En uno de los barrios de Londres próximos al río , no muy concurridos de día y casi enteramente solitarios de noche , todavía existe hoy una casa con minúsculo jardín , situada frente a una plaza bastante espaciosa , en cuyo centro el square ostenta grupos de árboles centenarios , de esos árboles del viejo suelo inglés que la humedad nutre y desarrolla y convierte en colosos . El recuerdo inherente a esta casa podría , bien conocido , valer algunas propinejas a quien la enseñase al turista ; pero la historia , no siempre cimentada en la realidad , suele poner en las nubes lo que no significa gran cosa y no volver siquiera su rostro de bronce cuando pasa por donde se desarrollaron dramas intensamente patéticos , ahogados y silenciosos . El que por algún tiempo guardaron las paredes de la angosta casita , eternamente permanecerá sumido en tinieblas ; así lo quiso el destino , o por mejor decir , así lo quisieron los poderosos del mundo . Al comenzar este relato , que aspira a proyectar un rayo de luz en las lobregueces históricas por medio de la lámpara caprichosa de la fantasía , un hombre joven , esbelto y robusto , vestido de camino , envuelto en un abrigo gris que no ocultaba lo gallardo de su figura , se acercaba a la verja del jardín , por la parte opuesta a la plazuela , a espaldas de la casa , y golpeaba con su bastón los hierros de la verja , a intervalos iguales , cuatro veces . Aunque ya el largo crepúsculo de Londres en primavera no derramaba sus vagas claridades boreales y había anochecido por completo , en medio de las espesuras del jardincillo podría verse blanquear una falda , y detrás de los hierros aparecer un rostro juvenil . Una mano diminuta pasó por entre dos barras , y el hombre se apoderó de ella estrechándola con ardor . Transcurridos los primeros instantes , cambiadas las primeras demostraciones , calmada un tanto la agitación que hacía palpitar a la mujer como azorada paloma , vinieron las ansiosas preguntas que después de una ausencia revelan el deseo de cobrarle al tiempo los atrasos . - ¿ Has llegado hoy mismo ? - Di ahora mismo - murmuró él - . Ni esperé a cambiar de traje . El billete que te avisó me precedía media hora : lo indispensable para arreglarme un poco . - ¿ Saben allá tu venida ? - La ignoran . Me creen cazando en mis posesiones de Picmort . Hubo un momento de silencio . La mujer - casi podríamos decir la niña , pues no representaría arriba de diez y seis años - frunció el arco de sus perfectas cejas . - No me gustan esos tapujos . Si me quieres , Renato , me confesarás . Amarme no es un delito . Él también enmudeció al pronto , como si no acertase a dar respuesta . Al fin , con esfuerzo , balbuciendo , comenzó a explicarse . - Escucha , Amelia del alma ... Es que ... Justamente he emprendido el viaje para que hablemos . ¡ Llevamos ocho meses de incomunicación ! Te he escrito poco y con recelo , en primer lugar porque afirmas que la correspondencia dirigida a los tuyos llega abierta o no llega , y , en segundo , porque hay cosas ... ¡ que sólo pueden decirse de palabra y apretando tu mano adorada ! ¡ Valor , Amelia , valor ! ... ¿ Quién sabe si mañana las circunstancias cambiarán ? No me aborrezcas ; consérvame tu fe ; yo te vinculo la mía ... y esperaremos . En la actualidad , cuanto intentásemos sería inútil ... ¡ Créelo , Amelia , inútil enteramente ! Ella , en su afán de oír , quería filtrarse por la reja ; las pupilas del enamorado , acostumbradas ya a la oscuridad , reconstruyeron su fisonomía , de singular belleza , semejante a un retrato de museo . La frente era espaciosa , lisa , marfileña ; de delicado dibujo la nariz ; los ojos de párpado ancho , ya lánguidos y voluptuosos , ya dominadores ; las cejas arqueadas prestaban energía al semblante ; la boca , de púrpura , tenía el labio inferior algo saliente , desdeñoso . En aquel momento toda la linda cara respiraba resolución . - ¿ Inútil ? ¿ Tú , un hombre , dices eso ? - pronunció con extrañeza - . ¿ Qué obstáculo puede separarnos si nos une la voluntad ? ¿ Mentías al jurarme que eran inseparables nuestros destinos ? - Por Dios , Amelia - suplicó él - , escúchame serena y no empieces ya a acusarme . Venía a pedirte un inestimable favor : que me creyeses bajo palabra y no me obligases a revelarte lo que puede separarnos ahora , aunque la voluntad siga uniéndonos . ¿ Me lo concedes ? ¿ Me permites que calle ? - No - repuso impetuosamente la niña - . Tengo derecho a tu sinceridad . Exijo la verdad , sea cual sea . Renato se cubrió los ojos con las palmas . Se adivinaba por su actitud la lucha que sostenía . Al cabo de un minuto rompió a hablar , como si le arrancasen las palabras mal de su grado . - Amelia , si dudas de mi amor , duda de que el sol alumbra el cielo . Desde que nos conocimos en el molino de Adhemar , para ti no más he vivido . La impresión que me causaste fue tan decisiva que cambió mi ser . Era un muchacho disipado , frívolo , calavera ; me convertí en un hombre serio y casto . No pensaba sino en mis diversiones parisienses y en mis cacerías campestres ; de todo prescindí ; me cansaba y aburría el bullicio . Mi madre había buscado para mí un enlace brillante por varios estilos - ya sabes , Germana de Marigny , una casa cuyos ascendientes estuvieron con San Luis en las Cruzadas - ; lo rompí sin contemplaciones de ningún género . Ni te he preguntado de dónde venías ni adónde ibas ; me dijiste que tu padre ejercía oficio de mecánico en Londres y que habíais sufrido miserias sin cuento ; no me importó : eras tú ... bastaba . Si me acordé de tu nacimiento y de mi hacienda fue para complacerme en pensar que iba a rodearte de consideración social y de esplendor . Me hice cargo de que me maldeciría mi madre y de que mi tío , a quien respeto como a padre , me desheredaría ... Y no obstante , me hallaba decidido a saltar por cima de cuanto me infunde veneración y a que se realizase nuestro matrimonio . Pero ... - Pero ... lo has pensado mejor y has reconocido que cometías una insigne locura - articuló en tono glacial Amelia - . Te doy la razón y me despido de ti - añadió haciendo ademán de desviarse de la reja . Renato la retuvo por la manga y luego por la diestra , que besó con delirio . - No , no - repetía suplicante - . No es eso ; no nos separaremos así . ¡ Ya que te empeñas , nada te ocultaré ! Me ofendes al suponer en mí un cálculo mezquino , y ahora estás obligada a escuchar mi defensa . ¿ Qué me hubiese importado cualquier obstáculo ? Cuando mi madre , a quien debí por lo menos escuchar , aunque no asintiese a su opinión , me dijo que no le era lícito a un de Brezé mezclar su sangre con la de una extranjera de humilde origen , le respondí la verdad : que a tu lado las damas más ilustres parecen nacidas para servirte y descalzarte , y que la hermosura y la honradez inmaculada son también dones divinos , merecedores de la más alta fortuna . - Y tu madre - murmuró con ironía Amelia - habrá adivinado que esas son hipérboles de poeta y de amante fino y se habrá reído de lo que obceca la ilusión . Acabemos . Renato : esta situación , prolongándose , me hace sufrir cruelmente . Déjame que me retire para llorar mis ensueños disipados . ¡ Adiós , nunca sabrás cuánto te quería ! ... - ¡ Un cuarto de hora más ! - insistió él desesperadamente - . Si no es eso , Amelia ... Tú exiges de mí sinceridad , yo de ti atención . Vio ella que Renato temblaba . En su semblante , de rasgos varoniles acentuados , de tipo galo , de una blancura mate , con bigotes dorados y azules ojos , se leían la consternación y una especie de decisión trágica y fatal . - Espero - declaró Amelia - . Te escucho ... tardes lo que tardes en sacarme de dudas . Ya sabes que me sobran ánimos . ¡ No seas cobarde tú ! - Pues bien , Amelia mía ... permíteme que empiece por recordarte que soy por nacimiento y por instinto un caballero , y que para un caballero , por ley natural , lo más santo , aquello cuya falta no puede conllevarse , es el honor . Ignoro quién fue el dios que estableció en la tierra el código del honor ; ignoro cómo se formó ese dogma que anteponemos a las mismas creencias religiosas , a la misma fe . Hay en el honor , como en los dogmas , mucho que la razón sola no acierta a explicarse ... pero no sé si por eso cabalmente domina más nuestro espíritu . Pecamos cien veces al día ... y no nos resignaríamos a faltar al honor una sola . ¡ Ya ves si el honor ejerce señorío en nosotros ; la vida y la felicidad valen mucho menos que el honor , Amelia ! - Continúa - ordenó la niña con aparente calma , desmentida por su respiración turbulenta . - Continúo ... Perdón , mi bien , de antemano . ¡ Qué daño voy a causarte ! ... Mi madre , que desde hace algún tiempo parecía haber renunciado a combatir mi pasión por ti , me llamó anteayer y se encerró conmigo en su gabinete . « Ante tu tenacidad , Renato , me dijo , he reflexionado , temerosa de ser a mi vez una terca temeraria . Ningún empeño tengo en hacerte infeliz , y si la persona en quien te has fijado lo mereciese , no porfiaría en disuadirte . ¡ Al fin eres libre y estás en posesión de tu herencia paterna ! ¡ Al fin has cumplido veintisiete años ! Así es que , resuelta ya a transigir , he procurado tomar informes exactos acerca de la familia de tu ídolo . Si fuesen gente intachable ... habría que resignarse a la mesalianza . He escrito , pues , a Spandau ... Allí residió algunos años el padre de esa joven ... y allí ... » . Renato se paró , como si le apretasen la garganta . - Adelante , adelante - ordenó Amelia . - ¡ Dios mío ! « Y allí - es mi madre la que habla - fue encausado por dos graves delitos ... » . - ¿ Cuáles ? No te detengas ... - « Por ... por incendiario y monedero falso ... Y la condena que en él recayó , veinte meses de trabajos forzados , la cumplió en Alstadt , en Silesia . Aquí tengo los documentos oficiales que lo confirman » , agregó mi madre , presentándome un abultado sobre . Amelia , inmóvil detrás de la reja , cumplía su compromiso : escuchaba hasta el fin . - ¿ Has acabado ? - interrogó . - Sí ... ¿ Qué más puedo añadir ? ¿ No basta para desventura ? - Basta y sobra - replicó la joven con helada entereza - . Jamás volverás a verme , marqués de Brezé . Son las últimas palabras que cruzamos . ¡ Hasta nunca ! Y desprendiéndose de las manos de Renato , corriendo a todo correr , lanzose Amelia hacia la casa , desapareciendo su vestido claro detrás de los macizos del jardín . Renato permaneció más de veinte minutos asido a la reja , murmurando con ahínco el nombre de Amelia , aunque no consintiese esperanza alguna aquella retirada en que se traslucían a la vez la indignación y el desprecio . Sintiendo que el corazón se le partía , se determinó por fin a marcharse , andando despacio , y su fiebre le impulsó a vagar por las calles próximas , sin objeto , distrayendo involuntariamente los sentidos . En el grado de exaltación en que se encontraba , imposible le era recogerse al Hotel Douglas - fonda escocesa de cuarto orden , elegida expresamente para evitar que le descubriese algún compatriota - ; más imposible acostarse y conciliar el sueño . Sin saber hacia dónde se encaminaba , vino a parar a las márgenes del río , a la confusa hilera de muelles con embarcadero , solares cercados de vallas de tablas y extraviadas callejuelas por donde se accedía a los malecones que encierran la negruzca corriente del Támesis . No hacía niebla , y las estrellas de que comenzaba a poblarse el firmamento se reflejaban centelleantes en la oscura superficie . Renato seguía la orilla , a trechos erizada de mástiles de embarcaciones . Refrescaba su imaginación - herida por el dolor que le había causado la despedida de Amelia - escenas de la historia de aquella pasión , de su ciego desvarío por una mujer desconocida , tenida quizás en concepto de aventurera despreciable . Cerca del vetusto castillo de Brezé , cuyo parque y dominios se extienden por una de las comarcas más feraces y ricas de Francia entera , álzase el molino de Adhemar , antigua dependencia , así como la granja que le rodea , del castillo . Cuando lo incendiaron los revolucionarios , sobráronles teas y estopas embreadas para pegar fuego al molino también , porque los Adhemar , leales a sus amos , pasaban por legitimistas acérrimos . El marqués de Brezé y el conde de Lestrier , padre y tío respectivamente de Renato , hallábanse entre los emigrados , en compañía de los príncipes . Eloy Adhemar , el molinero , se había internado en Suiza , de donde volvió muy experto en su oficio ; había servido de mozo en un gran molino de Berna . La efervescencia revolucionaria se calmaba rápidamente , Adhemar compuso su molino , y esperó allí a que los de Brezé , con la Restauración , retornasen a su castillo triunfadores . La familia la representaba Renato ; su padre quedaba sepultado en tierra extraña . La madre de Renato , la duquesa de Roussillón , hacía reedificar el castillo con inusitada magnificencia , y Renato , encerrado en la aldea en lo mejor de su juventud , tomaba la costumbre al volver de la caza de beber un vaso de sidra en el molino de Adhemar . La clave de estas aficiones del joven Marqués podía ser la consideración que merecía el molinero , el fiel Eloy , que bajo el Imperio no cesaba de conspirar , susurrándose que en el molino había vivido oculto el famoso general de Frotté , el que acabó su vida alevosamente fusilado a pesar de llevar un salvoconducto de Napoleón sobre el pecho . Sin embargo , sería preciso ignorar lo que son veinticinco años para asombrarse de que Renato fuese al molino atraído por la rústica coquetería de Genoveva Adhemar , la hija menor del molinero . Era esta una beldad de aldea , fresca , trigueña , de abultado seno y dientes blanquísimos , y en la comarca se murmuró algo y se contentó no poco cierta cancilla , cerca de la presa , que se abría a las altas horas y no se cerraba hasta el amanecer , así que había salido por ella un apuesto cazador . Esto sucedía en junio , pero en julio apareció en el molino otra muchacha a quien Adhemar llamaba señorita Amelia , y que venía , según noticias , a reponer su salud respirando aire puro . Y al llegar a este incidente , los recuerdos afluían como enjambre de doradas mariposas a la memoria de Renato . ¡ Qué estremecimiento hondo y repentino , qué flojedad de nervios , qué súbita emoción de verdadero amor había causado en él la presencia de la niña ! Una repugnancia profunda a sus relaciones con Genoveva fue la primer señal . No sabría decir si Amelia era o no más hermosa ; sabía que ante ella , ideas del género de las que Genoveva despertaba no podían producirse . No sólo era Amelia distinta de las dos molineritas , sino de todas las mujeres . Únicamente en camafeos y medallones de miniatura , en ricas cajas de oro cincelado con pedrerías y esmaltes , en cuadros al pastel que su madre conservaba religiosamente , había admirado Renato un tipo parecidísimo a Amelia ; un tipo que era el ideal de la hermosura femenina , realzado por la suprema dignidad del rango y la desgracia . Así es que Amelia , desde el primer momento , ejerció sobre el marqués de Brezé inexplicable dominio ; el menor movimiento de sus labios , la mirada de sus ojos imperiosos y tiernos a la vez , le esclavizaban , reduciéndole a la humildad de la adoración . La prueba de su cautiverio era que ni había tratado de averiguar de dónde Amelia procedía . Para él caía del cielo . Un detalle notó , sin embargo , con alguna extrañeza ; mientras las hijas de Adhemar trataban a Amelia como se trata a una compañerita , Adhemar la demostraba cierto respeto , una deferencia peculiar constante . « Es hija - decía excusándose - de personas que me protegieron durarte la emigración » . ¡ Qué días tan dulces para Brezé los primeros del idilio ! Recordaba todavía el delicioso ensueño : los paseos de las tardes de verano por las orillitas del río , orladas de espadañas y lirios y sombreadas por el lánguido follaje de los sauces ; el brazo de Amelia enlazado al suyo ; el compás de su andar medido por el de ella , con un ritmo que tenía algo de musical ; la subida a los árboles para coger la fruta y dejársela caer a Amelia en el regazo : las noches de luna en que regresaban por los senderos respirando el aroma de las madreselvas y las mentas silvestres . Su embriaguez era tal , que ni le permitía observar las miradas siniestras y rencorosas de Genoveva , sus envenenadas y satíricas observaciones cuando les encontraba juntos . Vivía absorto en Amelia , la cual , delicada al principio lo mismo que una blanca azucena , iba recobrando salud y alegría , el brillo de una tez deslumbradora , el nácar húmedo de los ojos , la gallardía de entreabierto capullo de rosa lozana . Lo que más encantaba a Renato era la distinción suprema de Amelia , aquel aire suyo , aquel andar de diosa , aquel tono de voz , aquel estilo de gran señora , inexplicable en una niña de familia modesta . Renato tenía que confesarse a sí propio que su madre , la altanera y arrogante Duquesa , era , comparada con Amelia , una mujer vulgar y ordinaria . Poco tardó en cundir por el país la nueva de que el heredero de la casa de Roussillón , el mejor partido de la comarca , el señorito por excelencia , andaba seriamente prendado de una joven extranjera de posición humildísima , acogida punto menos que por caridad en el molino . Casualmente la Duquesa no estaba entonces allí : la habían llamado a París asuntos relacionados con la devolución de sus bienes confiscados bajo el Terror , y que aspiraba a que la Restauración le restituyese íntegros y sahumados . Una mañana , cuando más tranquilo dormía Renato , soñando tal vez delicias amorosas , le despertaban en el lecho la voz y la mano de su madre , sacudiéndole violentamente y enseñándole una carta . Era un anónimo , en el cual reconoció el Marqués la letra basta y el estilo ponzoñoso de Genoveva . Se avisaba a la Duquesa de que el Marqués proyectaba casarse con una advenediza , a quien el molinero Adhemar mantenía de limosna . - Supongo - dijo con desdén la dama - que esto es sólo media verdad . Que tengas aventurillas con esa muchacha o con otra , es cosa que no me interesa ; allá tú ; no son asuntos en que intervenga yo . Lo único que pregunto a tu lealtad es esto : ¿ encierra alguna sombra de verdad lo relativo a planes de matrimonio ? Interpelado así , Renato se incorporaba en la cama y respondía categóricamente : - Encierra verdad completa . Si Amelia consiente , nos casaremos . La tempestad que siguió a esta declaración , los días de combate que sobrevinieron , aun parecerían , presentes a la memoria del marqués de Brezé , los más amargos de su vida . Momento especialmente cruel fue el de la ida de la Duquesa al molino de Adhemar con objeto de conocer a Amelia . Circunstancias extrañas se relacionaron con esta visita . Renato no pudo menos de fijarse en ellas . La mañana del día en que la visita al molino se realizó llegó de la Corte un correo con un pliego para la Duquesa , la cual , después de leerlo , mostrose agitada y alterada ; luego mandó enganchar su calesa a toda prisa y se hizo conducir al molino , donde preguntó por Amelia . La niña salió tranquila , sin alterarse ; al verla , la Duquesa se quedó como petrificada : parecía la imagen del asombro . Corta fue la entrevista , y en ella no se trató de nada relativo a Renato ; la Duquesa pretextó el deseo de ver por sus ojos a una muchacha tan bonita , y al retirarse la madre de Renato , volviéndose hacia Amelia , como involuntariamente , se inclinó ; parecía , a pesar de su aplomo , subyugada y confusa . En la misma calesa que había traído a la señora hizo esta subir a Eloy Adhemar ; apenas llegaron al castillo se encerró con el molinero , durando más de dos horas la encerrona . Al salir Adhemar de la habitación iba trastornado , tropezando en las paredes , y la Duquesa apretaba los dientes y daba vueltas en el gabinete como una leona en su jaula . Aquella tarde se dispusieron dos viajes : Adhemar salió del molino con Amelia para acompañarla hasta Calais ; la Duquesa , desplegando toda su fuerza moral y su autoridad materna , se llevó a su hijo a París . ¡ Qué nostalgia la de Renato en los primeros días de la separación ! Encerrado en sus habitaciones , ni aun a los amigos que siempre le acompañaban quería recibir . Su aspiración era marcharse a Londres para reunirse con Amelia ; pero ignoraba todavía sus señas , y comprendía lo difícil que es descubrir en la populosa capital británica a una persona no conociendo su domicilio . Al fin una carta de Amelia , recibida por conducto de Eloy Adhemar , le enteró de lo que saber necesitaba . Quiso ponerse en camino inmediatamente y se lo impidió una lenta fiebre que le tuvo postrado tres meses entre cama y convalecencia . No quiso decírselo a Amelia por no alarmarla ; escribió breves epístolas , mensajeras de una fe inquebrantable . Recobrada ya la salud , renovada la pasión con la sangre que se agolpaba a las venas impetuosa y juvenil , decidió proceder abiertamente , anunciar a su madre sus propósitos , la persistencia del cariño que le impulsaba a tomar a Amelia por compañera de su vida . Y entonces , como una bomba que estallase a su lado y le dejase en el suelo hecho trizas e inerte , retumbaron las fatídicas palabras de la Duquesa : - Siempre sería una locura en el marqués de Brezé dar su nombre a la hija de un oficial mecánico , de un vagabundo que no tiene abolengo conocido , que ni siquiera podría probar limpieza de sangre y que ha rodado aventurero por Europa , mantenido , en sus primeros años , a expensas de una mujer de edad madura , a la cual no sabemos qué lazos le unían . Sabía yo bien estos antecedentes , pobre hijo mío , y hazte cargo de si constituirían un torcedor para mí . Con todo , la dignidad y la moralidad pueden existir en la clase más baja , y me consolaba suponiendo que esa ... ¡ gente ! las poseyese . Sin embargo , como los que no estamos locos de amor debemos enterarnos bien , he escrito , he indagado , para enterarme aún mejor . Al decirte que conozco la verdad , añado que poseo los documentos que la establecen ... Ya ves que no era obstinación caprichosa la mía . El padre de tu ídolo , ese Dorff , que según indicios debe de ser de estirpe judía , tiene un pasado mancilladísimo por delitos feos y no leves . Aquí te presento el atestado del burgomaestre de Spandau , las cartas e informaciones de las autoridades prusianas , un protocolo entero . Es un incendiario : pegó fuego al teatro del pueblo . Es un monedero falso : se le cogió con las manos en la masa , arrojando un saco de escudos de plomo al Sprée para desembarazarse del cuerpo del delito . Purgó su culpa en el correccional de Alstadt , donde cumplió la condena impuesta por los tribunales ... Ya estás al cabo . Si es ése el blasón que quieres reunir al tuyo , limpio y glorioso desde la cruzada de San Luis en la historia de la patria ... eres libre , Renato ; yo no puedo encadenarte , ¡ que si pudiera lo haría ! Mi deber queda cumplido ; ya no alegarás ignorancia . Adiós , hijo mío ; pronto sabré si el heredero de Roussillón vive o debemos vestir luto por él . Este discurso era el que , muy suavizado en la forma aunque idéntico en la esencia , había repetido Renato a Amelia hacía pocos momentos . Y ahora , al reflexionar , a la luz de las estrellas , en su destino , Renato comprendía dos cosas : la primera , que entre Amelia y él se había abierto un abismo ; la niña , en su orgullo , no le perdonaría nunca ; y la segunda , que él no podía vivir sin Amelia , y que el mismo honor caballeresco , el culto sagrado de los antepasados , de los muertos ilustres , la adoración del Santo Grial - donde se encierra la sangre pura y redentora - era impotente contra aquel amor insensato . Al convencerse de que le subyugaba un sentimiento reprobado por su conciencia , al sentirse tan débil y tan incapaz de resistir , Renato miró instintivamente al río , cuya corriente oscura habrá ocultado más de una desdicha suprema y sin remedio humano . Un vértigo le deslumbró ; un frío sutil serpeó por su médula . El Támesis le atraía y fascinaba . En tales situaciones , la circunstancia más insignificante basta para romper el círculo de brujería . El marqués de Brezé se detuvo sorprendido al notar que dos hombres , salidos de una calleja fétida y miserable , conversaban en francés . En el extranjero siempre prestamos oído cuando resuena el idioma natal . Este instinto se aguza si en el diálogo aparece un nombre conocido : Renato creyó soñar al oír dos veces , distintamente , el del padre de Amelia . Entonces , apagando el ruido de las pisadas y buscando la sombra de los edificios y de los barcos anclados en el río , púsose a seguir a los desconocidos a distancia prudente . Aunque no lograba sorprender el asunto de la conversación , estudiaba los tipos , asaz sospechosos . El uno , rasurado , de corta estatura , pero membrudo y recio ; el otro , bien barbado , alto , huesoso , sepultado en luengo capotón , con sombrero que le tapaba la parte superior de la cara . Ambos iban poco a poco , haciendo tiempo , y de rato en rato miraban alrededor cautelosamente . En una de estas ojeadas hubieron de columbrar a Brezé , y se dieron al codo ; la traza elegante del Marqués era extraña en aquel lugar y a tales horas , cuando sólo discurrían por allí marineros ebrios y meretrices de ronca voz y ademanes impúdicos . Callaron los sujetos , y diez minutos después , como movidos por un resorte , torcieron rápidamente a la derecha y se engolfaron en el laberinto de callejuelas torcidas , mal olientes y peor alumbradas . Encontrose el Marqués desorientado al pronto , pero tenía piernas y olfato de cazador y siguió el rastro de sus compatriotas . ¿ Por qué tal espionaje ? Apurado se vería , caso de que se lo preguntasen . Aquello caía por fuera del raciocinio . Adivinando más que acertando la dirección de los dos individuos apretó el paso y no tardó en divisar , bajo el farol amarillento de una tabernucha , las siluetas de ambos . Violes entrar en el sucio recinto , pedir unas copas de gin y atizárselas al cuerpo como si fuesen genuinos ciudadanos de Londres . Emboscado aguardó la salida , y ya prevenido , les siguió de lejos acechando . Después de media hora de recorrer calles menos angostas , más claras y donde ya rodaban algunos cabs y se encontraban transeúntes , hicieron otra vez una ese caprichosa , descendieron en el sentido del río y desembocaron en aquella misma plaza donde se encuentra la casa del reducido jardín , cuya verja trasera había presenciado el coloquio de Amelia y Renato . El corazón del Marqués golpeó contra su pecho al notar esta coincidencia , y más aún al avizorar desde lejos que los equívocos individuos se emboscaban detrás de los árboles centenarios del square , al amparo del rugoso tronco . Relacionando el nombre oído en el diálogo de los malhechores , que ya por tales les tenía , y el sitio adonde habían venido a detenerse , tuvo la percepción consciente de que iba a suceder algo que a Amelia le importaba , algo en que él intervendría , conducido por la suerte o la fatalidad . A su vez , se agazapó en la zona de sombra proyectada por la vegetación del jardinillo ; su abrigo gris contribuía a ocultarle ; era del mismo tono que los muros . Así transcurrió algún tiempo , imposible de calcular . La plaza permanecía solitaria , la noche era a cada paso más tenebrosa . Sólo rasgaba el velo pálido del silencio el son pausado de algún reloj de iglesia y el paso impaciente de algún trabajador que regresaba a su hogar , cumplida la faena del día . Acababa el reloj de desgranar en el aire nueve campanadas , cuando por el extremo de la plaza opuesto al que guardaba Renato asomó un hombre . Su andar era mesurado , tranquilo , y al aparecer él , los dos que acechaban a un tiempo salieron del escondite . Con movimiento coordinado y hábil , describiendo un semicírculo , vinieron a colocarse uno a su derecha , otro a su izquierda . Fue momentáneo ; apenas pudo Renato darse cuenta de lo que pasaba , cuando los malhechores acometieron . El alto , del capotón , describió un molinete con el garrote que llevaba escondido y amagó a la cabeza ; al volverse la víctima para evitar el golpe , el rechoncho esgrimió la afilada hoja de un cuchillo . De un salto se interpuso Brezé ; agarró de la muñeca al rechoncho y apretó , paralizándole ; entretanto , el garrotazo caía al sesgo y sin fuerza sobre el brazo derecho del asaltado - que por instinto había rehuido el palo en la frente - cuando acudió al quite Brezé , y sin más armas que su bastón , pero con vigor y rabia , descargó un diluvio de bastonazos sobre el del capote , que se dio a la fuga con más prisa que coraje . Volviose vivamente Renato hacia el rechoncho , le echó las manos a la garganta y la apretó gradualmente , como apretaría la de un lobo , hasta que le vio con los ojos salientes , fuera la lengua y el rostro violáceo . Entonces aflojó . Apenas lo hubo hecho sintió en la espalda algo frío ; precipitose de nuevo , volvió a apretar y el bandido se desplomó inerte , soltando el arma . El asaltado , asiendo el brazo al Marqués , le arrastró vivamente hacia la casa del jardincillo , diciéndole en voz conmovida y persuasiva y en lengua francesa hablada con acento alemán : - Venga usted ... Dese prisa ... Escapemos ... Si acude la policía , ¡ ay de nosotros ! - No puedo - balbució Renato , que se desvanecía - . Se me doblan las piernas ... Creo que me han herido ... Cogiendo a Renato por el cuerpo y sosteniéndole en vilo el asaltado se dirigió a la casa , donde llamó de un modo especial , tres veces seguidas . La puerta se abrió : una mujer como de treinta y siete años , hermosa aún , de esculturales formas , alumbraba con una lámpara de aceite . Lanzó un grito al ver el grupo . - Es un herido , Juana , y herido por defenderme - advirtió el asaltado con autoridad - . Cierra bien , ayúdame a echarle , y veamos qué le han hecho . Obedeció la mujer , dejando la lámpara en un mueble y cargando con Renato por los pies , hasta depositarle sobre un ancho sofá , en la salita que comunicaba con la entrada de la casa y que servía de recibidor . Sólo entonces se atrevió a murmurar tímidamente : - ¿ Y tú ? ¿ Y tú , Carlos Luis mío ? ¿ Te ha pasado algo ? - ¡ Nada ! ... un insignificante trastazo en este codo ; ni vale la pena de hablar de ello . A ver , inmediatamente : éter , agua , el bálsamo , tafetán aglutinante , vendas ... Llama a Amelia por si hace falta . Ya sabes que es valerosa . Mientras Juana corría a buscar todo lo que le encargaban , el llamado Carlos Luis desabrochaba el largo gabán de viaje de Renato , se lo quitaba y le despojaba también de la entallada levita , del chaleco de casimir , abriendo y bajando la camisa de holanda con encajes , empapada en sangre , para descubrir la herida . Hallábase esta sobre el omoplato izquierdo , y a poco más que el puñal penetrase sería peligrosísima , porque alcanzaría el pulmón ; afortunadamente , por hallarse el bandido semiasfixiado , había profundizado poco ; el desvanecimiento de Renato debía atribuirse únicamente a la abundante hemorragia que seguía fluyendo y dejando un surco pegajoso en la blanca piel . Terminaba el reconocimiento cuando acudió Juana con el éter , pero ya abría los ojos Brezé y sonreía como tranquilizando a la señora . Carlos Luis empapaba en agua mezclada con bálsamo un trapito , y sosteniendo la cabeza de Brezé empezaba a lavar cuidadosamente la herida . Una joven , vestida de claro , entraba en la habitación trayendo en la diestra un candelero con una bujía encendida , y al reconocer a Renato , pálido , desnudo de cintura arriba , con la ropa manchada de sangre , un grito de pavor se ahogó en su garganta , su mano temblona soltó la luz . - ¿ Qué es eso , Amelia ? - preguntó el padre - . No te asustes : no es nada , hija mía ; gracias a Dios , este amigo desconocido no corre peligro . Acércate , alumbra . Así ... bien . La venda ahora . Baja una de mis camisas ; trae mi levita verde . Un vaso de cognac ... o un poco de café , para que recobre fuerzas . - Ya estoy muy bien - declaró el herido - . Por Dios , no se molesten ustedes más . En el Hotel Douglas tengo mis maletas con ropa ... Al hablar así , los ojos de Renato buscaban apasionadamente los de Amelia , que dilatados de terror no se apartaban de él . - Es tarde para enviar a nadie al Hotel Douglas ; las calles , como usted ha podido comprobar , ofrecen peligros . Acepte usted por un momento la ropa de un modesto artesano , señor ... - Renato de Giac , marqués de Brezé . - Carlos Luis Dorff - contestó el artesano a la presentación del Marqués - . Mi esposa , mi hija - añadió señalando a Juana y Amelia - . ¿ Querrá usted creer que adiviné que era usted francés desde que le vi o le entreví lanzándose a protegerme con su cuerpo ? Al oír decir a su padre que Renato le había protegido , Amelia se acercó al doliente y le envolvió en una mirada que era toda fuego , toda arrebato de un alma entregándose sin condiciones . Duró un segundo la mirada , que a durar más se derretiría de ventura el corazón del enamorado , del que momentos antes pensaba en arrojarse al Támesis de cabeza . - Francés y héroe por capricho y gusto es uno todo - prosiguió Dorff sonriendo con simpatía - . Usted no me conoce ; usted no tiene motivo alguno para arriesgar la vida por mí . Doble es mi reconocimiento , doble la deuda con usted contraída . Amelia acababa de presentar a Renato una taza de café , que apuró , y reanimado ya , más por la alegría que por la bebida confortadora , exclamó vivamente : - Hacía media hora que estábamos emboscados en la plazuela los bandidos y yo ; hacía una hora que iba siguiéndoles y presintiendo lo que maquinaban . - ¿ Es posible ? - exclamó Dorff . - Y tan posible . Verá usted cómo ... Yo paseaba sin objeto por las orillas del río ; oí hablar francés a dos hombres de malísima traza ; les seguí la pista ; pronunciaron su nombre de usted repetidamente ; al ver que yo iba detrás huyeron ; apreté el paso les alcancé y fui tras ellos con más disimulo ; se dirigieron aquí , se colocaron en acecho ... Lo demás , usted no lo ignora . Dorff miraba atento al herido , que acababa de cubrirse rápidamente , por cima de la venda colocada ya , con la ropa traída por Juana , y buscaba en su rostro la clave del enigma . - ¿ Según eso , usted me conocía ? - Sí , señor ... le conocía de nombre ... y es una cosa rara ; ahora que le puedo mirar despacio , me parece que también de vista . Tiene usted , por lo menos , una de esas figuras que nos son familiares y que hasta van unidas a nuestros recuerdos ; no sé dónde ni cuándo , pero afirmaría que le había visto a usted no una sola vez , mil veces . Cuando abrí los ojos y la lámpara iluminó su cara de usted , me parecía la de un conocido muy antiguo . Es raro , pero es así . En efecto , de Brezé había experimentado esa impresión en presencia del padre de su amada y volvía a experimentarla ahora . Aunque el amor confisca los sentidos y fija la atención en una sola persona . Renato prescindía de Amelia en aquel momento y sólo tenía ojos para Carlos Luis . Este parecía frisar en los treinta y seis o treinta y ocho años ; su cabeza era grande , su frente espaciosa y descubierta , sus cejas arqueadas ; su cabellera de un rubio ceniza , con algunos hilos de plata , rizada en naturales bucles . En su barba un hoyo recordaba la niñez ; su esternón era alto y saliente , su talle empezaba a desfigurarse con un poco de obesidad , pero delataba aún contornos esbeltos ; sus manos eran de exquisita finura . La expresión de su cara consistía en una mezcla de dignidad , amargura y desconfianza honda . Grandes desdichas habrían caído sobre aquel ser , pues sus facciones estaban como devastadas por el paso de un torrente de lágrimas . La semejanza con Amelia consistía más bien en eso que se llama aire de familia que en verdaderas similitudes físicas ; diferenciábanse bastante el padre y la hija , y sin embargo Renato no podía aislar las figuras de los dos ; unidas se le presentaban , inseparables . Así es que cavilaba , con una especie de angustia : - Pero ¿ donde he visto yo a este hombre , hace tiempo ? ¿ Dónde su rostro junto al de Amelia ? Dorff se había quedado pensativo , sentado en un sillón al lado del sofá , en el cual ya se incorporaba Renato ; sus pupilas continuaban interrogando gravemente . El Marqués no sabía qué decir , pero su cortesía le ordenaba poner término a aquella situación . - Ya me siento muy firme ... Con licencia de mi bondadoso huésped voy a retirarme ; tomando un cab ahí cerca , en Willington Street , llegaré a mi hotel en veinte minutos ... y mañana , si la calentura no me postra , me permitirán ustedes que venga a saludarles y a saber cómo siguen . Sólo me resta preguntar a usted , señor Dorff , si le parece que demos parte de esta agresión , para que echen el guante a los dos pillastres , a uno de los cuales hemos dejado tendido allí y acaso todavía roncará estrangulado sobre el césped del square . Esta proposición , muy natural , produjo en Dorff explosión de susto ... Su boca se crispó al objetar : - ¡ Dar parte ! No , no ; todo antes que la justicia humana . Déjela usted en sus antros , déjela usted en sus cubiles . ¡ Prefiero a los malvados que estuvieron a punto de acabar con nosotros ! Al menos - añadió con exaltación que sacudía sus nervios y enronquecía su voz antes pastosa - , al menos esos descargarían pronto el golpe y nos matarían de una vez : nada de lentos martirios , nada de destrozar nuestras carnes fibra por fibra . ¡ El fin rápido , el descanso después : la justicia de Dios certera , infalible , vengadora ! ¡ La única , la que reparará en el cielo los crímenes y las iniquidades de la tierra ! Al oírle hablar así , levantose Amelia y se arrojó en sus brazos , escondiendo la cara en su seno . Juana , conmovida , se tapaba con un pañuelo los ojos para ocultar el llanto ; sin embargo , Renato observó que la esposa era menos allegada , por decirlo así , que la hija ; Amelia y su padre formaban el verdadero grupo psicológico de seres afines , las almas unidas por una misma vibración . Cuando deshicieron el abrazo , después de haber besado Dorff la tersa frente de la niña , esta se volvió hacia Renato y le dijo serenamente : - Caballero marqués de Brezé , no podrá usted decir que en esta casa no se han cumplido con usted los deberes de la hospitalidad y del agradecimiento . Tenemos con usted una deuda eterna y sagrada . Cuando se retire irá armado con las pistolas de mi padre , que por desgracia nunca quiere llevar consigo , a pesar de tantas pruebas como posee de la infamia de los hombres , y podrá usted defenderse contra cualquier asechanza . Pero antes de que usted se vaya ... deseo hablar con usted y con un padre de algo que importa que aclaremos , porque será la base de nuestra conducta y de nuestra relación en lo futuro . Aguarde usted , pues , unos minutos ... si quiere otorgarme este nuevo favor . Al hablar así Amelia hizo una seña a Carlos Luis . - Juana de mi vida - dijo dulcemente Dorff a su esposa - , ve a ver cómo duermen los niños . Y si es posible , ¡ que nunca lleguen a sospechar lo ocurrido esta noche ! Juana comprendió la orden categórica y se retiró sumisa y sonriente . Solos ya el padre y la hija con el Marqués , Amelia volió a tomar la palabra con el mismo singular aplomo : - Sin mengua del agradecimiento , Marqués , permítame usted decirle que el trato se funda únicamente en la estimación . Si usted no estima a mi padre como él merece ser estimado ; si usted , al salvarle la vida por un arranque de nobleza , no le profesa el respeto que está obligado a profesarle ... le quedaremos siempre reconocidísimos , pero no volveremos a vernos más en la tierra , a no ser que usted nos llame para sacrificarle nuestra vida en justo pago . Yo pienso así ... y mi padre piensa igual . - ¿ Qué estás diciendo , hija mía ? - intervino Dorff - . ¿ Qué significa todo esto ? - El Marqués lo sabe - repuso Amelia bajando los ojos - , y le consta que ejercito un derecho y cumplo un deber . Dorff , atónito , miró un instante a su hija y al extranjero . El rubor de ambos le respondió . - ¿ Conocía usted a Amelia , señor Marqués ? - He tenido ese honor en Francia - declaró Renato - . En el molino de Adhemar , que forma parte de mis tierras patrimoniales . - ¿ Qué clase de relación has tenido con el Marqués ? - preguntó Dorff volviéndose hacia Amelia - . A ti no necesito encargarte que respondas la verdad . - No por cierto . Mi relación con Renato de Giac fue de amor , en que mediaba compromiso de matrimonio . Es - advirtió Amelia como si esta indicación fuese importantísima - un hidalgo de la primer nobleza de Francia . - Calma , hija mía - ordenó Dorff observando que la voz de la niña indicaba angustia - . No te avergüences ; ¿ qué has hecho de malo ? También tu padre amó tiernamente , y el hombre que has elegido acaba de revelar que es digno de ti . - Eso es lo que justamente está por averiguar - articuló Amelia con severidad , irguiendo su cabeza altiva - . Eso es lo que el señor marqués de Brezé va a demostrar sin tardanza . Esperamos ... Oía Retrato , admirado de tanta intrepidez , y al llegar a este punto exclamó con sentida vehemencia : - La señorita Amelia me lastima , pero no me ofende , porque ella no puede ofender , y a mí menos que a nadie . A su vez ella reconocerá , es demasiado verídica para negarlo , que he respetado su honra y su decoro como cosa propia , como respetaría a mi madre y a mi hermana si la tuviese , y por si fuese necesaria una prueba de lo que afirmo - añadió levantándose - , aprovecho esta ocasión , quizás no muy oportuna , para dirigir a su padre un ruego : Señor Dorff , el marqués de Brezé pide la mano de la señorita Amelia . Sorprendido al pronto , después rebosando emoción y alegría , volviose hacia su hija Dorff , consultándola con la mirada . - No se la concedas , padre mío - dijo ella con calma - , mientras no haga confesión y una retractación . Renato comprendió al fin ; su lealtad ingénita le enseñaba el camino que debía pisar . De pie , como se había puesto para formular su demanda de matrimonio , se inclinó hasta el suelo y pronunció resueltamente . - Confieso y me retracto , no porque Amelia lo pide , sino porque mi conciencia lo impone . En Francia me aseguraron , señor Dorff , que usted había sido encausado como incendiario y falso monedero , y que había cumplido en Silesia una condena a trabajos forzados por esos delitos . Se lo dije a Amelia hace dos horas , y en aquel instante , si no lo creía , al menos lo dudaba . Desde que le he visto a usted no lo creo . Perdóneme y permítame que le estreche la mano . Nube de inmensa desesperación veló el semblante de Dorff ; sus rasgos se descompusieron , sus ojos se cubrieron como de una humareda , en que se transparentaba el cristal del llanto . Se tambaleó un instante cual un hombre borracho , y sin poder contenerse gritó : - ¡ No me estreche usted la mano ! Lo que le han dicho a usted en Francia es verdad . He sido llevado a los tribunales bajo la acusación de quemar un teatro y fabricar moneda falsa , y he molido yeso en el presidio de Alstadt . No podrá usted alegar engaño , Marqués . Amelia , sollozando arrodillada , besaba el borde de la levita de su padre ; le cubría de caricias , agarrándose a él con una especie de frenesí . Renato dudó un instante , pero el instinto , prevaleciendo sobre la razón , le dictó un arranque sublime . - La mano , señor Dorff . No me la rehúse usted o creeré que es usted quien duda de mí . Tengo la certidumbre de que esas acusaciones y esas condenas no son más que una trama infame , del mismo género que la asechanza que tuve la suerte de ayudar a desbaratar hace poco . Mi corazón me lo dice . Mi corazón no miente . El marqués de Brezé , con su honor inmaculado , responde del de Dorff . No fue la mano , fueron los brazos lo que Dorff presentó a su nuevo amigo , estrechándole impetuosamente . Renato correspondió con igual efusión . - No sólo es usted inocente de todo delito - repuso - , sino que es usted un perseguido , un calumniado , una víctima . Desde hoy tiene usted a su lado a un defensor incondicional . Yo haré brillar su reputación tan clara como el sol : fíe usted en mí . Dorff sacudió la cabeza con melancolía . - No está en manos de usted , no está sino en las de Dios cambiar mi suerte ... Cansado de tanto sufrir , había resuelto entregarme a la fatalidad . Viviendo oscuro , pobre , humilde , creía que me olvidarían , dejándome siquiera por único bien el descanso . ¿ Qué daño les hice ; qué pretenden ? ¿ No podré ni aun disfrutar en calma el amor de los míos , la paz de mi hogar de trabajador ? No ; han decretado mi asesinato como antes decretaron mi deshonra . Hoy me has salvado tú , hijo mío ... - exclamó tuteando de pronto a Brezé - pero no estarás siempre cerca . Y si intentas colocarte entre el destino y yo ... ¡ ay de ti ! Una voz espantosa y profética me ha dicho un día , entre las tinieblas de un calabozo : « Tus amigos perecerán » . Desplomada en un sillón . Amelia sollozaba . - No llores , rosa del cielo - balbuceó Dorff cogiéndola y obligándola a aproximarse a Renato - . La misericordia divina permite que al menos tú , mi preferida , seas dichosa . Mi sueño era verte esposa de un noble francés . Este a quien quieres es dos veces noble : por el alma y por la cuna . ¡ Amaos , Carlos Luis os bendice ! - No - protestó Renato - , no le abandonaremos a usted para gozar egoístamente nuestra dicha . Amelia no lo consentiría ; yo tampoco . Ignoro quién es usted ; ignoro qué telaraña de iniquidades se ha ido formando para envolverle en ella . Pero no sólo me inspira usted afecto , sino un respeto indecible , cuya razón desconozco . Amelia y yo no nos casaremos sino después de que usted sea rehabilitado ; después de que se declare su inocencia ; después de que el universo entero ... Amelia aprobó , tendiendo la mano . - Bien , Renato , así te comprendo . No nos casaremos hasta que mi padre recobre su nombre y su honor . No seríamos felices . - Hágase vuestra voluntad - murmuró Dorff - . Una vez más pelearé contra la fatalidad , aunque sé de antemano que caeremos vencidos ... Hizo una seña al Marqués , y este , siguiéndole , penetró en la otra habitación de las dos que formaban el piso bajo de la casita . Era una especie de taller , a la sazón alumbrado por la claridad mortecina de un reverbero pendiente de la ahumada pared . Sobre mesas y mostradores hallábanse esparcidos menudos utensilios y chismes de relojería ; resortes , pinzas , muelles , alambres , tenacillas diminutas , relojes desmontados , otros en sus cajas , cerraduras , máquinas de toda clase , hasta armas de fuego , pistolas de arzón incrustadas de plata , confundíanse con los instrumentos del trabajo . Dorff cerró la puerta con doble vuelta de llave , y bajándose , movió una de las mesas , contó los ladrillos , a partir de la pared , y levantó con una palanqueta el que hacía el número quince . Apareció un escondrijo de forma rectangular , del cual tomó un objeto oblongo , una funda de cuero amarillo , como las que sirven de estuche a los anteojos de larga vista , y un cofrecillo cuadrado , que tenía alrededor un bramante del cual pendía una llave dorada . - Renato de Giac - dijo Dorff solemnemente - , confío a tu acrisolado honor este depósito . Ahí va mi existencia , ahí los últimos destellos de esperanza para mí y para mis desgraciados hijos . A nadie quise entregar este manuscrito y cofre , porque mis desdichas han hecho que desapareciesen todos mis verdaderos amigos , cumpliéndose el vaticinio horrible de la prisión . Hubo momentos en que hasta pensé lanzar los documentos que te entrego a las llamas ... ¡ Si de nada servían ! ... Los sucesos de esta noche han cambiado mi propósito . Puesto que con vivir retirado no logro que me perdonen ; puesto que de todas maneras el puñal se esgrime contra mí y hasta mis infortunios recaen sobre la cabeza de mi Amelia , de mi predilecta , la única que conoce mi secreto , porque su espíritu es varonil y su inteligencia precoz y admirable ... puesto que el hado me empuja a pesar mío , volveré a la lucha . Pasaré a Francia secretamente , y allí , si tú crees que los papeles contenidos en ese cofre pueden servir de fundamento a mis reclamaciones ante los tribunales ... o al menos ante la Humanidad , reclamaré , gritaré ; no podrán ya suprimirme calladamente . Y escucha una advertencia , hijo mío . Desde el mismo momento en que recojas este cofre y este rollo de papel que guarda el estuche , no te creas seguro en parte alguna . Vigila , teme , no duermas sosegado , de nadie fíes . En todas partes te espiará la traición ; los esbirros seguirán la huella de tus pasos para despojarte del tesoro . Veo que me miras asombrado y acaso dudas de si estoy cuerdo ... ¡ Piensa en la asechanza reciente ! No dudarás así que leas el manuscrito enrollado . Ese manuscrito está dirigido a una mujer ... a la que más quise después de mi madre ; ¡ a una mujer de quien Dios tenga piedad ! Cuando lo hayas leído juzgarás de si puedes y debes ponerlo en manos de ella ... y serás tú el encargado de hacerlo . ¡ Que jamás pueda decir esa mujer que pecó de ignorante ! En cuanto al cofre , que encierra documentos importantísimos , ocúltalo , busca para él un escondrijo , en Francia , en las entrañas de la tierra ... Hora y día llegará en que lo necesitemos . Entretanto , ¡ que tu mano izquierda ignore dónde lo ha enterrado la derecha ! - Juro - dijo Brezé - , que nadie podrá saberlo . ¡ Nadie ! - Cambia de ser , hijo mío . El que se me acerca , el que se me ofrece como verdadero amigo , debe ponerse el antifaz , sepultarse en la sombra , vivir en el misterio . Como que yo soy todo misterio , misterio profundo ... Aquí tienes mis pistolas : están cargadas . Y ... hasta tu vuelta , porque supongo que en primer lugar querrás poner a salvo este depósito , que ya en mi poder corre riesgo . O mejor dicho , hasta Calais , donde estaremos sin falta dentro de una semana , en la posada del Pez Rojo , Amelia y yo . No volvamos a reunirnos en Londres ; es probable que nos espían . - Donde yo guarde ese cofre en Francia no lo descubrirá un zahorí - respondió Renato - . Antes de marcharme , que me sea permitido besar la mano de mi novia . - Ve y habla con ella libremente . Las once de la noche serían cuando Renato cruzó otra vez la plaza solitaria . Acercose al square , curioso de ver si quedaban rastros de la lucha . Estaba desierto , pero al pie de un árbol vio relucir algo y lo recogió : era el cuchillo , un cuchillo ancho y corto , de los que usan los marineros para destripar el pescado . Al bajarse para alzar del suelo el arma , el cofre que llevaba apoyado contra el pecho cayó a tierra y botó en el tronco . Asustado Renato lo guardó dentro de la levita , abotonándola , y lo apretó con la mano para asegurarse de que no volvía a caer . Al pasar la esquina para dirigirse a Willington Street , con objeto de tomar un cab , no vio a dos hombres , los mismos de antes , guarecidos a la sombra de una enorme puerta cochera , y registrando desde ella todo lo que en la plaza sucedía . - Ahí va el aprietagorjas - dijo el rechoncho con rencoroso acento , llevándose las manos a la nuez llena de equimosis y respirando mal todavía . - Lleva un cofre - contestó el alto - . Sonó a metal ... No irá vacío . ¿ Se lo quitamos y le dejamos tieso ? - ¡ Majadero ! , también llevará armas . Si no , no le hubiesen permitido salir . - Va hacia Willingtons . - Sigámosle como nos siguió él . Hay que saber quién es este mocito caído del cielo a mezclarse en lo que no le importa . Y los dos bandidos , pegados a las casas , se deslizaron en pos del marqués de Brezé hasta que saltó en el cab y dio sus señas , por cierto en alta voz . Los perseguidores no necesitaron ni hacer el gasto de otro cab . Renato aún no sabía lo que es envolverse en el misterio . Iba embriagado de su larga plática con Amelia , y sólo pensaba en su dicha . Antes que el incauto marqués de Brezé , cruzaremos nosotros el Estrecho y nos trasladaremos a Francia y a París . Estamos en el despacho del ministro superintendente de policía , barón Lecazes ; salón severa y ricamente amueblado al estilo más puro del Imperio . El poder del gran Corso , definitivamente hundido después del efímero paseo de los Cien días , sobrevivía en el mobiliario y el arte en general ; sólo en las letras lo había destronado el joven romanticismo , con su espíritu a la vez apasionado , rebelde , diabólico y religioso . ¿ Cómo no habían de estar amuebladas al gusto del Imperio las habitaciones de Lecazes , si eran las mismas de Fouché , el célebre ministro de policía de Napoleón , el segundo poder , y quién sabe si tras la cortina el primero de aquel vertiginoso período en que la policía llegó a su apogeo , el único hombre que realmente conoció la historia de su época ? Lecazes , según fama , aprovechó la ingeniosa instalación de su predecesor , maraña laberíntica de pasillos , puertas secretas , escaleras excusadas , cuartitos ocultos en el espesor de las murallas y hasta verdaderos calabozos , donde un sujeto peligroso esperaba a oscuras , trabado de esposas y grillos , ser llevado a la presencia del todopoderoso Superintendente . Había tocadores , armarios y roperos que contenían los elementos de toda suerte de disfraces , y hasta se susurraba que existía un arsenal de tortura muy completo , con ruedas dentadas a la portuguesa , cuñas de acero a la austriaca , erizos de púas a la inglesa , pesas de plomo en cuerda a la española , cascos de metal a la prusiana y , otros artefactos no menos terroríficos . No hallando manera de comprobar estos rumores , no podremos responder de su veracidad ; sólo diremos que los difundían los Carbonarios que entonces pululaban ; y tampoco nos atreveremos a afirmar que en efecto existiese en los dominios de Fouché cierto laboratorio de química , donde un enigmático doctor , venido de Oriente según decían , prestado por el Gran Turco , confeccionaba licores y zumos de hierbas que destilaban en las venas el letargo , la insania o la muerte . Todo ello tiene corte de leyenda . No queremos adquirir grave compromiso ante los eruditos que no dan crédito sino a lo constante en documentos - olvidando que precisamente las cosas más transcendentales y dramáticas son aquellas de las cuales se procura y suele conseguirse que no quede ni rastro . Lo que ahora vemos no es sino el despacho , precedido de una antecámara o saleta y una antesala , y al parecer sin más puerta de entrada que la del fondo , que da a la saleta y guarnece un cortinaje de seda verde brochada con palmas amarillas , plegado con simetría en clásicos tubos . Viste las paredes seda igual a la del cortinaje , distribuida en recuadros de madera incrustada con filetes de dorado bronce . El pavimento es de mosaico de maderas raras y variadas , que con la alternativa de sus colores naturales dibujan alrededor primorosa greca y en el centro una cabeza de Medusa , de envedijada guedeja de víboras . Los canapés , recordando la figura de un cisne o rematados en garras de tigre ; los sillones , las sillas , los taburetes , lucen bronces artísticos , procesiones de ninfas de moños airosos , gráciles cuellos y encintadas sandalias , o racimos de cupidines con teas en la mano . Alrededor del amplio escritorio corre una barandilla de labor delicada y menuda ; la escribanía , de bronce también , representa a Laocoonte retorciéndose entre las roscas de las serpientes . El Laocoonte y la Medusa son lo único que allí despierta ideas de martirio y desesperación . Sobre el sillón del Ministro , un doselete protege al retrato del Rey . Hallábase el Ministro sentado , y aunque delante de él se alzaba ingente montón de papeles , no trabajaba : su actitud era meditabunda ; su cabeza se reclinaba en la palma de la mano izquierda , y su diestra , negligentemente , jugaba con una pluma de plata con pico de acero , novedad que principiaba a abrirse camino , venida de Inglaterra . Difícil sería , a primera vista , distinguir esta meditación de un polizonte de la de un filósofo . El rostro del Ministro era inteligente , y en público tenía estereotipada cierta voluntaria franqueza , una afabilidad sobrado constante para ser sincera , una sonrisa entre distraída y melosa . A solas , un pliegue de voluntad astuta y perseverante la reemplazaba ; la expresión del hombre que marcha recto a sus fines . El Superintendente del monarca restaurado tenía que desplegar más vigor que el del Corso . Este iba guiado por una inspiración superior ; aquel inspiraba y dirigía ; estaba detrás de la cortina para salvar al régimen , hasta de sí mismo . « ¿ Qué sería de ellos sin mí ? » , solía decirse Lecazes después de practicar alguno de los que llamaba juegos de manos . « Es preciso proceder sin consultar . Hay cosas que no se preguntan . Aquí yo soy el tejedor y lanzo la naveta . Ellos presencian ... y gracias si no intervienen para romper la trama , o si no la destrozan sus partidarios , los celosos vengadores , esos furiosos del Mediodía » . Su meditación no era la incertidumbre de la conciencia que busca senda entre espinos y abrojos , sino un cálculo de probabilidades para acertar mejor cómo se realizaría lo que tenía determinado con tranquila resolución . De pronto se puso a registrar papeles ; ató algunos con una cinta , formando un paquetito ; antes entresacó una carta , la releyó dos veces y la guardó cuidadosamente en su cartera . Algo de importancia debía de bullir en su mente , porque la mano , al jugar de nuevo con la pluma , tenía sacudidas nerviosas y en el entrecejo se había fijado honda arruga . Dos relojes de sobremesa , a derecha e izquierda , sustentados en bellas consolas , acoplaron con rara precisión su voz de cristal ; eran las dos de la tarde . El Ministro hizo ese movimiento que revela el paso de la reflexión a la acción ; oprimió un timbre , y al presentarse respetuoso el ujier en la encortinada puerta , le preguntó : - ¿ Quién está ahí ? - El señor profesor Beauliège espera en la antesala . - Que pase . Momentos después presentábase ante el Ministro uno de esos tipos de proletarios de la ciencia y de las letras que solemos encontrar aún hoy en los muelles de París , revolviendo el mostrador de los puestos de libros viejos que allí se venden a precios inverosímiles . Sombrero grasiento ; largas melenas grises desordenadas ; el cuello del levitón sembrado de caspa y mugre ; las manos metidas en guantes raídos , cuyos dedos dejaban asomar las sucias uñas ; bajo el brazo una cartera desflorada , rellena sin duda de papelotes ; la cara rasurada , la nariz puntiaguda , los ojos miopes , como entelarañados por el polvo - tal era la catadura del señor Beauliège - . El Barón , casi sin mirarle , le indicó que se sentase ; industrial y práctico por naturaleza , profesaba a los literatos y escritores un desdén que apenas se tomaba el trabajo de disimular . - ¿ Cómo va ese libro ? - preguntó después del saludo . - Señor Barón - murmuró el pobre diablo - , no adelanto mucho , porque , como le consta a su señoría , carezco absolutamente de base . Fáltanme todos los comprobantes para establecer la defunción del niño ; ignoro lo que sucedió durante los últimos tiempos de su encierro , y es harto difícil mi labor , ahora que , gracias al espíritu del siglo , la historia parece renovarse en sus mismas fuentes y aspira a apoyarse siempre en irrecusables datos . Cuando Su Señoría me mandó llamar , mi corazón latió de júbilo : supuse que era para comunicarme algunos papeles de importancia . - Señor Beauliège - contestó no sin ironía el Superintendente - , si poseyésemos la cáfila de documentos que usted solicita ... no le necesitábamos a usted , ¡ qué diantre ! Con publicarlos en el Monitor ... Lo que esperábamos de su ciencia y de su docta pluma era una reconstrucción , ¿ me comprende usted ? ... una reconstrucción , vamos ... conjetural y verosímil , y sobre todo tierna y conmovedora , muy bonita , de la existencia del infortunado Príncipe dentro de su prisión . El asunto es precioso ; tiene usted allí campo abierto , horizontes amplios . No se trata de una novela , ¡ cuidado ! ; ¡ eso no ! ; se trata de una relación con todo el aspecto de historia ; algo que forme la opinión de los tiempos venideros . Este trabajo , sobre todo si la gente supone que la idea de realizarlo ha partido de usted espontáneamente , le valdrá honra y provecho . El sillón de la Academia no parecerá premio excesivo para tan original y simpático trabajo . Al oír el nombre de la Academia , el sabio proletario se levantó de un brinco y después se agarró a la barandilla de la mesa escritorio para no caerse . Era la realización de un sueño creído fantástico , y el exceso de la dicha le abrumó ; un deslumbramiento le hizo cerrar los ojos . El Superintendente estudiaba estos síntomas previstos . Sabía que a aquel infeliz no se le ganaba con dinero : era un esparciata vanidoso . - Una obra escrita por usted - añadió - no necesita tanta balumba de documentación , señor profesor . Su autoridad de usted basta . Si usted fuera uno de esos locos que imaginan narraciones sin pies ni cabeza ... Pero por lo mismo que es usted un estudioso , un documentado , el nombre de usted presta seriedad a cuanto produzca . El toque está en hacer algo formal sin mucha base ... que desgraciadamente no poseemos . - Me han dicho - indicó el profesor - que existe en el Hospital de Incurables una mujer que podría darnos luz en esa historia . Es la viuda del malvado zapatero que atormentó al Príncipe . He pensado dirigirme a ella . Un airado golpe de la palma del Ministro sobre la mesa interrumpió a Beauliège . - ¿ Cómo he de meterle a usted en la cabeza , pardiez , que no se dirija a nadie , sino a quien yo le indique ? ¿ Va usted a escribir cuentos de viejas o un libro digno de respeto ? Bajó la cabeza el erudito : la mágica perspectiva de la Academia le dictaba una sumisión perruna . Sin embargo , tímidamente , aún murmuró : - Lástima que no exista siquiera el original del acta de defunción del 24 de pradial . Con sólo ese documento , el libro descansaría en cimientos de diamante . Bastaría para confundir definitivamente a los viles impostores - al zuequero de Rouen , al lacayuelo de Versalles , al mecánico de Prusia . El Barón adaptó a la cara aquella sonrisa suya peculiarísima ; sonreía por no descalabrar con el Laocoonte a tamaño imbécil de sabio , empeñado en pedir cotufas en el golfo . Sonriendo , murmuró : - Decídase usted a pasarse sin eso ... o renuncie al libro y al sillón del Instituto . Ya sabe que el original de esa partida de defunción no ha podido hallarse por más gestiones que se hicieron ... y que no ha sido posible ni legalizar la copia . Bagatela para un erudito como usted . - Deslizando la mano en un cajón , el Superintendente sacó un rollo de monedas de oro - . Este pequeño adelanto - advirtió - no es pagarle a usted nada ; es para cubrir los gastos que ya tiene usted hechos ... plumas , papel , escribiente ... Dentro de quince días espero aquí el manuscrito , ¿ eh ? Parte del manuscrito al menos . Una seña autoritaria completó el discurso y despachó al sabio , que se retiró subyugado , cavilando en el tema de su arenga de ingreso en el Instituto . El Ministro echó una ojeada a la esfera del reloj : eran las tres menos veinticinco . « Volpetti ya habrá llegado » , pensó , y levantándose y recogiendo el paquetito que había hecho con varias cartas , apoyó el dedo en la moldura de un recuadro situado detrás del sillón ; el recuadro giró calladamente , se abrió un hueco estrecho y el Ministro se enhebró por él , encontrándose en un oscuro y corto pasadizo , a cuya extremidad le detuvo una puerta de láminas de hierro . El Ministro la hirió ligeramente con los nudillos ; la puerta subió recogiéndose como si fuese un rollo , y una voz de hombre pronunció bajito : - Aquí estoy , Excelencia . El aposento en que el Barón acababa de entrar tenía por muebles sillas de caoba , una mesa escritorio , un par de butacas ; las paredes pintadas al temple , el piso cubierto de alfombra barata y raída . Carecía de ventanas ; recibía algún aire por el hueco del cañón de una estufa , y lo iluminaba un quinqué de cuerda , que trataba de arreglar para que no atufase el individuo que acababa de dar fe de su presencia allí . - Incomunica - ordenó brevemente el Ministro . Obedeció el hombre , haciendo que la puerta bajase otra vez a encajarse en su puesto . - La copa y la bandeja - añadió Lecazes . El individuo sacó de una alacenilla una profunda copa de bronce , cuyas asas eran dos sirenas de retorcida cola y seno protuberante . Destapando una botella , vertió el contenido en la copa , y sacando chispas de un eslabón , encendió una mecha y la aplicó al líquido . Luego acomodó la copa en el hueco de la estufa . Alzose azulada llama ; el Ministro desató el paquetito y fue inflamando uno por uno los papeles que contenía , y que dejaba consumirse sobre la enorme bandeja de metal . Al mirar cómo invadía el fuego las blancas hojas , cómo las volvía finísima telilla negra encogida que se deshacía en cenizas impalpables , al percibir el olor del lacre consumido en los sellos de la correspondencia , el Ministro se estremecía imperceptiblemente . Saboreaba su poder : era la historia misma lo que destruía y borraba con firme dedo . Lo que ha pasado no dejando pruebas - como si no hubiera sido nunca - . Al terminarse el auto de fe respiró , mirando al montón de ceniza en la bandeja , y volviéndose al hombre , dijo apaciblemente : - Cuando estás aquí ... será que todo queda cumplido . El individuo a quien se dirigían estas palabras , y a quien el Barón llamaba Volpetti , tenía el aspecto del que regresa de un largo viaje ; denso polvo blanquecino cubría su ropa y calzado , y su cabellera negra , abundante , estaba en desorden . Representaba treinta y pico de años : era un tipo meridional , de tez cetrina , de barba poblada que le comía los ojos . Su respuesta fue categórica . - Eso se cumplirá esta noche . - ¿ Seguro ? - ¡ Infalible ! ¡ En buenas manos queda el pandero ! Llego de allá ahora mismo , en compañía de dos cajas de objetos de acero , tijeras , cuchillería , que han servido de comprobante a mi personalidad comercial . Más allá del Estrecho fui Alberto Serra , catalán , que compra en Londres para introducir contrabando por Gibraltar . Ni el mismo diablo adivinaría ... - Al caso - ordenó el Ministro - . Ya sé tu habilidad para disfraces . ¡ Apenas te conozco con esas barbas y esa zalea de pelo ! - He procedido así . Excelencia , porque al fin aquí los Carbonarios y mucha gente política me tienen entre ojos : sospechan varias cosas . Y sería malo que yo apareciese preso en Londres por complicación en una jugarreta a ese personaje enigmático . Hay que preverlo todo . Escogí , pues , a dos mocitos de cuenta , que no se han enterado del asunto más que lo necesario para cumplir bien . Además , la cosa es tan sencilla como sorberse un huevo . El personaje vive en un barrio poco concurrido , y ante su casa se extiende una plaza desierta desde que anochece . Uno de los lados de la plaza lo forma una iglesia metodista ; otro , un colegio de niños . En el centro un square con árboles gigantescos , que proyectan sombra ... como si se lo mandásemos . El personaje sale todas las tardes a dar un paseo , así que su labor termina . Le han dicho que si no pasea se quedará ciego de tanto mirar con la lupa a las ruedecillas pequeñísimas de los relojes y maquinas que compone . ¿ Que cómo he averiguarlo estos pormenores ? ¡ Ahí está mi mérito , Excelencia ! Sé de aquella casa todo cuanto se me pregunte ... El personaje , después de recorrer algunas calles y de visitar a su amigo el mecánico prusiano Hartzenbaume , regresa al hogar fijamente a una misma hora ; es puntualísimo . Con esperar en el square un rato , de fijo se le pueden dar las buenas noches . El Ministro meneó la cabeza . La ligera arruga de su entrecejo se marcó sombríamente . - ¿ Y si les atrapan ? - murmuró . - Si les pillan en la ratonera , Excelencia ... ¡ que no les pillarán ! , tienen instrucciones y son capaces de aplicarlas . Se trata de un robo , de un atraco vulgarísimo , que ha acabado mal ... porque el robado se defendía . Y en el peor caso , aun cuando nombrasen a Alberto Serra , el instigador , ¿ qué ? La policía inglesa buscará a un contrabandista catalán ... y no a mí . Repito que ellos no están enterados sino a medias , lo suficiente para que no puedan ocasionarnos desazones . La trampa quedó bien armada . ¿ Tiene algo más que ordenar Su Excelencia ? - Que me aguardes aquí - contestó el Superintendente - . Transfórmate ... y espera . Vuelvo . Inclinose el esbirro , y a una seña alzó la puerta de tiras de hierro , dando paso al Ministro , que regresó a su despacho . Después de tentar bajo el paño de su frac la carta sustraída a la destrucción , hirió el timbre y preguntó al ujier : - ¿ No ha venido la señora duquesa de Roussillón ? - Hace un rato que espera en la saleta . - Que tenga la bondad de entrar . Adelantose el Ministro galantemente para ofrecer a la dama un canapé . Ella avanzó erguida , queriendo sonreír , pero se leían en su cara descolorida y en las cárdenas ojeras que rodeaban sus ojos azul oscuro , tan semejantes a los del marqués de Brezé , hondas preocupaciones . Muy bella debía de haber sido la Duquesa , y su atavío decía a las claras que no había abdicado aún el cetro de la elegancia . Vestía , sobre una funda de tafetán listado con menudos volantes , primorosa dulleta de rico paño verde , que realzaban orlas de cisne y ligeros bordados de canutillo y oro ; la gran capota inglesa de calesín , de seda , encuadraba su rostro , dejando sólo escapar a cada lado dos racimos insubordinados de tirabuzones todavía rubios ; una sombrilla exactamente igual a la última que había lucido Madama , duquesa de Berry , de raso blanco con violetas salpicadas , acompañaba al traje , y de la muñeca izquierda colgaba el retículo , de malla de perlitas sobre raso , con cierre de pedrería . Hizo una reverencia de corte a Lecazes y se instaló en el asiento ofrecido con la soltura que da el hábito del más alto trato social . - ¿ En qué puede servirla este su mejor amigo ? - preguntó el Ministro acercando una silla al canapé que ocupaba la dama . - ¡ Si supiese usted lo que ocurre ! - empezó ella en voz ahogada , reveladora de la fatiga del espíritu . Y al ambiguo gesto del Ministro , continuó - : Usted me había citado hoy para que hablásemos de la cuestión de las minas de Montereux , que deben formar parte de lo restituido a la casa ducal de Roussillón que injustamente me disputa el Ayuntamiento de Montereux so pretexto de que antes las poseía ... Aunque este asunto no es de su competencia de usted , en usted fío para salir adelante . ¡ Feliz casualidad ! Si usted no me cita ... acudo yo a pedir urgentemente audiencia . El Barón percibía , al hablar la señora , la congoja de su respiración , el tilinteo de los dijes preciosos que colgaban de su cuello al anhelar de su pecho . - Serénese usted - indicó tomando afectuosamente una de las enguantadas manos y dando en ellas suaves golpecitos - . Todo no será nada ... - ¿ Me cree usted capaz de apurarme por poco ? - exclamó la Duquesa - . Sepa usted que mi hijo se ha marchado a Londres . - ¿ A Londres ? - repitió el Superintendente botando en el asiento . - ¡ Hola ! Ya no le parece a usted grano de anís , ¿ eh ? Sí , señor , a Londres , y secretamente , engañándome , asegurándome que iba a una cacería en Picmort . Pero , como soy algo suspicaz , tuve sospechas , registré sus habitaciones después de su marcha , y vi que se había llevado ropa muy impropia de una cacería , mientras los fusiles y las alforjas de caza allí estaban muriéndose de risa . Entonces corrí a casa de nuestro banquero y le dije con el aire más natural del mundo : « Renato me dejó encargado que le envíe usted más fondos » . « Me extraña , señora Duquesa , porque hemos proporcionado al señor Marqués un crédito muy extenso sobre una de las mejores casas de Londres » . ¡ Londres ! ¡ Ya pareció aquello ! ... ¡ Ah , mis presentimientos ! - ¿ Cuándo ha sido eso ? La marcha del Marqués , quiero decir . - Dará unos cuatro días . Llegará a Londres esta tarde . El Barón no era capaz de soltar ternos ; ejercía gran dominio sobre sí mismo ; sólo una crispación de la boca delató su profunda contrariedad . - Ya sabe usted - prosiguió la dama - que ella está allí ... Desde que le hice la revelación , ofreciéndome a mostrar los papeles que usted me había facilitado , relativos a la vida pasada de Dorff , a su condena como incendiario y falso monedero , a su estancia en presidio , mi hijo había caído en una tristeza constante ; yo lo atribuía a la rutina de sus ilusiones , pero le creía curado , por el cauterio , de la mordedura de su funesto y ridículo amor ... Esta escapatoria me indica lo contrario ... ¡ La pasión le arrastra ! ... El Ministro acusó a la dama algo ásperamente : - ¡ Qué torpeza , señora ! ¿ Por qué no me avisó usted el mismo día en que habló de irse a Picmort ? - Hice mal - dijo apurada la Duquesa - . Olvidé que todo cuidado es poco cuando tenemos que habérnoslas con intrigantes de esa laya . ¡ Qué hombre ! ¿ Por qué no le envían ustedes otra vez a presidio ? ¡ A la sombra , que allí no molesta ! Me encomiendo a usted , amigo Barón , para que Su Majestad comprenda que yo no intervengo en este embrollo : que soy leal , que deploro la ceguedad de mi desventurado hijo , que me vuelvo loca de rabia . ¡ Qué maldad , explotar así un parecido , un capricho de la Naturaleza ! Parecido a la verdad sorprendente ; cuando vi a esa mozuela , al pronto quedé aturdida : era todo el aire , toda la fisonomía , los ojos , la boca , el andar de la augusta mártir . Esos impostores siempre logran prosélitos . Por ejemplo : Adhemar lo cree a pies juntillas . Le echaré del molino , le castigaré ... ¡ Sálveme usted , salve a Renato ! Ese chico es capaz de erigirse en defensor de la impostura , y yo no podría vivir si supiese que había incurrido en el desagrado de Su Majestad . Si me demostrasen frialdad en palacio , ¡ qué vergüenza ! El palacio de mis Reyes es lo único que me importa . El Duque , mi marido , solía repetir : « Matilde , por encima de todo agradar al Rey » . - No se trata de eso , señora Duquesa - contestó con sequedad el Ministro - . Su fidelidad de usted es bien conocida . ¡ Pero qué torpeza , repito , no advertirme a tiempo ! - ¿ Teme usted lo mismo que yo ? ¿ Un matrimonio clandestino ... uno de esos enlaces ... - Como el de Su Ateza con la sentimental Amy Brown , ¿ verdad ? - preguntó incisivamente Lecazes . - ¡ Jesús ! No he dicho tal - protestó la Duquesa - . Son calumnias de los malos . - En fin , señora , voy a tratar de arreglar lo que usted ha estropeado . Serénese ... Retírese y perdóneme la falta de cortesía , pero necesito tiempo para tomar medidas y evitar a usted disgustos . Descanse en mí y no se altere prematuramente . El marqués de Brezé ha de mirarse antes de unirse a la hija de un presidiario . Esas cosas no se hacen en una hora , no se improvisan como en las óperas de Cimarosa . Tendremos , así lo espero , medios de evitar cualquier acción impremeditada del Marqués . La dama se levantó , y sacando del retículo un perfumado pañuelo de encaje se lo pasó por los ojos . - Es usted mi único salvador - dijo al estrechar , según la nueva costumbre inglesa , la mano del ministro de policía . Y , para sí , pensaba la dama - : ¡ Trapacero ! ¡ Noble hecho aprisa ! ¡ Bonapartista renegado ! Así que la ondulación de las cortinas reveló que la Duquesa había traspuesto la puerta , el Ministro , apretando los puños , la hizo una colérica demostración . Volvió después a apoyar el dedo sobre el recuadro , se deslizó al pasillo y , poniendo en movimiento el resorte de la puerta de láminas de metal , penetró en la habitación donde había quemado las cartas . Cogiendo una bocina que colgaba de la pared , aplicó a ella la boca y pronunció bajito el nombre de Volpetti . Minutos después presentábase el esbirro . Quien le hubiese visto antes difícilmente le reconocería ahora . Venía pulcrísimo , correctamente vestido de frac azul con botones dorados , calzones de nankín barquillo , botas de montar , y jugaba con un latiguillo de puño de cornalina . Sobre su corbata de vueltas , de muselina blanca , su cara pálida , que adornaban patillas castañas , se encuadraba en un peinado de sortijas castañas también ; a la izquierda se alborotaba el tupé romántico , el peinado de Chateaubriand . Y realmente , en tal atavío , era al insigne autor de El Genio del Cristianismo a quien se parecía Volpetti . - Me alegro de tu diligencia asombrosa en disfrazarte - dijo el Barón - . Así sólo necesitas un abrigo de camino . Toma dos pasaportes : usa el que más te convenga . Corre la posta con generosidad , y encuéntrate sin demora en Londres , donde haces falta con urgencia . ¡ No pierdas un minuto ! - Dígnese el señor Barón explicarme algo . ¿ Es para vigilar la labor de mis dos sabuesos ? - ¡ Buena estará la labor ! Para averiguar dónde se aloja , qué hace , qué piensa , qué come y de qué lado respira el marqués de Brezé . Este caballero está prendado de la hija mayor de Dorff y llega a Londres hoy por la tarde . Así que llegue , su primer pensamiento será rondar la casa de su amada . Es quizás para Dorff un aliado ; es de cierto un testigo importunísimo . No necesito decirte más . El Marqués puede ser , en esta ocasión , la malla suelta por la cual se deshace el tejido entero . No contábamos con su presencia allí ; nos complica nuestros negocios . En casos impensados , Volpetti , no cabe dar instrucciones . Tú conoces mi intención ... El esbirro saludó y se retiró . Cuando el Superintendente se vio solo , desabrochó su frac , buscó la carta reservada del fuego , la desdobló lentamente y otra vez se enfrascó en su lectura , como si quisiera aprendérsela de memoria . Si se nos ocurriese comparar el despacho del Superintendente con el gabinete particular del Monarca , diríamos que el primero reviste mayor ostentación oficial ; pero si nos detuviésemos a considerar despacio el segundo , encontraríamos en él mucho que admirar y que demuestra las aficiones cultísimas de su dueño . Las ventanas se abren sobre el jardín real , que tiende como un tapiz sus cuadros de césped esmaltados de canastillas , y expone al sol , tibio aún , de mayo , el dorso alabastrino de sus estatuas de paganas divinidades . Dentro , cubren las paredes cuadros modernos y antiguos , y trofeos de espléndidas armas de Oriente . Ninguno de los cuadros es de asunto religioso ni histórico : hay un nacarado desnudo del Tiziano , una bacanal de Rubens , unas odaliscas de Delacroix , un grupo de Júpiter y Ganimedes de Prudhón . En cristaleras de concha y bronce se guardan libertinas porcelanas de Sajonia , profanas estatuillas griegas , bajo relieves donde la elegancia del trabajo compite con la nefanda crudeza del asunto ; platos de plata magníficamente relevados , medallas , monedas , barros , joyas , el tesoro de un anticuario en extremo inteligente . Un obsceno lampadario de bronce , sacado de Pompeya , crispa en un ángulo las nervudas patas de cabra en que reposa . El fondo del gabinete - detrás del sillón y del escritorio , que son dos maravillas la época Luis XV - lo forma una bibliotequita con ricas tallas , que encierra libros todos raros , de bibliófilo , ediciones de Plantino y Aldo Manucio , encuadernadas en tafiletes y cueros españoles y árabes de lo más bello . A la derecha , tras un biombo que lo tapa , un órgano-clave , decorado con esmaltes sobre vidrio , inestimable joya para un museo , espera , bajo su cubierta de seda bardada de apagados tonos , a que una mano inteligente lo hiera y arranque de él deliciosa música . La bella e inteligente favorita , madama du Cayla , pasea a veces sus dedos torneados por el teclado amarillento . Ante el escritorio y bajo los pies del sillón está extendida una muelle piel de oso blanco , sobre la cual , hecho una rosca , dormita un animal hechicero : un perro poco mayor que una paloma , de hociquito negro , húmedo , de sedas grises , con reflejos perlinos ; uno de esos grifones hoy tan de moda , y que entonces , en Francia , eran desconocidos : un regalo de la condesa du Cayla . Serían las cinco de la tarde cuando la puerta lateral se abrió y dio paso al Rey , sostenido bajo el sobaco por dos servidores , a cuyo cuello rodeaba un brazo y que le llevaban casi en peso . El grifón brincó de alegría y fue a deshacerse en caricias alrededor de una de las piernas del coronado inválido . Este se acomodó , suspirando , en otro sillón , cerca de la ventana . Había sido el tormento de toda su existencia aquel padecimiento cruel que ataba su cuerpo , dentro del cual se agitaba un espíritu tan activo , y al verle se comprendía el dicho del marqués de Semonville , uno de los hombres más agradables al Rey por su amena y aguda charla : « ¡ Cómo es posible que el Rey perdone a su hermano el que ande ! » . Ya sujeto en el sillón , con varios cojines donde apoyar sus vendadas piernas y sus hinchados pies , el Rey tomó de preciosa cajita una pulgarada de tabaco y dio una orden : - Que venga el barón Lecazes . Mientras la orden se cumplía , el Rey espaciaba su mirada , con gusto , en la vista encantadora que se abarcaba desde la abierta vidriera . Hacia el poniente el cielo era de color de oro derretido , y las masas sombrías de los árboles ingentes relieves de bronce sobre aquel fondo ardiente y glorioso . Los surtidores de agua , desflecándose en el aire , semejaban flores de diamantes deshojadas incesantemente por suave brisa : mi frescura hacía cristalino y puro el ambiente . Una paz dulce y voluptuosa entraba por la ventana con el olor del césped húmedo y de las canastillas donde se abrían los narcisos y los jacintos primaverales . Una oleada de placer se derramó en el espíritu del Rey ; su naturaleza sensual acogía con vivacidad e intensidad las sensaciones gratas , y las saboreaba plenamente , sin desperdiciar un átomo , aquilatándolas intelectualmente , repitiendo entre sí : « Es una hora amable ; sepamos paladearla y amarla » . Dimanaba este modo de sentir de una convicción melancólica . « La vida es breve - pensaba el monarca - por larga que sea . Un soplo , un hálito ... y después , ¿ quién sabe ? Eterna sombra , eterno enigma ... » . Detrás de sí , a su alrededor y ante su mirada , dilatándose por interminable serie de siglos , creía el Rey escuchar , resonante como el Ponto de los trágicos griegos , el oleaje profundo , sin límites , de la Historia , que arrastra tronos , dinastías , grandezas , conquistas y magníficas epopeyas . Percibía que a él también le envolvía ese oleaje , arrebatándole como a una brizna de paja , y antes de sepultarse en el negro abismo , quisiera haber vivido , sentido , en cuanto hombre . ¡ Vivir ! ¡ Burlar la destrucción encerrando lo eterno en un minuto ! - ¡ Si yo fuese robusto y ágil ! - exclamaba con rabia a veces aquel lisiado que ceñía corona - . ¡ Si yo pudiese amar , sufrir , entretejer los hilos de una bella aventura ! ¡ Cuerpo miserable , tristeza de la carne morbosa y doliente ! ¡ Envejecer ! ¡ Envejecer ! ¡ Y envejecer abrazado a la enfermedad , compañera fea y estúpida ! Sus ojos vagaban de la perspectiva del jardín a la contemplación de los objetos de arte . Mirábalos con fruición , experimentando el delicioso cosquilleo de la belleza artística en los sentidos . Salvadas de la voracidad del tiempo , aquellas obras maestras le sonreían , eran suyas , amigas fieles , odaliscas dóciles . Allí tenían , en los libros y en las estatuas , su distracción y su regocijo . « Soy un ateniense o un romano contemporáneo de Horacio » , pensaba , enorgulleciéndose de aquel goce íntimo , vedado a los profanos , patrimonio de privilegiados espíritus . Las líneas puras , las labores exquisitas , la majestad de lo hermoso , le causaban un arrobamiento durante el cual creía , en loca esperanza , que iba a recobrar la salud y a sentir correr por sus venas la sangre viril y rica de las edades estéticas . Las perspectivas del jardín se le figuraban entonces más amplias , más señoriales - imagen de la grandeza que rodea a la corona . De pronto cambió de expresión la fisonomía del Rey ; su cabeza cayó con desaliento en el respaldo del ancho sillón ; una nube cubrió su semblante borbónico , semejante al de Carlos IV que copian las onzas peluconas de España - y parecido también al de su hermano el degollado - , aunque sin la expresión de bondad plácida y como rumiadora que hay en esas dos cabezas encuadradas por los bucles y rematadas por la coleta clásica , y reemplazando a la bondad un tinte de desengañada indiferencia , una luz de ironía cáustica en las inquietas e inyectadas pupilas . Lo que había causado el desfallecimiento del Rey era la vista de un hombre colocado frente a la ventana , en el jardín , de pie , arrimado al pedestal de una estatua de Luchador preparándose al pugilato . Aquel hombre - cuya mirada no se apartaba un instante de la vidriera , detrás de la cual encontrábase el Rey - representaba esa extrema senectud , esos ochenta y pico de años que lo mismo pueden ser noventa , pues más allá de cierto límite ya no marca el tiempo visibles huellas . Su cabeza , descubierta al sol y que envolvía copiosa melena ondeada , ardía en un incendio de plata refulgente . Sus cejas hirsutas , erizadas , y sus pestañas canas , coronaban dos ojos verdes , gatunos , fatídicos . Sus manos cruzadas , sarmentosas , descansaban en un palo o báculo recio , y en ellas apoyaba la barbilla . Era su traje el de los aldeanos de las provincias donde la tradición y la superstición tienen asiento , donde los druidas bajo el árbol afilaron la segur : anchas bragas , los pies calzados con zuecos , faja de lana , una chaqueta de paño bordada , abierta sobre un chaleco blanco . Componía todo ello un conjunto extremadamente pintoresco , y la gente que pasaba volvíase para contemplar a aquel anciano , modelo ideal para un pintor que quisiese simbolizar al pasado en una figura humana . El monarca , atraído y preocupado a la vez por aquel extraño viejo , le miraba aún , estremeciéndose involuntariamente , cuando abrió la puerta el galoneado ujier , y se presentó el ministro de policía , haciendo la más profunda reverencia . El Rey le indicó una silla ; Lecazes se apresuró a ocuparla . - ¿ Se encuentra mejor Vuestra Majestad ? - interrogó con bien aderezada solicitud . - ¡ Pch ! El buitre que me roe a todas horas no se cansa de esgrimir el pico - declaró el Rey señalando a sus piernas envueltas en franela - . Crea usted , Barón , que el destino de todos los hombres no se diferencia en una línea . Reinar con las piernas inútiles y doloridas o partir piedra en una carretera con las piernas ágiles ... allá se va . Es decir , ¡ no ! Los que parten piedra son más dichosos . Al terminar el trabajo abrazan con fe y vigor a sus amigas , mientras que un inválido como yo ... ¡ Pobre Zoe ! ¡ Pobre Condesa ! Verdad es que ella y yo idolatramos el ingenio y el talento ... ¿ Y quién nos quita esos goces ? - ¿ Y el doctor inglés ? - preguntó . - ¡ Bah ! ... ¡ El doctor inglés ! ... Otro caso de esa anglomanía furibunda que nos corrompe . ¿ Ha visto usted necedad igual a esa racha de imitación servil ? ¿ Y la manía de que son los ingleses quienes han traído al mundo la noción del aseo y de la higiene , el reinado del agua ? ¡ No parece sino que eso no procede de los griegos y los romanos , con sus abluciones , su culto de la salud , sus hermosas Termas ! ¿ Y la ocurrencia de comer la carne sangrienta y cruda ? El día en que se les antojó que yo había de probar el beefsteak , se me alborotó la gota ... Los ingleses no tienen de bueno sino que dieron el papirotazo al Corso . En fin , dejémonos de eso . ¿ Qué hay de nuevo , señor Superintendente de policía ? - Algo muy bueno , señor ... Hemos podido recoger los últimos papeles dispersos que quedaban de la criolla y les hemos dado fuego inmediatamente , cumpliendo las instrucciones de Vuestra Majestad . Vuestra Majestad sabe que allí había mucho ... Cartas del Emperador de Rusia , cartas de Barras acerca del consabido asunto del impostor ... Puro veneno . - ¿ Y qué papel no es ponzoña , excepto los versos buenos ? - murmuró el Rey con desdén - . Una hoguera debía funcionar constante para hacer desaparecer todos los papeluchos . ¡ Adelante el auto de fe ! Mi aspiración , ya lo sabe usted , es que no queden detrás de mí sino los documentos estrictamente oficiales ; pero nada de confidencial , nada íntimo , nada que pueda ayudar a embrollar la Historia y a forjar novelones . ¡ Todo ceniza ! En cambio , los versos de los grandes poetas ... de los latinos especialmente , ¡ que tesoro encierran ! Ayer mismo he podido hacerme con un Petronio magnífico de viñetas antiguas , un poquillo crudas ... ¿ eh ? Ya sabe usted que entonces ... ¡ ah diablo ! , no se andaban con chiquitas ... Sonreía Lecazes , porque a su memoria acudía la frase de Talleyrand : « El Príncipe lee a Horacio cuando le ven y libros verdes cuando está solo » . - Vuestra Majestad - dijo alto - siempre con esas invencibles aficiones intelectuales y artísticas ... - ¡ Siempre ! ¡ Siempre ! - repitió el Rey lisonjeado - . Es lo único - añadió en tono confidencial - que me hace sobrellevar el peso de la corona ... Porque pesa ... ¡ vaya si pesa ! No estoy en una cama de rosas , Lecazes . Si uno no se distrajese rimando madrigales ... ¿ eh ? El más bonito que le hicieron a mi cuñada fue obra mía ... ¿ se acuerda usted ? Aquello del cefirillo y los amores ... Voltaire no tuyo nunca idea tan linda . ¡ Yo hubiese sido un poeta ! Y no que ahora he de reñir con las Musas para atender a esos demontres de emigrados , que vuelven como fueron : nada han olvidado , nada han aprendido ... ¡ Qué recua ! Los malditos quieren dejarse atrás al Terror rojo con el blanco : volverlo todo al año 86 , degollar , ahorcar , ahogar , ¡ vengarse ! , ¡ vengarse ! ¡ Qué estupidez ! Se venga uno de un individuo , nunca de una nación . ¿ Sabe usted qué digo , Lecazes ? ¡ Que esos necios son más realistas que el rey ! El Ministro rió la ingeniosa frase , que oía por primera vez . - Es preciso contenerles - advirtió - . Entre ellos y los Carbonarios comprometen el porvenir de la dinastía . Alzó el Rey la cabeza . Un destello burlón pasó por sus pupilas . - Lecazes - murmuró - , usted sueña . ¿ Cree usted que vamos a durar tanto ? ¿ Cree usted en el porvenir ? Aquí es el caso de repetir con mi bisabuelo : Después de mí ... el diluvio . Si yo hubiese sido ambicioso , que ya sabe usted cuán lejos anduve de serlo ... Nuevamente impuso el Ministro expresión melosa a su fisonomía . Y de nuevo acudió a su memoria Talleyrand cuando , muchos años atrás , antes de soñarse en revoluciones , decía : « El príncipe quiere la corona » . - Si yo hubiese sido ambicioso - repitió el Rey - podría estar satisfecho : pero ¡ qué diablo , Lecazes ! , la ambición es una tontería . Yo no nací para rey ; sí para artista , para refinado artista , a quien la belleza enamora por encima de todo . El arte llenaría mi vida como no han podido llenarla los privilegios del rango supremo . Usted , que es artista también , artista psicólogo , me comprende . ¿ No es mejor poner el objeto de la existencia en delicados placeres que en la jerarquía ? ¡ Reinar ! ¿ Y qué memoria quedará de mi reino ? He tenido que desprenderme de lo conquistado por la nación ; he entrado en escena cediendo treinta y seis plazas fuertes con diez mil cañones . La gloria huye de mí . ¿ Es culpa mía ? Y como el Barón callase , el Rey añadió : - Usted aún no me conoce bien . No sabe usted qué goce el mío al descubrir un camafeo antiguo , una edición rara , un vaso italogriego que complete mi colección de la Iliada . El ejercicio del poder no siempre me permite disfrutar de estos deleites con la tranquilidad apetecible . Mire usted , puede suceder que algún día desease yo reinar . Lo indudable es que hoy anhelo retirarme a una quinta , como la del Venusino , donde únicamente me rodeasen mis colecciones y viniesen a hacerme la tertulia unos cuantos amigos , eruditos , sabios , poetas sobre todo . Esos jóvenes melenudos que adoran a la luna en las torres de Nuestra Señora serían muy divertidos si no fuesen tan irrespetuosos con los clásicos ... En fin , yo allí me encontraría muy dichoso . Créalo usted , Barón . Me seducen la vida pastoril , la égloga y el idilio . He nacido para conversar con los filósofos paganos bajo el cielo de la Grecia . Ahí tiene usted cómo he errado la vocación ... Compadézcame usted , soy un desgraciado . - ¿ Molestan demasiado a Vuestra Majestad sus dolencias ? - preguntó con interés admirablemente simulado el ministro de policía . - Horriblemente : padezco como un condenado al andar , al acostarme . ¡ Ah , qué suplicio ! Lo dicho , Barón ... ¡ Partir piedra ! Y además ... Bajando la voz , añadió : - Ya sabe usted que una de las especies que hacen correr por allí a fin de desconceptuarme , es que soy un volteriano escéptico , que me río y me burlo de todo . Eso se inventó porque admiré sin reserva el talento del señor Voltaire , escritor exquisito y ático , lo cual asustaba a los ñoños de la Quotidienne ... Pero , en el fondo de mi alma , ¡ si supiese usted qué restos de ilusiones y de creencias palpitan ! ¡ No es fácil ser pagano , no hay medio de serlo , Lecazes ! Vea usted un ejemplo ... Y señalando con la mano , la extendía en la dirección del viejo que , inmóvil , recostado en el pedestal , no apartaba su mirada fosforescente de la vidriera . - Ese hombre ... - Y bien , señor ... ¿ qué hombre ? - contestó Lecazes , cuyo entrecejo tendía a fruncirse - . ¿ Un pordiosero ? ¿ Vuestra Majestad desea que se le socorra ? - No , Barón ... ¿ Cómo es que usted , que todo lo sabe , ignora quién es ese hombre y a qué viene ? El Ministro hizo un desdeñoso movimiento de hombros . - Señor , lo sé . Desde que ese viejo puso los pies en París se le vigila ; pero es inofensivo ; no creemos que traiga intenciones siniestras . Debe de estar chocho . Reza mucho , y en voz alta . Es un pobrecito , un infeliz aldeano , que , según dicen , se contó antaño entre los partidarios de la buena causa y que ahora se ha venido a París a profetizar a Vuestra Majestad no sé qué cosas . ¡ Hay tantos visionarios en estos tiempos de trastornos políticos ! Si se les atendiese a todos , ¡ frescos estaríamos ! Lo que vendrá es a pedir alguna gracia , a conseguir cualquier favor o limosna . - No , Barón , se engaña su sagacidad de usted . En ese hombre hay algo especial : se me ha puesto entre ceja y ceja que debo verle y oírle ... y si es aprensión , conozco que es aprensión incurable , mientras no la contraste la realidad . ¿ No ve usted qué perseverancia la suya ? Todos los días , apenas me asomo a alguna ventana de palacio , le hallo enfrente , plantado como está ahora , con los verdes ojos fijos en mí , imperioso , suplicante ... Ha llegado a producirme un efecto análogo a esos de que hablan los sectarios de Mesmer . Sus pupilas me marean desde lejos . Llámele usted , si gusta , un capricho ... pero deseo que ese hombre suba aquí , hable conmigo y salgamos de dudas . Lleva quince días de centinela ; es un pobre , quiere ver a su rey ... Véale y acábese la porfía . - ¿ Vuestra Majestad me consulta o me da una orden ? - dijo tranquilamente el Ministro . - Una orden - declaró el Rey . - En ese caso voy a transmitirla . - Y el Barón se levantó . - No , espere usted ... Yo mismo dispondré que hagan subir a ese viejo . Usted estará presente a la audiencia . Me dará usted su parecer . Si es un loco nos divertiremos ; será entrevista original . - Él solicitará , de seguro , hablar con Vuestra Majestad a solas - advirtió el Ministro . - ¡ Es fácil ! Pues se coloca usted detrás de ese biombo que tapa el piano y oye usted la conversación . La pobre condesa du Cayla suele aprovechar ese escondrijo y está en sus glorias oyendo tonterías ... Ahí , Barón ... Y a menos que me maten , no aparezca usted sin que yo le llame , suceda lo que suceda . Quince minutos después se abría la puerta de la cámara regia y se incrustaba en el marco la imponente figura del viejo . Hízole el Rey una seña bondadosa , invitándole a acercarse . Avanzó el hombre con paso automático ; moribundo rayo de sol alumbró su cara , y sobre su pecho creyó el monarca distinguir una sangrienta herida . Era la aplicación , en franela roja , del Corazón de Jesús , con la mística leyenda : Reinaré . - Adelante , buen hombre , pídanos lo que desee ; le hemos visto tan fijo frente a palacio , que nos agradaría poder complacerle . No tenga cortedad ; tome asiento - ordenó el Rey señalando a un taburete . El aldeano no hizo caso de la indicación ; tendió por el gabinete la mirada , y como sus ojos tropezasen con el obsceno lampadario de Pompeya , los volvió indignado y los fijó en el monarca relumbrantes y casi amenazadores . - ¿ Qué pretende usted , qué viene a solicitar ? - insistió este , un poco confuso sin saber por qué . - No solicito cosa alguna - declaró el anciano con entera voz . No vengo a pedir al Rey empleos ni honores ; vengo , de parte de Dios , a decirle varias cosas , a recordarle lo pasado , a revelarle lo venidero . No procede de mí la idea : acato órdenes . ¿ Quién soy yo para presentarme ante el Rey ? Un gusano , un pequeñuelo , el más humilde labriego de Francia . Me llamo Martín . Mi aldea es un lugar de doce vecinos . Soy cristiano , creo en la santa religión y en la sagrada monarquía . Cuando los malvados se conjuraron contra Dios y su imagen en la tierra , que es el Rey , yo no descolgué la escopeta porque entiendo que derramar sangre está vedado , pero coloqué sobre mi pecho este Corazón , a fin de que conociesen mis opiniones y me matasen si querían . - ¿ Pero por qué no se sienta usted , buen hombre ? - insistió el monarca . - Por respeto , señor . No debo sentarme , y más bien debo arrodillarme . Aunque no estoy en presencia del monarca , estoy ante su tío , su heredero . - ¿ Cómo es eso ? ¿ No soy yo el Rey ? - Esta interrogación fue acompañada de una sonrisa indulgente , de condescendencia a la ancianidad . El epicúreo se sentía subyugado . - Bien lo sabe Vuestra Alteza - contestó apaciblemente Martín - . Lo dicho , señor , yo nada valgo ; mi existencia se reduce a obedecer y callar , a llevar la yunta y pagar la renta . Trabajando sin descanso cumplí esta avanzada edad , y jamás hice daño a nadie ... Mi cabeza aún está firme , mis brazos activos ; todavía soy yo mismo quien ara mis tierras . Un mes hace que las tengo abandonadas , que he dejado mi casa y mi familia , exponiéndome a la burla de los ignorantes y al desprecio de los poderosos . La gente se mofa de mí ; Vuestra Alteza me ha tenido por demente ... - Buen hombre - advirtió severamente el Res - , si no se dispensasen muchas cosas a la ancianidad ... - Señor , si falto es porque no conozco los usos de la Corte . Que se me castigue . Hagan de mí lo que quieran después que diga lo que debo decir . - Diga Martín lo que guste - articuló el Rey retrepándose en la butaca - . Le escuchamos . - No es Martín quien va a hablar , señor - insistió el aldeano sin turbarse - . Martín solo no se atrevería . Alguien habla por su boca . Mis palabras vienen del cielo . - ¿ Del cielo ? - repitió con delicada ironía el admirador de Voltaire - . ¿ De Dios mismo tal vez ? - Alabado sea por siempre su santo nombre - repitió el aldeano - . Empezaré por lo que sucedió primero . Sepa , pues , Vuestra Alteza que el 16 de enero , congo estuviese yo distraído abriendo un surco en la heredad de trigo que labro , noté que los bueyes se asustaban sin saber de qué ; me extrañó su inquietud ; pensé : « ¡ algo hay ! » , y volviendo la cabeza vi a mi lado a un jovencillo muy hermoso , vestido como los caballeros de la Corte . ¿ Por dónde había venido ? Un minuto antes no se veía a nadie en todo el raso de la llanura . Llevaba el pelo crecido , que le caía en bucles por la espalda . Me quedé frío , señor . El jovencito me tocó en el hombro y me dijo : « Martín , ve a ver al Rey » . Y sin otra palabra desapareció . Todo fue tan rápido , señor , que la verdad : supuse que era desvarío de mi imaginación , debilitada por los años . Hacía niebla y dije en mis adentros : « ¡ Bah ! ¡ La niebla remeda tantas cosas ! » . Pero cátate que el 18 - iba a anochecer y regresaba a mi casa , rendido de la labor - , junto al crucero del camino estaba apoyado el joven . Repitió la orden : « Martín , ve a ver al Rey » ; yo me persigné y caí de rodillas al pie del crucero . Al levantarme busco al joven . ¡ Disipado ! Sin embargo , no se había despedido de mí . El 20 le vi entre los sauces , a orillas del río ; el 21 y el 24 apareció en el lindero del bosque , apoyado en el tronco de una encina que llaman en el país el árbol de las brujas . Fue , sobre todo , el 21 , señor , cuando me habló despacio . Su voz era triste , su acento solemne . Me dijo infinitas cosas que sobrepujan a mi entendimiento , y de las cuales , sin embargo , no he olvidado ninguna . Las conservo como en una caja , y después de que las repita me parece que se borrarán de mi memoria . Pero mientras no se las comunique a Vuestra Alteza , grabadas como con hierro candente las tengo aquí - y señaló a su frente . La fecha del 21 de enero había hecho estremecerse al Rey . Un ligero escalofrío recorrió su cuerpo . - Explíqueme sin miedo cómo era ese joven - murmuró . - Miedo no lo tengo - declaró el aldeano - . ¿ Qué pueden hacerme ? ¿ Quitarme la vida ? He cumplido ochenta y cinco años . Soy un tronco seco que aguarda el golpe del hacha . La sepultura abierta me llama a sí . Pues la aparición , señor , era una figura hermosísima , y excepto el traje , igual a la efigie del arcángel San Rafael , que existe en la iglesia de mi parroquia . Por esto y por serenar mi conciencia consulté al señor cura . El señor cura no acertó a aconsejarme y me envió a monseñor el arzobispo . Este me dijo que eran fantasías y chocheces , y yo mismo resolví callar ... Pero la aparición se presentó otra vez , pálida , terrible ... repitió la orden : « Martín , Martín » . Era de noche , dentro de mi choza ... Entonces cogí el zurrón y el báculo , y andando , andando y pidiendo limosna , aquí me vine ... - Siga , siga ... El Rey espera las revelaciones de Martín . - Mis revelaciones ... ¡ ahí van ! , Señor . Vuestra Alteza ocupa un lugar que no le corresponde . - ¿ Cómo es eso ? - Y el Rey sonreía , queriendo chancearse , acordándose de Lecazes emboscado tras del biombo - . Habiendo perecido mi hermano y su hijo , ¿ no soy acaso el legítimo heredero del trono ? ¿ No cree Martín en el derecho divino de los reyes ? - La aparición , señor , me ha mandado que cuando me respondieseis eso os contestase yo : « ¡ No todos los muertos están en sus tumbas ! » . El efecto de estas palabras fue fulminante en el Rey . Si sus enfermas piernas se lo consintieran , hubiese saltado del sillón . Impedido y todo , medio se incorporó ; sus manos hirieron el aire ; dilatáronse sus pupilas ; se inyectó de sangre su cara . - ¿ Necesita Vuestra Alteza pruebas de lo que acabo de decir ? - exclamó el aldeano , cuyos verdes ojos de brujo echaban chispas , y que parecía obedecer al influjo de algo extraño , visible sólo para él - . Pues óigame ... voy a recordar a Vuestra Alteza lo que nadie sabe . ¿ Se acuerda Vuestra Alteza de un día en que fue a cazar con el Rey su hermano ? ¿ De aquella espantosa tentación ? Era en la selva de San Huberto ; el Rey llevaba de delantera una docena de pasos ... nadie del séquito andaba por allí ... y acudió a Vuestra Alteza la idea de tirar sobre él . Ya tenía Vuestra Alteza el dedo en el gatillo ... Lo estorbó la rama de un árbol . El Rey temblaba , ocultando entre sus manos la cabeza . - Desde los primeros años , señor , Vuestra Alteza codició el trono . El obstáculo era aquel desventurado monarca , y Vuestra Alteza quiso suprimirlo . ¡ Fratricidio de cada instante ! Para eso no vaciló en transigir y en halagar a los impíos , a los enemigos del altar del trono . ¡ Vergüenza eterna para la legítima monarquía , señor ! Ella no puede , ¡ nunca ! , sin negar su propia esencia , pactar con los que hacen escarnio de la autoridad y cierran los templos .