" ¡ Mi amor adorado , estoy muriéndome y sólo deseo verte ! " ¡ Ay ! Aquella carta de la pobre Concha se me extravió hace mucho tiempo . Era llena de afán y de tristeza , perfumada de violetas y de un antiguo amor . Sin concluir de leerla , la besé . Hacía cerca de dos años que no me escribía , y ahora me llamaba a su lado con súplicas dolorosas y ardientes . Los tres pliegos blasonados traían la huella de sus lágrimas , y la conservaron largo tiempo . La pobre Concha se moría retirada en el viejo Palacio de Brandeso , y me llamaba suspirando . Aquellas manos pálidas , olorosas , ideales , las manos que yo había amado tanto , volvían a escribirme como otras veces . Sentí que los ojos se me llenaban de lágrimas . Yo siempre había esperado en la resurrección de nuestros amores . Era una esperanza indecisa y nostálgica que llenaba mi vida con un aroma de fe : Era la quimera del porvenir , la dulce quimera dormida en el fondo de los lagos azules , donde se reflejan las estrellas del destino . ¡ Triste destino el de los dos ! El viejo rosal de nuestros amores volvía a florecer para deshojarse piadoso sobre una sepultura . ¡ La pobre Concha se moría ! Yo recibí su carta en Viana del Prior , donde cazaba todos los otoños . El Palacio de Brandeso está a pocas leguas de jornada . Antes de ponerme en camino , quise oír a María Isabel y a María Fernanda , las hermanas de Concha , y fui a verlas . Las dos son monjas en las Comendadoras . Salieron al locutorio , y a través de las rejas me alargaron sus manos nobles y abaciales , de esposas vírgenes . Las dos me dijeron , suspirando , que la pobre Concha se moría , y las dos como en otro tiempo , me tutearon . ¡ Habíamos jugado tantas veces en las grandes salas del viejo Palacio señorial ! Salí del locutorio con el alma llena de tristeza . Tocaba el esquilón de las monjas : Penetré en la iglesia , y a la sombra de un pilar me arrodillé . La iglesia aún estaba oscura y desierta . Se oían las pisadas de dos señoras enlutadas y austeras que visitaban los altares : Parecían dos hermanas llorando la misma pena e implorando una misma gracia . De tiempo en tiempo se decían alguna palabra en voz queda , y volvían a enmudecer suspirando . Así recorrieron los siete altares , la una al lado de la otra , rígidas y desconsoladas . La luz incierta y moribunda de alguna lámpara , tan pronto arrojaba sobre las dos señoras un lívido reflejo , como las envolvía en sombra . Yo las oía rezar medrosamente . En las manos pálidas de la que guiaba , distinguía el rosario : Era de coral , y la cruz y las medallas de oro . Recordé que Concha rezaba con un rosario igual y que tenía escrúpulos de permitirme jugar con él . Era muy piadosa la pobre Concha , y sufría porque nuestros amores se le figuraban un pecado mortal . ¡ Cuántas noches al entrar en su tocador , donde me daba cita , la hallé de rodillas ! Sin hablar , levantaba los ojos hacia mí indicándome silencio . Yo me sentaba en un sillón y la veía rezar : Las cuentas del rosario pasaban con lentitud devota entre sus dedos pálidos . Algunas veces sin esperar a que concluyese , me acercaba y la sorprendía . Ella tornábase más blanca y se tapaba los ojos con las manos . ¡ Yo amaba locamente aquella boca dolorosa , aquellos labios trémulos y contraídos , helados como los de una muerta ! Concha desasíase nerviosamente , se levantaba y ponía el rosario en un joyero . Después , sus brazos rodeaban mi cuello , su cabeza desmayaba en mi hombro , y lloraba , lloraba de amor , y de miedo a las penas eternas . Cuando volví a mi casa había cerrado la noche : Pasé la velada solo y triste , sentado en un sillón cerca del fuego . Estaba adormecido y llamaron a la puerta con grandes aldabadas , que en el silencio de las altas horas parecieron sepulcrales y medrosas . Me incorporé sobresaltado , y abrí la ventana . Era el mayordomo que había traído la carta de Concha , y que venía a buscarme para ponernos en camino . El mayordomo era un viejo aldeano que llevaba capa de juncos con capucha , y madreñas . Manteníase ante la puerta , jinete en una mula y con otra del diestro . Le interrogué en medio de la noche : — ¿ Ocurre algo , Brión ? — Que empieza a rayar el día , Señor Marqués . Bajé presuroso , sin cerrar la ventana que una ráfaga batió . Nos pusimos en camino con toda premura . Cuando llamó el mayordomo aun brillaban algunas estrellas en el cielo . Cuando partimos oí cantar los gallos de la aldea . De todas suertes no llegaríamos hasta cerca del anochecer . Hay nueve leguas de jornada y malos caminos de herradura , trasponiendo monte . Adelantó su mula para enseñarme el camino , y al trote cruzamos la Quintana de San Clodio , acosados por el ladrido de los perros que vigilaban en las eras atados bajo los hórreos . Cuando salimos al campo empezaba la claridad del alba . Vi en lontananza unas lomas yermas y tristes , veladas por la niebla . Traspuestas aquellas , vi otras , y después otras . El sudario ceniciento de la llovizna las envolvía : No acababan nunca . Todo el camino era así . A lo lejos , por La Puente del Prior , desfilaba una recua madrugadora , y el arriero , sentado a mujeriegas en el rocín que iba postrero , cantaba a usanza de Castilla . El sol empezaba a dorar las cumbres de los montes : Rebaños de ovejas blancas y negras subían por la falda , y sobre verde fondo de pradera , allá en el dominio de un Pazo , larga bandada de palomas volaba sobre la torre señorial . Acosados por la lluvia , hicimos alto en los viejos molinos de Gundar , y , como si aquello fuese nuestro feudo , llamamos autoritarios a la puerta . Salieron dos perros flacos , que ahuyentó el mayordomo , y después una mujer hilando . El viejo aldeano saludó cristianamente : — ¡ Ave María Purísima ! La mujer contestó : — ¡ Sin pecado concebida ! Era una pobre alma llena de caridad . Nos vio ateridos de frío , vio las mulas bajo el cobertizo , vio el cielo encapotado , con torva amenaza de agua , y franqueó la puerta , hospitalaria y humilde : — Pasen y siéntense al fuego . ¡ Mal tiempo tienen , si son caminantes ! ¡ Ay ! Qué tiempo , toda la siembra anega . ¡ Mal año nos aguarda ! Apenas entramos , el mayordomo volvió a salir por las alforjas . Yo me acerqué al hogar donde ardía un fuego miserable . La pobre mujer avivó el rescoldo y trajo un brazado de jara verde y mojada , que empezó a dar humo , chisporroteando . En el fondo del muro , una puerta vieja y mal cerrada , con las losas del umbral blancas de harina , golpeaba sin tregua : ¡ Tac ! ¡ tac ! La voz de un viejo que entonaba un cantar , y la rueda del molino , resonaban detrás . Volvió el mayordomo con las alforjas colgadas de un hombro : — Aquí viene el yantar . La señora se levantó para disponerlo todo por sus manos . Salvo su mejor parecer , podríamos aprovechar este huelgo . Si cierra a llover no tendremos escampo hasta la noche . La molinera se acercó solícita y humilde : — Pondré unas trébedes al fuego , si acaso les place calentar la vianda . Puso las trébedes y el mayordomo comenzó a vaciar las alforjas : Sacó una gran servilleta adamascada y la extendió sobre la piedra del hogar . Yo , en tanto , me salí a la puerta . Durante mucho tiempo estuve contemplando la cortina cenicienta de la lluvia que ondulaba en las ráfagas del aire . El mayordomo se acercó respetuoso y familiar a la vez : — Cuando a vuecencia bien le parezca ... ¡ Dígole que tiene un rico yantar ! Entré de nuevo en la cocina y me senté cerca del fuego . No quise comer , y mandé al mayordomo que únicamente me sirviese un vaso de vino . El viejo aldeano obedeció en silencio . Buscó la bota en el fondo de las alforjas , y me sirvió aquel vino rojo y alegre que daban las viñas del Palacio , en uno de esos pequeños vasos de plata que nuestras abuelas mandaban labrar con soles del Perú , un vaso por cada sol . Apuré el vino , y como la cocina estaba llena de humo , salime otra vez a la puerta . Desde allí mandé al mayordomo y a la molinera que comiesen ellos . La molinera solicitó mi venia para llamar al viejo que cantaba dentro . Le llamó a voces . — ¡ Padre ! ¡ Mi padre ! ... Apareció blanco de harina , la montera derribada sobre un lado y el cantar en los labios . Era un abuelo con ojos bailadores y la guedeja de plata , alegre y picaresco como un libro de antiguos decires . Arrimaron al hogar toscos escabeles ahumados , y entre un coro de bendiciones sentáronse a comer . Los dos perros flacos vagaban en torno . Fue un festín donde todo lo había previsto el amor de la pobre enferma . ¡ Aquellas manos pálidas , que yo amaba tanto , servían la mesa de los humildes como las manos ungidas de las santas princesas ! Al probar el vino , el viejo molinero se levantó salmodiando : — ¡ A la salud del buen caballero que nos lo da ! ... De hoy en muchos años torne a catarlo en su noble presencia . Después bebieron la mujeruca y el mayordomo , todos con igual ceremonia . Mientras comían yo les oía hablar en voz baja . Preguntaba el molinero adónde nos encaminábamos y el mayordomo respondía que al Palacio de Brandeso . El molinero conocía aquel camino , pagaba un foro antiguo a la señora del Palacio , un foro de dos ovejas , siete ferrados de trigo y siete de centeno . El año anterior , como la sequía fuera tan grande , perdonárale todo el fruto : Era una señora que se compadecía del pobre aldeano . Yo , desde la puerta , mirando caer la lluvia , les oía emocionado y complacido . Volvía la cabeza , y con los ojos buscábales en torno del hogar , en medio del humo . Entonces bajaban la voz y me parecía entender que hablaban de mí . El mayordomo se levantó : — Si a vuecencia le parece , echaremos un pienso a las mulas y luego nos pondremos en camino . Salió con el molinero , que quiso ayudarle . La mujeruca se puso a barrer la ceniza del hogar . En el fondo de la cocina los perros roían un hueso . La pobre mujer , mientras recogía el rescoldo , no dejaba de enviarme bendiciones con un musitar de rezo : — ¡ El Señor quiera concederle la mayor suerte y salud en el mundo , y que cuando llegue al Palacio tenga una grande alegría ! ... ¡ Quiera Dios que se encuentre sana a la señora y con las colores de una rosa ! ... Dando vueltas en torno del hogar la molinera repetía monótonamente : — ¡ Así la encuentre como una rosa en su rosal ! Aprovechando un claro del tiempo , entró el mayordomo a recoger las alforjas en la cocina , mientras el molinero desataba las mulas y del ronzal las sacaba hasta el camino , para que montásemos . La hija asomó en la puerta a vernos partir : — ¡ Vaya muy dichoso el noble caballero ! ... ¡ Que Nuestro Señor le acompañe ! ... Cuando estuvimos a caballo salió al camino , cubriéndose la cabeza con el mantelo para resguardarla de la lluvia que comenzaba de nuevo , y se llegó a mí llena de misterio . Así , arrebujada , parecía una sombra milenaria . Temblaba su carne , y los ojos fulguraban calenturientos bajo el capuz del mantelo . En la mano traía un manojo de yerbas . Me las entregó con un gesto de sibila , y murmuró en voz baja : — Cuando se halle con la señora mi Condesa , póngale sin que ella le vea , estas yerbas bajo la almohada . Con ellas sanará . Las almas son como los ruiseñores , todas quieren volar . Los ruiseñores cantan en los jardines , pero en los palacios del rey se mueren poco a poco ... Levantó los brazos , como si evocase un lejano pensamiento profético , y los volvió a dejar caer . Acercose sonriendo el viejo molinero , y apartó a su hija sobre un lado del camino para dejarle paso a mi mula : — No haga caso , señor . ¡ La pobre es inocente ! Yo sentí , como un vuelo sombrío , pasar sobre mi alma la superstición , y tomé en silencio aquel manojo de yerbas mojadas por la lluvia . Las yerbas olorosas llenas de santidad , las que curan la saudade de las almas y los males de los rebaños , las que aumentan las virtudes familiares y las cosechas ... ¡ Qué poco tardaron en florecer sobre la sepultura de Concha en el verde y oloroso cementerio de San Clodio de Brandeso ! Yo recordaba vagamente el Palacio de Brandeso , donde había estado de niño con mi madre , y su antiguo jardín , y su laberinto que me asustaba y me atraía . Al cabo de los años , volvía llamado por aquella niña con quien había jugado tantas veces en el viejo jardín sin flores . El sol poniente dejaba un reflejo dorado entre el verde sombrío , casi negro , de los árboles venerables . Los cedros y los cipreses , que contaban la edad del Palacio . El jardín tenía una puerta de arco , y labrados en piedra , sobre la cornisa , cuatro escudos con las armas de cuatro linajes diferentes . ¡ Los linajes del fundador , noble por todos sus abuelos ! A la vista del Palacio , nuestras mulas fatigadas , trotaron alegremente hasta detenerse en la puerta llamando con el casco . Un aldeano vestido de estameña que esperaba en el umbral , vino presuroso a tenerme el estribo . Salté a tierra , entregándole las riendas de mi mula . Con el alma cubierta de recuerdos , penetré bajo la oscura avenida de castaños cubierta de hojas secas . En el fondo distinguí el Palacio con todas las ventanas cerradas y los cristales iluminados por el sol . De pronto vi una sombra blanca pasar por detrás de las vidrieras , la vi detenerse y llevarse las dos manos a la frente . Después la ventana del centro se abría con lentitud y la sombra blanca me saludaba agitando sus brazos de fantasma . Fue un momento no más . Las ramas de los castaños se cruzaban y dejé de verla . Cuando salí de la avenida alcé los ojos nuevamente hacia el Palacio . Estaban cerradas todas las ventanas : ¡ Aquella del centro también ! Con el corazón palpitante penetré en el gran zaguán oscuro y silencioso . Mis pasos resonaron sobre las anchas losas . Sentados en escaños de roble , lustrosos por la usanza , esperaban los pagadores de un foral . En el fondo se distinguían los viejos arcones del trigo con la tapa alzada . Al verme entrar los colonos se levantaron , murmurando con respeto : — ¡ Santas y buenas tardes ! Y volvieron a sentarse lentamente , quedando en la sombra del muro que casi los envolvía . Subí presuroso la señorial escalera de anchos peldaños y balaustral de granito toscamente labrado . Antes de llegar , a lo alto , la puerta abriose en silencio , y asomó una criada vieja , que había sido niñera de Concha . Traía un velón en la mano , y bajó a recibirme : — ¡ Páguele Dios el haber venido ! Ahora verá a la señorita . ¡ Cuánto tiempo la pobre suspirando por vuecencia ! ... No quería escribirle . Pensaba que ya la tendría olvidada . Yo he sido quien la convenció de que no . ¿ Verdad que no , Señor mi Marqués ? Yo apenas pude murmurar : — No . ¿ Pero , dónde está ? — Lleva toda la tarde echada . Quiso esperarle vestida . Es como los niños . Ya el señor lo sabe . Con la impaciencia temblaba hasta batir los dientes , y tuvo que echarse . — ¿ Tan enferma está ? A la vieja se le llenaron los ojos de lágrimas : — ¡ Muy enferma , señor ! No se la conoce . Se pasó la mano por los ojos , y añadió en voz baja , señalando una puerta iluminada en el fondo del corredor : — ¡ Es allí ! ... Seguimos en silencio . Concha oyó mis pasos , y gritó desde el fondo de la estancia con la voz angustiada : — ¡ Ya llegas ! ... ¡ Ya llegas , mi vida ! Entré . Concha estaba incorporada en las almohadas . Dio un grito , y en vez de tenderme los brazos , se cubrió el rostro con las manos y empezó a sollozar . La criada dejó la luz sobre un velador y se alejó suspirando . Me acerqué a Concha trémulo y conmovido . Besé sus manos sobre su rostro , apartándoselas dulcemente . Sus ojos , sus hermosos ojos de enferma , llenos de amor , me miraron sin hablar , con una larga mirada . Después , en lánguido y feliz desmayo , Concha entornó los párpados . La contemplé así un momento . ¡ Qué pálida estaba ! Sentí en la garganta el nudo de la angustia . Ella abrió los ojos dulcemente , y oprimiendo mis sienes entre sus manos que ardían , volvió a mirarme con aquella mirada muda que parecía anegarse en la melancolía del amor y de la muerte , que ya la cercaba : — ¡ Temía que no vinieses ! — ¿ Y ahora ? — Ahora soy feliz . Su boca , una rosa descolorida , temblaba . De nuevo cerró los ojos con delicia , como para guardar en el pensamiento una visión querida . Con penosa aridez de corazón , yo comprendí que se moría . Concha se incorporó para alcanzar el cordón de la campanilla . Yo le cogí la mano , suavemente : — ¿ Qué quieres ? — Quería llamar a mi doncella para que viniera a vestirme . — ¿ Ahora ? — Sí . Reclinó la cabeza y añadió con una sonrisa triste : — Deseo hacerte los honores de mi Palacio . Yo traté de convencerla para que no se levantase . Concha insistió : — Voy a mandar que enciendan fuego en el comedor . ¡ Un buen fuego ! Cenaré contigo . Se animaba , y sus ojos húmedos en aquel rostro tan pálido , tenían una dulzura amorosa y feliz . — Quise esperarte a pie , pero no pude . ¡ Me mataba la impaciencia ! ¡ Me puse enferma ! Yo conservaba su mano entre las mías , y se la besé . Los dos sonreímos mirándonos : — ¿ Por qué no llamas ? Yo la dije en voz baja : — ¡ Déjame ser tu azafata ! Concha soltó su mano de entre las mías : — ¡ Qué locuras se te ocurren ! — No tal . ¿ Dónde están tus vestidos ? Concha se sonrió como hacen las madres con los caprichos de sus hijos pequeños : — No sé dónde están . — Vamos , dímelo ... — ¡ Si no sé ! Y al mismo tiempo , con un movimiento gracioso de los ojos y de los labios me indicó un gran armario de roble que había a los pies de su cama . Tenía la llave puesta , y lo abrí . Se exhalaba del armario una fragancia delicada y antigua . En el fondo estaban los vestidos que Concha llevara puestos aquel día : — ¿ Son éstos ? — Sí ... Ese ropón blanco nada más . — ¿ No tendrás frío ? — No . Descolgué aquella túnica , que aún parecía conservar cierta tibia fragancia , y Concha murmuró ruborosa : — ¡ Qué caprichos tienes ! Sacó los pies fuera de la cama , los pies blancos , infantiles , casi frágiles , donde las venas azules trazaban ideales caminos a los besos . Tuvo un ligero estremecimiento al hundirlos en las babuchas de marta , y dijo con extraña dulzura : — Abre ahora esa caja larga . Escógeme unas medias de seda . Escogí unas medias de seda negra , que tenían bordadas ligeras flechas color malva : — ¿ Estas ? — Sí , las que tú quieras . Para ponérselas me arrodillé sobre la piel de tigre que había delante de su cama . Concha protestó : — ¡ Levántate ! No quiero verte así . Yo sonreía sin hacerle caso . Sus pies quisieron huir de entre mis manos . ¡ Pobres pies , que no pude menos de besar ! Concha se estremecía y exclamaba como encantada : — ¡ Eres siempre el mismo ! ¡ Siempre ! Después de las medias de seda negra , le puse las ligas , también de seda , dos lazos blancos con broches de oro . Yo la vestía con el cuidado religioso y amante que visten las señoras devotas a las imágenes de que son camaristas . Cuando mis manos trémulas anudaron bajo su barbeta delicada , redonda y pálida , los cordones de aquella túnica blanca que parecía un hábito monacal , Concha se puso en pie , apoyándose en mis hombros . Anduvo lentamente hacia el tocador , con ese andar de fantasma que tienen algunas mujeres enfermas , y mirándose en la luna del espejo , se arregló el cabello : — ¡ Qué pálida estoy ! ¡ Ya has visto , no tengo más que la piel y los huesos ! Yo protesté : — ¡ No he visto nada de eso , Concha ! Ella sonrió sin alegría . — ¡ La verdad , cómo me encuentras ? — Antes eras la princesa del sol . Ahora eres la princesa de la luna . — ¡ Qué embustero ! Y se volvió de espaldas al espejo para mirarme . Al mismo tiempo daba golpes en un " tan-tan " que había cerca del tocador . Acudió su antigua niñera : — ¿ Llamaba la señorita ? — Sí ; que enciendan fuego en el comedor . — Ya está puesto un buen brasero . — Pues que lo retiren . Enciende tú la chimenea francesa . La criada me miró : — ¿ También quiere pasar al comedor la señorita ? Tengan cuenta que hace mucho frío por esos corredores . Concha fue a sentarse en un extremo del sofá , y envolviéndose con delicia en el amplio ropón monacal , dijo con estremecimiento : — Me pondré un chal para cruzar los corredores . Y volviéndose a mí , que callaba sin querer contradecirla , murmuró llena de amorosa sumisión : — Si te opones , no . Yo repuse con pena : — No me opongo , Concha : Únicamente temo que pueda hacerte daño . Ella suspiró : — No quería dejarte solo . Entonces su antigua niñera nos aconsejó , con esa lealtad bondadosa y ruda de los criados viejos : — ¡ Natural que quieran estar juntos , y por eso mismo pensaba yo que comerían aquí en el velador ! ¿ Qué le parece a usted , señorita Concha ? ¿ Y al Señor Marqués ? Concha puso una mano sobre mi hombro , y contestó risueña : — Sí , mujer , sí . Tienes un gran talento , Candelaria . El Señor Marqués y yo te lo reconocemos . Dile a Teresina que comeremos aquí . Quedamos solos . Concha , con los ojos arrasados en lágrimas , me alargó una de sus manos , y , como en otro tiempo , mis labios recorrieron los dedos haciendo florecer en sus yemas una rosa pálida . En la chimenea ardía un alegre fuego . Sentada sobre la alfombra y apoyado un codo en mis rodillas , Concha lo avivaba removiendo los leños con las tenazas de bronce . La llama al surgir y levantarse , ponía en la blancura eucarística de su tez , un rosado reflejo , como el sol en las estatuas antiguas labradas en mármol de Pharos . Dejó las tenazas , y me tendió los brazos para levantarse del suelo . Nos contemplamos en el fondo de los ojos , que brillaban con esa alegría de los niños , que han llorado mucho y luego ríen olvidadizos . El velador ya tenía puestos los manteles , y nosotros con las manos todavía enlazadas , fuimos a sentarnos en los sillones que acababa de arrastrar Teresina . Concha me dijo : — ¿ Recuerdas cuántos años hace que estuviste aquí con tu pobre madre , la tía Soledad ? — Sí . ¿ Y tú te acuerdas ? — Hace veintitrés años . Tenía yo ocho . Entonces me enamoré de ti . ¡ Lo que sufría al verte jugar con mis hermanas mayores ! Parece mentira que una niña pueda sufrir tanto con los celos . Más tarde , de mujer , me has hecho llorar mucho , pero entonces tenía el consuelo de recriminarte . — ¡ Sin embargo , qué segura has estado siempre de mi cariño ! ... ¡ Y cómo lo dice tu carta ! Concha parpadeó para romper las lágrimas que temblaban en sus pestañas . — No estaba segura de tu cariño : Era de tu compasión . Y su boca reía melancólicamente , y sus ojos brillaban con dos lágrimas rotas en el fondo . Quise levantarme para consolarla , y me detuvo con un gesto . Entraba Teresina . Nos pusimos a comer en silencio . Concha , para disimular sus lágrimas , alzó la copa y bebió lentamente , al dejarla sobre el mantel la tomé de su mano y puse mis labios donde ella había puesto los suyos . Concha se volvió a su doncella : — Llame usted a Candelaria que venga a servirnos . Teresina salió , y nosotros nos miramos sonriendo : — ¿ Por qué mandas llamar a Candelaria ? — Porque te tengo miedo , y la pobre Candelaria ya no se asusta de nada . — Candelaria es indulgente para nuestros amores como un buen jesuíta . — ¡ No empecemos ! ... ¡ No empecemos ! ... Concha movía la cabeza con gracioso enfado , al mismo tiempo que apoyaba un dedo sobre sus labios pálidos : — No te permito que poses ni de Aretino ni de César Borgia . La pobre Concha era muy piadosa , y aquella admiración estética que yo sentía en mi juventud por el hijo de Alejandro VI , le daba miedo como si fuese el culto al Diablo . Con exageración risueña y asustadiza me imponía silencio : — ¡ Calla ! ... ¡ Calla ! Mirándome de soslayo volvió lentamente la cabeza : — Candelaria , pon vino en mi copa ... Candelaria , que con las manos cruzadas sobre su delantal almidonado y blanco , se situaba en aquel momento a espaldas del sillón , apresurose a servirla . Las palabras de Concha , que parecían perfumadas de alegría , se desvanecieron en una queja . Vi que cerraba los ojos con angustiado gesto , y que su boca , una rosa descolorida y enferma , palidecía más . Me levanté asustado : — ¿ Qué tienes ? ¿ Qué te pasa ? No pudo hablar . Su cabeza lívida desfallecía sobre el respaldo del sillón . Candelaria fue corriendo al tocador y trajo un pomo de sales . Concha exhaló un suspiro y abrió los ojos llenos de vaguedad y de extravío , como si despertase de un sueño poblado de quimeras . Fijando en mí la mirada , murmuró débilmente : — No ha sido nada . Siento únicamente el susto tuyo . Después , pasando la mano por la frente , respiró con ansia . La obligué a que bebiese unos sorbos de caldo . Reanimose , y su palidez se iluminó con tenue sonrisa . Me hizo sentar , y continuó tomando el caldo por sí misma . Al terminar , sus dedos delicados alzaron la copa del vino y me la ofrecieron trémulos y gentiles : Por complacerla humedecí los labios : Concha apuró después la copa y no volvió a beber en toda la noche . Estábamos sentados en el sofá y hacía mucho tiempo que hablábamos . La pobre Concha me contaba su vida durante aquellos dos años que estuvimos sin vernos . Una de esas vidas silenciosas y resignadas que miran pasar los días con una sonrisa triste , y lloran de noche en la oscuridad . Yo no tuve que contarle mi vida . Sus ojos parecían haberla seguido desde lejos , y la sabían toda . ¡ Pobre Concha ! Al verla demacrada por la enfermedad , y tan distinta y tan otra de lo que había sido , experimenté un cruel remordimiento por haber escuchado su ruego aquella noche en que llorando y de rodillas , me suplicó que la olvidase y que me fuese . ¡ Su madre , una santa enlutada y triste , había venido a separarnos ! Ninguno de nosotros quiso recordar el pasado y permanecimos silenciosos . Ella resignada . Yo con aquel gesto trágico y sombrío que ahora me hace sonreír . Un hermoso gesto que ya tengo un poco olvidado , porque las mujeres no se enamoran de los viejos , y sólo está bien en un Don Juan juvenil . ¡ Ay , si todavía con los cabellos blancos , y las mejillas tristes , y la barba senatorial y augusta , puede quererme una niña , una hija espiritual llena de gracia y de candor , con ella me parece criminal otra actitud que la de un viejo prelado , confesor de princesas y teólogo de amor ! Pero a la pobre Concha el gesto de Satán arrepentido la hacía temblar y enloquecer : Era muy buena , y fue por eso muy desgraciada . La pobre , dejando asomar a sus labios aquella sonrisa doliente que parecía el alma de una flor enferma , murmuró : — ¡ Qué distinta pudo haber sido nuestra vida ! — ¡ Es verdad ! ... Ahora no comprendo cómo obedecí tu ruego . Fue sin duda porque te vi llorar . — No seas engañador . Yo creí que volverías ... ¡ Y mi madre tuvo siempre ese miedo ! — No volví porque esperaba que tú me llamases . ¡ Ah , el Demonio del orgullo ! — No , no fue el orgullo ... Fue otra mujer ... Hacía mucho tiempo que me traicionabas con ella . Cuando lo supe , creí morir . ¡ Tan desesperada estuve , que consentí en reunirme con mi marido ! Cruzó las manos mirándome intensamente , y con la voz velada , y temblando su boca pálida , sollozó : — ¡ Qué dolor cuando adiviné por qué no habías venido ! ¡ Pero no he tenido para ti un solo día de rencor ! No me atreví a engañarla en aquel momento , y callé sentimental . Concha pasó sus manos por mis cabellos , y enlazando los dedos sobre mi frente , suspiró : — ¡ Qué vida tan agitada has llevado durante estos dos años ! ... ¡ Tienes casi todo el pelo blanco ! ... Yo también suspiré doliente : — ¡ Ay ! Concha , son las penas . — No , no son las penas . Otras cosas son ... Tus penas no pueden igualarse a las mías , y yo no tengo el pelo blanco ... Me incorporé para mirarla . Quité el alfilerón de oro que sujetaba el nudo de los cabellos , y la onda sedosa y negra rodó sobre sus hombros : — Ahora tu frente brilla como un astro bajo la crencha de ébano . Eres blanca y pálida como la luna . ¿ Te acuerdas cuando quería que me disciplinases con la madeja de tu pelo ? ... Concha , cúbreme ahora con él . Amorosa y complaciente , echó sobre mí el velo oloroso de su cabellera . Yo respiré con la faz sumergida como en una fuente santa , y mi alma se llenó de delicia y de recuerdos florecidos . El corazón de Concha latía con violencia , y mis manos trémulas desabrocharon su túnica , y mis labios besaron sobre la carne , ungidos de amor como de un bálsamo : — ¡ Mi vida ! — ¡ Mi vida ! Concha cerró un momento los ojos , y poniéndose en pie , comenzó a recogerse la madeja de sus cabellos : — ¡ Vete ! ... ¡ Vete por Dios ! ... Yo sonreí mirándola : — ¿ Adonde quieres que me vaya ? — ¡ Vete ! ... Las emociones me matan , y necesito descansar . Te escribí que vinieses , porque ya entre nosotros no puede haber más que un cariño ideal ... Tú comprenderás que enferma como estoy , no es posible otra cosa . Morir en pecado mortal ... ¡ Qué horror ! Y más pálida que nunca cruzó los brazos , apoyando las manos sobre los hombros en una actitud resignada y noble que le era habitual . Yo me dirigí a la puerta : — ¡ Adiós , Concha ! Ella suspiró : — ¡ Adiós ! — ¿ Quieres llamar a Candelaria para que me guíe por esos corredores ? — ¡ Ah ! ... ¡ Es verdad que aún no sabes ! ... Fue al tocador y golpeó en el " tan-tan " . Esperamos silenciosos sin que nadie acudiese . Concha me miró indecisa : — Es probable que Candelaria ya esté acostada ... — En ese caso ... Me vio sonreír , y movió la cabeza seria y triste . — En ese caso , yo te guiaré . — Tú no debes exponerte al frío . — Sí , sí ... Tomó uno de los candelabros del tocador , y salió presurosa , arrastrando la luenga cola de su ropón monacal . Desde la puerta volvió la cabeza llamándome con los ojos , y toda blanca como un fantasma , desapareció en la oscuridad del corredor . Salí tras ella , y la alcancé : — ¡ Qué loca estás ! Ríose en silencio y tomó mi brazo para apoyarse . En la cruz de dos corredores abríase una antesala redonda , grande y desmantelada , con cuadros de santos y arcones antiguos . En un testero arrojaba cerco mortecino de luz , la mariposa de aceite que alumbraba los pies lívidos y atarazados de Jesús Nazareno . Nos detuvimos al ver la sombra de una mujer arrebujada en el hueco del balcón . Tenía las manos cruzadas en el regazo , y la cabeza dormida sobre el pecho . Era Candelaria que al ruido de nuestros pasos despertó sobresaltada : — ¡ Ah ! ... Yo esperaba aquí , para enseñarle su habitación al Señor Marqués . Concha le dijo : — Creí que te habías acostado , mujer . Seguimos en silencio hasta la puerta entornada de una sala donde había luz . Concha soltó mi brazo y se detuvo temblando y muy pálida : Al fin entró . Aquella era mi habitación . Sobre una consola antigua ardían las bujías de dos candelabros de plata . En el fondo , veíase la cama entre antiguas colgaduras de damasco . Los ojos de Concha lo examinaron todo con maternal cuidado . Se detuvo para oler las rosas frescas que había en un vaso , y después se despidió : — ¡ Adiós , hasta mañana ! Yo la levanté en brazos como a una niña : — No te dejo ir . — ¡ Sí , por Dios ! — No , no . Y mis ojos reían sobre sus ojos , y mi boca reía sobre su boca . Las babuchas turcas cayeron de sus pies , sin dejarla posar en el suelo , la llevé hasta la cama , donde la deposité amorosamente . Ella entonces ya se sometía feliz . Sus ojos brillaban , y sobre la piel blanca de las mejillas se pintaban dos hojas de rosa . Apartó mis manos dulcemente , y un poco confusa empezó a desabrocharse la túnica blanca y monacal , que se deslizó a lo largo del cuerpo pálido y estremecido . Abrí las sábanas y refugiose entre ellas . Entonces comenzó a sollozar , y me senté a la cabecera consolándola . Aparentó dormirse , y me acosté . Yo sentí toda la noche a mi lado aquel pobre cuerpo donde la fiebre ardía , como una luz sepulcral en vaso de porcelana tenue y blanco . La cabeza descansaba sobre la almohada , envuelta en una ola de cabellos negros que aumentaba la mate lividez del rostro , y su boca sin color , sus mejillas dolientes , sus sienes maceradas , sus párpados de cera velando los ojos en las cuencas descarnadas y violáceas , le daban la apariencia espiritual de una santa muy bella consumida por la penitencia y el ayuno . El cuello florecía de los hombros como un lirio enfermo , los senos eran dos rosas blancas aromando un altar , y los brazos de una esbeltez delicada y frágil , parecían las asas del ánfora rodeando su cabeza . Apoyado en las almohadas , la miraba dormir rendida y sudorosa . Ya había cantado el gallo dos veces , y la claridad blanquecina del alba penetraba por los balcones cerrados . En el techo las sombras seguían el parpadeo de las bujías , que habiendo ardido toda la noche se apagaban consumidas en los candelabros de plata . Cerca de la cama , sobre un sillón , estaba mi capote de cazador , húmedo por la lluvia , y esparcidas encima aquellas yerbas de virtud oculta , solamente conocida por la pobre loca del molino . Me levanté en silencio y fui por ellas . Con un extraño sentimiento , mezcla de superstición y de ironía , escondí el místico manojo entre las almohadas de Concha , sin despertarla . Me acosté , puse los labios sobre su olorosa cabellera e insensiblemente me quedé dormido . Durante mucho tiempo flotó en mis sueños la visión nebulosa de aquel día , con un vago sabor de lágrimas y de sonrisas . Creo que una vez abrí los ojos dormido y que vi a Concha incorporada a mi lado , creo que me besó en la frente , sonriendo con vaga sonrisa de fantasma , y que se llevó un dedo a los labios . Cerré los ojos sin voluntad y volví a quedar sumido en las nieblas del sueño . Cuando me desperté , una escala luminosa de polvo llegaba desde el balcón al fondo de la cámara . Concha ya no estaba , pero a poco la puerta se abrió con sigilo y Concha entró andando en la punta de los pies . Yo aparenté dormir . Ella se acercó sin hacer ruido , me miró suspirando y puso en agua el ramo de rosas frescas que traía . Fue al balcón , soltó los cortinajes para amenguar la luz , y se alejó como había entrado , sin hacer ruido . Yo la llamé riéndome : — ¡ Concha ! ¡ Concha ! Ella se volvió : — ¡ Ah ! ¿ Conque estabas despierto ? — Estaba soñando contigo . — ¡ Pues ya me tienes aquí ! — ¿ Y cómo estás ? — ¡ Ya estoy buena ! — ¡ Gran médico es amor ! — ¡ Ay ! No abusemos de la medicina . Reíamos con alegre risa el uno en brazos del otro , juntas las bocas y echadas las cabezas sobre la misma almohada . Concha tenía la palidez delicada y enferma de una Dolorosa , y era tan bella , así demacrada y consumida , que mis ojos , mis labios y mis manos hallaban todo su deleite en aquello mismo que me entristecía . Yo confieso que no recordaba haberla amado nunca en lo pasado , tan locamente como aquella noche . No había llevado conmigo ningún criado , y Concha , que tenía esas burlas de las princesas en las historias picarescas , puso un paje a mi servicio para honrarme mejor , como decía riéndose . Era un niño recogido en el Palacio . Aún le veo asomar en la puerta y quitarse la montera , preguntando respetuoso y humilde : — ¿ Da su licencia ? — Adelante . Entró con la frente baja y la monterilla de paño blanco colgada de las dos manos : — Dice la señorita , mi ama , que me mande en cuanto se le ofrezca . — ¿ En dónde queda ? — En el jardín . Y permaneció en medio de la cámara , sin atreverse a dar un paso . Creo que era el primogénito de los caseros que Concha tenía en sus tierras de Lantaño y uno de los cien ahijados de su tío Don Juan Manuel Montenegro , aquel hidalgo visionario y pródigo que vivía en el Pazo de Lantañón . Es un recuerdo que todavía me hace sonreír . El favorito de Concha no era rubio ni melancólico como los pajes de las baladas , pero con los ojos negros y con los carrillos picarescos melados por el sol , también podía enamorar princesas . Le mandé que abriese los balcones y obedeció corriendo . El aura perfumada y fresca del jardín penetró en la cámara , y las cortinas flamearon alegremente . El paje había dejado la montera sobre una silla , y volvió a recogerla . Yo le interrogué : — ¿ Tú sirves en el Palacio ? — Sí , señor . — ¿ Hace mucho ? — Va para dos años . — ¿ Y qué haces ? — Pues hago todo lo que me mandan . — ¿ No tienes padres ? — Tengo , sí , señor . — ¿ Qué hacen tus padres ? — Pues no hacen nada . Cavan la tierra . Tenía las respuestas estoicas de un paria . Con su vestido de estameña , sus ojos tímidos , su fabla visigótica y sus guedejas trasquiladas sobre la frente , con tonsura casi monacal , perecía el hijo de un antiguo siervo de la gleba : — ¿ Y fue la señorita quien te ha mandado venir ? — Sí , señor . Hallábame yo en el patín deprendiéndole la riveirana al mirlo nuevo , que los viejos ya la tienen deprendida , cuando la señorita bajó al jardín y me mandó venir . — ¿ Tú eres aquí el maestro de los mirlos ? — Sí , señor . — ¿ Y ahora , además , eres mi paje ? — Sí , señor . — ¡ Altos cargos ! — Sí , señor . — ¿ Y cuántos años tienes ? — Paréceme ... Paréceme ... El paje fijó los ojos en la monterilla , pasándola lentamente de una mano a otra , sumido en hondas cavilaciones : — Paréceme que han de ser doce , pero no estoy cierto . — ¿ Antes de venir al Palacio , dónde estabas ? — Servía en la casa de Don Juan Manuel . — ¿ Y qué hacías allí ? — Allí enseñaba al hurón . — ¡ Otro cargo palatino ! — Sí , señor . — ¿ Y cuántos mirlos tiene la señorita ? El paje hizo un gesto desdeñoso : — ¡ Tan siquiera uno ! — ¿ Pues de quién son ? — Son míos ... Cuando los tengo bien adeprendidos , se los vendo . — ¿ A quién se los vendes ? — Pues a la señorita , que me los merca todos . ¿ No sabe que los quiere para echarlos a volar ? La señorita desearía que silbasen la riveirana sueltos en el jardín , pero ellos se van lejos . Un domingo , por el mes de San Juan , venía yo acompañando a la señorita : Pasados los prados de Lantañón , vimos un mirlo que , muy puesto en la rama de un cerezo , estaba cantando la riveirana . Acuérdome que entonces dijo la señorita : ¡ Míralo adónde se ha venido el caballero ! Aquel relato ingenuo me hizo reír , y el paje al verlo ríose también . Sin ser rubio ni melancólico , era digno de ser paje de una princesa y cronista de un reinado . Yo le pregunté : — ¿ Qué es más honroso , enseñar hurones o mirlos ? El paje respondió después de meditarlo un instante : — ¡ Todo es igual ! — ¿ Y cómo has dejado el servicio de Don Juan Manuel ? — Porque tiene muchos criados ... ¡ Qué gran caballero es Don Juan Manuel ! ... Dígole que en el Pazo todos los criados le tenían miedo . Don Juan Manuel es mi padrino , y fue quien me trujo al Palacio para que sirviese a la señorita . — ¿ Y dónde te iba mejor ? El paje fijó en mí sus ojos negros e infantiles , y con la monterilla entre las manos , formuló gravemente : — Al que sabe ser humilde , en todas partes le va bien . Era una réplica calderoniana . ¡ Aquel paje también sabía decir sentencias ! Ya no podía dudarse de su destino . Había nacido para vivir en un palacio , educar los mirlos , amaestrar los hurones , ser ayo de un príncipe y formar el corazón de un gran rey . Concha me llamaba desde el jardín , con alegres voces . Salí a la solana , tibia y dorada al sol mañanero . El campo tenía una emoción latina de yuntas , de vendimias y de labranzas . Concha estaba al pie de la solana : — ¿ Tienes ahí a Florisel ? — ¿ Florisel es el paje ? — Sí . — Parece bautizado por las hadas . — Yo soy su madrina . Mándamelo . — ¿ Qué le quieres ? — Decirle que te suba estas rosas . Y Concha me enseñó su falda donde se deshojaban las rosas , todavía cubiertas de rocío , desbordando alegremente como el fruto ideal de unos amores que sólo floreciesen en los besos : — Todas son para ti . Estoy desnudando el jardín . Yo recordaba nebulosamente aquel antiguo jardín donde los mirtos seculares dibujaban los cuatro escudos del fundador , en torno de una fuente abandonada . El jardín y el Palacio tenían esa vejez señorial y melancólica de los lugares por donde en otro tiempo pasó la vida amable de la galantería y del amor . Bajo la fronda de aquel laberinto , sobre las terrazas y en los salones , habían florecido las risas y los madrigales , cuando las manos blancas que en los viejos retratos sostienen apenas los pañolitos de encaje , iban deshojando las margaritas que guardan el cándido secreto de los corazones . ¡ Hermosos y lejanos recuerdos ! Yo también los evoqué un día lejano , cuando la mañana otoñal y dorada envolvía el jardín húmedo y reverdecido por la constante lluvia de la noche . Bajo el cielo límpido , de un azul heráldico , los cipreses venerables parecían tener el ensueño de la vida monástica . La caricia de la luz temblaba sobre las flores como un pájaro de oro , y la brisa trazaba en el terciopelo de la yerba , huellas ideales y quiméricas como si danzasen invisibles hadas . Concha estaba al pie de la escalinata , entretenida en hacer un gran ramo con las rosas . Algunas se habían deshojado en su falda , y me las mostró sonriendo : — ¡ Míralas qué lástima ! Y hundió en aquella frescura aterciopelada sus mejillas pálidas : — ¡ Ah , qué fragancia ! Yo le dije sonriendo : — ¡ Tu divina fragancia ! Alzó la cabeza y respiró con delicia , cerrando los ojos y sonriendo , cubierto el rostro de rocío , como otra rosa , una rosa blanca . Sobre aquel fondo de verdura grácil y umbroso , envuelta en la luz como en diáfana veste de oro , parecía una Madona soñada por un monje seráfico . Yo bajé a reunirme con ella . Cuando descendía la escalinata , me saludó arrojando como una lluvia las rosas deshojadas en su falda . Recorrimos juntos el jardín . Las carreras estaban cubiertas de hojas secas y amarillentas , que el viento arrastraba delante de nosotros con un largo susurro : Los caracoles , inmóviles como viejos paralíticos , tomaban el sol sobre los bancos de piedra : Las flores empezaban a marchitarse en las versallescas canastillas recamadas de mirto , y exhalaban ese aroma indeciso que tiene la melancolía de los recuerdos . En el fondo del laberinto murmuraba la fuente rodeada de cipreses , y el arrullo del agua , parecía difundir por el jardín un sueño pacífico de vejez , de recogimiento y de abandono . Concha me dijo : — Descansemos aquí . Nos sentamos a la sombra de las acacias , en un banco de piedra cubierto de hojas . Enfrente se abría la puerta del laberinto misterioso y verde . Sobre la clave del arco se alzaban dos quimeras manchadas de musgo , y un sendero umbrío , un solo sendero , ondulaba entre los mirtos como el camino de una vida solitaria , silenciosa e ignorada . Florisel pasó a lo lejos entre los árboles , llevando la jaula de sus mirlos en la mano . Concha me lo mostró : — ¡ Allá va ! — ¿ Quién ? — Florisel . — ¿ Por qué le llamas Florisel ? Ella dijo , con una alegre risa . — Florisel es el paje de quien se enamora cierta princesa inconsolable en un cuento . — ¿ Un cuento de quién ? — Los cuentos nunca son de nadie . Sus ojos misteriosos y cambiantes miraban a lo lejos , y me sonó tan extraña su risa , que sentí frío . ¡ El frío de comprender todas las perversidades ! Me pareció que Concha también se estremecía . La verdad es que nos hallábamos a comienzos de Otoño y que el sol empezaba a nublarse . Volvimos al Palacio . El palacio de Brandeso , aunque del siglo décimo octavo , es casi todo de estilo plateresco . Un Palacio a la italiana con miradores , fuentes y jardines , mandado edificar por el Obispo de Corinto Don Pedro de Bendaña , Caballero del Hábito de Santiago , Comisario de Cruzada y Confesor de la Reina Doña María Amelia de Parma . Creo que un abuelo de Concha y mi abuelo el Mariscal Bendaña , sostuvieron pleito por la herencia del Palacio . No estoy seguro , porque mi abuelo sostuvo pleitos hasta con la Corona . Por ellos heredé toda una fortuna en legajos . La historia de la noble Casa de Bendaña es la historia de la Cancillería de Valladolid . Como la pobre Concha tenía el culto de los recuerdos , quiso que recorriésemos el Palacio evocando otro tiempo , cuando yo iba de visita con mi madre , y ella y sus hermanas eran unas niñas pálidas que venían a besarme , y me llevaban de la mano para que jugásemos , unas veces en la torre , otras en la terraza , otras en el mirador que daba al camino y al jardín ... Aquella mañana , cuando nosotros subíamos la derruida escalinata , las palomas remontaron el vuelo y fueron a posarse sobre la piedra de armas . El sol dejaba un reflejo dorado en los cristales , los viejos alelíes florecían entre las grietas del muro , y un lagarto paseaba por el balaustral . Concha sonrió con lánguido desmayo : — ¿ Te acuerdas ? ... Y en aquella sonrisa tenue , yo sentí todo el pasado como un aroma entrañable de flores marchitas , que trae alegres y confusas memorias ... Era allí donde una dama piadosa y triste , solía referirnos historias de Santos . Cuántas veces , sentada en el hueco de una ventana , me había enseñado las estampas del Año Cristiano abierto en su regazo . Aún recuerdo sus manos místicas y nobles que volvían las hojas lentamente . La dama tenía un hermoso nombre antiguo : Se llamaba Agueda : Era la madre de Fernandina , Isabel y Concha . Las tres niñas pálidas con quienes yo jugaba . ¡ Después de tantos años volví a ver aquellos salones de respeto y aquellas salas familiares ! Las salas entarimadas de nogal , frías y silenciosas , que conservan todo el año el aroma de las manzanas agrias y otoñales puestas a madurar sobre el alféizar de las ventanas . Los salones con antiguos cortinajes de damasco , espejos nebulosos y retratos familiares : Damas con basquiña , prelados de doctoral sonrisa , pálidas abadesas , torvos capitanes . En aquellas estancias nuestros pasos resonaban como en las iglesias desiertas , y al abrirse lentamente las puertas de floreados herrajes , exhalábase del fondo silencioso y oscuro , el perfume lejano de otras vidas . Solamente en un salón que tenía de corcho el estrado , nuestras pisadas no despertaron rumor alguno : Parecían pisadas de fantasmas , tácitas y sin eco . En el fondo de los espejos el salón se prolongaba hasta el ensueño como en un lago encantado , y los personajes de los retratos , aquellos obispos fundadores , aquellas tristes damiselas , aquellos avellanados mayorazgos parecían vivir olvidados en una paz secular . Concha se detuvo en la cruz de dos corredores , donde se abría una antesala redonda , grande y desmantelada , con arcones antiguos . En un testero arrojaba cerco mortecino de luz la mariposa de aceite que día y noche alumbraba ante un Cristo desmelenado y lívido . Concha murmuró en voz baja : — ¿ Te acuerdas de esta antesala ? — Sí . ¿ La antesala redonda ? — Sí ... ¡ Era donde jugábamos ! Una vieja hilaba en el hueco de una ventana . Concha me la mostró con un gesto : — Es Micaela ... La doncella de mi madre . ¡ La pobre está ciega ! No le digas nada ... Seguimos adelante . Algunas veces Concha se detenía en el umbral de las puertas , y señalando las estancias silenciosas , me decía con su sonrisa tenue , que también parecía desvanecerse en el pasado : — ¿ Te acuerdas ? Ella recordaba las cosas más lejanas . Recordaba cuando éramos niños y saltábamos delante de las consolas para ver estremecerse los floreros cargados de rosas , y los fanales ornados con viejos ramajes áureos , y los candelabros de plata , y los daguerrotipos llenos de un misterio estelar . ¡ Tiempos aquellos en que nuestras risas locas y felices habían turbado el noble recogimiento del Palacio , y se desvanecían por las claras y grandes antesalas , por los corredores oscuros , flanqueados con angostas ventanas de montante donde arrullaban las palomas ! ... Al anochecer , Concha sintió un gran frío y tuvo que acostarse . Alarmado al verla temblar , pálida como la muerte , quise mandar por un médico a Viana del Prior , pero ella se opuso , y al cabo de una hora ya me miraba sonriendo con amorosa languidez . Descansando inmóvil sobre la blanca almohada , murmuró : — ¿ Creerás que ahora me parece una felicidad estar enferma ? — ¿ Por qué ? — Porque tú me cuidas . Yo me sonreí sin decir nada , y ella , con una gran dulzura , insistió : — ¡ Es que tú no sabes cómo yo te quiero ! En la penumbra de la alcoba la voz apagada de Concha tenía un profundo encanto sentimental . Mi alma se contagió : — ¡ Yo te quiero más , princesa ! — No , no . En otro tiempo te he gustado mucho . Por muy inocente que sea una mujer , eso lo conoce siempre , y tú sabes lo inocente que yo era . Me incliné para besar sus ojos , que tenían un velo de lágrimas , y le dije por consolarla : — ¿ Creerás que no me acuerdo , Concha ? Ella exclamó riéndose . — ¡ Qué cínico eres ! — Di qué desmemoriado . ¡ Hace ya tanto tiempo ! — ¿ Y cuánto tiempo hace , vamos a ver ? — No me entristezcas haciendo que recuerde los años . — Pues confiesa que yo era muy inocente . — ¡ Todo lo inocente que puede ser una mujer casada ! — Más , mucho más . ¡ Ay ! Tú fuiste mi maestro en todo . Exhaló las últimas palabras como si fuesen suspiros , y apoyó una de sus manos sobre los ojos . Yo la contemplé , sintiendo cómo se despertaba la voluptuosa memoria de los sentidos . Concha tenía para mí todos los encantos de otro tiempo , purificados por una divina palidez de enferma . Era verdad que yo había sido su maestro en todo . Aquella niña casada con un viejo , tenía la cándida torpeza de las vírgenes . Hay tálamos fríos como los sepulcros , y maridos que duermen como las estatuas yacentes de granito . ¡ Pobre Concha ! Sobre sus labios perfumados por los rezos , mis labios cantaron los primeros el triunfo del amor y su gloriosa exaltación . Yo tuve que enseñarle toda la lira : Verso por verso , los treinta y dos sonetos de Pietro Aretino . Aquel capullo blanco de niña desposada , apenas sabía murmurar el primero . Hay maridos y hay amantes que ni siquiera pueden servirnos de precursores , y bien sabe Dios que la perversidad , esa rosa sangrienta , es una flor que nunca se abrió en mis amores . Yo he preferido siempre ser el Marqués de Bradomín , a ser ese divino Marqués de Sade . Tal vez esa haya sido la única razón de pasar por soberbio entre algunas mujeres . Pero la pobre Concha nunca fue de éstas . Como habíamos quedado en silencio , me dijo : — ¿ En qué piensas ? — En el pasado , Concha . — Tengo celos de él . — ¡ No seas niña ! Es el pasado de nuestros amores . Ella se sonrió , cerrando los ojos , como si también evocase un recuerdo . Después murmuró con cierta resignación amable , perfumada de amor y de melancolía : — Sólo una cosa le he pedido a la Virgen de la Concepción , y creo que va a concedérmela ... Tenerte a mi lado en la hora de la muerte . Volvimos a quedar en triste silencio . Al cabo de algún tiempo , Concha se incorporó en las almohadas . Tenía los ojos llenos de lágrimas . En voz muy baja me dijo : — Xavier , dame aquel cofre de mis joyas , que está sobre el tocador . Ábrelo . Ahí guardo también tus cartas ... Vamos a quemarlas juntos ... No quiero que me sobrevivan . Era un cofre de plata , labrado con la suntuosidad decadente del siglo XVIII . Exhalaba un suave perfume de violetas , y lo aspiré cerrando los ojos : — ¿ No tienes más cartas que las mías ? — Nada más . — ¡ Ah ! Tu nuevo amor no sabe escribir . — ¿ Mi nuevo amor ? ¿ Qué nuevo amor ? ¡ Seguramente has pensado alguna atrocidad ! — Creo que sí . — ¿ Cuál ? — No te la digo . — ¿ Y si adivinase ? — No puedes adivinar . — ¿ Qué enormidad habrás pensado ? Yo exclamé riéndome : — Florisel . Por los ojos de Concha pasó una sombra de enojo : — ¡ Y serás capaz de haberlo pensado ! Hundió las manos entre mis cabellos , arremolinándolos : — ¿ Qué hago yo contigo ? ¿ Te mato ? Viéndome reír , ella reía también , y sobre su boca pálida , la risa era fresca , sensual , alegre : — ¡ No es posible que hayas pensado eso ! — Di que parece imposible . — ¿ Pero lo has pensado ? — Sí . — ¡ No te creo ! ¿ Cómo has podido siquiera imaginarlo ? — Recordé mi primera conquista . Tenía yo once años y una dama se enamoró de mí . ¡ Era también muy bella ! Concha murmuró en voz baja : — Mi tía Augusta . — Sí . — Ya me lo has contado ... ¿ Pero tú no eras más bello que Florisel ? Dudé un momento y creí que mis labios iban a mancharse con una mentira . Al fin , tuve el valor de confesar la verdad : — ¡ Ay , Concha ! Yo era menos bello . Mirándome burlona , cerró el cofre de sus joyas . — Otro día quemaremos tus cartas . Hoy no . Tus celos me han puesto de buen humor . Y echándose sobre la almohada volvió a reír como antes , con frescas y alegres carcajadas . El día de quemar aquellas cartas no llegó para nosotros : Yo me he resistido siempre a quemar las cartas de amores . Las he amado como aman los poetas sus versos . Cuando murió Concha , en el cofre de plata , con las joyas de familia las heredaron sus hijas . Las almas enamoradas y enfermas son tal vez las que tejen los más hermosos sueños de la ilusión . Yo nunca había visto a Concha ni tan alegre ni tan feliz . Aquel renacimiento de nuestros amores fue como una tarde otoñal de celajes dorados , amable y melancólica . ¡ Tarde y celajes que yo pude contemplar desde los miradores del Palacio , cuando Concha con romántica fatiga se apoyaba en mi hombro ! Por el campo verde y húmedo , bajo el sol que moría ondulaba el camino . Era luminoso y solitario . Concha suspiró con la mirada perdida : — ¡ Por ese camino hemos de irnos los dos ! Y levantaba su mano pálida , señalando a lo lejos los cipreses del cementerio . La pobre Concha hablaba de morir sin creer en ello . Yo me burlaba : — Concha , no me hagas suspirar . Ya sabes que soy un príncipe a quien tienes encantado en tu Palacio . Si quieres que no se rompa el encanto , has de hacer de mi vida un cuento alegre . Concha , olvidando sus tristezas del crepúsculo , sonreía : — Ese camino es también por donde tú has venido ... La pobre Concha procuraba mostrarse alegre . Sabía que todas las lágrimas son amargas y que el aire de los suspiros , aun cuando perfumado y gentil , sólo debe durar lo que una ráfaga . ¡ Pobre Concha ! Era tan pálida y tan blanca como esos ramos de azucenas que embalsaman las capillas con más delicado perfume al marchitarse . De nuevo levantó su mano , diáfana como mano de hada : — ¿ Ves , allá lejos , un jinete ? — No veo nada . — Ahora pasa la Fontela . — Sí , ya le veo . — Es el tío Don Juan Manuel . — ¡ El magnífico hidalgo del Pazo de Lantañón ! Concha hizo un gesto de lástima . — ¡ Pobre señor ! Estoy segura que viene a verte . Don Juan Manuel se había detenido en medio del camino , y levantándose sobre los estribos y quitándose el chambergo , nos saludaba . Después , con voz poderosa , que fue repetida por un eco lejano , gritó : — ¡ Sobrina ! ¡ Sobrina ! ¡ Manda abrir la cancela del jardín ! Concha levantó los brazos indicándole que ya mandaba , luego volviéndose a mí , exclamó riéndose : — Dile tú que ya van . Yo rugí , haciendo bocina con las manos : — ¡ Ya van ! Pero Don Juan Manuel aparentó no oírme . El privilegio de hacerse entender a tal distancia , era suyo no más . Concha se tapó los oídos : — Calla , porque jamás confesará que te oye . Yo seguí rugiendo : — ¡ Ya van ! ¡ Ya van ! Inútilmente . Don Juan Manuel se inclinó acariciando el cuello del caballo . Había decidido no oírme . Después volvió a levantarse sobre los estribos : — ¡ Sobrina ! ¡ Sobrina ! Concha se apoyaba en la ventana riendo como una niña feliz : — ¡ Es magnífico ! Y el viejo seguía gritando desde el camino : — ¡ Sobrina ! ¡ Sobrina ! Es verdad que era magnífico aquel Don Juan Manuel Montenegro . Sin duda le pareció que no acudían a franquearle la entrada con toda la presteza requerida , porque hincando las espuelas al caballo , se alejó al galope . Desde lejos , se volvió gritando : — No puedo detenerme . Voy a Viana del Prior . Tengo que apalear a un escribano . Florisel , que bajaba corriendo para abrir la cancela , se detuvo a mirar cuán gallardamente se partía . Después volvió a subir la vieja escalinata revestida de yedra . Al pasar por nuestro lado , sin levantar los ojos , pronunció solemne y doctoral : — ¡ Gran señor , muy gran señor , es Don Juan Manuel ! Creo que era una censura , porque nos reíamos del viejo hidalgo . Yo le llamé : — Oye , Florisel . Se detuvo temblando . — ¿ Qué me mandaba ? — ¿ Tan gran señor te parece Don Juan Manuel ? — Mejorando las nobles barbas que me oyen . Y sus ojos infantiles , fijos en Concha , demandaban perdón . Concha hizo un gesto de reina indulgente . Pero lo echó a perder , riendo como una loca . El paje se alejó en silencio . Nosotros nos besamos alegremente , y antes de desunir las bocas , oímos el canto lejano de los mirlos , guiados por la flauta de caña que tañía Florisel . Era noche de luna , y en el fondo del laberinto cantaba la fuente como un pájaro escondido . Nosotros estábamos silenciosos , con las manos enlazadas . En medio de aquel recogimiento sonaron en el corredor pasos lentos y cansados . Entró Candelaria con una lámpara encendida , y Concha exclamó como si despertase de un sueño : — ¡ Ay ! ... Llévate esa luz . — ¿ Pero van a estar a oscuras ? Miren que es malo tomar la luna . Concha preguntó sonriendo : — ¿ Por qué es malo , Candelaria ? La vieja repuso , bajando la voz : — Bien lo sabe , señorita ... ¡ Por las brujas ! Candelaria se alejó con la lámpara haciendo muchas veces la señal de la cruz , y nosotros volvimos a escuchar el canto de la fuente que le contaba a la luna su prisión en el laberinto . Un reloj de cuco , que acordaba el tiempo del fundador , dio las siete . Concha murmuró : — ¡ Qué temprano anochece ! ¡ Las siete todavía ! — Es el Invierno que llega . — ¿ Tú , cuándo tienes que irte ? — ¿ Yo ? Cuando tú me dejes . Concha suspiró : — ¡ Ay ! ¡ Cuando yo te deje ! ¡ No te dejaría nunca ! Y estrechó mi mano en silencio . Estábamos sentados en el fondo del mirador . Desde allí veíamos el jardín iluminado por la luna , los cipreses mustios destacándose en el azul nocturno coronados de estrellas , y una fuente negra con aguas de plata . Concha me dijo : — Ayer he recibido una carta . Tengo que enseñártela . — ¿ Una carta , de quién ? — De tu prima Isabel . Viene con las niñas . — ¿ Isabel Bendaña ? — Sí . — ¿ Pero tiene hijas Isabel ? Concha murmuró tímidamente : — No , son mis hijas . Yo sentí pasar como una brisa abrileña sobre el jardín de los recuerdos . Aquellas dos niñas , las hijas de Concha , en otro tiempo me querían mucho , y también yo las quería . Levanté los ojos para mirar a su madre . No recuerdo una sonrisa tan triste en los labios de Concha : — ¿ Qué tienes ? ... ¿ Qué te sucede ? ... — Nada . — ¿ Las pequeñas están con su padre ? — No . Las tengo educándose en el Convento de la Enseñanza . — Ya serán unas mujeres . — Sí . Están muy altas . — Antes eran preciosas . No sé ahora . — Como su madre . — No , como su madre nunca . Concha volvió a sonreír con aquella sonrisa dolorosa , y quedó pensativa contemplando sus manos : — He de pedirte un favor . — ¿ Qué es ? — Si viene Isabel con mis hijas , tenemos que hacer una pequeña comedia . Yo les diré que estás en Lantañón cazando con mi tío . Tú vienes una tarde , y sea porque hay tormenta o porque tenemos miedo a los ladrones , te quedas en el Palacio , como nuestro caballero . — ¿ Y cuántos días debe durar mi destierro en Lantañón ? Concha exclamó vivamente : — Ninguno . La misma tarde que ellas vengan . ¿ No te ofendes , verdad ? — No , mi vida . — Qué alegría me das . Desde ayer estoy dudando , sin atreverme a decírtelo . — ¿ Y tú crees que engañaremos a Isabel ? — No lo hago por Isabel , lo hago por mis pequeñas , que son unas mujercitas . — ¿ Y Don Juan Manuel ? — Yo le hablaré . Ese no tiene escrúpulos . Es otro descendiente de los Borgias . ¿ Tío tuyo , verdad ? — No sé . Tal vez será por ti el parentesco . Ella contestó riéndose . — Creo que no . Tengo una idea que tu madre le llamaba primo . — ¡ Oh ! Mi madre conoce la historia de todos los linajes . Ahora tendremos que consultar a Florisel . Concha replicó : — Será nuestro Rey de Armas . Y al mismo tiempo , en la rosa pálida de su boca temblaba una sonrisa . Luego quedó cavilosa con las manos cruzadas contemplando al jardín . En su jaula de cañas colgada sobre la puerta del mirador , silbaban una vieja riveirana los mirlos que cuidaba Florisel . En el silencio de la noche , aquel ritmo alegre y campesino evocaba el recuerdo de las felices danzas célticas a la sombra de los robles . Concha empezó también a cantar . Su voz era dulce como una caricia . Se levantó y anduvo vagando por el mirador . Allá , en el fondo , toda blanca en el reflejo de la luna , comenzó a bailar uno de esos pasos de égloga alegres y pastoriles . Pronto se detuvo suspirando : — ¡ Ay ! ¡ Cómo me canso ! ¿ Has visto que he aprendido la riveirana ? Yo repuse riéndome : — ¿ Eres también discípula de Florisel ? — También . Acudí a sostenerla . Cruzó las manos sobre mi hombro y reclinando la mejilla , me miró con sus bellos ojos de enferma . La besé , y ella mordió mis labios con sus labios marchitos . ¡ Pobre Concha ! ... Tan demacrada y tan pálida , tenía la noble resistencia de una diosa para el placer . Aquella noche la llama de la pasión nos envolvió mucho tiempo , ya moribunda , ya frenética , en su lengua dorada . Oyendo el canto de los pájaros en el jardín , quedeme dormido en brazos de Concha . Cuando me desperté , ella estaba incorporada en las almohadas , con tal expresión de dolor y sufrimiento , que sentí frío . ¡ Pobre Concha ! Al verme abrir los ojos , todavía sonrió . Acariciándole las manos , le pregunté : — ¿ Qué tienes ? — No sé . Creo que estoy muy mal . — ¿ Pero qué tienes ? — No sé ... ¡ Qué vergüenza si me hallasen muerta aquí ! Al oírla sentí el deseo de retenerla a mi lado : — ¡ Estás temblando , pobre amor !