pasen , hermanos , si quieren reposar en esta santa casa . Nunca las Comendadoras Santiaguistas negaban hospitalidad . A todo caminante que la demandase debía serle concedida . Así estaba dispuesto por los estatutos de la fundadora Doña Beatriz de Zayas , favorita y dama de un virrey . El escudo nobiliario de la fundadora todavía campeaba sobre el arco de la puerta . La hermana donada nos guió a través de un claustro sombreado por oscuros naranjos . Allí era el cementerio de las Comendadoras . Sobre los sepulcros , donde quedaban borrosos epitafios , nuestros pasos resonaron . Una fuente lloraba monótona y triste . Empezaba la noche , y las moscas de luz danzaban entre el negro follaje de los naranjos . Cruzamos el claustro y nos detuvimos ante una puerta forrada de cuero y claveteada de bronce . La hermana abrió . El manojo de llaves que colgaba de su cintura produjo un largo son y quedó meciéndose . La donada cruzó las manos sobre el escapulario , y pegándose al muro nos dejó paso al mismo tiempo que murmuraba gangosa : — Esta es la hospedería , hermanos . Era la hospedería una estancia fresca , con ventanas de mohosa y labrada reja , que caían sobre el jardín . En uno de los testeros campeaba el retrato de la fundadora , que ostentaba larga leyenda al pie , y en el otro un altar con paños de cándido lino . La mortecina claridad apenas dejaba entrever los cuadros de un Vía-Crucis que se desenvolvía en torno del muro . La hermana donada llegó sigilosa a demandarme qué camino hacía y cuál era mi nombre . Yo , en voz queda y devota , como ella me había interrogado , respondí : — Soy el Marqués de Bradomín , hermana , y mi ruta acaba en esta santa casa . La donada murmuró con tímida curiosidad : — Si desea ver a la Madre Abadesa , le llevaré recado . Siempre tendrá que tener un poco de paciencia , pues ahora la Madre Abadesa se halla platicando con el señor Obispo de Colima , que llegó antier . — Tendré paciencia , hermana . Veré a la Madre Abadesa cuando sea ocasión . — ¿ El Señor la conoce ya ? — No , hermana . Llego a esta santa casa para cumplir un voto . En aquel momento se acercaba la Niña Chole , y la monja , mirándola complacida , murmuró : — ¿ La Señora mi Marquesa también ? La Niña Chole cambió conmigo una mirada burlona que me pareció de alegres desposorios . Los dos respondimos a un tiempo : — También , hermana , también . — Pues ahora mismo prevengo a la Madre Abadesa . Tendrá mucho contento cuando sepa que han llegado personas de tanto linaje : Ella también es muy española . Y la hermana donada , haciendo una profunda reverencia , se alejó moviendo leve rumor de hábitos y de sandalias . Tras ella salieron los criados , y la Niña Chole quedó sola conmigo . Yo besé su mano , y ella , con una sonrisa de extraña crueldad , murmuró : — ¡ Téngase por muerto si llega a saber algo de esta burla el general Diego Bermúdez ! La Niña Chole llegó ante el altar , y cubriéndose la cabeza con el rebocillo se arrodilló . Sus siervos , agrupados en la puerta de la hospedería , la imitaron , santiguándose en medio de un piadoso murmullo . La Niña Chole alzó la voz , rezando en acción de gracias por nuestra venturosa jornada . Los siervos respondían a coro . Yo , como caballero santiaguista , recé mis oraciones dispensado de arrodillarme por el fuero que tenemos de canónigos agustinos . Entraron primero dos legas , que traían una gran bandeja de plata cargada de refrescos y confituras , y luego entró la Madre Abadesa , flotante el blanco hábito , que ostentaba la roja cruz de Santiago . Detúvose en la puerta , y con leve sonrisa , al par amable y soberana , saludó en latín : — ¡ Deo gratias ! Nosotros respondimos en romance : — ¡ A Dios sean dadas ! La Madre Abadesa tenía hermoso aspecto de infanzona : Era blanca y rubia , de buen donaire y de gran cortesanía . Sus palabras de bienvenida fueron éstas : — Yo también soy española , nacida en Viana del Prior . Cuando niña , he conocido a un caballero muy anciano que llevaba el título de Marqués de Bradomín . ¡ Era un santo ! Yo repuse sin orgullo : — Además de un santo , era mi abuelo . La Madre Abadesa sonrió benévola , y después suspiró : — ¿ Habrá muerto hace muchos años ? — ¡ Muchos ! — Dios le tenga en Gloria . Le recuerdo muy bien . Tenía corrido mucho mundo , y hasta creo que había estado aquí , en México . — Aquí hizo la guerra cuando la sublevación del cura Hidalgo . — ¡ Es verdad ! ... ¡ Es verdad ! Aunque muy niña , me acuerdo de haberle oído contar ... Era gran amigo de mi casa . Yo pertenezco a los Andrade de Cela . — ¡ Los Andrades de Cela ! ¡ Un antiguo mayorazgo ! — Desapareció a la muerte de mi padre . ¡ Qué destino el de las nobles casas , y qué tiempos tan ingratos los nuestros ! En todas partes gobiernan los enemigos de la religión y de las tradiciones , aquí lo mismo que en España . La Madre Abadesa suspiró levantando los ojos y cruzando las manos : Así terminó su plática conmigo . Después acercose a la Niña Chole con la sonrisa amable y soberana de una hija de reyes retirada a la vida contemplativa : — ¿ Sin duda la Marquesa es mexicana ? La Niña Chole inclinó los ojos poniéndose encendida : — Sí , Madre Abadesa . — ¿ Pero de origen español ? — Sí , Madre Abadesa . Como la Niña Chole vacilaba al responder , y sus mejillas se teñían de rosa , yo intervine ayudándola galante . En honor suyo inventé toda una leyenda de amor , caballeresca y romántica , como aquellas que entonces se escribían . La Madre Abadesa conmoviose tanto , que durante mi relato vi temblar en sus pestañas dos lágrimas grandes y cristalinas . Yo , de tiempo en tiempo , miraba a la Niña Chole y esperaba cambiar con ella una sonrisa , pero mis ojos nunca hallaban los suyos . Escuchaba inmóvil , con rara ansiedad . Yo mismo me maravillaba al ver cómo fluía de mis labios aquel enredo de comedia antigua . Estuve tan inspirado , que de pronto la Niña Chole sepultó el rostro entre las manos , sollozando con amargo duelo . La Madre Abadesa , muy conmovida , le oreó la frente dándole aire con el santo escapulario de su hábito , mientras yo , a viva fuerza le tenía sujetas las manos . Poco a poco tranquilizose , y la Madre Abadesa nos llevó al jardín , para que respirando la brisa nocturna , acabase de serenarse la Marquesa . Allí nos dejó solos , porque tenía que asistir al coro para rezar los maitines . El jardín estaba amurallado como una ciudadela . Era vasto y sombrío , lleno de susurros y de aromas . Los árboles de las avenidas juntaban tan estrechamente sus ramas , que sólo con grandes espacios veíamos algunos follajes argentados por la luna . Caminamos en silencio . La Marquesa suspirante , yo pensativo , sin acertar a consolarla . Entre los árboles divisamos un paraje raso con oscuros arrayanes bordeados por blancas y tortuosas sendas : La luna derramaba sobre ellas su luz lejana é ideal como un milagro . La Marquesa se detuvo . Dos legas estaban sentadas al pie de una fuente rodeada de laureles enanos , que tienen la virtud de alejar el rayo . No se sabía si las dos legas rezaban o se decían secretos del convento , porque el murmullo de sus voces se confundía con el murmullo del agua . Estaban llenando sus ánforas . Al acercarnos saludaron cristianamente : — ¡ Ave María Purísima ! — ¡ Sin pecado concebida ! Yo quise beber de la fuente , y ellas me lo impidieron con grandes gritos : — ¡ Señor ! ¿ Qué hace , señor ? Me detuve un poco inmutado : — ¿ Es venenosa esta agua ? — Santígüese , señor . Es agua bendita , y solamente la Comunidad tiene bula para beberla . Bula del Santo Padre , venida de Roma . ¡ Es agua santa del Niño Jesús ! Y las dos legas , hablando a coro , mostrábanme el angelote desnudo , que enredador y tronera vertía el agua en el tazón de alabastro por su menuda y cándida virilidad . Me dijeron que era el Niño Jesús . Oyendo esto , la Marquesa santiguose devotamente . Yo aseguré a las legas que también tenía bula para beber las aguas del Niño Jesús . Ellas me miraron mostrando gran respeto , y disputáronse ofrecerme sus ánforas , pero yo preferí saciar mi sed aplicando los labios al santo surtidor de donde el agua manaba . Me acometió tal tentación de risa , que por poco me ahogo . La Niña Chole , que no podía creer la historia de mi bula , me recordó en voz baja que Dios castiga siempre el sacrilegio . Después de los maitines vino a buscarnos una monja y nos condujo al refectorio donde estaba dispuesta la colación . Hablaba con las manos juntas : Era vieja y gangosa . Nosotros la seguimos , pero al pisar los umbrales del convento la Niña Chole se detuvo vacilante : — Hermana , yo guardo el día ayunando , y no puedo entrar en el refectorio para hacer colación . Al mismo tiempo sus ojos de reina india imploraban mi ayuda : Se la otorgué liberal . Comprendí que la Niña Chole temía ser conocida de algún caminante , pues todos los que llegaban al convento se reunían a son de campana para hacer colación . La monja edificada por aquel ayuno , interrogó solícita : — ¿ Qué desea mi señora ? — Retirarme a descansar , hermana . — Pues cuando le plazca , mi señora . ¿ Sin duda traen muy larga jornada ? — Desde Veracruz . — Cierto que sentirá grande fatiga la pobrecita . Hablando de esta suerte nos hizo cruzar un largo corredor . Por las ventanas entraba la luz blanca de la luna . En aquella santa paz el acompasado son de mis espuelas despertaba un eco sacrílego y marcial , y como amedrentadas por él , la monja y la Marquesa caminaban ante mí con leve y devoto rumor . La monja abrió una puerta de antigua tracería , y apartándose a un lado murmuró : — Pase mi señora : Yo nada me retardo . Guío al Señor Marqués al refectorio , y torno a servirla luego , luego . La Marquesa entró sin mirarme . La monja cerró la puerta y alejose como una sombra llamándome con vago ademán . Guiome hasta el refectorio , y saludando más gangosa que nunca , se alejó . Entré , y cuando mis ojos buscaban un sitial vacío en torno de la mesa , alzose el capellán del convento , y vino a decirme con gran cortesanía que mi puesto estaba a la cabecera . El capellán era un fraile dominico , humanista y poeta , que había vivido muchos años desterrado de México por el Arzobispo , y privado de licencias para confesar y decir misa . Todo ello por una falsa delación . Esta historia me la contaba en tanto me servía . Al terminar , me habló así : — Ya sabe el Señor Marqués de Bradomín la vida y milagros de Fray Lope Castellar . Si necesita un capellán para su casa , créame que con sumo gusto dejaré a estas santas señoras . Aun cuando sea para cruzar los mares , mi Señor Marqués . — Ya tengo capellanes en España . — Perdone entonces . Pues para servirle aquí , en este México de mis pecados , donde en un santiamén dejan sin vida a un cristiano . Créame , quien pueda pagarse un capellán , debe hacerlo , aun cuando sólo sea para tener a mano quien le absuelva en trance de muerte . Había terminado la colación , y entre el sordo y largo rumor producido por los sitiales , todos nos pusimos en pie para rezar una oración de gracias compuesta por la piadosa fundadora Doña Beatriz de Zayas . Las legas comenzaron a levantar los manteles , y la Madre Abadesa entró sonriendo benévolamente : — ¿ El Señor Marqués , prefiere que se disponga otra celda para su descanso ? El rubor que asomó en las mejillas de la Madre Abadesa me hizo comprender , y sin dominar una sonrisa respondí : — Haré compañía a la Marquesa , que es muy medrosa , si lo consienten los estatutos de esta santa casa . La Madre Abadesa me interrumpió : — Los estatutos de esta santa casa no pueden ir en contra de la Religión . Sentí un vago sobresalto . La Madre Abadesa inclinó los ojos , y permaneciendo con ellos bajos , dijo pausada y doctoral : — Para Nuestro Señor Jesucristo merecen igual amor las criaturas que junta con santo lazo su voluntad , que aquellas apartadas de la vida mundana , también por su Gracia ... Yo no soy como el fariseo que se creía mejor que los demás , Señor Marqués . La Madre Abadesa , con su hábito blanco , estaba muy bella , y como me parecía una gran dama , capaz de comprender la vida y el amor , sentí la tentación de pedirle que me acogiese en su celda , pero fue sólo la tentación . Acercose con una lámpara encendida aquella monja vieja y gangosa que me había acompañado al refectorio , y la Madre Abadesa , después de haberle encomendado que me guiase , se despidió . Confieso que sentí una vaga tristeza viéndola alejarse por el corredor , flotante el noble hábito que blanqueaba en las tinieblas . Volviéndome a la monja , que esperaba inmóvil con la lámpara , le pregunté : — ¿ Debe besársele la mano a la Madre Abadesa ? La monja , echándose la toca sobre la frente , respondió : — Aquí solamente se la besamos al Señor Obispo , cuando se digna visitarnos . Y con leve rumor de sandalias comenzó a caminar delante de mí , alumbrándome hasta la puerta de la celda nupcial . Una celda espaciosa y perfumada de albahaca , con una reja abierta sobre el jardín , donde el argentado azul de la noche tropical destacaba negras y confusas las copas de los cedros . El canto igual y monótono de un grillo rompía el silencio . Yo cerré la puerta de la celda con llaves y cerrojos , y andando sin ruido , fui a entreabrir el blanco mosquitero con que se velaba pudoroso y monjil , el único lecho que había en la estancia . La niña Chole reposaba con sueño cándido y feliz : En sus labios aún vagaba dormido un rezo . Yo me incliné para besarlos : Era mi primer beso de esposo . La Niña Chole se despertó sofocando un grito : — ¿ Qué hace usted aquí , señor ? Yo repuse entre galante y paternal : — Reina y señora , velar tu sueño . La Niña Chole no acertaba a comprender cómo yo podía hallarme en su celda , y tuve que recordarle mis derechos conyugales , reconocidos por la Madre Abadesa . Ante aquel gentil recuerdo se mostró llena de enojo . Clavándome los ojos repetía : — ¡ Oh ! ... ¡ Qué terrible venganza tomará el general Diego Bermúdez ! ... Y ciega de cólera porque al oírla sonreía , me puso en la faz sus manos de princesa india , manos cubiertas de anillos , enanas y morenas , que yo hice prisioneras . Sin dejar de mirarla , se las oprimí hasta que lanzó un grito , y después dominando mi despecho , se las besé . Ella , sollozante , dejose caer sobre las almohadas : Yo , sin intentar consolarla me alejé . Sentía un fiero desdeño lleno de injurias altaneras , y para disimular el temblor de mis labios que debían estar lívidos , sonreía . Largo tiempo permanecí apoyado en la reja , contemplando el jardín susurrante y oscuro . El grillo cantaba , y era su canto un ritmo remoto y primitivo . De tarde en tarde llegaba hasta mí algún sollozo de la Niña Chole , tan apagado y tenue , que el corazón siempre dispuesto a perdonar , se conmovía . De pronto , en el silencio de la noche , una campana del convento comenzó a doblar . La Niña Chole me llamó temblorosa : — ¿ Señor , no conoce la señal de agonía ? Y al mismo tiempo se santiguó devotamente . Sin desplegar los labios me acerqué a su lecho , y quedé mirándola grave y triste . Ella , con la voz asustada , murmuró : — ¡ Una monja se halla moribunda ! Yo entonces tomando sus manos entre las mías , le dije amorosamente : — ¿ Y esto te causa miedo ? — ¡ Oh ! ... ¿ Quién será ? Ahora entrega su alma a Dios Nuestro Señor . ¿ Será alguna novicia ? Sonriendo diabólicamente , le dije : — ¡ Acaso sea yo ! ... — ¿ Cómo , señor ? — Estará a las puertas del convento el general Diego Bermúdez . — ¡ No ! ... ¡ No ! ... Y oprimiéndome las manos , comenzó a llorar . Yo quise enjugar sus lágrimas con mis labios , y ella echando la cabeza sobre las almohadas , suplicó : — ¡ Por favor ! ... ¡ Por favor ! ... Velada y queda desfallecía su voz . Quedó mirándome , temblorosos los párpados y entreabierta la rosa de su boca . La campana seguía sonando lenta y triste . En el jardín susurraban los follajes , y la brisa que hacía flamear el blanco y rizado mosquitero , nos traía aromas . Cesó el toque de agonía , y juzgando propicio el instante , besé a la Niña Chole . Ella parecía consentir , cuando de pronto en medio del silencio , la campana dobló a muerto . La Niña Chole dio un grito y se estrechó a mi pecho : Palpitante de miedo , se refugiaba en mis brazos . Mis manos , distraídas y paternales , comenzaron a desflorar sus senos . Ella , suspirando , entornó los ojos , y celebramos nuestras bodas con siete copiosos sacrificios que ofrecimos a los dioses como el triunfo de la vida . Comenzaban los pájaros a cantar en los árboles del jardín , saludando al sol , cuando nosotros , ya dispuestos para la jornada de aquel día , nos asomamos a la reja . Las albahacas , húmedas de rocío , daban una fragancia intensa , casi desusada , que tenía como una evocación de serrallo morisco y de verbenas . La Niña Chole reclinó sobre mi hombro la cabeza , suspiró débilmente , y sus ojos , sus hermosos ojos de mirar hipnótico y sagrado , me acariciaron románticos . Yo entonces le dije : — ¿ Niña , estás triste ? — Estoy triste porque debemos separarnos . La más leve sospecha nos podría costar la vida . Pasé amorosamente mis dedos entre la seda de sus cabellos , y respondí con arrogancia : — No temas : Yo sabré imponer silencio a tus criados . — Son indios , señor ... Aquí prometerían de rodillas , y allá , apenas su amo les mirase con los ojos fieros , todo se lo dirían ... ¡ Debemos darnos un adiós ! Yo besé sus manos apasionado y rendido : — ¡ Niña , no digas eso ! ... Volveremos a Veracruz . « La Dalila » quizá permanezca en el puerto : Nos embarcaremos para Grijalba : Iremos a escondernos en mi Hacienda de Tixul . La Niña Chole me acarició con una mirada larga , indefinible . Aquellos ojos de reina india eran lánguidos y brillantes : Me pareció que a la vez reprochaban y consentían . Cruzó el rebocillo sobre el pecho y murmuró poniéndose encendida : — ¡ Mi historia es muy triste ! Y para que no pudiese quedarme duda , asomaron dos lágrimas en sus ojos . Yo creí adivinar , y le dije con generosa galantería : — No intentes contármela : Las historias tristes me recuerdan la mía . Ella sollozó : — Hay en mi vida algo imperdonable . — Los hombres como yo todo lo perdonan . Al oírme escondió el rostro entre las manos : — He cometido el más abominable de los pecados : Un pecado del que sólo puede absolverme Nuestro Santo Padre . Viéndola tan afligida , acaricié su cabeza reclinándola sobre mi pecho , y le dije : — Niña , cuenta con mi valimiento en el Vaticano . Yo he sido capitán en la Guardia Noble . Si quieres , iremos a Roma en peregrinación , y nos echaremos a los pies de Gregorio XVI . — Iré yo sola ... Mi pecado es mío nada más . — Por amor y por galantería , yo debo cometer uno igual ... ¡ Acaso ya lo habré cometido ! La Niña Chole levantó hacia mí los ojos llenos de lágrimas , y suplicó : — No digas eso ... ¡ Es imposible ! Sonreí incrédulamente , y ella , arrancándose de mis brazos , huyó al fondo de la celda . Desde allí , clavándome una mirada fiera y llorosa , gritó : — Si fuese verdad , te aborrecería ... Yo era una pobre criatura inocente cuando fui víctima de aquel amor maldito . Volvió a cubrirse el rostro con las manos , y en el mismo instante yo adiviné su pecado . Era el magnífico pecado de las tragedias antiguas . La Niña Chole estaba maldita como Mirra y como Salomé . Acerqueme lleno de indulgencia , le descubrí la cara húmeda de llanto , y puse en sus labios un beso de noble perdón . Después en voz baja y dulce , le dije : — Todo lo sé . El general Diego Bermúdez es tu padre . Ella gimió con rabia : — ¡ Ojalá no lo fuese ! Cuando vino de la emigración , yo tenía doce años y apenas le recordaba ... — No le recuerdes ahora tampoco . La Niña Chole , conmovida de gratitud y de amor , ocultó la cabeza en mi hombro : — ¡ Eres muy generoso ! Mis labios temblaron ardientes sobre su oreja fresca , nacarada y suave como concha de perlas : — Niña , volveremos a Veracruz . — No ... — ¿ Acaso temes mi abandono ? ¿ No comprendes que soy tu esclavo para toda la vida ? — ¡ Toda la vida ! ... Sería tan corta la de los dos ... — ¿ Por qué ? — Porque nos mataría ... ¡ Lo ha jurado ! ... — Todo será que no cumpla el juramento . — Lo cumpliría . Y ahogada por los sollozos se enlazó a mi cuello . Sus ojos llenos de lágrimas , quedaron fijos en los míos como queriendo leer en ellos . Yo fingiéndome deslumbrado por aquella mirada , los cerré . Ella suspiró : — ¿ Quieres llevarme contigo sin saber toda mi historia ? — Ya la sé . — No . — Tú me contarás lo que falta cuando dejemos de querernos , si llega ese día . — Todo , todo debes saberlo ahora , aun cuando estoy segura de tu desprecio ... Eres el único hombre a quien he querido , te lo juro , el único ... Y , sin embargo , por huir de mi padre , he tenido un amante que murió asesinado . Calló sollozante . Yo , tembloroso de pasión , la besé en los ojos , y la besé en los labios . ¡ Aquellos labios sangrientos , aquellos ojos sombríos tan bellos como su historia ! ... Las campanas del convento tocaron a misa , y la Niña Chole quiso oírla antes de comenzar la jornada . Fue una larga misa de difuntos . Ofició Fray Lope Castellar , y en descargo de mis pecados , yo serví de acólito . Las Comendadoras cantaban en el coro los Salmos Penitenciales , y sus figuras blancas y señoriles , arrastrando los luengos hábitos , iban y venían en torno del facistol que sostenía abierto el misal de rojas letras . En el fondo de la iglesia , sobre negro paño rodeado de cirios , estaba el féretro de una monja . Tenía las manos en cruz , y envuelto a los dedos amoratados el rosario . Un pañuelo blanco le sujetaba la barbeta y mantenía cerrada la boca , que se sumía como una boca sin dientes : Los párpados permanecían entreabiertos , rígidos , azulencos : Las sienes parecían prolongarse inmensamente bajo la toca . Estaba amortajada en su hábito , y la fimbra se doblaba sobre los pies descalzos , amarillos como la cera ... Al terminarse los responsos , cuando Fray Lope Castellar se volvía para bendecir a los fieles , alzáronse en tropel algunos mercenarios de mi escolta , apostados en la puerta durante la misa , y como gerifaltes cayeron sobre el prebisterio , aprisionando a un mancebo arrodillado , que se revolvió bravamente al sentir sobre sus hombros tantas manos , y luchó encorvado y rugiente , hasta que , vencido por el número , cayó sobre las gradas . Las monjas , dando alaridos , huyeron del coro . Fray Lope Castellar adelantose estrechando el cáliz sobre el pecho : — ¿ Qué hacéis , mal nacidos ? Y el mancebo , que jadeaba derribado en tierra , gritó : — ¡ Fray Lope ! ... ¡ No se vende así al amigo ! — ¡ Ni tal sospeches , Guzmán ! Y entonces aquel hombre hizo como el jabalí herido y acosado que se sacude los alanos : De pronto le vi erguido en pie , revolverse entre el tropel que le sujetaba , libertar los brazos y atravesar la iglesia corriendo . Llegó a la puerta , y encontrándola cerrada , se revolvió con denuedo . De un golpe arrancó la cadena que servía para tocar las campanas , y armado con ella hizo defensa . Yo , admirando como se merecía tanto valor y tanto brío , saqué las pistolas y me puse de su lado : — ¡ Alto ahí ! ... Los hombres de la escolta quedaron indecisos , y en aquel momento , Fray Lope , que permanecía en el presbiterio , abrió la puerta de la sacristía , que rechinó largamente . El mancebo , haciendo con la cadena un terrible molinete , pasó sobre el féretro de la monja , rompió la hilera de cirios y ganó aquella salida . Los otros le persiguieron dando gritos , pero la puerta se cerró de golpe ante ellos , y volviéronse contra mí , alzando los brazos con amenazador despecho . Yo , apoyado en la reja del coro , dejé que se acercasen , y disparé mis dos pistolas . Abriose el grupo repentinamente silencioso , y cayeron dos hombres . La Niña Chole se levantó trágica y bella : — ¡ Quietos ! ... ¡ Quietos ! ... Aquellos mercenarios no la oyeron . Con encarnizado vocerío viniéronse para mí , amenazándome con sus pistolas . Una lluvia de balas se aplastó en la reja del coro . Yo , milagrosamente ileso , puse mano al machete : — ¡ Atrás ! ... ¡ Atrás , canalla ! La Niña Chole se interpuso , gritando con angustia : — ¡ Si respetáis su vida , he de daros harta plata ! Un viejo que a guisa de capitán estaba delante , volvió hacia ella los ojos fieros y encendidos . Sus barbas chivas temblaban de cólera : — Niña , la cabeza de Juan Guzmán está pregonada . — Ya lo sé . — Si le hubiésemos entregado vivo , tendríamos cien onzas . — Las tendréis . Hubo otra ráfaga de voces violentas y apasionadas . El viejo mercenario alzó los brazos imponiendo silencio : — ¡ Dejad a la gente que platique ! Y con la barba siempre temblona , volviose a nosotros : — ¿ Los compañeros ahí tendidos como perros , no valen ninguna cosa ? — La Niña Chole murmuró con afán : — ¡ Sí ! ... ¿ Qué quieres ? — Eso ha de tratarse con despacio . — Bueno ... — Es menester otra prenda que la palabra . La Niña Chole arrancose los anillos , que parecían dar un aspecto sagrado a sus manos de princesa , y llena de altivez se los arrojó : — Repartid eso y dejadnos . Entre aquellos hombres hubo un murmullo de indecisión , y lentamente se alejaron por la nave de la iglesia . En el presbiterio detuviéronse a deliberar . La Niña Chole apoyó sus manos sobre mis hombros y me miró en el fondo de los ojos : — ¡ Oh ! ... ¡ Qué español tan loco ! ¡ Un león en pie ! ... Respondí con una vaga sonrisa . Yo experimentaba la más violenta angustia en presencia de aquellos dos hombres caídos en medio de la iglesia , el uno sobre el otro . Lentamente se iba formando en torno de ellos un gran charco de sangre que corría por las junturas de las losas . Sentíase el borboteo de las heridas , y el estertor del que estaba caído debajo . De tiempo en tiempo se agitaba y movía una mano lívida , con estremecimientos nerviosos . Fray Lope Castellar nos esperaba en la sacristía leyendo el breviario . Sobre labrado arcón estaban las vestiduras plegadas con piadoso esmero . La sacristía era triste , con una ventana alta y enrejada oscurecida por las ramas de un cedro . Fray Lope , al vernos llegar , alzose del escaño : — ¡ Muertos les he creído ! ¡ Ha sido un milagro ! ... Siéntense : Es menester que esta dama cobre ánimos . Van a probar el vino con que celebra la misa Su Ilustrísima , cuando se digna visitarnos . Un vino de España . ¡ Famoso , famoso ! ... Ya lo dice el adagio indiano : Vino , mujer y bretaña , de España . Hablando de esta suerte , acercose a una grande y lustrosa alacena , y la abrió de par en par . Sacó de lo más hondo un pegajoso cangilón , y le olió con regalo : — Ahora verán qué néctar . Este humilde fraile celebra su misa con un licor menos delicado . Sin embargo , todo es sangre de Nuestro Señor Jesucristo . Llenó con mano temblona un vaso de plata , y presentóselo a la Niña Chole , que lo recibió en silencio , y , en silencio también , me lo pasó a mí . Fray Lope , en aquel momento , colmaba otro vaso igual : — ¡ Qué hace mi señora ! Si el noble Marqués tiene aquí ... La Niña Chole sonrió con languidez : — ¡ Le acompaña usted , Fray Lope ! Fray Lope rió sonoramente : Sentose sobre el arcón , y dejó el vaso a su lado : — El noble Marqués me permitirá una pregunta : ¿ De qué conoce a Juan de Guzmán ? — ¡ No le conozco ! ... — ¿ Y cómo le defendió tan bravamente ? — Una fantasía que me vino en aquel momento . Fray Lope movió la tonsurada cabeza , y apuró un sorbo del vaso que tenía a su diestra : — ¡ Una fantasía ! ¡ Una fantasía ! ... Juan de Guzmán es mi amigo , y , sin embargo , yo jamás hubiera osado tanto . La Niña Chole murmuró con altivo desdén : — No todos los hombres son iguales ... Yo , agradecido al buen vino que Fray Lope me escanciaba , intervine cortesano : — ¡ Más valor hace falta para cantar misa ! Fray Lope me miró con ojos burlones : — Eso no se llama valor : Es la Gracia ... Hablando así , alzamos los vasos y a un tiempo les dimos fin . Fray Lope tornó a llenarlos : — ¿ Y el noble Marqués hasta ignorará quién es Juan de Guzmán ? — Ayer , cuando juntaba mi escolta en Veracruz , oí por primera vez su nombre ... Creo que es un famoso capitán de bandidos . — ¡ Famoso ! Tiene la cabeza pregonada . — ¿ Conseguirá ponerse en salvo ? Fray Lope juntó las manos y entornó los párpados gravemente : — ¡ Y quién sabe , mi señor ! ... — ¿ Cómo se arriesgó a entrar en la iglesia ? — Es muy piadoso ... Además tiene por madrina a la Madre Abadesa . En aquel momento alzose la tapa del arcón , y un hombre que allí estaba oculto asomó la cabeza . Era Juan de Guzmán . Fray Lope corrió a la puerta y echó los cerrojos . Juan de Guzmán saltó en medio de la sacristía , y con los ojos húmedos y brillantes quiso besarme las manos . Yo le tendí los brazos . Fray Lope volvió a nuestro lado , y con la voz temblorosa y colérica murmuró : — ¡ Quien ama el peligro perece en él ! Juan de Guzmán sonrió desdeñosamente : — ¡ Todos hemos de morir , Fray Lope ! ... — Bajen siquiera la voz . Avizorado miraba alternativamente a la puerta y a la gran reja de la sacristía . Seguimos su prudente consejo , y mientras nosotros platicábamos retirados en un extremo de la sacristía , en el otro rezaba medrosamente la Niña Chole . Juan de Guzmán tenía la cabeza pregonada , aquella magnífica cabeza de aventurero español . En el siglo XVI hubiera conquistado su Real Ejecutoria de Hidalguía peleando bajo las banderas de Hernán Cortés , y acaso entonces nos dejase una hermosa memoria aquel capitán de bandoleros con aliento caballeresco , porque había nacido para ilustrar su nombre en las Indias saqueando ciudades , violando princesas y esclavizando emperadores . Viejo y cansado , cubierto de cicatrices y de gloria , tornaríase a su tierra llevando en buenas doblas de oro el botín conquistado acaso en Otumba , acaso en Mangoré . ¡ Las batallas gloriosas de alto y sonoro nombre ! Levantaría una torre , fundaría un mayorazgo con licencia del Señor Rey , y al morir tendría noble enterramiento en la iglesia de algún monasterio . La piedra de armas y un largo epitafio , recordarían las hazañas del caballero , y muchos años después , su estatua de piedra , dormida bajo el arco sepulcral , aún serviría a las madres para asustar a sus hijos pequeños . Yo confieso mi admiración por aquella noble abadesa que había sabido ser su madrina sin dejar de ser una santa . A mí seguramente hubiérame tentado el diablo , porque el capitán de los plateados tenía el gesto dominador y galán , con que aparecen en los retratos antiguos los capitanes del Renacimiento : Era hermoso como un bastardo de César Borgia . Cuentan , que al igual de aquel príncipe , mató siempre sin saña , con frialdad , como matan los hombres que desprecian la vida , y que , sin duda por eso , no miran como un crimen dar la muerte . Sus sangrientas hazañas son las hazañas que en otro tiempo hicieron florecer las epopeyas . Hoy sólo de tarde en tarde alcanzan tan alta soberanía , porque las almas son cada vez menos ardientes , menos impetuosas , menos fuertes . ¡ Es triste ver cómo los hermanos espirituales de aquellos aventureros de Indias no hallan ya otro destino en la vida que el bandolerismo caballeresco ! Aquel capitán de los plateados también tenía una leyenda de amores . Era tan famoso por su fiera bravura como por su galán arreo . Señoreaba en los caminos y en las ventas : Con valeroso alarde se mostraba solo , caracoleando el caballo y levantada sobre la frente el ala del chambergo entoquillado de oro . El zarape blanco envolvíale flotante como alquicel morisco . Era hermoso , con hermosura varonil y fiera . Tenía las niñas de los ojos pequeñas , tenaces y brillantes , el corvar de la nariz soberbio , las mejillas nobles y atezadas , los mostachos enhiestos , la barba de negra seda . En la llama de su mirar vibraba el alma de los grandes capitanes , gallarda y de través como los gavilanes de la espada . Desgraciadamente , ya quedan pocas almas así . ¡ Qué hermoso destino el de ese Juan de Guzmán , si al final de sus días se hubiese arrepentido y retirado en la paz de un monasterio para hacer penitencia , como San Francisco de Sena ! Sin otra escolta que algunos fieles caballerangos , nos tornamos a Veracruz . « La Dalila » continuaba anclada bajo el Castillo de Ulua , y la divisamos desde larga distancia , cuando nuestros caballos fatigados , sedientos , subían la falda arenosa de una colina . Sin hacer alto atravesamos la ciudad y nos dirigimos a la playa para embarcar inmediatamente . Poco después la fragata hacíase a la vela por aprovechar el viento que corría a lo lejos , rizando un mar verde como mar de ensueño . Apenas flameó la lona , cuando la Niña Chole despeinada y pálida con la angustia del mareo , fue a reclinarse sobre la borda . El capitán , con sombrero de palma y traje blanco , se paseaba en la toldilla : Algunos marineros dormitaban echados a la banda de estribor , que el aparejo dejaba en sombra , y dos jarochos que habían embarcado en San Juan de Tuxtlan jugaban al parar sentados bajo un toldo de lona levantado a popa . Eran padre é hijo . Los dos flacos y cetrinos : El viejo con grandes barbas de chivo , y el mozo todavía imberbe . Se querellaban a cada jugada , y el que perdía amenazaba de muerte al ganancioso . Contaba cada cual su dinero , y musitando airada y torvamente lo embolsaba . Por un instante los naipes quedaban esparcidos sobre el zarape puesto entre los jugadores . Después el viejo recogíalos lentamente y comenzaba a barajar de nuevo . El mozo , siempre de mal talante , sacaba de la cintura su bolsa de cuero recamada de oro , y la volcaba sobre el zarape . El juego proseguía como antes . Llegueme a ellos y estuve viéndoles . El viejo , que en aquel momento tenía la baraja , me invitó cortésmente y mandó levantar al mozo para que yo tuviese sitio a la sombra . No me hice rogar . Tomé asiento entre los dos jarochos , conté diez doblones fernandinos y los puse a la primera carta que salió . Gané , y aquello me hizo proseguir jugando , aunque desde el primer momento tuve al viejo por un redomado tahur . Su mano atezada y enjuta , que hacía recordar la garra del milano , tiraba los naipes lentamente . El mozo permanecía silencioso y sombrío , miraba al viejo de soslayo , y jugaba siempre las cartas que jugaba yo . Como el viejo perdía sin impacientarse , sospeché que abrigaba el propósito de robarme , y me previne . Sin embargo , continué ganando . Ya puesto el sol asomaron sobre cubierta algunos pasajeros . El viejo jarocho comenzó a tener corro , y creció su ganancia . Entre los jugadores estaba aquel adolescente taciturno y bello que en otra ocasión me había disputado una sonrisa de la Niña Chole . Apenas nuestras miradas se cruzaron comencé a perder . Tal vez haya sido superstición , pero es lo cierto que yo tuve el presentimiento . El adolescente tampoco ganaba : Visto con espacio , pareciome misterioso y extraño : Era gigantesco , de ojos azules y rubio ceño , de mejillas bermejas y frente muy blanca : Peinábase como los antiguos nazarenos , y al mirar entornaba los párpados con arrobo casi místico . De pronto le vi alargar ambos brazos y detener al jarocho , que había vuelto la baraja y comenzaba a tirar . Meditó un instante , y luego , lento y tardío , murmuró : — Me arriesgo con todo . ¡ Copo ! El mozo , sin apartar los ojos del viejo , exclamó : — ¡ Padre , copa ! — Lo he oído , pendejo . Ve contando ese dinero . Volvió la baraja y comenzó a tirar . Todas las miradas quedaron inmóviles sobre la mano del jarocho . Tiraba lentamente . Era una mano sádica que hacía doloroso el placer y lo prolongaba . De pronto se levantó un murmullo : — ¡ La sota ! ¡ La sota ! Aquella era la carta del bello adolescente . El jarocho se incorporó , soltando la baraja con despecho : — Hijo , ve pagando ... Y echándose el zarape sobre los hombros , se alejó . El corro se deshizo entre murmullos y comentos : — ¡ Ha ganado setecientos doblones ! — ¡ Más de mil ! Instintivamente volví la cabeza , y mis ojos descubrieron a la Niña Chole . Allí estaba , reclinada en la borda : Apartábase lánguidamente los rizos que , deshechos por el viento marino , se le metían en los ojos , y sonreía al bello y blondo adolescente . Experimenté tan vivo impulso de celos y de cólera , que me sentí palidecer . Si hubiera tenido en las pupilas el poder del basilisco , allí se quedan hechos polvo . ¡ No lo tenía , y la Niña Chole pudo seguir profanando aquella sonrisa de reina antigua ! ... Cuando se encendieron las luces de a bordo , yo continuaba en el puente , y la Niña Chole vino a colgarse de mi brazo , rozándose como una gata zalamera y traidora . Sin mostrarme celoso , supe mostrarme altivo , y ella se detuvo , clavándome los ojos con tímido reproche . Después miró en torno , y alzándose en la punta de los pies me besó celerosa : — ¿ Estás triste ? — No . — Entonces , ¿ estás enojado conmigo ? — No . — Sí tal . Nos hallábamos solos en el puente , y la Niña Chole se colgó de mis hombros suspirante y quejumbrosa : — ¡ Ya no me quieres ! ¡ Ahora qué será de mí ! ... ¡ Me moriré ! ... ¡ Me mataré ! ... Y sus hermosos ojos , llenos de lágrimas , se volvieron hacia el mar , donde rielaba la luna . Yo permanecí silencioso , aun cuando estaba profundamente conmovido . Ya cedía al deseo de consolarla , cuando apareció sobre cubierta el blondo y taciturno adolescente . La Niña Chole , un poco turbada , se enjugó las lágrimas . Creo que la expresión de mis ojos le dio espanto , porque sus manos temblaban . Al cabo de un momento , con voz apasionada y contrita , murmuró a mi oído : — ¡ Perdóname ! Yo repuse vagamente : — ¿ Que te perdone dices ? — Sí . — No tengo nada que perdonarte . Ella se sonrió , todavía con los ojos húmedos : — ¿ Para qué me lo niegas ? Estás enojado conmigo porque antes he mirado a ése ... Como no le conoces , me explico tus celos . Calló , y en su boca muda y sangrienta vi aparecer la sonrisa de un enigma perverso . El blondo adolescente conversaba en voz baja con un grumete mulato . Se apartaron lentamente y fueron a reclinarse en la borda . Yo pregunté , dominado por una cólera violenta : — ¿ Quién es ?