Gabriel Miró El humo dormido Atenea , S . E . Madrid , MCMXIX A Óscar Esplá De los bancales segados , de las tierras maduras , de la quietud de las distancias , sube un humo azul que se para y se duerme . Aparece un árbol , el contorno de un casal ; pasa un camino , un fresco resplandor de agua viva . Todo en una trémula desnudez . Así se nos ofrece el paisaje cansado o lleno de los días que se quedaron detrás de nosotros . Concretamente no es el pasado nuestro ; pero nos pertenece , y de él nos valemos para revivir y acreditar episodios que rasgan su humo dormido . Tiene esta lejanía un hondo silencio que se queda escuchándonos . La abeja de una palabra recordada lo va abriendo y lo estremece todo . No han de tenerse estas páginas fragmentarias por un propósito de memorias ; pero leyéndolas pueden oírse , de cuando en cuando , las campanas de la ciudad de Is , cuya conseja evocó Renán , la ciudad más o menos poblada y ruda que todos llevamos sumergida dentro de nosotros mismos . Los domingos se oía desde una ventana el armónium de un monasterio de monjas ; pero se oía muy apagado , y , algunas veces , se quebraba , se deshacía su dulzura : era preciso enlazarla con un ahínco de imaginación auditiva . Pasaba el ruido plebeyo de la calle , más plebeyo entonces el auto que la carreta de bueyes ; pasaba toda la calle encima del órgano ; y como era invierno , aunque se abriesen los postigos , las vidrieras , toda la ventana , quedaban las ventanas monásticas cerradas , y luego el plañido del viento entre los árboles de la huerta de las monjas . Había que esperar el verano que entreabre las salas más viejas y escondidas ; así se escucha y se recoge su intimidad mejor que con las puertas abiertas del todo ; abrir del todo es poder escucharlo todo , y se perdería lo que apetecemos en el trastornado conjunto . Y llegó el verano y la hora en que siempre sonaba el armónium celestial : la hora de la siesta ; inmóviles y verdes los frutales del huerto místico ; el huerto entornado bajo la frescura de las sombras ; la calle , dormida ; todo como guardado por un fanal de silencio que vibraba de golondrinas , de vencejos , de abejas ... Y no se oía el órgano ; había que adivinarlo del todo . La monja música dormía la siesta . Lo permite el Señor . ¿ Cómo podrá oírse la música del cielo que sigue piadosamente el mismo camino de la vida de los hombres ? Aprovechémonos de lo que pase y nos llegue a través de las ventanas cerradas por el invierno ... ¿ De modo que nos limitaremos al invierno ? Pero , ¿ no sería limitarse más la espera del verano ? ¡ Si ni siquiera llegamos a nuestros términos ! Tocar el muro , saberlo y sellarlo de nosotros significa poseerlo . Limitados no es limitarse a nosotros mismos . Proyectémonos fuera de nuestras paredes . Había plenitud en el sentimiento del paisaje del escondido Somoza , que confesaba no comprender más que el campo de su país , porque de este campo suyo de Piedrahita se alzaba para sus ojos y sus oídos la evocación y la comprensión cifrada de todo paisaje . ... Entre el humo dormido sale ahora el recuerdo de la pintoresca limitación de un hidalgo de Medina . Era viejo y cenceño , de hombros cansados , de párpados encendidos , y sus manos , de una talla paciente y perfecta , ceñidas por las argollas de sus puños de un lienzo áspero como el cáñamo . Bien se me aparece ; él y su casona lugareña , casa con tuerto . El huerto tan grande que más parecía un campo de heredad , con dos norias paradas ; un camino de olmos como si fuese a una aldea ; un almiar ya muy roído , y en la sombra de la paja , junto a la era que ya criaba la hierba borde , un lebrel enlodado dormía retorcido como una pescadilla , y , alguna vez , sacaba sus ojos húmedos y buenos del embozo de hueso de su nalga . Leña de olivera ; un cordero esquilado paciendo en el sol de un bancal de terrones ; ropas tendidas entre las avenas mustias ; y de una rinconada de rosales , subía un ciprés rasgando el azul caliente . El cincelado índice del caballero de Medina señalaba muchos puntos de la mañana en reposo : aquel campo binado , suyo ; la rastrojera , también , y un rodalillo de maíz y un horno de cal entre las cepas canijas ... La casona , grande y muda como el huerto . Los viejos muebles semejaban retablos de ermitas abandonadas ; había consolas recias y ya frágiles , arcones , escabeles , dos ruecas , floreros de altar , estampas bajo vidrios , una piel de oveja delante de un estrado de damasco donde no se sentaba nadie , lechos desnudos desde que se llevaron los cadáveres de la familia , y la cama de dosel y columnas del caballero , su cama aun con las ropas revueltas , de la que se arrojó de un brinco recrujiendo espantoso por la tos asmática de la madrugada ... El comedor , que huele a frío y soledad , y , al lado , un aposento angosto y encalado , pero con mucho sol que calienta los sellos de plomo , los pergaminos , las badanas de las ejecutorias , de las escrituras , de los testamentos que hay en los nichos de la librería , en la velonera y hasta en los ladrillos ; y penetraban en el aposento , quedándose allí como dentro de una concha , las voces menuditas y claras de las eras de Medina , rubias y gloriosas de cosecha , joviales de la trilla . Vino un quejido de un artesón venerable que se iba rosigando a sí mismo . Y le dije al caballero que yo sabía quién pudiera comprarle alguna consola , las ruecas , un aguamanil vidriado , los arcaces ... El hidalgo movió sus dedos como si oxeara mis palabras , y descogió manuscritos de fojas heráldicas ; las había de maestrantes , de oidores de Chancillería , de un inquisidor cuyos eran los arcones y el aguamanil . ¡ Sería inicuo vender las prendas de sus antepasados ! Cuando nos despedimos , pareciome que el caballero se volvía a su soledad para tenderse encima como una estatua de sepulcro . Pero la estatua , antes de acostarse en su piedra , se asomó al portal y me dijo : - Lo que yo vendería es el huerto , la casa y todo de una vez . ... Un día vimos a un desconocido . Se dirá que a un desconocido le vemos todos los días ; pero no le vemos , porque cuando levantamos los ojos de la tierra siempre queremos descansarlos en los de un amigo . Nunca pensamos , nunca reparamos en el desconocido . Al desconocido quizá no volvimos a verle más , ¡ ni para qué habríamos de verle más ! Pero al que conocemos , al amigo anónimo en nuestro corazón , ¿ para qué apeteceremos verle tanto , si siempre recogeremos de él o le ofreceremos nosotros una reiteración de fragmento ya sabido ? Decimos : ¡ Ya no volvimos a verle ! , recordando al que se extravió para nosotros dentro de la vida o se hundió dentro de la muerte ; y entonces es cuando le vemos prorrumpir del humo dormido , más claro , más acendrado , como no le veríamos teniéndolo cerca , que sólo sería repetir la mirada sin ahondarla , sin agrandarla , quedándose en la misma huella óptica que se va acortezando por el ocio . Quiso el Señor que fuesen las criaturas a su imagen y semejanza , y no fueron . El Señor lo consintió ; y las criaturas se revuelven porque el Señor no es su semejante , no imaginándolo siquiera con la humánica exaltación y belleza que imprimían los pueblos antiguos en sus divinidades . Se quiere al Señor semejante y a los hombres también ; una semejanza sumisa , hospitalaria , una semejanza hembra para la ensambladura de nuestra voluntad . Y un día se oyen unas pisadas nuevas que resuenan descalzas , cerca de nosotros ; y nada hace levantar tanto la mirada como los pasos nunca oídos . Llegan a nuestras soledades ... Casi todos se detienen y se juntan en el mismo sitio de nuestra alma ; nosotros también nos paramos en la primera bóveda ; alguno se asoma , y se vuelve en seguida al ruedo del portal ; otro , avanza y se queda inmóvil y mudo delante de nuestro « doble » , y allí se está hasta que se aburre y se duerme ... Han de sonar los pasos de un desconocido o los de un amigo que nos remueva todo , que evoque sin desmenuzar las memorias , que sea como la palabra creada para cada hervor de conceptos y emociones , la palabra que no lo dice todo sino que lo contiene todo . Pasó el hombre desconocido . Caminaba como si se dejase todo el pueblo detrás ; y casi todas las gentes , aunque les rodee el paisaje , caminan como si siempre pisaran el polvo de una calle ; y él no ; a él se le veía y se escuchaba su pie sobre la tierra viva , su pie desnudo aun a través de una suela de bronce . Seguía el mismo camino de los otros , y semejaba abrirlo ; levantaba la piel y el callo de la tierra ; y sentía la palpitación de la virginidad y , en lo hondo , la de la maternidad ; pies que dentro de la huella endurecida de sandalias o de pezuñas , niñean su planta , troquelan el sendero y sienten un latir de germinaciones . Todo breñal en torno de sus rodillas lo que es asfalto liso para los otros hombres que llevan en sus talones membranas de murciélago o la serrezuela de la langosta , y si dejan señal la derrite un agua de riego , en tanto que , en la senda , la lluvia cuajará la huella del caminante que hiende su camino con la reja de su arado . Siempre se alza ese hombre entre el humo dormido ... Y el rumor de sus pisadas trastorna las palabras del Eclesiastés , porque sí que hay cosa nueva debajo del sol , del sol y de la tierra hollada ; todo aguarda ávidamente el sello de nuestra limitación ; todo se desgarra generoso y se cicatriza esperándonos ... Todas las tardes nos llevaba Nuño al Paseo de la Reina . Nuño era el criado antiguo de mi casa . Llamábase Antón Nuño Deseáis ; pero nosotros le decíamos Nuño el Viejo , porque tuvimos un mozo que también se llamaba Nuño . Nuño el Viejo había nacido en los campos de Jijona . Allí el paisaje es quebrado ; los valles , cortos ; los montes , huesudos ; y todo es fértil . Es que los cultivos se apeldañan , y no se desperdicia la tierra mollar . Los labradores de Jijona sienten el ahínco agrícola del antiguo israelita . Su azadón y su reja suben a los collados , colgando los planteles de vides y almendros , y mullen el torrente y la hondonada para criar un bancalillo hortelano . Pero Jijona es más venturosa que Israel . Israel cuidaba amorosamente la tierra prometida por Dios , y los hombres extraños dieron en quitársela , y se la quitaron . Impedir que se cumpla una promesa es la misión de los que no resulten particioneros de su goce . Hombres de Jijona , andariegos de todos los países para volver al suyo . Semejan probar que nada mantiene tanto la quimera del libre camino como sentir la propia raigambre . Todos los hombres de Jijona tienen un ansia de nómada , y todos suspiran por el reposo al amor de las parras que rinden los racimos de Navidad ; todos , menos Nuño el Viejo . A nosotros , a mi hermano y a mí , nos decía que él también caminó mucho mundo , y nos lo decía llevándonos apretadamente de la mano , para que no nos fuésemos de su guarda , y llevándonos al Paseo de la Reina , donde todos iban a sentarse ; paseo angosto , embaldosado , y en las orillas , a la sombra de los olmos , inmóviles como árboles de patio , los pretiles de bancos roídos ; bancos y cigarras que ya conocían todas las voces y cataduras de las gentes . Nuño el Viejo siempre se sentaba al lado de un hombre corpulento , de color de roca viva , con barba de rebollar ardiente que le cegaba los labios ; de la breña salía la gárgola de su pipa ; y encima del ceño se le doblaba el cobertizo de la visera de su gorra . Nos hubiera parecido un pedazo vegetal , sin el áncora que traía bordada en la gorra , un áncora de realce oxidado como recién subida de las aguas . Casi nunca hablaba ni nos miraba ; sólo de tiempo en tiempo , chupando humo , envolviéndose de humo , murmuraba con una melancolía pastosa de hombre gordo : « ¡ Allá en las Carolinas ... ! » . Y semejaba decirlo desde muy lejos , desde las Carolinas ... Nosotros nos subíamos sobre el banco , y arrancábamos esparto de aquellas barbas tan rurales y tan limpias : hebras duras y retorcidas , azafranadas , amarillentas , musgosas , metálicas ; y la peña sonreía sin boca y sin ojos , gigantescamente , mansa y resignada . Nuño decía : - ¡ Pues yo en la Mancha ... ! Y nos quedábamos pensando en la Mancha , que la veíamos como un continente remoto , porque Nuño el Viejo estuvo allí , y porque la evocaba junto al hombre de las Carolinas . De improviso , Nuño daba un brinco y un grito de pastor . Es que se le había escapado mi hermano . Yo deseaba que huyese mi hermano , sólo por sentir cruzada toda la tarde con la voz de Nuño el Viejo y el tropel de sus botas grandes . Se le inflamaban las mejillas , enjutas y peladas , y se hincaba más su gorro felpudo , de pellejo de tostada color , un gorro de ruso , que todavía traen los hombres antiguos de Jijona . Mi hermano le evitaba protegiéndose de tronco en tronco ; y Nuño , con los brazos abiertos , doblando los hinojos , cometía el candor elemental de ir a los mismos árboles que mi hermano iba soltando . Nuño el Viejo trasudaba y gemía , porque podía pasar un coche y aplastar a mi hermano . Pero no podía pasar ningún coche por el Paseo de la Reina ; sino que en mi ciudad , tan sosegada , tan dormida en aquel tiempo , parecía que sólo pudiese ocurrir esa malaventura : que un coche , que un carro atropellase a un niño . « ¡ Por Dios , Nuño , los coches ! » - le advertían en mi casa . Nuño el Viejo movía su cráneo de mayordomo y afirmaba : « ¡ Piensen que me los confían ! » . Era el criado fiel . Todos pregonaban su virtud . Cuando salíamos de viaje , a Nuño el Viejo se le confiaba la casa ; y él desdeñaba cama y sillones en aposentos , y dormía atravesado detrás de la puerta , como un mastín de heredad . Un hombre honorable , en presencia de quien no le conoce , puede hasta por sencillez , por méritos de humilde , descuidarse de sus otras virtudes . En Nuño el Viejo no era posible este abandono . Estaba siempre acechándose su fidelidad , porque se sentía contemplado de todo un pueblo . Virtud más fuerte que la criatura que la posee ; virtud exclusiva , y hasta con ella , principalmente porque es el descanso de los otros . Nuño era fiel , y lo demás se le daba por añadidura . De olmo en olmo volvía mi hermano a nuestro asiento ; después , llegaba Nuño con el trueno de sus botas y su grande susto y agravio que le exaltaba la faz y el gorro de pieles ; gorro tan suyo , que cuando se descubría creíamos que se rebanaba medio cráneo por comodidad , pero el medio cráneo más jerárquico y significativo , su ápice , su sello y su insignia de mayordomo . Ver la gorra velluda en el perchero del vestíbulo era sentir a Nuño más cerca y más firmemente que si él la llevase . Con la gorra puesta , se le escapaba mi hermano , pero la gorra sola impedía la más desaforada y la más leve travesura . El gorro de Nuño el Viejo me ha explicado la razón y la fuerza evocadora de los símbolos y de muchos misterios . Nuño , todavía jadeante , me señalaba avanzando - ¡ Este es de otra pasta ! ¡ Cuando acabe sus estudios ... ! Entre la borrasca de las cejas del hombre roblizo salía su mirada sin vérsele los ojos ; humeaba resollando la gárgola , y se oía muy hondo : - ... Y cuando acabe los estudios , a caminar ... Allá en las Carolinas ... Pero Nuño , sin hacerle caso , mentaba la Mancha . Las Carolinas y la Mancha principiaban para nosotros en el Paseo de la Reina , y se iban esfumando como tierras legendarias y heroicas . La Mancha , un poco fosca . Las Carolinas , entre claridad de barcos de vela . Salían los chicos de los colegios ; venían los gorriones a los olmos , y de una calle en cuesta , sumida , apagada , llegaba un gañido de tortura . ... Corríamos , pero cogidos de la mano de Nuño , y corríamos para asomarnos pronto a la calleja del clamor . Nos seguía , fumando , el hombre de la barba vegetal . Siempre hallábamos lo mismo : todo solitario , y detrás de una reja , una mujer idiota y tullida ; eran sus ojos muy hermosos , dóciles y dulces ; sus mejillas , pálidas de mal y de clausura ; sus cabellos , muchas veces retrenzados para contener el ímpetu de su abundancia ; pero su boca , su boca horrenda como un cáncer ; la boca del alarido de todas las tardes , desgarrada , de una carne de muladar , mostrando las encías , los quijales , toda la lengua gorda , revuelta , colgándole y manándole bestialmente ... Me miraba muy triste y sumisa , y se le retorcía una mano entre los hierros , una mano huesuda , deforme , erizada de dedos convulsos ; le temblaban los dedos como se estremecen los gusanos . - ¿ Por qué grita la loca ? - le preguntábamos a Nuño . Nuño se quedaba cavilando . - Grita por eso ... porque está loca , y llamará a su madre , que es cigarrera y viene de la fábrica ya de noche ... - ¿ Y por qué grita todas las tardes ? Nuño se golpeaba contra el muro de su frente . - ¿ Y por qué a vosotros se os ha de antojar que pasemos todas las tardes por el mismo sitio ? - ¡ Por ver a la loca ! - ¿ Por verla ? ¡ Por ver a la loca ! ... ¡ Cuando tengáis estudios ... ! Nos miraba todo el bosque del gigante , y su voz tupida como una lana iba barbotando : - ¡ Estudios ! ... ¡ Allá en las Carolinas ... ! La loca se quedaba ensarmentada a la reja de la calle solitaria . Pasaba un murciélago tropezando , temblando en el azul tan tierno entre las cornisas hórridas , y cuando llegaba sobre la mano de la idiota , retrocedía espantadamente . ... Y una tarde no se escapó mi hermano ; nos escapamos los dos del Paseo de la Reina ; pero antes nos pusimos en presencia de Nuño , previniéndole de que queríamos marcharnos . Quedose pasmado su gorro . ¿ Irnos ya ? ¿ Era posible , no siendo la hora de siempre ? La hora de siempre la señalaba el alarido de la loca , y la loca aun no había gritado . Los dos buenos hombres , el de las Carolinas y el de la Mancha se revolvían perplejos ... - ¿ No nos aburriríamos si nos fuésemos ya ? Sentían una ciega inquietud del tiempo de sobra . Se iban a dar cuenta de que les sobraba vida . Y no se movieron del banco . Pero nosotros vencimos a Nuño el Viejo por su punto frágil : su virtud ; comprometer la virtud de su fidelidad . El predominio de una virtud constituye un riesgo de flaqueza . El concepto del justo es una medida , una exactitud matemática del bien , casi ignorada . Platón imaginó las suavidades de la sophrosyne ; nosotros conocemos la relatividad del justo que peca siete veces al día , aunque pueda pecar más o menos , según la justeza del justo , porque sin duda se adoptó el número 7 por su valor cabalístico . Y como Nuño el Viejo no era amigo de la sophrosyne , ni justo , sino un amenazado por su virtud culminante , nosotros nos escapamos . Todo el paseo retumbó de botas grandes . Nos volvimos para mirar . Sólo Nuño nos perseguía . Su amigo permaneció en el banco , porque aun no había gritado la lisiada . Y por eso , porque aun no había chillado , nos marchábamos nosotros : para ver el tránsito del silencio al grito . Como íbamos solos y huidos , no nos parecían los lugares los mismos de todos los días ; y nos perdíamos ; un pasadizo donde crepitaba un telar cansado pudo devolvernos al Paseo de la Reina . ¡ Señor , y ya comenzaban a rebullir los chicos de las escuelas ! Nos pasó alborotando un grupo mandado por un mozallón chato , que llevaba un Catecismo mugriento . Llegarían al portal de la loca antes que nosotros . ¡ Y Nuño nos alcanzaba ! ... Resonó el gañir de la mujer . Empavorecía oírlo de cerca , porque se sentía el estridor de todo su cuerpo ; todo su cuerpo como una lengua hinchada , babeante y herida . Corrimos más . Y los dedos de Nuño se enroscaron como argollas a nuestros pulsos . Es que nos habíamos parado , mirando , mirando ... El rapaz talludo , subido a los travesaños de la reja , botaba chafando con sus pies de hombre la mano crispada de la idiota ; ella clamaba , y los otros cantaban . Y desde lejos , las buenas gentes decían : - ¡ La loca grita ; las cinco y media ! Nuño el Viejo se nos llevó arrastrándonos . Era la hora exacta . Nuño suspiraba : - ¿ Pensabais perderme ? ¡ Pues si no os alcanzo , y os ven los chicos y os peleáis , y en aquel momento pasara un coche ... ! Estuvimos enfermos . Cuando volvimos al Paseo de la Reina , ya no gritaba la loca . Una noche se la encontró muerta su madre . Y del humo dormido sube siempre el clamor de la lisiada , entre alegría de chicos que salen del colegio . Las cinco y media de la tarde de entonces ... Cuando éste acabe los estudios - dijo muchas veces Nuño el Viejo - ; y lo pronunciaba con amargura y todo del renunciamiento de su gloria profética , porque sólo un Simeón pudo tomar en sus brazos al Mesías . Me sentí emplazado por la encendida palabra de Nuño . Había de acabar mis estudios , y los comencé . Ya estaba en Colegio mi hermano ; yo , no , por mi poca edad y salud ; y vino maestro a casa . La primera tarde le aguardé con un sobresalto casi delicioso . Nuño interrumpía sus menesteres para decirme : - Yo ya le he visto . Iba a llegar el brazo de la profecía , el molde de mi mañana y plenitud , y con la carne viva de mi ansia , un ansia cuyos dejos todavía traspasan al humo dormido , le pregunté a Nuño que cómo era el maestro . Apartome Nuño , y junto a una vidriera , delante del mar , se quedó mirándome , y comenzó a doblarse descendiendo su cráneo . - ¿ Que cómo es ? ... ¡ Se llama don Marcelino ! Y marchose el profeta a limpiar las tinajas y la zafra , porque había de venir el cosario del Rebolledo que nos traía el aceite . Volteó la esquila de la puerta . « No será don Marcelino » - me dije . Y no fue . Nunca engañaba la campanilla de la cancela ; su voz viejecita y aldeana se apresuraba a revelar el genio y aun la figura del que venía ; su cordón rojo acomodaba dócilmente sus nervios de estambre a todos los temperamentos . « ¿ Cómo tocará la esquila cuando llame don Marcelino ? » . Y yo la miraba , esperando de ella más que de Nuño . Han callado ya los esquilones que sonaban a ermita y a casa , a nuestra casa ; y ahora vibran los timbres , tan prácticos y plebeyos , con impasibilidad de escritorio . Y don Marcelino entró sin llamar , aprovechando la salida del trajinero del aceite . Pasados los comedimientos y saludos familiares , nos quedamos solos don Marcelino y yo , y quise comenzar a verle ; pero sin oír la esquila movida por su mano se malograba la emoción del maestro ; y estas emociones rotas en su principio ya no alcanzan su entereza . Nunca sabré cómo llamaba don Marcelino . Asomose Nuño sonriéndonos . - ¿ Qué le parece ? Yo digo que cuando éste acabe ... El maestro movió su cabecita estrecha , que daba un brillo de humedad . - ¡ Sí , sí ! ¿ Le tendría sin cuidado que yo acabara los estudios ? Don Marcelino era menudo , de huesecitos tan frágiles y decrépitos , que no semejaban originariamente suyos , sino usados ya por otro y aprovechados con prisa para su cuerpo ; y cuando hablaba se oía su voz como un airecillo que atraviesa un cañaveral renaciente . Yo siempre le miraba las manos , medroso de que su voz le quebrase un artejo . Guiaba mi lección con la uña de su meñique , una uña muy grande , y recordaba la de los canarios , y bajo su tostada transparencia se me aparecía la cifra o la palabra rebelde para mis ojos y mi lengua . « El apasionado - he leído en Ribot , acordándome de don Marcelino - se halla confiscado por su pasión ; él es su pasión ; perderla sería dejar de ser él mismo » . Pues don Marcelino era sólo su uña , y sin ella no me imaginara a don Marcelino . Sus ojos , gruesos y amargos , distraídos en cavilaciones , únicamente mostraban fijeza acariciando su una casi virgen . - ¿ Por qué miras tanto mi uña ? ¿ Es que le tienes también miedo ? - ¿ También ? ¡ Yo , no ! - Por ella perdí lecciones ; los chicos se quejaban a sus padres , y algunos quisieron que la recortase . Claro , prefería irme . ¡ Recortarla ! Es lo que más pertenece a mi voluntad . Ves larga esta uña porque yo he querido . - ¿ Y si se le rompe ? Palidecían sus mejillas huecas , le temblaban las sienes y se acercaba a su vista el dedo de su predilección . - Dime los grandes ríos de Asia - y seguía contemplando su uña . Yo , por probarme que no me escuchaba , le decía los grandes ríos de Europa . Nuño , de puntillas , de puntillas de sus botas gordas , pasaba para sonreírme y repetir la promesa de mis tiempos . Sobre nosotros descendía la mirada de un retrato , un óleo grietoso , de un hidalgo enjuto , amigo de algún abuelo mío , con casaquín verde , chorrera como de espumas que le caían de la morena quijada , placa en el costado y guantes rígidos , cogidos delicadamente por su diestra pulida y nerviosa . - ¡ Nos mira , y está ya muerto ! - ¡ Sí , sí ; se ha quedado su mirada en este mundo ; dura más que él ! Y don Marcelino se guardaba la uña , y después toda la mano , en la faltriquera de su gabancito de color de pan . Y se marchaba . Un día cortó el maestro la clase , y llevándome a la ventana , mostrome la casuca roñosa de una alfarería abandonada . - Allí vivía una vieja con una tortuga y un gato ... - Si yo lo sé ; es una que sale y da un puño de altramuces y un molino de papel a cambio de ropas y alpargatas casi podridas . Se rasca la miseria contra las paredes como las cabras ... - Pues ésa ; y ahora la buscaba una comadre ; estuvo llamándola , y entró y la vio atada y sentada en el lebrillo de los altramuces , con los oídos traspasados por un agujón ... ¡ Anda , vamos a escribir una fábula de Esopo con letra inglesa ! Don Marcelino se miraba la uña ; yo veía sobre mi plana a la mujer . Pasaba por las calles calientes de la siesta , levantando su hoguera de molinillos de colores ; todos rodaban , llenos de sol y de brisa , con un fresco ruido y alborozo que dañaba surgiendo de aquella vida . Y dije : - No me sale la letra inglesa . ¡ Vámonos a la playa y repasaremos lección de Gramática ! Lo consintieron en casa , y nos fuimos a la guarida de la abuela de los altramuces . El portal y las bardas , bardas con vidrios y calabaceras velludas , se agusanaban de rapaces y mujeres de andrajos y desnudez pringosa . Penetramos en el tumulto y hedor de carne agria , de cabellos aceitosos , de vida cruda , de casta ; gritos de fauces rojas , aliento de desolladura , risadas que parecían revolcarse en la sangre de los oídos clavados de la muerta . Disputaban imaginando su agonía : cómo debieron de agarrarla y trabarle las manos flacas y pajizas , que recordaban las patas de una gallina cocida ; cómo le crujiría el pecho cuando le pusiera el asesino la rodilla para la fuerza de hincar la aguja . La aguja estaba doblada . Me acongojé sintiéndome entre ellos , creyéndome entre ellos para siempre , chillando , sudando , oliendo lo mismo ... Y para aliviarme me asomé al portal de la asesinada . En lo hondo bullían unos hombres . Me dijeron que eran la Justicia . Yo nunca había visto la Justicia . Con el pie o con su bastón iban removiendo aquellos hombres todo el ajuar ; harapos de mantas , cabezales , un cántaro sin asas , una escudilla de arroz , donde comería el gato y la vieja ; una orza de engrudo , papeles ya cortados para los molinillos , tizones , esparteñas ; todo lo hurgaban . - ¿ Qué hacen ? - Es la Justicia ... - me respondió don Marcelino . - Bueno ; pero , ¿ qué hacen ? - Están buscando la verdad . Desde la leja les acechaba el gato ; junto a un cofín , la tortuga , inmóvil y cerrada bajo su bóveda , oiría el trastorno siniestro . Los dos guardaban la imagen de la verdad feroz . Participaron de la soledad del crimen sin interrumpirla , quedando a nuestros ojos como esculpidos en una estilización humana , porque llevan la angustia de un secreto de los hombres ... Y ya los animales que viven en las casas trágicas , en las casas desventuradas , se quedan siempre mirándonos entre el humo dormido . ... Llegó transfigurado de gozo y de sudor y tierra de camino . - ¿ Os traen el aceite del Rebolledo ? Pues de allí vengo . ¡ No hay moza tan galana como María la del Rebolledo ! Es hija de una lavandera , y estudia para maestra . Ya ves , ¡ los dos maestros ! Asomada a su reja me oía y tocaba un clavel ardiente ; todo el sol de la calle olía a clavel , y era el único de la mata . Me pareció que dentro estaba toda la María del Rebolledo ... Ya lo comprenderás más tarde . Y le pedí ese clavel . Se puso muy blanca , me miraba muy triste ; pero tronchó el clavel y me lo dio con una gracia de santa y de princesa . ¡ Toda la mañana por el Rebolledo con mi clavel ! Yo reparé en sus manos , en su mustio gabán , y le dije : - ¿ Y el clavel , don Marcelino ? Crujieron todos los huesecitos de don Marcelino , y brincó palpándose las ropas . - ¡ Me lo he dejado , me lo he dejado en el Rebolledo ! Y diose una puñada en la frente y exhaló un alarido pavoroso , porque se había quebrado la uña de su meñique , su voluntad hecha uña ... ... Ya era yo grande ; salí del colegio , y una dama devota me dijo la muerte de don Marcelino , advirtiéndome : - No has de sentir que muriese , sino su perdición por sus malos pensamientos . - ¿ Malos pensamientos ? ... - Fue siempre un descreído y no quiso ni tierra sagrada para su cuerpo . ¡ Murió descomulgado ! - Don Marcelino era un infeliz . - ¡ Bien infeliz : tú lo dices , hijo ! ¡ Bien infeliz , que no escuchó la palabra de Dios ! - ¿ Y si no pudo oírla ? - ¿ Que no pudo oír la palabra que a todos llega ? ¿ No sabes que el Señor nos tabla aun por medio de sus criaturas ? De ti mismo se valdría para atraerse a don Marcelino . - ¿ De mí ? Y se me apareció mi lección entre el humo del pasado : don Marcelino me preguntaba los grandes ríos de Asia y yo le decía los de Europa . ¡ Señor ! ... Siguió mi partida a la Facultad , y Nuño pudo también seguir anunciando mis días venideros . Entonces los hijos de España , de familias villanas y patricias , de labradores , de mercaderes , de menestrales , de viudas , de toda progenie y condición , toda la mocedad había de ser jurista . Era cuando se enumeraban y celebraban las muchas « salidas » que pueden deparársele a un abogado . Repetíase el gozoso regreso de las vacaciones . Leíamos el Idilio , de Núñez de Arce . El profeta , ya sin gorro velludo , y entonces veíalo yo más en su pelada frente ; el profeta me hablaba de « usted » , pero a hurto de todos me asía de los hombros para llevarme a su flaca mirada y pedirme : - ¿ Cuándo acabas ? ... La profecía trocose en pregunta . Y tuve que sucederle en la promesa , diciéndole : - ¡ Cuando yo acabe ... ! Aquí vino el recogerse entre libros , y el empezar los quebrantos , y el adolecerme de mis camaradas , los pobres licenciados sin « salida » . Y Nuño siempre buscándome para decirme agoniosamente : - ¿ Cuándo acabas ? ... ¡ No ves cómo hay quien medra ! En aquel tiempo yo leía lo que Gracián escribiera para todos los tiempos , y aun mejor para los de hogaño : « [ ... ] ya habla sobre el hombro el que ayer llevaba la carga en él ; el que nació entre las malvas pide los artesones de cedro ; el desconocido de todos , hoy desconoce a todos » . La edad y el asma rindieron a Nuño . Y sintiéndome a su vera , aun pudo romper el telo de sus ojos sumidos , que me preguntaron con una centellica fosforescente y húmeda : « ¿ Cuándo acabas ? » . Yo me fingí muy brioso . - ¡ Nuño , no te apenes , que yo acabé ya todo lo que tú aguardabas ! Y el profeta movió su cráneo , como si lo golpease amargamente al otro lado de los días prometidos ... La vega , tan lisa , tan callada , dejaba que se tendiese y llegase muy claro el silbo del tren ; luego se sentía el ferrado estrépito del puente ... Los sábados , desde nuestro pupitre del salón de estudios , veíamos nosotros , escuchando , ese tren de Alicante . Sabíamos que cuando silbaba era su grito previniéndonos de que iba a precipitarse sobre el río . Se apagaba el estruendo ; entonces , la pobre puente , quedábase fosca y vacía toda la noche , mientras el correo resollaba muy gozoso porque nos traía al padre . No pudiendo mirarnos - que estaba prohibido volver la cabeza - , mi hermano tosía queriendo decirme en romance : « ¡ Ya viene ! » . Y yo tosía : « ¡ Ya lo sé ! » . - A poco , nos llamaba el Hermano Portero . Desde la escalera de granito desnudo , oíamos el pisar reposado de mi padre , que esperaba en los claustros para besarnos antes . Era muy tasada la visita de esa noche ; y es la que más limpiamente sube del humo dormido . Nos vemos muy hijos ; tocando y aspirando las ropas que aun traen el ambiente de casa y la sensación de las manos de la madre entre los frescos olores del camino . Le buscábamos los guantes , el bastón , lo íntimo del sombrero , todo como un sándalo herido . Le contemplábamos en medio de un arco claustral , sobre un fondo de estrellas y de árboles inmóviles de jardín cerrado . De verdad reglamentaria la visita era el domingo ; pero , entonces , había un rebullicio de familias , un lucir galas las madres jóvenes y las hijas mozas , un trocar saludos , encoger y abrir corros , agradecer las tertulias ceremoniosas del Padre Prefecto , y esta vigilada alegría , en locutorio , y el presentirse ya el lunes y toda la rígida semana dentro de la fiesta , acabó por desaborar las horas buenas . Pues para salir de nuestras sequedades nos hurtábamos de la sala y corríamos claustros , patios , pasadizos , aulas , huertos . A veces , se juntaban algunas familias , adelantándonos los chicos por la soledad académica , prometiéndonos peligros . Todavía nos exaltaba más pensar que buscábamos mundo y aventuras en nuestro edificio , pareciéndonos una mansión con zonas de misterio y encanto para sus mismos moradores ; y aunque algún paraje nos fuese conocido de recreos o tránsitos , el vernos allí pocos , solos , sin guarda , era también incentivo de emoción . Llegando una mañana de domingo a los alrededores de la tahona del Colegio , que estaba en una rinconada de la huerta , nos creímos lejos , en una granja . Sentíase un olor de leña , de pan de labrador , de descanso agrícola . Crujió la tierra ; y pensé : « Será un caminante » . Era un hombre alto , con ropas de luto ; se paró cavilando , y semejaba parado encima de todo el domingo , como una figura de retrato antiguo de caballero desdichado . Muy pálido , de una palidez fría , macerada , interior , como si la guardase un vidrio , el vidrio de esta arcaica pintura . No sé ahora , y quizá , entonces , tampoco supe , cómo serian sus ojos , su boca , su nariz , ni sus manos , porque todo él se veía bajo una transparencia de viril , de aguas en calma , de cristal de féretro ; transparencia que posee un misterio de claridades que se han quedado dentro hechizadas , se engruesan , se hacen pulpa lívida , se humedecen encima del hueso ... El enlutado volviose presintiéndonos , como esos brujos feroces de las consejas que recogen el « olor de carne humana » de la pobre criatura escondida . Los que ya traducían a Homero , se acordaron de Polifemo . Este de la tahona era un cíclope flaco , con mirar de dos ojos y palidez exhalada de una urna . Y huimos alborotadamente ; y el monstruo de luto nos seguía ... Pasó la semana ; y el domingo sucedió como siempre . Salimos cansados de la sala ; pero esa mañana , buscamos , en seguida , el obrador de pan . Nos llamaban nuestras familias , y nosotros desaparecimos por los trascorrales de la leña . Se acercaron pasos ; y un camarada , ahogándose , gritó : « ¡ Ya viene el hombre que nos da miedo ! » . Apenas lo dijo tuvimos la conciencia del miedo ; y escapamos ; la negra fantasma intentó contenernos ; corrimos más ; llevándonos prendida su mirada y su mueca . Se nos hincaba , nos poseía su recuerdo devorador como un pecado . En los estudios le oíamos acercarse y volvíamos la cabeza irresistiblemente - aunque nos pusieran de rodillas - , sabiendo y todo que no era « él » . En el oratorio , un colegial de los grandes , lector escogido para las preces de la noche - se llamaba Nicolás y tenía mucha fuerza - declamaba penitentemente aquellos epifonemas del Áncora de Salvación : « He de morir y no sé cómo ; seré juzgado de Dios , y no sé cuándo . Si fuese esta noche , ¿ qué cuenta le daría ? , ¿ qué sentencia me tocaría ? ... » . Y nosotros agobiábamos los ojos para meditar y respondernos , y , de paso , mirábamos a lo profundo de la capilla , donde semejaba surgir el espectro del caballero pálido , de cera vieja , en un largo fanal invisible . Y , después , en el dormitorio , nos acometían alucinaciones , y al conocer el quejido de un compañero atormentado , tronaba nuestra sangre , sobrecogiéndonos del miedo de su miedo ... Vísperas de muchas fiestas , el silbo del tren palpitó como un cántico de felicidad en toda la vega . Dobló la tos mi hermano para decir : « ¡ Viene el padre y la madre ! » . Yo tosía dos veces : « ¡ Ya lo sé , ya lo sé ! » . Tosieron otros dándonos el parabién : se malhumoraron los inspectores . Y , por la mañana , pidieron mis padres que saliesen a nuestra visita muchos internos para los que no llegaba el tren de su tierra . Era muy ancho y alegre nuestro grupo . El Hermano Portero se grifaba con las alarmas de su responsabilidad . Todo el rigor de sus ojos no logró impedir las exploraciones por las retraídas comarcas del Colegio . A los aventureros nuevos , les referíamos los antiguos la aparición del hombre descolorido apercibiéndoles para los sustos , regodeándonos en nuestro secreto ; y ya cerca de la panadería comprendimos que siendo más , crecía también la órbita del espanto , y nos angustiaba pensar que no estuviese el fantasma de luto . Pero el fantasma nos esperó . Surgió su sombra convulsa y rota en el sol de la leña . Nuestra huida fue de un estrépito de multitud despeñada . Acudieron las familias ; y oyose a un señor , de Cáceres , tío de un colegial : - ¡ Pero si yo le conozco ! ¡ Tiene bienes en mi tierra ! Todas las temidas maravillas y aun el mismo espectro semejaron residir y encarnarse en el buen hombre de Cáceres . Le rodeábamos y le mirábamos ávidos y casi rencorosos , y a nuestro lado se hallaba el caballero de la siniestra palidez . Juntos y avenidos , retornamos a los claustros . El de Cáceres le preguntaba de sus negocios de aceites , de trigos , de sus viajes ; finalmente , le preguntó si no tenía un hijo . Es que muchos de estos señores de Cáceres y de todas las provincias , de corazón apacible , y de frente exacta para las menudas memorias , necesitan apartar los cereales y el aceite para ver a los hijos de otro . El enlutado sonrió temblándole su boca seca , y respondió que sí , que tuvo un hijo ; un hijo de tanta blancura que daba pena , como si fuera a romperse de tan frágil . Todos le decían : « Parece de esos niños que ya sufren porque han de ser hombres gloriosos ... ¡ Es un predestinado ! » . La madre murió pidiendo al esposo : « ¡ Ese hijo , ese hijo ; te quedas solo con él ! ... » . Quedó solo ; le daba alimento , le dormía , le peinaba . Había de peinarlo muy despacio ; tenía el cabello alborotado de anillos rubios esculpidos sobre su frente grande de mármol . Un día arrancó una mata de perejil recién brotada . El padre quiso que se la diese ; el hijo la tiró , y aquél porfiaba : « Dame la planta ; verás las hojas que no han podido crecer por tu culpa » . « No tero , no tero » . Entonces yo - profirió el hombre de luto - le pegué en las manos ... El señor de Cáceres , contemplándonos a todos , celebró esta crianza y nos dijo lo del árbol que se ha de castigar cuando es tierno , y que los resabios pueden principiar de unas hojas de perejil y acaban con toda una hacienda . Prosiguió el hombre pálido contando de su hijo ... De noche , los anillos rubios de sus cabellos se le doblaban y abrían del sudor de las sienes ; abrasaba su frente de mármol ; le oprimían los techos como si los soportasen sus pulmones ; se le amorató la boca ... « Abandoné mis molinos , los olivares , todos los negocios ... » . - Y lo decía mirando al señor de Cáceres - . Con una lona como las velas de las barcas hice un toldo para proteger la cuna del nene enfermo ; yo a su lado ; los dos , en medio de los campos , noche y día . Una labradora guisaba nuestra comida en una hoguera . Teníamos un farol viejo , y acudían palomas de la luz , caminantes , pastores , mastines ... Así estaría el Niño Jesús . Contábamos cuentos , estrellas , horas de torres , cantos de gallos ... Murió mi hijo amaneciendo el domingo de Pascua . La blancura helada de su piel se quedó para siempre en mi carne . No se cansaba de tocar mis mejillas , mis párpados , mi barba . Al expirar me dijo : « ¿ Te acuerdas de cuando no quise coger el perejil ? ... » . Y , de nuevo , a los asuntos , a los viajes . Su amigo elogio la virtud de la actividad ; creía mucho en sus frutos de consolación . - Este año traigo las harinas del Colegio ... - ¿ Cuánta harina se consume aquí ? - tornó a interrumpirle el señor de Cáceres . Se lo dijo el enlutado ; y añadió que siempre que venía pasaba las mañanas en la tahona . Al principio , pensó salir al salón de visitas para vernos , pero no a resistir la visión de la felicidad de las familias . Por eso , cuando tomamos la querencia del obrador y de las mosteleras , y el Hermano de las compras quiso impedirla , él le rogó que nos lo consintiese ... No pudo contenerse el de Cáceres . - El Hermano de las compras es un buen hombre de Aragón . Creo que fue maquilero de un pariente mío . ¿ Se llama Espí , el Hermano Espí ? Pero todos le dijimos que no . Y siguió el de las ropas de luto : - ... Le supliqué que os dejase , para yo veros y jugar y conversar con vosotros ; y os escapabais como si vieseis al lobo ... ... Aquí se hunde ese hombre en lo profundo del humo dormido . Es que no volvimos a la tahona , porque como ya no le teníamos miedo ... Singularmente se recordaba a Hernández Aparicio por las gafas que traía su padre . Aparicio y yo pasamos juntos algún tiempo en la enfermería del Colegio . - ¡ Qué gafas tan enormes lleva tu padre ; los cristales podrían servir para un buzo ! Aparicio me dijo : - Somos muchos hermanos ... ¡ No descansa mi padre , siempre mirando y cavilando ! ... Aquellas gafas tan gordas ya me parecieron un filo que limaba , que roía insaciablemente los ojos profundos del padre pálido y contristado , caminando con los brazos hacia atrás para recoger las manos de los hijos . Al enfermero se le plegó toda la frente , hasta el hueso , y tronó de súbito : - ¿ Qué se puede ver en este mundo ? Hay que mirar al cielo . San Gregorio el Magno refiere de una religiosa de San Equicio , que , pasando por la huerta del monasterio , no pudo contenerse en la debida parsimonia , y arrancó y comiose una lechuga . Al punto se sintió atormentada del Enemigo . Vino San Equicio en su remedio y comenzó por increpar al demonio ; y el demonio , desde lo más profundo de la penada ánima , daba voces diciendo : « ¡ Qué culpa tengo yo de lo que le sucede ! ¡ Estábame muy tranquilo al sol de la lechuga ; llegó esta monja , y me tragó movida de la gula ! » . Señor Hernández Aparicio : ¿ qué gafas podrían descubrir al demonio recostado en el cogollo de una ensalada ? Nos quedamos pensando . Verdaderamente sería menester un microscopio de prodigiosa fineza para alcanzar el estado de gracia . Nos desencantó mucho que el Enemigo no residiese en nuestra sangre , donde , algunas veces , nos fuese dado resistirlo y acallarlo , y quizá vencerlo del todo y arrojarlo para siempre de nuestras entrañas . Y que nos acechara desde fuera y pudiésemos engullirlo a cada instante , nos inquietó grandemente , y , además , tuvimos por muy frágiles y escasas las defensas orgánicas del hombre . - ¡ Hay que mirar al cielo , y subir allá en seguida ! - Y el Hermano Enfermero daba un brinco . Era todo osamenta , de ojos enjutos , redondos y duros que semejaban artificiales ; no podría cerrarlos porque no tenía o no se le veían los párpados ; ojos sin piel , de vidrio encendido de arrebatos y alucinaciones . Deseaba morir cuanto antes , y deseaba que los demás también lo apeteciesen , y nos proponía que lo quisiéramos . Le llevaba el benzonaftol a Hernández Aparicio , y repentinamente exclamaba : - ¿ No desea usted morirse , señor Hernández Aparicio ? ¡ Pídale a Santa Cecilia , usted que es músico , pídale que Nuestro Señor disponga de nosotros ahora mismo ! Subamos al cielo para cantar el « O Salutaris ! » acompañados por Santa Cecilia . ¡ Qué más quisiéramos ! Pero , ¿ no desea usted morirse ? Era demasiado pronto para ir al cielo . El cielo había de comenzar cuando acabase la vida de toda la tierra ; entonces , según el parecer del señor Hernández Aparicio , principiará la eterna bienaventuranza , que debe ser una para todos los justos ; porque , ¿ cómo quieres tú - me decía Aparicio - que la gloria celestial sea más larga , más eterna para los que ya murieron y se salvaron , que para los que todavía tienen que nacer , vivir y salvarse ? No ; esa gloria es una y la misma ; y los que se hallan en el cielo han de esperar a los futuros y definitivos bienaventurados . Pues cuanto menos se aguarde , mejor . Así pensábamos , calculando por medidas caducas y terrenas la heredad que no tiene términos . Y proseguíamos imaginándonos la espera de la felicidad hasta en el cielo , viendo el afanoso tránsito de los elegidos . Y como en este mundo se suelen esperar las cosas buscándose los deudos y amistades para esperarlas juntos , nos dijimos que acaso en la gloria procediéramos de la misma suerte . Aparicio se estremeció . Es que se acordaba de su tía doña Raimunda Hernández , que vivió y murió como una santa . Lo proclamaban los más doctos y buenos de la provincia de Murcia . Morir y salvarse tan temprano equivalía a esperar más tiempo la vida perdurable al costado de doña Raimunda Hernández . Era seguro que había de encontrarla , aunque no pudiésemos explicarnos que llegasen a merecer la gracia y la predilección del Señor almas tan desaboridas y tan insufribles en la tierra ... Al lado de la señora y del Hermano Enfermero ; porque el Hermano Enfermero necesariamente moriría de un momento a otro , por el encendido fervor en implorarlo y por su precaria naturaleza . ¿ No dice Shakespeare que nos irritamos por cosas menudas , aunque sólo las grandes sean las que sobresaltan y culminan nuestra vida ? Nos irritaba la tía de Aparicio y el Enfermero , pero nos angustiaba pavorosamente la idea de morir , y de morir por el antojo del Hermano . ... Pensaba yo en una aldea blanca de árboles verdes , tendida en un otero azul con su calvario , sus cipreses y un senderito de rondalla . La vi , no sabía cuándo ni en qué comarca , pero yo había visto el deleitoso lugar una tarde , desde una diligencia ; y antes que al cielo quería ir a esa aldea dormida entre el humo de la distancia y de mis memorias . Hernández Aparicio celebró mi propósito . Y el Hermano Enfermero se nos precipitó , clamando : - ¿ Es que no se morirían ustedes ahora ? Señor Hernández Aparicio : déjese de aldeas blancas . ¿ Quiere usted morirse ? ¡ Pídalo con toda su alma ! El señor Hernández Aparicio respondió denodadamente que no quería morir sino vivir y ver mucho . Yo me quedé recordando las recias gafas de su padre . Llegadas las vacaciones , nos despedimos del Enfermero como de un moribundo , en cuya mirada de vidrio bien leíamos que nos había abandonado a nuestra desgracia ... - ... ¡ Ya no he visto más la aldea blanca de la colina azul y de los árboles tiernos ! Sonrió Aparicio entre el humo dormido de las horas devanadas para siempre , y dijo : - Yo aprendí a amar el deseo por el deseo mismo , y amo el camino por el dolor y el júbilo de caminar , ofreciendo mi sed como la sed de David , pero « yo solo » . David se había recogido en la cueva de Odollam . Era el tiempo en que se cortan las cebadas . Entre el temblor de la llama del día , se alzaban los muros de Bethleem , la tierra suya , que entonces poseían los filisteos . Toda iba recordándola David : los huertos de las laderas , los herbazales donde pasturaba su rebaño ; su casa humilde ; la plática de los viejos bethlemitas sentados en las puertas de la ciudad ; y , en medio , el aljibe de las aguas más dulces de su vida ... Ardía la mañana en torno de la cueva de Odollam . Y David recordó también la delicia de la sed saciada , y suspiró : « ¡ Quién me diera a beber agua de la cisterna que hay en Bethleem , junto a la muralla ! » . Entonces los tres escogidos entre los treinta valientes rompieron por las escuadras enemigas , y sacaron del agua deseada y se la trajeron a David . Pero él no la probó , sino que hizo de ella libación al Señor , diciendo : « ¡ No beberé la sangre y el peligro de las vidas de los tres esforzados ! » . ¿ No te parece que , ahora , se ha de suspirar por el agua de nuestra sed , y subirla nosotros mismos , y ofrecérnosla a nosotros y a nuestro ideal y a Dios , sin catarla ? - ¿ Pero no será , eso que dices , la doctrina de los que no han « llegado » ? - ¿ Y qué ? - prorrumpió Aparicio - . Lo fundamental y gustoso es tenerla ; que nos acompañe nuestra voz ... Ya sé que no has llegado todavía . Este « todavía » ha de agradecerse más por lo que tiene de « hoy » que por el valor de la esperanza . En llegar , o en llegar pronto , se esconde el peligro del regreso , y es una carretera con hostales que hierven de bellaquerías de trajineros que ni van ni vienen . Yo vivo caminando ; reclino mi cabeza en las piedras , y confío que alguna me depare , como a Jacob , el sueño de la escala de los Ángeles . Forastero en todo lugar , los sitios con sol pertenecen a los hombres sentados , a los hombres y a las moscas que zumban en los poyos calientes ; y cuando alguien se levanta se aprieta más el corro o toma su hueco el lugareño sustituto . Se ha de caminar ; lo malo del camino es la llanura , que todo parece principio de la misma jornada ; la cuesta produce un esfuerzo y un cansancio gozoso , porque , aunque se suba , volvemos la mirada y como el comienzo quedó más hondo , recibimos una sensación de cumbre sin pasar de la misma vertiente ... Sacó una cajilla despellejada y vieja , y de ella unas gafas . - ¡ Ya traes tú gafas también ! - Son las de mi padre . - Y tocándolas y mirándolas había en sus dedos y en sus ojos la emoción de la presencia del hombre descolorido y triste que caminaba tendiendo los brazos hacia atrás para recoger las manos de los hijos ... - Son las de mi padre , y ahora mías . Aun soy joven , y ya se acomodan a mi vista . Tú me decías : ¡ los cristales de esas gafas pueden servirle a un buzo ! Con ellos me he sumergido yo como un náufrago y siempre vi mi camino ... - ¿ Te acuerdas ? - le dije - . « Señor Aparicio : ¿ qué gafas podrían descubrir al demonio recostado en la hoja de una lechuga ? » . - ¡ Al demonio no se le ve , ni hace falta , si de todas maneras ha de engullírselo uno al comer el más inocente alimento ; pero , en cambio , con estas gafas he visto recientemente al Hermano Enfermero ! - ¡ Imposible ! Hace veintiséis años que salimos del Colegio ; hace veintiséis años que el Hermano Enfermero está en el cielo cantando el « O salutaris ! » . - El Hermano Enfermero sigue en la tierra y en el mismo Colegio ; y está gordo , muy gordo . Yo le pregunté : Hermano : ¿ pues no quería y no quisiera usted morirse ? Y el Hermano me dijo : « ¿ Yo ? Yo sólo deseo lo que disponga Nuestro Señor ... » . Y con estas gafas nunca vio mi padre agotados sus deseos , ni yo los míos . Cuando cumplí catorce años nos trasladamos a una vieja ciudad . En seguida que llegué me buscó Ordóñez . Nos abrazamos , pero sin apretarnos mucho por un afán de vernos . - ¡ Estás lo mismo ! - ¡ Y tú también : como allí ! Y no lo sentíamos ; y lo decíamos sin embuste , porque nos imaginábamos en el Colegio , vestidos de la blusa de escolar o de uniforme . Si resalía en nosotros un ademán , un acento de entonces , recogíamos ávidamente este rasgo de época : - ¿ Ves ? ¡ Lo mismo ! - ¡ Como tú ! Y no nos persuadíamos . Este marginar la emoción de nuestro encuentro , desde el primer instante , sería lo que apagaba su júbilo . Fuimos dos críticos que se abrazan . Ordóñez aparentaba distraerse , y yo también . Mirábamos la calle ruda , toda de sol , empedrada de guijas de río , con tapias de cal , como un camino entre heredades ... De súbito , Ordóñez me miraba para verme mejor en mi descuido ; y como yo también quería valerme de lo mismo , nos sofocábamos de la coincidencia , y ese sorprenderse el ánimo sin pañales no abre la cordialidad . De modo que vacilábamos en fuerza de no decirnos nada , queriéndolo decir todo , y viéndonos y comprendiéndonos más allá de la confianza antigua . Aquí parece que se avengan , claro que un poco reducidas , aquellas palabras de Mme . Stael : « Verlo y comprenderlo todo es una gran razón de incertidumbre » . La calle semejó latir como si fuese un sembrado , que de pronto lo penetrara un aire de buena lluvia . Era un cántico de niñas encerradas . Dijo Ordóñez que había cerca un convento de madres Carmelitas , y ensayaban unos Gozos las chicas pobres de la parroquia . Lo pronunciaba muy contento de salir objetivamente de la cortedad . Se oía el órgano como una voz cansada de maestro que reprende durmiéndose en la lección . Y resaltaba la tarde de la ciudad vieja sobre este fondo infantil , dándose las claridades de la emoción a costa de las niñas encerradas en torno del arca de un armónium . Quizá fue éste uno de los más tempranos principios de doctrina estética que recibí . Ordóñez me dejó , prometiendo venir otro día y llevarme a su casa . Su casa era una de las principales del lugar , y su madre , de las madres más jóvenes y hermosas que yo recordaba del Colegio . - Demasiado joven y hermosa todavía para madre de tantos hijos - comentó un matrimonio estéril amigo ya de nosotros de otros tiempos , y que estuvo a ofrecerse en nuestra nueva residencia . Como yo le despidiera hasta el portal , volviose la señora , diciéndome : - Estás con el regaño de forastero ; pero te irá agradando la nueva vida , y tendrás amigos . Ya conoces a Ordóñez : buen chico es , aunque su casa , su casa ... ¡ Todo aquí se sabe ! No te digo más por tus pocos años ... Fue a besarme , y no llegó ; se puso muy colorada . Y cuando se iban , oí que le susurraba al marido : - En acercándose una a esos chicos se les ve demasiado grandes . ¿ Dónde estará ya su inocencia ? Y no sé qué añadió del mundo y de las criaturas de ahora , que ya resultan de « entonces » . Fue la primera vez que me quedé pensando en mi inocencia como en algo que no se ve ni se siente hasta que constituye una realidad separada de nosotros . Ya es viejo que se sobresalte la pureza bajo la voz de una virtud austera . Parece que entonces rebulle y suena en nuestra alma el aleteo de una ave que dormía y se remonta en busca de otros horizontes . ... Vino Ordóñez ; le recibí tan encendido y confuso que él se sofocó . Volvíamos a coincidir y escudriñarnos afiladamente . Y ahora sentía yo la presencia de la señora , que quiso y no pudo besarme . Sorprendime pensando en la madre de Ordóñez y en las palabras del matrimonio , y recordé que yo había ya perdido la inocencia ; pero continuaba su sitio sin habitar . Sin inocencia , sin pecado y sabiéndolo . Era como la sensación de que el alma se me había quedado corta y arrugada para el cuerpo mozo que no acaba de crecer ; lo mismo , lo mismo que algunos trajes de los chicos de catorce años , sino que ése nos cubre debajo de la carne y de la sangre , sin quitar la desnudez , que sólo vemos nosotros cuando podemos . Faltándome documentos de malicia , no penetraba en lo que se murmuró de la madre de Ordóñez . Y dentro de mi oscuridad se encendía la vergüenza . Rechazaba instintivamente la murmuración , y en seguida la buscaba y revolvía voluntariamente . Me acordé que en el Colegio todos decíamos : « Ordóñez se parece mucho a su madre » . Y le miré , y se sonrojó . - ¡ Lo mismo que entonces ! - le dije . Pero en aquel tiempo lloraba hasta de rabia de su tez fácil al rubor de una doncella . - Aun sigo sofocándome como mi madre . - ¿ Como tu madre también ? ... Y llegamos a su casa . Casa antigua y señorial , de sillares morenos y dinteles esculpidos . Todo estaba en una grata sombra de celosías verdes que semejaban exprimir todo el fresco y olor del verano . Porque sentíase que fuera se espesaban los elementos crudos del verano como en corteza , y dentro sólo la deleitosa y apurada intimidad . En el vestíbulo , en las salas , en el comedor , había muchos jarrones , cuencos , canastillas , juncieras desbordando de magnolias , gardenias , frutas y jazmines ; y por las entornadas rejas interiores se ofrecía una rápida aparición de la tarde de jardín umbroso y familiar . Ya sé que muchas casas tienen en julio magnolias , jazmines , frutas , gardenias ; pero es eso nada más : flores , flores porque se cogen y caen demasiadas en el huerto ; y frutas : melocotones , ciruelas , peras , manzanas ... y , sin querer , sabemos en seguida la que morderíamos . Y allí , no ; allí flores y frutas integrando una tónica de señorío y de belleza , una emoción de vida estival y de mujer . No « eran » melocotones , ciruelas , peras , manzanas ... clasificadamente , sino fruta por emoción de fruta , además de su evocación de deliciosos motivos barrocos ; y « aquella » fruta , el tacto de su piel con sólo mirarla , y su color aristocrático de esmalte , y flores que sí que habían de ser precisamente magnolias , gardenias y jazmines por su blancura y por su fragancia , fragancia de una felicidad recordada , inconcreta , de la que casi semeja que participe el oído , porque la emoción de alguna música expande como un perfume íntimo de magnolias , de gardenias , de jazmines que no tienen una exactitud de perfume como el clavel . Rodeado de este ambiente de sensualidad tan amplia y tan pura repitiose en mí la sensación de la inocencia , no separándose como una paloma asustada , sino volviendo a mí , pero no consubstanciándoseme ; atora me ceñía como una túnica tejida del inmaculado blancor carnal y de la virtud de aquellas flores . Hallábame también en ese estado de reiteración de « sí mismo » , de creer que ya se ha vivido « ese » instante , y que todo en la casa de Ordóñez estaba y sucedía según una promesa infalible . Fui pasando . En lo más hondo se me presentó el escritorio del padre : frialdad de legajos y de crematística , cráneos pálidos , tercos , con un pliegue de disciplina , de sacrificio ; todo como asperjado frescamente de un coloquio de aguas y de risas de hijos . Castaños de Indias , cedros ; arrayanes y cipresal recortados ; sol contenido por el terciopelo del follaje solemne y propicio para la blancura humana de los mármoles . Huerto sereno , íntimo , remoto de la calle que lo rodea ; no tuerto de enriquecido , que sólo está de añadidura en la casa porque sobró terreno , y sirve de tránsito y suple al muro de medianería . Las frondas se apartaban para la emoción del cielo , y pasó una cigüeña nadando en el azul , toda estilizada , tendida en torno del nidal de leña colgado de una torre de pizarra . Vi a la madre de Ordóñez rodeada de sus hijos y con un niño chiquito en su regazo . Vestiduras como de flor de lino , carne de frutas húmedas , cabelleras de trenzas negras con vislumbres del verde tierno de los árboles . Fray Luis de León compuso estos consejos para el atavío de las mujeres : « Tiendan las manos y reciban en ellas el agua sacada de la tinaja , que con el aguamanil su sirvienta les echare , y llévenla al rostro , y tomen parte de la en la boca , y laven las encías , y tornen los dedos por los ojos y llévenlos por los oídos también , y hasta que todo el rostro quede limpio , no cesen ; y , después , dejando el agua , limpíense con un paño áspero , y queden así más hermosas que el sol » . Esto dice que obedecía « alguna señora de este reino » . A doña María Varela Osorio ofreció el dulce agustino las acendradas páginas de La Perfecta Casada , quizá dudando de que ella y otras muy honestas se satisficiesen con el paño áspero y el agua de la tinaja . Y sin duda él lo escribió y la noble dama lo leería , como muy conciliados con esta pragmática de tocador , sin creerla ; como yo la recuerdo viendo entre el humo dormido a la madre de Ordóñez , que , cuidando exquisitamente de su cuerpo , emanaba una sencillez de naturaleza ; y otras mujeres que ostentan todo el aparato de sus afeites , parece que acaban de dejar el paño áspero y el agua recién traída por el azacán . ... Removiose el hijo , y los dedos de la madre se desciñeron el corpiño y floreció la castidad de su pecho cincelado . Nunca se olvida la perfección de un pecho que nos hace niños siempre . ... Pude un día decírselo a la señora erizada de virtudes , que sobresaltó lo postrero de mi infancia , y murmuró : - Sé que tenía pechos muy hermosos , y crió sus siete hijos ; pero , mira , ¡ murió de zaratanes la pobre ! ... Siempre nos parábamos en la « Herrería de la Cuesta » , mirando la fragua y las barras de lumbre que llagaban la oscuridad . Salía Alonso , el maestro , y descansaba su puño de callo y de roña en el hombro de Mauro . Mauro estaba roído de viruelas , y su sonrisa gorda y mansa de chico apocado parecía refrescarle la calcinación de su piel . Por todo el portal pasaba una greca de herraduras oxidadas ; y en los sillares colgaban las argollas para atar las bestias . Arrieros , oficiales y aprendices se quedaban mirándonos . Después volvían a tocar las vibrantes campanas de los yunques ; y nos sentíamos rojos de hierros candentes que se quebraban con una sensación tierna de carne de sandía . - ¡ Aquí fue ! - decía Mauro - . Y seguíamos subiendo la calle . Allí quiso traerle su tío el canónigo para que aprendiese oficio , porque Mauro no se acomodaba al estudio . Alonso y sus gentes lo sabían ; y el puño del herrador buscaba el hombro de Mauro . Se le había escapado porque Mauro lloró mucho y se engulló vorazmente de memoria todos los libros que le daban . Enflaqueció tanto que las viruelas parecían grabadas a fuego por el puño de Alonso . En lo último de la calle estaba la puerta de la muralla , sin puerta : sólo la bóveda . Llegaban y salían los ganados , las diligencias , las recuas , las yuntas ; su estruendo se sentía desde las rinconadas más escondidas de la ciudad ; su estruendo y el silencio que después volvía por la cuesta como un agua clara , el mismo viejo silencio que habían ido enrollando las patas de las bestias y las ruedas de los carros . Todas las tardes rodeábamos las murallas rotas . Llanura con muchos caminos entre huertas , majuelos , pedregales , hazas encarnadas , horizontes azules claramente tallados . El cementerio , en lo más abierto del llano , y parecía que el mismo paisaje tan ancho le cavaba un sitio recogido . Era de una pobreza rural : yeso moreno , herbazales bordes , cuencas de nichos , cipreses sedientos , tejas pardas ; detrás , en el azul , un chopo muy alto y muy verde ... Yo alabé el camposanto de mi pueblo . Lo supo Alonso , y , delante de todos , me dijo que no había en España un cementerio de mejor tierra que el de ellos , que no era el suyo . Porque Alonso tenía en su aldea fosario de familia . Vino su padre a la ciudad , y murió de fiebre solanera , y aquí lo enterraron de alquiler . Pasados algunos años , quiso llevarse los restos al pueblo ; hizo una arquilla , y se fue de madrugada a buscarlos . Abrieron la fosa y el ataúd : el padre estaba igual que cuando murió ; sus ropas , nuevas ; limpio el paño que le velaba el rostro afeitado ; y en los carcañales seguían agarrados los sinapismos que le pusieron para rebajarle la flama de la calentura . No cabía entero en la arquilla ; y Alonso tuvo que destornillar el cadáver ; los muslos y los brazos fue menester quebrárselos . Ese día , pasando frente al cementerio , miramos mucho su tierra , de tanta virtud como el sicómoro de los féretros egipcios . Chafé un cardo , y creíamos que crujía el padre de Alonso . Nombrábamos algunos difuntos de la ciudad ; y les veíamos intactos , recién vestidos ; y de súbito nos fijamos todos en las mejillas de Mauro ; después de muerto las tendría lo mismo ; y su hermana , seguiría hermosa . A veces , dábamos tres vueltas en torno de las murallas como Chateaubriand rodeó las de Jerusalén y Jonás las de Nínive . ... Mauro cogía un guijarro resplandeciente ; y en seguida averiguaba su progenie geológica . Le dábamos una mata del camino , y nos decía lo más oculto de su estirpe vegetal . Mauro lo sabía todo apretadamente . Si sonaba lejos una esquila y , a la vez , el tránsito de una carreta y el timón de un arado de una yunta que ya venía a la ciudad , nos paraba Mauro con esta enseñanza : « De esos tres ruidos , oiréis más claro el que quisiereis ; las orejas nos obedecen » . Nosotros lo probábamos . « Ahora , cerrad los ojos » - nos mandaba también , y los cerrábamos dócilmente aunque nos riésemos - . « ¿ Qué veis ? » . Con los ojos cerrados no veíamos nada . Y porfiaba Mauro : « ¿ Qué veis ? Veréis algo : gusarapos , puntos , redes en lo oscuro que no es oscuro del todo » . Sí que lo veíamos muy inquieto , avivándose , fermentando . « ¿ Lo veis ? Pues de todo , elegid lo que se os antoje ; recordadlo ; y cuando se pierda , no tenéis más que querer que se presente , y decírselo a los ojos cerrados y volveréis a verlo » . Mauro pensaba más cosas que todos . Quizá se contagiara de don Jesús , un amigo de su tío el canónigo , que también me sale entre el humo dormido . De todas maneras , ir con Mauro equivalía a traer al lado un curioso libro . Cuando queríamos , lo abríamos , y se acabó . Nosotros apeteceríamos saber , pero no más o menos que Mauro ni como él ; nadie se preocupa de saber « como » una asignatura . Callado , terco , humilde , mientras nosotros hablábamos , brincábamos o callábamos también con otro silencio ; porque Mauro no tenía un claro silencio interior sintiéndose bajo la amenaza del porvenir , ya que la del oficio estaba vencida . « Si yo faltase te quedarías " de " señorito sin carrera , sin oficio ni beneficio » . Eran palabras de su tío . Repitiéndoselas Mauro , se le apretaban las mandíbulas y las sienes como si se afirmase y se obstinase en sí mismo con un ímpetu y prisa que semejaba hundirle unas espuelas afiladas en lo más hondo de la sangre y de la voluntad . ... Aun no había yo perdido la calidad de forastero para pasar a la calidad de « nuevo » . Al forastero se le agasaja gustosamente en todas las comarcas de España . España . De aquí procederá el elogio de hospitalarios que la crónica nos pone en el pecho como una gran cruz de Beneficencia . Y cuando se llega a " nuevo " asoma en los otros el ibero con todas las duras virtudes primitivas . No se había cumplido el tránsito terrible , y en mi agasajo fuimos a un cerro histórico . Hasta Mauro me acompañó . Nada nos cautiva tanto como un lugar que consagre una memoria ; y nada nos importa menos que lo que allí está conmemorado . Ya no se pierde , porque allí hay un Mauro de piedra que nos lo guarda escrupulosamente . Todo lo sabremos cuando queramos . Estábamos en aquellos días en que todos nuestros pueblos daban a una de sus calles el nombre del General Margallo ; en que la Partida de la Muerte se arrastraba por las barrancas de los contornos de Melilla cazando rífenos ; y un soldado delirante de glorias cercenó las orejas de un moro . Al día siguiente lo fusilaron . Subíamos la senda del collado histórico refiriéndonos los lances de la ejecución . Éramos chicos y se nos confundían más que ahora los valores de la Justicia y de la « Moral heroica » . Siempre veíamos al ajusticiado mirando pasmadamente unas orejas lívidas , aborrecibles por razones patrióticas y mirándonos a todos como si nos preguntase : « ¿ Pero no era eso lo que había que hacer ? » . Uno de nosotros dijo : « ¡ La verdad es que el pobre moro ... ! » . Y como seguían las orejas junto al cadáver , otro exclamó : « ¡ Bueno , pero si en vez de desorejar al pobre moro , lo atraviesa a tiros ... ! » . Y todos dijimos : ¡ Claro ! Y entre el humo dormido no es posible averiguar si ese ¡ Claro ! equivalía a « ¡ Qué lástima que no se le ocurriera matar al pobre moro ! » . De modo que hasta un Mauro puede coincidir con la ética de un reo , que quizá pensara lo mismo cuando fuera al suplicio . Así conversando nos detuvimos en el cerrado portal del Santuario , que conmemora una jornada de nuestra Historia de la Reconquista ; y lo contemplamos con un poco de recelo , como si presintiésemos que , un día , habríamos de leer lo que Cicerón relata del impío Diágoras : « Tú que niegas que los dioses se cuiden de nosotros - le dice un amigo creyente - mira en los muros de este templo la muchedumbre de tablas con las pinturas de los que se han salvado por su misericordia de la furia de las tempestades . - Y Diágoras le responde : Aquí veo los exvotos de los que se han salvado ; pero ¿ dónde están las pinturas de los que han perecido ? » . Abrió el ermitaño . Se quedó crujiendo la puerta de leña , y resonaron mucho tiempo nuestras pisadas como dentro de un aljibe . Después , se oía el silencio del recinto apoderándose , sellándose del silencio de fuera . De los muros de color de sayal pendían banderas y estandartes , verdes , blancos y de un grana viejo , ennegrecido ; telas ajadas , caídas , inmóviles , con una sensación olorosa de frialdad . La talla del retablo se iba quedando ciega ; una estría de un pilar , un nervio de acanto , el corazón de una panela , guardaban como una uva de oro , y este grano de lumbre imprimía entre la niebla una fugaz resurrección de todos los motivos ornamentales , y en seguida se desmodelaban blandamente en la quietud del apagamiento . Entonces resaltaban dos floreros de vidrio con ramos de ropa y de papel de color entero y elemental . Como no nos marchábamos , salió , de una desolladura del muro , una salamandra que estuvo mirándonos con dos gotitas de luz negra , y sumergiose en el frescor del follaje de una ventana de establo . Descansamos en una banca torcida , que había recriado una piel de tiempo . El ambiente del santuario se familiarizaba con nosotros y proseguía sus coloquios menudos y sutiles : un diente de carcoma , una raedura arenisca , una abeja que entra sin fijarse , una lámpara que se ha movido un poco durmiendo ... Y nos oíamos respirar . Los hombres colocan las cosas , y ellas , después , se van acomodando en la soledad : y viene el hombre y les interrumpe físicamente ; se transmite a lo más íntimo la presencia inquieta y extraña ; pero la soledad se resigna aun con nosotros , y sigue su circulación sensitiva ; y esto era lo que escuchábamos : que aquello continuaba siéndolo según era sin nosotros , y sin importarle la Historia que nosotros sabíamos , es decir , que sabía Mauro . Abrimos la memoria de Mauro por las páginas de lo que aquello significaba , « aquello » que precisamente no equivalía a lo que pasó , sino a después que pasó . La voz de Mauro iba proyectando la memorable jornada que originó esta ermita . « Acometieron los árabes con increíble arrojo ... » . « Un obispo con la cota ceñida sobre sus hábitos ... » . « El estandarte verde de la media luna ... » . « La bandera blanca de Almanzor ... » . Veloces , indomables , resplandecientes pasaban las escuadras , los pendones , los caudillos ... Y en seguida resalía en nosotros la conciencia y el encanto de la quietud del recinto viejecito : las banderas , inmóviles ; el sol , tendido en el ara desnuda ; un vaho de sacristía húmeda ... En la ventana se paró un pájaro creyendo que estaba la Historia sin nadie ; pero nos vio y rasgose el azul con el trémulo alboroto de la huida . El ermitaño se golpeaba las corvas con la llave y nos miraba cansadamente como previniéndonos : « Todo eso que os cuenta ése , yo también lo sé ; y , cuando salgáis , lo encerraré con mi llave vieja » . Lo encerraría para dejarlo fuera , porque estos santuarios memorables parece que nos infunden la intensa delicia de hacer sentir la distancia y casi el olvido de lo que significan . Mauro recordaba basta los nombres y apellidos de muchos héroes que dejaron linaje en la ciudad . Nos divertió el de un caballero aceitunado , de calva baja , que nos ganaba al billar a todos juntos , dándonos 45 a 100 , y le aborrecíamos casi todas las tardes . El pendón amarillo era el suyo . Su primer dueño descalabraba infieles con una clava arrobal . Se asomó la salamandra espiándonos ; y vino un cacareo tumultuario , entre el sol del mediodía ; y el ermitaño saliose brincando para recoger el huevo de una gallina moñuda que dio en el antojo de comerse la cáscara . Merendamos en el fresco hortal , y a sus sombras pasáramos toda la tarde si Mauro nos dejara . Pero no lo consintió . Había de acudir al estudio . Su porvenir le acechaba desde los ojos de su tío el canónigo . Humilde y encogido y estaba traspasado de una prisa ajena , inexorable y ávida , que lo había hecho suyo . Y nosotros le pedimos : - Mauro : ¡ No estudies más ! Hazte artesano o molinero de la aceña de tu lío . Te cuidaría tu hermana . Nosotros iríamos a veros . Se puso muy triste . Después , yo no sé por qué nos dijo : - ¡ Queréis más a mi hermana que a mí ! Todas las tardes íbamos en busca de Mauro ; y al salir , le besaba la hermana . Nos esperábamos para ver el beso , de un estallido delicioso de frescura , en la piel reseca y fragosa de Mauro . Entonces algunos de sus amigos parecían humillados de sus mejillas perfectas de adolescentes . Luz era mayor que su hermano . Lo sabíamos , y se lo preguntábamos muchas veces ; necesitábamos , y nos contentaba oírselo a él ; y casi no podíamos principiar el diálogo sin repetirnos la edad de la hermana . - ¿ Cuántos años te lleva Luz ? - Tres y dos meses . Rápidamente nos decíamos cada uno los años y los meses en que Luz nos aventajaba . - A mí me lleva tres años y siete meses y medio . - A mí , dos y cuatro meses . - A mí , un año justo . Y éste pronunciaba « un año justo » con un entono tan irresistible , que aparentábamos no escucharle . Esa exactitud no tenía importancia doctrinal . Lo que nos conmovía era que Luz fuese mayor que nosotros . Semejaba que había nacido antes para esperarnos a todos . - Es como una hermana nuestra : igual . No teníamos hermanas ; por eso la queríamos tanto . - ¿ Luz nos querrá así también ? Mauro respondía que sí , que lo mismo . Pero como ella tenía a Mauro , menor que ella y todo ... - De los hermanos que conocemos , vosotros : Luz y tú , sois los que más os queréis . - Es que como son huérfanos ... - Y aunque no lo fuesen , ¿ verdad ? - ¿ Cuánto tiempo hace que murieron vuestros padres ? - Mi madre , cinco años ; y mi padre , tres . También lo sabíamos ; y el del « año justo » casi siempre se equivocaba , diciendo : - La madre de Luz , tres ; y el padre , cinco . Todos le acechábamos para corregirle altivamente , y él se revolvió un día gritándome : - ¡ Si tú no les conociste ! Ellos , aviniéndose , repasaron la cronología de nuestra amistad . Eran los antiguos . No toleraba Luz que saliese su hermano sin enmendarle el nudo de la corbata y repasar su peinado , domándole el cabello con Agua Florida , y acabando de plegarle el cuello de la americana , que en seguida se le torcía , porque Mauro era de una invencible pigricia para sí mismo . Muchas veces brincó Luz desde la cancela con un gracioso enojo , para alcanzarnos y quitar de las ropas del hermano una hebra de su costura , una pelusa de los nidos del palomar . A todos debía vigilarnos cuidadamente , porque llegó a sorprender en el codo del camarada del « año justo » un hilo de hilván . Palidecimos mientras Luz tocó su brazo , diciéndole : - No lo traías cuando viniste , y tampoco es de mi labor . Y él sonrojose mucho , porque se lo prendió a escondidas para que ella se lo quitase . Mauro le contaba nuestros paseos , nuestras disputas , nuestras jácaras , nuestros propósitos . Bien sospechábamos que lo sabría todo Luz . Y después , oyendo sus risas , sus donaires y consejos , la veíamos tan hermana nuestra que hubiésemos creído que ya lo era si no hubiésemos deseado tan fuertemente que lo fuese . - ¿ Es que quisierais , de verdad , tener una hermana ? Palpitábamos asustados de dicha . Nos parecía que en las manos delgadas y pálidas de Luz iba a florecer el lirio de una hermana , una para cada uno de nosotros ; y dándonosla ella sería ella misma , por otro prodigio eucarístico ; y tan intensamente sentíamos la delicia de su belleza , que hubiéramos preferido trocarnos cada uno en esa hermana de nosotros mismos . Entre el humo dormido aparece Luz con una claridad lunar , y no puedo decir si era hermosa , porque entonces lo que sentíamos era la emoción de la hermosura en torno de ella . No podíamos afirmar la perfección de sus ojos , de su boca , de sus dientes , de su garganta , de sus hombros , de sus brazos , de su cintura , de sus rodillas , de sus pies ; sino que estas partes habían de ser bellas , porque le pertenecían ; como su vestido y los pliegues y el olor de sus vestidos por ser suyo . ¿ No hay mujeres categóricamente hermosas , por ser bellos sus ojos , sus labios , su tez , su nariz , su espalda , todo su cuerpo , pero que no son más que bellas en sí mismas , como si todas sus perfecciones pudieran desarticularse , quedando como joyas desprendidas y guardadas en su joyel ? Sabemos que « allí » existe una belleza sin transfundirse a ningún concepto , sin asociarse a ninguna emoción de nosotros . Pero , además , Luz significaba la hermosura reflejada , exhalada ; la hermosura , la venustidad de lo que no era ella , siendo hermoso o comprendiendo que lo fuese por ella . El aparecérsenos , ahora , la hermana de Mauro con claridades de luna , no debe ser una imagen literaria , sino casi una certidumbre óptica que se concilia con las sensaciones estéticas de antaño . Llamar a Luz « hermosa como la luna » , no es un elogio oriental , es un valor ideológico y físico de su belleza . Como la de la luna está no sólo en ella , sino en las aguas , en los jardines , en las montañas , en los senderos , en las ruinas , en el silencio , en la mujer , en la soledad , en la carne , en la frente , en las vestiduras , en los mármoles , en todo lo que no es luna ; así , Luz , o la emoción de la belleza de Luz estaba más en todo « por » ella , que concreta y corporalmente en ella . Lo bello en un grabado , en un cántico , en un Ángelus nos evocaba a Luz como si ya lo hubiésemos sentido a su lado ; nos traía su presencia ; y siempre , entonces , la nombraba alguno de nosotros , siquiera fuese para preguntarle a Mauro cuántos años le llevaba Luz . Luz no era una de las renovadas modalidades de la « cristalización » de Stendhal . Luz sería la idea estética que , al principio , y como la virtud , no se sienten en abstracciones , sino que han de referirse a una figura , han de humanarse , para después abrirse más allá de nosotros . ¿ Y si Luz fuese de verdad nuestra hermana ? Y apenas lo imaginábamos , precipitábase toda nuestra vida a quererla « como » hermana , prefiriendo ciegamente la realidad sentimental que la de la sangre . Sin explicárnoslo , nos parecía ya que sentir o « apasionarse » , sentir lo que no era , es superior a nosotros mismos y a lo que es , y poseer una verdad del todo nuestra . Muy en lo profundo sorprendimos que nos alumbraba la alegría de que Luz no fuese nuestra hermana para poder amarla como hermana . ¿ Será esto sentir sólo a distancia , o recordar lo sentido , acercándolo con una lente nueva ? Nunca lo averiguaremos cabalmente , porque hay episodios y zonas de nuestra vida que no se ven del todo hasta que los revivimos y contemplamos por el recuerdo ; el recuerdo les aplica la plenitud de la conciencia ; como hay emociones que no lo son del todo hasta que no reciben la fuerza lírica de la palabra , su palabra plena y exacta . Una llanura de la que sólo se levantaba un árbol , no la sentí mía hasta que no me dije : « Tierra caliente y árbol fresco » . Cantaba un pájaro en una siesta lisa , inmóvil , y el cántico la penetró , la poseyó toda , cuando alguien dijo : « Claridad » . Y fue como si el ave se transformase en un cristal luminoso que revibraba basta en la lejanía . Es que la palabra , esa palabra , como la música , resucita las realidades , las valora , exalta y acendra , subiendo a una pureza « precisamente inefable » , lo que por no sentirse ni decirse en su matiz , en su exactitud , dormía dentro de las exactitudes polvorientas de las mismas miradas y del mismo vocablo y concepto de todos . ... Al recogernos de la vuelta por la muralla , siempre dejábamos a Mauro en su estudio . A su lado labraba Luz sus lienzos primorosos . Tenían una lámpara para los dos . Nosotros les mirábamos desde la reja . De tiempo en tiempo resplandecía la faz de la hermana al volverse , sonriendo , para pedirnos que callásemos . La frente de Mauro permanecía fija , implacable y abierta , hojaldrándose sobre las páginas de la Lógica o de otro texto . A través de su piel semejaba subir y bajar la voluntad , una laringe de voluntad ; acababa de engullirse otro pedazo de ciencia . Y nosotros le preguntábamos : - Mauro , ¿ cuándo nos iremos al molino harinero de tu tío ? Y él , ladeándose , nos sonreía brevemente , sin vernos . Luz descansaba de su labor , asomándose a la lectura del hermano ; sus labios húmedos cogían algunas palabras de las páginas , como una cordera tira y toma de un seto una hierba amarga , y después las balbucía y cortaba graciosamente : - Razón de plan ... Divisiones de nuestra ciencia ... Sistema ecléctico ... « Razón de plan » nos salía en el portal de todos esos libros . Y , asustados , lo pasábamos , sin entender la razón ni el plan . Nos parecía un dragón o un enano horrendo , que guardaba toda la hacienda de la sabiduría académica . Pues las « Divisiones o clasificaciones » fermentaban de epígrafes , de títulos « en versales » , que iban creciendo y desanillándose como un monstruo de cien cabezas cartilaginosas de vocablos ... Y el « Sistema ecléctico » equivalía a lo fatal tipográfico . Cuando comenzaba el horco de teorías , ya nos conturbaba la promesa del sistema ecléctico . Era seguro que vendría , y que el autor había de ser inevitablemente ecléctico . Llegamos a temerle como a esas personas con quien siempre nos topamos en el mismo cantón y nos dicen siempre lo mismo . Y Luz venció todas esas fantasmas epigráficas . Desde que las tuvo en su boca ya las vimos como dijes y brinquiños muy graciosos ; y cuando las hallábamos en los textos , hinchándose frías y duras , les perdonábamos recordando su infantilidad entre la sonrisa de Luz ; ella había mirado estas palabras , las había leído , y pronunciándolas , nos las entregó vencidas . Una doncella había quebrantado la cabeza de la serpiente . ... Si pasaba junto a nosotros una mujer hermosa , quedándose prendida en la plática mocil , habíamos de regresar a la pureza , recordando que Mauro tenía una hermana . Porque una hermana virgen infunde en el hermano un pudor que se proyecta hacia su virginidad . Hasta en nuestros pensamientos se posaba el índice de Luz , dejándoles un delicado silencio . Si Mauro hubiera tenido más hermanas , quizá el mandato de su pureza no nos sellara y lustrara tan eficazmente . Es que el grupo , hasta en los desnudos , ciñe la carne con un cendal invisible ; pero una hermana sola delante de nuestra palabra , se ve demasiado cerca . Todavía más se desnudará su presencia si fue el hermano quien motivó su aparición . Y si él , después , en un instante de simplicidad , o de ternura y aun de indiferencia , pronuncia « Mi hermana » , todos se sentirán obligados a ser o mostrarse puros . Luz quedó proclamada por hermana de cada uno de nosotros , aunque nosotros , algunas veces , no nos sintiéramos hermanos . Y una tarde , después que Luz y Mauro se besaron , él la miró mucho , y ella , encendida de rubores , apartose de nosotros . Sofocada , estaba tan hermosa que hasta quisimos más a Mauro . Contemplamos el rodal de su mejilla donde Luz le dejó el beso , y creímos que nuestra piel se agrietaba de las mismas viruelas de Mauro para sentirnos besados por la hermana . Ese día habló Mauro poco y encogidamente . Le recordamos nuestro propósito de ir con Luz al molino harinero de su tío el canónigo . Seríamos toda una tarde molineros , y la hermana nos daría de merendar entre el júbilo de los palomos , de los ánades y gallinas , que se ceban de grano y de moyuelo de la casa . La presa , llena de cielo y de árboles reflejados ; ruido de abundancia de las muelas ; harina olorosa en nuestras manos y en la cabellera de Luz ... - ¿ Cuántos años dices que te lleva Luz ? ... Entramos bajo los viejos soportales de la Plaza Mayor . Y Mauro murmuró sonriendo : - ¡ Cándido , el de La Roda , sí que tiene un molino grande , de trigo y de oliva ! ... Venid , y se lo diremos a Luz . - A Luz , ¿ para qué ? - ¿ Pues qué no reparasteis cómo se sonrojó cuando salíamos ? Fue porque pensaba que ya iba yo a deciros lo de Cándido , el de La Roda ... Cándido , el de La Roda , vino hoy a pedirla ... Se quieren de novios , y se casarán . Nos miramos todos , queriéndonos más que nunca , y seguimos caminando bajo los soportales de la plaza . Y Mauro tuvo que marcharse solo a su estudio ; se despidió muchas veces de nosotros . Y nosotros , paseando , paseando , recordábamos : Luz , la hermana ... ¿ Es que quisierais , de verdad , tener una hermana ? La belleza de todo en ella ... La emoción de las tardes . El beso de Mauro y de Luz ... Nuestra molinera , y la merienda , con fragancia de harina de sus dedos . Y de tiempo en tiempo alguien prorrumpía pasmadamente : - ¿ Cándido , el de La Roda ? ... ¿ Cándido , el de la Roda ? ... Y se callaba mirándonos . Y le decía otro : - Sí . ¡ Cándido , el de La Roda ! ... Toda nuestra ideología había roto su ánfora , vertiéndose germinadoramente sobre la faz de una vida nueva . En atardeciendo iba a la casa del canónigo un catedrático de Historia Natural ; después , un presidente de Sala , y , el último , siempre , don Jesús . ¿ Por qué este hombre había de venir el postrero ? El magistrado no se lo explicaba . Don Jesús era canoso , enjuto , pulcro , con un lunar tostadito en la sien izquierda . Colgaba de su brazo el abrigo y el paraguas . Atravesaba su vientre la cinta de luto de su relojito , de oro esmaltado , de señora ; y en un ojal del chaleco se le estremecía un medallón con el retrato de una niña orlado de cabellos negros . A poco de encenderse la lámpara del estudio de Mauro , comenzaba a lucir la del comedor . El presidente de Sala no consentía que se la proveyese de mucha torcida . Le horrorizaba el fuego de petróleo . Era pavorosa la crónica y estadística de las desgracias originadas por los quinqués . Y llegaba don Jesús y sin dejar el paraguas y el sombrero subía la luz hasta que el tubo diese una llama roja , lívida , humeante . Todos acudían a remediar la torpeza y audacia de este hombre ; y quedábase el presidente templando la espita del quinqué . Sentábase don Jesús ; y apenas prendido el diálogo , se alzaba pasando y volviendo , y su sombra se quebraba atropelladamente por las paredes . No podía resistir el magistrado esta inquietud : le dañaba los ojos y hasta su palabra de tranquilas amplitudes forenses . Nosotros íbamos de reja a reja para prevenir a Mauro y su hermana : - Ya se está paseando don Jesús ; y el magistrado le mira con rabia el lunar . Luego nos volvíamos a espiarles ; y en seguida traíamos al otro aposento la nueva : - El magistrado acaba de decirle a don Jesús : ¡ Siéntese usted ! Le tronaba la voz como en la Audiencia cuando se lo ordenaba al reo después del interrogatorio . Don Jesús se olvidaba del mandato ; y nosotros , muy contentos , tornábamos con el aviso : - ¡ Ya se levanta otra vez ! El tío de Mauro fumaba despacito en su sillón cabecero de la mesa desnuda . Al hablar , elevaba su diestra hasta el hombro en una actitud conciliadora y prelaticia . Era parecer de todos que alcanzaría una mitra muy pronto ; y el presidente besábale la mano como si en ella resplandeciese el anillo pastoral . Confiaba que habían de reunirse en la misma ciudad de la Sede de entrambos . Desarrollaba con elegancia esa persuasiva visión . El magistrado desarrollaba hasta las ideas más elementales . Muy diserto , nada para él tan hermoso como el párrafo envolviendo pomposamente la idea , lo mismo que una fruta contiene su semilla . Don Jesús , una tarde , le dijo : - Es que yo me como la carne de una manzana , y tiro el corazón donde está la simiente . ¿ Haré lo mismo con esas frutas de párrafo ? La sombra de don Jesús se precipitaba del zócalo al techo . El magistrado parpadeaba . No le entendía . - ¿ Quiere usted sentarse y desarrollar su pensamiento ? Un hombre que no desarrolle cabalmente lo que piensa , yo afirmo que no piensa . Don Jesús sabía que ese hombre era él ; y no se sentaba . Decía las cosas don Jesús desgranadamente , temblándole dentro de cada una la larva de otras . - No existe ciudad tan muerta como ésta - afirmaba el magistrado . Y venía don Jesús ; daba con mano temeraria toda la mecha al quinqué , refería episodios sin cuento , ofreciéndose palpitante la muerta ciudad . Los amigos le miraban y se miraban recelosamente , porque todo aquello semejaba suceder sólo para don Jesús . Y la realidad - según el magistrado - , era una para todos los hombres . Se lo contradijo don Jesús . - ¿ En qué lengua hablaron Adán y Eva cuando no habían perdido la gracia ? El catedrático se regocijó . Aveníase más con el presidente que con don Jesús ; pero agradábanle estas acometidas de don Jesús que tanto sobresaltaban y enfurecían al presidente , el cual repuso : - Ni a usted ni a mí nos importa . La palabra es don divino ; y nuestros primeros padres lo gozaron . Sabemos que hablaron y lo que hablaron , y lo que habló la serpiente . Y esto basta . El canónigo lo aprobó subiendo y bajando blandamente su diestra . Exaltose don Jesús : - Pues parece que hablaron en éuskaro . Hace casi dos siglos se juntó el Cabildo de Pamplona ; y después de cavilar y deliberar mucho , acordose que Adán y Eva se valieron del vascuence ; es decir , lo fundaron . Y desde que los canónigos se alzaran de sus bancas , hasta que mudasen de parecer , fue una realidad el éuskaro en el Paraíso . ¿ Que no ? Para usted no ; para ellos sin duda . Mire : si un retrato de un difunto se cae sobre el retrato de una persona viva , me parece que el muerto le incorpora su desgracia . Llego a verlos como se lee de aquellos suplicios de los cristianos en que ataban al mártir con un cadáver . Yo me digo : esto es un desatino o un escrúpulo supersticioso , y no he de cuidarme de separar las fotografías ; pero las aparto , porque es una realidad en mi vida , en mi pensamiento , una realidad que no debo consentirme y que no vuelve a ser desatino y superstición , en tanto que no la invalide quitando la fotografía de la persona viva del contacto de la fotografía del muerto . Revolvíase el presidente mostrando un altanero estupor . ¡ Qué tenía que ver esa rareza con la realidad ! Y don Jesús porfió : - Tampoco hace falta . El catedrático miraba al canónigo . No les atendía el canónigo , afanado en buscar entre su hábito , en su asiento , en el esterón , porque se le había perdido la tabaquera . Y don Jesús , dijo : - Hoy he leído en un trozo de revista francesa , que me ha llegado enrollando una Botánica - no sabemos ni pizca de Botánica - que en las islas Hawai un médico inoculó lepra a un asesino condenado a muerte . Quiso el catedrático saber más de esa Botánica , y no pudo : el presidente rebramaba en nombre de la Justicia . Representábase simbólicamente el delito como un monstruo , una realidad suya que divertía mucho a don Jesús . El símbolo , para el magistrado , evitaba crueldades . En la idea alegórica han coincidido los torvos y los dulces . El tierno San Paulino de Nola no resiste la versión literal de algunos pasajes de los Salmos ; y cuando el Salmista ruge : « ¡ Mísera hija de Babilonia ; bienaventurado quien te retribuyere lo que tú nos dieras a nosotros ! Bienaventurado el que aplastara tus hijos pequeños contra una piedra » , San Paulino ve en estas criaturas los pecados ; y en la piedra , a Jesucristo ; y ya el terrible aplastamiento es un bien . Con símbolo y todo , el magistrado no podía tolerar que un delito , un monstruo único penase con dos expiaciones : lepra y horca . Le sosegó don Jesús advirtiéndole que el asesino murió nada más una vez . El presidente pidiole que desarrollase este concepto . - Al sentenciado se le dio a escoger entre la horca o el injerto de lepra ; y aceptó lo último . Esta conmutación la tuvo el presidente por una inmoralidad peligrosa ; y volviose hacia el canónigo que seguía buscando su tabaquera . Arrebatose don Jesús . - ¿ Podía realizarse la experiencia ahorcando al asesino ? - Y parose delante de las duras rodillas del magistrado , añadiendo : - Catorce meses después , el asesino estaba sano . - ¿ Intenta usted referirnos un caso de impunidad ético-fisiológica ? - ¡ No es eso ! A los cinco años , las llagas de la lepra tuberculosa invadían las carnes del inoculado . - ¡ Es que es muy difícil burlar la ley ! - y resplandecían triunfales los anteojos del presidente . - Esta será la realidad suya ; para el experimentador consistiría en la « reacción » o inoculabilidad de la lepra ; y para el paciente , la de que duraba más la lepra que la horca ; y todavía surgió la cuarta : y fue la de averiguarse que en la familia del inoculado hubo algunos leprosos . Abrió más la luz de la lámpara , y llegose al canónigo diciéndole : - A usted se le ha perdido la tabaquera y no logra descubrirla ; y usted padece un trastorno en toda su sangre . Yo lo sé . No le ofrecí mi tabaco , porque eso no le remediaba ; usted no quiere la tabaquera ; lo que usted quiere es encontrarla . Las cosas que se pierden nos envían desde su escondedero una irresistible mirada sin ojos ... El canónigo sonrió . - Sonríe usted , pero sin gana ; muestra usted desdeñar lo que no soporta ni usted ni nadie . La humanidad ha tenido que valerse de oraciones a los santos para salir de esta angustia . Yo fui a casas donde todos alborotaban y corrían removiendo alfombras , ropas , arcas , bibliotecas enteras por hallar una cosa perdida que les tenía sin cuidado . Nos mina y nos socarra esta sensación ; y de repente se hace una claridad en torno de nosotros , y la cosa extraviada se nos aparece muy tranquila , esperándonos . ¿ Quién la puso allí ? ¿ Cómo pudo salirse de nuestro dominio , y llegó a poseernos ? O no lo sabemos , o hubo un instante en que nos cegamos para ella y para que se diese esta realidad ... Removiose el canónigo , y se le desprendió de la manga la tabaquera , que resultó vacía . Don Jesús , entusiasmado , dijo : - Tan verdaderos y misteriosos son estos trances , que se debe tener por prudente al que para buscar sus anteojos comprueba antes que no los trae puestos . El magistrado levantose con un modillo de enojo , y entornó la luz del quinqué . Don Jesús proyectole su voz . - Nadie burle de estas realidades de nuestras sensaciones donde reside casi toda la verdad de nuestra vida . Yo hasta me las atraigo aunque no me lo proponga . Un día dije una de esas frases hechas sin recordar que lo fuese . Era mi santo . Me conmuevo entonces más que de chico . La víspera , me parece que el tiempo haya rodado sólo para traerme el día mío ; y al deshojarse esa fiesta pienso en los días de mi santo en que yo esté muerto ; y me invade una gran amargura ; me la dan hasta los pobres dulces que quedaron en las bandejas . Los dulces me emocionan casi como las flores . Y un día de mi santo se paró en mi portal una mendiga viejecita y ciega guiada por su nieto . Eran pobres forasteros ; llevaba el chico gorra de hombre y blusa marinera de verano . Desde los balcones le dijimos que subiese . El rapaz se daba en el pecho preguntando pasmadamente si le llamábamos a él ; y subió descolorido , asustado ; tenía la boca morada , el frontal y los pómulos de calavera , pero calavera de viejo . Le rellenamos la blusa de pasteles , de confites , de mantecadas ... El magistrado se alborotó . - ¿ Y socorrieron con gollerías a una criatura hambrienta ? - Sí , señor ; lo que menos le gusta a un pobre es el pan duro . Pues el chico corrió en busca de la abuela , le tomó la mano llevándosela al seno para que fuese palpando toda la limosna . Después , nos miró y dio un grito áspero de vencejo ; pero no nos dijo ni un « Dios se lo pague » . Yo , entonces , me volví a los míos afirmando : ¡ La gratitud es muda ! El catedrático quiso celebrar estas palabras . Y don Jesús le interrumpió : - ¿ Saben por qué el niño mendigo no nos dijo nada ? Pues porque el mudo era él . Cuando lo supe creí que lo había enmudecido yo con mi sentencia . Y fue a la lámpara y le subió la luz . Entonces sonó un crujido de elictra pavorosa y saltaron los vidrios del tubo del quinqué . Una luz de llama roja , suelta , rápida , alumbraba la consternación del presidente , del catedrático , del canónigo . Y clamó el magistrado : - ¡ Quiera Dios que escarmiente en la verdadera realidad ! Aquí , como en todo , no había más que una : ¡ que dándole torcida estalla la lámpara ! Don Jesús alcanzó su sombrero y su paraguas , y saliose diciendo : - Es que yo subía la luz porque usted se la quitaba . Pasó un extranjero entre los porches de la plaza . Era tan seco y alto , que se le veía más solo , y semejaba asomarse sobre toda la ciudad como una cigüeña entre vallados . Lo dijimos en casa de Mauro y una criada vieja nos avisó : - Miren no sea el Judío errante . Confesó don Jesús que ya lo conocía . Juntos estuvieron en las Horas Canónicas , en el casino , en las afueras . El extranjero le había escogido entre todos los del pueblo para confiarse , pidiéndole una hospedería familiar . Y se la buscó en una casa pobre . Las gentes salían a las vidrieras y portales para verles . Don Jesús acabó por creerse otro caminante recién llegado de muy lejos ; y estaba muy gozoso . - ¿ Y qué intenta , qué quiere ese hombre ? No lo sabía don Jesús . Pasmose la tertulia . No saber los propósitos de ese hombre , singularmente siendo extranjero , un extranjero en aquella ciudad era , según el magistrado , demasiada inocencia de don Jesús . - ¡ Ese , sin duda , quiere algo ! Se le revolvió don Jesús . Lo que quiere un hombre es lo de menos para los otros hombres . ¿ No se conocían en la ciudad los pensamientos de todos y nadie se cuidaba de ellos de puro sabidos ? Lo que más nos apasiona es lo que se añade en torno de un hombre , porque eso ya nos pertenece , nos envuelve y hasta nos proyecta a nosotros mismos . Hay que forjar realidades que integren y roturen la nuestra . - A mí - dijo gritando don Jesús - , no me importa quién es ni qué quiere ese hombre ; eso ya es lo cerrado , lo concreto ; a mí me interesa lo distante o lo confuso de cada corazón , empezando por el mío . No atinábamos en todas las intenciones y palabras de don Jesús ; pero , sin él no había para nosotros diálogo de verdad en la curiosa tertulia ; y no viéndole , nos apartábamos de la reja diciendo : « Todavía están solos el canónigo , el catedrático y el presidente » . Las pisadas del extranjero se oían desde todos los aposentos , desde los jardines , desde los claustros . Sus pies abrían el silencio dejándole una jerarquía espiritual . - Anda como el Judío errante - se murmuraba ya en todos los corros y salas . El judío maldecido tenía que pasar por toda la tierra ; y ahora le tocó venir a nuestro pueblo . Y no se iba . Nosotros siempre nos lo imaginábamos como un mendigo de barbas y greñas lisas y húmedas , mostrando el pecho huesudo entre un ropón de podre , calzado con sandalias ferradas que devoran las leguas eternas . Se paró un día a nuestro lado . Nos miró . Nada había en sus ojos , y estaba todo en ellos como en las órbitas de las estatuas . No le socorrimos ; y él nos miró más , y sonrió y siguió su camino sin camino , porque doblaba un cantón y de nuevo aparecía , volviendo , avanzando . Se perdió dentro de la noche como si se hubiera derretido en foscura ; pero le sentimos caminar mucho . « ¿ Dónde estará ahora ? » . Hay alguien caminando perpetuamente las soledades , porque un día de sequedad de todas nuestras entrañas no le consentimos arrimarse , gritándole , pero gritándole en voz baja : « ¡ Anda , anda , anda ! » . Si nos mirásemos entre el humo dormido , quizá nos sobrecogiéramos viendo en ese solitario una semejanza con nosotros , como si llevara nuestra sangre o nuestro pensamiento , un pensamiento que pudo ser nuestra carne nueva , y le dejamos perderse para siempre desnudo , en un camino sin posada . Así llega a sentirse la compasión de nosotros , oyéndonos caminar en la distancia . ... Pero « aquel » judío errante que nos ha hecho incurrir en « literatura » , según dicen los mismos literatos , no traía barbas semitas , ni sandalias , ni túnica , sino que iba afeitado y usaba gabán , sombrero gris de castor y un junco con puño de hueso . De él conversábamos a la puerta de Mauro , cuando vino don Jesús y nos dijo : - Os advierto que ese señor no es precisamente el Judío errante , sino un inglés de una noble casa de Londres . Anda sus aventuras por ese mundo , renegado de la familia , sin amigos , sin dineros . ¡ Da más lástima ! Busca lecciones para ganarse el pan . Si le quisierais de maestro le remediaríais mucho . Pero el canónigo no se lo permitió a Mauro . Y como don Jesús porfiara , medió el magistrado preguntándole : - ¿ Acaso merece nuestra confianza un desconocido ? ¿ Es que se averiguaron ya sus intentos ? ¿ Porque a un extranjero se le antoje entrarse en nuestra casa , hemos ya de acogerle y avenirnos como si fuese una vieja amistad ? El canónigo y el catedrático le miraban asintiendo ; después volvieron sus ojos hacia don Jesús ; finalmente , los entornaron . Varones de apacible prudencia y virtud que se vuelven y atienden a un lado y a otro ; después se acomodan en sus butacas , y parece que interiormente se enregacen también en un asiento ancho y mullido , y cierran los ojos y con ellos cierran la puerta de sí mismos , dejándose fuera al mundo de los demás . Agraviose don Jesús , y salió y nos llevó a la posada del inglés ofreciéndonos de discípulos . Estaba el maestro en una alcoba morena , sin ventana , todo encogido dentro de un camastro pavoroso que semejaba enceparle entre sus palpos y rodajas de hierro . Comía sardinas de conserva ; y , a veces , se le paraban sus quijadas enjutas , mirando con estupor de niño la losa de una cómoda donde ardía un cirio junto a la urna de una imagen de Nuestra Señora del Rosario . El fanal y la luz se arrugaban en un espejo ruin . Y no dimos lección . El inglés alcanzó su pipa , que humeaba recostada en el costillaje de un cofre ; y luego comenzó a reír muy silencioso .