« Si le lecteur ne tire pas d'un livre la moralité qui doit s'y trouver , c'est que le lecteur est un imbécile ou que le livre est faux au point de vue de l'exactitude ... » ( GUSTAVE FLAUBERT . - Correspondance . Quatrièrne série . Pág . 230 . - Paris , 1893 ) . Llovía , como llueve en los trópicos : torrencial y frenéticamente , con mucho trueno y mucho rayo . La atmósfera , sofocante , gelatinosa , podía mascarse . El agua barría las calles que eran de arena . Para pasar de una acera a otra se tendían tablones , a guisa de puentes , o se tiraban piedras de trecho en trecho , por donde saltaban los transeúntes , no sin empaparse hasta las rodillas , riendo los unos , malhumorados los otros . Los paraguas para maldito lo que servían , como no fuera de estorbo . A pesar del aguacero , el cielo seguía inmóvil , gacho , uniforme y plomizo . La gente sudaba a mares , como si tuviera dentro una gran esponja que , oprimida a cada movimiento peristáltico , chorrease al través de los poros . Hasta los negros , de suyo resistentes a los grandes calores , se abanicaban con la mano , quitándose a menudo el sudor de la frente con el índice que sacudían luego en el aire a modo de látigo . En las aceras se veían grupos abigarrados y rotos que buscaban ávidamente donde poner el pie para atravesar la calle . El río , color de pus , rodaba impetuoso hacia el mar , con una capa flotante de hojas y ramas secas . Tres gallinazos , con las alas abiertas , picoteaban el cadáver hinchado de un burro que tan pronto daba vueltas , cuando se metía en un remolino , como se deslizaba sobre la superficie fugitiva del río . Ganga era un villorrio compuesto , en parte , de chozas y , en parte , de casas de mampostería , por más que sus habitantes - que pasaban de treinta mil - , negros , indios y mulatos en su mayoría , se empeñasen en elevarle a la categoría de ciudad . Lo cual acaso respondiese a que en ciertos barrios ya empezaban a construirse casas de dos pisos , al estilo tropical , muy grandes , con amplias habitaciones , patio y traspatio , y a que en las afueras de la ciudad no faltaban algunas quintas con jardines , de palacetes de madera que iban , ya hechos , de Nueva York y en las cuales quintas vivían los comerciantes ricos . Ganga no era una ciudad , mal que pesara a los gangueños , que se jactaban de haber nacido en ella como puede jactarse un inglés de haber nacido en Londres . - « Yo soy gangueño y a mucha honra » - decían con énfasis , y cuidado quién se atrevía a hablar mal de Ganga . Tenían un teatro . ¿ Y qué ? ¡ Para lo que servía ! De higos a brevas aparecían unos cuantos acróbatas muertos de hambre , que daban dos o tres funciones a las cuales no asistían sino contadas familias con sus chicos . Se cuenta de una compañía de cómicos de la legua , que acabó por robar las legumbres en el mercado . Tan famélicos estaban . Al gangueño no le divertía el teatro . Lo que , en rigor , le gustaba , amén de las riñas de gallos , era empinar el codo . No se dio el caso de que ninguna taberna quebrase . ¡ Cuidado si bebían aguardiente ! Ajumarse , entre ellos , era una gracia , una prueba de virilidad . - « Hoy me la he amarrado » - decían dando tumbos . Ganga , con todo , era el puerto más importante de la república . Cuanto iba al interior y a la capital , pasaba por allí . A menudo anclaban en el muelle enormes trasatlánticos que luego de llenarse el vientre de canela , cacao , quina , café y otros productos naturales , se volvían a Europa . Las mercancías se transportaban al interior en vaporcitos , por el río y después en mulas y bueyes , al través de las corcovas de las montañas , por despeñaderos inverosímiles . A lo mejor las infelices bestias reventaban de cansancio en el camino , de lo cual daban testimonio sus cadáveres , ya frescos , ya corrompidos o en estado esquelético , esparcidos aquí y allá , mal encubiertos por ramas secas o recién cortadas . Horrorizaba verlas el lomo desgarrado por anchas llagas carmesíes . De sus ojos de vidrio se exhalaba como un sollozo . Al cabo de tres horas escampó , pero no del todo . Una llovizna monótona , violácea , desesperante , empañaba como un vaho pegadizo la atmósfera . El calor , lejos de menguar , aumentaba . De todas partes brotaban , por generación espontánea , bichos de todas clases y tamaños , que chirriaban a reventar , sapos ampulosos que se metían en las casas y , saltando por la escalera , peldaño a peldaño , se alojaban tranquilamente en los catres . A la caída de la tarde empezaban a croar en los lagunatos de la calle , y aquello parecía un extraño concierto de eructos . Los granujas les tiraban piedras o les sacudían palos y puntapiés , que ellos devolvían hinchándose de rabia y escupiendo un líquido lechoso . El aire se poblaba de zancudos , que picaban a través de la ropa , y de chicharras estridentes que giraban en torno de las lámparas . Del alero de los tejados salían negras legiones de murciélagos que se bifurcaban chillando en vertiginosas curvas . A lo lejos rebuznaban asmáticamente los pollinos . Ganga no difería cosa de los demás puertos tropicales . Muchas cocinas humeaban al aire libre , y de las carnicerías y los puestos de frutas emanaba un olor a sudadero y droguería . La casa del general don Olimpio Díaz andaba aquella tarde manga por hombro . Era un caserón mal construido , sin asomo de estética y simetría , vestigio arquitectónico de la dominación española . Dos grandes ventanas con gruesos barrotes negros y una puerta medioeval , de cuadra , daban a la calle . El aldabón era de hierro , en forma de herradura . Desde el zaguán se veía de un golpe todo el interior : cuartos de dormir , atravesados de hamacas , sala , comedor , patio y cocina . Lo tórrido del clima era la causa de la desfachatez de semejantes viviendas . En las ventanas no había cortinas ni visillos que dulcificasen el insolente desparpajo del sol del mediodía . Casi , casi se vivía a la intemperie . Las señoras no usaban corsé ni falda , a no ser que repicasen gordo , sino la camisa interior , unas enaguas de olán y un saquito de muselina , al través del cual se transparentaba el seno , por lo común exuberante y fofo . Se pasaban parte del día en las hamacas , con el cabello suelto , o en las mecedoras , haciéndose aire con el abanico , sin pensar en nada . Las mujeres del pueblo , indias , negras y mulatas , no gastaban jubón ; mostraban el pecho , el sobaco , las espaldas , los hombros y los brazos desnudos . Tampoco usaban medias , y muchas , ni siquiera zapatos o chanclos . Los chiquillos andorreaban en pelota por las calles , comiéndose los mocos o hurgándose en el ombligo , tamaño de un huevo de paloma , cuando no jugaban a los mates o al trompo en medio de una grita ensordecedora . Otras veces formaban guerrillas entre los de uno y otro barrio y se apedreaban entre sí , levantando nubes de polvo , hasta que la policía , indios con cascos yanquis , ponían paz entre los beligerantes , a palo limpio . ¡ Qué beligerantes ! Al través de la piel asomaban los omoplatos y las costillas ; la barriga les caía como una papada hasta las ingles ; las piernas y los brazos eran de alambre , y la cabeza , hidrocefálica , se les ladeaba sobre un cuello raquítico mordido por la escrófula , tumefacido por la clorosis . - ¡ Ven acá , Newton ! ¿ Por qué lloras ? - Porque Epaminondas me pegó . Todos ostentaban nombres históricos , más o menos rimbombantes , matrimoniados con los apellidos más comunes . El general tenía , pared en medio de su casa , una tienda mixta en que vendía al por mayor vino , tasajo , arroz , bacalao , patatas , café , aguardiente , velas , zapatos , cigarrillos , no siempre de la mejor calidad . Se graduó de general como otros muchos , en una escaramuza civil en la que probablemente no hizo sino correr . En Ganga los generales y los doctores pululaban como las moscas . Todo el mundo era general cuando no doctor , o ambas cosas en una sola pieza , lo que no les impedía ser horteras y mercachifles a la vez . Uno de los indios que tenía a su servicio don Olimpio Díaz , era coronel ; pero como su partido fue derrotado en uno de los últimos carnavalescos motines , nadie le llamaba sino Ciriaco a secas , salvo los suyos . Cualquier curandero se titulaba médico ; cualquier rábula , abogado . Para el ejercicio de ambas profesiones bastaban uno o dos años de práctica hospitalicia o forense . Hasta cierto charlatán que había inventado un contraveneno , para las mordeduras de las serpientes , Euforbina , como rezaban los carteles y prospectos , se llamaba a sí propio doctor , con la mayor frescura . Andaba por las calles , de casa en casa , con un arrapiezo arrimadizo a quien había picado una culebra , y al que obligaba a cada paso a quitarse el vendaje para mostrar los estragos de la mordedura del reptil juntamente con la eficacia maravillosa de su remedio . A no larga distancia suya iba un indio con una caja llena de víboras desdentadas que alargaban las cabezas , sacando la lengua fina y vibrátil por los alambres de la tapa . En los grandes carteles fijos en las esquinas , ahítos de términos técnicos , se exhibía el doctor , retratado de cuerpo entero , con patillas de boca de hacha , rodeado de boas , de culebras de cascabel , coralillos , etc . Sobre la frente le caían dos mechones en forma de patas de cangrejo . Los habitantes de Ganga se distinguían además por lo tramposos . No pagaban de contado ni por equivocación . De suerte que para cobrarles una cuenta , costaba lo que no es decible . Como buenos trapacistas , todo se les volvía firmar contratos que cumplían tarde , mal o nunca , que era lo corriente . Los vecinos se pedían prestado unos a otros hasta el jabón . - Dice misia Rebeca que si le puede emprestá la escoba y mandarle un huevo porque los que trajo esta mañana del meicao estaban toos podrío . - Don Severiano , aquí le traigo esta letra a la vista . - Bueno , viejo , vente dentro de dos o tres días , porque hoy no tengo plata . Y se guardaba la letra en el bolsillo , tan campante . Don Severiano era banquero . El fanatismo religioso , entre las mujeres principalmente , excedía a toda hipérbole . En un cestito , entre flores , colocaban un Corazón de Jesús , de palo , que se pasaban de familia en familia para rezarle . - « Hoy me toca a mí » , decía misia Tecla ; y se estaba horas y horas de rodillas , mascullando oraciones delante del fetiche de madera , color de almagre . Don Olimpio , a su vez , confesaba a menudo para cohonestar , sin duda , a los ojos del populacho , sus muchas picardías , la de dar gato por liebre , como decía Petronio Jiménez , la lengua más viperina de Ganga . Los indios creían en brujas y duendes , en lo cual no dejaba de influir la lobreguez nocturna de las calles . A partir de las diez de la noche , la ciudad , malamente alumbrada en ciertos barrios , quedaba del todo a oscuras , en términos de que muchos , para dar con sus casas y no perniquebrarse , se veían obligados a encender fósforos o cabos de vela que llevaban con ese fin en los bolsillos . La vida , durante la noche , se concentraba en la plaza de la Catedral , donde estaba , de un lado , el Círculo del Comercio , y del otro , El Café Americano . Las familias tertuliaban en las aceras o en medio del arroyo hasta las once . En el silencio sofocante de la noche , la salmodia de las ranas alternaba con el rodar de las bolas cascadas sobre el paño de los billares y el ruido de las fichas sobre el mármol de las mesas . La calma era profunda y bochornosa . El cielo , a pedazos de tinta , anunciaba el aguacero de la madrugada o tal vez el de la media noche . La casa de don Olimpio andaba manga por hombro . Misia Tecla , su mujer , gritaba a los sirvientes , que iban y venían atolondrados como hormiguero que ha perdido el rumbo . Una marimonda , que estaba en el patio , atada por la cintura con una cuerda , chillaba y saltaba que era un gusto enseñando los dientes y moviendo el cuero cabelludo . - ¡ Maldita mona ! - gruñía misia Tecla - . ¿ Qué tienes ? - Y acababa abrazándola y besándola en la boca como si fuera un niño . La mona , que respondía por Cuca , se rascaba entonces epilépticamente la barriga y las piernas , reventando luego con los dientes las pulgas que se cogía . Por último se sentaba abrazándose a la cola que se alargaba eréctil hasta la cabeza , sugiriendo la imagen de un centinela descansando . No se estaba quieta un segundo . Tan pronto se subía al palo , al cual estaba atada la cuerda , quedándose en el aire , prendida del rabo , como se mordía las uñas , frunciendo el entrecejo , mirando a un lado y a otro con rápidos visajes , o atrapaba con astucia humana las moscas que se posaban junto a ella . Un loro viejo , casi implume , que trepaba por un aro de hojalata , gritaba gangosamente : « ¡ Abajo la república ! ¡ Viva la monarquía ! ¿ Lorito ? Dame la pata » . La servidumbre era de lo más abigarrado desde el punto de vista étnico : indios , cholos , negros , mulatos , viejos y jóvenes . La vejez se les conocía , no en lo cano del pelo , que nunca les blanqueaba , sino en el andar , algo simiano , y en las arrugas . Algunos de ellos , los indios , generalmente taciturnos , parecían de mazapán . Tenían , como todos los indígenas , aspecto de convalecientes . No todos estaban al servicio del general : los más eran sirvientes improvisados , recogidos en el arroyo . Misia Tecla , que nunca se vio en tal aprieto , lloraba de angustia , invocando la corte celestial . - ¡ Virgen Santísima , ten piedad de mí ! ¡ Si me sacas con bien de ésta , te prometo vestirme de listao durante un año ! - Y corría de la cocina al comedor , y del comedor a la cocina , empujando al uno , gruñendo al otro , hostigando a todos , entre lágrimas y quejas . - ¡ Ay , Tecla , mi hija , cómo tienes los nervios ! - exclamaba don Olimpio . Las gallinas se paseaban por el comedor , subiéndose a los muebles , y algunas ponían en las camas , saliendo luego disparadas , cacareando por toda la casa , con las alas abiertas . - Ciriaco , mi hijo , espanta esas gallinas y échale un ojito al sancocho . - Bueno , mi ama . - Y tú , Alicia , ten cuidado con la mazamorra , no vaya a quemarse - decía atropelladamente misia Tecla . Alicia era una india , delgada , esbelta , de regular estatura , de ojos de culebra , pequeños , maliciosos y vivos , de cejas horizontales , frente estrecha , de contornos rectilíneos , boca grande , de labios someramente carnosos . De perfil parecía una egipcia . Su energía descollaba entre la indolente ineptitud de aquellos neurasténicos , botos por el alcohol , la ignorancia y la superstición , como pino entre sauces . Huérfana desde niña , de padres desconocidos , misia Tecla la prohijó , aunque no legalmente , lo cual no era óbice para que don Olimpio la persiguiese con el santo fin de gozarla . Alicia se defendía de los accesos de lujuria del viejo que la manoseaba siempre que podía , llegando una vez a amenazarle con contárselo todo a misia Tecla si persistía en molestarla . Cierta noche , cuando todo el mundo dormía , se atrevió a empujar la puerta de su cuarto . - « ¡ Si entra , grito ! » - Y don Olimpio tuvo a bien retirarse , todo febricitante y tembloroso , con los calzoncillos medio caídos y el gorro hasta el cogote . Don Olimpio debía repugnarla con aquella cara terrosa , llena de arrugas y surcos como las circunvoluciones de un cerebro de barro , aquella calva color de ocre ceñida por un cerquillo de fraile y aquella boca sembrada de dientes negros , amarillos y verdes , encaramados unos sobre otros . Alicia no sabía leer ni escribir ; pero era inteligente , observadora y ladina y se asimilaba cuanto oía con una rapidez prodigiosa . Con frecuencia se enfadaba o afligía sin justificación aparente , al menos . La menor contrariedad la irritaba , encerrándola durante horas en una reserva sombría . Tenía diez y ocho años y nunca se la conoció un novio , y cuenta que no faltaban señoritos que la acechaban a cada salida suya a la calle con fin análogo al de don Olimpio . De tarde en tarde , a raíz de algún disgusto , padecía como de ataques histéricos , pero nunca se supo a punto fijo lo que la aquejaba porque el diagnóstico de los médicos de Ganga , que eran tan médicos como don Olimpio general , se reducía a decir que todo aquello « era nervioso y no valía la pena » . La recetaban un poco de bromuro , y andando . La vida monótona de Ganga la aburría y la persecución de don Olimpio la sacaba de quicio , hasta el punto de que un día pensó seriamente en tornar la puerta . Ella , en rigor , no gozaba sino cuando iban al campo , a una hacienda que don Olimpio arrendó , por no poder atenderla , a unos judíos , ¡ Con qué placer se subía a los árboles , corría por el bosque y se bañaba en el río , como una nueva Cloe ! Se levantaba con la aurora para dar de comer a las gallinas y los gorrinillos que ya la conocían . Estaba pendiente de las cabras recién paridas y de las cluecas que empollaban . Así había crecido , suelta , independiente y rústica . En la farmacia del doctor Portocarrero , semillero de chismes donde se reunía por las tardes el elemento liberal de Ganga . Petronio Jiménez , un cuarterón , comentaba a voz en cuello , como de costumbre , el banquete que le preparaba don Olimpio al doctor Eustaquio Baranda , médico y conspirador que acababa de llegar de Santo , huyendo de las guerras del Presidente de aquella república ilusoria . El doctor Baranda se había educado y vivido en París , donde cursó con brillantez la medicina . Había publicado varias monografías científicas , una , singularmente , muy notable , sobre la neurastenia , de la que hablaron las revistas francesas con elogio . Enamorado de la libertad y enemigo de toda tiranía , volvió a su tierra tras una ausencia de años y a instancias del partido liberal , con objeto de tumbar la dictadura . Como no era , ni con mucho , hombre de acción , sino un idealista , un soñador que creía que los pueblos cambian de hábitos mentales con una sangría colectiva , como si la calentura estuviese en la ropa ( palabras de un adversario suyo ) , la conspiración urdida por él desde París , abortó y a pique estuvo de perder en ella el pescuezo . Los conspiradores se emborracharon una noche y fueron con el soplo de lo que se tramaba al dictador que , en pago del servicio que le hacían , les mandó fusilar a todos sin más ni más . El presidente era un negro que concordaba , física y moralmente , con el tipo del criminal congénito , de Lombroso . Mientras comía mandaba torturar a alguien ; a varias señoras que se negaron a concederle sus favores , las obligó a prostituirse a sus soldados ; a un periodista de quien le contaron que en una conversación privada le llamó animal , le tuvo atado un mes al pesebre , obligándole a no comer sino paja . Cuantas veces entraba en la cuadra , le decía tocándole en el hombro : - ¿ Quién es el animal : tú o yo ? El Nerón negro le llamaban a causa de sus muchos crímenes . Bajo aquel diluvio llegó el doctor a Ganga . En el muelle , que distaba una hora del villorrio , le aguardaba lo más selecto de la sociedad gangueña , con una charanga . Un tren Decauville subía y bajaba por una cuesta pedregosa , y ocurría a menudo que , desatándose los vagones , llegaba la máquina sola a la estación mientras aquéllos rodaban por su propio impulso , pendientes abajo , hacia el punto de partida . Los viajeros iban en pie , entre fardos y baúles , en coches indecentísimos , atestados de indios churriosos que fumaban y escupían a diestro y siniestro . A medio camino se paraba el tren , como un tranvía , para recoger a algún viajero , cuando no descarrilaba , cosa que a diario sucedía , debido , sin duda , no sólo a lo malo de la vía férrea , sino a las borracheras consecutivas del maquinista y el fogonero . - No se olvide de entregarle esa carta al compadre Sacramento . - Pierda cuidado . - Oye , no dejes de mandarme con el conductor el purgante que te pedí el otro día . Mira que tengo el estómago muy sucio . - En cuanto llegue . Diálogos análogos , sostenidos entre los que quedaban en los apeaderos y los que subían al tren , se oían a cada paso . De suerte que la demora originada por este palique a nadie impacientaba . - ¡ Nosotros , nosotros somos los llamados a festejar al doctor Baranda y no ese godo de don Olimpio que , por pura vanidad , para que le llamen filántropo y no por otra cosa , nos ha cogido la delantera ! - exclamaba Petronio Jiménez - . Cosas de Ganga , hombre , cosas de Ganga . Un godo como ése ¡ alojando en su casa a un agitador nada menos ! ¡ Cuando les digo a ustedes que tenemos que dar mucho jierro todavía ! Los pueblos no merecen la libertad sino cuando la pelean . Lo demás ¡ cagarrutas de chivo ! - Tú siempre tan exaltado - repuso el doctor Virgilio Zapote , famoso picapleitos de ojos oblicuos y tez cetrina , muy entendido , según decían , en derecho penal , y que había dejado por puertas a medio Ganga . - ¡ Exaltado , porque soy el único que tiene vergüenza y no teme decir la verdad al Sursum Corda ! Porque no soy pastelero como tú , que siempre te arrimas al sol que más calienta ... - Petronio , no me insultes . - No te insulto , Zapote . ¿ Acaso no sabemos todos que el que te cae entre las uñas suelta el pellejo ? A mí ¿ que me cuentas tú ? Te conozco , hombre , te conozco . - Vamos , caballeros , un trago y que haya paz - promedió el doctor Portocarrero , alargándoles sendas copas de brandi . Petronio se subió los calzones que llevaba siempre arrastrando . No usaba tirantes , corbata ni chaleco , sino una americana de dril , un casco yanqui y chancletas que dejaban ver unos calcetines de lana agujereados y amarillentos . Parecía un invertebrado . Hablaba contoneándose , moviendo los brazos en todas direcciones , abriendo la boca , echando la cabeza hacia atrás , singularmente cuando reía , enseñando unos dientes blanquísimos . A menudo , apoyándose contra la pared en una pierna doblada en forma de número cuatro , ponía a su interlocutor ambas manos sobre los hombros o le torcía con los dedos los botones del chaleco . A los amigos , cuando les hablaba en tono confidencial , les atusaba el bigote o les hacía el nudo de la corbata . Tenía mucho de panadero por lo que manoseaba , en las efusiones , falsas y grotescas , de su repentino y fugaz afecto . A la media hora de haber conocido a alguien , ya estaba tuteándole . Esta confianza canallesca le captó la simpatía popular . Colaboraba en varios periódicos , sobre política y moral , sobre moral preferentemente , con distintos pseudónimos , sobriqués , como él decía pavoneándose . Tan pronto se firmaba Juan de Serrallonga como Enrique Rochefort o Ciro el Grande . Su periódico predilecto era La Tenaza , cuyo director , un mestizo , Garibaldi Fernández , ex maestro de escuela , gozaba entre los suyos fama de erudito y de hombre de mundo . Había publicado un libro por entregas plagado de citas de segunda y tercera mano , y de anécdotas históricas , titulado El buen gusto o arte de conducirse en sociedad . Se gastaba un dineral en sellos de correo , pues no hubo bicho viviente , fuera y dentro de Ganga , a quien no hubiese enviado un ejemplar . El tal tratado de urbanidad era graciosísimo . ¡ Hablar de buena educación en Ganga ! ¡ Recomendar el uso del fraque , de la corbata blanca , de la gardenia en el ojal , del zapato de charol , del calcetín de seda , donde todo el mundo , a causa del calor , andaba poco menos que en porreta ! A mayor abundamiento , el autor de El buen gusto ostentaba las uñas largas y negras , el cuello grasiento , los pantalones con rodilleras y los botines empolvados . - Esta noche - voceaba colérico Petronio - escribo un artículo para La Tenaza en que voy a poner verde a don Olimpio . Como suena . - No te metas con don Olimpio - repuso Portocarrero - . Otro trago . Es mal enemigo . - Y a mí ¿ qué ? Hay que moralizar este país - dijo sorbiéndose de un golpe la copa de brandi . En esto pasó por la botica la Caliente , mulata de rompe y rasga , conocidísima en el pueblo . Vestía tilla bata color de rosa y un pañuelo de seda rojo atado en el cuello a modo de corbata . Sobre el moño de luciente y abundante pasa , resaltaba la púrpura de un clavel . - ¿ Adónde vas , negra ? - la preguntó Petronio plantándola familiarmente una mano en el hombro . - ¡ Figúrate ! - Espérame esta noche . ¡ Qué sabrosa estás ! - ¿ Esta noche ? Bueno ; pero poco relajo , y no te me vayas a aparecer ajumao , como el otro día . - Tú sabes que yo nunca me ajumo , vida . - ¡ Siá ! ¡ Que no se ajuma , que no se ajuma ! ... - exclamó la Caliente prosiguiendo su camino con sandunga provocativa y riendo a carcajadas . La farmacia no tenía más que un piso , como casi todo el caserío de Ganga . De modo que , desde las puertas abiertas de par en par , se podía hablar con todo el que pasaba . Así se explica que la farmacia se llenase a menudo de cuantos ociosos transitaban por allí . Entre el escándalo de las discusiones que se armaban a diario , a propósito de todo , política , literatura y ciencias , apenas si se oía la voz del parroquiano : - ¡ Un real de ungüento amarillo ! - ¡ Medio de alcanfor y un cuartillo de árnica ! - Una caja de pastillas de clorato de potasa . Y la contra de caramelos . Despácheme pronto , dotol , que tengo prisa . - Aquí vengo , dotol , a que me recete una purga . Dende hace días tengo una penita en el estógamo que no me deja vivil . En la botica no sólo se vendían drogas , sino ropa hecha , zapatos y sombreros de paja . La división del trabajo no se conocía en Ganga . Don Olimpio adornó el comedor lo más suntuosamente que pudo . En el centro de la pared , ornado con ramas , flores y banderas , colocó el retrato de Bolívar , y a cada uno de los lados , reproducciones borrosas de fotografías de Washington y Páez . Esmaltaban la mesa , que era de tijera , jarrones de flores inodoras , de un amarillo y escarlata lesivos a los ojos . La vajilla , de lo más heterogéneo , se componía de platos y copas de todos tamaños y colores . Gran parte era prestada . Los cubiertos , unos eran de plata Meneses , y otros de plomo con cabos de hueso . Los sirvientes , aturdidos , no daban pie con bola . Al doctor Baranda le quitaron el plato de sopa cuando aún no la había probado , y en lugar de tenedor , cuchillo y cuchara , ponían a unos tres cucharas y a otros tres cuchillos o tres tenedores . Doña Tecla les hablaba sigilosamente al oído , y se quejaba en voz alta del servicio , suplicando al doctor « que dispensase » . Alumbraban el comedor lámparas de petróleo , al través de cuyas bombas polvorientas bostezaba una luz enfermiza alargando de tiempo en tiempo su lengua humosa por la boca del tubo . Una nube de insectos revoloteaba zumbando alrededor de las luces , muchos de los cuales caían sin alas sobre el mantel . No lejos del doctor estaba Alicia , a quien miraba de hito en hito con sus ojos de árabe , tristes y hondos , orlados de círculos color de pasa . La mesa remedaba un museo antropológico ; había cráneos de todas hechuras : chatos , puntiagudos , lisos y protuberantes ; caras anémicas y huesudas y falsamente sanguíneas y carnosas ; cuellos espirales de flamenco y rechonchos de rana . Las fisonomías respiraban fatiga fisiológica de libertinos , modorra intelectual de alcohólicos y estupidez de caimanes dormidos . Lo que no impedía que cada cual aspirase , más o menos en secreto , a la Presidencia de la república . De pronto se oyó en la cocina un ruido descomunal como de loza que rueda . Doña Tecla se levantó precipitadamente sin pedir permiso a los comensales . Ciriaco , que ya estaba chispo , había roto media docena de platos . - Lárgate en seguida de aquí , sinvergüenza , borracho ! - gritó misia Tecla . - Sí , borracho , borracho - tartamudeó el indio yendo de aquí para allá , como hiena enjaulada y rascándose la cabeza . - ¡ Ah , qué servicio , qué servicio ! - añadió doña Tecla volviendo a ocupar su sitio . En el zaguán tocaba una orquesta , cuyos acordes perezosos y aburridos predisponían al sueño . Casi todos los instrumentos eran de cuerda . El violín hipaba como un pollo al que se le retuerce el pescuezo ; el sacabuche tosía como un tísico , y el violón sonaba con flatulencia gemebunda . En las ventanas de la calle se arremolinaba el populacho , a pesar de la lluvia que seguía cayendo lenta y fastidiosa . Algunos pilluelos se habían trepado por los barrotes hasta dominar el comedor , cuya luz proyectaba sobre la oscuridad de la calle una mancha amarillenta . Entre los comensales figuraba el doctor Zapote , cazurro si les hubo , que pronunció un brindis anodino , aprendido horas antes de memoria , y en que no soltaba prenda . Don Olimpio , que ya andaba a medios pelos , se puso en pie , copa en mano , la cual , a cada movimiento del brazo , se derramaba mojándole la cabeza al doctor Baranda . « Brindo , dijo , por el honol que sentimos todos los aquí presentes , mi familia , sobre todo , por el honol de tenel entre nosotros al cospicuo cirujuano que eclipsó en París la fama de Galeno y del dotol Paster , el inventor del virus rábico para matar los perros rabiosos sin necesidad de etrinina . Sí , señores , ya podemos pasearnos impunemente por las calles sin temol a los perros . Misia Tecla sonreía con benevolencia . El cuerpo de don Olimpio se bamboleaba y a sus pupilas , de párpados membranosos , asomaban como ganas de vomitar . - « Brindo , continuó , brindo ... » - y soltando un regüeldo tronante se sentó , dejando caer la copa , con champaña y todo , sobre la mesa . Alicia se burlaba con los ojos . El doctor Baranda se concretó a dar las gracias , en dos palabras irónicas y secas , pero corteses . Después habló el alcalde , tipo apoplético , de cuello adiposo y ancho , dedos de butifarra , occipucio de toro , párpados caídos hasta la mitad del globo ocular , vientre voluminoso y de carácter irritable , por la vecindad , sin duda , del cerebro y el corazón . Apenas se entendió lo que dijo . Cuando todo el mundo se preparaba a levantarse , de un extremo de la mesa surgió , como por escotillón , un joven escuchimizado color ladrillo , melenudo , que con voz temblorosa y estridente empezó a leer una oda : « Al egregio doctor Baranda . Un trueno de aplausos interrumpió al poeta . El doctor Zapote , alcohólicamente conmovido , le dio un abrazo . - ¡ Eso es un poeta ! ¿ Verdad , doctor ? Los comensales , incluso las mujeres , a duras penas podían levantarse de puro ebrios . Sudorosos , verdinegros , con el pelo pegado a las sienes , miraban sin saber adónde . Don Olimpio roncaba repantigado en su silla . Acabado el banquete , el doctor Baranda se retiró a su cuarto , desde cuyo balcón se divisaba , de un lado el río , y del otro , el mar . Una luna enorme asomaba su cara de idiota al través de cenicientos celajes . El cielo , cuajado de rayas , semejaba la piel de una cebra . El río se deslizaba en la soledad de la noche con solemne rumor que moría en la desembocadura bajo el escándalo del mar . Un gallo cantaba a lo lejos y otro , más cerca , le respondía . El doctor , ya en paños menores , se sentó en una mecedora junto al balcón , a saborear la melancolía caliente y húmeda de la noche . Estaba , triste , muy triste . Había llegado por la mañana y no le habían dejado un momento de reposo . ¡ A qué hoyo había venido a dar ! Pensó primero en su conspiración abortada y luego en Rosa , la querida que dejó en París , la compañera de su época de escolar . Recordaba sus años de estudiante en el Barrio Latino , bullicioso y alegre . Sí , la amaba , en términos de haber pensado en hacerla su mujer legítima . ¿ Por qué no ? No era el primer caso . La conoció virgen , le guardó fidelidad , compartiendo con él las estrecheces de la vida estudiantil . Revivía el pasado con los ojos fijos en la luna , en aquella luna que amenazaba lluvia , sanguinolenta como un tumor . ¿ Y Alicia ? ¿ Qué impresión le había producido ? La de poseerla y nada más . - ¡ Oh , en la cama debe de ser deliciosa ! El doctor , sin dejar de dar a los rasgos anatómicos de la fisonomía la debida importancia , se fijaba , sobre todo , en la mímica . Observaba los ojos , su expresión , su forma , la disposición de las cejas y las pestañas , el aleteo de los párpados . El ojo , por su movilidad y por su brillo , todo lo dice . Tiene una vida autónoma . Su iris se modifica según los estados de conciencia . ¡ Cuán diferente es el ojo fulgurante del que piensa con intensidad , del ojo estático del que sueña despierto ! Varía según su convexidad y la estructura de la córnea al influjo de los músculos oculares , de los humores que segrega , del velo cristalino que flota en su superficie . Las cejas y las pestañas , aunque elementos secundarios , dan un sello típico al semblante . Las cejas , por su instabilidad , están unidas al ojo y al pensamiento . La nariz , aunque fija , desempeña un gran papel estético : es fea la nariz roma o arremangada ; es bella y graciosa la nariz aquilina . El ojo es el centro anímico de la inteligencia , especie de foco que recoge y difunde la luz interior . La boca es el centro comunicativo de las pasiones : del amor , del odio , de la lascivia , de la ternura , de la cólera ; el laboratorio de la risa , de los besos , de los mohínes , de las perversiones impúdicas , de las palabras que hieren o acarician , que impulsan al crimen o al perdón ... Con todo , no hay que fiarse-seguía discurriendo-de la expresión facial , porque no todos los sentimientos y las emociones tienen una mímica peculiar : la expresión del placer olfativo se confunde con la de la voluptuosidad ; la del placer y el dolor afectivos ; la mímica de la lujuria concuerda con la de la crueldad ; la del frío y el calor con la de la cólera ; la del dolor estético con la del mal olor o la repugnancia ... La cara de Alicia le había revelado , a medias , su carácter . Las miradas furtivas , pero intensas , que le dirigía de cuando en cuando , denunciaban un temperamento nervioso , un carácter tenaz , centrípeto , autoritario . Sus labios se contraían ligeramente en la comisura con un rictus de cólera contenida , y las alas de la nariz se dilataban temblando como el hocico de una liebre asustada . No reía sino a medias y , más que con la boca , con los ojos , cuyo iris se recogía con irisaciones de reflejos sobre el agua . El doctor no podía conciliar el sueño , a causa de la excitación nerviosa producida por el viaje , por el cambio de medio ambiente , y , sobre todo , por lo mucho que le obligaron a beber durante la comida , amén de los descabellados brindis que tuvo que oír . Sobre su mesa encontró un ejemplar dedicado de El buen gusto . Se puso a hojearle . « Si venís por una calle y os encontráis con el sagrado Viático , detened vuestra marcha , quitaos el sombrero y doblad humildemente la rodilla . » - ¡ Éramos pocos y parió mi abuela ! Y quien esto escribe , alardea de liberal . Liberalismo de los trópicos . Sigamos . « No des la mano al hombre que se muerda las uñas o que las tiene sucias , que se lleva los dedos a la boca , que se sacude con el meñique el oído , que se humedece el índice con la lengua para volver la hoja de un libro y que encorvando el mismo índice se quita con él el sudor de la frente » . El doctor sonreía recordando las uñas de Garibaldi Fernández , y reflexionaba en lo difícil que se le iba a hacer , de seguir los consejos del autor , el dar la mano a los gangueños . ¿ Cómo averiguar , continuaba , que un hombre se ha humedecido el índice para volver las páginas de un libro ? Habría que pillarle in fraganti . Después , saltando con displicencia algunas hojas , siguió leyendo al azar : « Una de las muchas manifestaciones de la decencia es sin duda la de tener limpio el calzado , exageradamente limpio » . De donde se deduce que en Ganga no hay decencia , porque quién más , quién menos , lleva los zapatos sucios , empezando por el autor de El buen gusto ; los zapatos y las uñas . Y ... todo lo demás . El libro se le antojaba reidero y continuó leyéndole . ¿ Cómo no divertirle si todo él resultaba una sátira contra el autor , que ni hecha aposta ? « Procurad tener siempre las uñas relucientes de limpias ; de lo contrario , pasaréis por gente puerca y mal educada » . - Dale con las uñas y ... aplícate el cuento , ¡ oh saladísimo Garibaldi ! Aquí , por lo visto , se mete a filósofo . Veamos : « Grande cosa es el hábito : constituye una segunda naturaleza » . - ¡ Originalísimo ! « Use almost can change the stamp of nature . ( Shakespeare , Hamlet ) . » ¡ Anda ! En inglés , para mayor claridad . « L'habitude est une seconde nature » , dicen los franceses . - No , que serán los chinos . « Usus est optimus magister ( Columella ) » . « L'abito e una seconda natura » . - Ahora me explico la fama de erudito y poliglota , como dicen por ahí , de Garibaldi . A ver cuántas lenguas sabe : español , inglés , francés , latín e italiano . ¡ Ni el cardenal Mezzofantti ! « Dadles a vuestros huéspedes habitaciones cómodas , alegres y aireadas » . - Esto debió leerlo don Olimpio antes de mi llegada . No sabe el homónimo del célebre general italiano el rato de solaz que me está dando su libro . Adelante . « Los caballeros deben ser corteses con las señoras que entren a los ómnibus y tranvías , aunque sea la primera vez que las vean . » - Pero ¡ si en Ganga no hay ómnibus ni tranvías ! Pura broma . « No estiréis vuestros miembros , no bostecéis , no salivéis , no estornudéis metiendo ruido y sin cubrir muy bien con el pañuelo nariz y boca , haciendo además la cabeza a un lado . Si estáis acatarrados quedaos en casa » . - Este Garibaldi ¿ escribe en serio ? Así son estos pueblos degenerados . Tienen las palabras , pero les falta la cosa ... Son mentirosos e hipócritas . En lo privado , la barragana-generalmente mulata o negra-y los hijos naturales casi enfrente del hogar legítimo , sin contar con los otros hijos naturales abandonados ; la ausencia de solidaridad , la envidia , la calumnia , el chisme , el peculado , el enjuague , la porquería corporal . En público , el aspaviento , el bombo mutuo , la bambolla , la arenga resonante y ventosa en que se preconiza el heroísmo , la libertad , el honor , la pureza de las costumbres , la piedad , la religión y la patria ... La pereza intelectual les impide observar los hechos , no creen sino en las palabras a fuerza de repetirlas , y por puro verbalismo se enredan en trágicas discordias civiles . « Esopo fue un manumiso . Cervantes , un soldado . Colón , hijo de un tejedor . Cromwell , hijo de un cervecero . Ben Jonson , hijo de un albañil . Luciano , hijo de un tendero . Virgilio , hijo de un mozo de cordel » . Y tú ¿ de quién eres hijo , Garibaldi ? - ¿ Qué tiene que ver todo esto con la urbanidad ? Nada . Este género de biografías homeopáticas , copiadas , como son y tienen que ser todas las biografías , por lo que toca a la cronología y a los hechos , no era , ni con mucho , para Baranda , el fuerte de Garibaldi . Vasari pudo ser original hasta cierto punto porque conoció personalmente a casi todos sus biografiados . Lo chistoso para el doctor , del libro de Garibaldi , residía en el palmario desacuerdo entre lo que en él se recomendaba y las costumbres gangueñas y la persona del moralista . Tiró el libro sobre la mesa y se puso a inspeccionar el cuarto . Había un catre de tijeras con un mosquitero azul ; en un rincón , una butaca coja ; una mesa de pino sin tapete , en el centro , y , sobre una cómoda desvencijada , muy vieja , un San Jerónimo pilongo , pegado a la pared ( desdichada reproducción de Ribera ) , contaba por la millonésima vez la historia de sus ayunos y penitencias . Luego se asomó al balcón . En el tejado de enfrente una gata negra bufaba cada vez que se le acercaba uno de los muchos gatos que la rondaban requiriéndola . En la calle desierta , un perro ladraba pertinaz a la luna . Al cerrar las maderas vio un rimero de gatos rodar por las tejas , arañándose , mordiéndose y maullando , mientras la hembra inmóvil les miraba impasible con sus ojos fosforescentes . Cerrado el balcón , oyó un alarido desgarrador y lúgubre que se prolongó en el silencio de la noche como el grito de un dolor súbito y hondo . El alarido se fue convirtiendo en un a modo de llanto infantil , en un maullido voluptuoso , gutural , caliente y carraspeño , acabando por un nuevo alarido desgarrador y lúgubre , acompañado de carreras y bufidos ... El doctor sacudió el mosquitero , apagó la luz y se metió en el catre que crujía como si fuera a astillarse . El calor sofocante y él zumbar de los mosquitos le desvelaron . Daba vueltas y vueltas , a cada una de las cuales respondía el catre rechinando . Su pensamiento , indeciso y nervioso , terminó por fijarse . - ¡ Los hombres , los hombres ! ¡ Qué poco valen ! En rigor , no merecen que se sacrifique uno por ellos . Los períodos revolucionarios sólo sirven para poner de manifiesto lo ruin de sus pasiones . ¡ Triste experiencia la mía ! Pero ¿ acaso lucho yo por los hombres ? No , he combatido y seguiré combatiendo por los principios , por las ideas . ¿ Quién sabe adónde va a dar la piedra arrojada a la ventura ? Trabajemos por las generaciones venideras . Ellas son las que se aprovechan siempre de los esfuerzos de las generaciones pasadas . El hombre ... ¿ qué es el hombre ? ¡ Nada ! La especie , la especie ... ¡ Hay que pelear por la especie ! Y sus ojos , entornándose gradualmente , se hundieron en el limbo del sueño . El borborigmo monótono del río alternaba con el terco ladrar del perro que seguía contando a la luna vaya usted a saber qué tristezas ... El grupo liberal que se reunía en la farmacia de Portocarrero , no quería ser menos que el grupo conservador . Para él era cuestión de honra banquetear a Baranda . Con efecto , le banquetearon en el patio del Café Cosmopolita , cubierto por un enorme emparrado de bejucos . Los cuartos contiguos estaban llenos de commis voyageurs , de marcado tipo judío . Un agente de seguros perseguía a todo bicho viviente proponiéndole una póliza con reembolso de premios . Un mulato paseaba de mesa en mesa una caja , pendiente del cuello por unas correas , que abría para mostrar plegaderas y peines de carey , caimancitos elaborados con colmillos de ese reptil y otras baratijas . La comida duró hasta las tres de la mañana , en que cada cual tiró por su lado , sin despedirse . La borrachera fue general . Hasta el dueño del café cogió su pítima . El calor había fermentado los vinos . Petronio Jiménez estuvo elocuentísimo . Colmó al gobierno de insultos , entre los cuales el más benigno era el de ladrón ; apologó la anarquía , el socialismo , sin orden ni sindéresis , y bebiéndose en un relámpago incontables copas de coñac . Los ojos cavernosos le centelleaban a través del sudor que le bajaba de la frente a chorros ; tenía la cabeza empapada , la corbata torcida , el cuello de la camisa hecho un chicharrón y los pantalones a medio abrochar , caídos hasta más abajo del ombligo . Sus apóstrofes se oían a una legua , viéndosele por las ventanas abiertas agitar los brazos , convulsivo , frenético . Habló de todo , menos de Baranda : de la Revolución francesa , del Dos de Mayo , de Calígula , de Napoleón I , de la batalla de Rompehuesos , en que , según decía , se batió como un tigre . - ¡ Ah , señores ! ¡ Cuánto jierro di yo aquel día ! ¡ Aquello sí que fue pelear ! A mí me mataron tres veces el caballo , que lo diga , si no , Garibaldi Fernández , nuestro ilustre sabio . Baranda miraba socarrón a Garibaldi y apenas podía contener la risa al comparar sus máximas de moral e higiene con sus uñas de luto , sus dientes sarrosos , sus botas sin lustre , el cuello de la camisa arrugado y los pantalones con rodilleras y roídos por debajo . - ¡ Bravo , Petronio ! ¡ Eres el Castelar de Ganga ! - le dijo tambaleándose el dueño del café - . Y bien podías , viejo - añadió cariñosamente por lo bajo - , pagarme la cuentecita que me debes . Petronio hacía un siglo que no iba por el Café Cosmopolita . De suerte que el recordatorio no era del todo intempestivo . El doctor Baranda , aprovechando una coyuntura , tomó las de Villadiego , sin que nadie advirtiese su ausencia , aparentemente al menos . - ¡ Vaya que si me acuerdo de la batalla de Rompehuesos ! - dijo Garibaldi a Petronio - . Estaba yo ese día más borracho que tú ahora . Cuando caí prisionero de los godos me preguntó un sargento : - « ¿ No tienes cápsulas ? » - Sí , le respondí ; pero son de copaiba . - Y no mentía . - Déjense de batallas , caballeros . Sí , todos peleamos cuando llega la ocasión - interrumpió Portocarrero , haciendo eses - . ¿ Adónde vamos ahora ? Porque hay que acabarla en alguna parte . - ¡ Sí , hasta el amanecer ! - añadió Petronio . - ¡ Vamos a casa de la Caliente ! - ¡ Eso , a casa de la Caliente ! - gritaron todos a una . - ¡ Eh , cochero , al callejón de San Juan de Dios ! Ya sabes dónde . Pero pronto . - Hay que llevar , caballeros - observó Garibaldi - , unas botellas de brandi , porque una juerga sin aguardiente no tiene incentivo . Y se metieron hasta seis en el arrastrapanzas cantando y empinando con avidez las botellas . El coche , crujiendo , ladeándose como un barco de vela , se arrastraba enterrándose en la arena hasta los cubos o en los tremedales formados por las crecidas del río . Las calles estaban desiertas , silenciosas y oscuras . Los ranchos de los barrios pobres levantaban en la penumbra sus melancólicos ángulos de paja , algunos tenebrosamente alumbrados . La catedral , de estilo hispano-colonial , proyectaba su pesada sombra sobre la plaza en que se erguían algunas palmeras sin que un hálito de brisa agitase sus petrificados abanicos . En los cortijos distantes cantaban los gallos , y los perros noctámbulos ladraban al coche que corría derrengándose . La Caliente dormía a pierna suelta , echada sobre una estera , en el suelo . A los golpes que sonaron con estrépito en su puerta , repercutiendo por la llanura dormida , despertó asustada . - ¿ Quién es ? - Nosotros . - No , si vienen ajumaos , no abro . Es muy tarde . - ¡ Abre , grandísima pelleja ! - Con insultos , menos . - Si no abres ¡ te tumbamos la puerta ! - rugió Petronio redoblando las patadas y los empujones . Y la Caliente abrió . Estaba del todo desnuda , en su cálida y hermosa desnudez de bronce . Con una toalla se tapaba el vientre . Su ancha y tupida pasa , partida en dos por una raya central , la caía sobre las orejas y la nuca con excitante dejadez . Su cuerpo exhalaba un olor penetrante , mitad a ámbar quemado , mitad a pachulí . Atropelladamente empezaron todos a manosearla . El uno la cogió las nalgas ; el otro las tetas ; el de más allá la mordía en los brazos o en la nuca . - ¡ Que me vuelven loca ! - exclamó riendo al través de una boca elástica y grande , de dientes largos , blanquísimos y sólidos - . ¡ Jesús , qué sofoco ! Siéntense , siéntense , que me voy a poner la camisa . - ¡ No , qué camisa ! - gritó Petronio echándola los brazos sobre los hombros . - El que más y el que menos te ha visto encuera . Además , hace mucho calor . Tómate un trago . - ¡ A la salud de la Caliente ! - silabearon todos al mismo tiempo . - ¡ Ah ! ¡ Esto es aguarrás ! - exclamó la Caliente escupiendo - . ¿ Dónde han comprado ustedes esto ? ¡ Uf ! ... - ¿ Qué te parece , vieja ? - murmuró Petronio a su oído . - ¡ Cochino ! ¡ Cuidao que la has cogido gorda ! ¡ Nunca te he visto tan borracho , mi hijo ! - ¿ Qué quieres , mi negra ? ¡ La política ! En un santiamén se vaciaron varias botellas consecutivas . Los más se quitaron la ropa ; uno de ellos , Garibaldi , se quedó en calzoncillos , unos gruesos calzoncillos de algodón , bombachos , salpicados de manchas sospechosas . - Oye , Porto ( así llamaban al farmacéutico en la intimidad ) , arráncate con un pasillo , que lo vamos a bailar esta negra y yo - propuso Petronio . - ¡ Ya verás , mulata , cómo nos vamos a remenear ! Empezó el guitarreo , un guitarreo áspero y tembloroso , sollozante , lúbrico y enfermizo , como una danza oriental . La vela de sebo que ardía entre largos canelones en la boca de una botella , alumbraba con claridad fúnebre el interior de la choza , donde se veía una grande cazuela , sobre el fogón ceniciento , con relieves de harina de maíz y frijoles pastosos , una mesa mugrienta , varios cromos pegados a la pared , que representaban al Emperador de Alemania con su familia , los unos , y los otros , carátulas de almanaques viejísimos . En el patio había dos o tres arbolillos polvorosos y secos , al parecer pintados . Junto a la batea , atestada de trapos sucios , dormía un perro que , de cuando en cuando , levantaba la cabeza , abría los ojos y volvía a dormirse como si tal cosa . En el bohío de al lado , que se comunicaba por el patio con el de la Caliente , lloraba y tosía , con tos cavernosa , un chiquillo . Una negra vieja , en camisa , con las pasas tiesas como piña de ratón , salió al patio en busca de algo , no sin asomar la gaita por encima de la cerca para husmear lo que pasaba en el patio vecino . Andaba muy despacio , arrastrando los pies , con la cabeza gacha y trémula . La seguía un gato con la mirada fija . - ¿ Quieres agua ? Toma . Y se oía el lengüeteo del animal en una vasija de barro . El chiquillo seguía tosiendo y llorando . La negra , gruñendo a través de su boca desdentada algo incomprensible , desapareció como un espectro . - ¡ Menéate , mi negra ! - sollozaba Petronio ciñéndose a la Caliente como una hiedra . La mulata se movía con ritmo ofidiano , volteando los ojos y mordiéndose los bembos . Y la guitarra sonaba , sonaba quejumbrosa y lasciva . Garibaldi , con una mano en salva sea la parte , llevaba el compás con todo el cuerpo . De pronto cayó la Caliente boca arriba sobre la estera , abriendo las piernas y los brazos sombreados en ciertos sitios por una vedija selvática . Petronio , de rodillas , la besó con frenesí en el cuello , luego la mordió en la boca y la chupó los pezones . - ¡ Dame tu lengua , mi negro ! - suspiraba acariciándole la cabeza con los dedos . Y Petronio , congestionado , medio loco , la acarició luego en el vientre , después en las caderas , hundiéndose , por último , como quien se chapuza , entre aquellos remos que casi le estrangulaban ... La Caliente se retorcía , se arqueaba , poniendo los ojos en blanco , suspirando , empapada en sudor , como devorada por un cáncer . - ¡ No te quites , mi vida , no te quites ! Los orgasmos venéreos se repetían como un hipo y aquella bestia no daba señales de cansancio . - ¡ No te quites , mi vida , no te quites ! ¡ Ah , cuanto gozo ! ¡ Me muero ! ¡ Me muero ! - Y se ponía rígida y su cara , alargándose , enflaquecía . Porto , si saber lo que hacía , le metió a Petronio el índice en salva sea la parte - . ¡ Que me quitas la respiración ! - gritaba . De puro borracho acabó por vomitarse en la cocina sobre el perro , que salió despavorido . La guitarra enmudeció entre los brazos del guitarrista dormido . El sol entró de pronto-una mañana sin crepúsculo , sin aurora , agresivo y procaz , que ardía con ira incendiando a los borrachos que yacían unos en el suelo , abrazados a las botellas , otros sobre el catre o de bruces en la mesa , desgreñados , desnudos , sudorosos ... Aquello parecía un desastroso campo de batalla , y para que la ilusión fuese completa , en la cerca del patio y sobre uno de los arbolillos abrían sus alas de betún repugnantes gallinazos , de corvos picos , redondas pupilas y cabezas grises y arrugadas que recordaban a su modo las de los eunucos de un bajo-relieve asirio . Los socios del Círculo del Comercio acordaron dar un baile en honor de Baranda , no sin pocas y acaloradas discusiones . Rivalidades de partido y rencillas personales . El presidente era liberal y los vocales de la junta , conservadores . - No es al político - decía gravemente en la junta extraordinaria-a quien vamos a agasajar , no . Es al hombre de ciencia . - No me parece bien - argüía un vocal - que festejemos a un sabio con un baile . - ¿ Sabe S . S . de otro modo de festejarle ? - repuso el presidente . - Podíamos darle una velada literaria , una función teatral ... - ¡ Como no represente S . S . ! ¿ Dónde están los cómicos ? - Si hay alguien aquí que represente - gritó atufado el vocal - no soy yo sin duda . - ¿ Qué quiere decir S . S . ? ¿ Que soy un farsante ? ¡ Hable claro S . S . ! Y la discusión tomó un sesgo personal . De todo se habló menos de lo importante , y , claro , se vaciaron algunas botellas . El edificio , sucio y destartalado , daba sobre el Parque . En la planta baja había una tienda mixta con una gran muestra en que rezaba : « Máquinas de coser . Soda cáustica . Coronas fúnebres . Queso fresco » . Se entraba por un zaguán lóbrego que conducía , subiendo una escalera de pino , ancha y crujiente , al Círculo . Lindaban casi con la biblioteca la cocina y el común , sin duda para desmentir la tradición española de que estudio y hambre son hermanos . En las primeras tablas del armario - el único que había - un Larousse , al que faltaban dos tomos , mostraba su dorso polvoriento y desteñido junto a una colección trunca también pero empastada , de la Revista de Ambos Mundos . Seguían otros libros . Un volumen II de History of United States , con láminas ; dos tomos de Les françois peints par eux memes , comidos de polilla ; un Diccionario de la Academia ( primera edición ); una Historia del Descubrimiento de América , en varios tomos , editada en Barcelona , y La vida de los animales , de Brehm , traducida en español e incompleta . En los demás tableros se amontonaban desordenadamente viejas ilustraciones a la rústica , folletos políticos y monografías en castellano y en francés sobre la tuberculosis , la sífilis , el uso del le y el lo , el alcoholismo y la lepra . La llave del armario la tenía el cocinero . En el centro de la sala había una mesa con los periódicos del día , locales y de la capital , tinteros y plumas despuntadas . El salón principal estaba amueblado con muebles de mimbre . En la pared central , sobre una consola , un gran espejo manchado devolvía las imágenes envueltas en una neblina azulosa . Del techo pendía una gran araña de cristal con adornos de bronce , acribillada de moscas . En un ángulo , un piano de cola enseñaba su dentadura amarilla y negra . No lejos estaba la sala de juntas , con su gran mesa ministro , encima de la cual , y en ancho lienzo , se pavoneaba , vestido de general , el Presidente de la República . A la entrada , una cantina , provista de brandi , ginebra , anís del mono , cerveza , champaña y otros licores , exhalaba un tufo ácido de alambique . Era del general Diógenes Ruiz , un héroe que se había distinguido en la acción de El Guayabo . En el fondo del Círculo había un billar y no lejos varias mesitas para jugar a las cartas , al dominó , a las damas y al ajedrez . Se adornaron los balcones de la calle con palmas y gallardetes , al través de los cuales brillaba una hilera de farolillos multicoloros . A eso de las diez empezó a llegar la gente . Dona Tecla , adormilada , con su expresión de idiota , entró , pisándose las faldas , del brazo de don Olimpio , penosamente embutido en una levita color de pasa , del año uno . Delante de ellos iba Alicia vestida con gracia y sencillez , escotada , con una flor roja en el seno . Sus ojos se habían agrandado y ensombrecido ; su seno y sus caderas flotaban en una desenvoltura de hembra que ya conoce el amor . Su boca , más húmeda , sonreía de otro modo , con cierta sonrisa enigmática y maliciosa . Garibaldi se había cortado las uñas , y mostraba una camisa pulquérrima , aunque de mangas cortas . Petronio , de americana , lucía una esponjosa flor de púrpura que acentuaba lo cetrino de su faz hepática . Portocarrero iba también de americana con zapatos amarillos muy chillones . Se hubiera creído que todos , por lo macilentos , terrosos y sombríos - la risa fisiológica no se conocía en Ganga - , acababan de salir del fondo de una mina de cobre . Las señoritas , muy anémicas y encascarilladas , y en general muy cursis , con peinados caprichosos y trajes estrafalarios , hechos en casa por manos inexpertas , parecían unas momias rebozadas . En la colonia extranjera , compuesta de hebreos , alemanes y holandeses , no faltaban garbosas mujeres , de exuberantes redondeces y cutis blanco levemente encendido por el calor . Los judíos , fuera de los indígenas , eran los únicos que se adaptaban a aquel clima sin estaciones , de un estío perenne . La esbeltez de Baranda , vestido de fraque , contrastaba con el desgaire nativo de los gangueños . A las once en punto rompió la orquesta : el piano , una flauta y un violín . Las parejas se movían lentas y melancólicas , muy ceñidas , al son de la danza , no menos melancólica y lenta . Petronio - el árbitro de la elegancia gangeña , como su tocayo lo fue de la Roma neroniana - contaba al doctor la vida y milagros de cada concurrente . - Esa es la viuda del general Borona , que murió en la batalla de Tente-tieso . Se deja querer . Aquélla ... ¡ Ah , si usted supiera su vida ! Que se la cuente Porto . ¿ Porto ? ¡ ven acá ! - gritó cogiéndole por el saco en una de las vueltas que dio junto a él - . Cuéntale al doctor la historia de Anacleta . - ¡ Oh , no ! ¡ La pobre ! - ¡ Qué pobre ni qué niño muerto ! - Déjame acabar esta pieza y vuelvo . Y continuó bailando sin protesta de su compañera que permaneció sola , recibiendo empellones y codazos , en medio de la sala , mientras él departía con Petronio . - ¿ Doctor ? ¡ Un trago ! - le dijo Garibaldi , cogiéndole por el brazo y llevándosele a la cantina . - ¿ General ? ¡ Dos ginebras ! A no ser que el doctor quiera otra cosa . - Ya usted sabe que yo no bebo . El alcohol me hace daño . - Bueno . Entonces tomaremos champaña . ¡ Y de la viuda nada menos ! Una copa de champaña no me la rehusará usted , doctor . Alicia seguía de lejos con la mirada fija y ardiente al médico . - ¡ Ah , sinvergüenza ! ¿ Conque vienes a amarrártela y no me avisas ? - exclamó Petronio , apareciéndose en la cantina - . A ver , general Diógenes , un anís del mono , para empezar . Mientras le servían echó a Baranda una mirada aviesa de envidia . - Perdone , mi querido doctor , si no hemos podido hacer algo digno de usted . En estos pueblos todo se dificulta . Usted , habituado a la vida de París ... - le dijo el Presidente llevándosele del brazo a la sala . - ¡ Oh , no ! Me parece bien . A la guerre comme à la guerre - frase esta última de la que el Presidente se quedó en ayunas , no sin enrojecérsele el rostro de vergüenza . El Presidente no sabía francés y , temeroso de que Baranda fuese a entablar toda una conversación con él en aquel idioma , se escabulló sin más ni más . El cielo se ennegreció de pronto y al cuarto de hora llovía a cántaros . La lluvia reventaba en la calle sonante y copiosa . Y el baile seguía , seguía , fastidioso , igual , soñoliento . Baranda , sentado junto a Alicia que no quiso bailar en toda la noche , observó que de todos los ojos convergían hacia él , como hilos invisibles de araña , miradas aviesas , interrogativas , recelosas o francamente hostiles . De todos quien le miraba con más insidia era don Olimpio , que ya andaba a medios pelos . La inapetencia de aquellos borrachos crónicos repugnaba cuanto oliese a comida . Así es que cuando el doctor preguntó al Presidente por el buffet , éste hubo de decirle , todo confuso , que le harían , si lo deseaba , unos pericos ( huevos revueltos ) o una taza de chocolate , porque buffet no le había . A lo cual , a eso de las tres , accedió Baranda . Una ráfaga de viento , colándose por el balcón , apagó las lámparas . Y aprovechándose de la confusión general , Petronio , Garibaldi y Portocarrero , que ya estaban ebrios , empezaron a pellizcar en los muslos a las mujeres que gritaban sobresaltadas y risueñas . La broma , por lo visto , no las desagradaba del todo . A las cinco terminó el baile . En el zaguán se arremolinaba una muchedumbre heterogénea de curiosos . A don Olimpio tuvieron que llevarle casi a rastras a su domicilio . Tan gorda fue la papalina . Petronio y comparsa salieron dando voces y tumbos , sin despedirse de nadie . Ya en la calle , y camino de la farmacia de Portocarrero , a donde se dirigían para empalmarla , iban dando de puntapiés y pedradas a los sapos que , con la lluvia , habían salido de sus charcos para pasearse por la ciudad . No llovía . Una luna pálida , sin vida , clorótica como los gangueños , difundía sobre el villorrio dormido y mojado una luz espectral . Al día siguiente leía doña Tecla en La Tenaza la crónica de la fiesta , firmada por Ciro el Grande ( a ) Petronio . A todo el mundo , menos al doctor , adjetivaba hiperbólicamente , inclusa doña Tecla . « La amable y bondadosa misia Tecla . » « Fue una fiesta brillante que dejará grato e imperecedero recuerdo en la memoria de cuantos tuvieron la dicha de asistir a ella . Se bailó , a los dulces sones de una orquesta deliciosa , hasta las cinco , en que la rosada aurora abrió con sus dedos de púrpura las puertas deslumbradoras del Oriente . Se repartieron con profusión dulces y helados , y a eso de las cuatro se sirvió un espléndido buffet ( esto lo puso por recomendación del Presidente ) que por lo desapacible del tiempo y lo avanzado de la hora en que las damas sólo deseaban el mullido lecho , volvió íntegro al Café Cosmopolita , cuyo magnífico repostero bien puede competir con los más afamados de París . » ( Así solía pagar Petronio sus cuentas : con bombos ) . Luego describía por lo menudo los trajes femeninos , trajes ilusorios , calcando su descripción en una crónica parisiense traducida y publicada en un viejo periódico de modas . Nadie llevó ninguno de los vestidos de que hablaba . - « El mayor orden y compostura - siguió mascullando doña Tecla - reinaron entre los asistentes , que se retiraron altamente satisfechos , haciendo votos por la prosperidad del Círculo y por que se repitan a menudo tan encantadoras fiestas . ¡ Viva Ganga ! Todas las madres de familia eran « matronas respetables » ; todas las señoritas - aquellas enharinadas esculturas etruscas - , eran « bellas , seductoras , irresistibles » . A don Olimpio le llamaba « bizarro » ; a Garibaldi , « erudito y gentleman » ; a Portocarrero , « popular y gracioso » ; al Presidente , « ilustrado y correcto » , y a la sociedad gangueña , « culta y distinguida » . Estaban en el patio , bajo un toldo . Don Olimpio , la expresión de cuya cara , de borracho y libertino , evocaba al pseudo Sócrates del Museo de Nápores , dormitaba en una mecedora , en mangas de camisa . El doctor apenas si puso atención a la trapajosa lectura de doña Tecla . Le interesaba más la mona con sus saltos y sus gestos . - No cabe duda - meditaba - . El hombre viene del mono , e instintivamente miró a don Olimpio . No sólo tienen semejanza anatómica y fisiológica , sino también psíquica . ¿ Qué diferencia existe entre esa mona que da brincos y hace muecas y Petronio y Garibaldi ? El orangután asiático y el gorila africano están más cerca de ellos , sin duda , que de los demás cinopitecos . La conclusión de Hartmann y Haeckel , de que entre los monos antropoideos y el hombre hay un parentesco íntimo , nunca le pareció tan evidente a Baranda como ahora . En estas reflexiones estaba , cuando llegaron Petronio y Garibaldi - los dos antropomorfos , como en aquel momento se le antojó llamarles mentalmente - que le habían invitado a dar un paseo por las afueras de la ciudad . El día era espléndido . Sobre el caudal de escamas argentinas del río , el sol reverberaba calenturiento y ofensivo . Negros zarrapastrosos y chinos escuálidos charlaban en su media lengua en las esquinas de callejones pantanosos . Los chinos tenían tiendas de sedas , abanicos , opio y té . De inmundas barracas salía un hedor de cochiquera . En cada una de ellas vivían promiscuamente hasta ocho personas . Dentro se movían , lavando o planchando , negras y mestizas casi desnudas , con las pasas desgreñadas o tejidas a modo de longanizas , mientras sus queridos , tirados en el suelo o a horcajadas en sendos taburetes , dormían la siesta . En la calle los negritos , en cueros y embadurnados , jugaban con los perros . Ni el menor indicio de infantil alegría en sus caras entecas . Los policías , indios y negros con cascos de fieltro hundidos hasta el occipucio , se paseaban desgalichados , de dos en dos , con dejadez de neurasténicos . Nadie les hacía caso y siempre salían molidos de las reyertas con los jóvenes de « la buena sociedad » . Los gallinazos , esparcidos por las calles y los techos de las casas , levantaban su tardo vuelo de tinta al paso del transeúnte . Petronio y Garibaldi se arrastraban taciturnos , como sumidos en un sopor comatoso . Así llegaron a la Calzada , que estaba fuera de la ciudad . Una jorobada idiota , en harapos , bizca , de colgantes y largos brazos de gibón , con la caja torácica rota , chapoteaba en los charcos de la calle . De pronto , al ver al doctor , se quedó mirándole de hito en hito con las manos metidas entre las piernas y haciendo enigmáticas muecas . Después , acercándose a él con andar sigiloso y moviendo la flácida cabeza de trapo , le dijo : - ¡ Dame un reá ! - ¡ Anda , lárgate ! ¡ No friegues ! - la contestó Garibaldi dándola un puntapié . Ese era su pan diario : puntapiés y empujones , cuando no la ponían en pelota , pintándola de negro y embutiéndola un cucurucho de papel hasta los ojos . - Ahora va usted a ver , doctor , algo típico de Ganga ; la cumbia - agregó Petronio . En medio de la calle , entre barracas de huano y bejuco , bullía un círculo de negros . En el centro , desnudo de medio cuerpo arriba , un gigante de ébano tocaba con las manos un tambor largo y cilíndrico que sostenía entre las piernas . El círculo se componía de negras escotadas , con pañuelos rojos a la cabeza , que iban girando en torno del tambor , con erótico serpenteo , llevando cada una en ambas manos un trinomio de velas de sebo . En el centro , tropezando casi con el tambor , un negro , meneando las nalgas , entre bruscos desplantes que simulaban ataques y defensas , seguía las ondulaciones , cada vez más rápidas y lujuriosas , de las negras . Un canto monótono y salvaje acompañaba las sordas oquedades del tambor . - ¿ Qué le parece , doctor ? ¿ Ha visto usted nada más ... africano ? - le preguntó Garibaldi . - En efecto , es muy africano - repuso Baranda , alejándose de aquella muchedumbre que apestaba a macho cabrío . El sol , aquel sol colérico , capaz de derretir las piedras , y el aguardiente no hacían mella , en los cerebros de aquella manada de chimpancés invulnerables . - El negro - advertía el doctor - es el único que puede vivir en estos países y el único que puede cultivar estos campos llameantes . - Ya que andamos por aquí , ¿ quiere usted , doctor , que veamos la cárcel ? - propuso Petronio . - Es algo muy típico también . - Como ustedes quieran . - Y usted , doctor , ¿ cuándo piensa volverse a Santo ? - interrogó Petronio tras un largo silencio . - A Santo , nunca . A París , muy pronto . Nada tengo que hacer allí . Ya usted sabe que la revolución fracasó , que me traicionaron cobardemente ... En París me aguarda mi clientela que dejé abandonada para ir a ayudar a mis paisanos en su obra de redención ... ¡ Le envidio , doctor , le envidio ! ¡ París ! Ese es mi sueño dorado . Pero , ¡ quién sabe ! Si suben los míos y me nombran cónsul , puede que nos veamos por allá algún día . Y aunque no suban los míos . Ya me aburre Ganga . Aquí no prosperan más que los godos y los judíos . Ya usted ve : lo monopolizan todo . Ellos son los exportadores , los ganaderos , los banqueros , los que sacan al gobierno de apuros ... A nosotros no nos queda más que ... emborracharnos . Y estas últimas palabras irónicas y tristes , le reconciliaron un momento con Baranda . - Inteligencia no nos falta - agregó Garibaldi - . Pero ¿ de qué nos sirve ? ¿ Usted cree que con este sol podemos hacer algo de provecho ? Y no cuento el alcohol ... París debe de ser una maravilla , ¿ verdad , doctor ? - se interrumpió bruscamente . - Parece mentira que hagas esa pregunta . ¿ Quién no sabe que París es la Babilonia moderna , el cerebro del mundo ? ¿ Verdad , doctor ? - Sí - contestó con desabrimiento . - Usted debe de aburrirse de muerte aquí , doctor - dijo Garibaldi . Petronio , guiñando un ojo con malicia , añadió : - Y en la compañía de doña Tecla y de don Olimpio , ese par de acémilas ... - Bizarro le llamó usted en su crónica . - ¡ Ah ! ¿ Ha leído usted mi crónica ? - Nos la leyó doña Tecla a don Olimpio y a mí . - Como aquí se vive en familia , tenemos que mentir ... o suicidarnos . Ese bizarro es una broma . ¡ Si es más gallina ! - ¡ Y más hipócrita ! - agregó Garibaldi - . No se fíe usted , doctor . No se fíe usted . La única que vale en la casa es Alicia . Petronio le tiró del saco sin que el médico se percatase . - ¿ Usted no conoce su historia ? - No . - Dicen que es hija de don Olimpio y la cocinera . Lo que no impide que el padre ... - No seas mala lengua - le interrumpió Petronio - . Chismes , doctor , chismes . Baranda parecía no oír . En esto llegaron a las prisiones , cuevas , como las llamaban los gangueños . Saludaron al alcaide - un mestizo - que se brindó gustoso a enseñarles el interior de la cárcel . Se dividía en dos partes : una , la de los detenidos provisionalmente y condenados a presidio correccional , y otra , la de los condenados a cadena perpetua . La cárcel de los primeros era una sala cuya superficie no excedía de cincuenta metros cuadrados , con una reja de hierro al frente , que daba a un patio tapizado de hierba , y a la cual se asomaban los reclusos . A lo largo se extendían los dormitorios , una tarima pringosa sin lienzos ni almohadas . Sobre la tarima se veían platos de hojalata , cucharas de palo , líos de ropa mugrienta y peroles humosos . Al entrar se percibía un hedor de pocilga , disuelto en una atmósfera lóbrega y húmeda . Cuando la baldeaban , los presos se trepaban a la reja , agarrándose unos de otros como una ristra de monos . Allí se hacinaban en calzoncillos y sin camisa , mostrando sin escrúpulos el sexo , blancos , negros , chinos y cholos . Todos tenían el sello típico del prisionero , originado por la promiscuidad , la atmósfera enrarecida , la monotonía del ocio , la mala nutrición , el silencio obligatorio , hasta por la misma luz opaca que daba a sus pupilas como a sus ideas un tinte violáceo . Abajo , en un subterráneo , estaban los calabozos , tétricamente alumbrados por claraboyas que miraban al río . Eran sepulcrales , angustiosos , dolientes . El arrastre de los grillos salía por los intersticios de las puertas , cerradas con gruesos cerrojos , como el desperezo de perros encadenados . Las paredes chorreaban agua . Al abrir el alcaide una de aquellas mazmorras , se incorporó un mulato , tuberculoso , en cueros vivos , que yacía en el suelo , aherrojado . Tosía y la cueva devolvía su tos . - ¡ Ni los pozos de Venecia ! ¡ Ni las cárceles de Marruecos ! - gritó Baranda horripilado - . ¡ Esto es infame ! ¡ Esto es inicuo ! - Para esos canallas - repuso fríamente el alcaide - ¡ aún es poco ! Petronio y Garibaldi sonrieron con escepticismo . Estaban habituados desde niños al espectáculo del atropello humano . Por otra parte , el gangueño no tenía la menor idea del bienestar y de la higiene . - Si los libres - reflexionaba luego el doctor - , los que nada tienen que ver con la justicia , viven como cerdos , ¿ con qué derecho cabe exigírseles que sean más humanitarios con los delincuentes ? - ¿ No es usted partidario de las cárceles ? - le preguntó Garibaldi con cierta sorna . - No . Son escuelas de corrupción . No devuelven a un solo arrepentido , a un solo hombre apto para la vida social . Cuando se les ha acabado de embrutecer y encanallar , se les abren las puertas . ¿ Para qué ? Para que reincidan . Una vez que conocen la prisión , no la temen . - ¿ Es usted partidario entonces del régimen celular ? - Menos . Si la promiscuidad envilece , el régimen celular idiotiza . La soledad voluntaria puede ser fecunda al filósofo y al poeta . La soledad impuesta a seres inferiores , entregados a sí mismos , concluye por secarles el cerebro . - Y a pesar de todo - dijo el alcaide - no falta quien se escape . - ¿ Cómo ? - exclamó Baranda . - Cierta vez un negro - continuó el alcaide - se evadió perforando el muro del calabozo con una lima . Andando , andando , se internó en el bosque . Allí derribó un árbol sobre cuyo tronco se arrojó al agua . De pronto se oyeron gritos lastimeros . Era que un caimán le había llevado una pierna . Mutilado y desangrándose permaneció agarrado al tronco hasta que vino una canoa y le salvó . No duró más que un día . El caimán le había tronchado la pierna con grillo y todo . No lejos de la cárcel de detenidos estaba la de mujeres . Era un a modo de solar con barracas de madera , sembrado aquí y allá de anafes con planchas , catres de tijera abiertos al sol , bateas y hamacas . Unas lavaban y , al enjabonar la ropa , la camisa se las rodaba hasta el antebrazo , dejando ver unas tetas flacas semejantes al escroto de un buey viejo . Otras planchaban o daban de mamar a su mísera prole o preparaban el rancho de los presos . Algunas , las menos , canturreaban , mientras se peinaban delante de un pedazo de espejo . Muchas eran queridas de los empleados del penal . En el centro del solar una palmera solitaria bosquejaba su sombra de cangrejo suspendido en el aire . Atravesando un terreno baldío se llegaba al manicomio . Le componían cuatro cuevas inmundas y tenebrosas , separadas entre sí por barrotes de hierro . De las dos más grandes , una la ocupaban las mujeres , y otra los hombres . Una negra , en camisa , con las pasas en revolución , se acercó automáticamente a la reja del patio . - Dame un cigarro - le dijo al doctor . Luego se acercó otra , con andar de gato , y se le quedó mirando con la boca abierta , sin decir palabra . En un rincón , sentada en el suelo , la cabeza contra la pared , cotorreaba consigo misma una mulata vieja . Hablaba , hablaba sin tregua . En el centro de la celda , una mestiza haraposa rezaba de rodillas , con las manos juntas y los ojos extáticos . Otra lloraba paseándose y dándole vueltas a un pañuelo hecho trizas . De súbito se apareció una blanca , color de aceituna , consumida por la fiebre , de perfil de parca y ojos fulgurantes . Apenas vio a los hombres se levantó las enaguas mostrando unas piernas cartilaginosas y un vientre de sapo . Luego se puso a frotarse contra la reja ... - Es una ninfomaníaca - dijo el doctor volviéndose a Petronio que la tiraba irónicos besos con la mano . En una celda aparte llamaba la atención un negro echado boca abajo , como su madre le parió , a lo largo de una tarima . Era un jamaiqueño curvilíneo rico y robusto , un discóbolo de antracita , de músculos de acero y piel lustrosa como el charol . Tenía la cabeza de perfil apoyada en un brazo que le servía de almohada y en el que resaltaba un tatuaje . Sus ojos duros , metálicos , ausentes del mundo exterior , parecían seguir el curso de una idea fija . - Ese es más malo que la quina - dijo el alcaide . Ha mandado más gente al otro barrio que el cólera . - Nadie lo diría al verle tan inmóvil - observó Garibaldi . - ¿ Inmóvil ? Cuando hace mal tiempo hay que ponerle la camisa de fuerza . Se tira contra las paredes y se muerde . - Un epiléptico - dijo Baranda . - ¿ En qué consiste la epilepsia , doctor ? - preguntó Petronio . - En una irritación de la corteza cerebral , acompañada de convulsiones y de amnesia . Según Lombroso , lo mismo produce el crimen que crea lo genial . - ¿ Cómo , doctor ? - preguntó Garibaldi asombrado . - Que en todo genio , como en todo criminal , late un epiléptico . - ¡ Qué raro ! En otra celda , un austriaco , sentado en un taburete , en calzoncillos , de profética barba de oro y cinabrio , cara pomulosa , cejas selváticas , frente espaciosa y pensativa , mirada azul y puntiaguda - vivo retrato de Tolstoï - , amasaba picadura de tabaco con los dedos . De cuando en cuando gruñía y blasfemaba . Era un ingeniero que - según contaba el alcaide - , vuelto loco por el calor y el aguardiente , la pegó fuego a una iglesia . Cuatro centinelas , que apenas podían con los fusiles , se paseaban a lo largo de la parte exterior de la penitenciaría . En lontananza el sol - inmenso erizo rubicundo - se hundía en el mar abriendo una estela de sangre en el agua . El río , también purpúreo , corría gargarizando en el silencio de la tarde . De la calma soñolienta de las llanuras distantes llegaban hasta la costa indefinidos susurros y piar de pájaros . En los charcos cantaban las ranas y un pollino rebuznaba a lo lejos . Cuando los visitantes se disponían a regresar al pueblo , se encontraron de manos a boca con el doctor Zapote que había ido a la cárcel a ver a un preso , acusado de homicidio , y de cuya defensa se había encargado . Llevaba un panamá de anchas alas echado sobre los ojos . - ¿ Usted por aquí , doctor ? ¡ Cuánto gusto ! Triste opinión formará usted de nosotros ... - Tristísima . Precisamente hace un momento le manifestaba al alcaide mi indignación ... Usted , que es abogado , ¿ por qué no gestiona para hacer menos aflictiva la situación de esos infelices ? - ¿ Infelices ? Aquí , el que más y el que menos merece la horca . Son una cáfila de bandidos . - Lo serán o ... no lo serán . Eso no justifica el régimen medioeval a que viven sometidos . - ¿ Cree usted entonces que se les debía soltar ? - Soltar , no ; pero sí ponerles a trabajar al aire libre . ¿ Qué gana la sociedad con tener encerrados e inactivos a esos hombres que pueden ser útiles a la agricultura ? Lejos de ganar , pierde , porque gasta en darles de comer . - La pena es un castigo , doctor . No hay que ser piadoso con el que delinque . - ¿ Y usted presume de cristiano ? - ¿ No es usted partidario de la responsabilidad ? - Sí , pero no de la responsabilidad moral como la entiende la escuela clásica . El hombre geométrico de los idealistas , regido por una voluntad libre , ¿ dónde está ? - ¿ Niega usted el libre albedrío ? - preguntó entre irónico y sorprendido Zapote . - Le niego . El libre arbitrio es una ilusión . La conciencia - ha dicho Maudsley - puede revelar el acto psíquico del momento , pero no la serie de antecedentes que le determinan . El hombre que se cree libre - ha dicho a su vez Espinosa - sueña despierto . Cada individuo reacciona a su modo , según su temperamento . Por otra parte , hay principios morales y jurídicos absolutos . La moral , el derecho y la religión varían según los períodos históricos , la raza , el medio y los individuos . Entre los chinos , por ejemplo , es una señal de buena educación eructar después de comer , y entre los europeos , una grosería . - Que no le oiga don Olimpio - interrumpió Petronio . - Ustedes , los de la antigua escuela , no estudian al delincuente , sino el delito , y le estudian como una entidad abstracta . Y al estimar un delito urge estudiar desde luego antropológicamente al culpable , puesto que no todos obran del mismo modo , y después , los factores sociales y físicos . - Si el hombre - arguyó Zapote esponjándose - , es una máquina que obra , no por propia y espontánea deliberación , sino impulsado por causas ajenas a su voluntad , ¿ en qué se funda usted entonces para exigirle responsabilidad de sus actos ? - A eso le contesto con los modernos criminalistas . La pena es una reacción social contra el delito . El organismo social se defiende , por un movimiento que equivale a la acción refleja de los seres vivos , del individuo que le daña ; sin preocuparse de que el criminal sea consciente o no , cuerdo o loco . - Eso es rebajar al hombre equiparándole a los brutos . Y si hay algo realmente grande sobre la tierra es el hombre ; el hombre , que esclaviza el rayo , que surca los mares procelosos , que interroga a los astros , que arranca a la naturaleza sus más recónditos secretos ; el hombre , con justicia llamado « el rey de la creación » ... - Y que está expuesto , como acabamos de verlo , a podrirse en un calabazo , o a reventar de una indigestión ... - Esos no son hombres . Son fieras . - Pues si son fieras ¿ por qué no se les mata ? - ¡ Y me tilda usted de anticristiano ! - Al criminal nato , al criminal incorregible , debe eliminársele por selección artificial , como creo que opina Haeckel . - Nosotros hemos abolido la pena de muerte - exclamó Zapote ahuecando la voz . - Sí , para los delitos comunes ; pero no para los políticos . En épocas de guerra , ¡ cuidado si fusilan ustedes ! - Pues su escuela de usted es enemiga de la pena de muerte . - No hay tal cosa . Lombroso ... - ¡ No me cite usted a Lombroso ! Lombroso ¿ no es ese italiano lunático que sostiene que todo el mundo es loco ? - El crimen , salvo los casos en que concurren las circunstancias eximentes y atenuantes previstas por el Código , es un producto deliberado de la voluntad del agente , y no hay que darle vueltas . - Pero , usted ¿ ha leído a Lombroso ? - Yo , no , ni quiero . - Entonces ¿ cómo se atreve usted a juzgarle ? - Es decir , he leído algo suyo o sobre su doctrina , y eso me basta . ¿ Cómo voy yo a creer que se nace criminal como se nace chato o narigudo ? ¿ Qué tiene que ver la forma del cráneo con el acto delictuoso ? ¡ Eso es absurdo ! ¡ Eso sólo se le ocurre a un cerebro delirante ! - ¡ Oh , qué maravilla ! Petronio y Garibaldi que , durante el trayecto , se iban atizando copas y copas de ginebra en los diversos tabernuchos que salpicaban el camino , aplaudían con el gesto a Zapote cuyos ojos se iluminaban de regocijo . - Es lástima - pensaba para sí - que esta discusión no fuera en el Círculo del Comercio , delante de un público numeroso . ¡ Qué revolcones se está llevando ! - Vamos , doctor , continúe - añadió Zapote en voz alta . - ¡ Pero si usted no me deja hablar ! - ¡ Vamos , doctor , no sea pendejo ! - intervino Garibaldi ya a medios pelos - Siga , siga . - Entre usted y yo - dijo Baranda a Zapote - no hay discusión posible . Usted no ha saludado un solo libro de antropología criminal . - ¡ Si en París sólo se lee ! - exclamó Zapote con ironía . - Estoy seguro de que ignora usted hasta lo que significa la palabra antropología . Zapote sacudía la cabeza arqueando las cejas y sonriendo con fingido desdén . - Usted es uno de tantos abogadillos tropicales ... - Eso no es discutir - le interrumpió Petronio . - Eso es insultar - agregó Zapote . - Tómelo usted como quiera - continuó Baranda clavándole a este último los ojos . - Ea , doctor , no se caliente - repuso Zapote echándolo a broma - . Usted sabe que se le aprecia . - No necesito su protección . Y se equivocan ustedes si creen que me pueden tomar el pelo - añadió en tono seco y agresivo . La luna brillaba como el día , diafanizando los más lejanos términos . Las ranas seguían cantando y de tarde en tarde resonaba el ladrido de los perros . - De suerte , doctor - rompió el silencio Zapote - que , según usted , la responsabilidad moral ... - No existe . Y como yo opinan los más calificados antropólogos . - ¿ Usted cree lo que dicen los libros ? Se miente mucho . Créame , doctor . Mire usted : yo , pobre abogadillo tropical , sin haber leído esos autores , que serán probablemente unos farsantes ( usted sabe que en Europa se escribe por lucro , por llamar la atención ... ) , sé más que todos ellos juntos . Yo tengo práctica . Me basta ver a un hombre una vez para saber de lo que es capaz . - Eso es instinto - dijo tambaleándose Petronio . - No , práctica . Baranda no respondió . ¿ A que seguir discutiendo - se decía - con semejante bodoque ? A medida que entraban en el pueblo , Zapote iba alzando la voz . - ¡ Qué teorías las de usted , doctor ! ¡ Usted es un ateo , un hombre sin creencias ! Baranda comprendió la intención aviesa de Zapote , de echarle encima a aquel pueblo de supersticiosos y fanáticos . Por fortuna no había un bicho en la calle . Todos comían o estaban ya durmiendo . En esto una lechuza atravesó el aire graznando . Petronio y Garibaldi , estremecidos , exclamaron a una : - ¡ Sola vayas ! - ¿ Dónde ha pasado usted el día , mi querido doctor ? - le preguntó misia Tecla . - He estado en la cárcel . - ¿ En la cárcel ? - Pero no preso . He ido a verla . - Una pocilga - dijo desdeñoso don Olimpio - . ¿ Quién ha tenido el mal gusto de llevarle allí ? ¿ Por qué no le llevaron a ver las haciendas ? ... A la mía , por ejemplo . Hubiera usted visto campo . - Unos campos - añadió doña Tecla - ¡ tan bonitos , tan verdes ! Alicia venía del baño y su pelo suelto , sedoso y húmedo brillaba con reflejos de azabache . Ella y el doctor se cruzaron una mirada rápida y ardiente . La mona , atada siempre por la cintura , dormía a pierna suelta en su garita , mientras el loro , insomne , subía y bajaba por su aro , agarrándose con las patas y el pico . No dejó de preocupar a Baranda la carta que acababa de recibir . - ¿ Quién podrá ser este anónimo admirador y amigo sincero que me ha salido sin que yo le busque ? « A las ocho de la noche - volvió a leer - en el Café Cosmopolita . » - La cosa no puede ser más clara . ¿ Será una broma ? « Se trata - siguió leyendo - de algo muy grave que le conviene saber . » ¿ De algo muy grave ? ¿ Qué podrá ser ?