Como en todos los días de corrida , Juan Gallardo almorzó temprano . Un pedazo de carne asada fue su único plato . Vino , ni probarlo : la botella permaneció intacta ante él . Había que conservarse sereno . Bebió dos tazas de café negro y espeso , y encendió un cigarro enorme , quedando con los codos en la mesa y la mandíbula apoyada en las manos , mirando con ojos soñolientos a los huéspedes que poco a poco ocupaban el comedor . Hacía algunos años , desde que le dieron « la alternativa » en la Plaza de Toros de Madrid , que venía a alojarse en el mismo hotel de la calle de Alcalá , donde los dueños le trataban como si fuese de la familia , y mozos de comedor , porteros , pinches de cocina y viejas camareras le adoraban como una gloria del establecimiento . Allí también había permanecido muchos días — envuelto en trapos , en un ambiente denso cargado de olor de yodoformo y humo de cigarros — a consecuencia de dos cogidas ; pero este mal recuerdo no le impresionaba . En sus supersticiones de meridional sometido a continuos peligros , pensaba que este hotel era « de buena sombra » y nada malo le ocurriría en él . Percances del oficio ; rasgones en el traje o en la carne ; pero nada de caer para siempre , como habían caído otros camaradas , cuyo recuerdo turbaba sus mejores horas . Gustaba en los días de corrida , después del temprano almuerzo , de quedarse en el comedor contemplando el movimiento de viajeros : gentes extranjeras o de lejanas provincias , rostros indiferentes que pasaban junto a él sin mirarle y luego volvíanse curiosos al saber por los criados que aquel buen mozo de cara afeitada y ojos negros , vestido como un señorito , era Juan Gallardo , al que todos llamaban familiarmente el Gallardo , famoso matador de toros . En este ambiente de curiosidad distraía la penosa espera hasta la hora de ir a la plaza . ¡ Qué tiempo tan largo ! Estas horas de incertidumbre , en las que vagos temores parecían emerger del fondo de su ánimo , haciéndole dudar de sí mismo , eran las más amargas de la profesión . No quería salir a la calle , pensando en las fatigas de la corrida y en la precisión de mantenerse descansado y ágil ; no podía entretenerse en la mesa , por la necesidad de comer pronto y poco para llegar a la plaza sin las pesadeces de la digestión . Permanecía en la cabecera de la mesa con la cara entre las manos y una nube de perfumado humo ante los ojos , girando éstos de vez en cuando con cierta fatuidad para mirar a algunas señoras que contemplaban con interés al famoso torero . Su orgullo de ídolo de las muchedumbres creía adivinar elogios y halagos en estas miradas . Le encontraban guapo y elegante . Y olvidando sus preocupaciones , con el instinto de todo hombre acostumbrado a adoptar una postura soberbia ante el público , erguíase , sacudía con las uñas la ceniza del cigarro caída sobre sus mangas y arreglábase la sortija que llenaba toda la falange de uno de sus dedos , con un brillante enorme envuelto en nimbo de colores , cual si ardiesen con mágica combustión sus claras entrañas de gota de agua . Sus ojos paseábanse satisfechos sobre su persona , admirando el terno de corte elegante , la gorra con la que andaba por el hotel caída en una silla cercana , la fina cadena de oro que cortaba la parte alta del chaleco de bolsillo a bolsillo , la perla de la corbata , que parecía iluminar con lechosa luz el tono moreno de su rostro , y los zapatos de piel de Rusia dejando al descubierto , entre su garganta y la boca del recogido pantalón , unos calcetines de seda calada y bordada como las medias de una cocota . Un ambiente de perfumes ingleses suaves y vagorosos , esparcidos con profusión , emanaba de sus ropas y de las ondulaciones de su cabello negro y brillante , que Gallardo se atusaba sobre las sienes , adoptando una postura triunfadora ante la femenil curiosidad . Para torero no estaba mal . Sentíase satisfecho de su persona . ¡ Otro más distinguido y con mayor « ángel » para las mujeres ! ... Pero de pronto reaparecían sus preocupaciones , apagábase el brillo de sus ojos , y volvía a sumir la barba en las manos , chupando tenazmente el cigarro , con la mirada perdida en la nube de tabaco . Pensaba codiciosamente en la hora del anochecer , deseando que viniese cuanto antes ; en la vuelta de la plaza , sudoroso y fatigado , pero con la alegría del peligro vencido , los apetitos despiertos , una ansia loca de placer y la certeza de varios días de seguridad y descanso . Si Dios le protegía cual otras veces , iba a comer con el apetito de sus tiempos de hambre , se emborracharía un poco , iría en busca de cierta muchacha que cantaba en un music-hall , y a la que había visto en otro viaje , sin poder frecuentar su amistad . Con esta vida de continuo movimiento de un lado a otro de la Península , no quedaba tiempo para nada . Fueron entrando en el comedor amigos entusiastas que antes de ir a almorzar a sus casas deseaban ver al diestro . Eran viejos aficionados , ansiosos de figurar en una bandería y tener un ídolo , que habían hecho del joven Gallardo « su matador » y le daban sabios consejos , recordando a cada paso su antigua adoración por Lagartijo o por Frascuelo . Hablaban de tú al espada con protectora familiaridad , y éste les respondía anteponiendo el don a sus nombres , con la tradicional separación de clases que existe aún entre el torero , surgido del subsuelo social , y sus admiradores . El entusiasmo de aquellas gentes iba unido a remotas memorias , para hacer sentir al joven diestro la superioridad de los años y de la experiencia . Hablaban de la « plaza vieja » de Madrid , donde sólo se conocieron toros y toreros de « verdad » ; y aproximándose a los tiempos presentes , temblaban de emoción recordando al « negro » . Este « negro » era Frascuelo . — ¡ Si hubieses visto aquéllo ! ... Pero entonces tú y los de tu época estabais mamando o no habíais nacido . Otros entusiastas iban entrando en el comedor , con mísero pelaje y cara famélica : revisteros obscuros en periódicos que sólo conocían los lidiadores a quienes se dirigían sus elogios y censuras ; gentes de problemática profesión , que aparecían apenas circulaba la noticia de la llegada de Gallardo , asediándolo con elogios y peticiones de billetes . El común entusiasmo confundíales con los otros señores , grandes comerciantes o funcionarios públicos , que discutían con ellos acaloradamente las cosas del toreo , sin sentirse intimidados por su aspecto de pedigüeños . Todos , al ver al espada , le abrazaban o le estrechaban la mano , con acompañamiento de preguntas y exclamaciones . — Juanillo ... ¿ cómo sigue Carmen ? — Güena , grasias . — ¿ Y la mamita ? ¿ La señora Angustias ? — Tan famosa , grasias . Está en La Rinconá . — ¿ Y tu hermana y los sobrinillos ? — Sin noveá , grasias . — ¿ Y el mamarracho de tu cuñado ? — Güeno también . Tan hablador como siempre . — ¿ Y de familia nueva ? ¿ No hay esperanza ? — Na ... Ni esto . Hacía crujir una uña entre sus dientes con enérgica expresión negativa , y luego iba devolviendo sus preguntas al recién llegado , cuya vida ignoraba más allá de sus aficiones al toreo . — ¿ Y la familia de usté , güena también ? ... Vaya , me alegro . Siéntese y tome argo . Luego preguntaba por el aspecto de los toros que iban a lidiarse dentro de unas horas , pues todos estos amigos venían de la plaza de presenciar el apartado y enchiqueramiento de las bestias ; y con una curiosidad profesional pedía noticias del Café Inglés , donde se reunían muchos aficionados . Era la primera corrida de la temporada de primavera , y los entusiastas de Gallardo mostraban grandes esperanzas , haciendo memoria de las reseñas que habían leído en los periódicos narrando sus triunfos recientes en otras plazas de España . Era el torero que tenía más contratas . Desde la corrida de Pascua de Resurrección en Sevilla — la primera importante del año taurino — que andaba Gallardo de plaza en plaza matando toros . Después , al llegar Agosto y Septiembre , tendría que pasar las noches en el tren y las tardes en los redondeles , sin tiempo para descansar . Su apoderado de Sevilla andaba loco , asediado por cartas y telegramas , no sabiendo cómo armonizar tanta petición de contratas con las exigencias del tiempo . La tarde anterior había toreado en Ciudad Real , y vestido aún con el traje de luces metiose en el tren , para llegar por la mañana a Madrid . Una noche casi en claro , durmiendo a ratos , encogido en el pedazo de asiento que le dejaron los pasajeros apretándose para dar algún descanso a aquel hombre que al día siguiente iba a exponer su vida . Los entusiastas admiraban su resistencia física y el coraje temerario con que se lanzaba sobre los toros en el momento de matar . — Vamos a ver qué haces esta tarde — decían con su fervor de creyentes — . La afición espera mucho de ti . Vas a quitar muchos moños ... A ver si estás tan bueno como en Sevilla . Fueron despidiéndose los admiradores , para almorzar en sus casas y llegar temprano a la corrida . Gallardo , viéndose solo , se dispuso a subir a su cuarto , a impulsos de la movilidad nerviosa que le dominaba . Un hombre llevando dos niños de la mano transpuso la mampara de cristales del comedor , sin prestar atención a las preguntas de los criados . Sonreía seráficamente al ver al torero , y avanzaba tirando de los pequeños , fijos los ojos en él , sin percatarse de dónde ponía los pies . Gallardo le reconoció . — ¿ Cómo está usté , compare ? Y a continuación todas las preguntas de costumbre para enterarse de si la familia estaba buena . Luego , el hombre se volvió a sus hijos , diciéndoles con gravedad : — Ahí le tenéis . ¿ No estáis preguntando siempre por él ? ... Lo mismo que en los retratos . Y los dos pequeños contemplaron religiosamente al héroe tantas veces visto en las estampas que adornaban las habitaciones de su pobre casa : ser sobrenatural , cuyas hazañas y riquezas fueron su primera admiración al darse cuenta de las cosas de la vida . — Juanillo , bésale la mano al padrino . El más pequeño de los niños chocó contra la diestra del torero un hocico rojo , recién frotado por la madre con motivo de la visita . Gallardo le acarició la cabeza con distracción . Uno de los muchos ahijados que tenía en España . Los entusiastas le obligaban a ser padrino de pila de sus hijos , creyendo asegurar de este modo su porvenir . Exhibirse de bautizo en bautizo era una de las consecuencias de su gloria . Este ahijado le traía el recuerdo de su mala época , cuando empezaba la carrera , guardando al padre cierta gratitud por la fe que había puesto en él cuando todos le discutían . — ¿ Y los negocios , compare ? — preguntó Gallardo — . ¿ Marchan mejor ? El aficionado torció el gesto . Iba viviendo gracias a sus corretajes en el mercado de la plaza de la Cebada : viviendo nada más . Gallardo miró compasivamente su triste pelaje de pobre endomingado . — Usté querrá ver la corría , ¿ eh , compare ? ... Suba a mi cuarto y que le dé Garabato una entrada ... ¡ Adiós , güen mozo ! ... Pa que os compréis una cosilla . Y al mismo tiempo que el ahijado le besaba de nuevo la diestra , el matador entregó con la otra mano a los dos muchachos un par de duros . El padre tiró de la prole con excusas de agradecimiento , no acertando a expresar en sus confusas razones si el entusiasmo era por el regalo a los niños o por el billete para la corrida que iba a entregarle el criado del diestro . Gallardo dejó transcurrir algún tiempo , para no encontrarse en su cuarto con el entusiasta y sus hijos . Luego miró el reloj . ¡ La una ! ¡ Cuánto tiempo faltaba para la corrida ! ... Al salir del comedor y dirigirse a la escalera , una mujer envuelta en un mantón viejo salió de la portería del hotel , cerrándole el paso con resuelta familiaridad , sin hacer caso de las protestas de los dependientes . — ¡ Juaniyo ! ... ¡ Juan ! ¿ No me conoses ? ... Soy la Caracola , la señá Dolores , la mare del probesito Lechuguero . Gallardo sonrió a la vieja , negruzca , pequeña y arrugada , con unos ojos intensos de brasa , ojos de bruja , habladora y vehemente . Al mismo tiempo , adivinando la finalidad de toda su palabrería , se llevó una mano al chaleco . — ¡ Miserias , hijo ! ¡ Probezas y agonías ! ... Denque supe que toreabas hoy , me dije : « Vamos a ver a Juaniyo , que no habrá olvidao a la mare de su probesito compañero ... » Pero ¡ qué guapo estás , gitano ! Así se van las mujeres toítas detrás de ti , condenao ... Yo , muy mal , hijo . Ni camisa yevo . Entoavía no ha entrao hoy por mi boca mas que un poco de Cazaya . Me tienen por lástima en casa de la Pepona , que es de allá ... de la tierra . Una casa muy decente : de a cinco duros . Ven por allí , que te apresian de veras . Peino a las chicas y hago recaos a los señores ... ¡ Ay , si viviera mi probe hijo ! ¿ Te acuerdas de Pepiyo ? ... ¿ Te acuerdas de la tarde en que murió ? ... Gallardo , luego de poner un duro en su seca mano , pugnaba por huir de esta charla , que comenzaba a temblar con estremecimientos de llanto . ¡ Maldita bruja ! ¡ Venir a recordarle en día de corrida al pobre Lechuguero , camarada de los primeros años , al que había visto morir casi instantáneamente de una cornada en el corazón en la plaza de Lebrija , cuando los dos toreaban como novilleros ! ¡ Vieja de peor sombra ! ... La empujó , y ella , pasando del enternecimiento a la alegría con una inconsciencia de pájaro , prorrumpió en requiebros entusiastas a los mozos valientes , a los buenos toreros que se llevan el dinero de los públicos y el corazón de las hembras . — ¡ La reina de las Españas te mereces , hermoso ! ... Ya pué tener los ojiyos bien abiertos la señá Carmen . El mejor día te roba una gachí y no te degüerve ... ¿ No me darías un billete pa esta tarde , Juaniyo ? ¡ Con las ganas que tengo de verte matá , resalao ! ... Los gritos de la vieja y sus entusiastas arrumacos , haciendo reír a los empleados del hotel , rompieron la severa consigna que retenía en la puerta de la calle a un grupo de curiosos y pedigüeños , atraídos por la presencia del torero . Atropellando mansamente a los criados , se coló en el vestíbulo una irrupción de mendigos , de vagos y de vendedores de periódicos . Los pilluelos , con los paquetes de impresos bajo un brazo , se quitaban la gorra , saludando con entusiástica familiaridad . — ¡ El Gallardo ! ¡ Olé el Gallardo ! ... ¡ Vivan los hombres ! Los más audaces le cogían una mano , se la estrechaban fuertemente y la agitaban en todas direcciones , deseosos de prolongar lo más posible este contacto con el grande hombre nacional , al que habían visto retratado en los papeles públicos . Luego , para hacer partícipes de esta gloria a los compañeros , les invitaban rudamente . — ¡ Chócale la mano ! No se enfada . ¡ Si es de lo más simpático ! ... Y les faltaba poco , en su respeto , para arrodillarse ante el matador . Otros curiosos , de barba descuidada , vestidos con ropas viejas que habían sido elegantes en su origen , movían los rotos zapatos en torno del ídolo e inclinaban hacia él sus sombreros grasientos , hablándole en voz baja , llamándole « don Juan » , para diferenciarse de la entusiasta e irreverente golfería . Al hablarle de sus miserias solicitaban una limosna , o , más audaces , le pedían , en nombre de su afición , un billete para la corrida , con el propósito de revenderlo inmediatamente . Gallardo se defendió riendo de esta avalancha que le empujaba y oprimía , sin que bastasen a libertarle los dependientes del hotel , intimidados por el respeto que inspira la popularidad . Rebuscó en todos sus bolsillos hasta dejarlos limpios , distribuyendo a ciegas las piezas de plata entre las manos ávidas y en alto . — Ya no hay más . ¡ Se acabó el carbón ! ... ¡ Dejadme , guasones ! Fingiéndose enfadado por esta popularidad que le halagaba , abriose paso con un impulso de sus músculos de atleta , y se salvó escalera arriba , saltando los peldaños con agilidad de lidiador , mientras los criados , libres ya de respetos , barrían a empujones el grupo hacia la calle . Pasó Gallardo ante el cuarto que ocupaba Garabato , y vio a su criado por la puerta entreabierta , entre maletas y cajas , preparando el traje para la corrida . Al encontrarse solo en su pieza , sintió que se desvanecía instantáneamente la alegre excitación causada por la avalancha de admiradores . Llegaban los malos momentos de los días de corrida ; la incertidumbre de las últimas horas antes de marchar a la plaza . ¡ Toros de Miura , y el público de Madrid ! ... El peligro , que visto de cerca parecía embriagarle , acrecentando su audacia , angustiábale ahora , al quedar solo , como algo sobrenatural , pavoroso por su misma incertidumbre . Sentíase anonadado , como si de pronto cayesen sobre él las fatigas de la mala noche anterior . Tuvo deseos de tenderse en una de las camas que ocupaban el fondo de la habitación , pero otra vez la inquietud por lo que le aguardaba , incierto y misterioso , desvaneció su somnolencia . Anduvo inquieto por la habitación y encendió otro habano en los restos del que acababa de consumir . ¿ Cómo sería para él la temporada de Madrid que iba a comenzar ? ¿ Qué dirían sus enemigos ? ¿ Cómo quedarían los rivales de profesión ? ... Llevaba muertos muchos miuras : al fin unos toros como los demás ; pero pensaba en los camaradas caídos en el redondel , casi todos víctimas de los animales de esta ganadería . ¡ Dichosos miuras ! Por algo él y los otros espadas ponían en sus contratas mil pesetas más cuando habían de lidiar este ganado . Siguió vagando por la habitación con paso nervioso . Deteníase para contemplar estúpidamente objetos conocidos que pertenecían a su equipaje , y después se dejaba caer en un sillón , como si le acometiese repentina flojedad . Varias veces miró su reloj . Aún no eran las dos . ¡ Con qué lentitud pasaba el tiempo ! Deseaba , como un remedio para sus nervios , que llegase cuanto antes la hora de vestirse y marchar a la plaza . La gente , el ruido , la curiosidad popular , el deseo de mostrarse sereno y alegre ante la admiración pública , y sobre todo la cercanía del peligro real y corpóreo , borraban instantáneamente esta angustia del aislamiento , en la cual , el espada , viéndose sin el auxilio de las excitaciones externas , se encontraba con algo semejante al miedo . La necesidad de distraerse le hizo rebuscar en el bolsillo interior de su americana , sacando junto con la cartera un sobrecito que despedía suave e intenso perfume . De pie junto a una ventana , por la que entraba la turbia claridad de un patio interior , contempló el sobre que le habían entregado al llegar al hotel , admirando la elegancia de los caracteres en que estaba escrita la dirección , finos y esbeltos . Luego sacó el pliego , aspirando con deleite su perfume indefinible . ¡ Oh ! Las personas de alto nacimiento y que han viajado mucho , ¡ cómo revelan su señorío inimitable hasta en los menores detalles ! ... Gallardo , como si llevase en su cuerpo el acre hedor de miseria de los primeros años , se perfumaba con una abundancia escandalosa . Sus enemigos se burlaban del atlético mocetón , llegando en su apasionamiento a calumniar la integridad de su sexo . Los admiradores sonreían ante esta debilidad , pero muchas veces tenían que volver la cara , como mareados por el excesivo olor del diestro . Toda una perfumería le acompañaba en sus viajes , y las esencias más femeniles ungían su cuerpo al descender a la arena , entre caballos muertos , tripajes sueltos y boñigas revueltas con sangre . Ciertas cocotas entusiastas , a las que conoció en un viaje a las plazas del Sur de Francia , le habían dado el secreto de mezclas y combinaciones de extraños perfumes ; pero ¡ aquella esencia de la carta , que era la misma de la persona que la había escrito ! ¡ aquel olor misterioso , fino e indefinible , que no podía imitarse , que parecía emanar del aristocrático cuerpo , y que él llamaba « olor de señora » ! ... Leyó y releyó la carta con una sonrisa beatífica , de deleite y de orgullo . No era gran cosa : media docena de renglones ; un saludo desde Sevilla , deseándole mucha suerte en Madrid ; una felicitación anticipada por sus triunfos . Podía extraviarse la tal carta sin compromiso alguno para la mujer que la firmaba . « Amigo Gallardo » al principio , con una letra elegante que parecía cosquillear los ojos del torero , y al final « su amiga Sol » ; todo en un estilo fríamente amistoso , tratándole de usted , con un amable tono de superioridad , como si las palabras no fuesen de igual a igual y descendiesen misericordiosas desde lo alto . El torero , al contemplar la carta con su adoración de hombre del pueblo poco versado en la lectura , no podía evitar cierto sentimiento de molestia , como si se viese despreciado . — ¡ Esta gachí ! — murmuró — . ¡ Esta mujer ! ... No hay quien la desmonte . ¡ Mia tú que hablarme de usté ! ... ¡ Usté ! ¡ Y a mí ! ... Pero los buenos recuerdos le hicieron sonreír satisfecho . El estilo frío era para las cartas : costumbres de gran señora , preocupaciones de dama que había corrido mucho mundo . Su molestia se trocaba en admiración . — ¡ Lo que sabe esta mujer ! ¡ Vaya un bicho de cuidao ! ... Y en su sonrisa asomaba una satisfacción profesional , un orgullo de domador que , al apreciar la fuerza de la fiera vencida , alaba su propia gloria . Mientras Gallardo admiraba la carta , entraba y salía su criado Garabato llevando ropas y cajas , que dejaba sobre una cama . Era un mozo silencioso en sus movimientos y ágil de manos , que parecía no reparar en la presencia del matador . Hacía algunos años que acompañaba al diestro en todas sus correrías como « mozo de estoques » . Había comenzado en Sevilla toreando en las capeas al mismo tiempo que Gallardo ; pero los malos golpes estaban reservados para él , así como los adelantos y la gloria para su compañero . Pequeño , negruzco y de pobre musculatura , una cicatriz tortuosa y mal unida cortaba cual blancuzco garabato su cara arrugada y flácida de viejo . Era una cornada que le había dejado casi muerto en la plaza de un pueblo , y a esta herida atroz había que añadir otras que desfiguraban las partes ocultas de su cuerpo . Por milagro salió con vida de sus aficiones de lidiador ; y lo más cruel era que las gentes reían de sus desgracias , encontrando un placer en verle pateado y destrozado por los toros . Al fin , su torpeza testaruda cedió ante la desgracia , conformándose con ser el acompañante , el criado de confianza de su antiguo camarada . Era el más ferviente admirador de Gallardo , aunque abusaba de las confianzas de la intimidad , permitiéndose advertencias y críticas . De encontrarse él en la piel del maestro , lo hubiese hecho mejor en ciertos momentos . Los amigos de Gallardo hallaban motivos de risa en las ambiciones fracasadas del mozo de estoques , pero él no prestaba atención a las burlas . ¿ Renunciar a los toros ? ... Jamás . Para que no se extinguiese del todo la memoria de su pasado , peinábase el recio pelo en brillantes tufos sobre las orejas y conservaba luengo en el occipucio el sagrado mechón , la coleta de los tiempos juveniles , signo profesional que le distinguía de los otros mortales . Cuando Gallardo se enfadaba con él , su cólera ruidosa de impulsivo amenazaba siempre a este adorno capilar . — ¿ Y tú gastas coleta , sinvergüensa ? ... Te voy a cortá ese rabo de rata , ¡ desahogao ! ¡ maleta ! Garabato acogía con resignación estas amenazas , pero se vengaba de ellas encerrándose en un silencio de hombre superior , contestando con encogimientos de hombros a la alegría del maestro cuando éste , al volver de la plaza en una tarde feliz , preguntaba con satisfacción infantil : — ¿ Qué te ha paresío ? ¿ Verdá que estuve güeno ? De la camaradería juvenil guardaba el privilegio de tutear al amo . No podía hablar de otro modo al maestro ; pero el tú iba acompañado de un gesto grave , de una expresión de ingenuo respeto . Su familiaridad era semejante a la de los antiguos escuderos con los buscadores de aventuras . Torero desde el cuello al cogote , el resto de su persona tenía a la vez de sastre y ayuda de cámara . Vestido con un terno de paño inglés , regalo del señor , llevaba las solapas cubiertas de alfileres e imperdibles y clavadas en una manga varias agujas enhebradas . Sus manos secas y obscuras tenían una suavidad femenil para manejar y arreglar los objetos . Cuando hubo colocado sobre la cama todo lo necesario para la vestimenta del maestro , pasó revista a los numerosos objetos , convenciéndose de que nada faltaba . Luego se plantó en el centro del cuarto , y sin mirar a Gallardo , como si hablase consigo mismo , dijo con voz bronca y cerrado acento : — ¡ Las dó ! Gallardo levantó la cabeza nerviosamente , como si no se hubiese percatado hasta entonces de la presencia de su criado . Guardó la carta en el bolsillo y aproximose con cierta pereza hacia el fondo del cuarto , como si quisiera retardar el momento de vestirse . — ¿ Está too ? ... Pero de pronto , su cara pálida se coloreó con un gesto violento . Sus ojos se abrieron desmesuradamente , como si acabase de sufrir el choque de una sorpresa pavorosa . — ¿ Qué traje has sacao ? Garabato señaló a la cama , pero antes de que pudiese hablar , la cólera del maestro cayó sobre él , ruidosa y terrible . — ¡ Mardita sea ! Pero ¿ es que no sabes na de las cosas del ofisio ? ¿ Es que vienes de segar ? ... Corría en Madrid , toros de Miura , y me pones el traje rojo , el mismo que llevaba el pobre Manuel el Espartero ... ¡ Ni que fueras mi enemigo , so sinvergüensa ! ¡ Paece como que deseas mi muerte , malaje ! Y su cólera agrandábase así como iba considerando la enormidad de este descuido , que equivalía a un reto a la mala suerte . ¡ Torear en Madrid con traje rojo después de lo pasado ! ... Chispeaban sus ojos con fuego hostil , como si acabase de recibir un ataque traicionero ; se coloreaban sus córneas , y parecía próximo a caer sobre el pobre Garabato con sus rudas manazas de matador . Un discreto golpe en la puerta del cuarto cortó esta escena . — Adelante . Entró un joven vestido de claro , con roja corbata , y llevando el fieltro cordobés en una mano ensortijada de gruesos brillantes . Gallardo le reconoció al momento , con esa facilidad que tienen para recordar los rostros cuantos viven sujetos a las muchedumbres . Pasó , de golpe , de la cólera a una amabilidad sonriente , como si experimentase dulce sorpresa con la visita . Era un amigo de Bilbao , un aficionado entusiasta , partidario de su gloria . Esto era todo lo que podía recordar . ¿ Pero el nombre ? ¡ Conocía a tantos ! ¿ Cómo se llamaba ? ... Lo único que sabía ciertamente era que debía tutearle , pues entre los dos existía una antigua amistad . — Siéntate . ¡ Qué sorpresa ! ¿ Cuándo has venío ? ¿ La familia güena ? Y el admirador se sentó , con la satisfacción de un devoto que entra en el santuario del ídolo , dispuesto a no moverse de allí hasta el último instante , recreándose al recibir el tuteo del maestro , y llamándole Juan a cada dos palabras , para que muebles , paredes y cuantos pasasen por el inmediato corredor pudieran enterarse de su intimidad con el grande hombre . Había llegado por la mañana de Bilbao , y regresaba al día siguiente . Un viaje nada más que para ver a Gallardo . Había leído sus grandes éxitos : bien empezaba la temporada . La tarde sería buena . Por la mañana había estado en el apartado , fijándose en un bicho retinto , que indudablemente daría mucho juego en manos de Gallardo ... Pero el maestro cortó con cierta precipitación estas profecías del aficionado . — Con permiso , dispénsame ; ahora mismo güervo . Y salió del cuarto , dirigiéndose a una puertecilla sin número , en el fondo del pasillo . — ¿ Qué traje pongo ? — preguntó Garabato con voz que aún parecía más bronca por el deseo de mostrarse sumiso . — El verde , el tabaco , el azul , el que te dé la gana . Y Gallardo desapareció tras la puertecilla , mientras el servidor , viéndose libre de su presencia , sonreía con malicia vengadora . Conocía este rápido escape al llegar el momento de vestirse . La « meada del miedo » , según decían los del oficio . Y su sonrisa expresaba satisfacción al ver una vez más que los grandes hombres del arte , los valientes , sufrían las angustias de una doble necesidad , producto de la emoción , lo mismo que él en los tiempos que descendía a los redondeles de los pueblos . Mucho rato después , cuando volvió Gallardo a su pieza , resignado a no sufrir necesidades dentro de su traje de lidia , encontró a un nuevo visitante . Era el doctor Ruiz , médico popular , que llevaba treinta años firmando los partes facultativos de todas las cogidas y curando a cuantos toreros caían heridos en la plaza de Madrid . Gallardo le admiraba , teniéndole por el más alto representante de la ciencia universal , al mismo tiempo que se permitía cariñosas bromas sobre su carácter bondadoso y el descuido de su persona . Su admiración era la misma del populacho , que sólo reconoce la sabiduría de un hombre mal pergeñado y con rarezas de carácter que le diferencien de los demás . Era de baja estatura y prominente abdomen , la cara ancha , la nariz algo aplastada , y una barba en collar , de un blanco sucio y amarillento , todo lo cual le daba lejana semejanza con la cabeza de Sócrates . Al estar de pie , su vientre abultado y flácido parecía moverse con las palabras dentro del amplio chaleco ; al sentarse , subíasele esta parte de su organismo sobre el flaco pecho . Las ropas , manchadas y viejas a poco de usarlas , parecían flotar como prendas ajenas sobre su cuerpo inarmónico , obeso en las partes dedicadas a la digestión y pobre en las destinadas al movimiento . — Es un bendito — decía Gallardo — . Un sabio ... un chiflao , güeno como el pan , y que nunca tendrá una peseta ... Da lo que tiene y toma lo que quieren darle . Dos grandes pasiones animaban su vida : la revolución y los toros ; una revolución vaga y tremenda que había de venir , no dejando en Europa nada de lo existente ; un republicanismo anarquista que no se tomaba la pena de explicar , y sólo era claro en sus negaciones exterminadoras . Los toreros le hablaban como a un padre ; él los tuteaba a todos , y bastaba un telegrama llegado de cualquier punto extremo de la Península , para que al momento el buen doctor tomase el tren y fuese a curar la cornada recibida por uno de sus « chicos » , sin más esperanza de recompensa que lo que buenamente quisieran darle . Al ver a Gallardo después de larga ausencia , lo abrazó , estrujando su flácido abdomen contra aquel cuerpo que parecía de bronce . ¡ Olé los buenos mozos ! Encontraba al espada mejor que nunca . — ¿ Y cómo va eso de la República , doctó ? ¿ Cuándo viene ? — preguntó Gallardo con sorna andaluza — . El Nacional dice que ya está al caer ; que será un día de estos . — ¿ Y a ti qué te importa , guasón ? Deja en paz al pobre Nacional . Más le valdría banderillear mejor . A ti lo que debe interesarte es seguir matando toros como el mismísimo Dios ... ¡ Buena tardecita se prepara ! Me han dicho que el ganado ... Pero al llegar aquí , el joven que había visto el apartado y deseaba dar noticias interrumpió al doctor para hablar de un toro retinto que « le había dado en el ojo » , y del que esperaba las mayores proezas . Los dos hombres , que habían permanecido largo rato solos en el cuarto y silenciosos después de saludarse , quedaron frente a frente , y Gallardo creyó necesaria una presentación . Pero ¿ cómo se llamaría aquel amigo al que hablaba de tú ? ... Se rascó la cabeza , frunciendo las cejas con expresión reflexiva ; pero su indecisión fue corta . — Oye , tú : ¿ cómo es tu grasia ? Perdona ... ya ves , ¡ con tanta gente ! ... El joven ahogó bajo una sonrisa de aprobación su desencanto al verse olvidado del maestro y dio su nombre . Gallardo , al oírle , sintió que el pasado venía de golpe a su memoria , y reparó el olvido añadiendo tras el nombre : « rico minero de Bilbao » . Luego presentó al « famoso doctor Ruiz » ; y los dos hombres , como si se conociesen toda la vida , unidos por el entusiasmo de la común afición , comenzaron a charlar sobre el ganado de la tarde . — Siéntense ustés — dijo Gallardo señalando un sofá en el fondo de la habitación — . Ahí no estorban . Hablen y no se ocupen de mí . Voy a vestirme . ¡ Me paece que entre hombres ! ... Y se despojó de su traje , quedando en ropas interiores . Sentado en una silla , en medio del arco que separaba el saloncito de la alcoba , se entregó en manos de Garabato , el cual había abierto un saco de cuero de Rusia , sacando de él un neceser casi femenil para el aseo del maestro . A pesar de que éste iba cuidadosamente afeitado , volvió a enjabonarle la cara y a pasar la navaja por sus mejillas con la celeridad del que está habituado a una misma faena diariamente . Luego de lavarse , volvió Gallardo a ocupar su asiento . El criado inundó su pelo de brillantina y esencias , peinándolo en bucles sobre la frente y las sienes ; después emprendió el arreglo del signo profesional : la sagrada coleta . Peinó con cierto respeto el largo mechón que coronaba el occipucio del maestro , lo trenzó , e interrumpiendo la operación , lo fijó con dos horquillas en lo alto de la cabeza , dejando su arreglo definitivo para más adelante . Había que ocuparse ahora de los pies , y despojó al lidiador de sus calcetines , dejándole sin más ropas que una camiseta y unos calzones de punto de seda . La recia musculatura de Gallardo marcábase bajo estas ropas con vigorosas hinchazones . Una oquedad en un muslo delataba la profunda cicatriz , la carne desaparecida bajo una cornada . Sobre la piel morena de los brazos marcábanse con manchas blancas los vestigios de antiguos golpes . El pecho , obscuro y limpio de vello , estaba cruzado por dos líneas irregulares y violáceas , que eran también recuerdo de sangrientos lances . En un tobillo , la carne tenía un tinte violáceo , con una depresión redonda , como si hubiese servido de molde a una moneda . Aquel organismo de combate exhalaba un olor de carne limpia y brava mezclado con fuertes perfumes de mujer . Garabato , con un brazo lleno de algodones y blancos vendajes , se arrodilló a los pies del maestro . — Lo mismo que los antiguos gladiadores — dijo el doctor Ruiz , interrumpiendo su conversación con el bilbaíno — . Estás hecho un romano , Juan . — La edá , doctó — contestó el espada con cierta melancolía — . Nos hacemos viejos . Cuando yo peleaba con los toros y con el hambre no necesitaba de esto , y tenía pies de hierro en las capeas . Garabato introdujo entre los dedos del maestro pequeñas vedijas de algodón ; luego cubrió las plantas y la parte superior de los pies con una planchuela de esta blanda envoltura , y tirando de las vendas comenzó a envolverlos en apretadas espirales , lo mismo que aparecen envueltas las antiguas momias . Para fijar esta operación , echó mano de las agujas enhebradas que llevaba en una manga y cosió minuciosamente los extremos de los vendajes . Gallardo golpeó el suelo con los pies apretados , que parecían más firmes dentro de su blanda envoltura . Sentíalos en este encierro fuertes y ágiles . El criado se los introdujo en altas medias que le llegaban a mitad del muslo , gruesas y flexibles como polainas , única defensa de las piernas bajo la seda del traje de lidia . — Cuida de las arrugas ... Mira , Garabato , que no me gusta yevar bolsas . Y él mismo , puesto de pie , intentaba verse por las dos caras en un espejo cercano , agachándose para pasar las manos por las piernas y borrar las arrugas . Sobre las medias blancas Garabato introdujo las de seda color rosa , las únicas que quedaban visibles en el traje de torero . Luego , Gallardo metió sus pies en las zapatillas , escogiéndolas entre varios pares que Garabato había puesto sobre un cofre , todas con la suela blanca , completamente nuevas . Ahora comenzaba realmente la tarea de vestirse . El criado le ofreció los calzones de lidia cogidos por sus extremos : dos pernales de seda color tabaco con pesados bordados de oro en sus costuras . Gallardo se introdujo en ellos , quedando pendientes sobre sus pies los gruesos cordones que cerraban las extremidades , rematados por borlajes de oro . Estos cordones , que apretaban el calzón por debajo de la rodilla , congestionando la pierna con un vigor artificial , se llamaban los « machos » . Gallardo recomendó a su criado que apretase sin miedo , hinchando al mismo tiempo los músculos de sus piernas . Esta operación era una de las más importantes . Un matador debe llevar bien apretados los « machos » . Y Garabato , con ágil presteza , dejó convertidos en pequeños colgantes los cordones enrollados e invisibles bajo los extremos del calzón . El maestro se metió en la fina camisa de batista que le ofrecía el criado , con rizadas guirindolas en la pechera , suave y transparente como una prenda femenil . Garabato , luego de abrocharla , hizo el nudo de la larga corbata , que descendía como una línea roja , partiendo la pechera , hasta perderse en el talle del calzón . Quedaba lo más complicado de la vestimenta , la faja , una banda de seda de más de cuatro metros , que parecía llenar toda la habitación , manejándola Garabato con la maestría de la costumbre . El espada fue a colocarse junto a sus amigos , al otro lado del cuarto , y fijó en su cintura uno de los extremos . — A ver : mucha atención — dijo a su criado — . Que haiga su poquiyo de habiliá . Y dando vueltas lentamente sobre sus talones , fue aproximándose al criado , mientras la faja , sostenida por éste , se arrollaba a su cintura en curvas regulares , que iban dando al talle mayor esbeltez . Garabato , con rápidos movimientos de mano , cambiaba la posición de la banda de seda . En unas vueltas la faja se arrollaba doblada , en otras completamente abierta , y toda ella ajustábase al talle del matador , lisa y como de una pieza , sin arrugas ni salientes . En el curso del viaje rotatorio , Gallardo , escrupuloso y descontentadizo en el arreglo de su persona , detenía su movimiento de traslación para retroceder dos o tres vueltas , rectificando el trabajo . — No está bien — decía con mal humor — . ¡ Mardita sea ! ... ¡ Pon cuidao , Garabato ! Después de muchos altos en el viaje , Gallardo llegó al final , llevando en la cintura toda la pieza de seda . El ágil mozo había cosido y puesto imperdibles y alfileres en todo el cuerpo del maestro , convirtiendo sus vestiduras en una sola pieza . Para salir de ellas debía recurrir el torero a las tijeras y a manos extrañas . No podría despojarse de una sola de sus prendas hasta volver al hotel , a no ser que lo hiciese un toro en plena plaza y acabasen de desnudarlo en la enfermería . Sentose Gallardo otra vez y Garabato la emprendió con la coleta , librándola del sostén de las horquillas y uniéndola a la moña , falso rabo con negra escarapela que recordaba la antigua redecilla de los primeros tiempos del toreo . El maestro , como si quisiera retardar el momento de encerrarse definitivamente en el traje , desperezábase , pedía a Garabato el cigarro que había abandonado sobre la mesita de noche , preguntaba la hora , creyendo que todos los relojes iban adelantados . — Aún es pronto ... Entoavía no han yegao los chicos ... No me gusta ir temprano a la plaza . ¡ Le dan a uno cada lata cuando está allí esperando ! ... Un criado del hotel anunció que esperaba abajo el carruaje con la cuadrilla . Era la hora . No había pretexto para retardar el momento de la partida . Se puso sobre la faja el chaleco de borlaje de oro , y encima de éste la chaquetilla , una pieza deslumbrante , de enormes realces , pesada cual una armadura y fulguradora de luz como un ascua . La seda color de tabaco sólo quedaba visible en la parte interna de los brazos y en dos triángulos de la espalda . Casi toda la pieza desaparecía bajo la gruesa capa de muletillas y bordados de oro formando flores con piedras de color en sus corolas . Las hombreras eran pesadísimos bloques de áureo bordado , de las que pendían arambeles del mismo metal . El oro se prolongaba hasta en los bordes de la pieza , formando compactas franjas que se estremecían a cada paso . En la boca dorada de los bolsillos asomaban las puntas de dos pañuelos de seda , rojos como la corbata y la faja . — La montera . Garabato sacó con gran cuidado de una caja ovalada la montera de lidia , negra y rizosa , con sus dos borlas pendientes a modo de orejas de pasamanería . Gallardo se cubrió con ella , cuidando de que la moña quedase al descubierto , pendiendo simétricamente sobre la espalda . — El capote . De encima de una silla cogió Garabato el capote llamado de paseo , la capa de gala , un manto principesco de seda del mismo color que el traje y tan cargado como éste de bordados de oro . Gallardo se lo puso sobre un hombro y se miró al espejo , satisfecho de sus preparativos . No estaba mal ... ¡ A la plaza ! Sus dos amigos se despidieron apresuradamente , para tomar un coche y seguirle . Garabato se metió bajo un brazo un gran lío de trapos rojos , por cuyos extremos asomaban las empuñaduras y conteras de varias espadas . Al descender Gallardo al vestíbulo del hotel , vio la calle ocupada por numeroso y bullente gentío , como si acabase de ocurrir un gran suceso . Además , llegó hasta él el zumbido de la muchedumbre que permanecía oculta más allá del rectángulo de la puerta . Acudió el dueño del hotel y toda su familia con las manos tendidas , como si le despidieran para un largo viaje . — ¡ Mucha suerte ! ¡ Que le vaya a usted bien ! Los criados , suprimiendo las distancias a impulsos del entusiasmo y la emoción , también le estrechaban la diestra . — ¡ Buena suerte , don Juan ! Y él volvíase a todos lados sonriente , sin dar importancia a la cara de espanto de las señoras del hotel . — Grasias , muchas grasias . Hasta luego . Era otro . Desde que se había puesto sobre un hombro su capa deslumbrante , una sonrisa desenfadada iluminaba su rostro . Estaba pálido , con una palidez sudorosa semejante a la de los enfermos ; pero reía , satisfecho de vivir y de marchar hacia el público , adoptando su nueva actitud con la facilidad instintiva del que necesita un gesto para mostrarse ante la muchedumbre . Contoneábase con arrogancia , chupando el puro que llevaba en la mano izquierda ; movía las caderas al andar bajo su hermosa capa , pisando fuerte , con una petulancia de buen mozo . — ¡ Vaya , cabayeros ... dejen ustés paso ! Muchas grasias , muchas grasias . Y procuraba librar su traje de sucios contactos al abrirse camino entre una muchedumbre de gentes mal vestidas y entusiastas que se agolpaban a la puerta del hotel . No tenían dinero para ir a la corrida , pero aprovechaban la ocasión de dar la mano al famoso Gallardo o tocar siquiera algo de su traje . Junto a la acera aguardaba un coche tirado por cuatro mulas vistosamente enjaezadas con borlajes y cascabeles . Garabato se había izado ya en el pescante con su lío de muletas y espadas . En el interior estaban tres toreros con la capa sobre las rodillas , vistiendo trajes de colores vistosos , bordados con igual profusión que el del maestro , pero sólo de plata . Gallardo , entre empellones de la ovación popular , teniendo que defenderse con los codos de las ávidas manos , llegó al estribo del carruaje , siendo ayudado en su ascensión por un entusiasmo que le acariciaba el dorso con violentos contactos . — Buenas tardes , cabayeros — dijo brevemente a los de su cuadrilla . Se sentó atrás , junto al estribo , para que todos pudieran contemplarle , y sonrió , contestando con movimientos de cabeza a los gritos de algunas mujeres desarrapadas y al corto aplauso que iniciaron los chicuelos vendedores de periódicos . El carruaje arrancó con todo el ímpetu de las valientes mulas , llenando la calle de alegre cascabeleo . La muchedumbre se abría para dejar paso a las bestias , pero muchos se abalanzaron al carruaje como si quisieran caer bajo sus ruedas . Agitábanse sombreros y bastones : un estremecimiento de entusiasmo corrió por el gentío ; uno de esos contagios que agitan y enloquecen a las masas en ciertas horas , haciendo gritar a todos sin saber por qué : — ¡ Olé los hombres valientes ! ... ¡ Viva España ! Gallardo , siempre pálido y risueño , saludaba , repitiendo « muchas grasias » , conmovido por el contagio del entusiasmo popular y orgulloso de su valer , que unía su nombre al de la patria . Una manga de « golfos » y greñudas chicuelas siguió al coche a todo correr de sus piernas , como si al final de la loca carrera les esperase algo extraordinario . Desde una hora antes , la calle de Alcalá era a modo de un río de carruajes entre dos orillas de apretados peatones que marchaban hacia el exterior de la ciudad . Todos los vehículos , antiguos y modernos , figuraban en esa emigración pasajera , revuelta y ruidosa : desde la antigua diligencia , salida a luz como un anacronismo , hasta el automóvil . Los tranvías pasaban atestados , con racimos de gente desbordando de sus estribos . Los ómnibus cargaban pasajeros en la esquina de la calle de Sevilla , mientras en lo alto voceaba el conductor : « ¡ A la plaza ! ¡ a la plaza ! » Trotaban con alegre cascabeleo las mulas emborladas tirando de carruajes descubiertos con mujeres puestas de mantilla blanca y encendidas flores ; a cada instante sonaba una exclamación de espanto viendo salir incólume , con agilidad simiesca , de entre las ruedas de un carruaje , algún chicuelo que pasaba a saltos de una acera a otra , desafiando la veloz corriente de vehículos . Gruñían las trompas de los automóviles ; gritaban los cocheros ; pregonaban los vendedores de papeles la hoja con la estampa e historia de los toros que iban a lidiarse , o los retratos y biografías de los toreros famosos , y de vez en cuando una explosión de curiosidad hinchaba el sordo zumbido de la muchedumbre . Entre los obscuros jinetes de la Guardia municipal pasaban vistosos caballeros sobre flacos y míseros rocines , con las piernas enfundadas de amarillo , doradas chaquetas y anchos sombreros de castor con gruesa borla a guisa de escarapela . Eran los picadores , rudos jinetes de aspecto montaraz , llevando encogido a la grupa , tras la alta silla moruna , una especie de diablo vestido de rojo , el « mono sabio » , el servidor que había conducido la cabalgadura hasta su casa . Las cuadrillas pasaban en coches abiertos , y los bordados de los toreros , reflejando la luz de la tarde , parecían deslumbrar a la muchedumbre , excitando su entusiasmo . « Ese es Fuentes . » « Ese es el Bomba . » Y las gentes , satisfechas de la identificación , seguían con mirada ávida el alejamiento de los carruajes , como si fuese a ocurrir algo y temiesen llegar tarde . Desde lo alto de la calle de Alcalá veíase la ancha vía en toda rectitud , blanca de sol , con filas de árboles que verdeaban al soplo de la primavera , los balcones negros de gentío y la calzada sólo visible a trechos bajo el hormigueo de la muchedumbre y el rodar de los coches descendiendo a la Cibeles . En este punto elevábase otra vez la cuesta , entre arboledas y grandes edificios , y cerraba la perspectiva , como un arco triunfal , la puerta de Alcalá , destacando su perforada mole blanca sobre el espacio azul , en el que flotaban , cual cisnes solitarios , algunas vedijas de nubes . Gallardo iba silencioso en su asiento , contestando al gentío con una sonrisa inmóvil . Después del saludo a los banderilleros no había hablado palabra . Ellos también estaban silenciosos y pálidos , con la ansiedad de lo desconocido . Al verse entre toreros , dejaban a un lado , por inútiles , las gallardías necesarias ante el público . Una misteriosa influencia parecía avisar a la muchedumbre el paso de la última cuadrilla que iba hacia la plaza . Los pilluelos que corrían tras el coche aclamando a Gallardo habían quedado rezagados , deshaciéndose el grupo entre los carruajes ; pero a pesar de esto , las gentes volvían la cabeza , como si adivinasen a sus espaldas la proximidad del célebre torero , y detenían el paso , alineándose en el borde de la acera para verle mejor . En los coches que rodaban delante volvían sus cabezas las mujeres , como avisadas por el cascabeleo de las mulas trotadoras . Un rugido informe salía de ciertos grupos que detenían el paso en las aceras . Debían ser exclamaciones entusiastas . Algunos agitaban los sombreros ; otros enarbolaban garrotes , moviéndolos como si saludasen . Gallardo contestaba a todos con su sonrisa de mueca , pero parecía no darse cuenta , en su preocupación , de estos saludos . A su lado iba el Nacional , el peón de confianza , un banderillero , mayor que él en diez años , hombretón rudo , de unidas cejas y gesto grave . Era famoso entre la gente del oficio por su bondad , su hombría de bien y sus entusiasmos políticos . — Juan , no te quejarás de Madrí — dijo el Nacional — . Te has hecho con el público . Pero Gallardo , como si no le oyese y deseara exteriorizar los pensamientos que le preocupaban , contestó : — Me da er corasón que esta tarde va a haber argo . Al llegar a la Cibeles se detuvo el coche . Venía un gran entierro por el Prado , camino de la Castellana , cortando la avalancha de carruajes de la calle de Alcalá . Gallardo púsose aún más pálido , contemplando con ojos azorados el paso de la cruz y el desfile de los sacerdotes , que rompieron a cantar gravemente , al mismo tiempo que miraban , unos con aversión , otros con envidia , a toda esa gente olvidada de Dios que corría a divertirse . El espada se apresuró a quitarse la montera , imitándole sus banderilleros , menos el Nacional . — Pero ¡ mardita sea ! — gritó Gallardo — . ¡ Descúbrete , condenao ! Le miraba furioso , como si fuese a pegarle , convencido por una confusa intuición de que esta rebeldía iba a atraer sobre él las mayores desgracias . — Güeno , me la quito — dijo el Nacional con una fosquedad de niño contrariado , luego que vio alejarse la cruz — . Me la quito ... pero es al muerto . Permanecieron detenidos mucho tiempo para dejar pasar al largo cortejo . — ¡ Mala pata ! — murmuró Gallardo con voz temblona de cólera — . ¿ A quién se le ocurre traer un entierro por el camino de la plaza ? ... ¡ Mardita sea ! ¡ Cuando digo que hoy pasa argo ! El Nacional sonrió , encogiéndose de hombros . — Superstisiones y fanatismos ... Dios u la Naturaleza no se ocupan de esas cosas . Estas palabras , que irritaron aún más a Gallardo , desvanecieron la grave preocupación de los otros toreros , los cuales comenzaron a burlarse del compañero , como en todas las ocasiones en que sacaba a colación su frase favorita « Dios u la Naturaleza » . Al quedar libre el paso , el carruaje emprendió una marcha veloz a todo correr de sus mulas , pasando entre los otros vehículos que afluían a la plaza . Al llegar a ésta , torció a la izquierda , dirigiéndose a la puerta llamada de Caballerizas , que daba a los corrales y a las cuadras , teniendo que marchar a paso lento entre el compacto gentío . Otra ovación a Gallardo cuando descendió del coche , seguido de sus banderilleros . Manotazos y empellones para salvar su traje de sucios contactos ; sonrisas de saludo ; ocultaciones de la diestra , que todos querían estrechar . — ¡ Paso , cabayeros ! ¡ Muchas grasias ! El amplio corral entre el cuerpo de la plaza y el muro de las dependencias estaba lleno de público que antes de ocupar sus asientos quería ver de cerca a los toreros . Sobre las cabezas del gentío emergían a caballo los picadores y los alguaciles con sus trajes del siglo XVII . A un lado del corral alzábanse edificios de ladrillo de un solo piso , con parras sobre las puertas y tiestos de flores en las ventanas : un pequeño pueblo de oficinas , talleres , caballerizas y casas en las que vivían los mozos de cuadra , los carpinteros y demás servidores del circo . El diestro avanzó trabajosamente entre los grupos . Su nombre pasaba de boca en boca con exclamaciones de entusiasmo . — ¡ Gallardo ! ... ¡ Ya está ahí el Gallardo ! ¡ Olé ! ¡ Viva España ! Y él , entregado por completo al culto del público , avanzaba contoneándose , sereno cual un dios , alegre y satisfecho , como si asistiese a una fiesta en su honor . Dos brazos se arrollaron a su cuello , al mismo tiempo que asaltaba su olfato un fuerte hedor de vino . — ¡ Cachondo ! ... ¡ Gracioso ! ¡ Vivan los mozos valientes ! Era un señor de buen aspecto , un burgués que había almorzado con sus amigos y huía de la risueña vigilancia de éstos , que le observaban a pocos pasos de distancia . Reclinó su cabeza en el hombro del espada , y así permaneció , como si en tal posición fuese a dormirse de entusiasmo . Los empujones de Gallardo y los tirones de los amigos libraron al espada de este abrazo interminable . El borracho , al verse separado de su ídolo , rompió en gritos de entusiasmo . ¡ Olé los hombres ! Que vinieran allí todas las naciones del mundo a admirar a toreros como aquél y a morirse de envidia . — Tendrán barcos ... tendrán dinero ... pero ¡ todo mentira ! Ni tienen toros ni mozos como éste , que le arrastran de valiente que es ... ¡ Olé mi niño ! ¡ Viva mi tierra ! Gallardo atravesó una gran sala pintada de cal , sin mueble alguno , donde estaban sus compañeros de profesión rodeados de grupos entusiastas . Luego se abrió paso entre el gentío que obstruía una puerta , y entró en una pieza estrecha y obscura , en cuyo fondo brillaban luces . Era la capilla . Un viejo cuadro representando la llamada Virgen de la Paloma ocupaba el frente del altar . Sobre la mesa ardían cuatro velas . Unos ramos de flores de trapo apolillábanse polvorientos en búcaros de loza ordinaria . La capilla estaba llena de gente . Los aficionados de clase humilde amontonábanse dentro de ella para ver de cerca los grandes hombres . Manteníanse en la obscuridad con la cabeza descubierta , unos acurrucados en las primeras filas , otros subidos en sillas y bancos , vueltos en su mayoría de espaldas a la Virgen y mirando ávidamente a la puerta para lanzar un nombre apenas columbraban el brillo de un traje de luces . Los banderilleros y picadores , pobres diablos que iban a exponer su vida lo mismo que los maestros , apenas levantaban con su presencia un leve murmullo . Sólo los aficionados fervorosos conocían sus apodos . De pronto , un prolongado zumbido , un nombre repitiéndose de boca en boca : — ¡ Fuentes ! ... ¡ Ese es el Fuentes ! Y el elegante torero , con su esbelta gentileza , suelta la capa sobre el hombro , avanzó hasta el altar , doblando una rodilla con elegancia teatral , reflejándose las luces en el blanco de sus ojos gitanescos , echando atrás la figura recogida , graciosa y ágil . Luego de hecha su oración y de persignarse se levantó , marchando de espaldas hasta la puerta , sin perder de vista la imagen , como un tenor que se retira saludando al público . Gallardo era más simple en sus emociones . Entró montera en mano , la capa recogida , contoneándose con no menos arrogancia ; pero al verse ante la imagen puso las dos rodillas en tierra , entregándose a su oración , sin acordarse de los centenares de ojos fijos en él . Su alma de cristiano simple estremecíase con el miedo y los remordimientos . Pidió protección con el fervor de los hombres sencillos que viven en continuo peligro y creen en toda clase de influencias adversas y protecciones sobrenaturales . Por primera vez en todo el día , pensó en su mujer y en su madre . ¡ La pobre Carmen , allá en Sevilla , esperando el telegrama ! ¡ La señora Angustias , tranquila con sus gallinas , en el cortijo de La Rinconada , sin saber ciertamente dónde toreaba su hijo ! ... ¡ Y él con el terrible presentimiento de que aquella tarde iba a ocurrirle algo ! ... ¡ Virgen de la Paloma ! Un poco de protección . El sería bueno , olvidaría « lo otro » , viviría como Dios manda . Y fortalecido su espíritu supersticioso con este arrepentimiento inútil , salió de la capilla , emocionado aún , con los ojos turbios , sin ver a la gente que le obstruía el paso . Fuera , en la pieza donde esperaban los toreros , le saludó un señor afeitado , vestido con un traje negro que parecía llevar con cierta torpeza . — ¡ Mala pata ! — murmuró el torero , siguiendo adelante — . ¡ Cuando digo que hoy pasa argo ! ... Era el capellán de la plaza , un entusiasta de la tauromaquia , que llegaba con los Santos Oleos bajo la chaqueta . Venía del barrio de la Prosperidad , escoltado por un vecino que le servía de sacristán a cambio de un asiento para ver la corrida . Años enteros llevaba discutiendo con una parroquia del interior de Madrid que alegaba mejor derecho para monopolizar el servicio religioso de la plaza . Los días de corrida tomaba un coche de punto , que pagaba la empresa , metíase bajo la americana el vaso sagrado , escogía por turno entre sus amigos y protegidos uno a quien agraciar con el asiento destinado al sacristán , y emprendía la marcha a la plaza , donde le guardaban dos sitios de delantera junto a las puertas del toril . El sacerdote entró en la capilla con aire de propietario , escandalizándose de la actitud del público : todos con la cabeza descubierta , pero hablando en voz alta , y algunos hasta fumando . — Caballeros , que esto no es un café . Hagan el favor de salir . La corrida va a empezar . Este aviso fue lo que generalizó la dispersión , mientras el sacerdote sacaba los Oleos ocultos , guardándolos en una caja de madera pintada . El también , apenas hubo ocultado el sacro depósito , salió corriendo , para ocupar su sitio en la plaza antes de la salida de la cuadrilla . La muchedumbre había desaparecido . En el corral sólo se veían hombres vestidos de seda y bordados , jinetes amarillos con grandes castoreños , alguaciles a caballo , y los mozos de servicio con sus trajes de oro y azul . En la puerta llamada de Caballos , bajo un arco que daba salida a la plaza , formábanse los toreros con la prontitud de la costumbre : los maestros al frente ; luego los banderilleros , guardando anchos espacios ; y tras ellos , en pleno corral , pateaba la retaguardia , el escuadrón férreo y montaraz de los picadores , oliendo a cuero recalentado y a boñiga , sobre caballos esqueléticos que llevaban vendado un ojo . Como impedimenta de este ejército , agitábanse en último término las trincas de mulillas destinadas al arrastre , inquietos y vigorosos animales de limpio pelaje , cubiertos con armaduras de borlas y cascabeles , y llevando en sus colleras la ondeante bandera nacional . En el fondo del arco , sobre las vallas de madera que lo obstruían a medias , abríase un medio punto azul y luminoso , dejando visible un pedazo de cielo , el tejado de la plaza y una sección de graderío con la multitud compacta y hormigueante , en la que parecían palpitar , cual mosquitos de colores , los abanicos y los papeles . Un soplo formidable , la respiración de un pulmón inmenso , entraba por esta galería . Un zumbido armónico llegaba hasta allí con las ondulaciones del aire , haciendo presentir cierta música lejana , más bien adivinada que oída . En los bordes del arco asomaban cabezas , muchas cabezas : las de los espectadores de los bancos inmediatos , avanzando curiosas para ver cuanto antes a los héroes . Gallardo se colocó en fila con los otros dos espadas , cambiándose entre ellos una grave inclinación de cabeza . No hablaban ; no sonreían . Cada cual pensaba en sí mismo , dejando volar la imaginación lejos de allí , o no pensaba en nada , con ese vacío intelectual producto de la emoción . Exteriorizaban sus preocupaciones en el arreglo del capote , que no daban nunca por terminado , dejándolo suelto sobre un hombro , arrollando los extremos en torno de la cintura y procurando que por debajo de este embudo de vivos colores surgiesen , ágiles y gallardas , las piernas enfundadas en seda y oro . Todas las caras estaban pálidas , pero no con palidez mate , sino brillante y lívida , con el sudoroso barniz de la emoción . Pensaban en la arena , invisible en aquellos momentos , sintiendo el irresistible pavor de las cosas que ocurren al otro lado de un muro , el temor de lo que no se ve , el peligro confuso que se anuncia sin presentarse . ¿ Cómo acabaría la tarde ? A espaldas de las cuadrillas sonó el trotar de dos caballos que venían por debajo de las arcadas exteriores de la plaza . Eran los alguaciles , con sus ferreruelos negros y sombreros de teja rematados por plumajes rojos y amarillos . Acababan de hacer el despejo del redondel , dejándolo limpio de curiosos , y venían a ponerse al frente de las cuadrillas , sirviéndolas de batidores . Las puertas del arco se abrieron completamente , así como las de la barrera situada frente a ellas . Apareció el extenso redondel , la verdadera plaza , el espacio circular de arena donde iba a realizarse la tragedia de la tarde para emoción y regocijo de catorce mil personas . El zumbido armónico y confuso se agrandó ahora , convirtiéndose en música alegre y bizarra , marcha triunfal de ruidosos cobres , que hacía mover los brazos marcialmente y contonearse las caderas ... ¡ Adelante los buenos mozos ! Y los lidiadores , parpadeando bajo la violenta transición , pasaron de la sombra a la luz , del silencio de la tranquila galería al bramar del circo , en cuyo graderío agitábase la muchedumbre con oleajes de curiosidad , poniéndose todos en pie para ver mejor . Avanzaban los toreros súbitamente empequeñecidos al pisar la arena por la grandeza de la perspectiva . Eran como muñequillos brillantes , de cuyos bordados sacaba el sol reflejos de iris . Sus graciosos movimientos enardecían a la gente con un entusiasmo igual al del niño ante un juguete maravilloso . La loca ráfaga que agita a las muchedumbres , estremeciendo sus nervios dorsales y erizando su piel sin saber ciertamente por qué , conmovió la plaza entera . Aplaudía la gente , gritaban los más entusiastas y nerviosos , rugía la música , y en medio de este estruendo , que iba esparciéndose por ambos lados , desde la puerta de salida hasta la presidencia , avanzaban las cuadrillas con una lentitud solemne , compensando lo corto del paso con el gentil braceo y el movimiento de los cuerpos . En el redondel de éter azul suspendido sobre la plaza aleteaban palomas blancas , como asustadas por el bramido que se escapaba de este cráter de ladrillo . Los lidiadores sentíanse otros al avanzar sobre la arena . Exponían la vida por algo más que el dinero . Sus incertidumbres y terrores ante lo desconocido los habían dejado más allá de las vallas . Ya pisaban el redondel ; ya estaban frente al público : llegaba la realidad . Y las ansias de gloria de sus almas bárbaras y sencillas , el deseo de sobreponerse a los camaradas , el orgullo de su fuerza y su destreza , les cegaba , haciéndoles olvidar temores e infundiéndoles una audacia brutal . Gallardo se había transfigurado . Erguíase al andar , queriendo ser más alto ; movíase con una arrogancia de conquistador ; miraba a todos lados con aire triunfal , como si sus dos compañeros no existiesen . Todo era suyo : la plaza y el público . Sentíase capaz de matar cuantos toros existiesen a aquellas horas en las dehesas de Andalucía y de Castilla . Todos los aplausos eran para él , estaba seguro de ello . Los miles de ojos femeniles sombreados por mantillas blancas en palcos y barreras sólo se fijaban en su persona , no le cabía duda . El público le adoraba ; y al avanzar , sonriendo con petulancia , como si toda la ovación fuese dirigida a su persona , pasaba revista a los tendidos del graderío , sabiendo dónde se agolpaban los mayores núcleos de sus partidarios y queriendo ignorar dónde se congregaban los amigos de los otros . Saludaron al presidente montera en mano , y el brillante desfile se deshizo , esparciéndose peones y jinetes . Después , mientras un alguacil recogía en su sombrero la llave arrojada por el presidente , Gallardo se dirigió hacia el tendido donde estaban sus mayores entusiastas , dándoles el capote de lujo para que lo guardasen . La hermosa capa , agarrada por varias manos , fue extendida en el borde de la valla como si fuese un pendón , símbolo sagrado de bandería . Los partidarios más entusiastas , puestos de pie y agitando manos y bastones , saludaban al matador , manifestando sus esperanzas . ¡ A ver cómo se portaba el niño de Sevilla ! ... Y él , apoyado en la barrera , sonreía satisfecho de su fuerza , repitiendo a todos : — Muchas grasias . Se hará lo que se puea . No sólo los entusiastas mostrábanse esperanzados al verle . Toda la gente fijábase en él , aguardando hondas emociones . Era un torero que prometía « hule » , según expresión de los aficionados ; y el tal hule era el de las camas de la enfermería . Todos creían que estaba destinado a morir en la plaza de una cornada , y esto mismo hacía que le aplaudiesen con entusiasmo homicida , con un interés bárbaro , semejante al del misántropo que seguía a un domador a todas partes esperando el momento de verle devorado por sus fieras . Gallardo reíase de los antiguos aficionados , graves doctores de la tauromaquia que juzgan imposible un percance mientras el torero se ajuste a las reglas del arte . ¡ Las reglas ! ... El las ignoraba , y no tenía empeño en conocerlas . Valor y audacia eran lo necesario para vencer . Y casi a ciegas , sin más guía que la temeridad ni otro apoyo que el de sus facultades corporales , había hecho una carrera rápida , asombrando al público hasta el paroxismo , aturdiéndolo con su valentía de loco . No había ido , como otros matadores , por sus pasos contados , sirviendo largos años de peón y banderillero al lado de los maestros . Los cuernos de los toros no le daban miedo . « Peores cornás da el hambre . » Lo importante era subir de prisa , y el público le había visto comenzar como espada , logrando en pocos años una inmensa popularidad . Le admiraban por lo mismo que tenían su desgracia como cierta . Enardecíase el público con infame entusiasmo ante la ceguera con que desafiaba a la muerte . Tenía para él las mismas atenciones y cuidados que obtiene un reo en capilla . Este torero no era de los que se reservan : lo daba todo , incluso la vida . Valía el dinero que costaba . Y la muchedumbre , con la bestialidad de los que presencian el peligro en lugar seguro , admiraba y azuzaba al héroe . Los prudentes torcían el gesto ante sus proezas ; le creían un suicida con suerte , y murmuraban : « ¡ Mientras dure ! ... » Sonaron timbales y clarines , y salió el primer toro . Gallardo , sosteniendo en un brazo su capote de faena sin adorno alguno , permanecía cerca de la barrera , junto al tendido de sus partidarios , en una inmovilidad desdeñosa , creyendo que toda la plaza tenía los ojos puestos en su persona . Aquel toro era para otro . Ya daría señales de existencia cuando llegasen los suyos . Pero los aplausos a los lances de capa de los compañeros le sacaron de esta inmovilidad , y a pesar de sus propósitos , se fue al toro , realizando varias suertes en las que era más la audacia que la maestría . La plaza entera le aplaudió , a impulsos de la predilección que sentía por su atrevimiento . Cuando Fuentes mató el primer toro y fue hacia la presidencia saludando a la multitud , Gallardo palideció aún más , como si toda muestra de agrado que no fuese para él equivaliera a un olvido injurioso . Ahora llegaba su turno : iban a verse grandes cosas . No sabía ciertamente qué podrían ser , pero estaba dispuesto a asustar al público . Apenas salió el segundo toro , Gallardo , con su movilidad y su deseo de lucirse , pareció llenar toda la plaza . Su capote estaba siempre cerca de los hocicos de la bestia . Un picador de su cuadrilla , el llamado Potaje , fue derribado del caballo , quedando al descubierto junto a los cuernos , y el maestro , agarrado a la cola de la fiera , tiró con hercúlea fuerza , obligándola a girar hasta que el jinete quedó a salvo . El público aplaudió entusiasmado . Al llegar la suerte de banderillas , Gallardo quedó entre barreras esperando el toque para matar . El Nacional , con los palos en la mano , citaba al toro en el centro de la plaza . Nada de graciosos movimientos ni de arrogantes audacias . « Cuestión de ganarse el pan . » Allá en Sevilla había cuatro pequeños que si moría él no encontrarían otro padre . Cumplir con el deber y nada más : clavar sus banderillas como un jornalero de la tauromaquia , sin desear ovaciones y evitando silbidos . Cuando dejó puesto el par , unos aplaudieron en el vasto graderío y otros increparon al banderillero con tono zumbón , aludiendo a sus ideas . — ¡ Menos política y « arrimarse » más ! Y el Nacional , engañado por la distancia , al oír estos gritos contestaba sonriendo , como su maestro : — Muchas grasias , muchas grasias . Cuando Gallardo saltó de nuevo a la arena al sonar las trompetas y timbales que anunciaban la última suerte , la muchedumbre se agitó con zumbido de emoción . Este matador era el suyo . Iba a verse lo bueno . Tomó la muleta de manos de Garabato , que se la ofrecía plegada desde dentro de la barrera , tiró del estoque que igualmente le presentaba su criado , y con menudos pasos fue a plantarse frente a la presidencia , llevando la montera en una mano . Todos tendían el pescuezo , devorando con los ojos al ídolo , pero nadie oyó el brindis . La arrogante figura de esbelto talle , con el tronco echado atrás para dar mayor fuerza a sus palabras , produjo en la muchedumbre el mismo efecto que la arenga más elocuente . Al terminar su peroración con una media vuelta , arrojando la montera al suelo , el entusiasmo estalló ruidoso . ¡ Olé el niño de Sevilla ! ¡ Ahora iba a verse la verdad ! ... Y los espectadores se miraban unos a otros , prometiéndose mudamente sucesos estupendos . Un estremecimiento corrió por las filas del graderío , como en presencia de algo sublime . El silencio profundo de las grandes emociones cayó de pronto sobre la muchedumbre , cual si la plaza hubiese quedado vacía . La vida de tantos miles de personas estaba condensada en los ojos . Nadie parecía respirar . Gallardo avanzó hacia el toro lentamente , llevando la muleta apoyada en el vientre como una bandera y agitando en la otra mano la espada con un movimiento de péndulo que acompañaba su paso . Al volver un instante la cabeza , vio que le seguían el Nacional y otro de su cuadrilla con el capote al brazo para ayudarle . — ¡ Fuera too er mundo ! Sonó su voz en el silencio de la plaza , llegando hasta los últimos bancos , y un estallido de admiración lo contestó ... « ¡ Fuera too er mundo ! ... » ¡ Había dicho fuera todo el mundo ! ... ¡ Qué hombre ! Llegó completamente solo junto a la fiera , e instantáneamente se hizo otra vez el silencio . Calmosamente deshizo su muleta , la extendió , avanzando así algunos pasos , hasta pegarse casi al hocico del toro , aturdido y asombrado por la audacia del hombre . El público no se atrevía a hablar ni a respirar siquiera , pero en sus ojos brillaba la admiración . ¡ Qué mozo ! ¡ Se iba a los mismísimos cuernos ! ... Golpeó impacientemente la arena con un pie , incitando a la fiera para que acometiese , y la masa enorme de carne , con sus agudas defensas , cayó mugiente sobre él . La muleta pasó sobre los cuernos , y éstos rozaron las borlas y caireles del traje del matador , que siguió firme en su sitio , sin otro movimiento que echar atrás el busto . Un rugido de la muchedumbre contestó a este pase de muleta . ¡ Olé ! ... Se revolvió la fiera , acometiendo otra vez al hombre y a su trapo , y volvió a repetirse el pase , con igual rugido del público . El toro , cada vez más furioso por el engaño , acometía al lidiador , y éste repetía los pases de muleta , moviéndose en un limitado espacio de terreno , enardecido por la proximidad del peligro y las exclamaciones admirativas de la muchedumbre , que parecían embriagarle . Gallardo sentía junto a él los bufidos de la fiera ; llegaban a su diestra y a su rostro los hálitos húmedos de su baba . Familiarizado por el contacto , miraba al bruto como a un buen amigo que iba a dejarse matar para contribuir a su gloria . Quedose inmóvil el toro algunos instantes , como cansado de este juego , mirando con ojos de sombría reflexión al hombre y al trapo rojo , sospechando en su obscuro pensamiento la existencia de un engaño que , de acometida en acometida , le empujaba hacia la muerte . Gallardo sintió la corazonada de sus mejores éxitos . ¡ Ahora ! ... Lió la muleta con un movimiento circular de su mano izquierda , dejándola arrollada en torno del palo , y elevó la diestra a la altura de sus ojos , quedando con la espada inclinada hacia la cerviz de la fiera . La muchedumbre se agitó con movimiento de protesta y escándalo . — ¡ No te tires ! ... — gritaron miles de voces — . ¡ No ... no ! Era demasiado pronto . El toro no estaba bien colocado : iba a arrancarse y a cogerlo . Movíase fuera de todas las reglas del arte . Pero ¿ qué le importaban las reglas ni la vida a aquel desesperado ? ... De pronto se echó con la espada por delante , al mismo tiempo que la fiera caía sobre él . Fue un encontronazo brutal , salvaje . Por un instante , hombre y bestia formaron una sola masa , y así marcharon juntos algunos pasos , sin poder distinguirse quién era el vencedor : el hombre con un brazo y parte del cuerpo metido entre los dos cuernos ; la bestia bajando la cabeza y pugnando por atrapar con sus defensas el monigote de oro y colores , que parecía escurrirse . Por fin se deshizo el grupo , la muleta quedó en el suelo como un harapo , y el lidiador , libres las manos , salió tambaleándose por el impulso del choque , hasta que algunos pasos más allá recobró el equilibrio . Su traje estaba en desorden ; la corbata flotaba fuera del chaleco , enganchada y rota por uno de los cuernos . El toro siguió su carrera con la velocidad del primer impulso . Sobre su ancho cuello apenas se destacaba la roja empuñadura del estoque , hundido hasta la cruz . De pronto , el animal se detuvo en su carrera , agitándose con doloroso movimiento de cortesía ; dobló las patas delanteras , inclinó la cabeza hasta tocar la arena con su hocico mugiente , y acabó por acostarse con estremecimientos agónicos ... Pareció que se derrumbaba la plaza , que los ladrillos chocaban unos con otros , que la multitud iba a huir presa de pánico , según se ponía en pie , pálida , trémula , gesticulando y braceando . ¡ Muerto ! ... ¡ Qué estocada ! Todos habían creído , durante un segundo , enganchado en los cuernos al matador ; todos daban por seguro verle caer ensangrentado sobre la arena ; y al contemplarle de pie , aturdido aún por el choque , pero sonriente , la sorpresa y el asombro aumentaban el entusiasmo . — ¡ Qué bruto ! — gritaban en los tendidos , no encontrando nada más justo para expresar su admiración — . ¡ Qué bárbaro ! Y los sombreros volaban a la arena , y un redoble gigantesco de aplausos , semejante a una lluvia de granizo , corría de tendido en tendido conforme avanzaba el matador por el redondel , siguiendo el contorno de la barrera , hasta llegar frente a la presidencia . La ovación estalló estruendosa cuando Gallardo , abriendo los brazos , saludó al presidente . Todos gritaban , reclamando para el diestro los honores de la maestría . Debían darle la oreja . Nunca tan justa esta distinción . Estocadas como aquella se veían pocas . Y el entusiasmo aún fue mayor cuando un mozo de la plaza le entregó un triángulo obscuro , peludo y sangriento : la punta de una de las orejas de la fiera . Estaba ya en el redondel el tercer toro y duraba aún la ovación a Gallardo , como si el público no hubiese salido de su asombro , como si todo lo que pudiera ocurrir en el resto de la corrida careciese de valor . Los otros toreros , pálidos de envidia profesional , se esforzaban por atraerse la atención del público . Sonaban los aplausos , pero eran flojos y desmayados después de las anteriores ovaciones . El público estaba quebrantado por el delirio de su entusiasmo , y atendía distraídamente a los lances que se desarrollaban en el redondel . Se entablaban vehementes discusiones de grada a grada . Los devotos de otros matadores , serenos ya y libres del arrebato que los había arrastrado a todos , rectificaban su espontáneo movimiento , discutiendo a Gallardo . Muy valiente , muy atrevido , un suicida ; pero aquello no era arte . Y los entusiastas del ídolo , los más vehementes y brutales , que admiraban su audacia a impulsos del propio carácter , indignábanse , con la cólera del creyente que ve puestos en duda los milagros de su santo . Cortábase la atención del público con incidentes obscuros que agitaban las gradas . De pronto movíase la gente en una sección del tendido : poníanse los espectadores en pie , volviendo la espalda al redondel ; arremolinábanse sobre las cabezas brazos y bastones . El resto de la muchedumbre dejaba de mirar a la arena , fijándose en el sitio de la agitación y en los grandes números pintados en la valla de la contrabarrera que marcaban las diferentes secciones del graderío . — ¡ Bronca en el 3 ! — gritaban alegremente — . ¡ Ahora riñen en el 5 ! Siguiendo el impulso contagioso de las muchedumbres , todos se agitaban y se ponían en pie , queriendo ver por encima de las cabezas de los vecinos , sin poder distinguir otra cosa que la lenta ascensión de los policías , los cuales , abriéndose paso de grada en grada , llegaban al grupo en cuyo seno se desarrollaba la reyerta . — ¡ Sentarse ! — gritaban los más prudentes , privados de la vista del redondel , donde seguían trabajando los toreros . Poco a poco se calmaban las oleadas de la muchedumbre ; las filas de cabezas tomaban su anterior regularidad , siguiendo las líneas circulares de los bancos , y continuaba la corrida . Pero el público parecía con los nervios excitados , y su estado de ánimo manifestábase con una injusta animosidad contra ciertos lidiadores o un silencio desdeñoso . El público , estragado por la gran emoción de poco antes , encontraba insípidos todos los lances . Entretenía su fastidio comiendo y bebiendo . Los vendedores de la plaza iban entre barreras , arrojando con pasmosa habilidad los artículos que les pedían . Las naranjas volaban como rojas pelotas hasta lo más alto del tendido , yendo de la mano del vendedor a las del público en línea recta , como si un hilo tirase de ellas . Destapábanse botellas de bebidas gaseosas . El oro líquido de los vinos andaluces brillaba en los vasos . Circuló por el graderío un movimiento de curiosidad . Fuentes iba a banderillear su toro , y todos esperaban algo extraordinario de habilidad y de gracia . Avanzó solo a los medios de la plaza con las banderillas en una mano , sereno , tranquilo , marchando lentamente , como si fuese a comenzar un juego . El toro seguía sus movimientos con ojos curiosos , asombrado de ver ante él un hombre solo , después de la anterior baraúnda de capotes extendidos , picas crueles clavadas en su morrillo y jacos que venían a colocarse cerca de los cuernos , como ofreciéndose a su empuje . El hombre hipnotizaba a la bestia . Se aproximaba hasta tocar su testuz con la punta de las banderillas ; corría después con menudo paso , y el toro iba tras él , como si lo hubiera convencido , llevándoselo al extremo opuesto de la plaza . El animal parecía amaestrado por el lidiador , le obedecía en todos sus movimientos , hasta que éste , dando por terminado el juego , abría sus brazos con una banderilla en cada mano , erguía sobre las puntas de los pies su cuerpo esbelto y menudo , y marchaba hacia el toro con majestuosa tranquilidad , clavando los palos de colores en el cuello de la sorprendida fiera . Por tres veces realizó la suerte , entre las aclamaciones del público . Los que se tenían por inteligentes desquitábanse ahora de la explosión de entusiasmo provocada por Gallardo . ¡ Esto era ser torero ! ¡ Esto era arte puro ! ... Gallardo , de pie junto a la barrera , limpiábase el sudor del rostro con una toalla que le ofrecía Garabato . Después bebió agua , volviendo la espalda al redondel para no ver las proezas de su compañero . Fuera de la plaza estimaba a sus rivales , con la fraternidad que establece el peligro ; pero así que pisaba la arena todos eran enemigos , y sus triunfos le dolían como ofensas . Ahora , el entusiasmo del público parecíale un robo que disminuía su gran triunfo . Cuando salió el quinto toro , que era para él , se lanzó a la arena ansioso de asombrar al público con sus proezas . Así que caía un picador , tendía él la capa y se llevaba el toro al otro extremo del redondel , aturdiéndolo con una serie de capotazos , hasta que , turbada la fiera , quedábase inmóvil . Entonces Gallardo la tocaba el hocico con un pie , o quitándose la montera la depositaba entre sus cuernos . Otras veces abusaba de la estupefacción del animal , presentándole el vientre con audaz reto , o se arrodillaba a corta distancia , faltándole poco para acostarse bajo sus hocicos . Los viejos aficionados protestaban sordamente . ¡ Monerías ! ¡ payasadas que no se hubieran tolerado en otros tiempos ! ... Pero tenían que callarse , abrumados por el griterío del público . Cuando sonó el toque de banderillas , la gente quedó en suspenso al ver que Gallardo quitaba sus palos al Nacional y con ellos se dirigía hacia la fiera . Hubo una exclamación de protesta . ¡ Banderillear él ! ... Todos conocían su flojedad en tal suerte . Esta quedaba para los que habían hecho su carrera paso a paso , para los que habían sido banderilleros muchos años al lado de sus maestros antes de llegar a matadores ; y Gallardo había comenzado por el final , matando toros desde que salió a la plaza . — ¡ No ! ¡ no ! — clamaba la muchedumbre . El doctor Ruiz gritó y manoteó desde la contrabarrera : — ¡ Deja eso , niño ! Tú sólo sabes la verdad ... ¡ Matar ! Pero Gallardo despreciaba al público y era sordo a sus protestas cuando sentía el impulso de la audacia . En medio del griterío se fue rectamente al toro , y sin que éste se moviese , ¡ zas ! le clavó las banderillas . El par quedó fuera de sitio , torpemente prendido , y uno de los palos se cayó con el movimiento de sorpresa de la bestia . Pero esto no importaba . Con la debilidad que las muchedumbres sienten siempre por sus ídolos , excusando y justificando sus defectos , todo el público celebraba risueño esta audacia . El , cada vez más atrevido , tomó otras banderillas y las clavó , desoyendo las protestas de la gente , que temía por su vida . Luego repitió la suerte por tercera vez , siempre con torpeza , pero con tal arrojo , que lo que en otro hubiese provocado silbidos fue acogido con grandes explosiones admirativas . ¡ Qué hombre ! ¡ Cómo ayudaba la suerte a aquel atrevido ! ... Quedó el toro con sólo cuatro banderillas de las seis , y éstas tan flojas , que la bestia parecía no sentir el castigo . — Está muy entero — gritaban los aficionados en los tendidos aludiendo al toro , mientras Gallardo , empuñando estoque y muleta , con la montera puesta , marchaba hacia él , arrogante y tranquilo , confiando en su buena estrella . — ¡ Fuera toos ! — gritó otra vez . Al adivinar que alguien se mantenía cerca de él , no atendiendo sus órdenes , volvió la cabeza . El Fuentes estaba a pocos pasos . Le había seguido con el capote al brazo , fingiendo distracción , pero pronto a acudir en su auxilio , como si presintiese una desgracia . — Déjeme usté , Antonio — dijo Gallardo con una expresión colérica y respetuosa a la vez , como si hablase a un hermano mayor . Y era tal su gesto , que Fuentes levantó los hombros cual si repeliese toda responsabilidad , y le volvió la espalda , aloyándose poco a poco , con la certeza de ser necesario de un momento a otro . Gallardo extendió su trapo en la misma cabeza de la fiera , y ésta le acometió . Un pase . « ¡ Olé ! » , rugieron los entusiastas . Pero el animal se revolvió prontamente , cayendo de nuevo sobre el matador con un violento golpe de cabeza que arrancó la muleta de sus manos . Al verse desarmado y acosado , tuvo que correr hacia la barrera ; pero en el mismo instante el capote de Fuentes distrajo al animal . Gallardo , que adivinó en su fuga la súbita inmovilidad del toro , no saltó la barrera : se sentó en el estribo y así permaneció algunos instantes , contemplando a su enemigo a pocos pasos . La derrota acabó en aplausos por este alarde de serenidad . Recogió Gallardo muleta y estoque , arregló cuidadosamente el trapo rojo , y otra vez fue a colocarse ante la cabeza de la fiera , pero con menos serenidad , dominado por una cólera homicida , por el deseo de matar cuanto antes a aquel animal que le había hecho huir a la vista de miles de admiradores . Apenas dio un pase creyó llegado el momento decisivo , y se cuadró , con la muleta baja , llevándose la empuñadura del estoque junto a los ojos . El público protestaba otra vez , temiendo por su vida . — ¡ No te tires ! ¡ No ! ... ¡ Aaay ! Fue una exclamación de horror que conmovió a toda la plaza ; un espasmo que hizo poner de pie a la muchedumbre , con los ojos agrandados , mientras las mujeres se tapaban la cara o se agarraban convulsas al brazo más cercano . Al tirarse el matador , su espada dio en hueso , y retardado en el movimiento de salida por este obstáculo , había sido alcanzado por uno de los cuernos . Gallardo quedó enganchado por la mitad del cuerpo ; y aquel buen mozo , fuerte y membrudo , con toda su pesadumbre , viose zarandeado al extremo de un asta cual mísero maniquí , hasta que la poderosa bestia , con un cabezazo , lo expulsó a algunos metros de distancia , cayendo el torero pesadamente en la arena , abiertos los remos , como una rana vestida de seda y oro . — ¡ Lo ha matado ! ¡ Una cornada en el vientre ! — gritaban en los tendidos . Pero Gallardo se levantó entre las capas y los hombres que acudieron a cubrirle y salvarle . Sonreía ; se tentaba el cuerpo ; levantaba después los hombros para indicar al público que no tenía nada . El porrazo nada más y la faja hecha trizas . El cuerno sólo había penetrado en esta envoltura de seda fuerte . Volvió a coger los « trastos de matar » , pero ya nadie quiso sentarse , adivinando que el lance iba a ser breve y terrible . Gallardo marchó hacia la fiera con su ceguedad de impulsivo , como si no creyese en el poder de sus cuernos luego de salir ileso : dispuesto a matar o a morir , pero inmediatamente , sin retrasos ni precauciones . ¡ O el toro o él ! Veía rojo , cual si sus ojos estuviesen inyectados de sangre . Escuchaba , como algo lejano que venía de otro mundo , el vocerío de la muchedumbre aconsejándole serenidad . Dio sólo dos pases , ayudado por un capote que se mantenía a su lado , y de pronto , con celeridad de ensueño , como un muelle que se suelta del afianzador , lanzose sobre el toro , dándole una estocada que sus admiradores llamaban de relámpago . Metió tanto el brazo , que al salirse de entre los cuernos todavía le alcanzó el roce de uno de éstos , enviándolo tambaleante a algunos pasos ; pero quedó en pie , y la bestia , tras loca carrera , fue a caer en el extremo opuesto de la plaza , quedando con las piernas dobladas y el testuz junto a la arena , hasta que llegó el puntillero para rematarla . El público pareció delirar de entusiasmo . ¡ Hermosa corrida ! Estaba ahíto de emociones . Aquel Gallardo no robaba el dinero : correspondía con exceso al precio de la entrada . Los aficionados iban a tener materia para hablar tres días en sus tertulias de café . ¡ Qué valiente ! ¡ Qué bárbaro ! ... Y los más entusiastas , con una fiebre belicosa , miraban a todos lados como si buscasen enemigos . — ¡ El primer matador del mundo ! ... Y aquí estoy yo , para el que diga lo contrario . El resto de la corrida apenas llamó la atención . Todo parecía desabrido y gris tras las audacias de Gallardo . Cuando cayó en la arena el último toro , una oleada de muchachos , de aficionados populares , de aprendices de torero , invadió el redondel . Rodearon a Gallardo , siguiéndole en su marcha desde la presidencia a la puerta de salida . Le empujaban , queriendo todos estrechar su mano , tocar su traje , y al fin , los más vehementes , sin hacer caso de las manotadas del Nacional y los otros banderilleros , agarraron al maestro por las piernas y lo subieron en hombros , llevándolo así por el redondel y las galerías hasta las afueras de la plaza . Gallardo , quitándose la montera , saludaba a los grupos que aplaudían su paso . Envuelto en su capote de lujo , se dejaba llevar como una divinidad , inmóvil y erguido sobre la corriente de sombreros cordobeses y gorras madrileñas , de la que salían aclamaciones de entusiasmo . Cuando se vio en el carruaje , calle de Alcalá abajo , saludado por la muchedumbre que no había presenciado la corrida , pero estaba ya enterada de sus triunfos , una sonrisa de orgullo , de satisfacción en las propias fuerzas , iluminó su rostro sudoroso , en el que perduraba la palidez de la emoción . El Nacional , conmovido aún por la cogida del maestro y su tremendo batacazo , quería saber si sentía dolores y si era asunto de llamar al doctor Ruiz . — Na : una caricia na más ... A mí no hay toro que me mate . Pero como si en medio de su orgullo surgiese el recuerdo de las pasadas debilidades y creyera ver en los ojos del Nacional una expresión irónica , añadió : — Son cosas que me dan antes de ir a la plaza ... Argo así como los vapores de las mujeres . Pero tú llevas razón , Sebastián . ¿ Cómo dices ? ... Dios u la Naturaleza , eso es : Dios u la Naturaleza no tieen por qué meterse en estas cosas del toreo . Ca uno sale como puede , con su habilidad o su coraje , sin que le valgan recomendaciones de la tierra ni del cielo ... Tú tiees talento , Sebastián : tú debías de haber estudiao una carrera . Y en el optimismo de su alegría , miraba al banderillero como un sabio , sin acordarse de las burlas con que había acogido siempre sus enrevesadas razones . Al llegar al alojamiento encontró en el vestíbulo a muchos admiradores deseosos de abrazarle . Hablaban de sus hazañas con tales hipérboles , que parecían distintas , exageradas y desfiguradas por los comentarios en el corto trayecto de la plaza al hotel . Arriba encontró su habitación llena de amigos , señores que le tuteaban , e imitando el habla rústica de la gente del campo , pastores y ganaderos , le decían golpeándole los hombros : — Has estao mu güeno ... ¡ Pero mu güeno ! Gallardo se libró de esta acogida entusiasta saliéndose al corredor con Garabato . — Ve a poner el telegrama a casa . Ya lo sabes : « Sin noveá . » Garabato se excusó . Tenía que ayudar al maestro a desnudarse . Los del hotel se encargarían de enviar el despacho . — No ; quiero que seas tú . Yo esperaré ... Debes poné otro telegrama . Ya sabes pa quién es : pa aquella señora , pa doña Zol . También « Sin noveá » . Cuando a la señora Angustias se le murió su esposo , el señor Juan Gallardo , acreditado remendón establecido en un portal del barrio de la Feria , lloró con el desconsuelo propio del caso ; pero al mismo tiempo , en el fondo de su ánimo latía la satisfacción del que reposa tras larga marcha , librándose de un peso abrumador . — ¡ Probesito de mi arma ! Dios lo tenga en su gloria . ¡ Tan güeno ! ... ¡ Tan trabajaor ! En veinte años de vida común no la había dado otros disgustos que los que sufrían las demás mujeres del barrio . De las tres pesetas que unos días con otros venía a sacar de su trabajo , entregaba una a la señora Angustias para el sostén de la casa y la familia , destinando las otras dos al entretenimiento de su persona y gastos de representación . Había que corresponder a las « finezas » de los amigos cuando convidan a unas cañas ; y el vino andaluz , por lo mismo que es la gloria de Dios , cuesta caro . También debía ir a los toros inevitablemente , porque un hombre que no bebe ni asiste a las corridas ... ¿ para qué está en el mundo ? La señora Angustias , con sus dos hijos , Encarnación y Juanillo , tenía que aguzar el ingenio y desplegar múltiples habilidades para llevar la familia adelante . Trabajaba como asistenta en las casas más acomodadas del barrio , cosía para las vecinas , correteaba ropas y alhajas en representación de cierta prendera amiga suya y hacía pitillos para los señores , recordando sus habilidades de la juventud , cuando el señor Juan , novio entusiasta y zalamero , venía a esperarla a la salida de la Fábrica de Tabacos . Nunca pudo quejarse de infidelidades o malos tratos de su difunto . Los sábados , cuando el remendón volvía borracho a casa a altas horas de la noche , sostenido por los amigos , la alegría y la ternura llegaban con él . La señora Angustias tenía que entrarlo a empellones , pues se obstinaba en permanecer a la puerta batiendo palmas y entonando con voz babosa lentas canciones de amor dedicadas a su voluminosa compañera . Y cuando al fin se cerraba la puerta tras él , privando a los vecinos de un motivo de regocijo , el señó Juan , en plena borrachera sentimental , se empeñaba en ver a los pequeños , que ya estaban acostados , los besaba , mojándolos con gruesos lagrimones , y repetía sus trovas en honor de la señora Angustias — ¡ olé ! ¡ la primera hembra del mundo ! — , acabando la buena mujer por desarrugar el ceño y reírse , mientras lo desnudaba y manejaba como si fuese un niño enfermo . Este era su único vicio . ¡ Pobrecillo ! ... De mujeres y de juego , ni señal . Su egoísmo , que le hacía ir bien vestido , mientras la familia andaba harapienta , y su desigualdad en el reparto de los productos del trabajo , compensábalos con iniciativas generosas . La señora Angustias recordaba con orgullo los días de gran fiesta , cuando Juan la hacía ponerse el pañolón de Manila , la mantilla de casamiento , y llevando los niños por delante marchaba a su lado , con blanco sombrero cordobés y bastón de puño de plata , dando un paseo por las Delicias , con el mismo aire de una familia de comerciantes de la calle de las Sierpes . Los días de toros baratos la obsequiaba rumbosamente antes de ir a la plaza , ofreciéndola unas cañas de manzanilla en La Campana o un café en la plaza Nueva . Este tiempo feliz no era ya mas que un pálido y grato recuerdo en la memoria de la pobre mujer . El señor Juan enfermó de tisis , y durante dos años la esposa tuvo que atender a su cuidado , extremando aún más sus industrias para compensar la falta de la peseta que le entregaba antes el marido . Finalmente murió en el hospital , resignado con su suerte , convencido de que la existencia nada vale sin manzanilla y sin toros , y su última mirada de amor y de agradecimiento fue para su mujer , como si le gritase con los ojos : « ¡ Olé ! ¡ la primera hembra del mundo ! ... » Al quedar sola la señora Angustias no empeoraba su situación ; antes bien , considerábase con mayor desembarazo en los movimientos , libre de aquel hombre que en los dos últimos años pesaba más sobre ella que el resto de la familia . Mujer enérgica y de prontas resoluciones , marcó inmediatamente un camino a sus hijos . Encarnación , que tenía ya diez y siete años , fue a la Fábrica de Tabacos , donde pudo introducirla su madre gracias a sus relaciones con ciertas amigas de la juventud llegadas a maestras . Juanillo , que de pequeño había pasado los días en el portal del barrio de la Feria viendo trabajar a su padre , iba a ser zapatero por voluntad de la señora Angustias . Le sacó de la escuela , donde había aprendido a mal leer , y a los doce años entró como aprendiz de uno de los mejores zapateros de Sevilla . Aquí comenzó el martirio de la pobre mujer . ¡ Ay , aquel muchacho ! ¡ Hijo de unos padres tan honrados ! ... Casi todos los días , en vez de entrar en la tienda del maestro , se iba al Matadero con ciertos pillos que tenían su punto de reunión en un banco de la Alameda de Hércules , y para regocijo de pastores y matarifes , osaban echar un capote a los bueyes , siendo volteados y pateados las más de las veces . La señora Angustias , que velaba aguja en mano muchas noches para que el niño fuese decentito al taller , con las ropas limpias , le encontraba en la puerta de su casa , temeroso de entrar y sin valor al mismo tiempo para huir , por la servidumbre del hambre , con los pantalones rotos , la chaqueta sucia y chichones y rasguños en la cara . A los magullamientos del buey traidor uníanse las bofetadas y escobazos de la madre ; pero el héroe del Matadero pasaba por todo con tal que no le faltase la pitanza . « Pega , pero dame que comer . » Y con el apetito excitado por el ejercicio violento , engullía el pan duro , las judías averiadas , el bacalao putrefacto , todos los víveres de desecho que la hacendosa mujer buscaba en las tiendas para mantener a la familia con poco dinero . Atareada todo el día en fregar pisos de casas ajenas , sólo de tarde en tarde podía ocuparse de su hijo , yendo a la tienda del maestro para enterarse de los progresos del aprendiz . Cuando volvía de la zapatería bufaba de coraje , proponiéndose los más estupendos castigos que corrigiesen al pillete . La mayor parte de los días no se presentaba en la tienda . Pasaba la mañana en el Matadero , y por las tardes formaba grupo a la entrada de la calle de las Sierpes con otros vagabundos , admirando de cerca a los toreros sin contrata que se juntaban en La Campana , vestidos de nuevo , con flamantes sombreros , pero sin más de una peseta en el bolsillo y hablando cada cual de sus propias hazañas . Juanillo los contemplaba como seres de asombrosa superioridad , envidiando su buen porte y la frescura con que piropeaban a las mujeres . La idea de que todos ellos tenían en su casa un traje de seda bordado de oro , y metidos en él marchaban ante la muchedumbre al son de la música , producíale un escalofrío de respeto . El hijo de la señora Angustias era conocido por el Zapaterín entre sus desarrapados amigos , y mostrábase satisfecho de tener un apodo , como casi todos los grandes hombres que salen al redondel . Por algo se empieza . Llevaba al cuello un pañuelo rojo que había sustraído a su hermana , y por debajo de la gorra salíale el pelo amontonado sobre las orejas en gruesos mechones , que se alisaba con saliva . Las blusas de dril queríalas hasta la cintura , con numerosos pliegues . Los pantalones , viejos restos del vestuario de su padre acomodados por la señora Angustias , exigíalos altos de talle , con las piernas anchas y las caderas bien recogidas , llorando de humillación cuando la madre no quería ceñirse a estas exigencias . ¡ Una capa ! ¡ Poseer una capa de brega , no teniendo que implorar a otros más felices el préstamo del ansiado trapo por unos minutos ! ... En un cuartucho de la casa yacía olvidado un viejo colchón con las tripas flácidas . La lana habíala vendido la señora Angustias en días de apuro . El Zapaterín pasó una mañana encerrado en el cuarto , aprovechando la ausencia de su madre , que trabajaba aquel día como asistenta en casa de un canónigo . Con la ingeniosidad del náufrago que , entregado a sus iniciativas , tiene que fabricárselo todo en una isla desierta , cortó un capote de lidia en la tela húmeda y deshilachada . Después hirvió en un puchero un puñado de anilina roja comprada en una droguería , y sumió en este tinte el viejo lienzo . Juanillo admiró su obra . ¡ Un capote del más vivo escarlata , que iba a despertar muchas envidias en las capeas de los pueblos ! ... Sólo faltaba que se secase , y lo puso al sol entre las ropas blancas de las vecinas . El viento , al mecer el trapo chorreante , fue manchando las piezas inmediatas , y un concierto de maldiciones y amenazas , de puños crispados y bocas que proferían las más feas palabras contra él y su madre , obligó al Zapaterín a recoger su manto de gloria y salir por pies , cubiertas de rojo cara y manos , como si acabase de cometer un homicidio . La señora Angustias , hembra fuerte , obesa y bigotuda , que no temía a los hombres e inspiraba respeto a las mujeres por sus resoluciones enérgicas , mostrábase descorazonada y floja ante su hijo . ¡ Qué hacer ! ... Sus manos habíanse ensayado en todas las partes del cuerpo del muchacho ; las escobas se rompían sin resultado positivo . Aquel maldito tenía , según ella , carne de perro . Habituado fuera de casa a los tremendos cabezazos de los becerros , al cruel pateo de las vacas , a los palos de pastores y matarifes , que trataban sin compasión a la pillería tauromáquica , los golpes de la madre parecíanle un hecho natural , una continuación de la vida exterior , que se prolongaba dentro de su casa , y los aceptaba sin propósito de enmienda , como un escote que había de pagar a cambio del sustento , rumiando el pan duro con famélico regodeo , mientras las maldiciones maternales y los puñetazos llovían en sus espaldas . Apenas saciaba su hambre huía de la casa , valiéndose de la libertad en que le dejaba la señora Angustias ausentándose para sus faenas . En La Campana , ágora venerable del toreo , donde circulan las grandes noticias de la afición , recibía avisos de sus compañeros que le producían escalofríos de entusiasmo . — Zapaterín , mañana corrida . Los pueblos de la provincia celebraban las fiestas del santo patrón con capeas de toros corridos , y allá marchaban los pequeños toreros , con la esperanza de poder decir a la vuelta que habían tendido el capote en las plazas gloriosas de Aznalcollar , Bullullos o Mairena . Emprendían la marcha de noche , con la capa al hombro si era verano y envueltos en ella en el invierno , el estómago vacío y hablando continuamente de toros . Si la marcha era de varias jornadas , acampaban al raso o eran admitidos por caridad en el pajar de una venta . ¡ Ay de las uvas , de los melones y los higos que encontraban al paso en la buena época ! ... Su única inquietud era que otro grupo , otra « cuadrilla » , hubiese tenido igual pensamiento y se presentase en el pueblo , entablando ruda competencia . Cuando llegaban al término de su viaje , con las cejas y la boca llenas de polvo , flojos y despeados por la marcha , se presentaban al alcalde , y el más desvergonzado , que llenaba las funciones de director , hablaba de los méritos de su gente , dándose todos por felices si la generosidad municipal los aposentaba en la cuadra del mesón , regalándolos encima con una olla , que quedaba limpia a los pocos instantes . En la plaza del lugar , cerrada con carros y tablados , soltábanse toros viejos , verdaderos castillos de carne , llenos de costras y cicatrices , con cuernos astillosos y enormes ; reses que llevaban muchos años de ser toreadas en todas las fiestas de la provincia ; animales venerables que « sabían latín » , tanta era su malicia , y habituados a un continuo toreo , estaban en el secreto de las habilidades de la lidia . Los mozos del pueblo pinchaban a las fieras desde lugar seguro , y la gente buscaba motivo de diversión , más aún que en el toro , en los « toreros » venidos de Sevilla . Tendían éstos sus capas con las piernas temblorosas y el ánimo reconfortado por el peso del estómago . Revolcón , y grande algazara en el público . Cuando alguno , con repentino terror , refugiábase en las empalizadas , la barbarie campesina le acogía con insultos , golpeándole las manos agarradas a la madera , dándole varazos en las piernas para que saltase a la plaza . « ¡ Arre , sinvergüenza ! ¡ A darle la cara al toro , embustero ! ... » Alguna vez sacaban de la plaza a uno de los « diestros » entre cuatro compañeros , pálido con una blancura de papel , los ojos vidriosos , la cabeza caída , el pecho como un fuelle roto . Acudía el albéitar , tranquilizando a todos al no ver sangre . Era una conmoción sufrida por el muchacho al ser despedido a algunos metros de distancia , cayendo al suelo como un talego de ropa . Otras veces era la angustia de haber sido pisado por una bestia de enorme pesadumbre . Le echaban un cubo de agua por la cabeza , y luego , al recobrar los sentidos , obsequiábanle con un gran trago de aguardiente de Cazalla de la Sierra . Ni un príncipe podría verse mejor cuidado . A la plaza otra vez . Y cuando no le quedaban al pastor toros que soltar y se aproximaba la noche , dos de la cuadrilla cogían el mejor capote de la sociedad , y sosteniéndole por las puntas , iban de tablado en tablado solicitando una gratificación . Llovían sobre la tela roja las monedas de cobre según el gusto que habían dado a los vecinos las proezas de los forasteros , y terminada la corrida emprendían la vuelta a la ciudad , sabiendo que en la posada se había agotado su crédito . Muchas veces reñían en el camino por la distribución de la calderilla guardada en un pañuelo anudado . Luego , en el resto de la semana , recordaban sus hazañas ante los ojos absortos de los compinches que no habían sido de la expedición . Hablaban de sus verónicas en El Garrobo , de sus navarras de Lora , o de una terrible cogida en El Pedroso , imitando los aires y actitudes de los verdaderos profesionales que a pocos pasos de ellos consolaban su falta de contratas con toda clase de petulancias y mentiras . Cierta vez , la señora Angustias estuvo más de una semana sin saber de su hijo . Al fin tuvo vagas noticias de que había sido herido en una capea en el pueblo de Tocina . ¡ Dios mío ! ¿ Dónde estaría aquel pueblo ? ¿ Cómo ir a él ? ... Dio por muerto a su hijo , le lloró , quiso , sin embargo , ir allá , y cuando disponía el viaje vio llegar a Juanillo , pálido , débil , pero hablando con alegría varonil de su accidente . No era nada : un puntazo en una nalga ; una herida de varios centímetros de profundidad . Y con el impudor del triunfo , quería mostrarla a los vecinos , afirmando que metía en ella un dedo sin llegar al fin . Sentíase orgulloso del hedor de yodoformo que iba esparciendo a su paso , y hablaba de las atenciones con que le habían tratado en aquel pueblo , que era para él lo mejor de España . Los vecinos más ricos , como quien dice la aristocracia , se interesaban por su suerte ; el alcalde había ido a verle , pagándole después el viaje de vuelta . Aún guardaba en su bolsillo tres duros , que entregó a su madre con una generosidad de grande hombre . ¡ Y tanta gloria a los catorce años ! Su satisfacción fue todavía mayor cuando en La Campana , algunos toreros — pero toreros de verdad — fijaron su atención en el muchacho , preguntándole cómo marchaba de su herida . Después de este accidente ya no volvió a la tienda de su maestro . Sabía lo que eran los toros ; su herida había servido para acrecentar su audacia . ¡ Torero , nada más que torero ! La señora Angustias abandonó todo propósito de corrección , juzgándolo inútil . Se hizo la cuenta de que no existía su hijo . Cuando se presentaba en casa por la noche , a la hora en que la madre y la hermana comían juntas , hacíanle plato silenciosas , intentando abrumarle con su desprecio . Pero esto en nada alteraba su masticación . Si llegaba tarde , no le guardaban ni un mendrugo , y tenía que volverse a la calle lo mismo que había venido . Era paseante nocturno en la Alameda de Hércules con otros muchachos de ojos viciosos , mezcla confusa de aprendices de criminal y de torero . Las vecinas le encontraban algunas veces en las calles hablando con señoritos cuya presencia hacía reír a las mujeres , o con graves caballeros a los que la maledicencia daba motes femeniles . Unas temporadas vendía periódicos , y en las grandes fiestas de Semana Santa ofrecía a las señoras sentadas en la plaza de San Francisco bandejas de caramelos . En época de feria vagaba por las inmediaciones de los hoteles esperando a un « inglés » , pues para él todos los viajeros eran ingleses , con la esperanza de servirle de guía . — ¡ Milord ! ... ¡ Yo torero ! — decía al ver una figura exótica , como si su calidad profesional fuese una recomendación indiscutible para los extranjeros . Y para certificar su identidad se quitaba la gorra , echando atrás la coleta : un mechón de a cuarta que llevaba tendido en lo alto de la cabeza . Su compañero de miseria era Chiripa , muchacho de su misma edad , pequeño de cuerpo y de ojos maliciosos , sin padre ni madre , que vagaba por Sevilla desde que tenía uso de razón y ejercía sobre Juanillo el dominio de la experiencia . Tenía un carrillo cortado por la cicatriz de una cornada , y esta señal considerábala el Zapaterín como algo muy superior a su herida invisible . Cuando , a la puerta de un hotel , alguna viajera ávida de « color local » hablaba con los pequeños toreros , admirando sus coletas y el relato de sus heridas , para acabar dándoles dinero , Chiripa decía con tono sentimental : — No le dé usté a ese , que tié mare , y yo estoy solito en er mundo . ¡ El que tié mare no sabe lo que tiene ! Y el Zapaterín , con una tristeza de remordimiento , permitía que el otro se apoderase de todo el dinero , murmurando : — Es verdá ... es verdá . Este enternecimiento no impedía a Juanillo continuar su existencia anormal , apareciendo en casa de la señora Angustias muy de tarde en tarde y emprendiendo viajes lejos de Sevilla . Chiripa era un maestro de la vida errante . Los días de corrida afirmábase en su voluntad el propósito de entrar en la Plaza de Toros con su camarada , apelando para esto a las estratagemas de escalar los muros , deslizarse entre el gentío o enternecer a los empleados con humildes súplicas . ¡ Una fiesta taurina sin que la viesen ellos , que eran de la profesión ! ... Cuando no había capea en los pueblos de la provincia , iban a echar su trapo a los novillos de la dehesa de Tablada ; pero todos estos alicientes de la vida de Sevilla no bastaban a satisfacer su ambición . Chiripa había corrido mundo , y hablaba a su compañero de las grandes cosas vistas por él en lejanas provincias . Era hábil en el arte de viajar gratuitamente , colándose con disimulo en los trenes . El Zapaterín escuchaba con embeleso sus descripciones de Madrid , una ciudad de ensueño con su Plaza de Toros que era a modo de una catedral del toreo . Un señorito , por reírse de ellos , les dijo a la puerta de un café de la calle de las Sierpes que en Bilbao ganarían mucho dinero , pues allí no abundaban los toreros como en Sevilla , y los dos muchachos emprendieron el viaje , limpio el bolsillo y sin otro equipo que sus capas , unas capas « de verdad » , que habían sido de toreros de cartel , míseros desechos adquiridos por unos cuantos reales en una ropavejería . Introducíanse cautelosamente en los trenes y se ocultaban bajo los asientos ; pero el hambre y otras necesidades les obligaban a denunciar su presencia a los viajeros , que acababan por compadecerse de estas andanzas , riendo de sus raras figuras , de sus coletas y capotes , socorriéndolos con los restos de sus meriendas . Cuando algún empleado les daba caza en las estaciones , corrían de vagón en vagón o intentaban escalar los techos para esperar agazapados a que el tren se pusiera en marcha . Muchas veces les sorprendieron , y agarrándolos de las orejas , con acompañamiento de bofetadas y puntapiés , quedaban en el andén de una estación solitaria , mientras el tren se alejaba como una esperanza perdida . Aguardaban el paso de otro , vivaqueando al aire libre , y si se veían vigilados de cerca , emprendían la marcha hacia la inmediata estación por los desiertos campos , con la certeza de ser más afortunados . Así llegaron a Madrid , después de varios días de accidentado viaje y largas paradas con acompañamiento de golpes . En la calle de Sevilla y en la Puerta del Sol admiraron los grupos de toreros sin contrata , entes superiores , a los que osaron pedir , sin éxito , una limosna para continuar el viaje . Un mozo de la Plaza de Toros , que era de Sevilla , se apiadó de ellos y les dejó dormir en las cuadras , proporcionándoles además el deleite de presenciar una corrida de novillos en el famoso circo , que les pareció menos importante que el de su tierra . Asustados de su audacia y viendo cada vez más lejano el término de la excursión , emprendieron el regreso a Sevilla lo mismo que habían venido ; pero desde entonces tomaron gusto a los viajes a escondidas en el ferrocarril . Dirigíanse a pueblos de poca importancia en las diversas provincias andaluzas cuando oían vagas noticias de fiestas con sus correspondientes capeas . Así llegaban hasta la Mancha o Extremadura ; y si los azares de la mala suerte les imponían el marchar a pie , buscaban refugio en las viviendas de los campesinos , gente crédula y risueña , que se extrañaba de sus pocos años , de su atrevimiento y su charla embustera , tomándolos por verdaderos lidiadores . Esta existencia errante les hacía emplear astucias de hombre primitivo para satisfacer sus necesidades . En las inmediaciones de las casas de campo arrastrábanse sobre el vientre , robando las hortalizas sin ser vistos . Aguardaban horas enteras a que una gallina solitaria se aproximase a ellos , y retorciéndola el cuello continuaban la marcha , para encender una hoguera de leña seca en mitad de la jornada y engullirse el pobre animal chamuscado y medio crudo con una voracidad de pequeños salvajes . Temían a los mastines del campo más que a los toros . Eran bestias difíciles para la lidia , que corrían hacia ellos enseñando los colmillos , como si los enfureciese su aspecto exótico y husmeasen en sus personas a enemigos de la propiedad . Muchas veces , cuando dormían al aire libre cerca de una estación , esperando el paso de un tren , llegábase a ellos una pareja de guardias civiles . Al ver los rojos envoltorios que servían de almohadas a estos vagabundos , tranquilizábanse los soldados del orden . Suavemente les quitaban las gorras , y al encontrarse con el peludo apéndice de la coleta , se alejaban riendo sin más averiguaciones . No eran ladronzuelos : eran aficionados que iban a las capeas . Y en esta tolerancia había una mezcla de simpatía por la fiesta nacional y de respeto ante la obscuridad de lo futuro . ¡ Quién podía saber si alguno de estos mozos desarrapados , con costras de miseria , sería en el porvenir una « estrella del arte » , un gran hombre que brindase toros a los reyes , viviera como un príncipe , y cuyas hazañas y dichos reprodujeran los periódicos ! ... Una tarde , el Zapaterín quedó solo en un pueblo de Extremadura . Para mayor asombro del público rústico que aplaudía a los famosos toreros « venidos adrede de Sevilla » , los dos muchachos quisieron clavar banderillas a un toro bravucón y viejo . Juanillo puso sus palos a la fiera y quedó junto a un tablado , gozándose en recibir la ovación popular en forma de tremendos manotazos y ofrecimientos de tragos de vino . Una exclamación de horror le sacó de esta embriaguez de gloria . Chiripa no estaba ya en el suelo de la plaza . Sólo quedaban en él las banderillas rodando por el polvo , una zapatilla y la gorra . Movíase el toro como irritado ante un obstáculo , llevando enganchado de uno de sus cuernos un envoltorio de ropas semejante a un monigote . Con los violentos cabezazos el informe paquete se soltó del cuerno , expeliendo un chorro rojo , pero antes de llegar al suelo fue alcanzado por el asta opuesta , que a su vez lo zarandeó largo rato . Por fin el triste bulto cayó en el polvo , y allí quedó , flácido e inerte , soltando líquido , como un pellejo agujereado que expele el vino a chorros . El pastor , con sus cabestros , se llevó el toro al corral , pues nadie osaba aproximarse a él , y el pobre Chiripa fue conducido sobre un jergón a cierto cuartucho del Ayuntamiento que servía de cárcel . Su compañero le vio con la cara blanca como si fuese de yeso , los ojos mates y el cuerpo rojo de sangre , sin que pudieran contener ésta los paños de agua con vinagre que le aplicaban , a falta de algo mejor . — ¡ Adió , Zapaterín ! — suspiró — . ¡ Adió , Juaniyo ! Y no dijo más . El compañero del muerto emprendió aterrado la vuelta a Sevilla , viendo sus ojos vidriosos , oyendo sus gimientes adioses . Tenía miedo . Una vaca mansa saliéndole al paso le hubiese hecho correr . Pensaba en su madre y en la prudencia de sus consejos .